BRUSELAS Y FLANDES Por los dominios de Felipe II Para comenzar, diré que lo peor del viaje fue la compañía aérea que nos llevó a Bruselas y nos trajo de regreso a España, la famosa Ryanair. Y no por el trato recibido o por las características del vuelo, sino por intentar estafarnos al incumplir las condiciones claramente establecidas en nuestro contrato de vuelo y querer hacernos pagar un recargo de 48 euros en cada desplazamiento con el pretexto de un inexistente exceso de equipaje. Se trató de una pelea tan desigual (ellos tenían la sartén por el mango: o pagabas el citado incremento, a pesar de lo estipulado en el billete electrónico que yo mismo llevaba personalmente en la mano –donde se indicaba con absoluta claridad que dos personas que compartieran el mismo billete podían también compartir el peso del equipaje–, o nos impedían montar en el avión, pese a tener pagado el billete con varios meses de antelación). Fue un incidente que echó por tierra cualquier opinión positiva que hasta entonces hubiera podido tener yo sobre la compañía irlandesa: nunca he sentido mis derechos como consumidor y usuario tan pisoteados como entonces. Las disculpas recibidas por parte de la compañía semanas después a instancias de nuestra reclamación no les exoneran de su prepotencia ni del mal trato que nos ofrecieron, ni nos tampoco resarcen del abuso sufrido. Pero volviendo a lo positivo, habría que empezar diciendo que el resto del viaje fue incluso más satisfactorio de lo esperado. A pesar de que Bélgica es un país relativamente pequeño y que las distancias entre sus principales ciudades son cortas, preferimos en esta ocasión centrarnos en una de sus regiones, Flandes –aparte de su capital, Bruselas, que no en vano constituye la tercera región autónoma del Estado–, dejando la región de Valonia para otra mejor ocasión. Las excelentes comunicaciones ferroviarias de que goza este país fueron clave para decidirnos a establecer nuestro "campamento base" en Bruselas, y desde allí trasladarnos cada día a los distintos lugares que deseáramos visitar, exceptuando una noche en que pernoctamos en Brujas, ya que consideramos –con total acierto, he de decir– que un par de días no era excesivo para esta maravillosa joya medieval.
BRUSELAS A priori, es fácil pensar en Bruselas como una ciudad desabrida, un tanto deshumanizada y tremendamente aburrida, copada por legiones de grises funcionarios que llegado el fin de semana huyen a sus lugares de origen dejando las calles de la ciudad sumidas en un brutal abandono. Pero nada hay menos cierto que eso. Bruselas es una ciudad viva, alegre, intensa como pocas: sus barrios del sur, especialmente Les Marolles y St Gilles, y la maravillosa plaza de Le Grand Sablon, representan una invitación sin matices al movimiento, al disfrute epicúreo de la noche, a la exaltación de los sentidos. No en vano, la ciudad se caracteriza por poseer un surtido casi interminable de restaurantes de toda clase y condición, prueba del gusto de los bruselenses por los placeres más sencillos. Y eso a pesar de que la ciudad registra uno de los índices pluviométricos más altos de Europa: lo normal es que una de cada tres mañanas aparezcan bañadas por una melancólica pero siempre reparadora llovizna. Tal es así, que viajar a Bélgica sin paraguas es como pretender subir el Everest con unas zapatillas de cáñamo. Y tampoco se trata de una ciudad fea. Además de la magnífica Grand Place y sus alrededores, existen muchas otras zonas donde disfrutar de un agradable y reconfortante paseo (siempre y cuando la lluvia lo permita) y recrearse en la estilizada arquitectura de muchas de sus zonas urbanas. Bruselas es una de las ciudades europeas donde más fachadas estilo Art Nouveau pueden encontrarse (aquí vivió y murió uno de los máximos impulsores de este movimiento artístico, Victor Horta). Merece la pena, por tanto, dedicar varios días a la ciudad, disfrutar de cualquiera de sus justamente famosas cervezas sentado en uno de los viejos cafés que todavía se conservan como antaño y degustar su bien considerada cocina sin tener que asumir un coste excesivo y sin preocuparse demasiado de la zona en donde uno se encuentre. La Grand Place y alrededores Es el centro turístico por excelencia de la ciudad. Y, desde luego, la plaza lo merece. Son espectaculares tanto su ayuntamiento, cuya torre sobresale muchos metros a la redondea, como cualquiera de los edificios gremiales erigidos a lo largo de los últimos siglos y que ofrecen un espléndido muestrario del desarrollo que el barroco llegó a alcanzar en esta ciudad. Por las mañanas, los numerosos puestos de venta de flores que se extienden a lo largo de la plaza le confieren un lirismo especial, un toque de color que rompe con el gris habitual de las mañanas bruselenses. Alrededor de la plaza abundan los restaurantes para turistas (la Rue des Bouchers y adyacentes son paradigmáticas al respecto, y por tanto poco recomendables para quien busque verdadera comida belga) y comercios de la más diversa índole (muy agradecidas, sobre todo en día de lluvia, son las Galeries Saint-Hubert). La zona, por tanto, merece ser visitada con tiempo y paciencia; pero quien desee respirar un ambiente más puro y auténtico deberá alejarse unos metros y rastrear en las aledañas zonas de St. Geri o Le Grand Sablon, mucho más desahogadas y entrañables. En St. Geri, por ejemplo, es posible encontrar restaurantes de enorme calidad a precios más que aceptables, en los que además se puede disfrutar de la auténtica cocina belga y no seudopastiches dirigidos al turista acrítico y conformista. Para quien agradezca alguna que otra pista sobre dónde dar con una buena y para nada cara comida, le recomendaría el restaurante 9 et Voisins, situado en la Rue Van Artevelde (resulta un poco difícil de encontrar, porque su fachada carece de cartel alguno que lo identifique). Según algunos comensales con los que coincidimos, se trata de un excelente restaurante que ofrece auténtica comida "casera" (ese fue al menos el término que usaron para calificarla). Como pude comprobar personalmente, los platos son abundantes y el ambiente genuinamente bruselense. Nosotros acudimos en tres ocasiones, y en todas ellas salimos más que satisfechos. Otra de las curiosidades que ofrece esta zona (y que comparte con otras aledañas) son los murales dedicados a distintos personajes del cómic que decoran algunas de sus paredes. La influencia de Hergé y su dibujo Tintin (el cual, por razones que no vienen al caso, aborrezco sobremanera) ha convertido a Bruselas en algo así como la capital del cómic. En los alrededores de la plaza de Le Grand Sablon, otra de las joyas de la ciudad, existen igualmente numerosos restaurantes donde disfrutar de una buena comida, aunque la sensación personal que obtuve al pasear por aquí es que en general eran un poco más caros que los de St-Geri. Por otra parte, en dicha plaza –adonde recomiendo acceder por la entrañable Rue de Rollebeek– los domingos por la mañana suele instalarse un pequeño pero coqueto mercado de antigüedades (no en vano, en la zona abundan los comercios de anticuarios), cuyos puestos se sitúan al amparo de la espectacular iglesia de Notre Dame du Sablon, construida a finales del siglo XIV.. También se pueden encontrar buenos restaurantes en los alrededores de la Iglesia de Ste-Catherine, aunque su precio resulta algo más elevado que en St-Gery. Pero si alguien anda sobrado de dinero y además aprecia el buen marisco, en la aledaña Baksteenkaai podrá encontrar los mejores restaurantes bruselenses en esta especialidad. En los alrededores de la Grand Place existen varios cafés de estilo decimonónico (maravillosos el Café Falstaff, justo al lado del edificio de la bolsa, y La Maison Cirio, en el lado contrario al mismo edificio). Asimismo, encontrar buenas y acogedoras cervecerías donde probar una cualquiera de las más de trescientas variedades de cerveza que se fabrican por aquí no es tampoco una tarea difícil. Si de algo puede jactarse esta cosmopolita ciudad centroeuropea es de la cantidad lugares de ocio y esparcimiento que posee. Les Marolles Es el antiguo barrio obrero de Bruselas. Se trata de un lugar entrañable, donde abundan las calles estrechas y los bares poco dados a sutilezas estéticas pero de una tremenda efectividad culinaria, donde tomar una deliciosa y reconfortante sopa del día o degustar placenteramente una cerveza autóctona se convierte en una actividad deliciosa. No suelen ser muchos los turistas que se aventuran hasta aquí, y sin embargo su proximidad con la Grand Place debería ser un incentivo para ello. A la vez que cobijadora de los restos de Peter Brueghel "el viejo", uno de los pintores más importantes de la escuela flamenca, la iglesia de Notre Dame de la Chapelle marca el inicio del recorrido que a través de la Rue Haute y la Rue Blaes nos conduce al corazón más palpitante de esta parte de la ciudad. El lugar más entrañable del barrio es, sin duda alguna, la plaza de Jeu de Balle, donde por las mañanas tiene lugar una especie de "rastro" multitudinario en el que se puede encontrar cualquier cosa susceptible de ser vendida y comprada. El ambiente los domingos por la mañana es más abrumador si cabe, y el público que concurre al mismo, tanto para comprar como para vender, es de lo más variopinto. Los numerosos y acogedores cafés que rodean la plaza permiten hacer un alto y, en los días de lluvia, recuperarse del frío con una de las muchas sopas del día que en ellos se ofrecen. Otro de los edificios cardinales de Les Marolles es el enorme y grandioso Palacio de Justicia, una mole inmensa que fue mandada edificar por Leopoldo II para dotar de importancia administrativa al barrio, hasta entonces bastante ajeno a las prioridades gubernamentales. No es, sin embargo, un edificio estéticamente reseñable, pero desde aquí se puede disfrutar de unas interesantes panorámicas de esta parte de la ciudad. El Palacio Real Alrededor de la Plaza Real (Place Royal) se sitúan algunos de los más majestuosos edificios de Bruselas, comenzando, cómo no, por el mismísimo Palacio Real, que pese a su nombre no es la residencia oficial de la familia real belga (aunque en ocasiones es utilizado para recepciones oficiales y demás parafernalia monárquica), y por tanto puede visitarse ateniéndose a los horarios establecidos. En realidad, el palacio fue mandado construir por el rey Guillermo I de Holanda, quien ejerció de máximo represente político hasta la rebelión de 1830, movimiento nacionalista que dio origen al nacimiento del Estado belga tal como lo conocemos en la actualidad. Pero volviendo al espacio físico que nos atañe, se puede decir que aquí las avenidas son amplias y luminosas, aunque la zona no es precisamente extensa. Junto al propio palacio, el Parc de Bruxelles, no excesivamente grande para lo que se podría esperar en una ciudad como ésta, resulta sin embargo un espacio agradable y acogedor, a menudo surcado por deportistas y por perros –aunque estos últimos generalmente acompañados por sus dueños. Justo al lado, haciendo frontera con Le Sablon, se encuentra otro impresionante edificio, el Museo de Bellas Artes, que va a dar a otra plaza encantadora y tranquila, la Place du Musée. Y si bajamos por la Rue Montaigne de la Cour Hofberg, nos encontraremos con algunas de las más bellas fachadas modernistas de la ciudad, en especial con el edificio de los antiguos almacenes Old England, que en la actualidad alberga el Museo de los Instrumentos Musicales. Una pequeña pero acogedora plaza ajardinada, le Mont des Arts, nos conduce hasta la Place de Albertine, desde donde podemos bajar a través de la Rue de la Madeleine hasta la Grand Place de nuevo. Algo más al norte se encuentra la Catedral de Bruselas, adonde hay que llegar casi de propio, ya que pilla un tanto a desmano de los principales recorridos turísticos de la ciudad. Su fachada fue erigida en el siglo XV en estilo gótico. A mí me recuerda a la fachada de la Catedral de Notre Dame de París, aunque un poco más estrecha y, por supuesto, mucho menos decorada y trabajada. Desde aquí se accede a la zona alta de la ciudad, el viejo barrio de la aristocracia, donde en otro tiempo se ejercía el verdadero poder político. La zona se caracteriza por sus esplendorosos edificios y mansiones de los siglos XVIII y XIX y por sus avenidas anchas y descongestionadas. Sin embargo, en contraposición a la tranquilidad que en efecto se respira, justo aquí se encuentra también la Estación Central de ferrocarril, centro estratégico de salida y llegada de la ciudad, lo que hace que sus alrededores sean un hervidero de gente con maletas que circula con evidente diligencia. Un poco más al norte se encuentra el Jardín Botánico, aunque fuera ya del pentágono que delimita lo que se considera el centro de Bruselas, enclaustrado entre grandes bulevares que parecen emular los fosos de los antiguos castillos medievales. St-Gilles, la Unión Europea y el Atomium St-Gilles es la zona modernista por excelencia de la ciudad, aunque encontrar fachadas que realmente se ajusten a esta corriente artística requiere un cierto esfuerzo y una búsqueda algo concienzuda. No obstante, la vitalidad y el trajín que se observan en sus calles justifican el más modesto paseo vespertino. También se encuentran aquí varios de los más lujosos hoteles de la ciudad, sobre todo en la concurrida y agitada Avenue Louise, así como el archifamoso museo Horta, establecido en uno de los edificios creados y diseñados por el propio artista belga. La zona donde se ubican los principales edificios que forman parte del conglomerado de las instituciones europeas apenas merece un pequeño comentario. Y no porque sus fachadas sean feas o escasamente atractivas (no todas lo son), sino porque todo lo que uno puede encontrarse por aquí se sitúa dentro de la más absoluta vulgaridad; el lugar carece de un mínimo elemento aglutinador que ayude a definirlo de una manera inequívoca. Todo parece estar creado al servicio de un mero fin: el trabajo burocrático e impersonal de las grandes administraciones. Si además se visita en día festivo, la ausencia de vida acrecienta más aún esa sensación vacía y atípica, ese conato de vida que debiera caracterizar todo espacio donde se desarrolla una considerable actividad humana. El Atomium (con permiso del a mi juicio absolutamente prescindible Manneken Pis) se ha erigido en el símbolo más representativo de Bruselas. Poco antes de nuestra visita se había acabado de acometer una restauración que le ha devuelvo el lustre perdido desde su construcción, allá por el año 1958. No entramos en su interior; sin embargo, y como casi todo elemento que por diversos motivos alcanza una significación más elevada que lo que en sí mismo significa, venir de propio hasta aquí (el Atomium está situado a bastante distancia del centro) acaba por resultar más un antojo que una satisfacción estética.
LOVAINA Lovaina se encuentra a tan sólo a 27 kilómetros de Bruselas, lo que unido a su reducido tamaño permite ser visitada en un día. Además, la escasa distancia que separa la estación de ferrocarril del centro de la ciudad facilita el desplazamiento de un extremo a otro sin verse obligado a coger autobús o taxi. Dos de las cosas que más admiro de ciertos países europeos (entre los que sin duda alguna se encuentran Bélgica y Alemania) que he visitado son el uso masivo y generalizado de la bicicleta en las ciudades –lo que a su vez conlleva la existencia de numerosos y respetados carriles-bici que encajan perfectamente con la circulación rodada y el tránsito peatonal, aspecto que muchos palurdos nacionales deberían tener en cuenta antes de poner el grito en el cielo cada vez que se proponen este tipo de vías para nuestras atestadas, contaminadas y deshumanizadas vías urbanas– y el uso del ferrocarril como medio habitual de transporte. Siempre he creído que el medio de transporte que ofrece una dimensión más humana es el ferrocarril: permite hacer el viaje de una manera más cómoda, el daño que causa en el entorno natural por el que cruza es menor, y por supuesto es mucho más eficiente en lo relativo al consumo energético. Me pena profundamente que en nuestro país se haya abandonado desde hace décadas este tipo de transporte para apostar por el contaminante y mucho más peligroso transporte por carretera. Si uno viene a Bélgica y usa su eficiente y excelente servicio de ferrocarril, creo que se dará cuenta perfectamente de la diferencia entre ambos medios. Lovaina es famosa sobre todo por su universidad (donde impartió clases el humanista Erasmo de Rotterdam), y por tanto su agitada vida "social" se erige también en una de sus enseñas más distintivas. Pero, ante todo, lo que primero deslumbra al visitante es su monumental Grote Markt, en la cual destaca por su espectacularidad el ayuntamiento, una obra maestra del llamado gótico brabantés. Su fachada está adornada por un total de 236 estatuas, aunque no pertenecen al diseño inicial del edificio, del siglo XV, sino que fueron añadidas en una remodelación posterior ya en el siglo XIX. La otra gran plaza de la ciudad es la Oude Mark, la preferida por los estudiantes. La plaza en sí misma es una auténtica preciosidad, y sin que en ella destaque ningún edificio especialmente, todos ellos confieren al conjunto ese estilo tan particular de las viejas ciudades medievales flamencas. Merece la pena callejear por algunas de las vías que cruzan ambas plazas, pero yo recomendaría no perderse de vista el convento de las Beguinas, que, aunque situado a alguna distancia del centro, es un lugar pleno de belleza, armonía y sensibilidad. Las beguinas eran congregaciones femeninas más o menos religiosas (hacían todos los votos propios de las congregaciones religiosas menos el de pobreza) que surgieron alrededor del s. XI debido a la situación de desamparo en que muchas mujeres se encontraban consecuencia de la marcha de buena parte de los hombres a las fatídicas cruzadas. En estas congregaciones, las mujeres se auxiliaban entre sí y se organizaban respetando el orden social del que procedían. Algunas de estas congregaciones todavía se conservan como tales, pero la de Lovaina ha sido reconvertida en residencia para profesores y estudiantes. Todavía se conservan algunos de sus edificios más antiguos, de fachadas poco recargadas pero armoniosas. Llegar hasta aquí un domingo por la mañana, cuando la vida estudiantil se mantiene en total estado de letargo, puede convertirse en una de las actividades más sosegadas y placenteras a las que puede entregarse un visitante en Lovaina.
GANTE Gante en su tiempo llegó a ser la segunda ciudad más grande del norte de Europa, tras París. En la actualidad, es una activa capital de más de 210.000 habitantes que se jacta de poseer el mayor número de edificios históricos de Flandes. Y en efecto, aunque su casco viejo no es excesivamente extenso, tanto las plazas de San Bavón y Koren como los muelles Graslei y Korenlei o el puente de St-Michiel pueden acaparar buena parte de nuestro tiempo de estancia en la ciudad. El rectángulo que forman todas estas zonas es además zona peatonal y está repleto de numerosos edificios históricos de gran relevancia, como la Catedral de San Bavón, el Belfort o la Iglesia de San Nicolás. Pero, por encima de todo, la maravillosa línea formada por las triangulares fachadas de los edificios situados en el muelle de Graslei eleva la belleza de esta ciudad a niveles más que considerables. A ambos lados del río Lys se alzan un buen número de casas de los siglos XII y siguientes, construidas por los gremios para resolver los asuntos propios de sus tareas. La conservación es excelente, y no es extraño encontrarse por aquí numerosos grupos de estudiantes que conversan despreocupadamente o aprovechan para comer algo hasta el comienzo de su próxima clase. Otro de los monumentos característicos de Gante es el castillo de Gravensteen, el cual todavía se mantiene en un más que aceptable estado de conservación. Desde lo alto de cualquiera de sus torres, además, se puede disfrutar de unas hermosas y amplias vistas de la ciudad. Justo bajo el castillo se encuentra el barrio de Patershol, zona de antiguas casas humildes (de las que en la actualidad apenas se conservan unas pocas fachadas) que se ha reconvertido en una concurrida zona vespertina de restaurantes y tiendas de moda. Apenas sin salirnos de la zona peatonal delimitada por las plazas Koren y San Bavón encontramos el Ayuntamiento, cuya fachada fue erigida en dos fases distintas: como es fácil constatar tras una somera vista de su exterior, en la construcción de la segunda fase se dispuso de una menor dotación económica, lo que hizo que adoleciera de bastantes menos florituras estéticas que la edificada en primer lugar. Merece también la pena dar una pequeña vuelta por otras calles aledañas. Por ejemplo, por la amplia y espectacular plaza Vrijdag, donde además los fines de semana se celebran diversos mercados al aire libre; o por el barrio de De Kuip, algo más al sur, donde se encuentran algunos edificios interesantes, como los hoteles Arnold Vander Haeghen y d'hane-Steenhuyse; o, si se dispone de tiempo, dar un ameno paseo en barca por los canales de la ciudad. De cualquier modo, Gante es una localidad hermosa que exige de sus visitantes el traslado a pie de un lugar a otro, haciendo cuantos altos sean precisos en sus numerosos y acogedores cafés; sólo de esa manera puede llegar a disfrutarse del aroma intransferible que destila cada una de las fachadas y calles de esta asombrosa capital medieval.
BRUJAS Esta ciudad podría ser considerada, sin duda alguna, como la Joya de la Corona Belga. No en vano, estamos ante una de las ciudades medievales mejor conservadas de Europa. Esto, sin embargo, tiene una desventaja evidente: la afluencia de visitantes en determinadas fechas es enorme, casi diría que apabullante. Por tanto, mi primera recomendación para quien desee visitar la ciudad sería evitar los periodos vacacionales y los fines de semana. Describir todas las maravillas que encierra Brujas sería una tarea casi interminable. Nosotros dedicamos dos días enteros a la ciudad y de ninguna manera nos pareció excesivo. Brujas no se termina en la suntuosa Markt, cuyo impresionante Belfort –la torre campanario que corona el antiguo mercado de tejidos– domina la vista de la plaza, convenientemente acompañado en uno de sus flancos por el edificio neogótico del Landhuis. De hecho, existen diversos recorridos alternativos, todos igual de recomendables, que permiten apreciar en su justa medida el potencial artístico e histórico del lugar. En la oficina de turismo se ofrecen unos más que interesantes folletos donde se señalan hasta cuatro recorridos diversos, ninguno de ellos coincidente en ninguna de sus partes. La mayor parte de los turistas apenas realizan el primero de ellos, que se corresponde con la parte más monumental de la ciudad, y que partiendo del Burg, la plaza que aloja el ayuntamiento –situado en el antiguo Palacio del Brugse Vrije–, y la Basílica de la Santa Sangre, en una de cuyas capillas se conserva la llamada "reliquia de la Santa Sangre de Cristo" –reliquia a la que, al parecer, todavía veneran algunos belgas (o al menos eso dicen; a mí, la verdad, me cuesta creerlo)–, nos lleva por la coqueta plaza de Huidenvetters a lo largo de uno de los canales hasta alcanzar la altiva y espectacular Iglesia de Nuestra Señora, que en la actualidad acoge el museo histórico de la ciudad. Desde aquí, y tras recorrer entre otras calles la acogedora plaza Walp –donde si alguno está interesado se encuentra la cervecería Halve Maan que, además de cervecería propiamente dicha, también es museo–, se llega al convento benedictino de Brujas, todavía ocupado por monjas pertenecientes a dicha orden. Justo al lado, el tranquilo parque de Minnewater constituye el entorno perfecto para tomar un descanso y recuperar fuerzas. El segundo de los recorridos nos lleva a través de la extensa Langestraat hasta el mismo extremo de la ciudad vieja, tras darnos de bruces con sus bien conservados molinos de viento. El recorrido continúa por las acogedoras y tranquilas calles de Carmers, Korte Rijkepijnders, Speelmans y Bals, todo un remanso de paz y sosiego, un paseo delicioso entre casitas bajas pero extremadamente seductoras, simpáticas por su aparente modestia, y entre estrechas pero bien conservadas callejuelas, dos de las cuales acogen los poco visitados pero muy recomendables museos del Encaje y de la Cultura Popular. A mi juicio, sería un error terrible perderse toda esta zona, cuya longitud (3,7 kilómetros) no debería desanimar a los más perezosos. El tercero de los recorridos, tan fascinante si cabe como los dos anteriores, nos conduce a lo largo de varios canales hasta dar con la algo apartada Capilla de Nuestra Señora ter Potterie. En el camino, nos topamos con algunos edificios significativos, como el Teatro Municipal, la casa Ter Beurze (en donde se data el origen de las actuales bolsas de comercio, cuyo nombre, bolsa, proviene del nombre de la familia, Beurze) y la Lonja de los Burgueses, en la plaza J. van Eyck. A partir de aquí, nos sumergimos en un paseo de ensueño a través del cual se van sucediendo casi sin solución de continuidad un sinnúmero de hermosas fachadas y coquetos edificios que se apostan altivos a ambos lados del canal. Finalmente, desde la calle Ezel alcanzamos otro de los extremos de la ciudad vieja para regresar después al centro neurálgico de Brujas, eso sí, tras visitar la iglesia de Santiago, cuyo origen se remonta al siglo XIII. El cuarto recorrido, de unos 4 kilómetros de longitud, nos acerca al extremo oeste de la ciudad, atravesando incluso la propia estación de tren y alcanzando la vieja puerta de Smedenpoort, construida en 1367. Junto a la estación del ferrocarril se encuentra el llamado 't Zand, el edificio de conciertos, un edificio moderno cuyo mayor logro, a decir de los entendidos, es su maravillosa acústica. Sin duda alguna, Brujas exige calma, tiempo, tranquilidad; exige igualmente el esfuerzo de no quedarse en sus plazas principales y ahondar con tiento en las otras muchas zonas que escapan a la invasión pacífica de los turistas. La recompensa a este esfuerzo –un esfuerzo modesto, de cualquier manera– es de una magnitud considerable.
MALINAS Esta vanidosa ciudad, nada espectacular aunque sí muy agradable y cómoda de recorrer, se encuentra a tan sólo 25 kilómetros de Bruselas, por lo que su visita no exige más que una pequeña escapada matutina. Fue capital de los Países Bajos en tiempos de los duques de Borgoña, y aquí residió María de Hungría cuando su hermano Carlos tuvo que trasladarse a España para reinar, dejándola a ella al cuidado de los territorios de los Países Bajos. Su punto neurálgico lo constituye sin duda su plaza mayor, delimitada por hermosos edificios históricos de bellas y delicadas fachadas y coronada por el ayuntamiento, que en realidad ocupa el edificio del antiguo Salón de Tejidos. Su otro edificio emblemático es la Catedral de San Romualdo, cuyos carillones pasan por ser los mejor conservados de Flandes. Malinas es por derecho propio la ciudad de los carillones: por mucho que se intente ignorarlos, al final resulta imposible. Se encuentre uno donde se encuentre, cada hora se les oye interpretar diversas melodías de complicada factura; no en vano, aquí se encuentra una de las más famosas escuelas de carillón del mundo, en la cual se han instruido numerosos concertistas de todas las partes del planeta.
AMBERES Amberes es la segunda ciudad de Bélgica por número de habitantes. Es también su puerto más importante (según algunas fuentes, se trata del tercer puerto comercial más importante del mundo, tras Nueva York y Rotterdam). Es igualmente la ciudad donde Rubens estableció su hogar, donde realizó algunas de sus más importantes obras y donde finalmente encontró la muerte. En una bocacalle de la popular Meir puede visitarse su casa-museo, un edificio que el propio Rubens diseñó en 1611 en el más puro estilo italiano de la época. El recorrido que realizan la mayor parte de los turistas que dedican un día a la ciudad viene determinado por la disposición de sus principales centros de interés. Desde la Estación Central, punto de llegada de los que se desplazan hasta aquí desde la cercana Bruselas (50 kilómetros separan ambas ciudades), la avenida Meir, una enorme calle peatonal que alberga una de las zonas comerciales más amplias de Europa, conduce directamente hasta las proximidades de la Grote Markt. Sin embargo, no convendría perderse algunos excelentes edificios que pueden encontrarse por el camino, como el Antiguo Palacio Real o el Boerentoren, el primer rascacielos construido en suelo europeo. Antes de llegar a la Grote Markt propiamente dicha, aparece la Groenplaats, una amplia plaza rectangular presidida por una estatua de Rubens. Sin embargo, desde el primer momento la Grote Markt se erige el espacio más destacable y suntuoso de Amberes: de forma extrañamente triangular, las impresionantes fachadas medievales de su lado norte, así como la sobriedad renacentista de su ayuntamiento, no pueden dejar de causar una honda impresión en quien las contempla por primera vez. La extraña fuente de Silvio Bravo, un personaje legendario del que dicen que arrancó la mano a un ogro para arrojarla al mar, no desentona lo más mínimo con el entorno medieval que la rodea. Amberes, debido a su tamaño, ofrece muchos otros lugares que sin duda deberían merecer la atención de todo visitante: el coqueto castillo de Steen, admirable por su perfecta reconstrucción; el Vleeshuis, un antiguo edificio situado frente al castillo y que en su tiempo ejerció de sede del gremio de carniceros; la impresionante Catedral de Nuestra Señora, que, entre otras pinturas, acoge la obra maestra de Rubens Descendimiento de la cruz; la Oude Beurs, la vieja bolsa de Amberes, que sin embargo no nos fue posible visitar; la pequeña plaza Hendrik Conscience, coronada por la imponente iglesia barroca de San Carlos, cuya fachada fue diseñada por el mismísimo Rubens; o la sorprendente callejuela de Vlaeykengsgang, que, según dicen, se mantiene tal como era en el siglo XVI. Como se ve, de todo y para todos los gustos. Quien ande sobrado de tiempo, puede llegarse también hasta el barrio de 't Zuid, cuyo edificio principal es el Museo de Bellas Artes, y que, según cuentan, se ha convertido en el barrio de moda entre los "modernos" de Amberes; o, por el contrario, acercarse al barrio de los marineros, el Schippeerskwartier, algo más al norte, y que acoge el correspondiente "barrio rojo" de la ciudad. Pero, a mi juicio, resultaría imperdonable perderse el un tanto lejano barrio de Zurenborg, una espacio fabuloso que en la práctica se ha convertido en un auténtico museo de arquitectura estilo Art Nouveau. En la confluencia de las calles Cogels-Osylei y Transvaalstraat se ofrece todo un muestrario de impresionantes fachadas modernistas, un auténtico placer visual que cuesta digerir con parsimonia debido a la exuberancia formal de los edificios. Como curiosidad –y como ejemplo de la manifiesta estupidez a que puede llegar el ser humano, sobre todo cuando actúa movido por la codicia y el "legítimo" ánimo de lucro–, es importante señalar que esta fantástica parte de la ciudad estuvo a punto de ser demolida en los años sesenta. La decidida actuación de los sectores más concienciados y responsables de la ciudad consiguió evitar que la tragedia se consumase. Es probable que Amberes pida algún día más; nosotros abandonamos la ciudad con la sensación de no haberle sacado todo el jugo a sus posibilidades. Como curiosidad, y si se anda sobrado de tiempo, resulta curioso darse una vuelta por los alrededores de la Estación Central, donde abundan los comercios especializados en el negocio de los diamantes (por si alguien todavía no lo sabe, Amberes es la capital mundial del diamante; se dice que el 75% de todos los diamantes que se venden en el mundo han pasado en algún momento por aquí), y si apetece continuar algo más al sur, daremos de lleno con el barrio judío, donde no es difícil ver a gente vistiendo sus peculiares atuendos ortodoxos. © 2006 Carlos Manzano |