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JAPÓN
UNIVERSO DE CONTRASTES


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INTRODUCCIÓN

Una maiko (aprendiz de geisha) caminando por las calles de KiotoNo tenía nada claro cómo enfocar este texto sobre mi reciente viaje Japón. Ya desde antes de ponerme a escribir, me frenaba una convicción ineludible: de un breve recorrido de dieciséis días por uno de los países más complejos y contradictorios del planeta apenas es posible extraer más que una serie de sensaciones inconexas y poco definidas que de ninguna manera merecen ser elevadas a la categoría de “reflexiones”. Por otra parte, el temor a resultar pretencioso si insistía en sobredimensionar lo que no son sino meras impresiones personales (contingentes y siempre intransferibles) me impedía dar comienzo a lo que debía ser un sucinto resumen de un viaje turístico a aquel país en otoño de 2008. El riesgo, igualmente probable, de resultar demasiado prolijo en descripciones o abundar en reseñas impersonales, convirtiendo este texto en una simple pero desmañada guía turística sin interés para nadie, era el otro escollo que se presentaba ante mí. Así que me dije que lo único que de verdad estaba en condiciones de hacer era lo que he venido haciendo hasta ahora con la mayor parte de mis viajes: iniciar una descripción físico-sentimental apoyándome en las distintas circunstancias vividas y tratando de ser lo más honesto posible conmigo mismo y con el ocasional lector. No sé otra forma de abordar el relato de mis experiencias de viaje. Tratar de llegar más allá sería atribuirme unas facultades que no poseo y otorgarme una posición de observador “omnicomprensivo” que excede con mucho mi capacidad de discernimiento; es decir, jugar a un juego que no conozco y, por tanto, correr el riesgo de hacer trampas conmigo mismo. Y eso, además de estúpido, sería ridículo.

Japón conserva buena parte de sus ritos y costumbres ancestralesJapón, desde los más modernos barrios de sus grandes ciudades donde los rascacielos, las agobiantes luces de neón, las gigantescas pantallas de video, las concurridas avenidas y los pasos de tren elevados dominan el paisaje remitiéndonos a las más delirantes películas futuristas, hasta sus coloridos mercados callejeros que nos devuelven siquiera por unos minutos al continente asiático más vibrante, ofrece unos contrastes tan marcados que hace difícil encontrar una sola óptica desde la que aprehender tanta diversidad y tanta abundancia. Japón es sin duda alguna un país asiático, y eso se deja ver aunque solo sea en algunos aspectos secundarios que, no obstante, surgen a la vista tras rascar levemente en su celofán de urbanismo ultramoderno. Las calles de Tokio rivalizan en caos con otras grandes urbes asiáticas (un caos, no obstante, perfectamente dispuesto, sin atropellos ni peligros, con calles saturadas de viandantes pero donde casi nunca hay tropiezos involuntarios); la comida, sin soslayar la sofisticación que la han hecho mundialmente famosa, es también indudablemente asiática: el arroz y los típicos noodles forman parte de su dieta básica; las calles de algunos barrios de la ciudad aparecen saturadas de cables eléctricos, una estampa que, alejada de la más mínima regla estética, Imagen donde se conjuga modernidad y tradición, tomada en el distrito de Kandapodría encontrarse con pocas variaciones en Bangkok, Saigon o Non Penh; por no hablar del clima, que aunque aderezado con algunas peculiaridades nacionales producto de su configuración isleña, presenta unos veranos muy calurosos y húmedos y unos inviernos fríos y lluviosos. En efecto, cuando uno viaja a Japón, debe tener en cuenta que también está viajando a Asia.

Pero Japón es, al mismo tiempo, una nación que ha alcanzado un gran desarrollo tecnológico y urbano. Es, desde esa óptica, un país occidental que ha hecho del despilfarro y el derroche energético una de sus señas distintivas. La organización social, a ojos de un turista que lo desconoce casi todo del país, aparece apenas sin fisuras, “hormíguea” me atrevería a decir: apenas hay delincuencia, el tráfico no presenta alteraciones significativas —al menos yo no presencié ninguno de esos atascos que caracterizan nuestras más boyantes ciudades, como Madrid y Barcelona— y la puntualidad de los servicios de transporte alcanza la perfección. En muchos restaurantes se ofrecen platos a partir de 290 yenes (menos de 2 euros)A pesar del escollo que supone el idioma, y que pocas veces se estará en condiciones de superar, hay pocos países donde uno pueda moverse con mayor soltura que Japón. El civismo de sus habitantes es ejemplar, y no creo haber pisado nunca una ciudad más limpia que Tokio, a pesar de la práctica inexistencia de papeleras en las vías públicas.

Más allá del tópico, la imagen del trabajador japonés que aparece a los ojos del turista cuadra sin rechinar lo más mínimo con la del obrero concienzudo que ha llegado hasta nosotros, una imagen esquemática (pero bastante real) que los describe entregados en cuerpo y alma a la labor que les ha tocado desempeñar y dispuestos a desarrollarla de la mejor manera posible. Eso explica, quizá, el porqué de su puntualísimo sistema de ferrocarril, exacto hasta el segundo, y que a cualquier español acostumbrado a aceptar los retrasos como la cosa más natural del mundo no puede dejar de causarle admiración.

Los locales de juego denominados Pachinko hacen furor entre los japonesesComo ya he dicho, el país apenas presenta niveles de delincuencia reseñables, y la preocupación por no ofender al otro (es importante no confundir "no ofender" con "no molestar": la música que hasta bien entrada la noche puede escucharse en algunas calles de Kanazawa o las terribles pantallas de video que, con el sonido a todo volumen, dominan algunas plazas contradicen el comportamiento individual de sus gentes, siempre atento) ha convertido el protocolo y la educación en la columna vertebral de las relaciones sociales. Es habitual que a uno le saluden con reverencias al entrar y al salir de cualquier comercio o local; la reverencia es la forma habitual de saludo entre los japoneses, entre otras cosas porque aquí nadie se toca, ni siquiera para solicitar tu atención. Los años en los que el shogun Tokugawa, el auténtico unificador del país allá a comienzos del siglo XVII, impuso la llamada “ley de la espada”, por la que cualquier samurai estaba en su derecho de cercenar la vida de otro si pensaba que éste le había ofendido, acabaron por producir resultados más que tangibles en el carácter de los japoneses.

Las shôjo, las adolescentes japonesas, son el símbolo de una mutación de la sociedadOtro de los aspectos que más atraen la atención de los recién llegados es, cómo no, sus jóvenes. Japón es la cuna de muchos de los movimientos juveniles que pueden observarse actualmente en el planeta. Las tribus urbanas, cuyos adeptos desbordan las atestadas zonas de Harajuku y Shibuya los fines de semana, ofrecen una gama de familias y subgrupos tan amplia que a un no iniciado como yo le resulta imposible catalogar al completo: Kogal, Kawai, Wamono, Decora, Lolitas, Gothic Lolitas… son los nombres extraños que adoptan algunas de ellas y que ya se están empezando a copiar (muchas ya lo han sido) en otros lugares del planeta. Para un extranjero resulta del todo imposible describirlas con propiedad, apreciar las sutiles diferencias que las definen y, menos aún, conocer cuál es el origen de cada una de ellas. Al final, quedarán como el punto exótico por excelencia de un sector juvenil que, tal vez renuente a entrar en el mundo ordenado de sus mayores, ha hecho de la apropiación de unos usos sociales genuinamente infantiles y totalmente dominados por la apariencia, el último recurso para perpetuarse en un permanente estado de inmadurez.

Las denominadas "Lolita" son uno de los muchos grupos a los que se adscriben las jovenes japonesasY por si todo esto fuera poco, la aparente impudicia de sus colegialas, quienes parecen pugnar unas con otras por ver quién ofrece la falda más minúscula o el atuendo más provocativo, lleva al visitante (al menos al masculino) a congeniar con el imaginario erótico de los japoneses, un imaginario que a su vez encuentra su alimento en sus tradicionales dibujos animados, el anime y el manga.

A este respecto, me parece oportuno referirme al artículo que, a raíz de una exposición en España de la artista nipona Erina Matsui, escribió en la página web Neomoda (http://www.neomoda.com) la periodista Irene Romero, muy indicativo de las nuevas corrientes juveniles que se dan en Japón:

«El término Kawaii es una palabra de moda entre los jóvenes japoneses, que más allá de significar guapo o mono, define toda una forma de ser y pensar basada en un cierto estrafalario nihilismo y una exaltación de la infancia. Minifaldas plisadas, lolitas en el barrio de Harajuku, adoración exacerbada por todo lo relacionado con Hello Kitty y los personajes manga, construyen un mundo onírico y delicado en el que los jóvenes japoneses se refugian y recrean su propia identidad.»

El término Kawaii define toda una forma de ser y pensar basada en un cierto estrafalario nihilismo y una exaltación de la infanciaY un poco más adelante, añade:

«En cuanto a la transformación de la sociedad japonesa también hay que añadir la metamorfosis de la figura de la mujer. Tras ser el sustento de la cultura tradicional japonesa, en la actualidad (…) las chicas pasan cada vez más tiempo en la calle, vestidas de forma ostentosa para ser vistas y fotografiadas por los ojos de los viandantes. Las shôjo, las adolescentes japonesas son el símbolo de una mutación de la sociedad. Se definen como mujeres-niña, en estado de suspensión entre la infancia y la edad adulta. Entre colegiala y femme fatale, la gyaru —del inglés girl (chica), a la japonesa— es realmente la nueva fuerza social y cultural en Japón.»

Creo que no es necesario añadir mucho más.

Por todo ello, ante tal cantidad de modelos de ocio ajenos a lo que representa la vida en nuestras sociedades occidentes, lo que viene a continuación no puede pasar de ser meras percepciones, destellos que han ido surgiendo poco a poco ante los ojos del viajero, sin que llegue al final a asimilarlo del todo y, menos aún, a comprenderlo en su justa medida. Es como si contemplara el país a través de un cristal irrompible, transparente pero excepcionalmente grueso, y el verdadero Japón quedase siempre al otro lado, inalcanzable, incomprensible muchas veces, contradictorio siempre. Quizá ésa sea la razón por la que Japón no defrauda nunca ni deja jamás de sorprender.

 

TOKIO

Vista de Shinjuku desde lo alto del edificio del Gobierno Metropolitano de TokioLa capital de Japón podría servir de resumen de lo que ofrece el país en su conjunto. A imagen de un orondo luchador de sumo, el deporte-religión nacional, Tokio es una ciudad de apariencia tosca, desmesurada y poco presuntuosa, podría decirse que hasta obesa, pero que al mismo tiempo permite entrever más allá de la grasa acumulada y sus torpes ademanes unos modales exquisitos y una técnica perfectamente depurada producto de muchos años de experiencia. Tokio es, a primera vista, una ciudad descomunal, brutal me atrevería a decir, organizada en una serie de distritos definidos en su mayor parte por una arquitectura funcional diseñada con el único fin de dar alojamiento a sus algo más de 13 millones de habitantes. No es fácil recorrerla al completo, ni siquiera visitar todas sus áreas principales sin dejarse alguno de sus rincones más reseñables. No es tampoco una ciudad bonita; quitando algunas zonas determinadas, apenas hay edificios que merezcan ser reseñados por su belleza estética. En realidad, Tokio no está hecha para ser recorrida a pie una vez se abandonan sus barrios más emblemáticos. Su inmensa amplitud hace obligado el uso del transporte público, ya sea su extraordinaria red de metro o de la línea ferroviaria circular Yamamote, esta última recomendable si uno dispone del caro pero indispensable Rail Pass. A pesar de todo, Tokio se convierte en una visita imprescindible si uno quiere acercarse, siquiera superficialmente, a la realidad más telúrica del país, a su idiosincrasia particular. Y es que, como en los espacios más representativos, aquí se condensa lo peor y lo mejor de Japón.

Asakusa es tal vez la única zona de la capital donde todavía se conservan algunas construcciones tradicionalesTokio sufrió dos graves calamidades que arrasaron casi por completo lo que pudo ser la ciudad hasta el siglo XIX. En primer lugar, el terrible terremoto de Kanto de 1923, que echó abajo buena parte de sus barrios antiguos; y en segundo lugar, los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, que arrasaron por completo con lo poco que todavía quedaba en pie. Asakusa es tal vez la única zona de la capital donde todavía pueden verse algunas construcciones de estilo tradicional. En los alrededores del templo Senso-ji, por ejemplo, queda alguna que otra calle donde aún se mantienen en pie las típicas casas de manera tan caras de ver en otras zonas. Es poco, demasiado poco para el esplendor del que gozó la ciudad en el pasado, pero el atractivo de Tokio no reside en la gloria de sus viejos tiempos, sino en el futuro, en ese avance de ciudad postindustrial que exhibe con orgullo. Shinjiku, por ejemplo, acoge en apenas unas decenas de metros cuadrados la exquisitez arquitectónica de los más modernos rascacielos y de las oficinas del gobierno metropolitano Shinjiku es una de las áreas más fascinantes y vibrantes de Tokiocon la menos exquisita pero imprescindible área de esparcimiento, es decir, los sex-shops, los packinkos (locales de máquinas tragaperras que funcionan con bolitas de acero), los extremadamente cursis hoteles del amor y, cómo no, los inevitables locales de prostitución. Akahibara, el barrio tecnológico, es un mareante maremágnum de tiendas generosamente iluminadas donde se venden los más variados y, a menudo, incomprensibles productos electrónicos, punteado por más y más comercios que ofrecen una ingente variedad de productos manga y donde las bombillas de neón que decoran cada fachada dan lugar a todo un espectáculo de luces y colores. Pero quizá sea Shibuya, el barrio de la diversión, los restaurantes y el consumo desenfrenado, donde mejor pueda apreciarse el ritmo de vida dinámico de esta gran ciudad. Aquí se halla el siempre atiborrado cruce de peatones denominado Scramble Kousaten que la película Lost in Translation, de Sofia Coppola, hizo célebre hace unos años. Ayudado por el escrupuloso respeto a los semáforos de que hacen gala los habitantes de este país, resulta sencillamente espectacular observar Shibuya es el barrio de la diversión, los restaurantes y el consumo multitudinariocómo cientos de personas cruzan al unísono la calle en todas las direcciones posibles con una coordinación tal que parece que estuvieran poniendo en práctica una coreografía largamente ensayada. Las grandes pantallas de video que se apostan en varias de las fachadas colindantes con sus altavoces a todo volumen, la variopinta mezcla de personajes —ataviados muchos de ellos con sus estrambóticas indumentarias “tribales”— que aguardan pacientes en las aceras y los chirriantes neones que iluminan de cientos de colores cada calle ofrecen uno de los espectáculos urbanos tal vez más sorprendentes del mundo. Yo, al menos, no me cansaba de ver una y otra vez el mismo preciso movimiento de masas como si se tratase de la repetición de una polémica jugada de fútbol.

Ueno es uno de los barrios característicos de TokioNo entraré en la descripción pormenorizada de todos y cada uno de los barrios de esta inmensa urbe y de las características que los definen (para eso ya están las guías de viaje, mucho más exhaustivas de lo que podrían dar de sí estas modestas líneas). Pero no puedo dejar de recomendar otro de los barrios característicos de Tokio, Ueno, donde, además de situarse uno de los parques más extensos y agradables de la ciudad y un buen número de museos (en uno de los cuales, por cierto, se exhibía una muestra del holandes Veermer y en cuya dirección vimos dirigirse con prisa a una multitud de ciudadanos), se sitúa el mercado callejero de Ameyoko, un maremágnum de puestos y tiendas callejeras que nadie debería dejar de visitar, especialmente por la noche. Aquí hay de todo lo que cualquiera puede necesitar en su vida diaria: ropa, restaurantes, alimentación, menaje, mobiliario…, todo a pie de calle y a un precio mucho más asequible que en cualquier otra zona de la ciudad. Como he señalado algo más arriba, nada que envidiar a cualquiera de los mercados callejeros de Tailandia o China.

Tokio se puede visitar fácilmente sin ninguna clase de ayudas externas. Un buen plano de la ciudad y otro del metro son suficientes para no perderse en su extensa red de callejuelas y para llegar al destino en un plazo de tiempo razonable. Existe, no obstante, un servicio de guías gratuitos que, a cambio de la práctica de algún idioma extranjero, se ofrecen para llevarte por la zona de la ciudad que elijas. Ginza es el distrito comercial por excelencia de Tokio, donde se hallan las firmas más caras y distinguidasNo son guías profesionales, pero se toman muy en serio su trabajo. La manera de contactar con ellos es a través de su página web (http://www.tokyofreeguide.com). Nosotros hicimos uso de uno de ellos para visitar un domingo los barrios de Ginza, Harajuku y Shibuya. En principio, hubiéramos preferido contar con un guía de habla hispana, pero dado que ya estaban todos comprometidos para esa fecha, tuvimos que conformarnos con uno angloparlante. Pese a ese pequeño inconveniente, Junko, que así se llamaba la persona con la que concertamos la visita, fue cordial, exquisitamente educada y en todo momento se tomó su labor con absoluta seriedad. Nosotros pretendíamos, además de conocer con detalle algunas de las zonas más llamativas de Tokio, tener un contacto directo con algún habitante de la ciudad, poder intercambiar puntos de vista y acercarnos en la medida de lo posible a la mentalidad japonesa. La forma de vestir de los jóvenes nipones resulta a menudo chocante para el gusto occidentalEn un principio, habíamos acordado acotar la visita de diez de la mañana a las tres de la tarde, aunque al final Junko estuvo con nosotros hasta pasadas las siete (supongo que sería señal de que se encontraba a gusto con nosotros, o quizá consecuencia de su ilimitada cortesía). Y tengo que decir que fue una experiencia de todo punto enriquecedora. Junko nos dio toda clase de explicaciones respecto a algunas de las cosas que nos habían llamado la atención en diversos momentos del viaje; con ella recorrimos exhaustivamente la zona de Ginza, donde se concentran los comercios más lujosos de la capital y cuya calle principal se cierra al tráfico los domingos por la mañana para acto seguido llenarse de viandantes ansiosos por ocupar un espacio físico que normalmente no les pertenece. Nos habló de las modas que tanto fascinan a los habitantes de este país y de los patrones que rigen su manera de divertirse, de su apego a las novedades y de su tendencia a hacer cola cada vez que un nuevo comercio del tipo que sea se establece en la ciudad (nosotros fuimos testigos, por ejemplo, de las enormes filas que se apostaban a la entrada a una tienda de H&M que había abierto hacía pocas semanas), filas que en ocasiones pueden llegar a superar las dos horas.

A la espera de que el semáforo se ponga en verde en un cruce de peatones en ShibuyaSin embargo, no me sentí con la confianza suficiente para abordar cuestiones más personales. Si bien poco después de conocernos ya sabíamos dónde trabajaba y a qué sector económico pertenecía su empresa, cuando en cierto momento le pregunté sobre sus estudios, creí advertir en ella un cierto reparo en contestarme, como si hubiera entrado yo en algún tema de índole personal que no le resultaba fácil abordar. Sentí —tal vez erróneamente, eso no lo sabré nunca— que había ciertas barreras personales que no iba a ser fácil superar: el concepto que ambos teníamos de lo que puede considerarse parte de nuestra intimidad difería más de lo que yo mismo había pensado en un principio. Una de las jóvenes que se dan cita los domingos en el distrito de HarajukuHabía entre nosotros, a pesar de toda la cordialidad que Junko no dejó ni un segundo de exhibir, una falta de confianza casi crónica que no fuimos capaces de superar en ningún momento. El temor a ofender, a decir algo molesto o inadecuado, tan presente en las relaciones sociales niponas, estaba limitando nuestra propia comunicación. Tampoco es que tuviera yo un interés especial en conocer cosas de su vida, pero creo que me sentí contagiado de ese pudor extremo por no herir al otro, lo que unido a que ni ella ni yo hablábamos un inglés perfecto, cortocircuitó nuestra comunicación de una manera obvia. No obstante, tengo que decir la experiencia con Junko fue sobradamente positiva, porque, aparte de su encomiable labor como guía, vino a confirmar algunos de los tópicos más extendidos que me había traído de España acerca de la mentalidad japonesa (por ejemplo: nada más vernos, le hicimos entrega de un regalo que le habíamos traído desde España; ella, como es costumbre en este país, no abrió el paquete y lo guardó directamente en el bolso sin mostrar un excesivo entusiasmo; por su parte, ella nos dio el obsequio que nos había preparado justo segundos antes de despedirnos).

Alrededor de la estación de metro de Shibuya se dan cita un buen número de jóvenes en busca de diversiónPero volviendo al recorrido propiamente dicho, el plato fuerte fue, cómo no, Harajuku. Esta zona de Tokio se ha convertido en uno de los centros de peregrinación turística más importantes de Japón debido a los grupos de jóvenes que cada domingo se dan cita en el puente de antecede al parque de Yoyogi ataviados con sus excéntricas vestimentas. Casi como si se tratase de un auténtico safari fotográfico, numerosos fotógrafos de todas las nacionalidades (japoneses incluidos, por supuesto) se lanzan cada domingo a la caza y captura de los especímenes más singulares, más estrafalarios o más extravagantes que allí recalan, jóvenes cuya diversidad estética y atrevimiento ornamental nunca dejan de sorprender. Ya he hablado al principio de la moda juvenil japonesa, así que no insistiré más en ello. En este caso, además, las fotografías vienen a ser más descriptivas. 

La calle Takeshita se llena de adolescentes los fin de semanaEs la calle Takeshita, sin embargo, el centro neurálgico de Harajuko. Esta calle más bien estrecha se transforma los domingos en un auténtico hervidero de adolescentes de toda clase y condición que abarrotan hasta el último milímetro de la misma, una multitud estrambótica que convierte un simple paseo en una tarea titánica y que busca su dorado momento de esparcimiento entre las tiendas de ropa, los salones de juego y los restaurantes de comida basura que aquí abundan. Sin querer entrar ni mucho menos en un análisis sesudo de unos modelos de diversión que me son bastante ajenos, creí percibir en todo ello una cierta propensión al gregarismo que llevaría a estos chicos a buscar insistentemente la compañía anónima de otros muchos como ellos, poniendo en práctica un ritual de pertenencia con el que probablemente tratan de romper las tendencias disgregadoras de la industrializada y segmentada sociedad japonesa contemporánea (aunque esto, habría que añadir, no se diferencia demasiado con la situación de los jóvenes de nuestro país).

 

NAGOYA

Nagoya es una población moderna con amplias zonas comercialesNagoya, si no estoy mal informado, es la cuarta ciudad más poblada de Japón. A priori, no parece poseer demasiados atractivos (al menos las guías no se entretienen demasiado en destacarla), a excepción de su restaurado pero aún así atractivo castillo. No obstante, la visita a esta ciudad nos deparará bastantes buenos momentos, teniendo en cuenta, eso sí, que se trata de la segunda localidad que visitamos y que, por tanto, no estamos todavía familiarizados con los estilos y las formas de vida de este país.

Un tanto ingenuamente (las distancias son mayores de lo que parecen en el plano), nos dirigimos caminando desde la zona colindante a la estación de ferrocarril, donde se encuentra nuestro hotel, hasta el castillo de los Tokuwaga, aprovechándonos del sol que, por primera vez en nuestro viaje, se ha dignado en aparecer sin el más mínimo pudor. Por cierto, nada más dejar la estación descubrimos un tanto asombrados que el área que rodea la estación ha sido calificada como “zona libre de humos”, por lo que está rigurosamente prohibido fumar en la calle. No es raro el uso de bicicletas para desplazarse por las calles de cualquier ciudad de JapónA mí, ciertamente, me resulta curiosa una prohibición así, máxime cuando en los bares y restaurantes, espacios cerrados donde el daño causado por la nicotina es más perceptible, sí está permitido fumar. Es otro de esos aspectos de la vida en Japón de difícil comprensión para el no avezado.

La estación de ferrocarril de Nagoya, de reciente construcción, alberga en sus subterráneos todo un amplísimo y casi laberíntico complejo comercial, cuya longitud se extiende hasta más allá de algunos edificios colindantes. En Japón llueve bastante a menudo, circunstancia que impulsa la creación de estos inmensos espacios comerciales cubiertos donde coexisten todo tipo de tiendas. El de Nagoya es, desde luego, el más extenso de los que tuvimos ocasión de recorrer en nuestro viaje. Una pareja de compras por la zona comercial de NagoyaPero, en general, todas las estaciones de tren de las grandes ciudades tienen el suyo. Y hay que decir también que, por lo que pudimos apreciar, los japoneses los frecuentan muy a menudo, aunque a mí, personalmente, casi todos me parecieron artificiales, feos y nada agradables (a excepción, tal vez, del de Kioto, del que hablaré en su momento). Será una simple cuestión de gustos.

El recorrido, aunque más largo de lo esperado, nos permite ir descubriendo poco a poco algunas características urbanas comunes a la mayor parte de las ciudades de este país como, por ejemplo, cómo junto a edificios de corte tradicional, de paredes de madera, coexisten bloques de manzanas rabiosamente modernos y de altura más que reseñable. Otra cosa que me llama poderosamente la atención de esta ciudad es el olor: Nagoya, no sé exactamente el motivo, huele bien. Puede que sea alguna de las flores que van jalonando nuestro camino o el aroma desprendido por alguna planta aromática que no consigo identificar. El caso es que es ésa una sensación que no me abandonará en todo el día y que alcanzará su punto álgido en los alrededores del castillo.

El castillo que puede verse hoy en día es una reconstrucción del original, ya que éste resultó destruido por un pavoroso incendio en 1945 tras ser bombardeado por el ejército estadounidense El castillo actual es una reconstrucción, ya que el original resultó destruido por un pavoroso incendio en 1945(lo cual se convertirá en casi una constante en este país: buena parte del legado histórico de Japón acabó demolido bajo los insistentes bombardeos de la aviación aliada; lo de Hiroshima no fue más que el punto álgido de una destrucción organizada en toda regla). En realidad, sin dejar de ser interesante, ofrece lo que se supone que debe dar de sí una reconstrucción. Su interior, lejos de ofrecer el aspecto medieval del pasado, acoge un museo no exento de interés aunque tampoco especialmente recomendable donde se pueden ver fotografías que muestran cómo era antes de su destrucción, así como algunas pinturas rescatadas del desastre. Igualmente, en una de sus plantas se puede contemplar una curiosa reconstrucción de lo que podía ser la vida diaria en un pueblo de Japón. En cualquier caso, ya que la visita puede consumir una parte importante de nuestro tiempo, habría que añadir que su atractivo reside más en su estructura exterior que en otra cosa.

Colegialas de uniforme en las galerías comerciales de NagoyaDe vuelta, cruzamos consecutivamente la zona comercial elegante de la ciudad y la más populosa de las galerías cubiertas. En ambas, nos dejamos seducir por ese ambiente tan característico de la vida comercial nipona que en pocos días llegará a hacerse tan normal para nosotros como las máquinas expendedoras de bebidas (que abundan por doquier) o las seductoras vestimentas de las colegialas. Las tiendas que podríamos considerar de lujo destacan por su esplendor, parecen diseñadas para que uno se sienta partícipe de ese mundo fastuoso solo al alcance de los más pudientes; la galería comercial, por el contrario, se asemeja más a un gran zoco, y tanto los productos como el diseño de las tiendas están pensados para el consumidor más prosaico, más interesado en el contenido que en el envoltorio. Es también una zona más juvenil, más alegre si cabe, donde abundan los comercios de ropa y los locales de entretenimiento. Para nosotros, obviamente, el mayor pasatiempo reside sencillamente en dejarnos llevar y ver, sentir, observar la vida cotidiana de una tarde cualquiera en una ciudad japonesa de provincias. Con todo lo que eso conlleva.

 

VALLE DEL KISO

El camino comienza en Magome, una hermosa población rural con numerosas casas tradicionalesSiempre me ha gustado adentrarme en las zonas rurales de los países que visito. En general, especialmente cuando uno viaja por su cuenta y riesgo, se suele hacer excesivo hincapié en contemplar las ciudades más importantes y se dejan de lado otros puntos menos conocidos aunque también de más difícil acceso, ya que carecen de la fluidez de comunicaciones de una gran ciudad. Por eso, el sendero que serpentea entre las localidades de Magome y Tsumago, perfectamente señalizado y lleno de atractivos, se había convertido para mí en una de las etapas más esperadas de este viaje. Y tengo que adelantar que no decepcionó lo más mínimo. Todo lo contrario.

En primer lugar, las dos poblaciones origen y final del camino, Magome y Tsumago (se puede hacer el recorrido en ambos sentidos, aunque partiendo de Magome se hacen más kilómetros de descenso que de ascensión), justifican por sí mismas una visita. El sendero atraviesa bosques de la más diversa índoleAmbas, pero sobre todo Tsumago, son poblaciones rurales de aspecto puramente medieval, con ese encanto especial que ofrecen los espacios donde el tiempo parece haberse detenido por completo. Ambas poblaciones suelen recibir un importante número de turistas (turismo local sobre todo, no son muchos los extranjeros que se acercan hasta aquí, ya que no entra en la ruta de los principales touroeradores), aunque son bastante menos los que se animan a completar el recorrido (recorrido que prácticamente realizamos en absoluta soledad, inmersos así hasta el tuétano en el entorno). Teníamos todo el día por delante para recorrerlo al completo aprovechando el buen tiempo que hizo la excursión aún más agradable si cabe y que nos permitió llevarla a cabo con toda la tranquilidad del mundo.

Uno de los muchos campos de arroz que se atraviesan en el caminoNo soy ningún experto en biología ni entiendo de plantas y flores, así que me resulta imposible dar cumplida cuenta de los diferentes paisajes que fuimos descubriendo a nuestro paso. En cualquier caso, sí puedo decir que el camino es lo suficientemente variado para permitirnos atravesar bosques espesos (de cedros y bambúes, entre otros), caminar junto a ríos poco caudalosos, contemplar algunas cascadas, cruzar minúsculas poblaciones rurales donde apenas llegan turistas, transitar amplios senderos y vistosos campos de arroz... En resumen, y para no extenderme demasiado en descripciones redundantes, el Valle del Kiso ofrece todo un muestrario de entornos naturales que compensa sobradamente el pequeño esfuerzo que supone completar el recorrido al completo (recorrido que, como he dicho antes, está perfectamente señalizado, por lo que es casi imposible perderse).

Tsumago es una hermosa poblacion medieval que se ha conservado con tal hasta nuestros díasEn principio, teníamos previsto, una vez llegados a Tsumago, tomar el autobús de línea hasta la cercana población de Nagiso para, desde aquí, regresar en tren a Nagoya. Sin embargo, en Tsumago nos entretuvimos más de lo esperado (la localidad lo merecía; además, no pudimos resistir la tentación de probar un clásico té verde en un local tradicional con una decoración exquisita que, ceremoniales incluidos, nos ocupó más tiempo del previsto) y por ese motivo perdimos el último autobús a Nagiso. De ese modo, nos vimos obligados a caminar tres kilómetros más (los que separan Tsumago de Nagiso) que, sin embargo, nos ofrecieron una nueva muestra del maravilloso encanto de esta zona rural, que en modo alguno merecería pasar inadvertida. En cualquier caso, este día quedará en el recuerdo como uno de los más gratificantes de todo el viaje.

 

TAKAYAMA

Una de las típicas calles del distrito de NagamachiIncluimos Takayama en nuestro viaje por varias razones. La principal, obviamente, porque se trata de una ciudad realmente acogedora que conserva casi intactas varias calles antiguas con sus tradicionales viviendas de madera. Igualmente, habíamos previsto realizar desde aquí una visita a la cercana población de Shirakawa-go, otra localidad tradicional donde se encuentran cierto tipo de viviendas denominadas “gasho”, las cuales han perdurado hasta nuestros días en perfecto estado de conservación. Se trataba, pues, de adentrarnos en esa parte de Japón, tan cara de ver hoy en día, propia de épocas pasadas de samurais y daymios, tan maravillosamente recreadas en algunas películas de Kurosawa, Mizoguichi o Hideo Gosha. Y hay que decir de antemano que Takayama, a pesar de ser una localidad turística y destino por tanto de un nada despreciable número de visitantes, fue uno de los lugares más hermosos en donde pusimos nuestros pies.

El entorno natural que rodea a Takayama es igualmente merecedor de una visitaEl hecho de pasar dos noches en Takayama (en el por otra parte encantador ryokan Minshuku Kuwataniya, estratégicamente bien situado al lado de la estación de ferrocarril) nos permitió disfrutar del entorno urbano con toda la calma que merecía. Ya de noche, cuando las legiones de turistas han abandonado la ciudad refugiándose en sus esplendorosos hoteles o ya de vuelta en sus siempre acogedores hogares, pocas cosas resultan más agradables que volver a recorrer el distrito antiguo de Nagamachi, con sus calles ya sin tráfico rodado y libre de viandantes, y disfrutar del inigualable encanto de sus edificios de época samurai y de ese atmósfera genuina epropia de los lugares antiguos. En una ocasión, incluso tuvimos la suerte de toparnos con una representación callejera que incluía cantos y bailes ancestrales sin que llegáramos a entender el porqué de su celebración. No importa. En Takayama abundan los locales de venta de miso y sus derivadosEn realidad, viajar a Japón exige en muchos casos el esfuerzo de ver sin comprender, observar sin la necesidad de analizar, dejarse llevar por las sensaciones sin tratar de buscarles sentido, apartar un poco la mentalidad racionalista que nos es propia y permitir que sean los ojos los que dicten nuestras reacciones. Y es en momentos como esos cuando más se puede llegar a disfrutar de este país.

Comer en Japón es mucho más barato de lo que la mayor parte de la gente cree. Si uno se abstiene de frecuentar los restaurantes más distinguidos, es posible comer por tres euros o incluso menos, eso sí, siempre que hablemos de platos basados sobre todo en el arroz o los fideos. Pero incluso cuando se pretende disfrutar de una comida algo más exquisita, es fácil no superar los 6 o 7 euros por persona. Japón posee multitud de restaurantes (solo en Tokio existen más de 300.000 lugares donde comer) y muchos de ellos, generalmente los más económicos, ofrecen en sus vitrinas la reproducción exacta de los platos que se sirven en su interior. Eso, por supuesto, facilita sobremanera la tarea a los asustados turistas que se sienten incapaces de entender el complejo sistema de escritura japonés y convierte la muchas veces esforzada tarea de elegir comida en algo parecido a un divertido juego. La belleza de esta ciudad no se circunscribe a sus calles principalesLa calidad estética de estas reproducciones es también un motivo para disfrutar de ellas (se elaboran en una fábrica de Asakusa, en Tokio, y no son pocos los turistas que las adquieren como recuerdo, aunque su precio, según tengo entendido, es bastante elevado).

Como bien se sabe, unos de los mayores placeres que puede proporcionar la visita a este país es su gastronomía, más aún cuando su coste es perfectamente aceptable para un bolsillo occidental (la terrible crisis que asoló el país en los años 90 del siglo pasado, con su persistente deflación, ha hecho que la vida ya no resulte tan exorbitantemente cara como debía de serlo en décadas anteriores). Sin embargo, hay ciertos platos cuyo coste escapa a esta norma. La carne, por ejemplo. Es mundialmente conocido el buey de Cobe, cuyo sabor, dicen los que lo han probado, se convierte en un placer único. En un segundo nivel de calidad está la llamada ternera de Hida, que es el nombre de la región en donde nos encontramos, razón por la cual decidimos que, En Takayama hay numerosos mercados matinales donde se ofrecen productos típicos de la zonaya que nuestro presupuesto se mantiene bastante por debajo de los límites esperados, ha llegado el momento de permitirnos un pequeño lujo culinario. Así que entramos en el restaurante Suzuya, uno de los más afamados de la ciudad, para probar la referida ternera de Hida. Hay que decir que se trata de una carne extraordinariamente blanda, veteada por unos hilillos de grasa que la convierten en un bocado muy jugoso. El precio, ciertamente, es bastante elevado: una ración de 150 gramos nos vino a costar unos 4.800 yenes (38 euros al cambio, más o menos). Sin embargo, junto a la exquisitez de la comida, verdaderamente sabrosa, al mismo tiempo pudimos disfrutar de la amable compañía del dueño del restaurante, quien, aparte de prepararnos la susodicha carne justo en su punto, trató con más esfuerzo que éxito trabar conversación con nosotros y nos mostró unos cuantos álbumes de fotos donde se veía buena parte de los productos que ofrecía en su restaurante (muchos de los cuales, dicho sea de paso, él mismo se encargaba de cultivar y recolectar). Fue una velada más que interesante, aunque el inconveniente del idioma, como ya venía siendo habitual, nos impidió un mayor grado de confraternización. Una pena.

 

SHIRAKAWA-GO

Shirakawa-go presenta como característica principal la peculiar estructura de paja de sus tejadosDesde Takayama tomamos el autobús que nos dejará poco después en Shirakawo-go, una población rural que tiene como característica principal la peculiar estructura de paja de sus tejados, diseñada para soportar las terribles nevadas que suelen darse durante el invierno. Aparte de eso, y a pesar del aluvión de visitantes que diariamente llega hasta aquí, se trata de una población apacible cuyos habitantes todavía se dedican principalmente a tareas propias del medio rural. La cotidianidad que se vive y se palpa, por tanto, es intensa. Tanto que incluso a mí mismo me sorprende. Una vez que se abandona la zona de aparcamientos y las primeras casas de entrada al pueblo (donde se concentran las tiendas se souvenirs y los restaurantes), uno puede permitirse sin excesivos problemas pasear relajadamente por el entorno donde se ubica la localidad, disfrutando sin cortapisas de la vida cotidiana en un pueblo rural.

El cuidado que se da a algunos animales parece, cuando menos, estrafalarioComo curiosidad, hacemos un alto en un pequeño puesto callejero donde venden cierta clase de pescado cocinado a la brasa (no sé qué clase de pescado es, ni tampoco me importa). Nosotros pedimos uno cada uno y nos sentamos a una mesa mientras nos los preparan. Como en muchos restaurantes de por aquí, el té es gratuito y te lo puedes servir tú mismo a discreción. Justo al lado nuestro, una pareja de japoneses se han sentado también y han pedido —creo— lo mismo que nosotros. Los pescados, obviamente, se asan enteros, con cabeza y espinas. Y es entonces cuando observo que uno de los jóvenes que están a nuestro lado, y a quien acaban de servirle una pieza, lo toma entero con los palillos y tal cual se lo han puesto en el plato comienza a comérselo sin quitarle la cabeza o las espinas, como si se tratara de un trozo de carne o de una simple salchicha. Yo intento hacer lo mismo, pero abandono al primer intento: las espinas son realmente gruesas, imposibles de masticar para mí. Tengo que abrirlo con las manos y extraerle lo más cuidadosamente que puedo la espina central y, ya de paso, todas las que veo. Tenía la falsa creencia de que en Japón eran extremadamente cuidadosos a la hora de limpiar el pescado, pero ya veo que estaba equivocado: sushi aparte, las espinas también pueden ser un apetecible bocado para un japonés.

Se trata de una población apacible cuyos habitantes todavía se dedican a tareas propias del medio ruralLuce un sol espléndido. Algunas de las casas tradicionales han sido reconvertidas en museos y pueden visitarse, previo pago de la entrada correspondiente, claro está. Un grupo de mujeres, presumiblemente de alguna asociación femenina, vestidas todas ellas con el tradicional kimono, acaban de llegar y deambulan divertidas por el pueblo. Les pido que me dejen hacerles una fotografía y acceden encantadas. Una de ellas habla inglés y me pregunta sobre nuestro viaje, qué hemos visto y qué nos ha gustado más. No podemos conversar mucho tiempo porque las esperan para comer. Nosotros hacemos lo mismo, aunque elegimos un restaurante de ramen, más barato aunque siempre recomendable, que hay cerca de allí. Justo al lado nuestro, un grupo de japoneses con perros ridículamente vestidos se disponen a entregarse a la misma actividad que nosotros. No se ven muchos perros ni mascotas por la calle, caigo ahora, aunque los que se ven suelen dar muestras de ser objeto de una atención exquisita, casi como unos hijos. Aunque ignoro si esto que veo ahora es algo habitual o simple coincidencia.

 

KANAZAWA

Una de las edificaciones típicas de Nagamachi, el distrito de los samuraisA la llegada a Kanazawa nos recibe una lluvia bastante intensa. Hasta ahora hemos disfrutado, en general, de un tiempo irregular aunque aceptable; ha habido días de mucho sol y otros nublados e incluso levemente lluviosos, pero hoy llueve con ganas. Sin embargo, solo vamos a pasar una noche aquí y, como es mediodía y no tenemos tiempo que perder, dejamos nuestras mochilas en recepción (hasta de las cuatro no nos dan habitación), echamos mano de nuestros impermeables y sin más preámbulos nos lanzamos como posesos a la conquista de los más que presumibles encantos que esconden las calles de esta ciudad.

Kanazawa es una localidad relativamente grande, donde predominan los bloques de cemento y las construcciones modernas sin ningún atractivo. El distrito de Higasi Chaya es una de las áreas donde las geishas ofrecían sus servicios en el pasadoDado el mal tiempo, pensamos que lo mejor, de momento, es refugiarnos bajo un techo seguro, y decidimos ir a comer. Sin embargo, no nos resulta fácil encontrar un restaurante (por no sé qué razón, quizá por ser domingo, en la zona donde nos encontramos no hay demasiados, y los pocos que vemos están cerrados). Llegamos al mercado de Omicho, siempre un buen lugar para dar con algún puesto que ofrezca alguna clase de comida, pero a esas horas apenas quedan puestos abiertos, así que decidimos entrar en un centro comercial que hay justo al lado, cosa, por otra parte, absolutamente habitual en este país. Los centros comerciales, además de tiendas, supermercados y comercios, suelen alojar también un considerable número de restaurantes que ofrecen tanta variedad de menús y de precios como los que se puedan encontrar en plena calle. El atractivo turístico más importante de Kanazawa es el parque de KenrokuenEs una opción absolutamente válida para días como este, en el que la persistente lluvia no facilita precisamente el trajín despreocupado por las calles.

Más allá de ofrecer un centro histórico uniforme, en Kanazawa coexisten varias áreas diferentes, un tanto distantes unas de otras, que vienen definidas por el tipo de habitantes que las ocupaban en el pasado. Uno de ellos, por ejemplo, es Nagamachi, el distrito de los samuráis, un par de calles donde todavía se conservan algunos de los edificios en los que residían estos guerreros y sus familias y donde se puede visitar alguno de ellos; está también el encantador distrito de Higasi Chaya, que era la zona donde vivían las geishas y en el que ofrecían sus servicios (es absolutamente recomendable la visita a una de estas casas, conservadas exactamente igual a como eran en el siglo XIX); Una imagen del apacible y encantador distrito de Kazuemachi Chayatenemos también el distrito de Kazuemachi Chaya, a poca distancia del anterior aunque separados por el río, más pequeño y probablemente con un menor número de edificios preservados, aunque también más recogido e igualmente encantador (y casi siempre a salvo de las hordas de turistas, lo cual no es poco). Pero el atractivo turístico más importante de esta ciudad es sin duda alguna el parque de Kenrokuen, a decir de muchos uno de los tres mejores de todo Japón. En efecto, aun cuando nuestra visita (la mañana siguiente a nuestra llegada) está acompañada de una suave pero molesta lluvia, el lugar es todo lo armonioso que puede esperarse de un parque japonés. Merece la pena invertir unas cuantas horas aquí, seguir con serenidad cada uno de sus bien cuidados senderos, dejarse mecer por el equilibrio visual que ofrecen a la vista plantas, flores, árboles y arroyos, sucumbir sin oposición a su extraordinaria melodía sensorial. La visita en un día soleado debe de ser, presumo, aún más placentera.

 

NARA

El Daibutsu-den, según dicen, es el edificio de madera más grandel del mundoLa proximidad con Kioto y la excelente red de comunicaciones entre ambas localidades hacen de la excursión a esta antigua capital de Japón una de las etapas casi obligatorias de todo viaje. Nara fue residencia de los emperadores durante el llamado —precisamente por ello— periodo Nara, época en la que, por cierto, se importó el budismo de China (aunque sin que eso supusiese el abandono del tradicional shintoismo) y se adoptaron algunas de las costumbres y leyes de la dinastía Tang, que regía por aquel entonces el vecino imperio. Muchos de los templos y santuarios construidos en esa época, aunque convenientemente restaurados e incluso reconstruidos, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1998. Este es, sin duda alguna, el mayor de sus atractivos, el imponente conjunto de templos que alberga. Aparte de eso, Nara es una población relativamente pequeña —al menos para los estándares habituales de Japón— cuyos enclaves principales pueden ser visitados en un día.

Quienes logren pasar por el agujero alcanzarán la iluminación (dice la leyenda)Aquí se halla el que dicen que es el templo de madera más grande del mundo, el Daibutsu-den, situado dentro del complejo denominado Todai-ji y adonde acuden diariamente una pléyade interminable de visitantes, especialmente grupos de escolares, algunos de los cuales todavía se empeñan en atravesar una de sus columnas por un agujero hecho en su base (del mismo tamaño que los orificios de las narices del gran Buda que, con más de 50 metros de altura, preside el templo) para, según dicen, garantizarse la “bendición de la iluminación” —aunque a mí, sinceramente, me parecía que se lo tomaban más a modo de juego que como un ritual verdaderamente religioso.

Otro de los pabellones que componen el complejo Todai-jiOtra de las características peculiares de esta población es la nutrida colonia de ciervos que pueblan el parque y que, habituados al trato con la gente, se acercan a los visitantes con total familiaridad e incluso acuden solícitos a cualquier ofrecimiento de comida se que se le haga (de hecho, en el parque hay varios puestos donde se venden unas galletas que los vuelven locos). En cualquier caso, si se dispone de tiempo y el día acompaña, el recorrido que atraviesa el parque de Nara y que lleva hasta algunos de sus templos y santuarios más notables siempre supondrá una buena ocasión para disfrutar de un tranquilo paseo por un espacio natural que, multitudes aparte, rezuma sosiego por los cuatro costados.

Tengo que decir que nuestra visita a Nara fue más breve de lo que hubiera sido deseable; todavía nos quedaban muchas cosas que ver en Kioto, Existen otros puntos de interés en Nara situados fuera de Nara-koenpoblación donde estábamos alojados y cuyos numerosos atractivos exigirían por lo menos 5 o 6 días de estancia, así que no nos quedó más remedio que optar por una de las dos opciones: un día entero en Nara, para regresar a última hora de la tarde, o tratar de disfrutar al menos de media tarde más en Kioto. Al final, decidimos regresar a Kioto al mediodía, de modo que nuestra vista a Nara quedó circunscrita al referido paseo por el parque. También tengo que decir que, personalmente, no era la visita a los templos lo que más interés suscitaba en mí; aún reconociendo todo su valor histórico y su belleza estética, a veces realmente encomiable, no siento excesiva simpatía por las religiones, más bien lo cotnrario, lo que me lleva a no considerar la dimensión espiritual de esta clase de edificios; y, por otra parte, la abundancia de arquitectura religiosa en este país puede acabar provocando un empacho incluso en el más fervoroso de los devotos.

 

KIOTO

En la calle Shimbashi todavía se conservan unas cuantas casas de estilo tradicionalKioto es por derecho propio el corazón y el alma de Japón. De las grandes capitales del viejo imperio, es la única que no fue duramente castigada por la aviación aliada a lo largo de la 2ª Guerra Mundial. Ha sido también el hogar de los emperadores desde finales del siglo VIII, cuando la corte se estableció definitivamente aquí, hasta la restauración Meiji, en 1868, fecha en que se trasladó a la más moderna Tokio. Aunque el gobierno político hacía tiempo que se había desplazado ya a Tokio (durante el denominado periodo Edo, que era como se conocía entonces a la capital) de la mano del omnipresente shogun Tokugawa, la corte imperial continuó en esta vieja ciudad dedicada a tareas más bien protocolarias y de recreo, pero de poco poder real.

El mayor atractivo de Kioto es la permanencia del tiempo casi inalterado entre sus callesPor todo ello, en Kioto es fácil encontrar amplias zonas urbanas que aún se mantienen tal como eran en siglos pasados (o con escasos cambios, al menos exteriormente). Es este, sin duda, el mayor atractivo de Kioto: la permanencia del tiempo casi inalterado entre sus calles. Hay varias zonas donde uno puede sumergirse, a poca imaginación que se tenga, en la que debió ser una de las capitales más fascinantes del planeta. La barbarie urbanística, como en cualquier otro lugar del país, ha hecho también de las suyas; no obstante, se han respetado numerosas áreas tradicionales y los feos bloques de edificios se concentran en zonas más bien alejadas del centro. Aquí en Kioto todavía es fácil ver geishas por la calle, especialmente si uno se adentra en el barrio de Gion, uno de sus reductos imprescindibles. No es difícil encontrarse jóvenes maiko caminando por el distrito de GionA última hora de la tarde, cuando se preparan para salir de sus casas debidamente pintadas y ataviadas con sus vestimentas tradicionales, un aluvión de fotógrafos se hace fuerte en la calle con la intención de inmortalizar alguna de estas exóticas aunque no siempre bien comprendidas mujeres. El espectáculo que ofrece esta pequeña multitud de camarógrafos es casi más llamativo que el de las propias maiko (aprendizas de geisha), involuntariamente protagonistas de todo este tumulto. De vez en cuando, un tanto furtivamente, como en un desesperado intento de escapar a los objetivos amenazadores de los turistas, de una en una o de dos en dos, algunas jóvenes maiko van apareciendo con cierta timidez camino a su destino. Algunas de ellas serpentean por las callejuelas en un intento inútil por esquivar al nutrido grupo de fotógrafos que, a modo de vulgares paparazzis, apenas les permiten caminar en línea recta. La vestimenta de una maiko es mucho más llamativa que la de una geisha, así que su captura fotográfica reviste incluso un interés mayor. No obstante, en todo el tiempo que llevo esperándolas, tan solo veo una geisha auténtica, a quien un lujoso automóvil con chófer incluido ha estado esperando un buen rato a la puerta de su casa. Las demás son maiko, muy jóvenes todas ellas pero espectacularmente vestidas. Dicen que todavía quedan unas 100 maiko en Kioto y algo más de 80 geishas, aunque probablemente esta sea una actividad condenada a la desaparición. Tampoco estoy seguro de si se trata de un empleo que merezca la pena conservarse: tengo que admitir que ignoro el alcance total de las funciones de una geisha, aunque como toda actividad proveniente del pasado, pensar en su final produce una cierta sensación de pérdida irrecuperable.

El hermoso Pabellón Dorado forma parte del complejo del Templo Kinkaku-jiKioto puede presumir, asimismo, de poseer un gran número de templos declarados Patrimonio de la Humanidad (http://whc.unesco.org/en/list/688), aunque están tan alejados unos de otros que resulta casi imposible —salvo que la estancia en la ciudad se alargue más de una semana— visitarlos todos. Para no extenderme más de cuenta dando una lista redundante y poco indicativa de templos que-se-recomienda-visitar, yo destacaría sobre todos ellos el llamado Ginkaku-ji, recogido y delicado como pocos (aunque durante nuestra visita su principal pabellón, el famoso Pabellón de Plata, estuviese cerrado por obras) y el espectacular Kinkaku-ji y su maravilloso Pabellón Dorado, más impresionante aún gracias al pequeño lago que lo rodea y enaltece. A partir de aquí, que cada visitante elija en función de su criterio y de sus posibilidades (y de sus ganas de moverse de una punta a otra de la ciudad, claro está).

Bicicletas apostadas a orillas del río Kamo-gawa, a cuya derecha se encuentra el famoso Sendero de la filosofíaKioto alberga un enorme número de espacios absolutamente recomendables, empezando por su espectacular estación de ferrocarril, una de las más impresionantes que el suscribe ha visto nunca. El diseño, si bien no es rompedor ni excéntrico, sí en cambio ofrece una perfecta muestra de lo que supone conjugar funcionalidad y belleza, además de dar cobijo a un amplio centro comercial y de ocio. En contraste con este espacio moderno pero eficaz, a cierta distancia del centro (es imprescindible usar algún tipo de transporte para llegar hasta aquí) se encuentra el siempre acogedor bosque de bambú de Arashiyama, donde, por lo que cuentan, se han llegado a rodar algunas famosas películas (Tigre y dragón, de Ang Lee, sin ir más lejos). En cualquier caso, si el día acompaña, el paseo por cualquiera de sus dos bien señalizados recorridos puede convertirse en una de las más relajantes actividades susceptibles de llevarse a cabo en la ciudad. Si lo que uno desea es pasar una tarde sin sobresaltos, Arashiyama es el espacio idóneo para ello.

Imagen nocturna de Kawaramachi-doriTampoco sería justo dejar de lado el famoso “sendero de la filosofía”, una apacible travesía enclavada en la parte este de la ciudad que enlaza buena parte de sus más interesantes templos. El sendero, si se realiza de norte a sur, es decir, partiendo del templo de Ginkakuji hasta llegar al de Kiyomizudera (ambos absolutamente recomendables), va dejando a su izquierda el viejo canal que antiguamente abastecía de agua a la ciudad y un enorme bosque de cerezos que en primavera depara un maravilloso espectáculo visual; y a su derecha, una miríada de casitas de apenas dos alturas que forman una de las más acogedoras zonas residenciales de la capital. Dedicar una jornada entera a disfrutar de este sendero no es en absoluto exagerado; por el contrario, la cantidad de sensaciones que puede llegar a transmitir compensa con creces el temor a estar dejando de lado otros enclaves tanto o más recomendables. Un puesto de alimentación en el mercado de NishikiEl sendero de la filosofía es por derecho propio uno de los lugares más visitados de Kioto. Y, al menos durante nuestra visita, todavía consiente ser recorrido en absoluta calma, sin aglomeraciones ni muchedumbres incómodas, lo que contribuye aún más si cabe a reforzar su extraordinario encanto.

También sería un enorme desatino olvidarse de las galerías comerciales de Shinyogoku y Teramachi, del mercado de Nishiki o de la cercana calle de Shimbashi, lugar éste donde antiguamente residían buen número de geishas y cuyos antiguos edificios se conservan en perfectas condiciones; o del magníficamente conservado castillo de los Tokugawa, en cuyo interior, por cierto, está prohibido hacer fotografías; o del majestuoso Palacio Real, cuya visita, no obstante, está limitada —previa reserva— a los extranjeros. La lista, cómo no, podría alargarse indefinidamente si nuestra visita no se hubiera visto reducida a tres escuetos días que por fuerza nos obligaron a escoger solo una parte de lo más representativo. Interior de una galería comercialKioto alberga en su seno tal cantidad de atractivos que únicamente queda remitir a quien pretenda visitarla a cualquiera de las guías que existen a este respecto en el mercado o, si lo desea, a alguna de las excelentes páginas que a día de hoy pueden encontrarse en la red sobre esta indefinible ciudad.

En las breves líneas que anteceden he intentado resumir en la medida de mis posibilidades lo que para un turista poco avezado en las milenarias culturas orientales supuso su primera visita a Japón. En cualquier caso, y como no me canso de repetir siempre que tengo ocasión, cada viaje es único e irrepetible, y las sensaciones y reflexiones que provoca, absolutamente intransferibles. No puedo hacer otra cosa más que invitar a quien lea estas páginas a visitar por su cuenta el país y a obtener sus propias impresiones y, si lo desea, a compartirlas con el que esto suscribe. Solo me queda añadir que probablemente —siempre y cuando uno sea propenso a disfrutar de las múltiples sensaciones que ofrecen los espacios desconocidos y las culturas aún no del todo asimiladas— no saldrá nunca defraudado.

© 2008 Carlos Manzano

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