TAILANDIA Como buen país asiático, la vitalidad desbordante de sus gentes y sus formas de vida constituyen los aspectos más destacables de Tailandia, junto con sus exuberantes bosques tropicales y su clima húmedo, casi asfixiante durante los monzones. El desorbitado desarrollo de los últimos años ha sustituido las construcciones tradicionales de sus ciudades por cemento y ladrillo y llenado las calles de vehículos, contaminación y ruido. No obstante, localidades como Chiang Mai o Mae Hong Son permiten todavía disfrutar de tranquilidad y relax, bienes preciados para cualquier viajero que haya permanecido más de tres días en la trepidante Bangkok. Debido al escaso tiempo de que disponemos (15 días), contratamos de ante mano tanto los hoteles como los traslados internos. Ello restó algo de imprevisión al viaje (condición indispensable para el verdadero descubrimiento), pero en cambio nos permitió aprovechar al máximo el tiempo disponible. Así pues, Rosana y yo comenzamos nuestro viaje el día 17 de junio de 2001 en la capital tailandesa, adonde llegamos tras tomar un avión en Frankfurt la noche de antes. BANGKOK (Domingo 17 de junio de 2001) Tras 11 de horas de vuelo sin apenas pegar ojo, llegamos a la capital asiática una hora antes de lo previsto. Como consecuencia, la persona que debía recogernos en el aeropuerto no ha hecho acto de presencia todavía. Tras unas pequeñas gestiones, finalmente nos alojamos en el hotel Royal River, donde tenemos reservada la habitación, para, tras una reconfortante ducha, comenzar nuestro periplo tailandés sin más dilación. Tomamos uno de los barcos que el hotel pone gratuitamente a disposición de los clientes (nuestro primer contacto con el más tarde familiar río Chao Phraya), pero ante nuestra sorpresa, el barco solo realiza una parada en una zona comercial llamada River City Shopping Complex, próxima a Silom Road. De manera que, tras tomar tierra, nos dirigimos al barrio chino, nuestro primer objetivo en Bangkok.
Como en realidad no estoy muy interesado en hacerme un traje a medida, desechamos la idea de ir a la sastrería recomendada y nos dirigimos directamente a Chinatown. Un tuc-tuc nos deja en la confluencia de Rama VI y Banthat Thong, y tras una pequeñas dudas acerca de qué dirección tomar, avistamos no muy lejos la estación de tren de Huawlamphong, pista que finalmente nos pondrá en el camino adecuado.
BANGKOK (Lunes 18 de junio de 2001) Debido a que a media tarde debemos marcharnos a Chiang Mai, decidimos dedicar
la mañana a visitar el Gran Palacio y los templos aledaños.
El tren nocturno está dispuesto de tal manera que las literas se sitúan a ambos lados del vagón. Cuando comienza a anochecer, un empleado va convirtiendo los asientos inferiores en mullidos colchones, y de la parte superior va haciendo aparecer unas cómodas literas en una de las cuales yo pasaré la noche. El aire acondicionado de que va dispuesto el tren promete un viaje agradable y tranquilo. Un poco cansado por el calor y la intensa humedad que no han dejado de acompañarnos ni un segundo, he de reconocer que la idea de echarme a dormir pronto me resulta enormemente apetecible. CHIANG MAI (Martes 19 de junio de 2001) Todavía no me he acostumbrado al cambio horario, lo que unido a los ronquidos que uno de los ocupantes del vagón no ha parado de proferir en toda la noche apenas me ha permitido dormir tres o cuatro horas. Las primeras horas de la mañana me ponen en contacto por primera vez con el paisaje del norte: a través de las ventanillas del tren, la frondosidad de los bosques y el enorme tamaño de hojas y plantas van incrementado poco a poco mi deseo de llegar al destino y comenzar el trekking. A la llegada a Chiang Mai, recogidos por el autobús del hotel, nos alojamos en el Porn Ping Tower, un discreto rascacielos sin embargo muy bien situado y bastante confortable. Tras la obligada ducha, nos disponemos a encarar nuestro tercer día de viaje. Chiang Mai puede dividirse, a grosso modo, en dos zonas principales: una zona amurallada (o antiguamente amurallada, ya en que la actualidad apenas quedan unas pequeñas piedras de lo que sin duda constituyó un grueso y elevado muro, aunque todavía permanece el foso alrededor), donde se hallan algunos de los templos principales y donde la vida parece mucho más liviana y fácil, y la parte que va desde las murallas al río Mae Ping, bastante más agitada y, por lo tanto, más atractiva (al menos en mi opinión). Nuestro primer paseo consiste en bajar por la calle Thaphae hasta la muralla, paseo que nos permitirá apreciar sin ambigüedades el diferente ritmo de vida de sus habitantes respecto a los de Bangkok. De camino, descubrimos algunos templos que difieren bastante de lo visto hasta ahora: son templos construidos de madera con dibujos y formas labradas, menos espectaculares pero -al menos para mí- más atractivos, más accesibles.
Después, todavía no repuesto del cansancio acumulado durante el largo viaje y de las noches que llevo casi sin dormir, aprovechamos una de las abundantes lluvias tropicales -que no dejarán de acompañarnos durante todo el viaje- para echar una pequeña siesta, al abrigo del aire acondicionado del hotel. Ya al anochecer, nos dirigimos al Mercado Nocturno, un conglomerado de calles y puestos que en la actualidad está absolutamente orientado al turista. Miles de objetos inservibles, figuras decorativas, ropa de imitación, etc. pueblan sin descanso los puestos que a ambos lados de Chang Klan, la arteria principal, inundan las aceras hasta llegar casi a impedir el paso. Para cenar, nos dirigimos al Anusarn Market, un conjunto de puestos de comida variada y de calidad agrupados alrededor de la calle Chang Klan, junto al mercado nocturno. Como al día siguiente comenzamos el esperado trekking por las montañas, nos retiramos al hotel para recuperar las fuerzas que con seguridad vamos a necesitar. POBLADO KAREN (Miércoles 20 de junio de 2001) A las nueve y media de la mañana, Chesda y Lek, nuestros guías durante el trekking, nos recogen en el hotel. Realizaremos el recorrido con otros dos compañeros de viaje, Marco y Manuela, una pareja de italianos en cuya compañía disfrutaremos de unos de los días más atractivos e intensos del viaje. Antes de comenzar propiamente el recorrido a pie, visitamos una cascada a mitad de camino, llamada Work Fa, que nos va a suponer nuestro primer contacto directo con el bosque tropical; la cascada, en sí misma, apenas merece la atención, pero el lugar donde se halla nos sorprende por exuberante y frondoso.
Cuando llegamos al poblado (un poblado oculto en la espesura del bosque que sólo se hace visible al llegar a él), la sensación de estar en otro continente, en otra cultura absolutamente distinta a la nuestra, alcanza su cenit: las primeras cabañas de madera aparecen ante nosotros como producto de otro mundo, inmersas en una tranquilidad y un silencio que hace audible hasta el sonido más leve y lejano. Apenas se ven habitantes (los hombres probablemente estarán trabajando fuera) y ni siquiera los niños salen a nuestro encuentro. Se trata de un poblado Karen, la etnia mayoritaria en esta zona, los cuales se establecieron en Tailandia hace casi 300 años procedentes de Birmania. Son sobre todo agricultores (fundamentalmente cultivan arroz), aunque crían numerosos animales domésticos. Aunque los habitantes del poblado visitado son de religión cristiana, la mayor parte todavía conservan fuertes influencias animistas.
POBLADO LAHU (Jueves 21 de junio de 2001) Quizá debido a la extrañeza del lugar, o al incesante sonido del bosque que el silencio del poblado refuerza aún más, lo cierto es que apenas he dormido unas horas. El frescor de la mañana, no obstante, ayuda a recuperar el resuello. Hoy nos queda la jornada más dura: tres horas de caminata a través del bosque hasta llegar a otro poblado Karen donde tomaremos unos elefantes que nos llevarán a un poblado Lahu, para pasar allí la noche. A priori, siento más interés por el recorrido a pie que por montar en elefante, así que, tras desayunar, tomamos de nuevo las mochilas y continuamos según las indicaciones de Chesda, nuestro guía.
Nunca antes había subido en un elefante, y aunque en la actualidad la mayor parte de ellos se destinan al turismo, antiguamente era una forma muy habitual tanto de transporte como de fuerza de trabajo en Tailandia. El recorrido que realizamos es atractivo: bajamos junto al río Mae Tang, zigzagueando de una orilla a otra, a un ritmo mayor del que en principio suponía. Finalmente, llegamos al poblado Lahu, un conjunto de cabañas junto al río, un enclave menos exótico que el anterior. Nadie viste a la manera tradicional, y la proximidad con otras poblaciones próximas le resta espectacularidad. No obstante, al adentrarnos un poco en el interior podemos disfrutar aún de cierta atmósfera peculiar y, ahora sí, sufrir el acoso de los niños que se abalanzan sobre nosotros al vernos llegar. Los Lahu son de origen tibetano. Son animistas y, además de agricultores, también se dedican a la caza. Durante nuestra estancia, sin embargo, y a diferencia de lo observado en el poblado Karen, apenas podemos apreciar ninguna característica sustancial de sus formas de vida. Sí observamos, no obstante, que el turismo también afecta de manera importante a sus actividades: una de las tareas en que se empeñan más activamente es la construcción de balsas de bambú, que posteriormente utilizarán los turistas para el descenso del río -como mañana mismo haremos nosotros-. De hecho, la balsa que utilizaremos al día siguiente está siendo construida en este mismo isntante. No hay mucho más que hacer en el lugar: ver, oler y sentir. Desgraciadamente, a la vuelta del viaje comprobaré que el carrete de fotografías realizado allí se ha extraviado, así que tendré que confiar únicamente a la memoria el recuerdo de aquel sitio que probablemente no volveré a visitar jamás. CHIANG RAI (Viernes 22 de junio de 2001)
Durante el trayecto podemos disfrutar de los numerosos campos de arroz que
jalonan el camino, campos inundados de agua algunas veces, hermosamente verdes
en otras, pero ajenos al fulgor tropical donde hemos vivido los últimos días.
Finalmente llegamos a Chiang Rai con el tiempo
justo de darnos una reparadora (hoy más que nunca) ducha y de cenar. Como colofón a las jornadas precedentes, decidimos tomar un masaje tailandés. Aconsejados por Chesda, uno de nuestros guías, elegimos un lugar de confianza. Así pues, durante dos horas somos sometidos a un auténtico masaje muscular que, comenzando por los dedos de los pies y acabando en la mismísima cabeza, no deja uno solo de nuestros músculos intacto. Algo doloroso en algunos momentos, el masaje no es relajante en absoluto, pero a su conclusión nos sentimos plenamente recobrados. Ni un sólo dolor muscular, ni una sola molestia. Verdaderamente una delicia. El precio pagado, 200 bahts por hora (unas 1000 ptas.) nos parece ridículo en comparación con el trabajo de las masajistas, y el resultado obtenido, absolutamente compensador. No nos queda tiempo para ver la ciudad, ya que a las once de la noche todo está cerrado; pero, por primera vez en tres días, consigo dormir profundamente. TRIÁNGULO DE ORO - CHIANG MAI (Sábado 23 de junio de 2001) Por la mañana temprano cogemos los coches en dirección al Triángulo de Oro, una confluencia entre los ríos Khong y Sai llamada así por ser frontera de tres países, Birmania, Laos y Tailandia, y por el tráfico de opio que, en mayor medida que en el presente, tenía lugar allí hace unos años. Antes, paramos en Chiang Saen, un antiguo templo budista de más de 700 años del que se conservan el chedi y unas restos de las paredes del Wat, así como la figura del buda principal.
De vuelta a Chiang Rai, paramos para comer y después llevamos a Marco y Manuela, nuestros compañeros de excursión, al aeropuerto. Posteriormente, nosotros regresamos a Chiang Mai en coche. El balance de los cuatro días de excursión es indudablemente positivo. El tiempo ha sido excelente: en ningún momento nos ha visitado la lluvia, lo que habría empeorado peligrosamente los senderos por los que transitamos, y el sol apenas ha lucido con intensidad. Los compañeros de viaje, Marco y Manuela, se han convertido en un aliciente más; aparte de la buena camaradería reinante, la posibilidad de intercambiar puntos de vista y de compartir las incidencias del viaje ha sido enormemente enriquecedora. Tanto Chesda como Lek, los guías, han sabido ejercer su papel con absoluta profesionalidad. Durante nuestra estancia en los poblados, hemos sido los únicos extranjeros presentes, lo que nos ha permitido disfrutar del lugar de la manera menos adulterada posible. Y todo lo visto y vivido personalmente quedará firmemente grabado en nuestras retinas como parte inseparable de nuestra experiencia personal. Sin duda alguna, ha merecido la pena. CHIANG MAI (Domingo 24 de junio de 2001) Recuperamos la tranquilidad de Chiang Mai. Otro tranquilo paseo nos lleva de nuevo a la muralla. Esta vez, entramos por la parte sur, y damos de lleno con un pequeño mercado de alimentos. Las agradables temperaturas del norte nos han abandonado; el calor aprieta fuerte. Tras una semana sin afeitarme, entro en una barbería para recobrar mi aspecto habitual. La muchacha que me atiende se esmera ante la inesperada visita de un extranjero. Aún así, no consigue evitar darme un par de cortes en la barbilla. Soy consciente de que me cobra más de lo habitual, pero aún así no llega a las 200 ptas.
Junto a Warorot se halla otro pequeño mercado, donde predomina la venta de flores, que transcurre paralelo al río. Allí mismo, bajo el puente, tienen salida diversos autobuses de línea que comunican los pueblos de alrededor. El ambiente que se forma a hora de máximo apogeo es indescriptible. Nosotros estamos allí varios minutos, en lo alto de paso a nivel, mirando y observando, sin más. Tras recorrer de nuevo el Mercado Nocturno y realizar algunas compras (actividad que personalmente odio con especial inquina: llevar regalos a conocidos y amigos de lugares donde ellos no han estado es algo a lo que no encuentro demasiado sentido; lo usual es que no les sirvan para nada, salvo encargos específicos, y lo más probable es que, dado el nivel alcanzado por el comercio mundial, encuentres casi todo al lado de tu propia casa, seguramente en un todo a cien), nos dirigimos a cenar a un restaurante que nos han aconsejado, llamado Whole Earth, el cual ocupa una antigua casa tradicional de teca y está rodeado de un hermoso jardín que realza el edificio aún más si cabe. El lugar es a todas luces atractivo, y a pesar de su aspecto algo lujoso no es nada caro, pero tal vez no acertamos del todo con la comida; lo cierto es que uno saca la conclusión de que comer bien en Tailandia no depende de la categoría del restaurante: el más modesto puesto callejero puede proporcionarte los sabores más exquisitos. Es una apreciación que tendrá su confirmación a lo largo del viaje. © Carlos Manzano |