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MONTENEGRO
EL PAÍS DE LAS MONTAÑAS

REPORTAJE FOTOGRÁFICO


Montenegro es la más pequeña de las repúblicas exyugoslavas: su superficie alcanza los 13 812 km² y su población apenas supera los 625 000 habitantes. Esta podría ser una razón que explicase nuestra elección como destino vacacional. (Cuando dispones de tiempo limitado, es buena idea no tratar de abarcar demasiado ni de apurar en exceso los días). También es un país que desde hace muy poco se ha empezado a abrir al turismo, lo cual le libra todavía de ser invadido por masas de viajeros ansiosos por tomar sus puntos más célebres, como le sucede a la vecina Croacia. Pero sin duda su mayor atractivo reside en su configuración montañosa (alrededor del 90% del país es montañoso) y en su hermosa y abrupta costa adriática, aunque salpicada de numerosas y en ocasiones atractivas playas, lo que le está permitiendo al gobierno de turno convertir al país en una seria competencia al modelo de sol y playa tan boyante en otros lugares, España por ejemplo. Quizá por una mezcla de las tres cosas (aunque probablemente más lo primero), decidimos que Montenegro podía ser un lugar ideal para disfrutar de unas breves vacaciones durante el mes de agosto de 2019, que era la época que —por cuestiones que no vienen al caso reseñar— disponíamos Rosana y yo.

 

HERCEG NOVI – Martes 6-08-2019

Si uno fuera tendente a creer en los augurios, los vaticinios y todas esas cosas del mundo mágico, empezar el viaje con un retraso de tres horas a causa de un “problema técnico” en el avión que nos debía llevar a Dubrovnik, habría significado un presagio de lo que nos esperaba de aquí en adelante (ya se sabe la fortaleza de las profecías cuando uno está convencido de que se van a cumplir). Pero como no creo en nada de eso, el incidente no tuvo más importancia que robarnos tres horas de estancia en el país balcánico. Lo que no es poco, dicho sea de paso.

Dada la dificultad para encontrar vuelos directos que nos dejasen en Podgorica, la capital montenegrina, nos decantamos por volar de Barcelona a Dubrovnik con la compañía Norwegian (la vuelta la haríamos con Vueling por cuestión de horarios y fechas), y allí mismo alquilar un automóvil para realizar el recorrido por nuestra cuenta. En cualquier caso, la distancia entre Dubrovnik y Herceg Novi es bastante breve, y por suerte el aeropuerto croata está ubicado en Catvat, a apenas unos kilómetros de la frontera. Como he comentado, habíamos alquilado por Internet un coche en el mismo aeropuerto de Dubrovnik, el cual recogemos sin ninguna clase de problemas una vez tomamos tierra; el vehículo que nos proporcionan es un Peugeot 208 en magníficas condiciones. Además (y esto resultó crucial para facilitar nuestro tránsito por las carreteras de Montenegro) viene equipado con navegador, que nosotros no habíamos contratado de antemano. En contrapartida, como tenemos intención de traspasar la frontera croata, ya que nuestro destino es realmente Montenegro, debemos pagar lo que se conoce como “carta verde”, que encarecerá en algo más de 70 euros el precio final.

A diferencia de lo que nos sucederá a la vuelta, cruzar la frontera de Montenegro se convierte en un trámite breve y sencillo. Apenas hay coches esperando en la fila y el control de pasaportes es rápido y eficaz. Una prueba más de que las cosas, si se quiere, se pueden hacer bien. La carretera, ya desde sus primeros kilómetros, bien pegada al costado de la retorcida costa adriática, va serpenteando por la ladera de la montaña. No tardamos mucho en vislumbrar las primeras edificaciones turísticas. Ya se ven algunas zonas donde la espigada figura de las grúas empieza a destacar por encima de los tejados, lo que parece ser una evidencia de que la bahía de Kotor aspira a convertirse en uno de los puntos vacacionales más importantes del Adriático.

Unos pocos minutos más tarde llegamos a Herceg Novi, nuestra primera parada prevista. La idea inicial era haber comido aquí y disfrutado tranquilamente de la ciudad durante tres o cuatro horas, pero el retraso sufrido con el vuelo hace que tengamos que apresurarnos. Herceg Novi es una localidad pequeña, en cualquier caso, y su casco antiguo puede recorrerse sin demasiados problemas en poco tiempo, salvo que se quieran visitar museos, castillos y otras atracciones turísticas. Es un lugar que invita al paseo relajado, a mirar, a ver, a disfrutar. En el pasado estuvo bajo ocupación veneciana y eso se deja notar en la hermosa factura de sus fachadas. Nosotros queremos llegar a Dobrota de día, no tenemos muy clara la localización del apartamento que hemos alquilado para estas primeras dos noches y aquí anochece como una hora antes que en nuestro país de origen. Además, aunque la distancia desde Herceg Novi es muy corta, la velocidad media que se llega a alcanzar en la carretera de bordea la Bahía de Kotor apenas supera los 40 km/h. De modo que decidimos volver al vehículo una hora y media después y retomar nuestro trayecto alrededor de la costa.

La bahía de Kotor es un espacio natural espectacular y sorprendente. En realidad, es un fiordo cuya longitud costera alcanza los 100 km, lleno de recodos, calas, acantilados y otras bahías más pequeñas de formas sinuosas. Es difícil evitar pararse de vez en cuando en algún punto de la carretera para disfrutar de unas vistas tan espectaculares. Es justo en este momento cuando más lamento el retraso sufrido con nuestro vuelo. De haber dispuesto de más tiempo, las paradas a lo largo del camino habrían sido más numerosas y la posibilidad de contemplar este espacio abrupto y bello mucho mayor. Pero lamentablemente el tiempo apremia, así que debemos volver enseguida al coche y quedarnos, eso sí, con las maravillosas sensaciones obtenidas con las vistas.

 

KOTOR - RISAN - PERAST – Miércoles 7-08-2019

Según consta en los papeles que nos han enviado por correo electrónico, el precio de los alojamientos en Montenegro ha de incrementarse con una tasa turística, tasa que ya hemos abonado en el momento de realizar la reserva. Sin embargo, el propietario del apartamento donde nos alojamos nos indica que ha de llevar nuestros pasaportes a la oficina de turismo más próxima para ingresar la referida tasa. Ningún problema por nuestra parte, como es natural. Sin embargo, lo curioso es que en ninguno de los demás alojamientos donde pernoctaremos de aquí en adelante nos harán una solicitud semejante, e incluso en uno de ellos ni siquiera nos exigirán el pago de la tasa que supuestamente debe ser ingresada. Imagino de dependerá de la voluntad de los propietarios respectivos el cumplir o no las normas. En compensación, cuando le preguntamos al propietario del apartamento por la posibilidad de ir en autobús hasta la propia Kotor, localidad que está a menos de 4 km de donde nos alojamos, y evitarnos así el problema de los aparcamientos, él mismo se ofrece a acercarnos en su vehículo. No es mucha la distancia, eso es cierto, pero se agradecen estos gestos.

Kotor es una de esas maravillas arquitectónicas que los venecianos legaron al mundo a lo largo del Adriático en diversos momentos de la historia. Todos pensamos enseguida en Dubrovnik cuando queremos poner un ejemplo del talento veneciano para el urbanismo, pero Kotor no le va a la zaga. Es también una localidad amurallada, algo más pequeña que la croata, pero imbuida de su mismo encanto. Nosotros dedicamos una mañana entera a pasear por sus calles, y en modo alguno acaba resultando un tiempo excesivo, más bien al contrario. A primera hora de la mañana, cuando el calor todavía no aprieta, es el mejor momento para trepar por las empinadas escaleras de piedra que jalonan la ladera de la montaña y llegar a lo más alto del castillo. Es una ascensión dura, todo hay que decirlo, pero las vistas de las que se disfruta compensan el esfuerzo. Se sube por unas pequeñas escaleras de piedra construidas en uno de los laterales, escalones que hay que abandonar cada vez que nos cruzamos con alguien que va en dirección contraria. La sensación que se tiene cuando se observa el recorrido desde abajo es que tiene que ser agotador alcanzar la cúspide; y, en efecto, lo es.

A media mañana, la pequeña ciudad se empieza a llenar de turistas. Además, durante estos días vamos a sufrir una terrible ola de calor (superando muchas veces los 40 grados), y a partir de las 11:00 aproximadamente el cuerpo pide sombra con la misma avidez que un sediento suplicaría por un vaso de agua. Uno ya no está en las mismas condiciones físicas que hace veinte años, y si a ello le sumamos las altas temperaturas que estamos sufriendo, el desfondamiento puede ser total. A pesar de todo, no me canso de recorrer las callejuelas laberínticas de Kotor ni de contemplar sus edificios desde todas las perspectivas posibles: sé que es posible que no vuelva a pisar jamás esta ciudad y estoy dispuesto a darme un atracón durante estas horas. La inigualable atmósfera veneciana, si lo comparamos con el momento de nuestra llegada (poco más de las 8:00 de la mañana), ha decaído bastante debido a la presencia de turistas. Sin embargo, Kotor lo aguanta todo, su belleza es tan inmensa que consigue salir airosa a pesar de los chillidos, los ruidos, las músicas y la ingente presencia humana que, más que aportar vivacidad y colorido, violentan su encanto. O al menos así lo veo yo.

Con el calor azuzando cada vez con más fuerza, regresamos al apartamento por el paseo que circunda la bahía, junto a la orilla del mar. Antes, hemos comido mejillones (por lo visto en esta zona hay bateas y se ofrecen como producto autóctono) y ćevapis en un restaurante al borde del mar. (Los ćevapis son una especie de salchichas de carne picada muy especiada que con diversas denominaciones se comen en casi todos los países balcánicos). A pesar de que esta zona dista mucho de parecerse a la de Budva, el “Benidorm” montenegrino, las edificaciones —viviendas de una o dos plantas como mucho, diría que bastante bien integradas en el espacio— no dejan de sucederse entre Kotor y Dobrota. Son en su mayoría casas de apartamentos, cada una con su correspondiente parcelita de costa adyacente (suelen ser plataformas de cemento erigidas a la orilla, con unas cuantas hamacas permanentemente ubicadas para su uso). Sin embargo, la sensación de tranquilidad, de sosiego que se respira al caminar por aquí es enorme. No es una zona masificada, e incluso de vez en cuando aparece alguna pequeña calita de piedras donde, si apetece, uno puede darse un baño. Las vistas del otro lado de la bahía son extraordinarias.

Por la tarde, nos disponemos a visitar otras dos poblaciones no demasiado alejadas de nuestro alojamiento: Risan y Perast. De la primera, destacan unos mosaicos romanos que por lo visto se conservan en perfectas condiciones; nosotros no podemos certificarlo porque a la hora de nuestra visita el museo está cerrado, pero sí podemos dar fe de que el resto de la población, más allá de la calle Gabela, que desciende perpendicular al paseo marítimo, tampoco merece mucho la pena. Perast, sin embargo, aunque de reducido tamaño, se ofrece como una típica población costera de inspiración veneciana, con su hermosa torre destacando sobre el resto de palacios. La visión desde uno de los extremos ofrece la típica imagen de postal a la que no podemos sustraernos.

El problema de Perast es que dispone de muy poco espacio para el aparcamiento. Y será en esta localidad el único lugar de Montenegro donde nos sintamos relativamente timados. Como he dicho, la zona de aparcamiento es muy pequeña, y a la hora de nuestra llegada (sobre las 6:00 de la tarde) estaba absolutamente llena. Ya por la mañana habíamos especulado con la posibilidad de tomar un pequeño bote y recorrer la bahía, en especial dos islas centrales que son visibles desde diversos puntos de la costa. Por eso, cuando a la hora de entrar en Perast un muchacho se nos acerca y nos dice que si queremos tomar un bote a las islas él nos encuentra espacio libre para aparcar, lo seguimos sin desconfiar demasiado. (Lo cierto es que, en efecto, nos busca un lugar donde dejar el coche). El precio que nos pide, además, por el trayecto en barca es el mismo que habíamos visto en otros lugares: 10 euros por persona. El problema es que además de los 20 euros por el viaje nos pide otros 5 por el aparcamiento, que nosotros aceptamos sin tener muy claro si en efecto hay que pagar por dejar el coche. Aparte de eso, el timo reside concretamente en que el viaje por el lago se resume a una rápida visita a la isla de Nuestra Señora de las Rocas, que está justo en frente de Perast, a menos de cinco minutos en barca. O sea, nada de lo que prometían el resto de ofertas que habíamos visto antes. Como ya digo, podemos considerarla una estafa irrelevante, más bien un tonto engaño, pero es bueno tenerlo en cuenta por si en algún momento alguien quiere realizar una visita en barca por la bahía. No hay que fiarse de los que salen a tu encuentro cuando tienes la posibilidad de concertar tours con agencias autorizadas. Ni siquiera te sale más barato.

 

ŽABLJAK - CRNO JEZERO – Jueves 8-08-2019

Salimos temprano con intención de cubrir los 163 km que separan Kotor de Žabljak con tranquilidad, deteniéndonos las veces que haga falta, contemplando los paisajes que vayan surgiendo en el camino. Además, las carreteras en esta parte del país, aunque en magníficas condiciones, son muy sinuosas y en muchos tramos la limitación de velocidad se reduce a 50 km/h. Poco a poco vamos dejando atrás el paisaje puramente mediterráneo que nos ha acompañado hasta ahora para adentrarnos en una geografía más continental, más verde, más alpina también. El firme de las carreteras, como ya he dicho, se encuentra en magníficas condiciones, pero aun así hay algún tramo que está siendo asfaltado de nuevo. Un país tan montañoso y escabroso como Montenegro precisa que sus comunicaciones sean lo más ágiles posibles. Es la única manera de que la población rural no se sienta olvidada ni arrinconada.

Estos dos próximos días vamos a recorrer el Parque Nacional de Durmitor. Aquí se encuentran un número considerable de espacios naturales dignos de ser visitados, las cumbres más altas del país y hasta dieciocho lagos de origen glaciar, así como el segundo cañón más largo del mundo, el que forma el río Tara. Para quien guste adentrarse en áreas naturales y disfrutar de su extraordinaria belleza, Durmitor es sin duda un lugar al que debería dedicar varios días. También, para quien sea adicto a las actividades deportivas, en la propia Žabljak se ofertan numerosas opciones para hacer rafting por el río Tara, algunas de varios días de duración. Nosotros, más modestos en pretensiones, nos conformaremos con visitar su lago más emblemático y hacer una de las dos rutas que, perfectamente señaladas, las organizaciones locales ha dispuesto en esta parte del país y cuyos folletos pueden encontrarse en las correspondientes oficinas de turismo.

Como nos hemos tomado el viaje con una calma absoluta, llegamos a Žabljak sobre la 1:00 del mediodía, aunque en ese momento todavía nos están acondicionando el apartamento. De modo que nos vamos a comer a uno de los restaurantes próximos, y allí tengo oportunidad de probar Karađorđeva šnicla, un plato serbio que consiste en un rollo de carne (cerdo en este caso) rellenado con kajmak (una crema muy suave y sabrosa) y posteriormente empanado y frito. A diferencia de lo que suele pasar con los filetes, preparados como auténticas suelas de zapato, en esta ocasión la carne está cocinada en su punto. También probamos trucha local, que resulta igualmente sabrosa. Para quien, como es mi caso, le guste la comida consistente y sazonada, los Balcanes son un lugar ideal para recrearse con el siempre imprescindible requisito de la alimentación.

La tarde la dedicamos a rodear el Lago Negro (Crno Jezero), una laguna de origen glacial que se encuentra a muy poca distancia de Žabljak (poco más de 3 km, que nosotros hacemos andando) y alrededor de la cual se ha creado un sendero que rodea sus 3,5 km de circunferencia. Es un paseo muy tranquilo, aunque algunos tramos exigen un pequeño esfuerzo extra, pero resulta asumible para casi todo el mundo. El camino que parte de la zona de aparcamiento (a pesar de su proximidad a Žabljak, casi todos vienen en coche) es a estas horas un reguero continuo de turistas y locales que se dirigen al mismo sitio que nosotros. Por fortuna, muchos se quedan en la orilla, pasean unos cuantos metros por ella, se bañan en su lado más próximo o se refugian en el restaurante que hay situado justo al borde del camino. Por ello, una vez comenzado el sendero que circunda el lago, el número de visitantes decae ostensiblemente. Hace calor, pero debido a la altura y al denso bosque de pino negro que nos rodea, la temperatura es perfectamente asumible, aunque la humedad sea elevada. Por la noche, cuando vayamos a cenar, incluso será necesario ponernos las sudaderas que hemos traído en las maletas y que confiábamos en no llegar a tener que usar.

Por cierto, la vista a los parque nacionales en Montenegro es de pago. 3 € por día o 6 € un pase para tres días. Si eso redunda en el cuidado y mantenimiento de estos espacios naturales, los doy por bien pagados. Confiemos en que así sea.

 

ŽABLJAK - P.N. DURMITOR – Viernes 9-08-2019

Ayer viniendo de camino vimos en la carretera una señalización que marcaba dos rutas panorámicas, la 1 y la 2. Por la noche, mirando en Internet a qué se referían, descubrimos que se trata de un par de rutas que recorren esta parte del país (y de las que ya he hablado antes). Echamos un vistazo general a las dos y al final nos decantamos por la que lleva el número 2, denominada “Durmitor Ring”. De modo que esta mañana nos levantamos relativamente pronto y tras desayunar en el exterior de la casa, aprovechando el exquisito frescor de la mañana, nos ponemos en marcha.

En la oficina de turismo de Žabljak nos proveen de un mapa donde se detalla perfectamente el recorrido y los diferentes miradores desde los que se puede observar el Cañón del Río Tara. Es posible tomar un desvío, a pocos kilómetros de su inicio, para subir al monte Curevac y desde allí gozar de las mejores vistas del cañón. Lo que sucede es que nos pasamos el desvío (está demasiado próximo a la salida y no muy bien indicado), así que decidimos que será a nuestro regreso cuando realicemos la subida a Curevac. De momento, seguimos camino adelante.

El recorrido es todo lo atractivo que a priori cabe imaginar. Los primeros kilómetros transcurren por una carretera muy estrecha y en algunos tramos bastante bacheada, pero transitable. Unos pocos minutos antes que nosotros, un grupo bastante numeroso de ciclistas ha iniciado la misma ruta, por lo que debemos ir rebasándolos uno a uno con extremo cuidado. En el camino hay marcados también un par de puntos desde los que poder apreciar las enormes dimensiones del Cañón del Río Tara. Un poco más adelante hacemos una parada en el pequeño poblado de Mala Crna Gora, pero apenas vemos gente y las construcciones tampoco merecen mucho la pena, así que regresamos al coche. La carretera continúa bordeando el cañón hasta cruzar el río Sušica. (A partir de aquí, entramos en el parque nacional y, como he comentado antes, hay que pagar entrada). Nosotros vamos haciendo algunas paradas a lo largo del camino. Existen diversos miradores señalados en el plano y en muchos de ellos merece la pena hacer un alto. Casi al final ya, nos detenemos para hacer un breve recorrido por los lagos Suva, Modro, Srabije y Valovito, pero en estas fechas apenas ha llovido y están medio secos, si no secos del todo (como sucede con el lago Suva). No es tampoco la zona más atractiva de toda la ruta, así que algunos minutos después nos damos la vuelta y abandonamos el intento.

En esta ocasión comemos en el propio Žabljak, en el restaurante Durmitor, un magnífico guiso de cordero y unos pinchos de cerdo muy bien aderezados, lo suficiente para reponer fuerzas y acometer la prometida subida al monte Curevac. Aunque la distancia hasta la cima es de un kilómetro y el tiempo aproximado de subida se cifra en treinta minutos, hay que estar en buena forma para cubrirla en ese tiempo. El camino tampoco aparece demasiado bien marcado y está tachonado de piedras y ramas, por lo que no es raro llevarse varios arañazos de vuelta.

Ya de regreso al coche, justo al comienzo de la subida, una pareja de mediana edad nos pregunta cuánto queda hasta la cima. La mujer evidencia un excesivo sobrepeso, y dudo mucho que sea capaz de superar ni siquiera el primer tramo. Las zonas de montaña tienen eso, son bastante exigentes físicamente. Lo digo con conocimiento de causa: a mí ya la edad empieza a ponerme los primeros obstáculos serios.

 

BIOGRADSKA GORA - VIRPAZAR – Sábado 10-08-2019

En realidad, la idea de visitar el Parque Nacional de Biogradska Gora surgió en el momento de diseñar el trayecto entre Žabljak y Virpazar, no como una opción elegida de antemano que había que cumplimentar. Pillaba más o menos en medio y pensamos que sería una buena manera de llenar el día. Sin embargo puedo adelantar que la excursión que hicimos alrededor del lago Biograd me proporcionó algunos de los momentos más inolvidables e intensos del viaje.

La carretera que conecta Žabljak con Biogradska Gora discurre paralela durante muchos kilómetros al río Tara. Vamos, por tanto, por la parte baja del cañón. Aunque apenas hay lugares donde poder hacer una parada para contemplar la belleza del río y por tanto tenemos que hacer todo el recorrido en coche, la sensación de sentirte inmerso en un espacio natural es bastante fuerte. Antes, en la bifurcación que separa los caminos que conducen al este y a Podgorica (nosotros tomaremos el de Podgorica), pasamos junto al impresionante puente construido sobre el río Tara, de 365 m de longitud y 172 m de altura máxima, que en su momento constituyó todo un hito de la ingeniería local. La acera que permite a los peatones caminar sobre él es estrecha, y de vez en cuando algunos automóviles se detienen en su mitad para tomar algunas fotografías, añadiendo un poco más de riesgo al asunto. Cosas habituales, por otra parte, en Montenegro.

El lago Biograd da nombre al Parque Nacional Biogradska Gora. Se trata en realidad de un lago pequeño, en una de cuyas orillas se ha instalado una plataforma de madera para el facilitar el baño. Imagino que, dada su proximidad con Podgorica, es un lugar bastante frecuentado por los montenegrinos. Hay numerosos senderos señalizados que parten de la zona de aparcamiento, aunque nosotros preferimos realizar el más clásico, el que circunda el lago y tiene marcada una longitud aproximada de 3 km.

El sendero es más sencillo aún que el que rodea el lago Negro, en Žabljak, pero lo que más me impresiona de él es el tramo que discurre por la parte interior del bosque y cruza entre un inmenso vergel de nenúfares de gran tamaño, surgidos a expensas de las aguas del río Jezerstica, el cual crea un pequeño meandro en su encuentro con el lago. Hay muy poca gente a estas horas. Una plataforma de madera se interna en esta área silvestre y permite llegar hasta diversos puntos de la misma. No sabría decir muy bien por qué, quizá por las sombras que crean las altas copas de los árboles, o por el sonido del agua que discurre bajo nuestros pies, por el silencio que en ciertos momentos todo lo llena, por el frescor que se respira, por los cantos de los pájaros, no sé muy bien, imagino que se debió a un cúmulo diverso de cosas, pero en estos momentos siento un profundo bienestar interior, una especie de conjunción mística conmigo mismo que me hace disfrutar plenamente de lo que estoy viviendo. Siento como si este fuera realmente mi espacio. Biograd no es el lago más grande ni el más bonito de Montenegro, pero sí el que, en determinado momento, sentí más cercano a mí, o el que viví como más propio. La percepción sensorial es a veces así de caprichosa.

A nuestro regreso al aparcamiento descubrimos que ha llegado ya mucha gente (presumimos que desde Podgorica, ya no preguntamos a nadie) y el ruido y el griterío son considerables. Nada que ver con las sensaciones que he podido vivir minutos antes justo en el lado contrario. De modo que sin más preámbulos tomamos dirección a Kolašin, un centro turístico que sirve de base a las estaciones de esquí que hay construidas en estas montañas y del que, por otra parte, tampoco espero demasiado.

Aprovechamos para comer y probar uno de esos platos nacionales, típicos de Montenegro, que por su aspecto no despiertan demasiado las ganas de intentarlo. Se trata de Kačamak, que a primera vista parece una especie de crema muy espesa de color amarillento, de aspecto nada apetecible, y que está hecha con maíz y leche, a la que también se añade queso, yogur o leche agria. Sin embargo, una vez la pruebo, me resulta un plato de lo más sabroso. La pena es que, por circunstancias, no volveré a pedirlo en ningún otro momento del viaje; siempre me pueden las ganas de probar cosas nuevas, de buscar sabores distintos, pero ahora pienso que hubiera estado bien repetir, sobre todo para confirmar o desmentir esa primera impresión tan positiva.

De camino hacemos un alto en el monasterio Morača, del que no habíamos oído nada pero que, dado que vamos bien de tiempo y que un cartel nos indica con la suficiente antelación su proximidad, nos parece buena idea visitar. Según cuentan, apenas quedan monasterios originales en Montenegro, ya que casi todos fueron destruidos por los turcos durante el periodo en que gobernaron esta zona. Sin embargo, el interior de la iglesia, completamente decorado con dibujos y pinturas religiosas —como es típico de los monasterios ortodoxos—, nos impresiona gratamente. La pena es que no dejan hacer fotos y, por tanto, poder mostrar a los demás su belleza. (No entiendo la prohibición de hacer fotografías en estos espacios. Entiendo que no se deje usar flash, pero me resulta absolutamente anacrónico que se impida tomar imágenes a quienes los visitan. Imagino que se deberá a algún tipo de prejuicio religioso, no le consigo encontrar otra explicación).

Virpazar, donde nos alojaremos los próximos cuatro días, es una pequeña población ubicada a orillas del lago Skadar, el más grande de Montenegro y cuya titularidad es compartida con Albania. (En realidad, 2/3 pertenecen a Montenegro y 1/3 a Albania). Virpazar es un lugar tranquilo, a pesar de que los puestos que ofrecen excursiones por el lago abundan en todas partes. Nosotros hemos reservado alojamiento por Internet, y al llegar al apartamento ya nos han hecho el correspondiente ofrecimiento. Finalmente, aceptaremos el tour propuesto por la persona que nos ha recibido, aunque eso será ya para el último día de estancia en Montenegro. Y aunque a primera vista parece un simple entretenimiento para turistas, tengo que decir que, según mi experiencia, merece la pena hacerlo, especialmente si uno llega hasta las zonas menos visitadas del lago. El lago Skadar es naturaleza viva y da cobijo a un gran número de aves, y eso siempre se agradece.

 

LAGO SKADAR - STARI BAR - BUDVA – Domingo 11-08-2019

Son las 6 de la mañana y ya estamos despiertos, de modo que decidimos comenzar pronto el recorrido señalado para este día. Ayer en la oficina de turismo de Virpazar nos proveyeron de un mapa que propone una ruta panorámica por la zona, la cual permite visitar varios de sus puntos más reseñables. La carretera discurre durante unos cuantos kilómetros junto al lago Skadar y ofrece unas magníficas vistas de él. Sin embargo, los dos lugares que más nos impresionarán del recorrido serán Godinje y Stari Bar, uno al comienzo y otro casi al final del trayecto.

Godinje es una pequeña población erigida en un alto al borde del lago Skadar. Es una de las pocas poblaciones edificadas en el estilo tradicional de esta zona que aún se conservan, aunque muchas de las casas presentan un grado elevado de deterioro. Pero es un lugar lleno de encanto, sobre todo a esas horas de la mañana (serían alrededor de las 7:00 cuando llegamos), sin más visitantes que Rosana y yo y una tranquilidad absoluta a nuestro alrededor. Para llegar al pueblo hay que tomar un pequeño camino asfaltado que parte de la carretera principal y que serpentea unos metros antes de concluir en Godinje. Sin duda alguna, es una magnífica manera de comenzar el recorrido.

La carretera sigue su rumbo, casi siempre paralela a la orilla del lago, aunque en ciertos momentos la abandona para internarse a través de viñedos, tierra costera y algunos pocos campos de labranza. Hay que decir, en cualquier caso, que, aunque el plano que nos han proporcionado en la oficina de turismo es bastante detallado, se agradece el uso de navegador. En algunos momentos la carretera se bifurca y no siempre están bien señalados los destinos. Si no hubiera sido por el navegador del vehículo, creo que en más de una ocasión nos habríamos perdido.

Llegamos casi hasta la frontera albana, y como suele suceder en estos casos, el paisaje es exactamente el mismo a uno y otro lado. Desde lo alto de Stegvaš, un pequeño monte donde hay instalados unos repetidores, se pueden contemplar los dos países, aunque lo que se ve es prácticamente idéntico. De hecho, desde este punto parte un sendero que comunica con Vilgar, la siguiente población albana. Quizá con más tiempo o en otras circunstancias me habría animado a pisar suelo albano, aunque lo más seguro es que, salvo que un puesto fronterizo me lo indicase, hubiera sido incapaz de identificar el momento exacto del cambio de país. Los estados son puras creaciones humanas que a menudo nada tienen que ver con el valor del territorio que delimitan. Líneas en un mapa, poco más que eso. Y mucha identificación irracional y primaria, eso también.

Ya de vuelta por el interior, hacemos una parada en Stari Bar. Todavía es pronto, poco más de las 11:00 de la mañana, pero el calor aprieta con fuerza. Stari Bar (la antigua ciudad de Bar) es una población medieval que fue abandonada por sus habitantes a lo largo del siglo XIX para trasladarse a la nueva Bar, situada junto al mar. Desde hace unos años se están rehabilitando algunos de sus edificios, muy dañados a causa del abandono y del terremoto que en 1979 sacudió esta parte del planeta. (No hay que olvidar que estamos en una zona de elevado riesgo sísmico). Merece la pena, sin la menor duda, perderse por las viejas calles medievales de Stari Bar e imaginarse el esplendor del que en su momento llegó a disfrutar la ciudad. Se echan de menos, eso sí, algunos carteles explicativos que ayuden a hacerse una idea de qué era cada cosa. Pero, aun así, se puede invertir hora y media o dos horas solo callejeando por aquí.

Las carreteras en Montenegro son gratuitas. De hecho, solo existen unos pequeños tramos que podríamos llamar autovía. Sin embargo, el túnel de Sozina, de 4189 m de largo, que evita atravesar la cordillera de Paštrovska Gora, es de pago: exactamente cuesta 2,50 €. Está situado entre Bar y Virpazar, y nosotros lo cruzaremos varias veces a lo largo de estos días. Justo a la salida del túnel se encuentra también el único tramo de carretera que yo vi en que se puede circular a 100 km/h. No sé si habrá alguno más en todo el país, pero puedo certificar que yo solo pasé por ese.

Respecto al tráfico en Montenegro, y tras unos cuantos días de transitar por sus carreteras, puedo decir que es bastante similar al que hace un año nos encontramos en Bulgaria. En general, el respeto a las normas de circulación es mínimo. No se corre demasiado, aunque siempre hay cretinos para quienes pisar el acelerador es el súmmum de la “aventura”. Las líneas continuas en las carreteras no pasan de ser meros elementos decorativos, se adelanta en cualquier sitio, aun sin visibilidad. También está muy generalizada la costumbre de trazar las curvas invadiendo el carril contrario. Sigo sin encontrarle el menor sentido a este hábito, innecesario dada la escasa velocidad a la que se suele conducir, pero altamente peligroso cuando al tomar la curva te encuentras con que el conductor que viene en dirección contraria tiene medio vehículo metido en tu carril. Como digo, la manía de trazar las curvas de esa manera esta altamente generalizada. Por suerte, las carreteras en Montenegro están en muchísimo mejor estado que las búlgaras, por lo que te puedes ceñir el máximo posible al borde de la carretera y minimizar bastante el riesgo de colisión. Pero a pesar de eso, me digo que hay que ser tonto para asumir ese riesgo sin necesidad. Yo, al menos, sigo sin entender la razón por la que conducen así. Ojalá alguien me lo explique.

Budva es nuestro último destino hoy. Se sale del recorrido marcado en el plano que nos dieron ayer, pero aparte de visitar la parte vieja de la ciudad, tenemos intención de darnos un baño en las aguas del Adriático. Budva es una ciudad que se ha desarrollado gracias al turismo de sol y playa. Más allá de su parte vieja, no merece la pena perder ni dos segundos aquí. De alguna manera me recuerda a Peñíscola: una ciudad con un encanto absoluto, verdaderamente hermosa, alrededor de la cual se han erigido cientos de hoteles horrorosos donde los turistas de sol y playa encuentran el descanso buscado. Sin embargo, la pequeña ciudad amurallada que se incrusta en el mar a modo de istmo es una típica construcción veneciana, del estilo de Kotor y Perast, con su clásica distribución laberíntica. A pesar de que es cierto que dentro de sus muros predominan los comercios para turistas y los restaurantes, la ciudad vieja se conserva muy dignamente. En mi opinión, merece la pena perderse por sus callejuelas (no siempre repletas de gente), observar las fachadas empedradas de sus casas, sus viejas iglesias, el exquisito detalle de frisos y ventanas, etc. La muralla que rodea la ciudad se mantiene en perfecto estado (con las reconstrucciones oportunas, obviamente) y le confiere ese carácter antiguo, casi mítico, que tanto fascina a los visitantes.

Casi al caer la tarde aprovechamos para darnos un baño en una de las playas que se apostan a ambos lados de la muralla. Y tengo que decir que, ya metido en sus aguas, siento un placer especial al observar frente a mí, casi rodeándome, las viejas murallas de Budva aún vigilantes. Aunque haya otros bañistas a mi alrededor (no demasiados, por cierto) y el suelo de la playa sea rocoso y poco agradable, la sensación vivida en este momento, con la ciudad justo frente a mí, con sus vistas inigualables y viejos muros de piedra casi rodeándome, me hace sentir de nuevo cierto extrañamiento de mí mismo, como si estuviera ocupando en ese instante un espacio mágico, no solo hermoso sino recóndito, arcano. Tal vez sean tonterías mías, pero cosas así son las que con más agrado recuerdo años después, las que con más fuerza perduran en mi memoria.

 

RIJEKA CRNOJEVIĆA - CETINJE - Lunes 12-08-2019

Sin madrugar tanto como ayer, salimos temprano en dirección a Rijeka Crnojevića. El camino que serpentea por la orilla oeste del lago Skadar ofrece unas vistas espectaculares. A esas horas, además, apenas casi nadie circula por la carretera y las ocasiones para hacer un alto y solazarse con la visión del paisaje se suceden una tras otra. Por otra parte, a luz es extraordinaria (las ventajas de madrugar). La carretera es estrecha y con numerosas curvas, como sucedía con la que discurre por la orilla sur del lago, aunque con un firme en aceptables condiciones. No importa, tenemos todo un día por delante y de lo que se trata es de disfrutar con lo que vamos viendo.

A pesar de su importancia en el pasado, hoy en día Rijeka Crnojevića es apenas un poblado formado por un reducido número de casas. Su mayor atractivo reside en el puente de piedra construido a mediados del siglo XIX, en algún que otro edificio de época similar que aún queda en pie y en su ubicación, justo en la esquina noroeste del lago Skadar. Aquí, al igual que en Virpazar, se ofrecen numerosos recorridos en barca por sus aguas. Nosotros ya tenemos uno concertado para mañana, así que nos limitamos a tomar un café disfrutando del entorno y a dar una pequeña vuelta por la calle principal y el pequeño paseo que bordea la orilla.

Cetinje fue en el siglo XIX capital del naciente estado de Montenegro. Eso le permite ofrecer una serie de edificios señoriales construidos en su momento para acoger las diferentes embajadas. La mayoría de estos edificios se han reconvertido en museos y edificios públicos y administrativos. Quizá las construcciones más emblemáticas sean el Monasterio de Cetinje y el Palacio de Biljarda. El primero de ellos es una reconstrucción realizada a primeros del siglo XVIII de lo que fue el viejo monasterio, ya que casi todos los edificios religiosos de Montenegro fueron devastados durante la ocupación turca. El segundo es ahora un museo donde se explican diversos aspectos de la vida de Njegoš, un reformador ilustrado que en siglo XIX trató de acercar la Montenegro rural y pastoril a los modos de vida europeos. La entrada para ver el museo no es cara, solo 3 €, pero a nosotros nos endiñan también una entrada para ver, en un jardín anejo al palacio, una reproducción en maqueta, aunque a gran tamaño, de todo el país. Lo cierto es que ni el jardín en sí ni mucho menos la maqueta merecen la pena, aparte de que echamos de menos alguna clase de indicación que señale dónde se encuentran las ciudades y los enclaves naturales más importantes.

Aunque hace mucho calor (estamos atravesando una ola de calor que eleva las temperaturas en muchos momentos por encima de los 40 grados), en Cetinje se respira un ambiente algo más fresco. Supongo que será debido a su ubicación y a la proximidad del monte Lovčen, otro de los cuatro parques nacionales que hay declarados en el país.

Se puede pasear por Cetinje sin ningún problema, la ciudad dispone de alguna que otra calle peatonal y de vez en cuando uno se topa con alguna vieja embajada, edificios de estilo palaciego-decimonónico, que siempre alegran la vista. No es una ciudad bella, pero tiene su encanto. Es lo más parecido a una ciudad europea que puede encontrarse en Montenegro.

Después de comer, nos acercamos al Parque Nacional de Lovčen, pero tras haber estado en Durmitor y Biogradska Gora, tengo que decir que nos decepciona un poco. Imagino que el truco está en perderse por alguno de los caminos que aparecen marcados en diversos tramos de la carretera y hacer senderismo. Nosotros llegamos hasta las inmediaciones del Hotel Monterrosa, donde por lo visto muchos caminantes tienen su centro de operaciones o disfrutan de un merecido almuerzo tras una dura jornada de trekking. Nosotros, sin mucho más que hacer por aquí, iniciamos la vuelta a Virpazar para regalarnos una reparadora ducha, disfrutar de una tarde tranquila por los alrededores del lago y cenar después en alguno de los restaurantes del pueblo. Mañana será otro día.

 

PODGORICA - LAGO SKADAR – Martes 13-08-2019

Técnicamente, hoy es nuestro último día en Montenegro. Hemos dejado para este día la vista a la capital, Podgorica, que casi todos los que han llegado hasta aquí recomiendan evitar. Nosotros, sin embargo, animados por la existencia de una buena conexión de ferrocarril entre Virpazar y Podgorica y dejar así por un día las carreteras locales, consideramos que tampoco puede ser tan terrible invertir unas horas en conocer la capital y que siempre, incluso de los lugares menos atractivos, se puede extraer experiencias positivas.

Si digo que Podgorica es la ciudad europea más fea que he visitado nunca tal vez esté exagerando. (Recuerdo mi primer viaje a Checoslovaquia, en 1991, también en vehículo propio, y las horrendas edificaciones que de vez en cuando observábamos a nuestro paso). En cualquier caso, Podgorica apenas tiene atractivos para visitar, más allá de su condición de principal ciudad del país. El calor empieza a ser agobiante, a pesar de que hemos tomado el tren de las 7:00 y apenas media hora después ya estamos en la capital. Pero lo que se anuncia puede ser terrible.

Aprovechamos que está muy próximo a la estación para desayunar un par de bureks con café turco en el mercado principal. Y desde luego son los mejores (y más baratos) bureks que comemos en todo viaje. A partir de ahí, echamos a andar con la intención de recorrer el “casco histórico” de Podgorica y algunos de sus edificios más reseñables. El libro que venimos usando como guía --que ignoro el motivo pero dedica muchas páginas a esta ciudad-- ofrece un plano donde los enclaves principales están erróneamente colocados, lo que nos hará confundirnos en varias ocasiones. No obstante, casi por casualidad damos con uno de ellos, la Torre del Reloj, de origen otomano y construida en 1667, que marca el comienzo del barrio antiguo, donde se encuentran varias mezquitas y algunas casas bajas de estilo tradicional. Cerca del río, en sus orillas, hay varios lugares de esparcimiento con sus cafés y veladores correspondientes y que cuentan con pequeñas playas donde la gente acude a bañarse. Un poco más lejos está la Catedral de la Resurrección de Cristo, de muy reciente construcción, pero fiel en su factura a los cánones ortodoxos.

Debido a que el calor hoy es especialmente insoportable (por encima de los 40 grados), regresamos pronto a Virpazar. Esta tarde, a las 17:00 horas, tenemos contratado un tour de tres horas por el lago Skadar y tampoco nos vendrá mal dormir antes una siesta. Previamente a eso, probamos en Virpazar carpa, un pescado que junto a la trucha aparece muy a menudo en las cartas de los restaurantes. Ya había probado carpa antes, en Hungría y en Etiopía, que yo recuerde, y sigue pareciéndome un pescado que, para ser de río, posee un sabor acentuado y agradable. No sé si será carpa del lago Skadar o de algún río local, pero lo que puedo certificar es que estaba realmente buena. No en vano, la gastronomía es para mí parte indisoluble de los viajes y una de las actividades que más disfruto.

El recorrido en barca que habíamos contratado con Jelena, la chica que nos enseñó el apartamento donde nos alojamos, cumple punto por punto todos los términos acordados y es más satisfactorio incluso de lo que esperábamos. No es barato (75 € en total, aunque disponemos de una barca para Rosana y para mí solos, sin compartirla con nadie), pero merece la pena. El lago es enorme, y a los pocos metros, una vez dejado Virpazar, apenas te cruzas con nadie. La temperatura, además, es muy agradable; la suave brisa que recorre las aguas refresca más de lo esperado. Sorprende la enorme extensión de nenúfares que hay en muchos tramos del lago. No soy experto en aves, pero a simple vista consigo distinguir cormoranes, gaviotas y garzas, y otros tipos más que no sé identificar. Sin la menor duda, el lago Skadar es un auténtico paraíso natural, un espacio imprescindible a la hora de visitar Montenegro, el lugar perfecto para dar término a nuestro viaje.

El recorrido por el lago que hemos contratado incluye la visita al monasterio de Kom, un antiguo templo ortodoxo edificado en 1415 sobre la isla de Odrinska gora. Según nos dicen, es de los pocos monasterios de construcción original que se conservan, ya que los turcos, probablemente a causa de su ubicación, no llegaron a destruirlo. Está decorado con unas hermosas pinturas interiores que, como es habitual, no nos dejan fotografían. (¿Qué daño puede hacer a las pinturas, digo yo, unas inocentes fotografías tomas sin flash? En fin, cosas de las religiones que jamás entenderé).

Por la noche, de nuevo en Virpazar, nos despedimos con otros dos platos locales muy presentes en la cocina montenegrina (en este caso, pollo y trucha, según creo recordar). Mañana nos quedan unos cuantos kilómetros hasta Dubrovnik, donde pasaremos la noche para, al día siguiente, tomar nuestro vuelo de regreso a España.

 

TIVAT - DUBROVNIK – Miércoles 14-08-2016

Hoy en teoría era una jornada de transición, sin nada reseñable que ver ni visitar, pero como vamos bien de tiempo, decidimos hacer una pequeña parada en Tivat y recorrer su coqueto y moderno puerto, adonde llegan muchos de los cruceros que recalan en la bahía.

Sin embargo, hoy será con diferencia el peor día de todo el viaje. Y ello a causa del tiempo excesivo que debemos esperar en la frontera croata a que se dignen controlar sellar pasaportes. Ya a mucha distancia del puesto fronterizo (probablemente a más de un kilómetro) hemos de detener el coche debido a la gran fila de vehículos que nos preceden. Pero el problema más grave es la enorme, descomunal lentitud a la que nos movemos. Durante muchos momentos debemos permanecer detenidos, a veces por periodos de 10 y 15 minutos, puede que incluso más, y cuando reanudamos la marcha es solo para avanzar 20 o 30 metros. Como es lógico, la paciencia va disminuyendo conforme se suceden las horas y todavía no tienes a la vista el control policial que has de superar. Resulta difícil entender (salvo que uno sea malpensado) a qué responde semejante lentitud.

De un autobús que se encuentra unos cuantos metros detrás de nosotros bajan unas chicas con sus respectivas maletas dispuestas a cruzar la frontera a pie, temerosas de perder el vuelo que, por lo visto, parte del aeropuerto de Dubrovnik en poco tiempo. Imagino que al otro lado de la frontera les esperarán unos taxis para llevarlas cuanto antes al aeropuerto. Puede resultar divertido para las autoridades fronterizas jugar tan alegremente con el tiempo de la gente, tenerlos estoicamente esperando para cumplimentar un trámite burocrático que, con un mínimo de buena voluntad, puede resolverse con mucha más celeridad; el problema es que para muchos semejante retraso puede tener consecuencias graves: perder un vuelo, asumir un día más de pago por el alquiler del vehículo, llegar tarde a una reunión crucial, etc. Por lo visto, a la policía fronteriza croata todo eso le preocupa bastante poco. El desprecio que muestran hacia los viajeros que esperan en una fila interminable es bastante significativo y escasamente justificable. Al final, después de aguardar turno durante casi tres horas, conseguimos pasar a territorio croata. Un motivo más para que me siga pareciendo inexplicable el deseo de algunas personas de construir aún más fronteras, como si las que hay no fueran ya demasiadas.

Tenemos previsto pasar la tarde en Dubrovnik, localidad que ya visitamos hace años y que nos apetece recorrer de nuevo. Sin embargo, el inmenso número de vehículos que a estas horas llenan la carretera que va del aeropuerto a la ciudad nos hace perder otras dos horas en varios atascos, aunque en esta ocasión no por culpa de la dejadez de nadie sino por las circunstancias de tráfico. Croacia, me temo, está colapsada por el turismo. Sobrepasada. Lo certificaremos esta misma tarde en Dubrovnik, donde oleadas de visitantes copan todas sus calles, plazas y callejuelas, reduciendo inevitablemente el enorme atractivo de la ciudad. Dubrovnik sigue siendo una hermosa población de estilo veneciano, una de las ciudades fortificadas más bellas del mundo, pero me temo que disfrutar de esa belleza va a ser muy difícil en los próximos años. El boom mundial del turismo tiene también sus contrapartidas. La masificación y la aglomeración es una de ellas.

Este ha sido, grosso modo, el resumen de un viaje de ocho días por Montenegro. No es un país espectacular, la mayoría de sus poblaciones no poseen demasiado atractivo, pero tiene la ventaja de su reducido tamaño y ofrece la belleza de sus hermosos y agrestes paisajes. Montenegro es un espacio natural a descubrir, ahora que todavía no está colapsado por el turismo. La bahía de Kotor es un espacio histórico-natural de gran belleza, aunque los cruceros ya la están incluyendo entre sus destinos habituales. Como todo lugar en el planeta, tiene atractivos suficientes para merecer una visita. Y como digo siempre, es la mirada del viajero lo que convierte cada espacio en especial, único e irrepetible. Si alguien quiere probar con Montenegro, mi consejo es que lo haga cuanto antes

© 2019 Carlos Manzano

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