ESLOVENIA
DE LOS
ALPES JULIANOS AL MAR ADRIÁTICO

A la hora de planificar un
viaje y elegir destino, hay dos cosas que conviene tener en cuenta:
el tiempo disponible y la época del año en que vamos a llevarlo a
cabo. Muchas veces no se está en condiciones de elegir el cuándo y el
cuánto, por lo que la única elección posible se reduce al dónde.
Vicisitudes de ese estilo nos llevaron a decantarnos por Eslovenia, una
pequeña república exyugoslava que a priori nos permitiría recorrer sus
enclaves principales a lo largo de la segunda semana del mes de agosto,
que era el limitado tiempo del que disponíamos y la época que nos venía
impuesta. Y en ese sentido cumplió todas las expectativas.
Eslovenia lleva camino de convertirse en uno de los principales destinos
turísticos de Centroeuropa, si no lo es ya. Tiene numerosos alicientes que no
pueden pasar desapercibidos para los principales touroperadores internacionales:
sus abruptos y hermosos paisajes, sus lagos y montañas, sus acogedoras playas
del Adriático y su buena red de carreteras, que permiten el desplazamiento de un
punto a otro del país en un plazo relativamente breve. Quizá el único
inconveniente que todavía juega en su contra sea el reducido número de vuelos
que aterrizan directamente en Liubliana, la capital; en concreto, a fecha de hoy
todavía no existe vuelo directo entre España y Eslovenia. A cambio, se puede
llegar a alguno de los aeropuertos más próximos (Trieste, Venecia, Zagreb,
Bérgamo, Viena, Bolonia, Verona, Munich, etc) y contratar los servicios de la
compañía Goopti (https://www.goopti.com/es/), una empresa de servicios de
lanzadera que te recoge en uno de estos aeropuertos y te deja en Liubliana pocas
horas después por un precio bastante módico. Esa fue la forma en la que nosotros
nos desplazamos hasta la capital eslovena tras aterrizar en Bérgamo, una de las
pocas capitales europeas conectadas directamente al aeropuerto de Zaragoza, la
tarde del viernes 5 de agosto de 2016.
ŠKOFJA LOKA
Una
vez recogido nuestro automóvil —un
Volkswagen Up con unos cuantos
kilómetros recorridos pero en buen estado, aunque también con una buena muestra de abolladuras en el capó— en el
aeropuerto de Liubliana a la mañana siguiente (con media hora de retraso, por
cierto, un punto negativo a señalar en el servicio proporcionado por la agencia
local Interrent, a pesar de que teníamos convenida la hora de recogida justo a
las 8 de la mañana) nos dirigimos a Škofja Loka, una pequeña población que dista
apenas media hora de la capital y que, aunque no suele aparecer en algunas guías
como una de las visitas imprescindibles, confirmaremos que es un lugar lleno de encanto.
Škofja Loka es, pues, lo que
llamaríamos una localidad entrañable. Se trata de una pequeña población medieval
cuyo casco histórico aparece coronado por su correspondiente castillo. La
entrada al casco histórico a través del puente medieval de los Capuchinos viene
a representar un adelanto de lo que nos encontraremos a continuación. Del
conjunto destaca fundamentalmente la plaza Mestni, de
estructura alargada y flanqueada por una serie de hermosas y bien conservadas
fachadas medievales que le confieren un indudable atractivo.
Merece una mención
especial la Casa Homan, justo al comienzo de la plaza, una hermosa edificación
construida a primeros del siglo XVI cuya pared principal está decorada con
diversos frescos. La subida al castillo es breve y bastante suave, aunque
declinamos visitarlo para que la llegada a Bled no se retrase demasiado (aparte
de que siento poco interés por los museos histórico-locales, por no hablar del
tiempo que resta para otras actividades; soy más amigo de patear las calles
que de encerrarme en espacios cerrados). Aprovechamos también para probar uno de
los productos locales más apreciados, el burek, una especie de empanada de pasta
blanda que suele estar rellena de carne o queso. En realidad el burek se consume
en todo lo que fue la antigua Yugoslavia, así como en otros países limítrofes,
ya que tiene su origen en el börek turco. La pieza de burek que
tomamos aquí, a pesar de ser relativamente temprano para los usos españoles, nos
sirvió de comida dado su generoso aporte calórico y su considerable tamaño.
BLED
Bled entera gira alrededor de su lago.
El lago es el corazón de Bled. La ciudad no existiría sin el lago. Y el lago por
sí mismo justifica la visita a Bled. El lago y su isleta central, donde se
asienta la fotogénica iglesia de la Asunción, tantas veces reproducida en
catálogos y guías turísticas. El lago se abastece de aguas
termales, lo que hace que su temperatura sea óptima para el baño. De hecho,
existen numerosas zonas acondicionadas para ello a lo largo de la orilla,
algunas incluso de pago, aunque estas tienen la ventaja de estar provistas de duchas, piscinas
y espacios lúdicos para los niños.
Nosotros nos alojamos en una
habitación con cocina que hemos reservado previamente por Internet. El precio es
bastante asequible, 40 euros por noche, aunque el cuarto es algo oscuro y húmedo
(de hecho, la sensación que tenemos es que se trata del viejo garaje de la casa
acondicionado como dormitorio). En cualquier caso, disponemos de una pequeña
terraza que usaremos muy a menudo dado el buen tiempo que nos acompañará durante
estos dos días.
A pesar de que llegamos a las 11:30 de
la mañana, la propietaria nos instala en la habitación sin hacernos esperar más
tiempo, así que poco después, sin más dilaciones, nos ponemos en marcha
en dirección al centro del pueblo, apenas a quince minutos a pie, cuyo punto
neurálgico es por encima de todo —y como ha quedado dicho repetidas veces— el
lago Bled. La avenida que conduce al lago me recuerda, si bien con notables
diferencias tanto cualitativas como cuantitativas, a algunas poblaciones
turísticas españolas.
Destacan los edificios de apartamentos, algún que otro
macro hotel bastante antiestético y los comercios orientados a los turistas.
Como he dicho más arriba, Bled, sin su lago, sería una población sin interés.
Un sendero circunda el lago por
completo y permite disfrutarlo desde todos los ángulos posibles. Hay un elemento
que destaca sobre cualquier otro independientemente de la perspectiva desde la
que se observe: la isla
que emerge en el centro mismo del lago y cuya imagen aparece coronada por la
torre de la iglesia de la Asunción. Ello hace del lago Bled uno de los enclaves
más fotogénicos de Eslovenia. La temperatura que nos acompaña, por si fuera poco, es perfecta,
idónea para el paseo. Nos cruzamos con numerosos grupos de jóvenes que
se solazan en las confortables aguas del lago. En estas fechas Bled parece una
localidad turística que, con las diferencias climáticas que se quiera,
ofreciera algo parecido a la oferta de "sol y playa". No sabemos cuántos de
estos turistas invertirán todos sus días en Eslovenia en disfrutar de los baños
y el descanso, pero sin duda muchos de ellos han tomado a Bled como una etapa de
relax en su viaje, dondequiera que este les lleve posteriormente.
Para visitar la isleta central existen varias
opciones: desde alquilar unos pequeños botes a remo y llegar a sus inmediaciones por nuestro propio
esfuerzo, hasta subirnos a una barca más grande, compartida con otros viajeros y
conducida por un esforzado remero, que en buena lógica nos exigirá bastante menos trabajo
—aunque al mismo tiempo el trayecto perderá parte de su romanticismo.
El otro
elemento destacable del lago lo constituye la figura altiva de su viejo
castillo, erigido en lo alto de un promontorio y de factura imponente. Nosotros
subiremos hasta él por uno de los tres senderos que, partiendo del lago,
conducen hasta la cumbre. La pendiente es bastante exigente debido a la verticalidad
del camino, que a duras penas serpentea por la ladera. Una vez arriba, sin
embargo,
declinamos la opción de la visita: por lo que hemos leído, su
contenido no despierta demasiado nuestra curiosidad y nos apetece más descansar
un poco mientras nos tomamos una caña en alguna de las terrazas del pueblo y nos
deleitamos disfrutando del magnífico atardecer que nos espera.
Por cierto, aquella será una
cerveza que al final nos saldrá gratis, y no porque no intentáramos
pagar con insistencia: cada vez que un camarero pasaba junto a nosotros,
le hacíamos la correspondiente indicación para que nos cobrase el
servicio, pero por lo visto el único camarero autorizado para ello era
la joven que nos había servido las bebidas y que por lo visto andaba
ocupada en la otra punta del local. Llegamos incluso a dirigirnos a la
barra para que alguien se dignara a cobrarnos nuestras consumiciones,
pero fue inútil; nadie quería aceptar nuestro dinero. Y dado que media
hora después aún estábamos esperando a que nos trajeran la cuenta,
decidimos levantarnos de la mesa y salir del bar con toda la
tranquilidad del mundo. Lo intentamos, pero no fue posible. Anécdotas
absurdas que le pasan a uno cuando viaja por ahí.
Prácticamente no he dormido en toda la
noche (unos minutos en el coche que nos ha traído a Liubliana y apenas hora y
media en el propio aeropuerto antes de recoger el automóvil), así que nos
retiramos pronto a la habitación. De camino compramos en un supermercado de la
cadena Mercator (omnipresente en toda Eslovenia) algunas cosas para cenar y
antes incluso de las 9 y media de la noche ya estoy durmiendo a pierna suelta.
Necesito recuperarme cuanto antes del cansancio acumulado, porque nos esperan —presumo— días
de mucho movimiento.
GARGANTA DE VINTGAR - LAGO BOHINJ -
CASCADA SAVICA - MONTE VOGEL - RADOVLJICA
Hoy va a ser un día intenso y
plenamente
satisfactorio. A pesar de que no madrugamos demasiado (nos despertamos cerca de
las nueve de la mañana), sobre las diez y poco ya estamos en la entrada de la
famosa garganta de Vintgar. Los mapas de carreteras que previamente hemos
descargado en nuestro navegador nos llevan en apenas unos minutos al destino, que por otra parte se encuentra muy cerquita de Bled. Todavía no hay
demasiados visitantes, aunque ya se deja notar la presencia de varios grupos,
algunos notablemente ruidosos. El camino es estrecho, por lo que si dos o tres
personas deciden detenerse en un mismo punto, el paso queda irremediablemente
interrumpido. Es por ello importante evitar las aglomeraciones. De hecho, cuando a
nuestra vuelta crucemos otra vez por la taquilla, observaremos que ya
se ha formado una larga cola de varios metros de longitud, y que incluso en ese
mismo momento están llegando algunos autocares desde Bled. Si se puede elegir, mi
recomendación es comenzar la visita justo a primera hora de la mañana, recién
abiertas las taquillas.
El recorrido se realiza por una
plataforma de madera adosada a la ladera de la garganta. Las vistas que se
disfrutan son realmente hermosas. La visita, sin la
menor duda, merece la pena. Ojalá las fotografías puedan hacer un mínimo de
justicia a lo que el lugar ofrece. Dado que hemos accedido en coche, debemos regresar
por el mismo camino, aunque por lo visto hay algún otro recorrido de vuelta que
te lleva directamente a Bled. Merece la pena sin embargo pasar dos veces por
aquí; las perspectivas de que se disfruta no son las mismas, los recovecos que forma el río tienen
distinto aspecto, de modo que no puedo evitar volver a disparar la cámara en
puntos por los que ya había pasado a la ida. Por si acaso.
De aquí nos encaminamos directamente
al lago Bohinj. Ayer a la llegada a Bled nos encontramos con un pequeño atasco a
la entrada de la población, quizá debido a ser sábado y estar a tan poca
distancia de la capital, pero hoy el tráfico es bastante fluido y eso nos
permite bordear el lago sin problemas y tomar después dirección oeste, hacia las
estribaciones del parque nacional de Triglav, en los Alpes Julianos.
El lago Bohinj no recibe tantos
visitantes como el de Bled, pero aun así las zonas de aparcamiento señaladas al
efecto se encuentran bastante saturadas. Nosotros recorremos toda la orilla sur
hasta el extremo occidental de la carretera, cuya continuidad se ve
interrumpida por el comienzo de la ruta que lleva a la cascada Savica. Alcanzar esta
cascada no reviste demasiada dificultad, a pesar de que todo el camino discurre
en ascensión. La cascada en sí misma tampoco resulta especialmente
espectacular, pero una vez llegados hasta aquí, pensamos que ha merecido la
pena el esfuerzo, que tampoco es tanto.
Muy cerca
de aquí está el funicular que te lleva a la estación de esquí de Vogel, en verano reconvertida en un
hermoso espacio lúdico para el paseo, trepar a alguna cumbre o
lanzarse en tirolina de un punto a otro. Hay que reconocer que el día acompaña (subir hasta aquí
una mañana fría puede resultar bastante molesto), y en cualquier caso el lugar
es todo lo espectacular que puede esperarse de un paraje montañoso. Para
quien guste de huir de las multitudes y las zonas trilladas por el turismo, una
vez abandonada la estación y tras andar unos pocos metros, se puede disfrutar de
la más absoluta tranquilidad y de la placidez que proporciona sentirse inmerso en plena naturaleza.
Ya de vuelta de Vogel, comemos en un
restaurante justo al lado del lago para probar, entre otras cosas, sus famosas
truchas. Después, nos permitimos un pequeño descanso a orillas del lago Bohinj
para reposar
un poco la comida, aunque, a diferencia de Bled, aquí hay pocas zonas acondicionadas para el baño (es de hecho un lago más agreste) y por
ello la acumulación de visitantes en estas escasas áreas dificulta un tanto el relax.
Todavía disponemos de algo de tiempo
hasta la noche, así que optamos por llegarnos a una localidad próxima a Bled,
Radovljica, que aparece de manera destacada en nuestra guía. En ocasiones, es
bueno guardar ciertas visitas “en la reserva” por si, como es el caso, nos sobra
un poco de tiempo. En efecto, se trata de una pequeña pero encantadora población
cuyo centro conserva su viejo entramado medieval. La antigua Radovljica consiste
en apenas poco más que una calle y una plaza, pero en este reducido espacio,
antiguamente fortificado, se concentran un buen número de edificios medievales,
la obligada parroquia local y diversos museos, uno de ellos curiosamente
dedicado a la apicultura. (Por lo visto, Radovljica llegó a albergar en su
tiempo uno de los centros productores de miel más importantes del país). Se
puede visitar también una de las viviendas, aunque el mobiliario que la decora
es, como es lógico, bastante posterior a su construcción. En cualquier caso, una
buena opción para complementar un día que por otra parte nos ha deparado
magníficos momentos.
A última hora de la tarde decidimos
regresar a Bled para dar un último paseo por el lago. Previamente, cenamos en
la terraza de nuestro apartamento con intención de, algo más repuestos, disfrutar
sin agobios de la noche. Durante las fechas de nuestra visita se está celebrando un
festival de música llamado Okarina. Hemos visto algunos carteles en las paredes
y un gran escenario ubicado en la orilla este del lago, pero tampoco nos hemos
preocupado demasiado por enterarnos de qué iba el asunto. Pero justo cuando
llegamos a sus inmediaciones, está dando comienzo la actuación de un grupo turco
llamado Baba Zula, la cual es presentada por los altavoces como un viaje
musical. Lo cierto es que no sé nada del grupo ni de lo que hacen (estoy poco
puesto en música pop actual), pero los primeros sonidos que nos llegan me
resultan cuando menos estimulantes.
Baba Zula hace una especie de música étnica
de connotaciones árabes con ciertos aires de psicodelia, y tras unas pequeñas
dudas, decidimos quedarnos hasta el final de la actuación. De cualquier forma,
el concierto termina alrededor de las 10 y media de la noche, así que tampoco
supone ninguna ruptura de nuestros hábitos viajeros: mañana podremos madrugar,
como tenemos por costumbre.
REGIÓN DE KRAS – ŠTANJEL – ŠKOCJAN
Todavía dentro de los límites del
Parque Nacional de Triglav, nos disponemos a atravesar el conocido paso de Vršič, una estrecha carretera diseñada en zig zag que fue construida por presos
de guerra rusos durante la 1ª Guerra Mundial. Ya desde el comienzo, desde el
encantador lago Jasna, de origen glaciar, se disfruta de unas espectaculares
vistas de las cumbres de los Alpes Julianos. El recorrido promete. Y desde luego
no defrauda. Las curvas están numeradas, y en determinados tramos hay que
trazarlas con precaución para no colisionar con algún automóvil que circule en
sentido contrario. Justo en lo alto del paso, hay estacionado a ambos lados de
la carretera un enorme número de vehículos: por lo visto, desde aquí parten
varios senderos, y los eslovenos son bastante aficionados al senderismo de alta
montaña. Sea como sea, las impresionantes vistas de las que se disfruta desde
aquí hacen aconsejable una parada para relajar los músculos.
Una vez abandonadas las últimas
estribaciones del monte Triglav, el paisaje, casi sin que nos demos cuenta, va
cambiando notablemente: de los espectaculares picos alpinos pasamos a los
cálidos y cultivados campos mediterráneos. Conforme descendemos hacia el sur del
país, la influencia del mar y de las benignas temperaturas se deja notar.
Abundan las plantaciones de cereales y
los frutales; no en vano estamos en una
tierra más proclive al asentamiento humano, con unos inviernos más suaves. Hoy
tenemos previsto dormir en alguna localidad de la costa adriática, pero antes
nuestra intención es visitar una de las cuevas kársticas más célebres del país,
las de Škocjan, y de camino comer en Štanjel, un pueblo cuya importancia no
parece ser tratada por igual en todas las guías.
A pesar de nuestras dudas, las vistas
que ofrece Štanjel desde la carretera son realmente atractivas. Vieja ciudad
medieval que todavía conserva su protección amurallada, la aldea presenta en su
interior, sin embargo, un pobre estado de conservación. Tal como habíamos
previsto, hacemos parada aquí para comer en el único restaurante del pueblo,
ubicado en el antiguo castillo hoy en rehabilitación, y constatar las
posibilidades que una correcta restauración conferiría a esta tranquila y
acogedora localidad, teniendo en cuenta además su proximidad a las reconocidas
cuevas de Škocjan.
Los trabajos de restauración que se están llevando en el
castillo hacen presumir que dentro de poco el pueblo acabará siendo
acondicionado como se merece.
Finalmente llegamos a las cuevas con
tiempo suficiente para realizar la visita. Aunque es ya un poco tarde, todavía
hay bastantes visitantes. (De hecho, deben formarse tres grupos para segmentar
el recorrido, aunque nada que ver con la ingente multitud que suele visitar las
cuevas de Postojna, las cuales veremos dentro de unos días). A diferencia de las de Postojna, aquí no se pueden tomar fotografías, quizá porque el estado de
contaminación todavía no es grave y aún se conservan estalactitas y estalagmitas
en proceso de formación. Todo el recorrido se hace a pie, y para que quien guste
de este tipo de excursiones, como es mi caso, el espectáculo que se disfruta
es impresionante, sobrecogedor. Son casi 6 kilómetros de recorrido durante el
cual se atraviesan cuevas de casi 250 metros de profundidad, todas de una
belleza extraordinaria. Una advertencia: es recomendable llevar algo de ropa de
abrigo, ya que las temperaturas en el interior nunca superan los 12º.
KOPER
Nos encontramos ya a última hora de la
tarde, de modo que para evitar que nos pille la noche decidimos buscar
alojamiento en Koper (Capodistria en su antigua denominación italiana), la más
próxima de las localidades de la Istria eslovena. El problema es que no abundan
demasiado los alojamientos hoteleros en esta ciudad. Aunque siguiendo las
indicaciones de nuestra guía hemos seleccionado uno que al parecer está situado
en el casco viejo, mañana tenemos intención de
llegarnos a Piran usando transporte público (tenemos información de que el
centro histórico de Piran está cerrado al tráfico y que hay que dejar el
automóvil en un aparcamiento no demasiado barato ubicado a la entrada), así que
nos decantamos por el hotel Vodisek, situado a poca distancia de la estación de
autobuses. El hotel es algo más caro de lo que habíamos presupuestado (90 € por
noche en temporada alta, aunque si pagas en efectivo te hacen un pequeño
descuento), pero está ubicado a unos 10 minutos del centro y a parecida
distancia de la estación de autobuses, de modo que desistimos de buscar más y
nos quedamos aquí. Además tienes derecho a aparcamiento gratuito (lo cual
siempre es bienvenido) y el desayuno es bastante aceptable.
Koper es, como ha
quedado dicho, una
encantadora población de arquitectura veneciana, cuyo punto neurálgico es la
impresionante plaza Tito, donde se encuentran los edificios más emblemáticos de
la ciudad, como el Palacio Pretoriano o la antigua loggia. La península de
Istria estuvo ocupada por Venecia desde el siglo XIII hasta finales del XVIII,
lo que ha dejado en estas ciudades un gran número de bellos y solemnes edificios
y una organización urbana enrevesada pero sorprendente. La mayor parte de la
península pertenece actualmente a Croacia, y es normal que el italiano esté tan
presente en la vida cotidiana como los otros idiomas nacionales. De hecho, es
casi más común llamar a Koper por su nombre italiano que por su apelativo
esloveno.
A la hora que llegamos nosotros no hay
demasiados turistas, lo cual incrementa su encanto. Es realmente hermoso caminar
por sus calles medio desiertas mientras el sol va declinando poco a poco y las
pocas farolas que hay instaladas en las calles apenas consiguen compensar la
oscuridad creciente. Ya que estamos en una plaza marítima, cenamos en un puesto
modesto (pero en absoluto decepcionante) calamares y ensalada de pulpo, y a
continuación damos un pequeño paseo nocturno por el muelle para poder seguir
disfrutando de la apacible temperatura que nos acompaña.
PIRAN
Piran es
la joya del adriático esloveno. Se trata de una maravillosa localidad de
arquitectura veneciana, de estrechas e intrincadas callejuelas, a la que
perfectamente se puede dedicar todo un día (sobre todo si uno gusta de recrearse
con atmósferas genuinas más que ver espacios o recorrer museos).
Nosotros llegamos aquí desde Koper en autobús de línea, en un recorrido que
atraviesa Izola y otras poblaciones costeras, y ya la primera impresión
sobrecoge: su puerto marítimo es todo lo encantador que se quiera
imaginar. Nada más poner pie a tierra, lo primero que reclama nuestra
mirada es la
extraordinaria factura de sus edificios.
Pocas veces me he sentido tan subyugado al llegar a un lugar como en este
momento. Me asalta enseguida la necesidad de comenzar cuando antes el
imprescindible paseo callejero y dejarme empapar por ese aroma a tiempo, a
pasado, a historia, a vida, que Piran rezuma por los cuatro costados.
La plaza Tartini es el centro
neurálgico de Piran. Justo en frente se encuentra el puerto, y de sus costados
surgen a modo de laberinto las numerosas callejuelas que ejercen de arterias vivas de la ciudad.
Lo mejor que puede hacer uno en Piran es
perderse por ellas, dejarse llevar, olvidarse de planos y mapas y caminar. Y es
lo que me dispongo a hacer.
Merece la pena igualmente subir a los restos del viejo castillo y desde allí
contemplar desde la altura todo su entramado urbanístico. Piran recibe muchos
mas visitantes que los que encontramos ayer en Koper, pero a poco que uno se
mueva
es posible encontrar espacios donde respirar una cierta tranquilidad. Lo cierto
es que las cinco o seis horas que pasamos aquí en modo alguno se nos hacen
largas; a veces con estar, con sentir, con dejarse llevar, es más que
suficiente. Piran es de esas ciudades de las que uno puede sentirse parte si
posee la capacidad de abandonarse a los sentidos.
Por la tarde, de nuevo en Koper,
volvemos a pasear sus calles angostas con el regusto del día transcurrido en
Piran. Koper es arquitectónicamente más modesta, pero al mismo tiempo también
más tranquila, más sosegada, más cauta. Recorrer de nuevo sus calles y descubrir
rincones que el día anterior se nos habían pasado por alto añade más atractivo
aún a un día que solo puedo calificar de magnífico.
HRASTOVLJE – POSTOJNA – PREDJAMA
La iglesia de Hrastovlje es una de las
maravillas no demasiado conocidas de Eslovenia. Lamentablemente, no está
permitido tomar fotografías en su interior, ni siquiera sin flash, así que no puedo subir
imágenes propias aquí, pero en cualquier caso puedo afirmar que la visita merece
la pena. Nosotros llegamos a primera hora, justo cuando acaban de abrir. Somos
por tanto los primeros y únicos visitantes. La estampa que ofrece
nada más entrar es espectacular: todas las paredes de la iglesia están decoradas
con imágenes policromadas de una sencillez y al mismo tiempo —o por eso mismo—
de una belleza extraordinaria, imágenes que representan diversos motivos
bíblicos. Para facilitar la visita, la persona encargada de vender las entradas
nos pone un casete en español con explicaciones acerca de cada pintura. No hay
un espacio en las paredes y en el techo que no esté convenientemente decorado, pero en contra de lo que pueda pensarse, la sensación no es
de barullo sino de
aquietada y serena calidez. O de eterna belleza.
Dado que vamos bien de tiempo,
decidimos llegarnos hasta las cuevas de Postojna, que en un principio teníamos en la
reserva por si acaso. (Ya visitamos las de Škocjan y a veces hay que hacer
sacrificios por cuestiones de tiempo). La zona de aparcamiento es enorme, y los
atascos para entrar y salir de allí igual de considerables. Nuestra primera
sorpresa es la ingente cantidad de gente que visita estas cuevas. Nada que ver
con los grupos modestos que hace dos días había en Škocjan. Por si fuera
poco, justo cuando descendemos del
coche empieza a llover con bastante fuerza.
Son las once menos cuarto de la
mañana. Las colas para comprar las entradas son enormes. A cada hora en punto
da inicio un nuevo turno de visita. En principio, contamos con que nos dé tiempo
a entrar en el que va a empezar en quince minutos. Pero las colas avanzan con
mucha más lentitud de la esperada. Estamos justo en la puerta de acceso a las
taquillas cuando se cierran la visitas para las once. De modo que nos va a tocar
esperar una hora más. No vamos mal de tiempo, pero el problema es que no tenemos
otra cosa que hacer salvo mirar el avance del reloj. Además, la ligera lluvia
inicial que nos había recibido está comenzando a convertirse en un auténtico chaparrón. Solo acercarnos
a la entrada de las cuevas supone que nos vamos a calar como tontos.
Justo a las doce en punto comienza
nuestra visita. Hay mucha más gente incluso de la que imaginábamos, por lo que
se tienen que formar varios grupos, numerosísimo cada uno de ellos. Las cuevas de Postojna son tal vez el atractivo turístico más concurrido de Eslovenia, y me
temo que ello mermará en buena medida su encanto. Aunque tengo que adelantar que
la visita, a pesar del gentío, no me decepcionará lo más mínimo.
Tras recorrer unos cuantos kilómetros
en un trenecito desde el que apenas te da tiempo a intuir lo que hay a tu
alrededor, a los pocos minutos se inicia a pie la visita propiamente dicha. En
esta cueva se pueden hacer fotografías sin problemas. No solo eso: poco a poco
la gente se va espaciando y formando pequeños grupos,
que a los pocos minutos ya se han distanciado unos de otros; los visitantes que apenas muestran
interés en las explicaciones de la guía se van quedando atrás mientras unos
pocos siguen a la guía. Hay que decir, no
obstante, que si has estado ya en Škocjan, lo que te cuentan aquí no aporta
demasiadas novedades.
En un momento dado, el grupo que me
precede se aleja considerablemente, mientras que el que me sigue se queda atrás
supongo que absorto con alguna de las extrañas figuras que se han ido formando a lo largo
de los siglos.
Mi compañera, Rosana, también se ha rezagado un poco tratando de
obtener las fotografías más impactantes. Entonces me doy cuenta de que me
encuentro solo, completamente solo, en medio de una cueva de 21 kilómetros de
longitud y más de 200 metros de profundidad. Ni siquiera percibo el sonido de
otra presencia humana en las proximidades. Es una falsa impresión, pero tan viva
como si fuera auténtica. Durante 8 o 10 minutos caminaré sin sentir la compañía de
nadie más, como si yo fuera el único habitante de esta cueva, solo yo en la
inmensidad de las profundidades, solo yo y el sonido de las gotas que todavía se
oye caer en algún lugar remoto, del agua que se filtra a través de los resquicios
de las rocas, de mis propios pasos agigantados por el eco. Son unos minutos
extraordinarios. Maravillosos. Únicos. Es difícil explicar lo que se siente
cuando te sabes inmerso en una oquedad de no sé cuántos metros de profundidad,
completamente ajeno a tu mundo conocido, como extraviado de ti mismo, donde casi
nada es reconocible. Me hubiera quedado horas así, disfrutando de un silencio y
una quietud inigualables, casi diría que sobrenaturales. Lamentablemente, el
grupo que me sucede me alcanzará en pocos minutos y este momento mágico e
irrepetible morirá sin remedio. Será, de cualquier modo, el recuerdo más nítido
y perdurable de mi visita a Postojna, aparte de la lluvia plomiza que nos espera
a la salida.
Corremos como posesos hasta el coche
pero aun así no podemos evitar calarnos hasta los huesos. Está cayendo una
lluvia torrencial y la hemos pillado en su momento más intenso. Da lo mismo, hay
que continuar el camino. Nuestra próxima visita se encuentra a pocos kilómetros
de aquí. Se trata del castillo de Predjama, una impresionante edificación
palaciego-militar emplazada dentro de la oquedad de una montaña. Lo mejor, sin duda
alguna, las vistas que ofrece desde fuera. Por el precio de la entrada te
proveen de una audio-guía en español con comentarios sobre cada una de las
salas, lo cual es de agradecer. La visita en sí merece la pena, más allá de la
curiosidad o de las anécdotas acerca de las peripecias de su propietario (de las
cuales se puede encontrar abundante información en las guías y en Internet). La
conservación del castillo, por otra parte, es excelente, ya que por lo visto no
sufrió demasiadas modificaciones en los años posteriores.
Un pequeño problema surge a la salida.
Como hemos podido comprobar al llegar, hay muy poco espacio disponible para el
aparcamiento. A unos metros del castillo se ha habilitado un pequeño terreno
donde tampoco caben demasiados vehículos. Más allá de eso, quedan los laterales
de la carretera y poco más. Nosotros conseguimos estacionar en el espacio
habilitado al efecto, aunque a nuestra llegada ya estaba prácticamente lleno.
Pero cuando finalizamos la visita al castillo y nos disponemos a recoger nuestro
coche, el número de vehículos que están tratando de aparcar ha ascendido
notablemente, impidiendo en algunos casos el paso a otros automóviles que siguen
llegando.
Por si
fuera poco, los autobuses que trasladan a los turistas desde Postojna han
formado un pequeño embudo que dificulta aún más la circulación. En ese estado de
cosas, justo cuando salimos del aparcamiento, nos encontramos con una
autocaravana que se ha quedado atascada en mitad del camino. Por lo visto, su
conductor no puede maniobrar debido a la falta de espacio; el problema parece
serio, porque cuando aprieta el acelerador las ruedas comienzan a patinar
impidiendo que el vehículo se mueva ni un milímetro. Las perspectivas no son buenas,
sacarlo de aquí
parece complicado incluso para una grúa. El conductor de la autocaravana ha abandonado el vehículo y
camina alrededor de él con cierta desesperación, observando la situación sin poder hacer nada. Nosotros tenemos reservada una habitación en Ptuj y no
queremos llegar demasiado tarde. (En principio, nos guardan la reserva hasta las
seis de la tarde y empezamos a temer que podamos perderla, aunque luego descubriremos que somos
los únicos clientes esa noche y que por tanto la misma no corre peligro). Al
final, a base de empujar entre varios de los conductores que nos hemos quedado
atrapados, conseguimos mover lo suficiente la caravana para que permita el paso.
Acto seguido, sacamos definitivamente el coche y nos ponemos de camino a Ptuj. Detrás de nosotros, la acumulación de vehículos continúa, con la
amenaza de dar lugar a complicaciones similares o aun peores.
Una cómoda y rápida autopista nos pone
en Ptuj en el plazo deseado. Por el camino, la tromba de agua que ha caído en
Postojna va siendo sustituida por una ligera llovizna que a ratos recrudece y a ratos
desaparece. Todavía nos queda un par de horas de luz, así que desembarcamos en
el hotel a
toda prisa y una vez libres de las maletas nos lanzamos a descubrir
cuanto antes los presumibles encantos de esta ciudad.
PTUJ
Ptuj es una de esas poblaciones que yo
denomino “austrohúngara”, es decir, que buena parte de sus edificios están diseñados
en un estilo que yo definiría (en mi supina ignorancia arquitectónica) como
barroco centroeuropeo, aunque las guías dicen que se trata de la ciudad más antigua
de Eslovenia. (De hecho, todavía conserva restos de su pasado romano, como una
piedra lapidaria del siglo II denominada Orfeo). El centro histórico es
relativamente pequeño, abarcable sin problemas en un par de horas, pero la vista
que se disfruta desde los puentes que cruzan el Drava es sencillamente
extraordinaria. A ello contribuye en gran medida el castillo que se erige en lo
más alto, y cuya posición le permitía a su propietario dominar varios
kilómetros a la redonda.
Pero lo que más
me llama la atención en nuestra visita es que apenas hay
turistas, no más de una docena esparcidos por ahí con los que de vez en cuando nos
vamos cruzando por azar. Personalmente lo agradezco, sobre todo después de los
episodios vividos en Postojna y Predjama. (Ya he apuntado repetidas veces que
pasear con tranquilidad por las calles de una ciudad que lo merece es
uno de los mayores placeres a los que puedo entregarme cuando viajo). Pero me
extraña que una localidad tan afamada como Ptuj reciba tan pocos visitantes, especialmente
en esta época del año. (No hay que olvidar que estamos en pleno agosto). Tal vez
esperaba demasiado de Ptuj, y aunque desde luego su estructura urbana posee un
más que indudable encanto (imprescindible la calle Muzejski, por ejemplo, a
cuyos flancos se apostan varios de los edificios más hermosos de la ciudad),
carece de esa atmósfera medieval que había —erróneamente— imaginado. En
cualquier caso, ha merecido la pena venir hasta aquí. Mañana, además, la visita
al castillo supondrá un aliciente añadido.
Debido a la ausencia de turistas, la
mayoría de los restaurantes están cerrados. Y por aquello de ese espíritu
gregario que apenas podemos abandonar y porque no hay mucho más donde elegir, casi
todos coincidimos en un local situado en Muzejski que también ofrece
pizzas. La comida en cualquier caso es más que decente y abundante, como en casi toda
Eslovenia. Nada de lo que arrepentirse.
Como he apuntado antes, Ptuj ofrece
una estampa casi idílica vista desde la otra orilla del río: su estructura de
vieja ciudad medieval destaca como primera impresión. La tarde de nuestra
llegada casi nos dio
tiempo de ver la mayor parte del pueblo, pero nos queda el castillo, que nos
disponemos a visitar hoy justo en el momento de su apertura. El castillo en sí
mismo no carece de atractivos y su grado de conservación es excelente, pero lo
que más llama mi atención es su impresionante colección de instrumentos musicales,
la cual cuenta
con algunas piezas antiquísimas que pueden considerarse auténticas joyas.
Tras tomar un café en una terraza
junto al ayuntamiento, dar otro paseo por sus viejas calles empedradas y
recrearnos en
la belleza de sus edificios, tomamos de nuevo el coche con dirección a Liubliana, capital del país y último destino de nuestro
periplo esloveno.
Devolvemos el automóvil en el
aeropuerto antes incluso de la hora convenida y tomamos el autobús de línea
regular que nos dejará en la estación de autobuses. Hay que decir que el precio
del autobús no incluye las maletas, por las que hay que pagar aparte, en
concreto 1,80 € por bulto (un truco algo sucio para sacar más dinero del que en
teoría cuesta el trayecto). El recorrido se hace bastante largo porque se ve
interrumpido por continuas paradas, supongo que con intención de rentabilizar
aún más el servicio.
LIUBLIANA
Mi primera impresión nada más llegar a
Liubliana es que la ciudad ofrece más incluso de lo que prometía. Nosotros
accedemos al centro a través del puente de los dragones, figuras que por
aquellas cosas del destino (y de la necesidad de crear elementos identificativos
simples y un tanto infantiles) se han convertido algo así como en un símbolo de
la ciudad. Es mediodía y la ciudad se encuentra en plena ebullición. Hay
turistas por todas partes, el cielo amenaza lluvia pero al mismo tiempo se
extiende una suave luz reveladora de matices y texturas. Los primeros pasos
nos conducen a las plazas Mestni, Stari y Gornji, que conforman el núcleo
histórico de Liubliana. El momento, la luz, la temperatura, los edificios, la
atmósfera, todo se confabula para crear una imagen realmente hermosa de la
ciudad. Tal vez sean los momentos más intensos vividos en la capital eslovena. Tenemos
todo el día siguiente para recorrer sus calles hasta la extenuación, así que nos
limitamos a pasear sin un plan claro,
dejándonos llevar por las sensaciones que
todo lo que nos rodea nos provoca, buscando ante todo estirar nuestros sentidos
al límite. Para mí, al menos, en eso consiste uno de los mayores placeres de todo
viaje.
Podría describir todos y cada uno de
los lugares que merecen ser visitados en la ciudad, pero no es el propósito de
este texto. En las oficinas de información proporcionan planos urbanos y
documentación turística más que suficiente, aparte de la enorme cantidad de
páginas referidas al país que puede encontrarse en Internet. En cualquier caso,
solo diré que Liubliana es una ciudad para ser disfrutada con calma, sin
agobios, casi con lentitud, buscando sus rincones más escondidos, recreándose en
la hermosa factura de sus edificios, dejándonos poseer por esa atmósfera liviana
pero vívida que rezuma su casco viejo. La extensión del centro histórico es
relativamente pequeña, así que día y medio puede ser suficiente para llegar
hasta sus rincones más escondidos. Y si todavía sobra tiempo y el calor aprieta,
un breve paseo por el Parque Tívoli puede proporcionarnos unas horas de siempre
bienvenido relax.
En cualquier caso, todo a gusto del cliente y de sus
expectativas.
Un aspecto que personalmente me
desagrada encontrar en las ciudades que visito es la abundancia de pintadas
antiestéticas en algunas de sus calles. Puede que determinado tipo de grafitis
posean cierto valor como forma de contracultura urbana o incluso como modo de
expresión social, pero el problema es que de esos hay pocos: lo que más se ve
son rayujos y pintadas sin el menor atractivo que no respetan fachadas, puertas,
paredes ni escaparates comerciales, estropeando aquello que en sí mismo conservaría cierto
interés. La calle Trubarjeba de Liubliana es un claro ejemplo de lo expuesto, y eso
que no deja de albergar un buen número de locales con cierto encanto para cenar. Pero una cosa no quita la
otra. Me consta que en Liubliana existe un importante movimiento alternativo que
tiene en el área de Metelkova su centro neurálgico, y que incluso dicho
barrio en sí mismo no está exento de interés (aunque nosotros no llegamos a
visitarlo). Pero es bueno delimitar bien las zonas y evitar que lo que pueda ser
parte de una determinada idiosincrasia cultural invada otros espacios que, al
contrario, precisan conservar su propia naturaleza y su carácter histórico. O al
menos yo lo veo así.
Aunque llevamos varios días en
Eslovenia, nos quedan por probar muchas de las especialidades culinarias
locales, así que al día siguiente —animados por la información que hemos
obtenido oportunamente en Internet— hacemos algo así como una ruta
gastronómica, disfrutando de algunos platos que hasta ahora se nos habían pasado
por alto, como por ejemplo zlinkrofi, algo así como raviolis rellenos de crema y
puré de patata, kranjsko klobasa, otra variedad de salchicha local que preparan
de manera exquisita en el restaurante Klovasarna, o ricet (sopa de cebada), cuyo
sabor sin embargo resultó demasiado áspero para mi gusto, y ya de paso volver a
probar los exquisitos calamares y demás productos del Adriático plácidamente sentados
a orillas del río Ljubljanica. Para mí la gastronomía es uno de los aspectos
esenciales de un país, y trato siempre de no renunciar a su disfrute.
Como
apresurado resumen final, diré que las
sensaciones experimentadas a lo largo del viaje no pudieron ser más
reconfortantes. Las carreteras que atraviesan el país de un lado a otro se
conservan, en su mayor parte, en perfecto
estado, los precios son todavía asequibles para nuestro bolsillo, el acceso a
los diferentes puntos turísticos no presenta apenas complicaciones y la
distancia entre las ciudades es en general reducida. Y para quien guste de alguna
jornada de relax entre medio, la zona del lago Bled es perfecta para ello, aparte de que
el país cuenta con varios centros de aguas termales y numerosos senderos para
sumergirse en la naturaleza con plenitud. Con esas premisas, Eslovenia se descubre
como un país excepcional para ser recorrido en una semana o diez días, que era
el tiempo del que nosotros disponíamos. El mayor inconveniente es que pasado el verano el tiempo se vuelve bastante desapacible, llueve mucho y las montañas
de Vintgar suelen amanecer cubiertas de nieve. Pero si uno va preparado para
eso, incluso también tiene su encanto. Todo es ponerse.
Texto y fotografías: © 2016 Carlos Manzano
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