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ETIOPÍA

DIARIO DE VIAJE (1ª parte)

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En el valle del Omo se han hallado los restos más antiguos conocidos de homo sapiens hasta ahoraEl 24 de noviembre de 1974, un equipo de arqueólogos dirigido por Donald Johanson descubría los restos del homínido más antiguo encontrado hasta la fecha, datado en más de 3 millones de años. Su nombre, Lucy, lo identifica desde entonces como uno de nuestros más ilustres ancestros y representa uno de los hitos en la historia de las ciencias humanas. Posteriormente, en 2006, un grupo de arqueólogos alemanes anunciaba el hallazgo de lo que parecía ser el fósil de una niña y que enseguida se catalogó como perteneciente a la misma especie que Lucy: la llamada Astrolopithecus afarensis. Entre ambos fósiles hay una diferencia de unos 200.000 años, mucho menor de lo que pudiera parecer a simple vista, pero tienen otra cosa en común: ambos fueron encontrados en la región de Afar, en el este de Etiopía.

¿Podría decirse, entonces, que en el territorio que actualmente delimita el Estado de Etiopia se sitúa el origen del ser humano? Etiopía alberga un gran número de atractivos para elegirlo como uno de los destinos viajeros más atractivos del planetaObviamente, una afirmación tan tajante es absolutamente arriesgada y carece del menor peso científico, entre otras cosas porque el homo sapiens, nuestro verdadero precedente, no desciende directamente del Astrolopithecus afarensis. Aunque, no sé si casualmente, ha sido en el valle del Omo, también dentro de las actuales fronteras etíopes, donde se han hallado los restos más antiguos conocidos de homo sapiens hasta ahora, los llamados Hombres de Kibish. Con estos antecedentes, qué duda cabe de que si en algún momento sintiéramos cierta inclinación llamémosla pseudoreligiosa por peregrinar a aquellos lugares donde efectivamente se fraguó el largo pero fascinante proceso que nos condujo de primates irracionales a homo sapiens inteligentes (aunque no sé si más sensatos), casi con toda seguridad habríamos de elegir Etiopia.

Pocas cosas en este país encontrará el viajero preparadas solo para complacerleSea como sea, y más allá de hipotéticas suposiciones que no nos van a llevar a ningún sitio, la Etiopía actual alberga tal cantidad de atractivos que incluso podríamos pasar por alto este hecho para elegirlo como uno de los destinos viajeros más atractivos del planeta. Por poner dos ejemplos: en Etiopía se hablan 82 lenguas distintas y solo en el valle del Omo conviven más de una docena de grupos étnicos diferentes que todavía conservan buena parte de sus tradiciones y ritos ancestrales. Por si fuera poco, Etiopia, el único país de África que no sufrió la tragedia de la colonización, posee en el norte uno de los más ricos legados artísticos y culturales del planeta, cuyo punto álgido lo constituyen el conjunto de iglesias de piedra de Lalibela.

Siendo esto así, ¿cómo es posible que Etiopía no sea uno de los destinos preferidos de los siempre avasalladores y omnipresentes touroperadores? La respuesta parece simple: su carencia de infraestructuras turísticas. Y eso es precisamente lo que, a mi juicio, hace este destino más deseable aún si cabe. Pocas cosas en este país encontrará el viajero preparadas solo para complacerle. Es difícil, por tanto –al menos a día de hoy–, encontrarse con algún producto turístico artificial cuyo único propósito consiste en agradar al viajero más cómodo dándole la falsa sensación de que penetra en las verdaderas entrañas del África profunda. En Etiopía no hay engaños ni falsificaciones. El país es tal como se muestra.

Etiopía es, en cualquier caso, un país extenso (el vigésimo séptimo país más extenso del mundo), imposible de abarcar en lo que daría de sí un viaje de 3 o 4 semanas de duración. Por si fuera poco, cada porción del país posee más de una singularidad que la convierte en un bocado igualmente apetecible. En Etiopía no hay engaños ni falsificaciones. El país es tal como se muestra.Otra salvedad: se pueden realizar ciertos tramos de viaje en avión; lo cual, como es lógico, ahorra tiempo y permite llegar a lugares no programados en un principio. Pero si vas a hacer todo el recorrido en vehículo todoterreno, como fue mi caso, hay que asumir que habrá días que los pasarás enteros en la carretera. No en vano, las distancias en Etiopía no se miden en kilómetros, sino en horas.

Teniendo en cuenta todas estas circunstancias, decidimos que nuestro recorrido se circunscribirá al norte del país, situando la vieja ciudad de Gondar como frontera límite, y al sur, poniendo especial énfasis en el excitante y maravilloso valle del Omo, aunque dejando de lado por dificultades de desplazamiento uno de los pueblos más fascinantes y fotogénicos del país: los surma. La ciudad de Harar, de la que hemos visto fotografías que la señalan como un espacio mágico y sugerente, y la peligrosa aunque hermosa región de Afar, un auténtico desierto surcado por amplias zonas de grava volcánica y manantiales ardientes donde se llegan a alcanzar temperaturas superiores a 50º, quedarán quién sabe si para una futura ocasión.

Etiopía es un país extenso, imposible de abarcar en lo que daría de sí un viaje de 3 o 4 semanas de duraciónPara llevar a cabo el viaje propiamente dicho, nos ponemos en contacto vía Internet con algunas agencias locales y les pedimos presupuesto. Aunque parezca extraño, no nos contestan todas (y eso que una vez en el país no tenemos la sensación de que anden sobradas de trabajo, pero allá cada cual con su negocio); finalmente nos decantamos por Abey Roads, una compañía digamos que “unipersonal” dirigida por el muy eficiente Abey Seyum, que además hará las funciones de guía durante la primera parte del recorrido. Tengo que adelantar que durante todo el viaje no tuvimos la menor queja del servicio prestado. Abey nos proporcionó exactamente aquello que habíamos acordado e incluso, como he dicho más arriba, ejerció en diversos momentos de guía, pese a que solo contratamos los servicios de chófer. Si a alguien le interesa ponerse en contacto con él, su dirección web es esta: http://www.abey-roads.com/pages/index.php. Eso sí, es importante señalar que no habla español, aunque sí un inglés muy fluido y fácil de comprender. En cualquier caso, puedo dar fe de que se trata de una excelente persona.

 

DÍA 1 – 19 septiembre 2010 (domingo)

El avión nos deja en el aeropuerto de Addis Abeba a las 3 de la madrugada. Hasta las 7 y media no hemos quedado con Abey, nuestro guía-conductor, para iniciar el ansiado periplo etíope. Debido al escaso número de aviones que llegan a la capital a estas horas (no hay más vuelos programados hasta la siete de la mañana), Es domingo y el tráfico en Addis Abeba apenas presenta alteraciones significativastanto el trámite para la obtención del visado como el del siempre lento y ridículamente enfático control de pasaportes apenas nos ocupa unos minutos. Así pues, nos encontramos con unas cuantas horas de espera por delante que no va a ser nada fácil llenar. El aeropuerto de Addis, inactivo por la noche y demasiado minúsculo para lo que se esperaría de una capital de Estado, no da para mucho. No obstante, nos lo tomamos con tranquilidad y toda la paciencia del mundo. Al fin y al cabo, ¿qué son tres horas comparadas con intensidad de las tres semanas que tenemos por delante para adentrarnos en los abismos de una de las naciones más antiguas y fascinantes del planeta?

Es domingo y el tráfico en Addis Abeba apenas presenta alteraciones significativas. Hacemos una parada en el Hotel Seraton para que Abey, nuestro chófer que con puntualidad británica ha venido a recogernos, cambie el dinero que nada más subir al coche (un viejo Land Crusier No hemos desayunado todavía, así que se hace imprescindible realizar una parada en un punto cualquiera del caminoque salvo algún problemilla en Lalibela nos servirá aceptablemente a lo largo de la primera parte del recorrido) le hemos entregado a cambio de sus servicios. Las primeras impresiones vienen a confirmar la idea que traía sobre la capital africana: fealdad estética, diversidad de estilos y nula homogeneidad de sus edificios, avenidas amplias y poca limpieza. Pero, aun así, Addis da muestras de ciertos retazos de prosperidad que, en alguna medida, podrían llegar a refutar la repetida inclusión del país en las listas de los lugares más pobres del mundo. Aunque no ignoro que la primera impresión siempre es engañosa.

Nuestro primer contacto con las carreteras dará la medida de lo que nos vamos a encontrar a lo largo de todo el viaje. Debido a la falta de medios de transporte tanto públicos como privados, la gente no tiene más remedio que desplazarse a pie de un sitio a otro. Esto significa que las carreteras están llenas de viandantes, especialmente al norte del país. Y no solo de gente: junto a ellos, como no podía ser de otra manera, circulan burros, caballos, carros y toda clase de medios de transporte preindustriales, así como rebaños de cabras, vacas, ovejas y demás animales domésticos que uno pueda imaginar. Nuestro primer contacto con las carreteras dará la medida de lo que nos vamos a encontrar a lo largo de todo el viajeLas carreteras de Etiopía, como el más complejo ecosistema natural, dan cobijo a su peculiar fauna autóctona.

No hemos desayunado todavía, apenas un café que nos tomamos en el aeropuerto, así que se hace imprescindible realizar una parada en un punto cualquiera del camino. Será además nuestro primer contacto con la comida etiope, y más concretamente con la injera, una especie de crepe muy fina hecha de harina de teff (un cereal endémico de Etiopía) y de sabor amargo, que constituye la base alimenticia de los habitantes de este país. Como iremos comprobando a lo largo de los días, la injera se come todos los días y en cualquier momento, generalmente acompañada de carne, verduras, cereales, pescado e incluso pasta, pero también muchas veces sola. Hay que decir, en cualquier caso, y más allá de su sabor (la mayor parte de los occidentales que conocimos lo rechazan), el teff es un cereal de gran contenido proteínico y sus propiedades saludables son reconocidas internacionalmente. A mi juicio, el gran inconveniente de la comida etiope no es el teff, a cuyo sabor me acostumbraría pronto, sino la calidad de la carne que suele acompañarla: como es habitual en buena parte de los países africanos y asiáticos, no se suele comer carne de animales jóvenes; Un poco más adelante pararemos en una localidad donde se está celebrando un mercado localse prefiere siempre sacrificar a un cordero o a una vaca adulta, con más peso y más carne, pero de sabor menos agradable y, sobre todo, de textura enormemente correosa y dura. Personalmente, me resultaba mucho más sugestivo consumir la injera acompañada de shiro (un guiso hecho a base de harina de guisantes), tortilla o pescado –este sí realmente delicioso–, que con carne. Aunque, como ya he dicho, pocos occidentales vi comiendo injera.

La impresión en estas primeras horas es que la población se muestra amistosa con nosotros, aunque no dejan de sentir asombro más que curiosidad ante nuestra presencia. Tomar un simple café en un pequeño restaurante de carretera supone que, acto seguido, varias decenas de personas se detengan frente a nosotros con el único fin de observarnos, de mirarnos fijamente sin el menor reparo, como si fuésemos seres extraños llegados de repente desde lejanos y desconocidos planetas (lo cual, de alguna manera, no deja de ser cierto). Lejos de sentirme incómodo por semejante falta de lo que un occidental denominaría “tacto”, la situación se me hace divertida y simpática. Un poco más adelante pararemos en una localidad donde se está celebrando un mercado local (de ganado y productos agrícolas sobre todo) y donde la situación antes descrita se repetirá de nuevo. Lejos de molestarme, como ya he dicho, el ambiente que se crea a nuestro alrededor me divierte mucho: son siempre momentos como estos, de exquisita cotidianidad, los que mejor sabor de boca me dejan de todos los viajes, los que me ofrecen la verdadera medida del alma autóctona, los que me compensan de futuros sinsabores y problemas.

La  estructura actual del Monasterio de Lebre Líbanos es completamente nuevaTras una breve visita al Monasterio de Debre Líbanos, cuya estructura actual es completamente nueva y donde para entrar, por cierto, hay que cumplir una serie de requisitos que, como todos los preceptos religiosos, me parecen ridículos, extravagantes y absolutamente estúpidos (no haber mantenido relaciones sexuales en los últimos días o, en el caso de las mujeres, no tener la regla, por ejemplo), seguimos camino a través de las gargantas del Nilo, un paraje espectacular y hermoso donde la naturaleza más agreste se da la mano con la armonía y la calma propia de los espacios abiertos. Hacemos un par de breves paradas por el camino, pero la conveniencia de llegar a nuestro destino a la hora prevista, antes de que anochezca, nos impide disfrutar de este paisaje con la intensidad y la serenidad que merecería.

Esta misma mañana, justo al abandonar Debre Libanos, ha llovido un poco, pero ahora empieza a caer sobre nosotros una auténtica tempestad. La carretera, aunque de asfalto, atraviesa extensas zonas rurales donde miles de vacas pastorean sin importantes demasiado las inclemencias climatológicas que a nosotros tanto nos agobian. Es cierto que no ha terminado todavía la temporada de lluvias, pero tenía la esperanza de encontrar un clima más benigno. Las primeras sensaciones de estas primeras horas es que la población se muestra amistosa con nosotrosEl agua que cae desde las colinas arrastrando la tierra forma auténticas torrenteras junto al camino. Por un momento, llego a temer que, si sigue lloviendo así, la carretera quede anegada en algún tramo y tengamos que dar marcha atrás en busca de refugio. Felizmente, aunque todavía bajo los efectos de la lluvia, unos kilómetros más tarde llegamos a nuestro primer destino, la localidad de Debre Marcos.

No hay mucho que decir sobre esta población, salvo que para nuestra desgracia ese día se estaba celebrando una boda que para más inri, y sin ningún pudor, imitaba los más horrendos excesos propios de una celebración occidental, limusina incluida. Y digo para nuestra desgracia porque eso supuso que la mayor parte de los hoteles estuviesen ocupados y, por tanto, no nos quedara más remedio que pasar la noche en un hotel sucio y maloliente de ínfimo nivel en cuyo bar, por si teníamos poco, la música no dejó de sonar hasta bien entrada la madrugada. Sobre este particular, debo decir que si hay algún aspecto que personalmente me desagradó de la sociedad etiope fue su tendencia a escuchar música –una música, por otra parte, repetitiva, insípida y machacona sin atractivo alguno– a todo volumen, siempre a todo volumen, sin importar el lugar y la hora. Eso es algo a lo que, esté donde esté, no me acostumbraré jamás: la insistencia de determinadas personas por obligar a los demás a oír la música que a ellos les gusta –que, por cierto, suele ser siempre una música horrorosamente fea y desagradable–. En estas circunstancias, mi capacidad de adaptación decae vertiginosamente.

 

DIA 2 – 20 de septiembre de 2010 (lunes)

Nos sorprende comprobar la belleza de los paisajes que vamos atravesando, una zona húmeda y extremadamente verdeA diferencia de ayer, hoy el buen tiempo nos acompañará toda la jornada. La sorpresa inicial al comprobar la belleza de los paisajes que vamos atravesando, una zona húmeda y extremadamente verde, llena de campos de cultivo y atractivas estribaciones montañosas, se va a ver confirmada a medida que avanzamos con nuestro Land Crusier. Como he dicho, estamos en los estertores de la época de lluvias, pero aun así no me esperaba tanta exhuberancia vegetal; supongo que las imágenes que invadieron nuestros telediarios en los años ochenta y la terrible hambruna que devastó parte del país han quedado grabadas con demasiada fuerza en nuestras mentes. Etiopía pasó a ser relacionado desde entonces con las hambrunas y la miseria, y aunque es cierto que se trata de uno de los países más pobres del mundo, su riqueza agrícola (son numerosas las plantaciones de teff, trigo y maíz que vemos a nuestro paso) parece contradecir continuamente esa idea. No obstante, la mayor o menor riqueza de un país no tiene que ver directamente con sus potencialidades económicas, sino con su adecuado desarrollo y con el avance de sus procesos productivos y sus infraestructuras. A media mañana llegamos a Bahar Dar, ciudad en la que pernoctaremos dos nochesY es ahí tal vez donde las carencias de este país se hacen más evidentes.

A media mañana alcanzamos Bahar Dar, ciudad en la que pernoctaremos hoy y mañana y que nos servirá de base para recorrer al día siguiente el lago Tana, donde se hallan una serie de monasterios históricos que han hecho de la ciudad parada obligada en todas las rutas del norte. De la ciudad en sí poco es lo que puedo decir, solo la recorrimos de noche. Pero la sensación general tras terminar el viaje es que, salvo muy pocas excepciones, no son los núcleos urbanos lo más destacable del país, al menos en su aspecto estético. Así pues, tras un breve descanso en el Hotel Tana, situado a orillas del lago del mismo nombre, y después de comer en su restaurante, nos dirigimos al encuentro de las cataratas del Nilo azul, un salto de agua de casi 40 metros que, dependiendo de la época del año y de las necesidades de la central hidroeléctrica construida en 2003 Atravesamos el río Abai por el llamado puente portugués, una hermosa construcción de piedra del siglo XVI a la que el río abastece, puede convertirse en un maravilloso espectáculo o en la más amarga de las decepciones.

En cualquier caso, el camino por el que se accede a las cataratas está lleno de atractivos. Durante el recorrido no dejamos de cruzarnos con grupos de personas que van y vienen, niños que conducen ovejas y cabras, feligreses que regresan de una celebración religiosa y mujeres cargadas de fardos que casi nunca nos niegan una sonrisa. Atravesamos el río Abai por el llamado puente portugués, una hermosa construcción de piedra del siglo XVI que nos permite llegar a un pequeño poblado de apenas una docena de cabañas, casi deshabitado a esas horas, pero de donde en segundos surgirán una docena de niños para montar a toda velocidad unos humildes tenderetes con la esperanza de que los recién llegados se dignen a adquirir alguno de sus modestos souvenirs.

Estamos de suerte: hoy las cataratas lucen en todo su esplendor, el caudal del Nilo apenas sufre merma alguna. El espectáculo es todo lo grandioso que se puede esperar de unas cataratas a plena capacidad. El agua rebosa por el precipicio con violencia y generosidad, formando una especie de cortina humeante al chocar con el agua del fondo; la imagen es sin duda alguna memorable. No hay más turistas que nosotros (más tarde, a la bajada, nos cruzaremos con un grupo que sube); por ello, la sensación de estar inmersos en un espacio natural espectacular y puro es total.

Hoy las cataratas lucen en todo su esplendor, el caudal del Nilo apenas sufre merma de su caudalA la vuelta, y antes de regresar al hotel, contratamos con un empleado del hotel Ghion –recomendado por nuestro guía– el recorrido que haremos mañana por el lago Tana. El precio me parece excesivo (me lo pareció entonces y me lo sigue pareciendo ahora: 1.500 birrs), aunque incluye el día completo y, por supuesto, una barca en exclusiva para nosotros. También comprende la visita a uno de los monasterios más alejados de Bahar Dar, el monasterio de Narga Selassie, situado en Isla Dek, aproximadamente a mitad de lago, y adonde apenas llegan turistas. Aunque llevamos pocos días de viaje, ya vamos siendo conscientes de que no son precisamente las ciudades el reclamo turístico más interesante de este país. Quizá un día entero navegando por el inmenso lago Tana nos ofrezca nuevos alicientes.

 

DIA 3 – 21 de septiembre de 2010 (martes)

Lo bueno de empezar por el monasterio de Narga Selassie es que la mayor parte de los grupos turísticos no llegan más allá de los límites de la península de ZegueMadrugamos mucho para salir a primera hora de la mañana en dirección al primero de los monasterios, el más alejado de nuestra ruta. Van a ser tres horas y media de navegación ininterrumpida, un tiempo largo y pesado en el que apenas se puede hacer otra cosa que contemplar la inmensa extensión del lago y tomar fotografías de las escasas balsas de papiro con las que nos cruzamos, barcas cuyos tripulantes, como casi siempre, lejos de sentirse ofendidos, nos responden con una sonrisa.

Lo bueno de empezar por el monasterio de Narga Selassie es que la mayor parte de los grupos turísticos no sobrepasan los límites de la península de Zegue, próxima a Bahar Dar. Ello tiene varias ventajas: la primera de ellas es que la visita resulta todo lo pausada y relajada que el sitio se merece: este primer monasterio se caracteriza por su estructura de piedra, poco habitual en esta zona, y por las magníficas pinturas que la decoran; y segunda y más importante, los monjes que están a su cuidado nos colman de atenciones, esforzándose para que podamos tomar las mejores fotografías y poniendo todo su esfuerzo en comunicarse con nosotros. La visita, en consecuencia, compensa las inmensas tres horas y media de aburrimiento que la han precedido. Como curiosidad, habría que decir que la isla donde se halla el monasterio está plagada de hormigas, por otra parte muy agresivas, de manera que no es raro que varias de ellas consigan trepar por nuestras piernas y acaben picándonos en las partes menos deseables.

Decidimos finalizar nuestro recorrido con la visita al monasterio de Ura Kidane Meheret, el más visitado del lugarAunque la ruta acordada incluye varios monasterios más, a estas alturas del día andamos ya algo cansados de tantas horas de bote, de modo que decidimos finalizar nuestro recorrido con la visita al monasterio de Ura Kidane Meheret, el más visitado del lugar pero a pesar de ello tan vacío y solitario durante nuestra visita como el anterior de Narga Selassie.

El resto de la tarde la dedicamos a descansar tranquilamente en la maravillosa terraza de nuestro hotel, situada a orillas del lago Tana, y a dar un breve paseo por el camino que rodea la parte más próxima del lago. Y es que un poco de reposo nunca viene mal. Además, el precio pagado por la habitación, algo más elevado de lo que tendremos por costumbre a lo largo del viaje, nos anima a regalarnos estos pequeños respiros. Ya nos quedarán por delante más días de carretera y polvo.

 

DIA 4 – 22 de septiembre de 2010 (miércoles)

Gondar es famosa por los castillos y palacios edificados dentro de la ciudadela de Fasil Ghebi, un recinto real que data del siglo XVIILa etapa que nos lleva a Gondar es la más breve de las que hemos hecho hasta ahora. En apenas unas horas nos plantamos en la vieja ciudad palaciega. Aunque no llevamos muchos kilómetros recorridos (todavía nos queda lo más duro del viaje), agradezco poder disfrutar de otro día de descanso. No obstante, el camino hasta aquí rebosa de alicientes y agradables sorpresas. Cada vez que detenemos el coche para hacer alguna fotografía o simplemente para orinar o tomar el aire, aparecen de pronto de no se sabe dónde un montón de chiquillos que, no sin cierto pudor e indecisión, se acercan a nosotros para pedirnos bolígrafos, caramelos, camisetas o cualquier otro objeto de los que habitualmente les regalan los turistas. Como he oído muchas versiones acerca de si es o no conveniente dar regalos a los chiquillos (aunque parezca mentira, hay a quien le parece contraproducente, ya que los convierte automáticamente en “pedigüeños”, como si los niños de nuestras sociedades opulentas no fueran, La arquitectura de los edificios, más allá de su belleza estética o su grandiosidad, nos remite a construcciones típicas europeapor encima de cualquier otra cosa, pedigüeños profesionales), le pido su opinión a Abey, nuestro guía-conductor. Su respuesta es todo lo sensata que esperaba. “No veo ningún problema en regalarles camisetas, bolígrafos, cuadernos o cosas que les puedan servir”, me dice, “lo que nunca veré bien es darles dinero. Dinero no; regalos sí”. Aunque no siempre las personas que sufren problemas o adolecen de ciertas carencias son los que están en mejores condiciones de analizar su situación, en este caso hago caso a sus palabras, porque a mí me faltan datos y referencias para realizar un análisis riguroso del tema y sobre todo porque las considero muy razonables.

El hotel en el que nos alojamos en Gondar se llama Aste Bekafa, bastante barato pero que cumple con las condiciones mínimas exigibles en este país. Además, está situado justo en el centro de la ciudad, lo que le añade un punto positivo más. El problema, como ya nos sucedió en Debre Marcos, es la música: ni por la noche consienten en bajar el volumen a niveles no ofensivos para el oído humano. Somos conscientes de que es una carga con la que no nos queda más remedio que apechugar vayamos donde vayamos, al menos en los hoteles cuyo bar se encuentre a escasa distancia de las habitaciones, así que a resignarse tocan. Para eso precisamente me he traído tapones de España.

Gondar es famosa por los castillos y palacios edificados dentro de la ciudadela de Fasil Ghebi, un recinto real que data del siglo XVII. Ciertamente, la visita es de todo punto recomendable. La arquitectura de los edificios, más allá de su belleza estética o su grandiosidad, nos remite a construcciones típicas europea, lo que no deja de sorprender al visitante; en cualquier caso, el que El contacto con la población no puede dejar de ser superficial y frívolo, pero aún así se agradeceEtiopía haya permanecido a lo largo de su historia indemne al colonialismo occidental, atropello que sí sufrieron el resto de países del continente, no le libró de recibir influencias árabes y portuguesas en diferentes fases de su historia. Lo cual, por cierto, creo que siempre aporta más cosas positivas que negativas. Lo de la influencia, recalco, para evitar suspicacias.

La magnífica ubicación del hotel donde nos alojamos me permite mantener un contacto más directo con la ciudad. A pesar de que la distribución urbana de Gondar apenas ofrece semejanzas con lo que sería una ciudad europea, se puede decir que posee un centro urbano alrededor del cual orbitan los cafés, tiendas, bares y demás puestos callejeros, lo que hace que aquí se concentre a todas horas un buen número de personas. El contacto con la población no puede dejar de ser superficial y frívolo, pero aun así se agradece. No es fácil tomar fotografías de la gente, no se suelen dejar (los niños, como en casi todos los sitios, son una excepción). Aun así, caminar por algunas de sus calles, observar la pobreza y humildad de sus hogares, ver cómo viven, su día a día cotidiano, sin apenas interferencias, es uno de los mayores lujos que me puedo permitir cuando viajo. Caminar por las calles, observar la pobreza y humildad de los  hogares, ver cómo viven, su día a día cotidiano, sin apenas interferencias, es uno de los mayores lujos que me puedo permitir cuando viajoAquí en Gondar consigo hacerlo con bastante libertad. Algunos niños nos persiguen y nos rodean, nos piden bolígrafos, camisetas, cuadernos, un birr... Los más espabilados tratan de ganarse nuestra simpatía nombrándonos diversos jugadores de la selección española (hace poco que ha tenido lugar el mundial de fútbol). Somos un entretenimiento para ellos; aparte de eso, les hacemos caso y les prestamos atención. Es cierto que en algún momento puede llegar a resultar cargante tanta insistencia, pero cuando das muestras de querer estar tranquilo e insistes en que dejen de seguirte, en general lo aceptan sin inconveniente y el asunto no pasa de ahí. A pesar de todo, en Etiopía los faranjis (extranjeros) no tienen demasiados argumentos para quejarse de la población local. El respeto suele ser la norma, no solo en Gondar, sino (con alguna lamentable excepción) en el resto del país.

 

DIA 5 – 23 de septiembre de 2010 (jueves)

Atravesamos las montañas Lasta, impresionantes desde la distancia Una de las cosas que parece común a todos los restaurantes y hoteles de Etiopía es la lentitud tanto en la preparación de los platos como en el propio servicio de mesa. Hoy, por ejemplo, hemos tardado más de media hora en desayunar, aunque hay que decir en su descargo que los platos estaban realmente buenos (yo había pedido unos huevos revueltos y, para mi sorpresa, lo que me han preparado han sido dos estupendos huevos fritos que me han sabido a auténtico manjar). Es importante, en cualquier caso, tener en cuenta esta circunstancia, la lentitud en el servicio, para organizar mejor el día y no llegar tarde (como nos sucederá hoy) a nuestra cita con el conductor y empezar el día con algo de retraso.

Volvemos por la misma carretera de ayer hasta que tomamos el desvío a Lalibela. El paisaje sigue sorprendiéndome por su inmenso verdor. Cruzamos junto a numerosos campos de labranza, todos ellos arados con bueyes. Ya sé que no resulta sorprendente, pero echo en falta algún que otro tractor. Está claro que la mecanización del trabajo agrícola todavía no ha llegado ni siquiera de manera incipiente a este país. En estas condiciones, es comprensible que una larga sequía o una mala cosecha tengan consecuencias nefastas para todo el país.

Tras recorrer un sendero de tierra de 64 kilómetros, aunque en bastante buen estado, llegamos a Lalibela sobre las 4:30 de la tardeEl paisaje va haciéndose más y más atractivo. Atravesamos las montañas Lasta, impresionantes desde la distancia y verdaderamente abrumadoras cuando se está en ellas. Veo por primera vez en Etiopía plantaciones de chat. Ya había visto chat en Yemen (aunque allí recibe el nombre de qat); allí todo el mundo lo consume de una manera casi enfermiza. Por ese motivo, nada más ver la planta la reconozco. Abey, el chófer, se sorprende de que lo conozca. Le digo que hace años estuve en Yemen. “Aquí”, me dice, “solo lo toman los musulmanes”, con un deje un tanto despectivo. La división social originada por las dos religiones predominantes, el cristianismo y el islam, apenas se deja notar a simple vista. No obstante, a tenor de ciertos comentarios que parecen caer “involuntariamente” de labios de nuestro guía, creo que en la práctica no hay una mezcla real entre ambas comunidades. Lalibela, como casi todas las poblaciones etíopes, es extensa, amplia, organizada alrededor de una gran avenida donde se concentran la mayor parte de los hotelesSe aceptan con respeto pero manteniendo las distancias, lo cual, dicho sea de paso, tampoco me parece poco. Al menos, conflictos graves por diferencias religiosas no se suelen dar a menudo.

Tras recorrer un sendero de tierra de 64 kilómetros, aunque en bastante buen estado, llegamos a Lalibela sobre las 4:30 de la tarde. Es este uno de los puntos álgidos de nuestro viaje: aquí se encuentran los famosos monasterios de piedra construidos bajo tierra que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad en 1978. Pero hoy, de momento, tras instalarnos en el confortable aunque modesto hotel Los siete olivos, nos conformaremos con dar una vuelta por el pueblo e ir tomando contacto con sus habitantes.

Lalibela, como casi todas las poblaciones etíopes, es extensa y amplia, organizada alrededor de una gran avenida donde se concentran la mayor parte de los hoteles, restaurantes y comercios; de aquí surgen un montón de senderos, muchos de ellos abruptos, que van alejándose poco a poco entre casas, desniveles y campos de labranza. No obstante, hay algo en Lalibela que te hace sentirte bien. A pesar de que es el lugar donde más turistas hemos visto, en general los lugareños no nos prestan demasiada atención. Además, hay una luz terriblemente hermosa a esas horas, una suave y sutil luz de tormenta, y creo que eso también contribuye a acrecentar mi estado de leve euforia. Hay una luz terriblemente hermosa a esas horas, una suave y sutil luz de tormentaComo en Gondar, a la gente no le gusta ser fotografiada, muy pocos consienten. Aun así, no puedo resistirme y hago uso del limitado teleobjetivo de mi cámara para robar algunas instantáneas y varios retratos. Entiendo que para la mayoría sea muy difícil comprender el porqué de mi insistencia en hacer fotografías de casi todo, su incapacidad para entender que probablemente jamás volveré a poner mis pies aquí, y que tengo miedo de que la memoria vaya borrando lentamente todo este mundo de sensaciones y vivencias que capturo con la mirada y los sentidos. Querría estar yo en cada una de las imágenes que tomo, volver a sentir lo mismo cada vez que las vea, comunicar a los demás todo lo que este espacio único y extraordinario me sugiere. Por eso no puedo evitar tomar fotografías de casi todo. Es la única forma que conozco de apresar lo efímero, lo fugaz, lo perecedero, de volver en definitiva aquí cuando ya esté de regreso en España.

 

DIA 6 – 24 de septiembre de 2010 (viernes)

La más conocida, la iglesia de Bet Giorgis, está un poco apartada del restoDe nuevo nos toca esperar más de media hora a que nos preparen el desayuno. En esta ocasión, no obstante, hemos madrugado más, así que a las 8 en punto vamos en busca del guía que ayer mismo contratamos para hacer hoy por la mañana el recorrido de los templos. Como el día de la visita a los monasterios del lago Tana, el acuerdo económico al que hemos llegado es muy superior a lo que se suele pagar normalmente, teniendo en cuenta sobre todo el nivel de vida en este país: 400 birr para hoy, incluyendo todos los monasterios de Lalibela (11 o 12 en total, dependiendo de cómo se cuentan) y 300 birr para mañana, en que visitaremos algunos monasterios situados en las montañas Lasta, en los alrededores de Lalibela.

No me entretendré en describir extensamente el conjunto de iglesias talladas en roca que ha hecho de esta ciudad un lugar de fama universal. Fachada frontal de la iglesia de Bete AmmanuelPara ello, remito al ocasional lector a cualquiera de las guías de viaje que existen sobre el país o a visitar la innumerable información que puede encontrarse en Internet. Solo diré que dedicar un día completo a recorrer estos conjuntos histórico-artísticos no es que sea algo recomendable, sino que resulta absolutamente imprescindible. Las iglesias están agrupadas en dos conjuntos algo separados; dentro de cada bloque, unos estrechos pero por eso mismo seductores pasadizos van uniendo los diferentes templos. El más conocido, la iglesia de Bet Giorgis, está un poco apartado del resto. Nosotros visitamos el primer grupo por la mañana y dejamos el segundo para la tarde. En este segundo grupo el camino es realmente laberíntico (atravesamos incluso un pasadizo a oscuras, carente de la más mínima iluminación natural o artificial). Algunas iglesias de este segundo grupo muestran un nivel de deterioro bastante alarmante, pero en general se las ha protegido bien. Casi todas están cubiertas por una techumbre construida por la UNESCO para detener la erosión. Los interiores de las iglesias, sin resultar sorprendentes, poseen ese encanto indefinible de lo antiguo, vestidos con una mínima ornamentación y largos cortinajes de colores.

Antes de entrar, nuestro guía nos ha ofrecido la posibilidad de contratar a un guarda-zapatillas, ya que no se puede entrar calzado a los templos y hay que dejar las botas a la puerta. Entrada a la iglesia de Bete Kidus Gabriel y RafaelMás por lo que supone de ayuda para unas gentes necesitadas de dinero que por precisarlo realmente, aceptamos contratar uno, el cual tendremos a disposición nuestra todo el día por 50 birrs (en el momento de nuestro viaje, unos 2,5 euros).

Otro detalle importante que hay que tener en cuenta antes de la visita, sobre todo para los extranjeros, es el riesgo elevado de llevarte unas cuantas pulgas de regalo a la salida y que pueden acabar por amargarte un poco la estancia. Las “lustrosas” alfombras extendidas sobre el suelo de piedra se han convertido en el hábitat ideal para este tipo de insectos. En cualquier caso, es difícil que a lo largo del viaje uno no sea víctima en algún momento de pulgas, chinches, garrapatas u otra clase de parásitos infectos (sin ir más lejos, en Bahar Bar, todavía no sé qué insectos, probablemente chinches, se cebaron conmigo picándome por todo el cuerpo; 3 o 4 días después todavía sentía los efectos de las picaduras). Cuando las personas y los animales conviven en el mismo espacio, el riesgo de contagio de esta clase de parásitos es elevado.

 

DIA 7 – 25 de septiembre de 2010 (sábado)

Antes de partir hacia los monasterios situados en las montañas Lasta, desayunamos en un café que hay situado cerca de nuestro hotel. Después del tiempo que tardaron en servirnos ayer, decidimos probar suerte en este lugar más modesto, donde habitualmente se ve a bastantes etíopes tomar café y zumos y comer una especie de bollos que, a simple vista, podríamos identificar como panecillos. El paisaje, como ya observamos el día de nuestra llegada, es realmente espectacularComo tampoco tenemos muchas otras alternativas, decidimos pedir lo mismo para nosotros. Para nuestra sorpresa, los bollos en cuestión tienen un sabor muy parecido al de nuestros churros, aunque la forma sea distinta. Acompañados de unos extraordinarios y copiosos zumos naturales y del siempre bienvenido café local, suponen un desayuno magnífico, muy superior a las tostadas con mantequilla que nos proporcionan en el hotel. Y mucho más barato.

El camino por el que nos vamos alejando del pueblo, aunque de tierra, se encuentra en bastantes buenas condiciones. El paisaje, como ya observamos el día de nuestra llegada, es realmente espectacular. Si de nosotros dependiera, pararíamos constantemente para tomar fotografías. Pero el tiempo apremia, y Abey, nuestro conductor, que se conoce trayecto a la perfección, sabe que más adelante el sendero empeora notablemente y que hacer 10 kilómetros puede consumir muchísimo tiempo.

El camino por el que nos vamos alejando del pueblo, aunque de tierra, se encuentra en bastantes buenas condicionesEn un momento dado, observamos una interminable hilera de personas a pie o montadas en carros, cargadas de bultos y trastos y con todo tipo de ganado, que se dirige a un mercado local. Los mercados locales se suelen celebrar un día a la semana; es el momento perfecto para que los lugareños intercambien los productos que producen ellos mismos y compren aquello que necesitan. También supone un auténtico rito social donde amigos, familiares y conocidos, que con el tiempo han ido dispersándose a lo largo de la región o a los que sus tareas habituales mantienen alejados, puedan tomar contacto periódicamente y cuidar las relaciones. También, por supuesto, es el lugar idóneo para los cotilleos y también para transmitirse las últimas noticias sobre cualquier asunto. A la hora a la que pasamos nosotros, el mercado apenas cuenta con un pequeño número de asistentes. A la vuelta, nos promete nuestro chófer, podremos parar más tiempo para verlo.

Igliesa de Yemrehanna KristosEs justo a partir del pueblo en el que se celebra el mercado cuando la carretera empeora notablemente. De hecho, el último tramo del camino hasta el monasterio de Yemrehanna Kristos, nuestro destino, debemos hacerlo a pie: el coche no puede seguir trepando por unos caminos que las lluvias recientes han convertido en impracticables incluso para un 4 x 4. Lo cual, lejos de representar un inconveniente, nos permite disfrutar mejor del paisaje y observar con más detenimiento la vida de las gentes de aquí. Supongo que porque no serán muchos los grupos de turistas que visitan este monasterio, la población nos acoge con cierta sorpresa. Creo que ellos nos miran a nosotros con más atención que nosotros a ellos. Lo cual, como he dicho antes, lejos de molestarme, me resulta enormemente divertido.

Entrar al monasterio de Yemrehanna Kristos cuesta 150 birrs por persona. Teniendo en cuenta lo pagado en otros lugares, como por ejemplo en las iglesias de piedra de Supongo que porque no serán muchos los grupos de turistas que visitan este monasterio, la población nos acoge con cierta sorpresaLalibela (la visita al conjunto de 11 templos cuesta en total 300 birrs), me parece abusivo. Pero una vez llegados hasta aquí, resulta estúpido no entrar (de ahí, supongo, el precio tan elevado). En cualquier caso, la iglesia, construida al amparo de una montaña e incrustada en una de sus cavidades, es realmente hermosa y seductora. El estilo es algo diferente de lo que hemos visto hasta ahora, puede que incluso más atractivo. Según dicen, está inspirado en el estilo arquitectónico de Axum, antigua capital del reino del mismo nombre. Después descansamos un rato en el poblado que se asienta a escasos metros del monasterio, donde además de reponer líquidos tenemos ocasión de confraternizar con algunos miembros de la comunidad local, y a continuación iniciamos el regreso.

Ya de vuelta, todavía tenemos la oportunidad de visitar una vieja iglesia cuyo nombre, lamentablemente, no recuerdo, situada a pocos metros del sendero y cuyo estado de conservación es bastante deficiente. Su construcción, según nos cuentan, data del siglo XI; es por tanto el más antiguo de todos los templos que hemos visitado hasta ahora. Sin duda alguna, los etíopes son un pueblo orgulloso de su patrimonioNos recibe un sacerdote con el aspecto de no tener perfectamente cubiertas sus necesidades básicas. No obstante, parece orgulloso de tener a su cuidado el templo y sobre todo de poder enseñárselo a los extranjeros. Sin duda alguna, los etíopes son un pueblo orgulloso de su patrimonio. En algún lugar incluso he leído que no se sienten parte real de África; ellos se dicen descendientes de Salomón, su origen descansa en otras culturas milenarias nacidas en tierras lejanas. De todos modos, siempre me he sentido escéptico ante esta clase de generalizaciones tan radicales. Si algo he podido sacar en claro en mis viajes es que las personas no encajan bien en los clichés y los estereotipos en los que se los trata de encuadrar (dicho sea de paso, en un lamentable ejercicio de pereza mental); por el contrario, en lo sustancial los individuos no difieren en exceso de una parte a otra. Al final, a todos los mueve los mismos principios básicos, las mismas ilusiones, los mismos deseos: la búsqueda de una vida mejor, asegurarse la descendencia, el bienestar de los suyos (la familia, el clan, la tribu)…

Finalmente, la prometida visita al mercado por el que hemos pasado a la ida nos devuelve a la realidad etíope menos edulcorada y más material que hemos ido percibiendo en diversos momentos del viaje. Aquí no hay nada para el turista; de hecho, aquí nunca paran turistas. Le pregunto a Abey si los extranjeros suelen detenerse a ver estos mercados y su respuesta no deja lugar a dudas: “no, solo vosotros”. Le digo que somos unos turistas un poco raros, y él vuelve a confirmar mis sospechas: “sí, muy raros”. Entre tanto, gente que va y viene de Lalibela se detiene junto a coche para observar no sé si divertidos o embobados a los extranjeros que se han quedado tirados en mitad del caminSu rotundidad me sorprende un poco; personalmente, detenerme a contemplar un mercado autóctono me parece lo más natural del mundo, creo que cualquier turista disfrutaría con ello. En cualquier caso, la actitud de la gente, que no deja de mirarnos sin reaccionar, como si no creyeran muy bien lo que están viendo (y no exagero lo más mínimo; creo que fue el lugar donde pude hacer fotografías con más tranquilidad, nadie hacía ningún gesto o movimiento despectivo hacia nosotros, tan solo nos miraban asombrados, casi diría que incrédulos), confirma las palabras de Abey.

Cuando casi estamos entrando ya en Lalibela, nuestro coche se para de repente. El motor, que ya lleva unos cuantos kilómetros renqueante, falla definitivamente y no puede continuar; hay que llamar a un mecánico. Nos encontramos a muy poca distancia de la ciudad, podemos continuar a pie hasta el hotel sin ningún problema. Caminar, además, como he dicho repetidas veces, te permite acceder sin mediaciones a la realidad circundante, casi como si formaras parte circunstancial de ella. No obstante, Abey se empeña en avisar a un minibús para que nos venga a buscar; somos sus clientes y su obligación es dejarnos en el mismo sitio donde nos recogió. Está bastante abatido, creo que este pequeño inconveniente le ha afectado mucho, aunque para mí apenas reviste importancia. Yo intento hacerle ver que no pasa nada, que ya estábamos terminando la etapa de hoy; entre tanto, las gentes que van y vienen de Lalibela se detienen junto a coche para observar no sé si divertidos o embobados a los extranjeros que se han quedado tirados en mitad del camino. No sé si se sorprenden de la situación, de vernos allí parados o simplemente se detienen para mirarnos un rato. Yo, para no perder la costumbre, y creo que en justa correspondencia, aprovecho para tomar unas cuantas fotografías.

 

DIA 8 – 26 de septiembre de 2010 (domingo)

Mañana se celebra en Etiopía la fiesta del Maskal o Día de la Cruz VerdaderaVolvemos a desayunar al café del día anterior y repetimos menú: café, batido y esa especie de donut etíope cuyo nombre local no recuerdo: mucho más barato y, lo que es más importante, más sabroso que en la cafetería del hotel. Hoy va a ser un día largo, de muchas horas de carretera. Después de los magníficos días pasados en Lalibela y Gondar, la verdad es que no me preocupa demasiado. Puede ser, además, una buena manera de descubrir otros aspectos poco conocidos del país.

Mañana lunes se celebra en Etiopía la fiesta del Maskal o Día de la Cruz Verdadera. Es uno de los días sagrados del calendario etíope, sobre todo para la población cristiana. El motivo de la fiesta, al menos para mí, es lo de menos (se conmemora el hallazgo en siglo IV de uno de los maderos de la cruz en que fue crucificado Jesús de Nazaret gracias al humo de un fuego encendido por Santa Elena, el cual indicó el lugar exacto donde estaba enterrada la susodicha pieza); en cualquier caso, el evento más importante de la celebración tiene lugar hoy, es decir, un día antes del propio Maskal. Como primer hito, en todos los pueblos se celebra una procesión en la que se traslada una reproducción del madero sagrado y durante la cual los fieles, dirigidos por los sacerdotes oferentes, no paran de rezar y de cantar con manifiesta alegría (nosotros presenciamos la procesión en uno de los pueblos que atravesamos, procesión que dicho sea de paso parecía secundada por el pueblo al completo). Finalmente, se prenderá fuego al susodicho madero mientras la gente, casi dominada por una especie de arrebato extático, continúa con sus cantos y sus bailes, como si lo que estuvieran celebrando en realidad fuera el triunfo de una selección deportiva o la consecución de una victoria electoral.

Muchacha de camino a KombolchaLa fortuna hará que lleguemos a Combolcha justo cuando está ardiendo una de estas hogueras. Aunque el fuego ha consumido en su mayor parte el madero erigido al efecto, los bailes y los cánticos están en pleno apogeo. Tratamos de acercarnos lo más posible a la hoguera. La gente nos acoge con agrado, en modo alguno nos sentimos mal recibidos, todo lo contrario. No es Combolcha un destino turístico importante, así que tampoco creo que sea habitual ver extranjeros tomando parte en este acto religioso-festivo. Poco a poco, nosotros mismos vamos cogiendo confianza. Aunque no sé cómo se lo van a tomar, finalmente decido sacar la cámara y tomar algunas fotografías. Lejos de ofenderse, algunas personas me piden que les haga fotos y varias familias posan voluntariamente para mí. La mayoría va vestida de blanco y no dejan de saltar y de bailar. Es de noche y la única luz que alumbra los rostros alborozados de los congregados es la que proviene de la hoguera. Cuesta avanzar. Aunque algunas personas se van retirando lentamente, todavía quedan varios cientos (tal vez miles, no lo sé con seguridad) dando vueltas a la hoguera, ya en sus estertores. Un poco más allá, un grupo de los más activos enciende otra hoguera y empieza a danzar alrededor de ella.

Es hoy un día de alegría, una fiesta en toda la extensión de la palabra. Los restaurantes están llenos, la gente abarrota las calles, no paran de bailar y de cantar. Entramos en un restaurante local que hemos visto antes. Lejos de ofenderse, algunas personas me piden que les haga fotos; varias familias posan voluntariamente para míParece limpio, de una discreta elegancia, y de cualquier manera nos apetece seguir confraternizando con la población local. Nadie en el restaurante habla inglés, así que no nos queda más remedio que levantamos y comprobar in situ qué es lo que está comiendo el resto de la clientela. Un grupo de jóvenes me ofrece probar su plato (una injera, que es lo que en realidad comen todos), aunque rehúso su ofrecimiento ya que tengo que hacerlo directamente de sus propias manos. Al final, pedimos lo mismo que ellos. La calidad de la carne, como hemos venido comprobando hasta ahora, deja bastante que desear. Creo que el motivo reside en que solo se mata animales viejos, más grandes y, por tanto, abastecedores de una cantidad de carne mayor. El inconveniente, al menos para un paladar como el nuestro, acostumbrado a piezas jóvenes y tiernas, es lo correosos y duros que llegan a resultar los trozos. Realmente cuesta masticarlos. Por no hablar de su sabor rancio y poco agradable.

Tras una tarde-noche espléndida, llena de emociones todavía vivas, regresamos al hotel sin que los ecos de la celebración hayan desaparecido por completo. Afortunadamente, el hotel se encuentra a las afueras de Combolcha, por lo que presumimos que podremos tener una noche tranquila, Sin embargo, en los jardines del hotel se ha preparado una imitación de la ceremonia del Meskal, supongo que destinada a los extranjeros que se encuentran alojados aquí y que no han querido sumarse a la celebrada en el pueblo, y a su finalización a alguien se le ha ocurrido poner la música a todo volumen para que los escasos asistentes puedan bailar y sumarse simbólicamente a la celebración nacional. Como creo haber repetido ya, es este el aspecto que personalmente más me desagrada del país: el volumen a que hacen sonar la música. Quiero insistir en que el problema no es tanto la ínfima calidad de la música que hemos escuchado hasta ahora (ritmos machacones y breves motivos que se repiten constantemente sin ninguna alteración vocal o tonal significativa), sino el volumen estruendoso al que la hacen sonar. Ya nos pasó en Debre Markos y también en Gondar. Supongo que en la cultura y los usos sociales etíopes no tiene demasiada importancia el respeto al prójimo (al menos en el sentido que se le da en los países occidentales, aunque en España este respeto sea muchísimas veces despreciado y ridiculizado por muchos). Es pues imprescindible no olvidar los tapones cuando se viaja a Etiopía si uno pretende descansar apaciblemente después de cada jornada. Al menos cuando se pernocte en ciudades grandes y en hoteles con bar.

 

DIA 9 – 27 de septiembre de 2010 (lunes)

El paisaje donde nos encontramos es realmente hermoso, así que salimos a hacer unas fotografíasHoy, a pesar de ser lunes, es fiesta en Etiopía. Se celebra el día del Meskal o de la Cruz Verdadera. Casualmente, hoy será también nuestro día más duro hasta ahora. La distancia entre Combolcha y Addis Abeba es de 385 kilómetros. A pesar de que una carretera asfaltada y en no demasiado mal estado une ambas capitales, completar el trayecto viene a costar un día entero. Las razones de semejante desfase son varias: una de ellas –en realidad una constante en el país– es el enorme tráfico humano y animal que invade a casi cualquier hora del día las carreteras; además, el camino atraviesa un macizo montañoso cuya mayor altitud supera los 3.800 km.; la propia sinuosidad de la carretera es otro de los obstáculos que impiden alcanzar velocidades digamos que razonables. El caso es que, a pesar de haber madrugado bastante, tenemos asumido que no llegaremos a Addis antes de las cinco de la tarde.

A diferencia de los otros trayectos realizados hasta el momento, en los que apenas había tránsito de vehículos motorizados, hoy nos cruzamos con un gran número de autobuses que vienen en dirección contraria. Esto, en principio, no tendría mayor incidencia si no fuera porque la regla internacional de circular por la derecha no está demasiado extendida entre los etíopes. Los propios muchachos que han salido a nuestro encuentro nos llevan hasta los babuinosTrazar una curva se convierte, a veces, en un ejercicio de temeridad, en el que hay que agudizar al máximo los reflejos para no ser arrollado por otro vehículo sin demasiado sentido del riesgo. Esa es otra de las razones por las que no es conveniente circular a una velocidad excesiva por las carreteras etíopes.

El motivo de esta avalancha de autobuses reside en que en pocos días tendrá lugar en una localidad del norte –cuyo nombre lamentablemente no recuerdo– la celebración de una fiesta religiosa que atrae a numerosos fieles de todo el país, especialmente de la capital. Según nos cuenta nuestro conductor, son miles las personas que se congregan allí; duermen donde pueden, muchas veces en los propios templos, que permanecen abiertos día y noche, para asistir al día siguiente a las celebraciones y misas correspondientes. Etiopía es un país cuya población es profundamente religiosa; lo atestigua la vehemencia con que la gente acude a cualquier acto de ese tipo y la excitación con que toma parte en él. Aunque siempre habrá quien se mantenga al margen de todo esto y, por tanto, quede fuera del campo de observación. Y es que, como he comprobado en numerosas ocasiones, la sola percepción puede en ocasiones acabar llevando a engaño.

Paramos a comer en uno de los pocos restaurantes que encontramos en todo el trayecto. Debido a la coincidencia con el traslado de los fieles a la fiesta religiosa arriba comentada, el restaurante se encuentra abarrotado de comensales; cuesta horrores conseguir una mesa libre. Así pues, esperamos a que alguien se levante y tomamos entonces posesión del sitio recién desocupado como si nos fuera media vida en ello. Independientemente de la comida (la dureza de la carne que acompaña a la injera hace que esta sea la peor comida degustada hasta ahora), el lugar se descubre todo lo fascinante que se pueda imaginar. Los cientos de peregrinos que copan el local se mueven con la prisa y la agitación propia del momento: hay que comer y hay que hacerlo deprisa, el viaje es largo. Hay familias enteras con niños y abuelos, grupos de amigos, gente de toda clase y condición. Los camareros que van de un sitio a otro con rapidez y algo de precipitación tratan de abrirse paso como pueden entre tanto caos. Nosotros, una vez tomado asiento, preferimos observarlo todo con tranquilidad, como si nuestra presencia allí –y de hecho lo es– fuese tan circunstancial que apenas tiene incidencia en el conjunto. Lo cierto es que la mayor parte de los clientes ni siquiera parecen reparar en los tres faranjis que, sentados a una mesa cerca de la puerta, a duras penas pueden con la carne correosa y dura que se les acaba de servir. Lo cual, como he dicho repetidas veces, me ayuda a disfrutar más aún de la situación.

 es fiesta, y las calles, plazas y restaurantes están a rebosarAl poco de nuestro regreso a la carretera, Abey, nuestro chófer, para de nuevo. El paraje donde nos encontramos es realmente hermoso, así que salimos a hacer unas fotografías. Los niños que como siempre aparecen en segundos ante nuestra presencia nos rodean para tratar de vendernos unas bolsitas de orégano. Sin embargo, el motivo por el que Abey se ha detenido aquí es otro: la posibilidad de contemplar un grupo de babuinos gelada, una especie de primates endémica de Etiopia y Eritrea y solo visible en las montañas Simien y algunos otros pequeños enclaves como este. Los propios muchachos que han salido a nuestro encuentro nos llevan hasta ellos. Los gelada –al menos el grupo que se mueve por aquí– son bastante asustadizos y nos cuesta mucho acercarnos a ellos. La principal característica que los define es el hermoso y abundante pelaje de los machos y el vivo colorido de su abdomen. Por suerte, la especie gelada todavía no está en peligro de extinción, y su número total se calcula alrededor de los 50.000.

Llegamos a Addis Abeba justo a las 5 de la tarde, la hora más o menos prevista. A pesar de haber aterrizado aquí, hoy va a ser nuestro primer encuentro real con la capital de Etiopía. El hotel donde nos alojamos está bastante cerca de Piazza, el centro simbólico de la ciudad. Llegamos a Addis Abeba justo a las 5 de la tarde, la hora más o menos previstaHoy es fiesta y las calles, plazas y restaurantes están a rebosar. Vemos una enorme cola en una de las callejuelas alrededor de Piazza y sentimos curiosidad por ver adónde conduce. Como podía esperarse, están esperando a la entrada de un cine.

 Apenas se ven edificios interesantes ni construcciones atractivas, tan solo algunas casas levantadas durante la ocupación italiana (el propio nombre de la zona, Piazza, remite inequívocamente a ese periodo). Como curiosidad, vemos unas carnicerías que, en su interior, son también restaurante. El procedimiento es sencillo: uno compra la carne en el puesto de afuera y luego pasa al interior para que se la cocinen. Después del largo y cansado trayecto de hoy, apetece tomarse las cosas con tranquilidad. Aprovechamos para mirar los correos en un Cibercafé (extremadamente barato, casi diez veces menos de lo que hemos llegado a pagar en otros lugares) y cenamos en un restaurante de estilo occidental aunque frecuentado por locales, donde tras la poco agradable experiencia culinaria del mediodía nos reconciliamos con la irregular comida etíope. No trasnochamos demasiado, mañana toca madrugar mucho: empezamos el para mí ansiado recorrido del sur.

 

DIA 10 – 28 de septiembre de 2010 (martes)

Hoy, como ya he dicho, toca madrugar. A las seis en punto de la mañana, nuestro coche nos espera a la puerta del hotel. Addis Abeba, a esas horas de la madrugada, es una ciudad vacía. “A los etíopes no nos gusta madrugar”, nos dice sonriente el que será nuestro nuevo chófer a partir de ahora (no recuerdo su nombre, lamentablemente no lo anoté en libreta alguna, y tampoco sé si el que usábamos durante el viaje para dirigirnos a él era realmente el suyo). Chencha se haya situado en un alto, a 2.900 metros de altitud, y el camino que lleva hasta él es un sendero de tierra no muy bien conservadoParece una persona abierta, algo más mayor que Abey, y también con un inglés más deficiente. Me temo que la comunicación entre nosotros no va a ser tan fluida. Abey nos dejó sin duda alguna un buen recuerdo.

No solo Addis es una ciudad muerta a esas horas; las carreteras, para nuestra fortuna, también aparecen completamente desérticas: ni una mísera oveja cruza frente a nosotros. Nada. Nadie. Eso nos permite superar un buen número de kilómetros en relativamente poco tiempo. El asfalto, además, se encuentra en buenas condiciones. Al poco tiempo de haber salido, paramos a desayunar. Por primera y última vez, pagamos el desayuno de nuestro chófer. A diferencia de Abey, este prefiere sentarse siempre en una mesa aparte. Es un conductor profesional (Abey es en realidad guía, su comportamiento tenía más que ver con esta actividad que con la de mero conductor); su propósito es interferir lo menos posible en el día a día de sus clientes. No tardamos mucho en comprender que entramos en una nueva fase del viaje en todos los aspectos. Incluido este.

Está anocheciendo, así que aprovechamos para dar una vuelta por Chencha y descubrir por nosotros mismos la vida diaria en el lugarHasta Sodo, la carretera se conserva en bastantes buenas condiciones, aunque a partir de las 9 de la mañana más o menos la presencia de ganado, gente, carros y un sinfín de objetos animados más vuelve a sus niveles habituales, entorpeciendo notablemente nuestro ritmo. En las fechas en que realizamos nuestro viaje se está construyendo la nueva carretera que en un futuro próximo enlazará Addis Abeba con Arba Minch, centro neurálgico de donde parte la mayoría de las excursiones al sur profundo. Eso significa que muchos tramos están en obra y, por tanto, que a la lentitud y exasperación consiguientes hay que sumar polvo y suciedad. El viaje es duro y muy largo, aunque no más de lo que esperábamos. Nuestro destino es Chencha, el poblado más importante de la etnia Dorze. Chencha se haya situado en un alto, a 2.900 metros de altitud, y el camino que lleva hasta él consiste en un sendero de tierra no muy bien conservado. Cuando empezamos a subir nos atrapa una densa niebla que complica bastante la ascensión. En uno de los laterales del camino vemos un autobús completamente destrozado que parece no llevar allí mucho tiempo. La pendiente es muy pronunciada, y la mala conducción de muchos chóferes (hemos visto suficientes pruebas a lo largo de nuestro periplo) puede derivar en un accidente en cualquier momento.

Durante esta semana está teniendo lugar una celebración local, algo así como la fiesta mayor de los Dorze Pasaremos la noche en campamento, en una cabaña de estilo tradicional. Aunque previsiblemente ha sido construida para alojar turistas, en la práctica carece de cualquier tipo de concesión a la comodidad. Los baños y las duchas se encuentran en otra choza situada en el exterior, aunque preferiremos dejar nuestros rituales de higiene diarios para otro momento. En cualquier caso, como tendremos ocasión de comprobar pronto, la construcción de las cabañas sigue punto por punto el diseño de las famosas casas de los Dorze que los han hecho famosos entre las diferentes tribus del país. Estas cabañas, con una leve forma de elefante (algo más teórico que real, todo hay que decirlo), están construidas con hojas de falso banano y bambú. Son muy elevadas y de base aproximadamente circular. En la parte delantera, donde se haya la puerta, hay construido un pequeño saliente que semeja (o eso dicen) la trompa de un elefante. La altura de la cabaña viene motivada por la lenta pero progresiva destrucción de su base que llevan a cabo las termitas; de ese modo, las casas se habitan durante 70 o 80 años como mucho, debiéndose abandonar entonces para construir otra nueva.

La niebla que nos ha acompañado durante toda la ascensión y que se ha ido haciendo por momentos más y más densa, por fortuna va despejando algo. La visita al poblado cuesta 50 birrs por persona, pero incluye bastantes más atenciones de las que recibiremos en ningún otro poblado. Las casas de los Dorze se habitan durante 70 o 80 años como mucho, debiéndose abandonar entonces para construir otra nuevaEstá anocheciendo, así que aprovechamos para dar una vuelta por Chencha y descubrir por nosotros mismos la vida cotidiana de estas gentes. Nos acompaña un guía que nos han puesto los del campamento. Aunque en un principio desconfiamos un poco de su compañía (solo deseamos andar un poco, ver lo que hay y tomar unas cuantas fotografías), su compañía nos permitirá realizar un recorrido muy completo, imposible de hacer por nosotros mismos, así como confraternizar en algún que otro momento con la población local.

Durante esta semana está teniendo lugar una celebración local, algo así como la fiesta mayor de los Dorze (de hecho, en el campamento donde nos alojamos hay unos emigrantes que han venido de Italia precisamente para tomar parte en la fiesta). La gente está alegre, bebe vino de miel, se saludan unos a otros con efusión y participan en mayor o menor medida en las correspondientes celebraciones religiosas. La gente está alegre, bebe vino de miel, se saludan unos a otros con efusiónCuando llegamos a lo que se supone que es el bar del pueblo, algunos parroquianos, que van ya bastante borrachos, nos invitan (es un decir, porque luego habremos de pagar religiosamente nuestras consumiciones) a probar un fuerte licor que, por lo que vemos, tiene una graduación muy elevada. No obstante, todo se desarrolla con cordialidad. En una amplia explanada que hace las funciones de plaza mayor, un grupo de chicos y chicas, bastante jóvenes en su mayoría, intentan que tomemos parte en sus rituales festivos. No obstante, lo que en principio parece una invitación amistosa, en pocos segundos se convierte en un acoso bastante desagradable donde empezamos a recibir empujones y codazos sin mucho sentido, como si nos tomaran por simples peleles o por los tontos del pueblo a los que hay que ridiculizar. Por suerte, con la ayuda de nuestro guía conseguimos salir de aquel incidente y continuar sin más inconvenientes nuestro por lo demás afable paseo vespertino.

Para poner fin a esta pese a todo entrañable visita, en el campamento nos preparan una copiosa cena que nada tiene que envidiar a los buffet de los más lujosos hoteles. Poco a poco, unos niños trasmutados en eficientes camareros van sacando de no sé muy bien dónde unas enormes bandejas con diferentes contenidos para colocarlos en un amplio aparador junto a la mesa. Obviamente, nos tenemos que servir un poco de cada cosa, lo que deseemos, hasta hartarnos. Es la comida más abundante y copiosa que disfrutaremos a lo largo del viaje: hay salsas de todo tipo, carne, pescado, legumbres, verduras... y todo muy abundante. Y no solo eso: también está magníficamente preparada. Incapaces de terminar con todo y una vez saciado nuestro apetito, los mismos chicos que nos han traído la cena se van sirviendo en sus platos respectivos lo que nosotros hemos dejado. Supongo que es la manera habitual de proceder, pero yo hubiera preferido que todos, personal del campamento y nosotros, turistas, hubiéramos comido al mismo tiempo y alrededor de la misma mesa. Sin duda hubiera sido más familiar.

© Carlos Manzano 2011

  

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