De pocos viajes
por la vieja Europa puede venir uno tan fascinado como de Italia. Y ello
por varios motivos: en primer lugar, por el innegable atractivo de sus
ciudades, por la vitalidad mediterránea de sus calles y de sus plazas;
en segundo lugar, por los innumerables restos históricos que alberga
y por el ingente número de obras de arte que pueden hallarse hasta
en el más pequeño de sus pueblos; y, finalmente, por el carácter
vitalista y activo de sus gentes, por la sabiduría existencial de
que hacen gala con evidente orgullo. Y por si todo esto fuera poco, si
hablamos de Florencia y Roma, el valor de tales afirmaciones merece ser
multiplicado por diez. Para no aburrir con descripciones sobre aspectos
que todo el mundo habrá escuchado más de una vez, he preferido
mostrar unas cuantas imágenes de aquellos lugares que, personalmente,
más me han seducido de estas dos ciudades. Espero que el lector
también lo agradezca.
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