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ESLOVAQUIA
MUCHO MÁS QUE IGLESIAS Y CASTILLOS



REPORTAJE FOTOGRÁFICO

 


 

Recorrer Eslovaquia en ocho días parece, en principio, una tarea asumible. La exrepública checoslovaca no presenta un tamaño considerable (49 035 km2, aproximadamente una décima parte de España, por hacer una comparación sencilla), por lo que las distancias a recorrer cada día encajarían dentro de lo que buscamos: trayectos cortos, que no nos ocupen demasiado tiempo ni le generen excesivo cansancio al conductor, es decir, a mí (conducir mucho rato, a diferencia de lo que le sucede a muchas otras personas, no me resulta ni entretenido ni agradable). Por otra parte, las carreteras, según hemos leído en diversas fuentes, se conservan en buenas condiciones, lo cual ―o en eso confiamos― facilitará la labor de conducción. Con estos elementos, más el hecho de que en agosto parece recomendable buscar países situados en la parte más septentrional del continente, donde las temperaturas no alcancen niveles insoportables, empezamos a considerar la posibilidad de viajar a Eslovaquia en la primera quincena de agosto. Mirando en Internet comprobamos que otros viajeros han completado un viaje similar al nuestro en apenas una semana, e inspirándonos en sus recorridos y su experiencia diseñamos una ruta de ocho días que nos llevará por algunos de los enclaves más renombrados del país. Este es, a modo de resumen, la crónica del viaje a Eslovaquia que Rosana y yo hicimos en agosto de 2023.

Salimos la tarde del sábado 31 de julio a la hora prevista desde Barajas en un vuelo de Iberia con destino a Viena. Los vuelos a Bratislava, capital de Eslovaquia, no abundan demasiado, aparte de que son bastante caros, así que por precio y horario elegimos ir primero a Viena y desde el propio aeropuerto tomar un autobús que nos dejará apenas una hora después en la principal ciudad eslovaca. Aunque habíamos comprado el billete de la compañía de autobuses con antelación, exactamente para dos horas después de nuestra llegada (en previsión de algún posible retraso), logramos que nos lo cambien y de ese modo montamos en el que sale justo unos minutos después de haber aterrizado (el vuelo ha llegado puntualmente a su destino). De ese modo, pensamos, llegaremos a Bratislava casi dos horas antes de lo previsto.

Sin embargo, poco antes de alcanzar la frontera eslovaca, nos damos de bruces con un enorme atasco que nos tendrá retenidos más de una hora: la autopista pasa de tener tres carriles a dos, y tal vez por la hora (son alrededor de las ocho de la noche), hay un gran número de vehículos que se dirigen como nosotros a Eslovaquia, lo que provoca que durante varios kilómetros se formen unas largas filas que apenas avanzan unos metros cada mucho, de modo que nuestra hora efectiva de llegada a Bratislava acaba siendo más o menos la que estaba prevista en un principio. Aun con todo, confiamos en haber ganado algo de tiempo: no parece que el atasco se vaya a disolver en breve, por lo que es previsible que el autobús que habíamos reservado para más tarde se encuentre también con este mismo problema.

Hemos reservado habitación en un hotel justo al lado de la estación de autobuses. Sin embargo, y aunque la dirección parece clara, nos cuesta dar con él; el problema es que el hotel está un poco escondido, y aunque estamos usando una aplicación para movernos por Bratislava, justo el número de la calle que buscamos no aparece (por el contrario, la aplicación nos lleva a la parte trasera del hotel, donde obviamente no hay entrada posible). Solo gracias a la ayuda de un viandante, rectificamos el camino y conseguimos localizar la entrada del hotel.

La idea es salir mañana temprano para el aeropuerto de Bratislava, donde tenemos reservado un vehículo con el que realizaremos el recorrido previsto. En este momento está lloviendo, aunque por suerte se trata de una lluvia fina, soportable; sin embargo, a lo largo de la noche su intensidad irá en aumento, hasta convertirse en un verdadero chaparrón. Habrá que esperar a mañana para ver cómo amanece el día, aunque los pronósticos no son nada halagüeños.

 

Día 1 Domingo 6 de agosto

TRENČÍN - ČIČMANY - BOJNICE

Por aquello de que es nuestro primer día en Eslovaquia y de que preferimos evitarnos complicaciones innecesarias, hemos reservado un servicio de coche privado hasta el aeropuerto de Bratislava, en vez de tomar el transporte público (hay un autobús de línea, pero la parada más próxima se encuentra algo lejos de donde nos encontramos). Nos piden 30 euros por el trayecto, lo cual, teniendo en cuenta lo cerca que está el aeropuerto de la ciudad, parece bastante caro. Como era de esperar, hoy llueve a cántaros, pero lo peor es que da la sensación de que la lluvia no nos abandonará en mucho tiempo. Vistas las circunstancias atmosféricas, convenimos en que no ha sido tan mala idea contratar un servicio privado de transporte hasta el aeropuerto.

Allí hemos quedado con la persona que nos va a facilitar el coche, quien para nuestra extrañeza no dispone de oficina física: se ve que es una compañía unipersonal (y también barata, entre otras razones, porque carece como he dicho de oficina fija). Días antes nos ha enviado un correo electrónico confirmando la reserva e indicándonos dónde pasaría a recogernos para llevarnos hasta el aparcamiento en que se encuentra nuestro automóvil; sea como sea, no desconfío de él: el correo que nos ha enviado me parece suficiente garantía, aparte de que dimos con él a través de una página de confianza. El caso es que seguimos sus instrucciones, y poco después, tal como hemos acordado, recogemos sin ningún contratiempo el vehículo con el que realizaremos el recorrido ―un Skoda Fabia―, marcamos en el navegador la dirección a la que queremos ir y sin más dilaci&ooacute;n dejamos atrás el aeropuerto y Bratislava, adonde regresaremos en unos días para pasar nuestras últimas dos noches.

Llueve a cántaros, casi con violencia. Y no parece que vaya a escampar a lo largo del día. Nuestra intención es visitar en primer lugar Trenčín, localidad no demasiado alejada de Bratislava cuyo mayor atractivo, por lo que hemos leído, es su castillo. No obstante, debido a la hora, al mal tiempo y a que queremos visitar también el castillo de Bojnice, preferimos dar una vuelta por sus calles, comer algo rápido en cualquier sitio y dejar la ciudad en un plazo máximo de 2 horas (que en la práctica será una sola, dado que la lluvia persistente nos impide ver la localidad como teníamos previsto). De modo que ni siquiera subimos a la parte alta de la ciudad donde se ubica el castillo: nuestra visita a Trenčín se reducirá a su pequeño pero muy bien conservado casco urbano.

Una de las cosas que hay que prever en un viaje como este es el tema del aparcamiento. No suele ser barato aparcar en el centro de las ciudades, y las áreas de pago se extienden hasta bastante más allá del centro histórico. No puedo decir si la policía multa con rapidez o pasa de todo (no vi ni un solo control de tráfico ni un solo coche de policía patrullando en todos los días que estuve en Eslovaquia, salvo en la parte colindante con la frontera polaca), pero nosotros, sobre todo para no perder tiempo buscando aparcamiento, preferimos dejar el coche en zonas de pago (las más céntricas). Los precios suelen oscilar entre 1 y 2 euros la hora, dependiendo del lugar. En Trenčín pagamos 2 euros, aunque también vimos otros aparcamientos privados que costaban 1,5 euros la hora.

Debido al mal tiempo y a que a causa de ello nuestra visita a Trenčín se va a ver reducida a la mitad, optamos por no comer aquí; en vez de eso, compramos unos dulces en un comercio y acto seguido partimos sin más dilación hacia Čičmany, nuestro próximo destino. Hemos desayunado bien en Bratislava y podemos retrasar la siguiente comida hasta llegar a Bojnice, ciudad en la que vamos a pernoctar. Ahora lo perentorio es sacar tiempo para completar nuestro plan de viaje de hoy.

Čičmany es una pequeña población rural famosa por sus casas de madera, cuyas fachadas han sido decoradas en su mayor parte con hermosos y peculiares dibujos geométricos de pintura blanca, cada uno distinto del otro. Por fortuna, justo cuando llegamos la lluvia empieza a remitir, apenas caen unas pocas gotas: es la primera vez en todo el día que no llueve. Aprovechamos para dar una vuelta por los alrededores y tomar unas cuantas fotografías: soy consciente de que, a pesar de la cada vez mayor pereza que siento a la hora de usar la cámara, las fotos serán mi mejor aliado para recordar transcurrido el tiempo las circunstancias de este viaje. Apenas hay visitantes (de hecho, en la zona acondicionada como aparcamiento solo hay estacionado un vehículo: el nuestro), de modo que el paseo resulta mucho más placentero de lo esperado. Gracias a las nubes que todavía campean en el cielo, una luz suave y uniforme contribuye a realzar el color y la textura de las casas y del paisaje. Al rato, sin embargo, volverá a chispear otra vez, aunque por fortuna ya habremos recorrido la mayor parte de su trazado y tomado las fotos preceptivas, de modo que nos tomamos un café en uno de los pocos bares del pueblo y regresamos al coche para continuar ruta hacia nuestro último destino de hoy: Bojnice.

En realidad Bojnice solo tiene un verdadero aliciente: su castillo. Nosotros llegamos al pueblo sobre las 4 de la tarde, y lo primero que hacemos es ir al hotel donde tenemos reservada habitación para descansar un rato: el agua y el mal tiempo nos invitan a hacer un pequeño receso antes de proseguir con el plan de viaje previsto. Sin embargo, ese será nuestro gran error del día, ya que no nos hemos dado cuenta (y eso que lo pone en la guía) de que el castillo cierra a las 5 de la tarde, justo a la hora en que nosotros nos plantamos ante sus puertas, o lo que es lo mismo, en el preciso instante en que las están cerrando. No estamos acostumbrados a estos horarios tan diferentes de los españoles y eso hace que tengamos esta clase de despistes: los supermercados, por ejemplo, abren a las 6 de la mañana, y las atracciones turísticas cierran a las 5 de la tarde. De modo que no nos resulta posible cumplimentar la visita. Solo con llegar 5 minutos antes es probable que hubiéramos entrado con el último grupo. Una lástima, porque mañana a primera hora tenemos que dejar esta ciudad, de modo que tanto el castillo de Trenčín como el de Bojnice acaban quedando fuera de nuestro periplo eslovaco.

Por lo demás, ha vuelto a llover con fuerza, aunque tampoco hay demasiado que ver en la ciudad aparte del castillo (o bien no sabemos localizarlo; la lluvia tampoco invita a que nos aventuremos más allá de las calles y plazas principales). Nos refugiamos en un bar con terraza cubierta donde me tomo una jarra de cerveza de medio litro por 1,90 euros. Si exceptuamos la capital, Bratislava, en general los precios en Eslovaquia son sensiblemente más baratos que en España, al menos en lo que a bares y restaurantes se refiere. Otro ejemplo: cenamos en un restaurante ubicado en la arteria principal de la ciudad, la plaza Hurbanovo, por 23 euros en total, bebidas incluidas. No sé si recuerdo exactamente los platos (uno de ellos creo que era el clásico Bryndzov halušky, elaborado, por lo que he leído, con patatas, bacon, harina de trigo, mantequilla y queso bryndza, de textura similar a los gnocchi italianos, aunque más suave), pero sí que eran abundantes y bastante sabrosos. En general, puedo adelantar que comeremos muy bien a lo largo de todo el viaje y a precios bastante asequibles, platos contundentes casi todos ellos que me harán regresar a España con dos kilos de más.

 

Día 2 Lunes 7 de agosto

HRONSEK - BANSKÁ BYSTRICA - VLKOLÍNEC - RUŽOMBEROK

Hemos pagado siete euros por el desayuno, lo que a simple vista pudiera no parecer mucho, pero teniendo en cuenta el coste de la vida en esta parte del país y el buffet más bien escaso que nos ofrecen, acaba resultando caro. En cualquier caso, a pesar de la poca variedad de los productos que ponen a nuestra disposición, desayunamos aceptablemente bien, al menos en lo que a cantidad se refiere, y sin más dilación continuamos camino en dirección a nuestro próximo destino.

En Eslovaquia hay una serie de iglesias de madera cuyo conjunto ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (https://whc.unesco.org/es/list/1273). Queremos visitar varias de ellas, las que nos pillen de camino o no nos obliguen a desviarnos demasiado de la ruta establecida. Hoy toca visitar la primera de ellas, la iglesia de madera de Hronsek, que se encuentra a poca distancia de Banská Bystrica, localidad donde también tenemos previsto parar y de paso comer.

Sigue lloviendo, aunque con mucha menos intensidad que ayer. Por el camino atravesamos una serie de pueblos que, a simple vista, no me resultan demasiado atractivos. Las carreteras, eso sí, se encuentran en buenas condiciones y el asfalto apenas adolece de desperfectos, aunque debido a los límites de velocidad de muchos de sus tramos no resulta fácil alcanzar una media de velocidad razonable: valga una cosa por la otra. Sea como sea, no queda otra que armarse de paciencia y asumir las cosas como son.

La iglesia de Hronsek es de confesión protestante y fue construida en el primer cuarto del siglo XVIII, y lo cierto es que ya su sola visión exterior resulta impactante, tanto por su estructura como por su estética. Por lo visto, toda ella ha sido construida exclusivamente con madera, no se ha usado ningún otro elemento en su edificación (eso dicen al menos las guías, obviamente a mí me resulta complicado comprobarlo). Por suerte, la iglesia está abierta y su interior puede ser visitado sin problemas. Había leído en ciertos comentarios que la mayoría de estas iglesias están cerradas casi todo el tiempo; es posible que los responsables locales de la Unesco hayan cambiado de política en los últimos años y se haya optado por facilitar el acceso, pero lo cierto es que durante nuestro viaje la mayor parte de ellas estaban abiertas. La suerte no se acaba ahí: en ese momento apenas hay gente y eso me permite disfrutar de su ambiente específico sin distracciones ni molestias incómodas, así como del campanario que hay erigido a escasos metros, también de madera. Es nuestra primera iglesia de madera de Eslovaquia; es normal que nos seduzca tanto.

Justo enfrente, al otro lado de la carretera, vemos un viejo palacete algo deteriorado pero igual de imponente, que todavía conserva parte de esa orgullosa elegancia que otorga lo antiguo, y a cuyo alrededor se extienden unos amplios y cuidados jardines. Lamentablemente tenemos que racionar bien el tiempo que invertimos en cada lugar para poder disfrutar del resto sin agobios, conque ―aprovechando que empieza a lloviznar de nuevo― volvemos al coche y ponemos rumbo a nuestro próximo destino.

Aunque he leído grandes elogios de la ciudad, Banská Bystrica me sorprende más de lo esperado. Se trata de una antigua población eslovaca cuyo centro histórico se conserva en excelentes condiciones. Los edificios, palacios e iglesias, todos ellos construidos en ese estilo barroco austrohúngaro tan característico de la zona, se han mantenido ―o restaurado, supongo que habrá de todo― casi en su totalidad y ello dota a la ciudad de una atmósfera intemporal (o con reminiscencias del pasado, lo que aun es mejor). Además ha dejado de llover y a ratos llega a lucir un sol tímido pero lenitivo. Si ayer en Trenčín, por culpa de la lluvia, apenas pudimos recorrer sus calles como nos hubiera gustado y saborear al máximo su viejo encanto decimonónico, aquí sí me resulta posible abandonarme a esas sensaciones tan primarias pero tan reconfortantes que me asaltan cuando llego a un espacio que no me pertenece, que surgió en otro tiempo pasado y que fue construido por otras gentes que poco o nada tienen que ver conmigo, pero que sin embargo conserva el espíritu y el alma de aquel tiempo y de aquel concepto del mundo ya superado por el avance irresistible de la vida y de los nuevos valores. Puedo adelantar ya que Banská Bystrica será, sin duda, unos de los lugares más atractivos que llegaremos a visitar a lo largo de nuestro viaje.

Como he comentado, las carreteras eslovacas atraviesan un gran número de pequeñas poblaciones cuyo límite de velocidad reduce de forma notable la media de tiempo que nos es factible alcanzar. Aparte de eso, hay bastantes señales de limitación de velocidad en diversos tramos de la carretera, bien porque están en obras, bien por las propias exigencias de la vía (o bien, como tercera posibilidad, por un exceso de empeño protector por parte de los responsables del tráfico). Pero de camino a Vlkolínec el atasco en uno de sus tramos (en esta época es cuando se suelen llevar a cabo las obras de acondicionamiento de las carreteras, razón por la cual hay muchos tramos en los que uno de los dos carriles se encuentra inhabilitado y hay que pasar por turnos por el único carril disponible, regulado por un semáforo) alcance niveles un tanto excesivos: estamos retenidos más de una hora en una fila enorme que apenas se reduce en tres o cuatro coches cada vez, a la espera de nuestro turno para sobrepasar el tramo en obras. El promedio del trayecto sufre, por tanto, un retardo aún mayor. Como he dicho antes, es preferible armarse de paciencia y entender que, dada la climatología del país, esta clase de obras solo pueden llevarse en esta época del año y no lamentarse por circunstancias que no está en nuestra mano solventar.

A pesar de los inconvenientes señalados, llegamos a Vlkolínec con tiempo suficiente para cursarle la visita que merece. En efecto, se trata de una localidad pequeña pero muy bien conservada en buena medida gracias a las ayudas que la Unesco le otorga como Patrimonio de la Humanidad. Una vez estacionado el coche en la zona acondicionada como aparcamiento, justo en el camino de entrada a la población, una chica nos aborda y nos ofrece la posibilidad de visitar el museo de la ciudad y algo así como una granja-escuela. Igualmente, nos indica que debemos pagar 3 euros por el parking; la visita al pueblo, en cambio ―nos anuncia como si se tratase de un extra que nos concede―, es gratis. No lo pensamos demasiado y compramos las entradas para los sitios que nos ha sugerido. A cambio, nos da un pequeño plano con el dibujo de los edificios y las calles que conforman el pueblo.

Ha llovido mucho en los días anteriores y las calles están bastante embarradas. Por ese motivo, desechamos la opción de visitar la granja-escuela (ya en la pasarela de entrada casi nos caemos debido al estado resbaladizo de la rampa de acceso). Nos dirigimos, pues, al supuesto museo, el cual se ubica en las antiguas escuelas, pero cuando entramos en él resulta que tan solo consiste en la exhibición de unas pocas fotografías antiguas y de algún que otro apero de la época: realmente nada que merezca de verdad la pena. Los 7 euros que nos han pedido por el museo nos parecen desde luego excesivos; confiamos, en cualquier caso, en que su uso se destine realmente a conservar y acondicionar el estado de los demás edificios del pueblo. Si es así, los 7 euros del museo y los 2 de la granja-escuela habrán estado bien invertidos. Por lo visto (aunque esto es algo que no puedo corroborar) se pueden visitar otras casas privadas abonando la correspondiente entrada. Esto lo deduzco porque la dueña de una de ellas, cuando ve que nos aproximamos, nos exige el recibo correspondiente; nosotros le enseñamos los tiques que nos han proporcionado a la entrada, pero de malos modos nos hace saber ―ella no habla inglés, aunque sus modales poco educados y sus gestos son obvios― que no sirven para su casa y que no podemos entrar. Sus malos modos, en cualquier caso, nos quitan todas las ganas, en el caso de que las hubiera habido, de pagar por ver su vivienda.

Las casas de Vlkolínec están pintadas de colores y todas ellas se conservan en excelentes condiciones; sin duda alguna, es un sitio que merece visitarse. Aunque el pueblo es realmente pequeño, en media hora como mucho se han recorrido ya todas sus calles, lo cierto es que rezuma encanto por todos los vértices. Aun así, no llego a experimentar las mismas sensaciones que, por ejemplo, ayer mismo percibí en Čičmany, aun reconociendo que Vlkolínec sea probablemente, desde un punto de vista estético, más atractiva y vistosa; pero la sensación de estar en un pueblo museo es mucho más fuerte aquí, más obvia (¿vive alguien en Vlkolínec que no se dedique al turismo?). Tal vez esté equivocado, pero echo de menos algo de cotidianidad en sus calles, un punto de vulgaridad en las actividades de sus gentes. Sea como sea, cuando ya estamos acabando nuestra visita vuelve a llover otra vez, de modo que optamos por regresar al coche y poner rumbo a Ružomberok, localidad en la que tenemos previsto pernoctar ―no es posible hacerlo aquí― y adonde pertenece en realidad Vlkolínec.

Ružomberok suele quedar fuera de las rutas turísticas ―más allá de su proximidad a Vlkolínec, no presenta ningún elemento arquitectónico que por lo visto lo haga merecedor de figurar en las guías de viaje―, pero personalmente agradezco terminar la tarde paseando por unas calles ajenas a toda pretensión turística, donde no vemos más extranjeros que nosotros mismos. El casco histórico, aun así, tiene su particular encanto, con sus calles estrechas y sus modestos edificios del siglo XIX. Tomamos una cerveza en un bar donde los únicos turistas somos nosotros; un grupo de locales, algo afectados por el alcohol, charlan con cierto énfasis alrededor de una de las mesas (en realidad parece que discuten, pero no sé si es su forma de relacionarse); los jóvenes del pueblo entran y salen del local formando grupos en los que nada ajeno a ellos parece merecer su interés (desde luego, nosotros no). El sol, aunque ya cercano al ocaso, ha vuelto a salir y eso nos facilita observar la convivencia diaria en lo que es una simple población eslovaca, es decir, palpar la vida cotidiana de sus gentes, el hálito de autenticidad que transmiten esos lugares que aún permanecen fuera de las rutas turísticas. No diré que Ružomberok sea un lugar imprescindible de visitar, pero sí que a menudo estos pequeños incisos tienen el doble valor de hacernos salir del circuito turístico más trillado ―a veces un escaparate, aunque casi siempre lo sostengan poderosas razones histórico-artísticas― y tomarle el pulso, aunque sea desde la distancia y a través de una mirada un tanto prejuiciada, a la vida y las costumbres de sus gentes.

 

Día 3 Martes 8 de agosto

ŠTRBSKÉ PLESO - KEŽMAROK - LEVOCA

Hoy tenemos previsto realizar un pequeño trekking por los Altos Tatras, la cadena montañosa que separa Eslovaquia de Polonia. Aquí se encuentran los picos más elevados del país y sus pistas de esquí más renombradas. Ha amanecido soleado y eso nos anima más si cabe a llevar a cabo nuestro propósito. Desde la distancia, además, conforme nos vamos aproximando en coche, la visión de las altas y espigadas cumbres despierta aún más nuestro apetito de naturaleza. Será solo una mañana, pero suficiente para saciar las ganas.

Como he comentado antes, se suele aprovechar estas fechas veraniegas para arreglar y acondicionar las carreteras eslovacas, especialmente las de esta parte del país, la más montañosa, dado que en invierno suele nevar bastante, lo que hace que a lo largo del recorrido nos encontremos con numerosos tramos de carretera cuyo acceso está regulado por semáforos, lo que a su vez nos obliga a detenernos cada dos por tres hasta acumular un significativo retraso respecto de nuestras previsiones iniciales. Algo que, por otra parte, será una constante durante la parte del trayecto que realicemos por el norte de Eslovaquia, la zona de más altitud y también la más agreste.

Otra circunstancia que nos habÍa llamado bastante la atención hasta ahora era la poca presencia de turistas que encontrábamos en los lugares. No hablo solo de turismo extranjero, bastante escaso en todo el país (salvo, como comprobaremos en nuestro último día, en Bratislava), sino también local: daba la sensación de que, a pesar de ser agosto, los eslovacos preferían dedicar su tiempo libre a otras cosas o a disfrutar de otro tipo de actividades. Hoy descubriremos que una de esas otras cosas que seducen a los eslovacos es la naturaleza.

Štrbské Pleso es en la práctica un centro vacacional de alta montaña construido alrededor de un lago de origen glaciar del mismo nombre que, por lo que vemos, merece el interés de buena parte de la población local. Desde el primer momento nos cuesta encontrar aparcamiento; la mayoría de las zonas habilitadas como aparcamiento para automóviles están llenas y una ingente marea de personas nos rodea por todos los lados, como si hubieran tomado al asalto calles y paseos, dispersándose en múltiples direcciones. Por un momento tengo la sensación ―salvando todas las distancias que se quiera, las paisajísticas por encima de todo― de haber llegado a algo así como un Salou de montaña. Ahora entendemos por qué apenas hemos visto turistas hasta ahora: pareciera que están todos aquí. Nuestra intención es realizar un pequeño trekking que va de Štrbské Pleso a Propadské Pleso, un lago situado a escasa distancia del primero y cuya dificultad, según hemos leído, es bastante asumible; de modo que, una vez que hemos conseguido aparcar el coche, nos desentendemos de la marea humana que nos rodea y damos comienzo a nuestra caminata sin preocuparnos de mucho más.

Como he comentado antes, debido a las numerosas paradas que hemos tenido que hacer a lo largo del camino, comenzamos el recorrido con bastante retraso respecto a lo previsto. En principio, según hemos leído, son apenas 4 kilómetros y medio hasta el otro lago y otro tanto para regresar. Calculamos que en 2 horas y media o 3 horas a lo sumo habremos completado la ruta. Sin embargo, debido a las lluvias caídas estos días, el sendero se encuentra bastante embarrado (al menos en alguno de sus tramos), pero aun así ya desde el principio comprobamos que un enorme número de senderistas han tenido la misma idea que nosotros.

Lo cierto es que el camino resulta un poco más duro de lo esperado, aunque transcurre en su mayor parte por un sendero muy bien señalizado rodeado de bosque y zonas arboladas. No tardamos mucho en ser conscientes de que nos va a costar más tiempo del previsto, lo cual puede ser un inconveniente de cara a nuestro plan de viaje, ya que después de aquí tenemos intención de visitar también las localidades de Kežmarok y Levoca. En cierto momento preguntamos a unos senderistas que ya vienen de vuelta cuánto queda hasta el lago, y nos confirman que, en efecto, completar el recorrido tal como era nuestro deseo nos va a llevar bastante tiempo. De modo que, más interesados en descubrir la cultura y la arquitectura del país que de transitar por espacios naturales que podemos encontrar en otros lugares del planeta (en los Pirineos, sin ir más lejos), decidimos abortar el trekking y dar media vuelta. La esperada excursión por los Altos Tatras queda por tanto anulada. A cambio, aprovecharemos para, a la bajada, dar un pequeño paseo por una de las orillas del lago Štrbské en compañía de un gran contingente de visitantes que, como ahora nosotros, han decidido quedarse abajo.

Un poco decepcionado por todas las sensaciones más bien negativas que nos ha deparado la mañana (carreteras en obras, multitud de visitantes, barro en el camino, poco contacto real con la naturaleza ), emprendemos camino hacia Kežmarok. A diferencia de lo que nos ha sucedido en otros sitios, a nuestra llegada no resulta nada complicado encontrar aparcamiento gratuito cerca del centro; imagino que el hecho de que no sea una de las localidades más afamadas del país lo facilita. De Kežmarok merece la pena destacar dos atractivos turísticos que nos han hecho considerarla como parada en nuestra ruta: su iglesia articular de madera, el único de los templos de este estilo cuya estructura exterior ha sido revestida de blanco, y su castillo. La primera es visitable a unas horas determinadas, y siempre en visita guiada (en eslovaco, aclaro), y el segundo permanece abierto en el horario habitual de este país: de 9 de la mañana a 5 de la tarde. El resto de la ciudad, sin ser espectacular ni albergar muchos más edificios de reconocido valor histórico-artístico, es agradable, bien conservado, sencillo pero interesante, que al final nos deja un buen sabor de boca y nos compensa un poco de los sinsabores de la mañana.

Nuestro último destino de hoy es Levoča, y la impresión que me causa no puede ser más positiva. La ciudad mantiene casi en su totalidad sus murallas medievales (de hecho es el recinto amurallado mejor conservado de toda Eslovaquia), pero su mayor atractivo es su gran plaza y los edificios que la conforman. Ya a primera vista su imagen impresiona, tanto por la iglesia central y su gran torre que ejerce de dominadora del conjunto, como ―sobre todo, diría yo― su ayuntamiento, construido en el siglo XV y magníficamente conservado, en estilo renacentista, también declarado Patrimonio de la Humanidad. Como curiosidad, frente al ayuntamiento se conserva una jaula de rejas donde, según dice nuestra guía, en el pasado se exhibía públicamente a las adúlteras (aunque imagino que sería a cualquiera a quien se quisiera dar un escarnio público). La localidad no es demasiado grande y se deja ver con sumo agrado; aparte de eso, apenas hay turistas, de manera que podemos pasear por sus calles con total tranquilidad, sin ninguna clase de agobio, y disfrutar como se merece de sus edificios, entre los que destacaría la casa de Thurzo, también dentro de la plaza principal.

Aunque hemos comido bastante bien a lo largo de estos días, hoy va a ser de esos momentos que merece la pena destacar tanto por el emplazamiento del local como por la calidad de sus platos. El restaurante, cuyo nombre es Bašta, que significa bastión, está situado en la propia muralla (su propio nombre así lo indica), y allí probamos varios platos locales cuya preparación no desmerece lo más mínimo: solomillo de cerdo con mozzarella y pesto de albahaca dulce sobre salsa de coñac, tallarines y ensalada; pechuga de pollo toscana (tomates secos, mozzarella, rúcula) y patatas cocidas; y salchichas asadas, rábano picante, mostaza, cebolla y pan. No es que se trate de platos de una sofisticación extraordinaria (la comida eslovaca no lo es, como norma general, los ingredientes suelen ser bastante básicos), pero sí puedo asegurar que su preparación es realmente meritoria y que están muy sabrosos. Es, sin duda, un magnífico colofón a un día que había empezado bastante regulero.

 

Día 4 Miércoles 9 de agosto

CASTILLO DE SPIŠ - HERVATOV - BARDEJOV

Nuestro plan es empezar el día visitando el Castillo de Spiš, el cual se encuentra a poca distancia de Levoča, pero de camino nos topamos con una señal que indica un desvío a Spišsk Kapitula (la Capilla de Spiš, de la que ya había leído algo) y lo tomamos sin pensárnoslo dos veces. Llegamos muy temprano; de hecho, el nuestro es el primer coche que ocupa plaza en el aparcamiento. En este momento no sabemos muy bien si se trata tan solo de una iglesia o de un complejo conventual; por si acaso, antes de entrar caminamos un poco por los alrededores por si descubrimos algún otro edificio religioso (se ven unas cúpulas en la distancia, aunque parecen demasiado lejanas para pertenecer a este mismo complejo monástico). Una vez traspasada la puerta de entrada, y tras rodear la iglesia (que en este momento se encuentra cerrada, y tampoco se ve por ningún lado una nota con los horarios de apertura), nos damos cuenta de que estamos ya ubicados dentro del monasterio y que los edificios de alrededor forman parte de él. Por lo visto, es el conjunto monástico en su totalidad lo que da categoría al lugar. Una calle que parte de un arco en el extremo opuesto conecta la iglesia con el pueblo, situado algo más abajo, y a ambos lados de esta se encuentran un jardín y un monasterio. Aunque hay algún que otro edificio moderno, el conjunto presenta un aspecto bastante interesante, y en mi opinión merece la pena en cualquier caso darse un paseo por esta parte de la ciudad, que junto con el castillo al que nos dirigimos está catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Se dice que el Castillo de Spiš es el más grande Eslovaquia, aunque su estado de conservación no es demasiado bueno. Aun así, su visión desde la distancia no puede dejar de impresionar, ejerciendo su poder dominador desde una de las colinas próximas al pueblo. La visita normal cuesta 16 euros, pero como parte del recinto está actualmente cerrado a causa de unas obras de restauración, nos cobran la mitad, 8. No sé si es un precio ajustado, teniendo en cuenta que la parte más interesante, la torre del homenaje y las estancias privadas, queda fuera de la visita, aunque la extensión de su patio exterior obliga a dedicarle un buen rato. Sea como sea, es lo que hay, así que no nos complicamos más la vida con eso y pagamos lo que nos piden.

Una vez finalizada la visita salimos directamente hacia Hervatov para ver su iglesia de madera; según hemos leído, el horario de visita acaba a las 12 del mediodía y aún nos queda un rato de coche hasta llegar. Por lo visto, es de las pocas que conservan pinturas en su interior y tenemos mucho interés en verlas. Otro de los motivos para visitarla es que se encuentra próxima a Bardejov, que es donde tenemos previsto pernoctar hoy, así que nos pilla de camino. No queremos saturar las jornadas con multitud de paradas y un trasiego continuo de un sitio a otro; preferimos disfrutar de los lugares con tranquilidad y tomarnos un pequeño descanso de vez en cuando. Ya no tenemos edad ni ganas de batir ningún récord de visitas a la hora. Con tiempo todo se aprecia mejor.

Llegamos justo 15 minutos antes del cierre de la iglesia. Y tal y como habíamos leído, sus pinturas interiores la convierten, en mi opinión, en la más llamativa de todas las que hemos visto hasta hoy (y adelanto que también de las que veremos en adelante). Su aspecto exterior ―como las anteriores, la iglesia está edificada solo con madera― resulta igual de impresionante. No hay duda de que merece la pena recorrer varias de estas pequeñas iglesias modulares si se visita Eslovaquia; ignoro si serán únicas en el mundo, pero desde luego son uno de los atractivos específicos de este paÍs, y precisamente en su misma sencillez ornamental se asienta toda su belleza.

En el mismo pueblo de Hervatov hacemos la preceptiva parada para comer. Hemos visto un pequeño restaurante local y nos parece buena idea detenernos ahora (acaban de dar las 12 del mediodía, hora habitual del almuerzo en Eslovaquia) y así marchar después sin prisa a Bardejov, ya alimentados y con toda la tarde por delante. En el restaurante disponen de un menú a 5 euros que incluye un primer plato de sopa y otro principal. El menú, obviamente, viene escrito en eslovaco, pero conseguimos traducirlo usando una de las muchas aplicaciones para móvil disponibles. Ya antes de probar la comida, he de decir que me gusta mucho el lugar; salvo nosotros no se ve más clientela extranjera. Por desgracia, no puedo beber alcohol porque tengo que seguir conduciendo, pero solo de ver las jarras de cerveza que sirven en las mesas colindantes se me hace la boca agua. Finalmente nos decantamos, sopas aparte, por un plato de gulasch con repollo y otro de col empanada; ni que decir tiene que nos saben a auténtico manjar. Una pena no dar con esta clase de restaurantes más a menudo, los prefiero a los establecimientos más laureados (al menos cuando viajo al extranjero).

Bardejov, al igual que sucede en parecida medida con Levoča, es una localidad pequeña cuyo atractivo se concentra sobre todo en la plaza del ayuntamiento. Allí se encuentran los dos edificios más carismáticos, el viejo Ayuntamiento, de estilo gótico, ubicado en el centro de la plaza (es lo primero que llama la atención cuando entras en ella), y la iglesia de Santa Egidia, situada en un extremo de la misma, aunque todas las fachadas de los edificios que rodean este espacio tienen su atractivo. Tras recorrer con detenimiento esta parte de la ciudad, damos una vuelta por los alrededores para visitar los restos de la muralla que todavía se conservan en pie, pero aun así nos encontramos con que a media tarde ya no nos queda mucho más por ver. A poca distancia se encuentra el Balneario de Bardejov, un gran complejo termal construido a mediados del siglo XIX, pero cuyas aguas ya eran conocidas en la edad media, y pensamos que no estaría mal darnos un pequeño capricho remojándonos en sus aguas calientes. Preguntamos en la oficina de información y nos dicen que, en efecto, el balneario está abierto y todos sus servicios disponibles. El problema ―aunque esto no nos lo dicen― es que hay que reservar por anticipado, y cuando llegamos allí, en la recepción del spa nos hacen saber con total claridad que no podemos entrar. Quizá en un exceso de ingenuidad, había pensado que a lo mejor no habría mucha gente alojada aquí y que incluso habría posibilidad de acceder a alguna piscina termal, aunque fuese por tiempo limitado: craso error. El balneario ―como descubriremos poco después― está bastante concurrido; de hecho hay hasta una banda de música interpretando piezas musicales en un pequeño auditorio al aire libre. Nuestro gozo en un pozo, que se dice vulgarmente. No obstante, ya que estamos aquí, aprovechamos para cursar una rápida visita al entorno y de paso constatar que no quedan demasiados edificios decimonónicos en uso, y que lo que más destaca son los nuevos edificios de cemento construidos según el clásico y austero estilo soviético sin el más mínimo gusto estético; de hecho, los baños termales están situados en un edificio de este tipo, feo a más no poder. Me queda, pues, una sensación agridulce, no tanto por el desinterés observado en conservar el peculiar entorno arquitectónico que en otro tiempo trajo hasta aquí a la mismísima Sissi emperatriz, sino por la carencia absoluta de sensibilidad de los anteriores regentes comunistas, para los que da la impresión de que cualquier veleidad estética no era más una desviación pequeñoburguesa que había que eliminar, dada su poca conexión con las necesidades acuciantes de la clase obrera. No hay ideología totalitaria que no empobrezca la vida en todos los sentidos.

De vuelta a Bardejov, cenamos en uno de los restaurantes de la plaza del ayuntamiento cuyo aspecto más nos ha llamado la atención. Curiosamente, la camarera que nos atiende habla un perfecto castellano debido ―según nos dice― a que su novio es guatemalteco. Casualidades de la vida. Uno de los platos que probamos y que más nos satisface es salchicha cocinada con cerveza negra, un plato contundente pero muy sabroso, acompañado además de cerveza local. Buen final gastronómico para un día que ha dado bastante de sí.

 

Día 5 Jueves 10 de agosto

LADOMIROVÁ - BODRUŽAL - KOŠICE

Hoy empezamos el recorrido visitando dos iglesias de madera que se encuentran muy próximas la una a la otra, ambas a escasa distancia de la frontera con Polonia. (Hay muchos camiones circulando por estas carreteras, y también más policía de la que hemos visto hasta ahora; la proximidad de la frontera se deja notar). La primera de ellas, la que está situada en la localidad de Ladomirová, es de confesión ortodoxa y está abierta a nuestra llegada, pero no se permite hacer fotografías de su interior. Lo más llamativo de ella es, en mi opinión, su iconostasio. La segunda, la ubicada en Bodružal, está cerrada. Ambas, dentro de su singularidad, comparten las características habituales de este estilo arquitectónico, y serán las últimas etapas de este pequeño tour que hemos realizado por el conjunto de iglesias de madera de Eslovaquia, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y uno de los puntos fuertes de nuestro viaje.

Ya he comentado varias veces la cantidad de tramos que carretera que se encuentran afectados por límites de velocidad, lo que al final reduce mucho la media que puedes alcanzar al día; pero esto, que es cierto en casi todo el país, en esta zona llega a ser una constante. En Eslovaquia hay numerosas pequeñas poblaciones apostadas a ambos lados de la carretera y eso hace que las travesías urbanas se sucedan unas a otras casi sin solución de continuidad, pero también hay tramos en los que la velocidad se reduce de forma ostensible sin que yo al menos consiga encontrar el motivo. De hecho, hay ciertos intervalos en los que la velocidad está limitada a 70 km/h, pero luego no hay ninguna señal que levante esa limitación; imagino que los habitantes de este país sabrán en qué momento pueden volver a circular a la velocidad habitual, pero lo que es yo, fui incapaz de encontrar una lógica que me ayudara a entenderlo. Menos mal que el navegador me informaba de la velocidad a que debía conducir en cada momento. De otro modo, estoy convencido de que hubiera sido multado en más de una ocasión.

A pesar los inconvenientes señalados, a mediodía, tal como teníamos previsto, llegamos al hotel de Košice, el único sitio donde hemos reservado previamente aparcamiento. El hecho de que sea la segunda ciudad más poblada de Eslovaquia, además de la ubicación del hotel, bastante céntrico, nos hizo pensar que estaría bien aceptar la plaza de parking que el mismo hotel nos había ofrecido en el momento de la reserva (plaza de pago, por descontado), y esa misma tarde, después de caminar un rato por sus calles y comprobar la densidad del tráfico rodado, convenimos en que hemos hecho lo correcto.

Los primeros minutos en Košice me confirman que la ciudad ofrece mucho más de lo que esperaba, y eso que a priori ya esperaba bastante. El casco histórico, sin resultar descomunal, es bastante más extenso de lo que cabía suponer. La plaza principal y, sobre todo, su majestuosa catedral gótica, resultan impresionantes ya desde su primera visión. Vamos a dedicar toda la tarde a Košice (hemos comido en el restaurante del hotel nada más llegar, de ese modo ya no estamos obligados a parar más que para hacer un descanso o tomar un café). El sol luce con intensidad, las calles están llenas de gente y en las terrazas apenas quedan mesas vacías. Hasta cierto punto eufórico por lo que veo y siento, pasamos toda la tarde dando vueltas por los alrededores, adentrándonos por estrechas callejuelas que bordean la plaza de Hlavná, recorriendo sus barrios y sus avenidas, sus pasajes y sus bulevares, y hasta nos tomamos alguna que otra cerveza negra en una de sus viejas cervecerías de mesas de madera, y aun así al final del día aún nos habrán quedado cosas por ver (por ejemplo, los basamentos de la ciudad medieval que por lo visto son visitables en un museo subterráneo): tal vez dedicar un día entero a Košice tampoco hubiera sido excesivo.

No describiré todos los atractivos de Košice, tanto arquitectónicos como vitales, para eso están las guías de viaje y, sobre todo, internet, pero en mi opinión es la ciudad eslovaca que mejor impresión me ha causado hasta ahora. Quizá, por decir algo, destacaría una de las calles aledañas a la plaza Hlavná, la calle Kováčska, donde durante nuestro paseo pude ver un montón de garitos de noche que presagiaban una activa vida nocturna. Cenamos aceptablemente bien en uno de los restaurantes de la plaza principal y después paseamos de nuevo por sus calles para redescubrir sus viejos edificios redibujados por la iluminación ornamental. No muy tarde, regresamos a dormir al hotel. Mañana nos espera un largo trayecto y conviene afrontarlo descansados.

 

Día 6 Viernes 11 de agosto

BANSKÁ ŠTIAVNICA

Hoy de camino teníamos previsto hacer una parada para visitar la cueva helada de Dobšinská​, pero por lo visto apenas queda ya hielo, razón por la que en alguno de los establecimientos donde hemos pernoctado estos días nos lo habían desaconsejado; de modo que, teniendo en cuenta por otra parte lo pesados que acaban haciéndose los trayectos por carretera, desistimos de nuestra intención inicial y proseguimos camino en dirección a nuestro verdadero destino de hoy, la localidad de Banská Štiavnica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Desde Košice hay que recorrer un total de 244 kilómetros hasta Banská Štiavnica, pero como ya he comentado muchas veces, los numerosos tramos de carretera en que la velocidad está limitada a apenas 50-70 km/h implica que nos cueste casi 4 horas completar el trayecto (también hacemos alguna parada para repostar y tomar un café, todo hay que decirlo). El apartamento que hemos reservado dispone de aparcamiento propio (va incluido en el precio), aunque dar con él es por lo visto tan complicado que su propietaria nos ha enviado un video por correo electrónico para indicarnos cómo llegar. Es la una y media de mediodía; aparte del video ―gracias al cual hemos encontrado el parking sin excesivos problemas―, tenemos un mensaje en el móvil con ―imaginamos― las explicaciones para localizar la dirección del apartamento, pero está escrito en eslovaco. Nos han facilitado también un número de teléfono para que llamemos en cuanto estemos allí. No obstante, una vez que dejamos el coche en su plaza correspondiente, preferimos buscar por nuestra cuenta la ubicación de la casa: dar con una calle y un número de puerta no parece a priori una tarea complicada. Cuando llegamos al portal, no vemos ningún letrero que indique que en ese edificio se alquilan apartamentos. En cualquier caso, el número del portal que nos han proporcionado coincide. El edificio está muy céntrico, justo en la calle principal, por la cual hemos pasado poco antes con el coche. Aun así, no nos decidimos a llamar al número que pone en el correo, ya que toda la información que nos han hecho llegar está en eslovaco y tampoco sabemos si antes hay que marcar el código del país. Cuando estamos dilucidando qué decisión tomar, justo en ese momento una vecina abre la puerta de la calle y pensamos que quizá ella sea la propietaria, que ha venido a recibirnos. No lo es, pero a cambio habla inglés perfectamente, así que le preguntamos si es aquí donde tenemos reservado el apartamento y le enseñamos el correo que nos han enviado, y resulta que es la vecina que vive justo en la puerta de enfrente. Ella misma, haciendo gala de una amabilidad exquisita, se encarga de llamar a la dueña del apartamento y nos informa de que en unos minutos vendrán a entregarnos las llaves. Finalmente, la propietaria hace acto de presencia, aunque como no habla ni una palabra de inglés, la vecina que nos ha abierto tiene que hacer de traductora, y de ese modo podemos acceder finalmente a nuestra reserva.

El edificio donde está ubicado el apartamento posee en sí mismo valor histórico. Se trata de una edificación de 1750, según nos hacen saber, y aunque los pisos han sido reformados (al menos el nuestro), su estructura y la escalera todavía conservan el viejo sabor de lo antiguo. El apartamento, como creo haber dicho ya, está completamente reformado y los muebles que lo decoran son bastante nuevos. No necesito ver mucho más para llegar a la conclusión de que se trata del lugar con más encanto de todos en los que nos alojaremos a lo largo de este viaje, y que de alguna manera eso nos permitirá trasladarnos, aunque solo sea emocionalmente, al pasado de esta bella población eslovaca.

Decir que Banská Štiavnica fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993 es tal vez el mejor resumen que puedo hacer de lo que ofrece. Aunque seguimos sin encontrar grandes masas de turistas, lo cual agradezco de todo corazón, la ciudad no puede ocultar su carácter de enclave turústico, entre otras cosas porque no es demasiado extensa y todo se encuentra bastante concentrado (los escasps turistas también). En cualquier caso, Banská Štiavnica está repleta de espacios llenos de encanto y atractivo, y sigue resultando sencillo disfrutar de ellos sin percibir apenas la presencia de otros visitantes.

Pese a la lluvia de los primeros días, desde el martes pasado el buen tiempo no ha dejado de acompañarnos: hace sol y la temperatura es más que agradable. Pasar la tarde entera en Banská Štiavnica no es en absoluto exagerado, siempre y cuando uno guste abandonarse a las sensaciones que transmiten los lugares que poseen esa especie de aura intangible que conceden el pasado inmemorial, la armonía visual, la riqueza ornamental y la belleza estética. Como curiosidad, durante nuestra visita uno de los edificios icónicos de la céntrica plaza de la Trinidad está siendo restaurado porque hace poco fue destruido por un terrible incendio (hay expuestas fotografías de cómo era antes en la valla que lo rodea).

Nos queda ya poco para completar nuestra ruta por Eslovaquia. Mañana llegaremos a Bratislava y antes de dejar el coche en el aeropuerto nos gustaría hacer una parada en Kremnica. Por eso, haber elegido como colofón esta hermosa localidad minera ha resultado todo un acierto. Cenamos en un restaurante aparentemente típico donde tardan una eternidad en servirnos; aun así, la comida es más que aceptable, lo que a fin de cuentas compensa el tiempo invertido en la espera. Refresca algo por la noche, y mañana nos toca otra larga jornada de carretera, aunque en este caso hemos de realizar un amplio porcentaje del camino por autopista.

 

Día 7 Sábado 12 de agosto

KREMNICA - BRATISLAVA

Desayunamos en el apartamento con lo que ayer compramos en el supermercado, aunque también con lo que nos ha dejado la dueña. Me apena en alguna medida dejar este lugar, quiero decir el apartamento en el que hemos dormido hoy y el hermoso edificio donde se ubica. Pero toca continuar camino. Hay que devolver el automóvil a las 3 de la tarde y, antes de eso, queremos cursar una visita a la localidad de Kremnica, que nos pilla de camino.

A la hora en que llegamos a Kremnica apenas se ve gente por la calle. Es temprano ―aunque no tanto, teniendo en cuenta los horarios que hemos visto en otros sitios―, pero por lo visto la vida en sábado comienza algo más tarde que entresemana, lo que nos permite dejar el coche en una zona en la que no es necesario pagar. Lo primero que hacemos es visitar su castillo, visible desde casi cualquier punto de la población. El edificio más llamativo del castillo es su iglesia, cuya torre se eleva imponente sobre el resto de las construcciones. Justo cuando estamos dentro del templo, alguien comienza a tocar el órgano. El sonido es espectacular, absolutamente envolvente. Por lo visto, según descubriremos más tarde, se está celebrando un festival de música de órgano en la ciudad, y muy probablemente el músico al que le toca interpretar hoy está ensayando. Es uno de esos pequeños regalos que de repente alguien te ofrece sin que lo esperes y que tanto agradezco.

Hay otros atractivos turústicos en Kremnica (como la fábrica de moneda más antigua de Eslovaquia o la visita a una mina) que sin embargo dejamos de lado (no tenemos tiempo para eso ni realmente nos interesa demasiado), aunque la población en sí misma, sin ser grande, si merece un pequeño paseo por sus calles. Antes de volver al coche entramos comer a un restaurante que hay justo al lado de donde hemos aparcado para así, una vez llegados a Bratislava, poder dedicarnos sin más contratiempos a explorar la capital.

Conforme la semana ha ido quemando días, la temperatura se ha incrementado en parecidas proporciones, pero hoy hace verdadero calor, cuesta incluso permanecer al sol. Quizá por eso (o sencillamente porque es fin de semana y mucha gente ha venido desde lugares vecinos, Austria especialmente, pero no solo, porque hay que recordar que Bratislava está a menos de una hora de Viena, sin atascos de por medio), a nuestra llegada, la capital eslovaca es un hervidero de gente: de hecho, nada más franquear la famosa puerta de San Miguel nos encontramos con una despedida de soltero (y no será la única que veamos, por desgracia), que comparte las mismas connotaciones de vulgaridad que cualquiera de las que podamos ver muchos fines de semana en cualquier capital de España (se ve que el mal gusto también avanza de la mano de la globalización). Hay asimismo varios grupos organizados transitando sus calles, riadas de gente apelotonada detrás del guía de turno que van adonde los lleven, miles de cabezas que parecen dibujarse en la calle Michalská como si formaran una mala obra puntillista. Bajo todo ello, Bratislava aún se adivina como una ciudad espectacular y hermosa, llena de edificios y espacios adorables, que sin duda merecen ser visitados con calma. No voy a hacer aquí ―como no lo he hecho en ninguno de los capítulos de este breve texto viajero― una descripción pormenorizada de todos los lugares que se pueden ver aquí; para eso, lo mejor es usar una buena guía de viaje o una cualquiera de las muchísimas páginas de viajes que se pueden encontrar en Internet. Nosotros hoy tendremos nuestra primera toma de contacto, una mirada general a pesar de todo el ruido visual y sonoro que nos rodea, aunque como suele suceder casi siempre en los lugares más turísticos, una vez abandonas los dos o tres enclaves más conocidos, y por ello más concurridos, la ciudad parece reencontrar el pulso habitual y la vida cotidiana vuelve a mostrarse más o menos como siempre ha sido.

 

Día 8 Domingo 13 de agosto

BRATISLAVA

Madrugamos bastante para poder ver Bratislava a primera hora de la mañana, al amparo de las primeras luces y, sobre todo, libre de las hordas de turistas que nos encontramos ayer tarde. Y para nuestra fortuna, a las nueve de la mañana Bratislava es una ciudad distinta, más cotidiana, más auténtica. Callejeamos por el centro histórico con la calma y el silencio que ayer echamos en falta, disfrutando de sus plazas, de sus callejuelas, de sus rincones más escondidos, de la exquisita belleza de sus edificios, como si nadie más que nosotros lo hubiese contemplado antes, como si fuéramos los únicos visitantes. Hasta las 10 de la mañana no empezarán a tomar la ciudad los grupos organizados, las masas de visitantes que coparán sus calles principales como si no quedara más espacio vacío en el planeta, pero durante esa simple hora hemos sentido Bratislava como si nos perteneciera por completo, como si la tuviéramos a nuestra entera disposición.

A continuación nos encaminamos al Castillo, el cual se encuentra ubicado en una colina, aunque todavía dentro del casco histórico, y cuya estructura es visible desde casi cualquier punto de la ciudad. La construcción actual es bastante reciente, aunque su origen se remonte al siglo X. Lo cierto es que la reconstrucción se llevó a cabo sobre el modelo teresiano existente a finales del siglo XVIII, y no se completó hasta 1980. Lo que vemos hoy, por tanto, es una restauración aproximada de lo que pudo ser en cierto momento de su historia.

Más allá del centro histórico propiamente dicho, nos adentramos también por los alrededores de la calle Obchodná, área de edificaciones más modestas pero con un atractivo fuera de toda duda, donde se concentran numerosos comercios y restaurantes de origen étnico (de hecho, comeremos en uno tailandés, bastante aceptable) y cuyas calles apenas son frecuentadas por turistas (desde luego no por grupos organizados). No lejos de aquí se encuentran también un buen número de edificios de estilo modernista, de los que destacaría, sobre todo por su originalidad, la denominada Iglesia Azul.

Dedicar un día entero a Bratislava se puede quedar incluso corto, siempre y cuando uno no se conforme con los tres o cuatro espacios más renombrados de la capital. No esperaba de esta ciudad tanta exuberancia estética, y por ello me siento doblemente sorprendido. Bratislava es una ciudad puramente barroca, extraordinariamente bien conservada (o restaurada) y fácil de transitar en todos los sentidos. Por la tarde, con las mareas de turistas de regreso a las calles, perderá parte del encanto matutino, pero de cualquier modo, a poco que uno consiga sustraerse al movimiento, al ruido y a la vulgaridad que lo rodea por todos los lados, estará en condiciones de ser capaz de apreciar todo el encanto que esta ciudad destila.

 

Día 9 Lunes 12 de agosto

BRATISLAVA

Desayunamos con tranquilidad en el hotel (un desayuno magnífico, todo hay que decirlo) y a continuación nos disponemos a completar nuestra última vuelta por Bratislava. Hoy aprovecharemos para cruzar a la otra orilla del Danubio y acercamos hasta la visualmente omnipresente Torre UFO, una de esas rarezas arquitectónicas que últimamente suelen prodigarse en todas las ciudades modernas que se precien. En esta parte apenas se ven turistas (apenas se ve gente, para ser exacto, sean visitantes o locales), y dada la hora no nos parece adecuado adentrarnos demasiado por las calles colindantes, así que nos limitamos a recorrer la orilla del Danubio. Los edificios de esta zona, además, aunque han sido decoradas con colores vivos que animan ligeramente la visión, pertenecen al viejo estilo constructivo soviético de grandes manzanas de cemento punteadas por un montón de ventanas minúsculas.

Lamentablemente (o no, en realidad todo viaje es un segmento temporal con fecha de caducidad), nuestro recorrido por Eslovaquia también llega a su fin. No sabría sintetizar en unas pocas líneas todas las sensaciones acumuladas a lo largo de los días; en realidad, cada espacio, cada momento, tienen su peculiaridad, y a ello no es ajeno ni el tiempo atmosfórico, ni la luz de ese día, ni mi propio estado de ánimo. No es Eslovaquia un país espectacular, de paisajes arrebatadores y ciudades inolvidables, aunque posee el suficiente encanto para merecer ser visitado. Pero el viaje ―al menos el viaje que a mí me interesa― tiene más que ver con las experiencias que uno consigue acumular poco a poco y con las sensaciones que, a veces sin saber por qué, le asaltan de repente. De ello he querido dejar constancia en los párrafos que anteceden, un poco por si le pudiera servir a alguien más a la hora de diseñar y organizar su propio viaje, pero sobre todo para poder recuperarlas yo mismo pasado el tiempo, cuando muchas de las historias vividas se hayan perdido en el azaroso discurrso de la vida. Quizá entonces pueda volver a revivir esos instantes olvidados. Quién sabe.

2023 Carlos Manzano

 

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