TAILANDIA Como buen país asiático, la vitalidad desbordante de sus gentes y sus formas de vida constituyen los aspectos más destacables de Tailandia, junto con sus exuberantes bosques tropicales y su clima húmedo, casi asfixiante durante los monzones. El desorbitado desarrollo de los últimos años ha sustituido las construcciones tradicionales de sus ciudades por cemento y ladrillo y llenado las calles de vehículos, contaminación y ruido. No obstante, localidades como Chiang Mai o Mae Hong Son permiten todavía disfrutar de tranquilidad y relax, bienes preciados para cualquier viajero que haya permanecido más de tres días en la trepidante Bangkok. Debido al escaso tiempo de que disponemos (15 días), contratamos de ante mano tanto los hoteles como los traslados internos. Ello restó algo de imprevisión al viaje (condición indispensable para el verdadero descubrimiento), pero en cambio nos permitió aprovechar al máximo el tiempo disponible. Así pues, Rosana y yo comenzamos nuestro viaje el día 17 de junio de 2001 en la capital tailandesa, adonde llegamos tras tomar un avión en Frankfurt la noche de antes. BANGKOK (Domingo 17 de junio de 2001) Tras 11 de horas de vuelo sin apenas pegar ojo, llegamos a la capital asiática una hora antes de lo previsto. Como consecuencia, la persona que debía recogernos en el aeropuerto no ha hecho acto de presencia todavía. Tras unas pequeñas gestiones, finalmente nos alojamos en el hotel Royal River, donde tenemos reservada la habitación, para, tras una reconfortante ducha, comenzar nuestro periplo tailandés sin más dilación. Tomamos uno de los barcos que el hotel pone gratuitamente a disposición de los clientes (nuestro primer contacto con el más tarde familiar río Chao Phraya), pero ante nuestra sorpresa, el barco solo realiza una parada en una zona comercial llamada River City Shopping Complex, próxima a Silom Road. De manera que, tras tomar tierra, nos dirigimos al barrio chino, nuestro primer objetivo en Bangkok. De camino, un hombre nos observa mirar el mapa y se nos acerca, y aparentemente con buena intención nos aconseja sobre cómo hay que moverse por la ciudad. Dado que es domingo, nos dice, las tiendas de Chinatown están cerradas y hasta las siete de la tarde no abren los restaurantes. No nos recomienda ir andando hasta allí por motivos de seguridad, y tras preguntarnos qué nos interesa de Tailandia y comprobar nuestro interés por la seda tailandesa, nos aconseja tomar un tuc-tuc (un tipo de taxi de dos plazas muy popular en Tailandia constituido por una motocicleta de tres ruedas, lo que en España antiguamente se denominaba motocarro) de color azul hasta una sastrería muy próxima a Rama VI Road. Lo del tuc-tuc de color azul estriba, a nuestro entender, en que existen varias compañías, cada una con su propio color; como más tarde comprobaremos, seguir el consejo de este hombre, que a pesar de la desconfianza inicial consideramos no del todo interesado, nos evita la incomodidad de ser llevados por los conductores a determinadas tiendas donde ellos cobran comisión en vez de al lugar previamente acordado, situación con la que se encuentran bastante a menudo los turistas. Parece ser que los tuc-tuc de color azul son más honestos que los de otras compañías. Respecto a los taxis habituales, todos ellos con taxímetro y aire acondicionado, nuestra experiencia nos llevará también a una conclusión parecida: sólo cogemos los de color azul y rojo, los cuáles siempre ponen el taxímetro sin intentar negociar antes un precio fijo y no eligen el recorrido más largo a la hora de llevarte al destino. Al menos, nuestra experiencia en Bangkok así nos lo hizo ver. Como en realidad no estoy muy interesado en hacerme un traje a medida, desechamos la idea de ir a la sastrería recomendada y nos dirigimos directamente a Chinatown. Un tuc-tuc nos deja en la confluencia de Rama VI y Banthat Thong, y tras una pequeñas dudas acerca de qué dirección tomar, avistamos no muy lejos la estación de tren de Huawlamphong, pista que finalmente nos pondrá en el camino adecuado. A los pocos minutos comenzamos a descubrir los primeros carteles en chino, pero apenas hay movimiento ni ajetreo. Pero al llegar a Charoeng Krung, todo cambia: de repente, las aceras se convierten en improvisados mercadillos donde cientos de chino-tailandeses venden lo que se quiera imaginar; un poco más adelante, avistamos los primeros puestos de comida, en uno de los cuales nos decidimos a cenar (y comprobamos lo barato que puede resultar la comida en este país: dos platos arroz y tallarines cuestan 62 baths en total, al cambio, menos de 2 euros.). Después, un breve paseo nos descubrirá el resto de callejuelas que cruzan perpendicularmente hasta llegar a la otra gran arteria del barrio chino, Yaowa Rat, una avenida repleta de enormes carteles y letreros de neón con caracteres chinos. El anochecer va dotando a la zona de un ambiente especial, un tanto embriagador, y los restaurantes y puestos de comida, del aroma imprescindible que todo barrio chino que se precie debe poseer. Un poco cansados por el viaje y apenas sin haber pegado ojo en 24 horas, volvemos al hotel. Se hace necesario reponer fuerzas para los días que siguen. En realidad, el viaje no ha hecho sino comenzar. BANGKOK (Lunes 18 de junio de 2001) Debido a que a media tarde debemos marcharnos a Chiang Mai, decidimos dedicar la mañana a visitar el Gran Palacio y los templos aledaños.Para ello, tomamos unos de los barcos de línea que recorren en Chao Phraya y que por unos módicos 10 bahts nos deja en Tha Chang, el embarcadero más próximo al Gran Palacio. Antes visitamos Wat Pho, un conjunto de templos justo detrás del Gran Palacio, más modesto pero, a mi modesto juicio, más atractivo: hay menos gente y, por ello, resulta más tranquilo, más acogedor -está rodeado de algunas pequeñas áreas ajardinadas- aunque también menos espectacular. En él se encuentra el famoso Buda acostado, según cuentan el más grande de Tailandia (aunque durante nuestra visita se encontraba encofrado por unos andamios que dificultaban su contemplación). Después entramos en el Gran Palacio, un complejo que me atrevería a tildar de exuberante. Además del Gran Palacio propiamente dicho (que sólo puede visitarse por fuera), se encuentran una serie de templos justo al lado entre los de que destaca el Wat Phra Keo, un conjunto especialmente llamativo, de colores vivos y fuertemente contrastados, donde, a mi juicio, destacan sobre todo un chedi dorado a la izquierda del templo principal y el Wat Phra Keo propiamente dicho, que alberga el llamado buda esmeralda, figura especialmente venerada por los tailandeses. Es importante para quien visite este conjunto de templos vestir adecuadamente, es decir, llevar pantalones largos, los hombros cubiertos y nada de sandalias ni zapatos que dejen los pies al aire. Lo cierto es que en casi ningún otro templo del país son tan estrictos como aquí. Un poco cansados ya de tanto colorido y tanta forma exuberante, nos dirigimos a comer a la zona de Chakra Pong, famosa por el número de guest houses que alberga. En la práctica, la zona se ha convertido casi en un gueto: prácticamente todo está montado para el turista, desde las tiendas a los restaurantes, y especialmente su avenida principal, Kaho San. En realidad, ello facilita sobremanera las actividades más básicas, pero le resta atractivo. Buscamos algo menos adulterado para comer y lo hallamos en Klang Nua, una calle casi a continuación de Kaho San, pero mucho más sosegada. Ello me da pie a probar una sopa de acendrado sabor, aunque algo picante, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo, y confirmar lo barato que resulta comer en Tailandia. Tras tomar un café en uno de los muchos cafés de la zona (otra concesión al turista), volvemos al hotel para dirigirnos después a la estación de tren camino de Chiang Mai. El tren nocturno está dispuesto de tal manera que las literas se sitúan a ambos lados del vagón. Cuando comienza a anochecer, un empleado va convirtiendo los asientos inferiores en mullidos colchones, y de la parte superior va haciendo aparecer unas cómodas literas en una de las cuales yo pasaré la noche. El aire acondicionado de que va dispuesto el tren promete un viaje agradable y tranquilo. Un poco cansado por el calor y la intensa humedad que no han dejado de acompañarnos ni un segundo, he de reconocer que la idea de echarme a dormir pronto me resulta enormemente apetecible. CHIANG MAI (Martes 19 de junio de 2001) Todavía no me he acostumbrado al cambio horario, lo que unido a los ronquidos que uno de los ocupantes del vagón no ha parado de proferir en toda la noche apenas me ha permitido dormir tres o cuatro horas. Las primeras horas de la mañana me ponen en contacto por primera vez con el paisaje del norte: a través de las ventanillas del tren, la frondosidad de los bosques y el enorme tamaño de hojas y plantas van incrementado poco a poco mi deseo de llegar al destino y comenzar el trekking. A la llegada a Chiang Mai, recogidos por el autobús del hotel, nos alojamos en el Porn Ping Tower, un discreto rascacielos sin embargo muy bien situado y bastante confortable. Tras la obligada ducha, nos disponemos a encarar nuestro tercer día de viaje. Chiang Mai puede dividirse, a grosso modo, en dos zonas principales: una zona amurallada (o antiguamente amurallada, ya en que la actualidad apenas quedan unas pequeñas piedras de lo que sin duda constituyó un grueso y elevado muro, aunque todavía permanece el foso alrededor), donde se hallan algunos de los templos principales y donde la vida parece mucho más liviana y fácil, y la parte que va desde las murallas al río Mae Ping, bastante más agitada y, por lo tanto, más atractiva (al menos en mi opinión). Nuestro primer paseo consiste en bajar por la calle Thaphae hasta la muralla, paseo que nos permitirá apreciar sin ambigüedades el diferente ritmo de vida de sus habitantes respecto a los de Bangkok. De camino, descubrimos algunos templos que difieren bastante de lo visto hasta ahora: son templos construidos de madera con dibujos y formas labradas, menos espectaculares pero -al menos para mí- más atractivos, más accesibles. Es una ciudad tranquila, infinitamente tranquila si la comparamos con Bangkok. Diría incluso que la zona amurallada me resulta demasiado tranquila. Así que, tras pasear lentamente por sus calles y entrar en un Cibercafe para mandar unos cuantos e-mails a familiares y amigos, regresamos hasta el río en busca de algún lugar más excitante donde comer. Llegamos al mercado de Warorot y todo cambia de repente. Warorot es un mercado vivo, donde los tailandeses hacen sus compras habituales. Los precios son bajísimos, y abundan las imitaciones de todo tipo. Tras disfrutar durante un buen rato de aquel ambiente incontaminado, entramos finalmente a comer en el Galare Food Center, un complejo alimentario donde se alojan diversos puestos de comida de todo tipo y procedencia, aunque a la hora en que acudimos nosotros (sobre las tres de la tarde) muchos están ya cerrados. Es un sitio cómodo, en modo alguno carente de atractivo (en un mismo espacio puedes probar comida china, tailandesa, hindú y japonesa), pero parece, y de hecho lo está, montado para el turista. De cualquier modo, es barato y se come bien. Después, todavía no repuesto del cansancio acumulado durante el largo viaje y de las noches que llevo casi sin dormir, aprovechamos una de las abundantes lluvias tropicales -que no dejarán de acompañarnos durante todo el viaje- para echar una pequeña siesta, al abrigo del aire acondicionado del hotel. Ya al anochecer, nos dirigimos al Mercado Nocturno, un conglomerado de calles y puestos que en la actualidad está absolutamente orientado al turista. Miles de objetos inservibles, figuras decorativas, ropa de imitación, etc. pueblan sin descanso los puestos que a ambos lados de Chang Klan, la arteria principal, inundan las aceras hasta llegar casi a impedir el paso. Para cenar, nos dirigimos al Anusarn Market, un conjunto de puestos de comida variada y de calidad agrupados alrededor de la calle Chang Klan, junto al mercado nocturno. Como al día siguiente comenzamos el esperado trekking por las montañas, nos retiramos al hotel para recuperar las fuerzas que con seguridad vamos a necesitar. POBLADO KAREN (Miércoles 20 de junio de 2001) A las nueve y media de la mañana, Chesda y Lek, nuestros guías durante el trekking, nos recogen en el hotel. Realizaremos el recorrido con otros dos compañeros de viaje, Marco y Manuela, una pareja de italianos en cuya compañía disfrutaremos de unos de los días más atractivos e intensos del viaje. Antes de comenzar propiamente el recorrido a pie, visitamos una cascada a mitad de camino, llamada Work Fa, que nos va a suponer nuestro primer contacto directo con el bosque tropical; la cascada, en sí misma, apenas merece la atención, pero el lugar donde se halla nos sorprende por exuberante y frondoso. Finalmente, abandonamos el coche y comenzamos con la caminata propiamente dicha. Poco a poco, nos vamos adentrando por un oscuro y poblado bosque tropical, a través de un pequeño sendero que a veces se hace irreconocible, inundados por completo por el sudor que va manando sin cesar de nuestros cuerpos, pero absolutamente admirados por la desbordante naturaleza que nos envuelve por todos los lados. En un momento del recorrido, hacemos un alto en el camino para observar a nuestro alrededor las cientos de hectáreas de bosque espeso e impenetrable que nos rodea, incapaces de alcanzar con la vista otra cosa que no sea bosque, un verde intenso que todo lo inunda. Cuando llegamos al poblado (un poblado oculto en la espesura del bosque que sólo se hace visible al llegar a él), la sensación de estar en otro continente, en otra cultura absolutamente distinta a la nuestra, alcanza su cenit: las primeras cabañas de madera aparecen ante nosotros como producto de otro mundo, inmersas en una tranquilidad y un silencio que hace audible hasta el sonido más leve y lejano. Apenas se ven habitantes (los hombres probablemente estarán trabajando fuera) y ni siquiera los niños salen a nuestro encuentro. Se trata de un poblado Karen, la etnia mayoritaria en esta zona, los cuales se establecieron en Tailandia hace casi 300 años procedentes de Birmania. Son sobre todo agricultores (fundamentalmente cultivan arroz), aunque crían numerosos animales domésticos. Aunque los habitantes del poblado visitado son de religión cristiana, la mayor parte todavía conservan fuertes influencias animistas. El placer intenso que aquel espacio reducido pero hermoso nos proporciona compensa sobradamente el esfuerzo realizado para llegar hasta allí. La idea de pasar la noche en una de sus cabañas, construidas de madera y con suelo de bambú, me resulta de lo más atractiva. La carencia de comodidades se ve ampliamente compensada por la autenticidad del lugar, por su peculiar encanto. Tras una sabrosa cena preparada por nuestros guías, observamos el anochecer desde la cabaña que nos sirve de alojamiento; el espectáculo de un silencio sólo turbado por los sonidos del bosque, así como la visión de las numerosas luciérnagas que pululan a nuestro alrededor, alcanza niveles extraordinarios. He de reconocer que tal sensación no tendrá parangón en ninguna otra etapa del viaje. Pero momentos así compensan las interminables horas pasadas en el avión, todo el tiempo transcurrido sin poder dormir, o la incomodad de los asientos de la clase turista. POBLADO LAHU (Jueves 21 de junio de 2001) Quizá debido a la extrañeza del lugar, o al incesante sonido del bosque que el silencio del poblado refuerza aún más, lo cierto es que apenas he dormido unas horas. El frescor de la mañana, no obstante, ayuda a recuperar el resuello. Hoy nos queda la jornada más dura: tres horas de caminata a través del bosque hasta llegar a otro poblado Karen donde tomaremos unos elefantes que nos llevarán a un poblado Lahu, para pasar allí la noche. A priori, siento más interés por el recorrido a pie que por montar en elefante, así que, tras desayunar, tomamos de nuevo las mochilas y continuamos según las indicaciones de Chesda, nuestro guía. El camino transcurre casi siempre a través del bosque espeso, en un continuo subir y bajar que, unido a la humedad y al calor (aunque, por suerte, el día está nublado, lo que nos libra del sol), consigue cansar casi hasta el agotamiento. Hacemos varias paradas en el camino para recrearnos en la espesura que nos rodea. Aunque el asombro ya no es el mismo, sigue sorprendiendo la inmensa densidad del bosque, la enormidad de plantas y árboles, e incluso la belleza de algunas ramas que se enredan entre sí formando hermosas figuras. La necesidad de vadear un río nos proporciona un leve refresco, liberándonos por un segundo del pegajoso sudor que nos empapa sin distinción de sexo o nacionalidad. Apenas vemos animales: alguna que otra ardilla y varias lagartijas de tamaño más que considerable. Sumidos ya en un cansancio que nadie puede disimular, llegamos finalmente al campamento donde la comida y un pequeño baño en el río Mae Tang nos permitirán recobrar el aliento. Nunca antes había subido en un elefante, y aunque en la actualidad la mayor parte de ellos se destinan al turismo, antiguamente era una forma muy habitual tanto de transporte como de fuerza de trabajo en Tailandia. El recorrido que realizamos es atractivo: bajamos junto al río Mae Tang, zigzagueando de una orilla a otra, a un ritmo mayor del que en principio suponía. Finalmente, llegamos al poblado Lahu, un conjunto de cabañas junto al río, un enclave menos exótico que el anterior. Nadie viste a la manera tradicional, y la proximidad con otras poblaciones próximas le resta espectacularidad. No obstante, al adentrarnos un poco en el interior podemos disfrutar aún de cierta atmósfera peculiar y, ahora sí, sufrir el acoso de los niños que se abalanzan sobre nosotros al vernos llegar. Los Lahu son de origen tibetano. Son animistas y, además de agricultores, también se dedican a la caza. Durante nuestra estancia, sin embargo, y a diferencia de lo observado en el poblado Karen, apenas podemos apreciar ninguna característica sustancial de sus formas de vida. Sí observamos, no obstante, que el turismo también afecta de manera importante a sus actividades: una de las tareas en que se empeñan más activamente es la construcción de balsas de bambú, que posteriormente utilizarán los turistas para el descenso del río -como mañana mismo haremos nosotros-. De hecho, la balsa que utilizaremos al día siguiente está siendo construida en este mismo isntante. No hay mucho más que hacer en el lugar: ver, oler y sentir. Desgraciadamente, a la vuelta del viaje comprobaré que el carrete de fotografías realizado allí se ha extraviado, así que tendré que confiar únicamente a la memoria el recuerdo de aquel sitio que probablemente no volveré a visitar jamás. CHIANG RAI (Viernes 22 de junio de 2001) La balsa que comenzaron a construir ayer ya está totalmente terminada, así que, tras un rápido desayuno, colocamos las mochilas y cámaras de manera que no se vean afectadas por el agua, y montamos después nosotros tratando de equilibrar el peso para no hundirnos. El Mae Tang es, en su mayor parte, un río tranquilo. Sin embargo, atravesamos algunos rápidos que en algún momento me hacen temer por la estabilidad de la balsa. El río no es profundo ni peligroso, pero mi temor reside fundamentalmente en la posibilidad de que el equipo fotográfico acabe completamente empapado. Aparte de esto, el descenso se hace tremendamente divertido. Durante casi dos horas nos vamos deslizando suavemente por las aguas hasta que algún pequeño rápido se cruza en nuestro camino y lanza la balsa con rapidez hacia las piedras, que la destreza de los guías consigue evitar con habilidad. Casi dos horas después, el recorrido llega a su final, donde nos espera de nuevo el coche para llevarnos a Chiang Rai, en uno de cuyos hoteles pasaremos la noche. Durante el trayecto podemos disfrutar de los numerosos campos de arroz que jalonan el camino, campos inundados de agua algunas veces, hermosamente verdes en otras, pero ajenos al fulgor tropical donde hemos vivido los últimos días. Finalmente llegamos a Chiang Rai con el tiempo justo de darnos una reparadora (hoy más que nunca) ducha y de cenar. En esta ocasión, tenemos ocasión de probar una de las sopas más sabrosas de tailandia, llamada kai tom kah, cuyo ingrediente principal es el pollo aderezado con lima, galanga y esquemanto, especias que le proporcionan un sabor inigualable pero difícilmente descriptible. Como colofón a las jornadas precedentes, decidimos tomar un masaje tailandés. Aconsejados por Chesda, uno de nuestros guías, elegimos un lugar de confianza. Así pues, durante dos horas somos sometidos a un auténtico masaje muscular que, comenzando por los dedos de los pies y acabando en la mismísima cabeza, no deja uno solo de nuestros músculos intacto. Algo doloroso en algunos momentos, el masaje no es relajante en absoluto, pero a su conclusión nos sentimos plenamente recobrados. Ni un sólo dolor muscular, ni una sola molestia. Verdaderamente una delicia. El precio pagado, 200 bahts por hora (unas 1000 ptas.) nos parece ridículo en comparación con el trabajo de las masajistas, y el resultado obtenido, absolutamente compensador. No nos queda tiempo para ver la ciudad, ya que a las once de la noche todo está cerrado; pero, por primera vez en tres días, consigo dormir profundamente. TRIÁNGULO DE ORO - CHIANG MAI (Sábado 23 de junio de 2001) Por la mañana temprano cogemos los coches en dirección al Triángulo de Oro, una confluencia entre los ríos Khong y Sai llamada así por ser frontera de tres países, Birmania, Laos y Tailandia, y por el tráfico de opio que, en mayor medida que en el presente, tenía lugar allí hace unos años. Antes, paramos en Chiang Saen, un antiguo templo budista de más de 700 años del que se conservan el chedi y unas restos de las paredes del Wat, así como la figura del buda principal. El triángulo de oro es una zona relativamente extensa. Desde lo alto de una colina se divisa perfectamente la forma triangular que los ríos forman al unirse. La vista es espectacular, aunque el día nublado limita un poco la visión. Después, recorremos en lancha una pequeña parte del río Khong, y hacemos un alto en Laos, o mejor dicho, en un conjunto de puestos de venta de souvenirs situado en Laos, visita que no aporta absolutamente nada a la excursión. De vuelta a Chiang Rai, paramos para comer y después llevamos a Marco y Manuela, nuestros compañeros de excursión, al aeropuerto. Posteriormente, nosotros regresamos a Chiang Mai en coche. El balance de los cuatro días de excursión es indudablemente positivo. El tiempo ha sido excelente: en ningún momento nos ha visitado la lluvia, lo que habría empeorado peligrosamente los senderos por los que transitamos, y el sol apenas ha lucido con intensidad. Los compañeros de viaje, Marco y Manuela, se han convertido en un aliciente más; aparte de la buena camaradería reinante, la posibilidad de intercambiar puntos de vista y de compartir las incidencias del viaje ha sido enormemente enriquecedora. Tanto Chesda como Lek, los guías, han sabido ejercer su papel con absoluta profesionalidad. Durante nuestra estancia en los poblados, hemos sido los únicos extranjeros presentes, lo que nos ha permitido disfrutar del lugar de la manera menos adulterada posible. Y todo lo visto y vivido personalmente quedará firmemente grabado en nuestras retinas como parte inseparable de nuestra experiencia personal. Sin duda alguna, ha merecido la pena. CHIANG MAI (Domingo 24 de junio de 2001) Recuperamos la tranquilidad de Chiang Mai. Otro tranquilo paseo nos lleva de nuevo a la muralla. Esta vez, entramos por la parte sur, y damos de lleno con un pequeño mercado de alimentos. Las agradables temperaturas del norte nos han abandonado; el calor aprieta fuerte. Tras una semana sin afeitarme, entro en una barbería para recobrar mi aspecto habitual. La muchacha que me atiende se esmera ante la inesperada visita de un extranjero. Aún así, no consigue evitar darme un par de cortes en la barbilla. Soy consciente de que me cobra más de lo habitual, pero aún así no llega a las 200 ptas. Después del afeitado, visitamos un par de templos que nos pillan de camino, y finalmente entramos a comer a un pequeño restaurante junto al templo de Wat Phra Sing, considerado por muchos el más importante de Chiang Mai. Después, nueva visita a Warorot Market, visita que me confirma en la idea de que este mercado es el lugar más atractivo de la ciudad, a años luz del turístico Mercado Nocturno. Warorot desborda vitalidad, movimiento, actividad continua, color, olor... Es puro Tailandia. Junto a Warorot se halla otro pequeño mercado, donde predomina la venta de flores, que transcurre paralelo al río. Allí mismo, bajo el puente, tienen salida diversos autobuses de línea que comunican los pueblos de alrededor. El ambiente que se forma a hora de máximo apogeo es indescriptible. Nosotros estamos allí varios minutos, en lo alto de paso a nivel, mirando y observando, sin más. Tras recorrer de nuevo el Mercado Nocturno y realizar algunas compras (actividad que personalmente odio con especial inquina: llevar regalos a conocidos y amigos de lugares donde ellos no han estado es algo a lo que no encuentro demasiado sentido; lo usual es que no les sirvan para nada, salvo encargos específicos, y lo más probable es que, dado el nivel alcanzado por el comercio mundial, encuentres casi todo al lado de tu propia casa, seguramente en un todo a cien), nos dirigimos a cenar a un restaurante que nos han aconsejado, llamado Whole Earth, el cual ocupa una antigua casa tradicional de teca y está rodeado de un hermoso jardín que realza el edificio aún más si cabe. El lugar es a todas luces atractivo, y a pesar de su aspecto algo lujoso no es nada caro, pero tal vez no acertamos del todo con la comida; lo cierto es que uno saca la conclusión de que comer bien en Tailandia no depende de la categoría del restaurante: el más modesto puesto callejero puede proporcionarte los sabores más exquisitos. Es una apreciación que tendrá su confirmación a lo largo del viaje. © Carlos Manzano |