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Vietnam, como la mayor parte de los países del sudeste asiático, es una nación dinámica y cambiante que en muy poco tiempo lleva al desfase la mayor parte de los comentarios. El texto que he escrito a continuación debe entenderse, pues, como algo absolutamente circunstancial, no como una guía de viaje ni como un estudio sobre la situación o el carácter del país; se trata tan solo del relato personal (y por ello siempre intransferible) de un viajero que visitó Vietnam en septiembre de 2002. Por ello en esta página hay más sensaciones que datos, más apreciaciones que análisis. No trata tanto sobre Vietnam cuanto de mi viaje a Vietnam.  No obstante, dado el cada vez mayor número de personas que lo eligen como destino para sus vacaciones, he querido también dar cierta información práctica producto de mi propia experiencia, y siempre teniendo en cuenta que dicha información corresponde al año 2002.

REPORTAJE GRÁFICO


VIETNAM
El país del agua


Se quiera o no, hay un acontecimiento que siempre está presente cuando se habla de Vietnam: la guerra contra los Estados Unidos de Norteamérica. Hay tanta literatura y tantas películas realizadas sobre el tema que es difícil oír hablar del país sin imaginarnos a los helicópteros de combate sobrevolando las poblaciones rurales, asesinando campesinos en masa o arrasando cientos de hectáreas con napalm. Mausoleo de Ho Chi Minh, fundador de la Vietnam modernaPero lo cierto es que quien visite Vietnam ignorando por completo lo que allí sucedió hace poco más de veinticinco años (si pudiera existir alguien así) difícilmente encontrará algo que le haga recordar la dramática contienda. Resulta sorprendente cómo un país devastado por miles de bombas ha conseguido superar sin traumas aquella tragedia y se dirige hoy hacia un futuro incierto pero esperanzador con el aplomo y la serenidad de quien apenas ha sufrido contratiempos en su existencia. Su capacidad para asumir adversidades y desgracias parece casi ilimitada. Si hubiera que definir a Vietnam con alguna frase enjundiosa u ocurrente, me permitiría copiar a Federico Ruiz, director de la compañía de viajes Hasia de Hanoi, en su descripción los vietnamitas:
"Para quien escribe este librillo, el elemento que mejor describe a los vietnamitas es el agua. Son fluidos. Se adaptan con extrema facilidad al contenedor, sin dejar de ser lo que son. No tienen aristas. Sus perfiles no están bien definidos. Se mezclan muy bien con otras aguas. Son suaves y limpios. Dispuestos a renunciar incluso a una porción de sí mismos sin por ello perder su esencia. El agua es agua ya esté en una botella o en una copa; ya se divida en dos o doscientas partes..."
Además, los ríos y el propio Mar de China son tan fundamentales como el aire o los bosques tropicales. El Mekong, con sus desbordamientos anuales, ha hecho de Vietnam uno de los países con mayor producción de arroz del mundo. Los ríos han sido durante siglos el medio de transporte más rápido y eficaz. El mar, además de proporcionar un sector pesquero básico en su alimentación y su economía, facilitó la incursión (o dicho en otras palabras, la invasión) de otros imperios que han ido dejando su poso hasta convertir la cultura vietnamita una elegante mezcla de tradiciones, arquitecturas y formas de vida que tienen tanto de propias como de japonesas, chinas o francesas.

Debido al poco tiempo de que disponemos (apenas 15 días), llevamos organizado desde España tanto el alojamiento como los desplazamientos, un sistema de viaje que nos funcionó bastante bien el año pasado en Tailandia. Sin embargo, organizar los traslados y las excursiones directamente desde Vietnam es muy fácil, hay numerosas agencias que facilitan las gestiones y que ofrecen al viajero innumerables posibilidades. Algunas de las más famosas son el Sinh Cafe, el Kim Cafe o Queen Travel (esta última sólo trabaja en Hanoi). En cualquier guía actualizada se pueden encontrar las direcciones de estas compañías. Asimismo, todas ellas disponen de página web.

Nuestro viaje debía ponernos en Ciudad de Ho Chi Minh (es decir, Saigón) la mañana del martes de 17 de septiembre de 2002, pero debido a unos retrasos en los vuelos apenas tuvimos tiempo para llegar al hotel bien entrada la noche, sin tiempo ni ganas de pisar siquiera por curiosidad las ajetreadas calles de la gran urbe asiática. Así pues, nuestro viaje en realidad comenzaría al día siguiente.

 

CIUDAD DE HO CHI MINH

(18 de septiembre de 2002)

Nos alojamos en el hotel Liberty II, a un paso del boulevar Le Loi. Ayer, durante nuestro trayecto desde el aeropuerto de Saigón hasta el hotel, habíamos intuido algo del caos circulatorio que rige esta ciudad. Hoy por la mañana lo hemos experimentado en nuestras propias carnes.

Una de las concurridas calles del barrio de CholonEn Vietnam la vida empieza pronto. Antes de las seis de la mañana la calle es ya un hervidero de motocicletas, puestos de venta, individuos que van o vienen siempre en dirección a algún punto concreto, y ruido, sobre todo mucho ruido. Debido al retraso de los vuelos de ayer, disponemos de tan solo un día para esta ciudad, así que decidimos visitar en primer lugar su barrio chino, Cholon, empezando por su bullicioso mercado de Binh Thay, el más populoso de la capital.

Nuestra intención es coger un taxi, pero fuera de las inmediaciones del hotel no encontramos ninguno, así que nos decantamos por unas honda om (motocicletas que hacen la función de taxi) sin ser del todo conscientes del riesgo que asumimos. No obstante, la experiencia resulta inolvidable. Actualmente, las motocicletas han sustituido casi por completo a las viejas bicicletas, así que en unos pocos segundos nos vemos sumergidos en una vorágine incesante de motos que circulan ajenas a más elementales normas de tráfico A veces, cruzar una calle puede convertirse en toda una odiseay sin el menor sentido del riesgo: los vehículos que circulan en ambos sentidos se cruzan unos con otros esquivándose con una habilidad sorprendente, en algunos momentos a velocidades considerables, asumiendo unos riesgos que a nosotros, acostumbrados a la aquí inexistente norma del ceda el paso, nos parecen completamente innecesarios. Es cierto que esta locura circulatoria parece más escalofriante observándola desde fuera que una vez inmersos en ella, pero contra toda lógica los motoristas nos llevan a nuestro destino sanos y salvos. Sin embargo, y confirmando nuestra primera impresión, algunos días más tarde nos informarán de que los accidentes de moto están convirtiéndose en una lacra en este país. El número de muertos en este tipo de accidentes sobrepasa los diez mil anuales. Las autoridades son conscientes de la gravedad de este problema, y en muchos programas de televisión se hace hincapié en la necesidad de tomar unas mínimas precauciones al conducir y se están empezando a tomar serias medidas para regular el tráfico.

Caminando por Cholon asistimos a un entierroBinh Thay no decepciona lo más mínimo. Hay de todo lo que se pueda vender y comprar: carnes, pescados, verduras, ropa, material de aseo y limpieza, etc. Son las siete y media de la mañana y el mercado está en pleno apogeo. Es un lugar cubierto, enorme, pero aún así la mayor parte de los puestos se sitúan en los alrededores. De este mercado nos dirigimos a otro de aves situado en la calle Tran Chanh que hemos visto desde las motos. Hay tanta agitación como en el propio mercado de Binh Thay. Algunas motocicletas cargan con docenas de estos animales, parece imposible que puedan mantener el equilibrio. Después bajamos por Hai Thoung Lan Ong, una calle pequeña pero repleta de comercios y plena de actividad. Justo al lado se encuentra la iglesia de Cha Tam, con sus altas torres visibles desde el propio mercado. En ese momento somos testigos de un entierro que a modo de procesión cruza frente a nosotros. Más que un sepelio, parece una celebración: un grupo de músicos abren el cortejo fúnebre seguido por varias personas vestidas de llamativos colores, con banderas y estandartes; tras el féretro, varios autobuses cierran el séquito, presumiblemente ocupados por los familiares del difunto.

Un vendedor se dirige al mercado de aves de Tran ChanhEstos primeros minutos en Saigón son apasionantes, absolutamente inolvidables. No hay un segundo para el reposo, la mirada va y viene sin control de un puesto de verduras a otro de medicina tradicional, de un ciclo donde una buena señora lleva consigo su abundante compra a una motocicleta cargada hasta lo inverosímil. Hacemos un descanso en un pequeño café de la calle Nguyen Trai (una de las más celebradas herencias francesas) y descubrimos la calidad del que se toma por aquí: su aroma es suave, quizá con un cierto sabor a cacao, y lo sirven en unas tazas en cuya parte superior se coloca propiamente el café, y al cual se le añade agua caliente; ésta, al filtrarse, acaba depositándose en la taza propiamente dicha. 

En esta misma calle se encuentran varios templos y pagodas, como Phuoc An Hoi Quan o Thien Hau, este último bastante reformado. Los vietnamitas no son un pueblo especialmente practicante en materia religiosa, aunque sean enormemente supersticiosos y crean sin matices en espíritus y sortilegios -y eso se nota en los templos: la mayor parte de ellos no están bien cuidados-. Si lo comparamos con Tailandia, por ejemplo, la diferencia es evidente.

Catedral de Notre DameAbandonamos Cholon para dirigirnos a la parte francesa de la ciudad. Un taxi nos lleva hasta Notre Dame, la catedral de Saigón, cuya construcción de claro estilo occidental parece algo fuera de lugar aunque no carece de atractivo. El ambiente de esta zona de la ciudad cambia por completo: ya no hay ajetreo, todo es más reposado; las motocicletas circulan más pausadamente, hay más árboles y los edificios, como es natural, delatan su pasado colonial. Bajamos por Dong Koi, antigua arteria vital del barrio francés, hasta la plaza Nam Son, donde se concentran el famoso hotel Continental, el Teatro Municipal (antiguo Palacio de la Ópera) y el hotel Caravelle, cuya modernidad contrasta brutalmente con el resto de edificios de alrededor. Aquí nace también el bulevar Le Loi, en cuyo cruce con Nguyen Hue se encuentra el actual edificio del Comité Popular, el antiguo Hotel de Ville. En el triángulo formado por estas tres arterias se hallan en la actualidad los hoteles más lujosos y los comercios más distinguidos. Hay multitud de restaurantes, y quizá por ello concentra también el mayor porcentaje de turistas de la ciudad.

El actual edificio del Comité Popular era el antiguo Hotel de VilleComemos en un pequeño restaurante de calle, y debido a que empiezan a caer unas gotas amenazantes regresamos enseguida al hotel. Por la tarde, sin que la lluvia haya dejado de caer ni un solo instante, bajamos dando un paseo hasta el río. El tráfico es intenso a estas horas. Todavía inexpertos, nos cuesta incluso cruzar de una calle a otra. Aquí en Saigón apenas hay semáforos ni nadie se detiene para permitir el cruce de peatones, así que solo queda poner un pie en la calzada y esperar a que las motocicletas te esquiven mientras caminas encomendándote al dios más cercano. A pesar de todo, y aunque parezca imposible, es un sistema funciona a la perfección.

Caminamos después por la orilla este del río Saigón, un río enorme como todos los de por aquí, y después volvemos a Dong Koi para cenar. No es Saigón una ciudad bonita que invite al paseo. El tráfico es extremadamente caótico, y a pesar de que vamos ganando en experiencia, todavía da respeto cruzar algunas avenidas. Buscamos un Cibercafé para poner los correspondientes e-mails a amigos y familiares, y confirmamos el lujo de alguno de los comercios que hay por aquí, fuera del alcance de la inmensa mayoría de los vietnamitas. Ha dejado un poco de llover. Confiamos en que este primer día no sea un presagio del tiempo que nos espera.

 

DELTA DEL MEKONG - CIUDAD DE HO CHI MINH

(19 de septiembre de 2002)

Un grupo de estudiantes ataviadas con el tradicional Ao DaiExcursión de un día a My Tho, la población del delta del Mekong más cercana a Saigón, para hacer un breve recorrido por este río. La excursión está organizada por el Sinh Cafe, y gracias a que el viejo autobús dispuesto para el circuito se llena enseguida, hacemos el viaje en un cómodo minibús que nos permitirá apreciar mucho mejor el paisaje: extensos campos de arroz que los vietnamitas trabajan duramente con la única ayuda de enormes bueyes de tiro.

Nuestro primer contacto con las carreteras del país no es del todo malo, aunque se conduce con bastante temeridad y las motos no dejan de cruzarse una tras otra en nuestro camino. Debido a la generalizada costumbre de acceder a la carretera sin mirar (ya no hablo de ceder el paso), estamos a punto de atropellar a un motociclista. Finalmente, sin más contratiempos, el minibús nos deja en un pequeño puerto lindante con My Tho en donde tomaremos el bote con el que recorreremos parte del río Mekong durante unas cuantas horas.

Uno de los afluentes del Rio MekongPor el camino nos cruzamos con pequeños barcos de pesca y de transporte que aparecen dispersos a lo largo del río, aunque quizá debido a la hora hay menos tráfico de lo que esperábamos. En los muelles próximos los trabajadores preparan las embarcaciones para cuando haya que echarse a la mar. Nosotros entramos por un pequeño brazo del río hasta llegar a una minúscula aldea. Allí, la organización nos obsequia con fruta y con una actuación de músicos locales, pero no hay tiempo para visitar con más detenimiento el lugar. Algunos niños nos obsequian con figuras de animales hechas con tallos y hojas. Es un recorrido entretenido, pero no especialmente atractivo. Puede que el delta exija un par de días como mínimo, o que se nos haya privado de conocer algunos de sus aspectos más distintivos: el sempiterno problema de las excursiones organizadas. Así pues, con la sensación de no haber sacado el máximo rendimiento al excursión, regresamos a Saigón sobre las cinco de la tarde, justo antes de que empiece a anochecer.

Los barcos se preparar para salir a faenarJunto al hotel, en el número 37 de la calle Nam Ky Khoi Nghia, encontramos un restaurante de aspecto elegante llamado Blue Ginger y entramos a cenar. El lugar es ciertamente distinguido, muy bien decorado y de ambiente exquisito; mientras los esmerados camareros se afanan por ofrecer un buen servicio, un grupo de mujeres ameniza la comida interpretando música tradicional . La comida es excelente, y aunque el lugar resulta algo caro, comparado con los precios que se estilan por Europa el precio casi parece ridículo: un copioso plato de langostinos, otro de noodles con pulpo y unas verduras al grill, junto con las bebidas correspondientes, nos vienen a costar 213.000 dongs (apenas $14). Este será además el precio más elevado que llegaremos a pagar por una comida durante el resto del viaje.

 

CIUDAD DE HO CHI MINH - NHA TRANG

(20 de septiembre de 2002)

Prácticamente todo el día en autobús. A pesar de que los campos de arroz siguen dominando el paisaje, durante algunos tramos hemos atravesado diversas plantaciones de caucheras. Pero no ha sido el paisaje lo que más ha llamado mi atención. Todavía no me he familiarizado con el maremagnum caótico que son las carreteras en este país. Las motocicletas cruzan constantemente de un lado a otro sin prestar atención a los otros vehículos y los adelantamientos se suceden sin la menor precaución. Las carreteras son bastante malas, están llenas de baches y en algunos tramos el asfalto ni siquiera existe. La velocidad media no supera los 50 Km./h. Lamentablemente, en este viaje no tenemos ningún trayecto en tren; aunque el transporte por carretera es bastante barato (un trayecto normal viene a costar entre 6 y 10 dólares), casi es preferible pagar el doble por un compartimento en primera clase en el famoso tren de la reunificación: no se gana en tiempo, pero sí en salud y comodidad.

La boda tenía todos los ingredientes típicos de una celebración occidentalLo único de positivo de este trayecto ha sido la asistencia a un banquete de bodas. En el mismo restaurante en que hemos parado para comer, tenía lugar la comida de celebración de un matrimonio. Lo cierto es que dicho festín no difería en casi nada de los que se estilan en nuestro país: fotógrafo con reportaje de vídeo incluido, tarta nupcial, música en directo, los asistentes vistiendo sus galas más distinguidas, felicitaciones, mesas dispuestas para seis u ocho comensales cada una, etc. Quizá el único detalle peculiar era el vestido de las mujeres más mayores, más parecido al clásico ao dai -blusas de seda con grandes aberturas a los lados- que a las vestimentas occidentales.

Llegamos a Nha Trang ya al anochecer y nos alojamos en el hotel Vien Cong, en el núm. 1 de la calle Tran Hugn Dao, muy cerquita de la playa. El hotel es un poco viejo, aunque tiene piscina y el personal es especialmente amable. Como veremos más tarde, Nha Trang es una ciudad pequeña y sin demasiado interés. El motivo por el que muchos viajeros recalan aquí es por las islas que la rodean, excursión que mañana mismo realizaremos nosotros mismos.

Es de noche, así que antes de cenar damos un pequeño paseo por la playa a la luz de las exiguas farolas que apenas iluminan nuestros pasos. De vez en cuando, ratas del tamaño de una ardilla cruzan frente a nosotros; hay algunos restaurantes y lugares de copas en primera línea de playa, y la suciedad que se acumula alrededor les atrae. Aparte de esto, la playa a simple vista parece realmente atractiva, impresión que confirmaremos mañana mismo.

En Nha Trang, como en todo Vietnam, la vida comienza pronto, nada más amanecerNha Trang es un buen lugar para degustar marisco; así, en plena calle una mujer nos ofrece dos langostas por 50.000 dongs, pero no aceptamos su ofrecimiento porque no tenemos garantías de que sean realmente frescas. Finalmente, decidimos cenar en el Restaurante 50, situado en el número 49 de la arteria principal de la ciudad, Tran Phu, una calle que transcurre en su totalidad paralela a la playa. Excelentes las almejas con mantequilla.

Antes de entrar a cenar la ciudad parecía relativamente tranquila; no había demasiados transeúntes en las calles. Sin embargo, a la salida nos encontramos con cientos e incluso miles de jóvenes y no tan jóvenes circulando de un lado a otro sobre sus recién adquiridas motocicletas, a veces charlando moto a moto, siempre esquivándose recíprocamente sin que nadie parezca dispuesto a ceder el paso. Algunas motocicletas llevan tres o cuatro pasajeros, nosotros llegamos a ver hasta cinco personas: un matrimonio y sus tres hijos. Aparentemente no hacen nada, sólo circulan, se cruzan, recorren las calles una y otra vez por simple diversión. Hoy es viernes y la gente aprovecha para divertirse. Además, se celebra algún tipo de fiesta de los estudiantes -según nos cuentan después en el hotel-, los cafés y los bares están repletos, hay niños por todas las partes, la ciudad parece haberse convulsionado en minutos. La lluvia que de vez en cuando hace su presencia no parece molestarles mucho. El viaje en autobús nos ha cansado mucho; nos retiramos a dormir pero el espectáculo callejero continúa. No sabemos hasta qué hora.

 

NHA TRANG

(21 de septiembre de 2002)

La playa de Nha Trang al amanecerHoy tenemos prevista una excursión a algunas de las islas de la costa, incluyendo el buceo en algún que otro arrecife de coral. Como la salida está acordada para las ocho y media, hemos aprovechado las primeras horas del día para caminar un poco por la playa, a la hora en que los vietnamitas hacen sus ejercicios físicos y toman su baño -cuando el sol luce fuerte, con muy buen criterio dejan esta actividad para los turistas-, y después nos hemos acercado al mercado de Nha Trang, situado bajo la cubierta de un edificio semicircular, aunque lo más interesante se encuentra en el exterior, entre los puestos de carne y pescado, de verduras y fruta, que le confieren ese aspecto tan peculiar de los mercados asiáticos. La vida aquí es intensa, plena de aromas, colores y sonidos totalmente intransferibles.

La excursión parecía a priori enormemente atractiva, incluía la visita a cuatro islas y un largo recorrido por la costa. Así, a las nueve en punto hemos tomado dirección a la isla At Mun, donde haremos nuestra primera parada para bucear en uno de sus corales. Los amaneceres en Nha Trang son un prodigio de tranquilidad y sosiego El personal del barco nos provee del material necesario para el buceo, aunque se precisa algo de práctica para manejarse bien con él. Sin embargo, debido a mi miopía, apenas puedo divisar la franja coralina que se extiende a mis pies. No me queda más remedio que conformarme con nadar a mis anchas en sus cristalinas aguas, agradablemente tibias, lo que a decir verdad no es poco. El mayor problema es que a los del barco les da por poner la música a todo volumen, consiguiendo perturbar la agradable quietud del lugar.

La segunda parada no es sino el preceptivo descanso para comer. La comida, incluida en el precio total del viaje, es aceptable. Lo peor viene después, cuando nos convocan a la parte inferior del barco para someternos a un lamentable espectáculo turístico-festivo más propio de una excursión del Inserso que de un auténtico recorrido marítimo. Por si fuera poco, la isla más próxima queda a bastantes metros de distancia: imposible tomar tierra ni acercarse a sus costas. O sea, que de visita, nada.

Vendedor de hielo en el mercado de Nha TrangLa tercera parada es la isla Al Tam, en realidad un centro turístico donde uno puede montar en moto acuática, subirse a una especie de parapente marino o acomodarse en una tumbona para ver pasar el tiempo. Nosotros nos adentramos hasta donde permite el camino, y por lo menos podemos disfrutar de un extraordinario paisaje costero.

Finalmente llegamos hasta la isla At Mieu, un atractivo pueblecito costero rodeado de numerosos criaderos de cangrejos, calamares y otros peces. Pero por desgracia el barco se detiene en uno de esos criaderos sin alcanzar en ningún momento el pueblo. 

Así pues, de lo que en teoría se nos ofrece lo único que merece la pena es el buceo en la primera isla. Lo demás es absolutamente prescindible. La esperada excursión a las islas ha acabado convertida en un pseudo-espectáculo para turistas cuya finalidad parece únicamente la de ofrecer diversión en el sentido más vulgar y no llevarnos a uno de los paisajes más bellos de la costa vietnamita. Totalmente decepcionante.

Mujeres comiendo en el mercado de Nha TrangPor la tarde, a la vuelta, teníamos intención de llegarnos hasta las torres Cham de Po Nagar, pero algo parecido al diluvio universal nos ha impedido abandonar el hotel siquiera unos minutos. Ha sido realmente una pena, porque como pudimos comprobar a la mañana siguiente de camino a Hoi An, no sólo las torres eran merecedoras de ser visitadas, sino que el enclave en que se encuentran nos pareció de lo más atractivo de la ciudad.

La referida lluvia nos obligó a cenar en el restaurante del hotel, donde pudimos asistir a otra de las diversiones más queridas por los vietnamitas: el karaoke. El motivo era la celebración de una fiesta de los empleados del Vietcom Bank, como así hacían notar los carteles oportunos. Casi como en una ceremonia, uno tras otro iban subiendo al escenario para interpretar la canción correspondiente, provocando el regocijo y los aplausos más entusiastas de los demás. Incluso los camareros del restaurante apenas prestaban atención a las mesas, totalmente embelesados en la actuación de ese momento. La cosa no pasaría de ser una simpática anécdota sino hubiera sido por el estruendoso volumen de los altavoces, que hacía imposible mantener cualquier conversación. Por lo menos, la calidad de la cena, unas sabrosísimas gambas con ternera, ancas de rana con cebolla y un exquisito atún a la plancha con tomate, estuvo a un alto nivel. Todo ello, además, por 133.000 dongs, poco más de $8, incluyendo las bebidas. Indudablemente, la comida en Vietnam es uno de sus más preciados atractivos.

 

NHA TRANG - HOI AN

(22 de septiembre de 2002)

El Puente Cubierto Japones, uno de los simbolos de Hoi AnHoy ha sido un día durísimo, de los que cuesta tiempo olvidar. Y no solo a causa de las más de trece horas que nos ha costado completar el trayecto entre Nha Trang y Hoi An; ni por el lamentable estado de las carreteras, sesgadas por innumerables tramos sin asfaltar o considerablemente dañados y surcadas por cientos de baches grandes como cráteres; ni siquiera por la calidad de los autobuses del Sinh Cafe, de apariencia no muy vieja pero con asientos rígidos y espacio reducido, que hacen imposible encontrar una posición cómoda si mides más de 1,70 metros. Lo realmente duro ha sido viajar en los asientos delanteros y ser testigo de la temeridad y la imprudencia de que hacen gala los conductores de este país, quienes sólo parecen cumplir -en ocasiones- una única norma de circulación: circular por la derecha. El viaje ha consistido en una sucesión de adelantamientos peligrosos incluso en curvas sin visibilidad y cambios de rasante, de acelerones y frenazos bruscos cada dos por tres (las motocicletas se cruzan una vez tras otra ignorando la prudencia más elemental), de un abusivo uso del claxon para abrirse paso y avisar al contrario de que se está circulando en sentido contrario o para pedir a las motocicletas que se echen a un lado. No se trata de una visión etnocentrista ni de un vulgar complejo de superioridad: el número de muertos en accidentes de circulación en este país va en aumento año tras año, y las autoridades vietnamitas se están empezando a tomarse el problema muy en serio. En Hoi An abundan los edificios de estilo chino En los informativos de televisión casi siempre hay alguna noticia conminando a los conductores a ser algo más prudentes o anunciando nuevas medidas de regulación del tráfico. Más de 35.000 accidentes al año es motivo suficiente para reflexionar.

Finalmente llegamos a Hoi An  y nos alojamos en el Vinh Hung 2 Hotel, un edificio de estilo clásico exquisitamente decorado. Debido a la duración del viaje, disponemos del tiempo justo para dar una pequeña vuelta por el pueblo, apenas intuir el irreprimible encanto que destila, y cenar en un pequeño restaurante frente al río Thu Bon, en el número 136 de Nguyen Thai Hoc, cerca del Puente Japonés, llamado Thang Long. Excelente comida, en especial los rollitos de gambas (los mejores probados en todo el viaje) y un enorme y sabrosísimo cangrejo, especie muy abundante en estos lares. La experiencia culinaria continúa dando excelentes resultados.

 

HOI AN

(23 de septiembre de 2002)

En Hoi An todo es calma, tranquilidad, sosiegoEl día no ha comenzado especialmente bien. Una enorme tromba de agua nos ha visitado a primera hora, haciéndonos temer lo peor. Es esta una zona propensa a las lluvias, y sobre el mes de octubre suelen tener lugar aparatosas inundaciones que obligan a transitar muchas calles en barca. Sin embargo, y aunque de cuando en cuando el agua nos ha obligado a buscar refugio, hemos podido visitar la ciudad como se merece. Por suerte, a partir de las once de la mañana ha escampado por completo.

Hoi An es un lugar excepcional, una maravilla que con toda justicia fue declarada en su día Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es una ciudad pequeña, que puede recorrerse sin problemas en un par de horas. Sin embargo, nos hubiera gustado permanecer aquí un par de días incluso. El lugar es tranquilo, hermoso: se deja querer. Además, a muy poca distancia se pueden visitar las ruinas de My Son, el principal centro cultural y religioso de la antigua civilización Cham; alquilar una barquita y recorrer durante un par de horas las poblaciones apostadas a orillas del río Thu Bon; o coger unas bicicletas, recorrer los campos de arroz y llegarse hasta una pequeña playa que hay a poco más de cinco kilómetros. Para nuestra desgracia, mañana mismo debemos partir hacia Hue, así que lo que no veamos hoy ya no lo veremos jamás.

Hoi An ha sido declarada Patrimonio Cultural de la HumanidadLa atmósfera que se respira en sus calles todavía fascina, aunque cada vez se aprecia la emergencia de un mayor número de comercios encaminados al creciente turismo que aquí recala. Los edificios más atractivos se concentran alrededor de tres calles paralelas que cruzan la ciudad de este a oeste: Tran Phu, Nguyen Thai Hoc y Bach Dang. Caminar por ellas es un continuo fluir entre hermosas fachadas, atractivos museos, variadas tiendas de artesanía, tejados, frisos, templos y pagodas. No hay un edificio que desentone, incluso los cables de la luz están algo más disimulados que en las otras ciudades.

Se pueden comprar unos tickets por 50.000 dongs que permiten la visita a cinco lugares distintos. Es un precio más que aceptable, teniendo en cuenta que la conservación de muchos de los edificios, asolados año tras año por las inundaciones, debe costar lo suyo. Nosotros visitamos la antigua casa de Tan Ky, todavía habitada y que mantiene en perfecto estado el mismo mobiliario de hace un siglo. Nos llegamos después al Puente Cubierto Japonés, toda una reliquia de más de cinco siglos de antigüedad y símbolo vivo de la ciudad. Se pueden visitar también alguna de las Salas de Asamblea Chinas, espacios donde la antigua población china se reunía para tratar de sus asuntos. El mercado de Hoi An merece igualmente una visita, en especial la parte que da al río, la cual a primera hora de la mañana se llena de barcas que traen el pescado capturado esa misma noche. Allí mismo se limpia, e incluso parte del mismo se pica para hacer una pasta de aspecto muy parecido a las albóndigas.

Las calles de Hoi An rebosan de belleza y encantoComo el día ha mejorado, comemos en un restaurante a la orilla del río Thu Bon, en el núm. 86 de Bach Dang, llamado Hong Phuc. Su especialidad es el pescado cocinado en hoja de banana, y desde luego resulta exquisito, totalmente recomendable. Nuestra experiencia nos confirmará que Hoi An es uno de los lugares donde se puede disfrutar de una comida más elaborada. Probamos también Cao Lau, un plato típico de aquí, que no es sino cerdo con noodles y un poco de pan, pero igualmente exquisito.

Al anochecer vuelve a arreciar la lluvia, cada vez con más fuerza. Buscamos un lugar para cenar y probamos otra de las especialidades del lugar, el Won Ton (pescado marinado a la parrilla con azafrán sobre hojas de plátano), también recomendable. Aprovechando que nuestro hotel dispone de piscina, antes de dormir nos damos un rápido y agradecido baño.

© Carlos Manzano

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