De este viaje no guardo un especial recuerdo, y no por causa
del país, que me pareció apasionante y hermoso como casi
todos, sino por el tipo de viaje realizado: por motivos que no vienen al
caso, me vi embarcado en uno de esos típicos viajes organizados
donde todo estaba previamente establecido, donde el turista apenas tenía
ocasión para experimentar por sí mismo, donde sólo
se podía ver aquello que otros habían decidido que debías
ver... En fin, que espero no volver a cometer el mismo error de nuevo.
Hecha esta salvedad, el país rebosa atractivo y belleza, con la
vitalidad propia de los pueblos africanos.
SENEGAL Armonía
Africana
Dakar
El primer lugar
de visita obligada en Senegal es Dakar, su
capital. Y para quien pisa por primera vez el África subsahariana
-como era mi caso-, lo que primeramente reclama su atención es el
caos, el color, la vida, el movimiento aparentemente sin lógica
de sus calles siempre atestadas de gente. Es Dakar
una ciudad desorbitada, como toda capital africana, acumuladora de ilusiones
y esperanzas de prosperidad de buena parte del resto del país que
emigra allí para buscar el bienestar del que carece en su entorno.
Y por esa razón Dakar es también
una ciudad de desesperanza, donde por la noche sus calles se llenan de
cuerpos dormidos que no tienen otro espacio de descanso, de grupos de hambrientos
alrededor de una perola que otro buen musulmán con más suerte
ha preparado para todo aquel que se acerque a su mesa. No hay monumentos
de especial valor: su mayor atractivo es la vida, el sonido, el color de
cuerpos y vestidos que parece no cesar nunca.
A pesar
de que es advertido del enorme número de carteristas y ladrones
que pululan por Dakar, el viajero no puede evitar la oportunidad de
caminar siquiera unas pocas horas por sus atractivas calles, tomando, eso
sí, las debidas precauciones. La avenida Pompidou,
nervio central de la capital, desborda sus dimensiones físicas y
sumerge al visitante en un caos inenarrable de ciudad viva. La belleza
de sus gentes, en ocasiones extrema, obliga al viajero a llevar su mirada
de un rostro a otro, sin ningún afán perverso, sólo
por el agrado de recrearse en sus sutiles formas, en sus hermosos contornos.
Por la noche, Dakar se abre en todos sus sentidos
al visitante: la ciudad bulle a partir de las dos de la mañana y
sus numerosas discotecas -donde la nativas tratan de intimar con los adinerados
extranjeros a la búsqueda de un poquito más de prosperidad-
se llenan de inagotable actividad.
Sin embargo,
el viajero no deja de sentirse ajeno a todo aquello que se le ofrece. La
ciudad, pese a su exuberancia vital, no llegará en ningún
momento a calar firmemente en el visitante. Al poco tiempo se empezará a echar de menos esa cultura ancestral
y mágica que supuestamente alberga el gran continente africano,
la proximidad de unas gentes con las que, hasta ahora, no se ha llegado
a conectar siquiera mínimamente. Por ello, la visita a la isla
de Goree, remanso de paz y armonía
donde los halla, supondrá para el viajero una bocanada de aire fresco
y una inigualable ocasión para comenzar a adentrarse en el corazón
senegalés.
Isla de Goree
La
isla
de Goree, uno de los muchos puntos desde donde se embarcaban a los
esclavos africanos hacia América, es ahora paradójicamente
uno de los puntos más plácidos y serenos de Senegal. Es una
isla de reducidas dimensiones, repleta de edificios de estilo
colonial, pero rezuma sosiego y armonía por todos los vértices.
El viajero, tras el agobio intenso de Dakar,
puede permitirse pasear cámara en mano por sus aireadas y hermosas
calles, recrearse en la belleza de las gentes y del entorno, disfrutar
del colorido a veces intenso de sus casas y palacetes. Apenas es incordiado
por dos o tres vendedores en el puerto, donde los muchachos se lanzan al
agua a recoger las monedas que los extranjeros les lanzan para poner a
prueba su habilidad como submarinistas; una vez traspasadas las primeras
casas, todo es remanso y cordialidad.
Es obligada la
visita a la Casa de los Esclavos, centro donde
se hacinaba a los esclavos a la espera de ser embarcados para el nuevo
mundo. El lugar es extremadamente pequeño para el ingente número
de personas a que se destinaba. Es, sin duda, el lugar más visitado
de la isla, el que concentra mayor significación para sus habitantes.
La persona a cuyo cargo se encuentra la casa muestra su empeño en
que aquella ignominia no quede nunca en el olvido, como ejemplo de hasta
donde puede llegar la mezquindad de los hombres en su afán de enriquecimiento.
Por muy lejos que quede todo esto para el visitante, la simple intuición
de cómo debían ser las horas y los días pasados allí
dentro por los esclavos no puede dejar de causarle angustia y desazón.
Tras unas pocas
horas de tranquilidad, el viajero debe volver inexorablemente a Dakar (muy
a su pesar) para proseguir con el resto de etapas que le quedan por el
país. Sin embargo, más adelante descubrirá que más
bien es la capital senegalesa la que supone una excepción respecto
del resto de localidades del país, que esa tranquilidad suma, que
esa armonía excelsa es lo común -frente a la agitación
dakariana- en esta nación africana.
St. Louis
St.
Louis fue capital del antiguo protectorado africano francés,
y ello ha dejado una huella indeleble en la ciudad. Hay una tranquilidad
y un sosiego que contradice su tamaño y su importancia. En realidad,
está dividida en tres partes, en una de las cuales se asienta la
mayor parte de la población. Pero su verdadero atractivo reside
en las otras dos, separadas por amplios brazos de mar y unidas por sendos
puentes que las hermanan.
En primer
lugar, está el barrio de los pescadores,
la que más carencias muestra, pero también la más
viva, la más activa. Un leve paseo por sus calles, en absoluta tranquilidad,
le permite al viajero dejarse absorber por tanta vitalidad, caminar por
sus mercados, sonreír con sus gentes, sin poder evitar ser seducido
por su cotidiana sencillez y -no obstante las carencias reseñadas-
cierta alegría innata.
Después, el paseo se prolonga por la St.
Louis colonial, de edificios señoriales y amplias avenidas,
reducto de un lujo que los años han convertido en hermosos espectros
del pasado, y que sin embargo sus habitantes parecen conservar con orgullo. Al
contrario que en la zona de los pescadores, aquí todo es calma,
y el visitante puede disfrutar abiertamente del mundo sensorial que se
le ofrece. Salvo en la puerta de los hoteles, apenas nadie incomoda al
viajero, ofreciéndole así la ciudad como hogar temporal donde
todo está a su alcance y donde nada se le niega. Una curiosidad
sobre St. Louis: su vida nocturna, merced
a la fuerte influencia religiosa que sufre la ciudad, apenas existe, reducida
a unos cuantos bares donde, eso sí, el viajero puede respirar sin
contaminarlo del más puro ambiente nocturno senegalés, en
una inigualable ocasión para confraternizar con sus habitantes.
Saloum
Esta región
se encuentra en la zona central de Senegal, a sur de Dakar, y su vida gira
en torno a la desembocadura del río Sine-Saloum
y del delta que el mismo forma. Allí se encuentran algunas poblaciones
de pescadores, fundamentalmente de la etnia Serer. De entre el conjunto
de poblaciones del lugar, podemos destacar
Ndangane,
Toubacouta
y Yayeme. Son asentamientos tranquilos, donde
la vida se lleva con sosiego, con extrema serenidad. El paisaje se asemeja
en algunos momentos a la célebre sabana africana,
aunque surcado por las numerosas ramificaciones del delta y por los a veces
impresionantes
baobabs, el árbol nacional
senegalés. En el interior, el pastoreo es el medio económico
habitual de subsistencia. Una parada en cualquiera de los pequeños
poblados que habitan esta zona ayuda al viajero a extremar su mirada sobre
un país complejo y heterodoxo, lleno de numerosas variaciones que
una visión general y simplista puede no llegar a apreciar.
Casamance
Casamance
se halla al sur de Senegal. Es una zona extensa, de amplia vegetación,
a diferencia de la zona norte del país. Se encuentra recorrida casi
en su totalidad por el río Casamance,
el cual articula y dota de personalidad propia a la zona: gran parte de
la vida está basada en el río. Es una zona tranquila, llena
de pequeñas islas y hermosas playas, muy atractivas al turismo convencional.
Aquí podemos hallar asimismo la población de Mlomp,
donden se encuentran cierto tipo de edificaciones de dos pisos de altura
en un estílo único en el país. La población,
mayoritariamente de la etnia Diola, se divide entre musulmanes, católicos
y animistas. Y esa riqueza de culturas es bien apreciada por el viajero,
sobre todo al descubrir algunos de los lugares sagrados utilizados en los
rituales animistas, que tan exóticos nos resultan.
La capital
de la región de Casamance es
Ziguinchor.
No es una ciudad excesivamente grande, por lo que permite ser visitada
sin excesivos problemas. Como buena capital africana, la calle representa
toda su pulsión vital, distribuida en cientos de puestos donde todo
se vende y se compra. En Ziguinchor se concentra
el mayor número de católicos del país, y por ello
posee su propia catedral. Por lo demás, su importancia real reside
en ser nudo de comunicaciones de la región, y lugar desde donde
lanzarse a recorrer la Casamance.
Uno de los centros de mayor tirón turístico de la región
es Cap Skirring, zona de hermosas y amplias
playas casi dedicada por completo al turismo. Sin embargo, la belleza del
lugar y la idiosincrasia propia de las poblaciones anejas bien merece que
el viajero pierda un poco de su tiempo disfrutando de un siempre bienvenido
y reparador descanso.
Más
al interior, la isla de Karabane aparece como
un auténtico paraíso. El único hotel del lugar garantiza
la absoluta tranquilidad para quien llega hasta ella. La población
prosigue su vida sin prestar atención a los que van y vienen, y
el viajero tiene ocasión de disfrutar de todo sin la menor incomodidad.
Los días transcurridos allí, incluyendo la visita a alguna
que otra isla cercana -como por ejemplo la isla de Hitou,
abundante en fetiches y lugares sagrados- facilitan al viajero cuando menos
una mínima inmersión en aquella atmósfera liviana
y sutil, donde la vida fluye más que transcurre, donde el silencio
reinante permite apreciar los tambores que alguien golpea a lo lejos con
un sentido innato del ritmo, donde el aire siempre fresco reaviva la piel
de quien no ha parado de sudar ni un minuto durante los últimos
días. Sólo los inevitables mosquitos impiden que Karabane
alcance la categoría de auténtico edén.
Pero
Casamance no acaba ahí; cualquier espacio, las impresionantes
ceibas
-en algunos lugares árboles sagrados- que aparecen por doquier,
las poblaciones siempre acogedoras y vivas, las peculiares construcciones
de algunos poblados -por ejemplo, determinadas casas especialmente preparadas
para recoger el agua de lluvia-, y un sinfín de detalles más
convierten esta rica área africana en el espacio que más
impresiona al viajero, que mejor le compensa cualquier desabrimiento sufrido.
Adentrarse en canoa por algunos de los brazos que el río
Casamance forma al entrar en contacto con las islas y pasear tranquilamente
por alguna de éstas es una de las actividades más agradables
que se pueden hacer en esta región. Para el visitante que pueda
disponer de varios días, las localidades de
Oussouye
y Elinkine participan igualmente del mágico
encanto de Casamance.
Parques Nacionales
Aunque Senegal esté muy lejos de poder competir en paisajes y
vida salvaje con otros países africanos, como Kenia, Tanzania o
Zimbabue, por ejemplo, posee también ciertos espacios naturales
que bien pueden merecer una visita.
El Parque Nacional Niokolo-Koba, en el
este, es quizá el más famoso, porque en él habitan
algunas de las especies de mamíferos africanos más celebres.
No obstante, sólo es visitable a partir del mes de noviembre, y
lo cierto es que el número de estos animales es más bien
escaso.
Más al norte, cerca de St. Louis,
está el Parque Nacional Langue de Barbarie,
donde puede encontrarse un elevado número de aves. Este parque,
aunque visitable todo el año, no ofrece su mejor aspecto hasta después
del verano, cuando recoge un abundante número de aves que emigran
del norte huyendo del frío invierno.
Finalmente, tenemos el Parque Nacional de Djoudj,
casi lindando con la vecina Mauritania, el cual constituye la primera zona
húmeda importante al sur del Sahara. Auténtico santuario
para las aves que huyen del frío invierno del norte, este parque
nacional fue reconocido por la Unesco en 1971 como Patrimonio mundial,
debido a que el número de aves que llegan hasta él supera
los varios millones.
Los grupos étnicos
Senegal, como he dicho antes, es un país variado donde conviven
diversas culturas y religiones. Para quien esté interesado en la
composición étnica del país, así como en las
variadas relaciones a que dicha complejidad da lugar, recomiendo la lectura
del libro Dos estudios sobre las relaciones entre grupos étnicos
en África, publicado por Serbal (1982), en especial de su capítulo
Las
relaciones entre grupos étnicos en Senegal, de F. A. Diarra
y P. Fougeyrollas. No
obstante, a modo de breve resumen, podemos decir que la etnia mayoritaria,
los Wolof, son musulmanes y ocupan la mayor
parte de los puestos técnicos y administrativos del país.
Su lengua, el wolof, es en la práctica
el idioma nacional popular de Senegal.
Además de los wolof, existen en Senegal otros grupos étnicos:
los Lebou, generalmente asentados en Dakar
y en las zonas costeras de Senegal (no en vano, son mayoritariamente pescadores),
aunque la adscripción geográfica va perdiendo cada vez más
sentido; los Tukolor, fundamentalmente pastores
y estrictos practicantes del Islam, lo que les confiere un peculiar respecto
por parte de las otras etnias; los Peul, pueblo
típicamente nómada y esencialmente dedicados al pastoreo;
los Sarakole, dispersos por Senegal, Ghana
y Malí, de tradición eminentemente viajera; los Serer,
cristianos con ritos animistas, residen fundamentalmente en las regiones
del Sine-Saloum y de Thies y alrededores, y constituyen junto con los Wolof
los dos grupos étnicos más importantes de Senegal; los Diola,
animistas aunque practiquen ciertas formas de culto cristiano, viven de
la agricultura y se encuentran mayoritariamente en la región de
Casamance; los Bassari, quizá la etnia
que más vive arraigada en sus tradiciones ancestrales, son animistas
y se hallan en la zona este, alrededor de Niokolo Koba.