Europa entre oriente y occidente Se supone que uno debe abordar el relato de un viaje sin alejarse demasiado de la ecuanimidad, a pesar de que en ciertos momentos, inmerso en el fragor de la batalla, la paciencia flojee y llegue a cuestionarse si ha hecho bien en llegar hasta determinada parte del planeta. Sea como sea, pasados los días, la memoria irá haciendo su trabajo y seleccionando aquello que ha tenido un peso fundamental en detrimento de lo meramente anecdótico. Además, un viaje es siempre una experiencia única e intransferible, y por tanto nunca habrá dos viajes iguales ni dos viajeros que cuenten lo mismo. Ni siquiera los motivos por los que se elige tal o cual país suelen coincidir. Con esta premisa, no sabría explicar muy bien por qué escogimos Bulgaria; tal vez porque todavía es un país no demasiado adulterado por las ofertas turísticas; porque en buena medida se ofrece como un espacio a medio camino entre oriente y occidente; por algún reportaje que habíamos visto en televisión donde aparecían ciertas localidades a priori atractivas; y porque viajar, en sí misma, es una actividad sumamente reconfortante y compensadora, no importa el lugar donde se recale: es en definitiva la mirada lo que hace cada viaje distinto, único, lo que le otorga su específica idiosincrasia. Con Bulgaria no sucede lo contrario.
Sofía - Monasterio de Rila - Melnik (1 de agosto de 2018)
No es Sofía un aeropuerto donde aterricen un sinfín de vuelos provenientes de todo el mundo.
Las conexiones con España tampoco son cuantiosas. Y si uno elige los vuelos más
baratos, como es mi caso, se ha de ver obligado a acomodarse a unos horarios
extremadamente incómodos.
El aeropuerto de Sofía está conectado a la ciudad por línea de metro, lo
cual evita tener que coger un taxi y exponerse a ser timado por algún
conductor desaprensivo. Teníamos reservado nuestro coche a las diez de la mañana
en el mismo aeropuerto, de modo que, nada más abandonar el hotel donde habíamos
dormido, aún tuvimos tiempo
para cambiar unos cuantos
euros en moneda local, la leva, en una entidad bancaria, cuyo tipo de
conversión suele ser más ventajoso que el que ofrecen otro tipo de entidades
de cambio. Cabe decir que, incluso para un español, la vida en Bulgaria es realmente barata, y
por ello preferimos ir cambiando dinero poco a poco, a medida que lo fuésemos
necesitando, para no plantarnos el último día con una cantidad excesiva de levas
que, fuera de Bulgaria, apenas poseen valor.
Nada más recoger el coche asignado por la agencia (un castigado Volkswagen Up
con la carrocería bastante abollada), sin más dilación ponemos rumbo a nuestro
primer destino, el Monasterio de Rila, navegador mediante. (No es sencillo
moverse por Bulgaria sin el apoyo de un GPS actualizado, muchas indicaciones
están en búlgaro y el nombre de las carreteras tampoco suele aparecer
escrito en
ninguna señal). En este punto del viaje todavía desconocemos cómo son las carreteras del país, aunque la
información que hemos podido obtener de Internet nos advierte de que los
recorridos no se deben medir en kilómetros, sino en horas. Eso nos ha hecho ser
bastante cautos a la hora de diseñar las rutas que vamos a realizar cada día,
seleccionando muy bien cada parada, pero aun así a los pocos días comprobaremos
que incluso las previsiones más conservadoras se quedan cortas. El estado de las
carreteras secundarias es bastante peor de lo esperado. El grado de conservación
de la calzada alcanza, en mucho momentos, la condición de deplorable: baches continuos, casi auténticos socavones, falta de asfalto en los laterales, inexistencia de
arcén, etcétera; las curvas se suceden una tras otra y a menudo toca esperar
detrás de un camión de alto tonelaje —que apenas supera los 40 km/h— un tiempo
considerable hasta que se encuentra una recta adecuada para adelantar.
Sin embargo, la autopista que parte de Sofía con destino a Grecia nos va a permitir alcanzar el Monasterio de Rila en un tiempo aceptable. En realidad, hasta mañana no nos daremos de bruces con la cruda realidad de las carreteras locales búlgaras, en especial las que se extienden a lo largo y ancho del sur del país y cruzan los Ródope. Hoy, la experiencia al volante será más que aceptable. El Monasterio de Rila es, por derecho propio, el complejo religioso más conocido de Bulgaria. No en vano es Patrimonio de la Humanidad desde 1983. Es fácilmente accesible desde Sofía, y de hecho son numerosas las excursiones que diariamente parten hasta aquí desde la capital búlgara. El día de nuestra visita no paraba de caer una lluvia bastante intensa y molesta, pero gracias a que el patio se encuentra rodeado por un largo y amplio pasillo porticado, nos fue posible visitarlo sin demasiados problemas.
Los monasterios son uno de los atractivos turísticos más reseñables de
Bulgaria. Y el caso es que monasterios realmente antiguos quedan muy pocos;
Bulgaria vivió durante muchos años bajo el dominio otomano y gran parte de los
centros religiosos cristianos sufrieron daños graves, de manera que los que se
pueden contemplar hoy en día suelen ser reconstrucciones realizadas a lo largo
del siglo XIX, la época en que se fundó el actual estado búlgaro.
Saliendo de Rila con dirección al sur, atravesamos un par de tormentas realmente impresionantes, de esas que te obligan a levantar el pie del acelerador para evitar el temido aquaplaning. Hoy y mañana serán los únicos días en que nos acompañará la lluvia en todo el viaje, y eso es debido a que la zona que estamos atravesando, la montaña de Pirin, presenta uno de los índices pluviométricos más elevados del país. Aparte de eso, Bulgaria posee una enorme masa boscosa, lo que da a entender que agua precisamente no le falta. Finalmente llegamos a la hora prevista a nuestro destino, Melnik, una hermosa y pequeña ciudad de no más de 200 habitantes cuyos edificios responden casi todos a un estilo arquitectónico endémico, originado entre finales del XIX y principios del XX, denominado «Renacimiento búlgaro», y en el cual se siguen construyendo las viviendas que se erigen actualmente, lo que hace de Melnik un lugar realmente atractivo. Cerca de aquí hay unas pistas de esquí por lo que dicen de buena calidad, aunque lógicamente en estas fechas no están en uso y tampoco nos interesa demasiado el tema.
Monasterio de Rozhen - Leshten - Kovachevitsa - Plovdiv (2 de agosto de 2018)
Cuando llegamos al Monasterio de Rozhen, situado a pocos kilómetros de Melnik,
a primera hora de la mañana, nos encontramos con que somos los primeros turistas. El silencio que se respira es,
pues, absoluto. Como buena
parte de los monasterios búlgaros, fue reconstruido en el siglo XIX tras ser
sufrir graves daños a causa de un devastador incendio. Se conservan, en cualquier caso, algunas
pinturas originarias de siglos anteriores, aunque personalmente debo hacer
constar que,
Hoy tenemos previsto dormir en Plovdiv, la segunda mayor población de Bulgaria,
pero antes, de camino, queremos visitar algunas localidades situadas en los Ródope
occidentales, una zona solo accesible a través de carreteras remotas, pero donde
se conserva un estilo constructivo realmente peculiar,
lo que ha hecho que algunas de ellas hayan sido declaradas por el gobierno reserva histórica y
arquitectónica. El problema es que justo cuando bajamos del coche nos vuelve a visitar la
lluvia, aunque por suerte con menor intensidad que ayer. A pesar de todo,
el encanto de las dos localidades que visitamos, Leshten y Kovachevitsa, es
innegable. Las carreteras de esta parte de Bulgaria se encuentran, como ya he dicho antes, en un estado bastante lamentable. A los continuos baches y las numerosas irregularidades que presenta el firme hay que añadir las interminables curvas que se suceden una tras otra y, por si fuera poco, los camiones de gran tonelaje que las recorren, lo que convierte el camino en una lenta y agotadora procesión a paso de tortuga (salvo que uno, emulando a un nada despreciable número de conductores locales, practique el adelantamiento temerario sin visibilidad, un deporte por lo visto bastante popular aquí).
Hemos dejado el libro-guía en la habitación, ya que nuestro propósito es merodear sin más por sus calles y embebernos de la atmósfera que nos rodea. Estamos alojados a pocos metros de la zona de más ambiente, así que lo primero que encontramos son unas cuantas calles peatonales repletas de terrazas y bares de copas que ofrecen un ambiente nocturno bastante apacible. No me disgusta lo que veo; Plovdiv, a primera vista, parece una ciudad moderna, activa, joven. Junto a la mezquita Dzhumata se hallan los restos del antiguo estadio romano de Philipopolis. De allí parte la que probablemente sea la calle peatonal más concurrida de la ciudad: la Alexander I, donde aparte de las tiendas más lujosas se ubican también varios teatros y salas de arte, y que tiene su final en la amplia y verde plaza Stefan Stambolov. A mitad de la calle, descubrimos un enorme cartel donde se indica que Plovdiv ha sido elegida Ciudad Cultural Europea para el año 2019. Un aliciente más, imagino, a la hora de proteger y realzar sus bienes históricos y artísticos.
Plovdiv (3 de agosto de 2018)
Dedicar un día entero a la ciudad de Plovdiv, tras la larga y tortuosa travesía de
ayer, es algo que agradezco mucho; me vendrá bien un día sin el estrés de la
conducción y la incomodidad de pasarme el día oliéndole el culo a los camiones. Nuestro
libro-guía dedica un amplio apartado a esta ciudad, creo que acertadamente. El casco viejo
es pequeño, fácilmente accesible e irregular en su ordenación.
No voy a describir con detalle todos los atractivos que ofrece la vieja ciudad de Plovdiv; existen en Internet numerosas páginas donde hallar toda esa información, aunque yo recomendaría visitar el portal oficial de turismo de Bulgaria (http://www.bulgariatravel.org/es). Solo puedo decir que dedicar un día entero a esta localidad no resultó en absoluto excesivo. No son pocos los edificios que reclaman nuestra atención; a tal fin, se puede adquirir una entrada conjunta que incluye la visita a varios de ellos, y a mi juicio merece la pena cumplimentarlas todas. Otra de las joyas de la ciudad, el teatro romano, se conserva en un magnífico estado de conservación, aunque durante nuestra visita estaba siendo acondicionado para la celebración de un festival de música folclórica que tendría lugar por la tarde. Poco antes, en la plaza Stefan Stambolov, pudimos disfrutar de la actuación de unos cuantos de estos grupos mientras paseábamos apaciblemente por una de las zonas más frescas de la ciudad. (A diferencia de ayer, hoy el calor ha apretado lo suyo).
Asenova Krepost - Monasterio de Bachkovo - Sozopol (4 de agosto de 2018)
Por diversos motivos, hoy será otro aterrador día de carretera. Recientemente se
ha construido una autopista que enlaza Sofía con Burgas.
Antes de eso, cumplimentamos sendas visitas a dos lugares ubicados a pocos kilómetros de Plovdiv: la Fortaleza de Asen y el Monasterio de Bachkovo, ambas muy recomendables. Llegamos a la fortaleza a las 9 menos cuarto. No hay más turistas que nosotros, aunque la taquilla de entrada no se abre hasta las 9 en punto. Por suerte, la persona encargada de la misma llega a las 9 menos diez, lo que nos permite ser los primeros visitantes de ese día. Lo primero que me llama la atención son las vistas que se disfrutan desde allí, realmente espectaculares. También me resulta curioso, dicho sea de paso, la cantidad de personas que nos hemos encontrado paseando tranquilamente por la estrecha carretera que conduce hasta la fortaleza. En ese momento desconocía si se dirigían allí o se limitaban a disfrutar de una agradable caminata matutina, aunque lo cierto es que no me parecieron turistas. De hecho, durante el tiempo que estamos visitando la fortaleza, las únicas personas que coincidirán con nosotros serán una pareja de franceses. Nadie más entra en todo este tiempo.
Ya en la autopista en dirección a Burgas, a los pocos kilómetros de entrar, notamos que nuestro coche
empieza a botar repetidamente, aunque solo lo hace cuando circulamos por el
carril de la derecha. La autopista, aparentemente recién construida, presenta un
firme irregular, con ciertas ondulaciones en el asfalto. El límite de velocidad
es de 140 km/h, pero en estas
circunstancias no parece muy prudente alcanzar esa velocidad.
Muy poco después nos damos de bruces con un atasco. Por lo que podemos observar, la
retención alcanza bastantes kilómetros. No sabemos qué pasa,
pero los coches que nos preceden avanzan con una lentitud exasperante. Algunos vehículos
usan el arcén para adelantar con toda la desfachatez del mundo. No sabemos si
más adelante algún coche de la policía les penalizará por esta acción, pero la
impresión que uno se lleva después de trece días circulando por las carreteras
búlgaras es que este tipo de comportamientos está más que aceptado por todos (no me
refiero solo a usar el arcén de las autopistas para adelantar, sino a saltarse
alegremente las normas de circulación).
El motivo del atasco, descubrimos minutos después, es un accidente que ha debido tener lugar a primera hora de la mañana, porque cuando llegamos al punto clave los vehículos siniestrados ya han sido retirados. Calculamos que el retraso acumulado no habrá sido superior a los tres cuartos, por lo que todavía mantenemos la esperanza de llegar a Sozopol, nuestro destino, más o menos en el plazo previsto. El problema más grande lo tendremos, sin embargo, a causa de que la dirección del hotel que hemos reservado en esta población del Mar Negro no aparece en nuestro navegador. De hecho, la dirección que figura en la página de Internet hace referencia a un área o una zona, sin concretar el nombre específico de la calle (por la razón de que, en estos momentos, todavía no lo tiene). Sin embargo, sí que figuran las coordenadas en que aparentemente se encuentra, así que decidimos introducir ese dato en nuestro navegador con la confianza de que de esa forma llegaremos al lugar deseado.
Al final hacemos lo que deberíamos haber hecho desde el principio. Localizamos el hotel que tenemos reservado en la página correspondiente de google maps y buscamos una de las calles próximas. La introducimos en nuestro navegador como destino y ¡voila!, enfilamos el camino de regreso a Sozopol (de donde nos habíamos desviado unos cuantos kilómetros o, lo que es lo mismo, una hora de recorrido). Sin embargo, el problema subsiguiente será dar con el hotel propiamente dicho. Una vez que alcanzamos la calle a la que nos ha dirigido nuestro navegador, no vemos la menor señal que indique la existencia del hotel donde nos alojamos. Tras preguntar infructuosamente a varios viandantes (nadie parece conocer la existencia del dichoso hotelito), finalmente la dueña de un restaurante cercano se ofrece a llamar por teléfono a recepción y, de esa manera, nos informa de lo que debemos hacer para llegar hasta allí. Así visto en frío, este cúmulo de incidencias puede parecer más bien un asunto banal, tontamente anecdótico, pero metidos en faena, con los nervios propios de la conducción y la paciencia bastante maltrecha, puedo asegurar que llegó a sacarme de quicio.
Sozopol, por encima de cualquier otra cosa, es una localidad turística, con todo lo que eso conlleva. Destaca en primer lugar el turismo local, muy numeroso, pero ya se empieza a ver una buena cantidad de visitantes de otros lugares de Europa. Se trata sobre todo de turismo familiar o, lo que es lo mismo, turismo de sol y playa. Nosotros no hemos venido hasta aquí por eso, sino por su casco antiguo, declarado reserva arquitectónica y arqueológica en 1974. La parte vieja se halla situada en una península a la que se accede por un amplio parque, donde se han instalado ya los primeros comercios para turistas. Los negocios nacidos a lomos del turismo se han impuesto en Sozopol, y eso, inevitablemente, merma el atractivo de la ciudad (la vulgariza, la estandariza, le resta personalidad). Aun así, dedicamos lo que resta de tarde a dar una vuelta por sus callejas, disfrutando de la vista de algunas de las viviendas tradicionales que aún permanecen en pie, de sus vías aún empedradas y del hermoso azul oscuro del Mar Negro que aquí nos deleitamos en contemplar por primera vez.
Nesebar - Varna (5 de agosto de 2018) No hemos dormido excesivamente bien. La música de los resorts que nos rodean ha sonado a todo volumen hasta bien entrada la madrugada: el sábado parece ser en todo el planeta el día por antonomasia para la fiesta. Una prueba más de que Sozopol es, ante todo y por encima de cualquier otra circunstancia, un enclave turístico, algo así como el «Benidorm» de Bulgaria. Por otra parte, nos encontramos en pleno mes de agosto. Nos guste o no, es lo que hay. Si queremos descanso, tendremos que buscarlo en otro tipo de lugares.
El casco antiguo de Nesebar se encuentra ubicado en una pequeña península a la
que se accede a través de un estrecho istmo por el que pueden circular los automóviles,
ya que dentro del pueblo viejo hay dos aparcamientos a ambos extremos de la
península. Hoy el calor aprieta de lo lindo. Nesebar, como Sozopol, ha sido
invadida por multitud de comercios nacidos al calor del turismo y prácticamente
no hay calle que no albergue varios de ellos.
Gracias a que hemos llegado a Nesebar relativamente temprano, alrededor del
mediodía ponemos rumbo a Varna, nuestro próximo destino. (Tres, cuatro horas son
más que suficientes para ver el casco viejo; el resto de recursos turísticos
—mar y playa— no nos interesan para nada). Aparentemente, la distancia que
separa ambas localidades no es excesiva, por lo que decidimos que ya comeremos
cuando lleguemos a nuestro siguiente destino. Existe una carretera que bordea la
costa y que conecta ambas poblaciones. Sin embargo, ignoro realmente el motivo,
nuestro navegador nos manda por otra carretera interior, con menos tráfico, eso
sí, pero en un estado absolutamente cochambroso. Puedo afirmar que es la carretera con
más baches e irregularidades por la que he conducido en Bulgaria. Es cierto que
apenas nos cruzamos con otros automóviles, pero la abundancia de curvas y sobre
todo la mala conservación de la calzada nos impide alcanzar velocidades
superiores a 50 km/h. Nuestro hotel se encuentra ubicado justo al lado de catedral, un espectacular edificio de cúpulas doradas erigido en el clásico estilo ruso-ortodoxo. Justo al otro lado de la avenida comienza el paseo peatonal, que unos metros más adelante conecta con la zona de ocio de la ciudad, que no por casualidad está situada junto a la playa. En uno de los bulevares por los que transitamos hay instaladas diversas casetas dedicadas a la venta de libros; por lo visto, aquí también se celebran las clásicas ferias del libro. No es Varna una ciudad bonita, no destaca ni por sus fastuosos edificios ni por poseer una atmósfera especial, pero comparte con Plovdiv una innegable tendencia a la modernidad, a la vida epicúrea y placentera, y eso es algo que se percibe con solo caminar unas horas por el centro. Tras el jardín Marítimo se accede a un largo edificio de primeros de siglo XX que delimita la zona de playa y donde hay abiertos numerosos bares de copas y unos cuantos veladores, a los cuales a última hora de la tarde los grupos de jóvenes irán acudiendo en procesión para disfrutar de la diversión nocturna. Como en cualquier otra ciudad europea, añado.
Varna - Monasterio de Basarbovo - Ruse (6 de agosto de 2018)
Nuestro segundo punto en el recorrido previsto para hoy eran las iglesias rupestres de Ivanovo, por lo que señalamos en nuestro navegador el nombre de esta localidad y enfilamos en la dirección que nos marca. El GPS, sin demasiadas incidencias de por medio, nos conduce hasta un pueblo cuyo nombre no vemos pero que puede que sea Ivanovo. Lo que sucede es las iglesias que buscamos se encuentran, por lo visto, a cierta distancia de aquí. Tratamos, pues, de obtener información de algún vecino, y la sensación que nos da es que no estamos realmente en Ivanovo, porque nos envían de nuevo hacia la carretera por la cual hemos venido para dirigirnos a otra localidad próxima. Seguimos sin ser capaces capaces de descubrir ni una sola señal que indique la cercanía de las iglesias rupestres; vemos, sin embargo, un cartel que marca la dirección de Ivanovo, así que tomamos el camino indicado. Sin embargo, unos pocos kilómetros más adelante, volvemos a toparnos con la carretera principal (de donde procedemos) y en la que, oh casualidad, sigue sin haber la menor indicación que nos conduzca a la iglesias rupestres ni a Ivanovo.
El monasterio consta de un par de salas y un recinto eclesiástico escavados en la roca, a los que se asciende por unas empinadas escaleras también construidas sobre piedra. Tiene el encanto propio de este tipo de lugares, ese punto de tosco primitivismo que hoy en día nos resulta tan romántico, aunque su construcción se remonta al siglo XV. No era el sitio que andábamos buscando, pero nos compensa sobradamente del esfuerzo realizado para llegar hasta aquí. Sin duda, el monasterio rupestre de Basarbovo es un buen sustituto de nuestro objetivo inicial. Nos damos por satisfechos.
Tal vez sea Ruse la localidad que menos nos impresionó de todas las que
visitamos. Está situada a orillas del Danubio, río que hace frontera con Rumanía.
Estamos, por tanto, en la parte más septentrional de Bulgaria. Muchos de sus
edificios presentan un estado de conservación bastante deficiente, aunque se
adivina el presumible destello que la ciudad pudo ofrecer en el pasado.
Arbanasi - Veliko Tarnovo (7 de agosto de 2018)
Poco a poco, vamos reduciendo el número de paradas intermedias que teníamos previsto
realizar cada jornada. El mal estado de las carreteras, la conducción un tanto
peculiar de los búlgaros (está bastante generalizada la costumbre de trazar las
curvas invadiendo el carril contrario, lo cual ya nos ha deparado más de un
susto a lo largo de estos días) y el cansancio acumulado nos aconsejan ser algo
más modestos en nuestros objetivos.
Sin embargo, el camino a Arbanasi supondrá para quien esto suscribe el instante
más fastidioso de todo el viaje. El motivo: unas obras en la carretera de
acceso a esta localidad que impiden el paso al tráfico rodado. Hasta ahí, todo
bien; es normal que debido a las obras de mejoramiento de la calzada se corte
una carretera. El problema surge cuando nuestro navegador se empeña en llevarnos
una y otra vez por el tramo inhabilitado, a lo que hay que añadir que en dicho punto no hay colocada ni
una sola indicación que avise de la existencia de un camino
alternativo; solo una señal de prohibido el paso y nada más. Preguntamos a uno
de los trabajadores de la obra y lo único que conseguimos sacar en claro es que
debemos tomar un desvío, aunque por muchas vueltas que damos alrededor, no vemos
ninguna señal que indique la existencia de ese desvío. La situación, por
momentos, va alcanzando la categoría de lo grotesco: no paramos de dar vueltas y
más vueltas por el pueblo donde nos encontramos —el tramo cortado se encuentra a
la entrada de una población— a la búsqueda de una carretera alternativa que nos
dirija a Arbanasi, pero es inútil.
Tampoco nos resulta demasiado fácil orientarnos en Arbanasi. A pesar de ser una
localidad muy pequeña, no encontramos indicaciones sobre cómo movernos por ella. Las calles, además, son estrechas e irregulares, por lo
que no es nada fácil saber adónde conducen. De casualidad (hemos apartado el coche
bastante cerca), damos con la Iglesia de los Santos Arcángeles Miguel y Gabriel,
aunque el edificio más interesante sin duda alguna es la Iglesia de la
Natividad, cuyo interior está profusamente decorado con pinturas religiosas
datadas en el siglo XVI y adonde llegamos gracias a las indicaciones de unos
lugareños. Aunque solo se pueden hacer fotografías si pagas el canon
correspondiente, no podemos evitar disparar las cámaras con cierto disimulo, ya
que por suerte el interior carece de vigilancia. En Arbanasi también abundan los
edificios civiles construidos en piedra y madera, pero la mayoría están
protegidos por anchos muros y resulta muy complicado verlos
siquiera. En Veliko Tarnovo nos alojamos en el hotel Priyateli Guest House (https://www.hotelpriyateli.com/es-es), algo parecido a lo que sería una pensión o un hostal en España. Hemos pernoctado en varios alojamientos a lo largo del viaje, pero me apetece destacar este por su reducido precio (22 euros la habitación doble) y la exquisita amabilidad de sus propietarios, pero sobre todo por el impresionante desayuno con que nos reciben al día siguiente: aparte de los productos consabidos (embutido, pan, dulces, café, fruta, etc.), ofrecen unas excelentes tartas preparadas por la propietaria realmente exquisitas. Un desayuno mucho más completo que el que pueda encontrarse en muchos hoteles de 4 estrellas, sin la menor duda.
Veliko Tarnovo merece la tarde completa que le dedicamos, aunque parte de la
ciudad está en obras; se están asfaltando algunas calles del centro y la
maquinaria usada para la renovación urbana desluce un poco su atractivo. Destaca
en primer lugar la fortaleza de Tsarevets, cuya muralla ha sido reconstruida en
su totalidad, aunque en su interior no queden demasiados edificios en pie, y el
entramado de calles que se extiende sobre la avenida Samovodska Charshiya, donde
se encuentran las fachadas más bellas (con el añadido de que, cuanto
más te introduces en esta área, menos turistas encuentras).
Cada viajero debe encontrar su ritmo, la medida de su propio tiempo. Con los años, el deseo de abarcar el máximo territorio posible se ha visto remplazado por el más modesto de disfrutar con calma de lo logrado, de avanzar pasito a pasito, sin prisas innecesarias. A veces, menos es más. Curiosamente, a nuestra vuelta a España conoceremos a un grupo de jóvenes que en apenas 15 días ha visitado la friolera de 7 países (no recuerdo todos, pero sí que el viaje comprendía Croacia, Serbia, Bosnia, Albania y Bulgaria, y probablemente también Montenegro). Si quince días ya me parece un tiempo demasiado breve para apreciar siquiera superficialmente la realidad búlgara, no quiero ni pensar en lo que supone dedicar dos o tres días a un país enero. Por eso, a estas alturas de viaje nos planteamos que quizá hubiera sido más adecuado reducir el recorrido que habíamos planeado a una parte concreta del país, dejar para mejor ocasión las zonas más alejadas de Sofía. Por suerte, esta segunda semana de viaje las distancias que tenemos previsto recorrer van a ser sensiblemente inferiores. Y, por si fuera poco, una de las últimas jornadas de viaje, que debería habernos llevado hasta la localidad de Belogradchik, situada en el noroeste de Bulgaria, adonde habíamos de llegar tras un recorrido de casi 300 km, la sustituimos por una apacible tarde de relax en un balneario termal en la mucho más próxima Hisarya. Viajar no es solo ver: por encima de cualquier otra circunstancia consiste en disfrutar, en dejarse dominar por los sentidos, en abandonarse a las sensaciones. O esa es al menos mi filosofía.
Bozhentsi - Tryavna (8 de agosto de 2018)
Llegamos a Bozhentsi sin el menor incidente. Justo delante de nosotros, una
camioneta turística ha venido haciéndonos compañía hasta nuestro destino,
aunque en realidad nosotros no hemos hecho más que seguir las indicaciones de
nuestro navegador.
Bozhentsi es una localidad realmente encantadora cuyos edificios se mantienen en
un magnífico estado de conservación e integrados en el espacio natural que los
rodea. No por casualidad, Bozhentsi es reserva arquitectónica desde 1964. Los
techos construidos con piedra plana y las pulcras paredes blancas, erigidas
sobre una resistente base de piedra, se repiten con pocas variaciones a lo largo
de su extensión; y, sin embargo, uno nunca se cansa de verlas. Es un lugar ideal
para perderse, para caminar sin rumbo fijo, para disfrutar de ese aroma
único que despide cada esquina, cada sendero.
Tryavna, la localidad donde pernoctaremos hoy, es también un lugar tranquilo, que rezuma cotidianidad por los cuatro costados. No hay demasiado turismo, lo cual favorece el paseo relajado por sus calles. Nosotros dormiremos aquí hoy y mañana; tiempo más que de sobra para empaparnos de la esencia de esta hermosa ciudad, cuyo centro histórico presenta un magnífico estado de conservación. Hay varias casas visitables en Tryavna, así como la vieja escuela. El elemento arquitectónico más llamativo es la torre del reloj, de 21 metros de altura, desde cuyos altavoces se hace sonar cada noche a las 10:00 en punto una curiosa canción, cuya letra por lo visto fue escrita por el poeta Pencho Slaveikov, titulada «Nerazdelni».
Kazanlak (tumbas tracias) - Tryavna (9 de agosto de 2018)
Antes de regresar a Tryavna, damos una vuelta por la localidad de Shipka, cuya espectacular iglesia ortodoxa es perfectamente visible desde la carretera debido al imponente brillo de sus cúpulas doradas. Me sorprende el gran número de tours turísticos que tienen parada aquí. Más allá de la aparente grandiosidad de sus formas y de la viveza de los colores que la definen, no me parece que, en sí misma, merezca tanta atención, salvo que su proximidad a Kazanlak (visita obligada por la tumba tracia que alberga y también por ser la ciudad donde más Rosas de Bulgaria se cultivan) sirva de excusa para incluirla en el programa de visitas. Imagino que su gran tamaño es la principal razón de que muchos turistas se sientan fascinados por ella. Igualmente, de regreso a Tryavna hacemos un alto en el llamado monumento a la libertad, una torre erigida en lo alto del pico de Shipka, a más de 1300 m de altitud, para conmemorar la victoria del frente ruso-búlgaro ante al imperio otomano y adonde se puede acceder cómodamente en automóvil o por unas interminables escaleras cuyo final parece no llegar nunca. Para no desentonar, nosotros elegimos subir por las escaleras; se ve que nos atrae el sufrimiento. Lo más interesante, sin duda alguna, no es el monumento en sí, sino las extraordinarias vistas que se disfrutan desde allí, incluyendo el Valle de los Reyes Tracios, que es de donde venimos. Tras el enorme esfuerzo que supone subir 890 peldaños a patita, un rato de relax disfrutando del paisaje no nos viene nada mal.
Monasterio de Troyan - Koprivshtitsa (10 de agosto de 2018)
Nueva etapa relativamente breve, de 190 km, que también discurre por carreteras
decentes. Por esta parte del país, el firme de las carreteras parece bastante
estable.
Este monasterio es el tercero de mayor tamaño del país después de los de
Bachkovo y Rila. Como he dicho más arriba, los monasterios ortodoxos constituyen
uno de los principales reclamos turísticos de Bulgaria, y normalmente suelen
recibir un número considerable de visitas al día. En esta ocasión, se están
realizando unas obras de adecuación en uno de los laterales del monasterio;
hasta ahí todo bien. Pero resulta que los trabajadores de la obra, por aquello
de ahorrarse unos 100 metros de camino como mucho (en realidad la
distancia hasta el exterior del recinto es bastante menor que eso) y de que la frase que parece definir la
idiosincrasia búlgara es «total, qué más da», Koprivshtitsa es una de las localidades más hermosas de Bulgaria. Y, sin embargo, al final del día me quedará un regusto un tanto amargo, no excesivamente dulce, a pesar de su innegable belleza. Me llevo la sensación (puede que errónea, hablo de algo absolutamente subjetivo) de que buena parte de sus habitantes no acogen a los turistas con especial agrado. Apenas bajarme del coche, percibo dos o tres detalles que, quizá en un exceso de suspicacia, me dan a entender que no simpatizan demasiado con nosotros; uno de ellos, el desmedido enfado de un conductor que maneja su vehículo sin ningún cuidado por unas calles empedradas y sin aceras que, como no puede ser de otra manera, los turistas recorren con despreocupación porque están disfrutando del entorno; creo advertir también cierto punto de desidia en sus miradas, en sus gestos, en su manera de atendernos en el restaurante donde comemos e incluso en el hotel donde nos alojamos. Pero, como digo, son meras percepciones imposibles de cuantificar y menos aún de hacer extensibles a los demás.
Tumbas tracias de Starosel - Hisarya (11 de agosto de 2018)
Como creo haber comentado ya, el trayecto que habíamos planificado para
hoy debía llevarnos a la población de Belogradchik, situada a casi 300 km de Koprivshtitsa,
en el noroeste del país. Pero debido al estado de las carreteras y al tiempo que
es necesario invertir para completar un recorrido así,
Aunque en esta zona se localizan un número considerable de túmulos funerarios, son solo dos los templos que se pueden visitar a día de hoy. El más interesante, sin la menor duda, es el Templo Chetinyova, cuya cámara circular es la mayor de las encontradas hasta la fecha y a la cual se accede por unas escaleras. Está decorado, además, con 10 semi-columnas y habitada por una nutrida colonia de murciélagos. A poca distancia se encuentra el montículo Horizont, el único templo tracio con columnata hallado hasta la fecha. Mañana domingo tenemos que devolver el coche que hemos venido usando hasta ahora. Se termina, pues, el recorrido por Bulgaria para centrarnos únicamente en su capital, Sofía. Pero antes, es decir, esta tarde, hemos reservado habitación en un hotel-balneario de Hisarya, y nuestra intención es pasarnos toda la tarde refocilándonos en sus aguas termales.
El complejo donde nos alojamos dispone de dos piscinas, una descubierta y otra
cubierta. La descubierta es de libre acceso (previo pago,
obviamente), por lo que la afluencia de público es digamos que bastante
considerable. Así que nos decantamos por la piscina cubierta, adonde por lo visto solo
tienen acceso los clientes del hotel. Aunque las normas de
acceso a esta piscina exigen el uso de gorro de baño, nadie lo lleva. De hecho,
hay incluso usuarios que ni siquiera llevan ropa de baño: se meten en el agua
vestidos con ropa de calle, y alguna chica incluso con su propio sujetador. Aunque se trata de una piscina termal, el comportamiento de
la mayoría de los usuarios es el mismo que si estuvieran en una piscina pública:
usan flotadores, saltan al agua desde el borde, chapotean como si estuvieran en
una playa… La localidad de Hisarya, en cualquier caso, también posee sus propios atractivos. Alberga una nada desdeñable cantidad de restos romanos y su parque central, donde se sitúan las fuentes de agua termal con la que algunos vecinos se afanan en rellenar enormes recipientes de plástico, es un lugar magnífico para pasear a la caída de la tarde. Hisarya está construida sobre los restos de la antigua ciudad romana de Diocletianopolis, y todavía son visibles las ruinas de algunos de los edificios que se levantaban en este antiguo emplazamiento, como los baños públicos y el anfiteatro. Se echan en falta carteles explicativos que sitúen al paseante ante el significado de los diferentes vestigios que va encontrando en el camino, aunque la mayor parte de los restos son visibles desde el exterior y no se hace necesario adquirir ninguna entrada para verlos. Valga una cosa por otra.
Sofía (12-13-14 de agosto de 2018)
Antes de nada, he de decir que Sofía me sorprendió muy gratamente. Los dos días
que dedicamos a la ciudad en absoluto acabaron resultando excesivos.
Empezaría diciendo, como me pareció advertir en Plovdiv y Varna, que Sofía presenta diferencias sustanciales con el resto de Bulgaria, sobre todo en lo que se refiere al modo de vida, a la vitalidad que transmite, a los bares y comercios que la pueblan (por ejemplo, en Sofía no es fácil encontrar una mehana para comer, algo así como una taberna donde se sirve comida tradicional) y a las maneras de sus gentes. También es una ciudad con una afluencia mayor de turistas que otras partes del país (exceptuando la costa del Mar Negro), lo que se hace evidente a los pocos minutos de llegar. El centro histórico de Sofía se mantiene en un excelente estado de conservación; todavía se mantienen buena parte de los edificios construidos en los últimos 150 años, los cuales conviven con las mastodónticas construcciones de estilo estalinista que se levantan en el enclave denominado El Largo, como la antigua Casa del Partido y la actual residencia presidencial, y que, dicho sea de paso, tampoco desentonan demasiado. No toda la arquitectura de la época comunista ha de ser necesariamente fea.
No voy a describir los distintos atractivos turísticos que ofrece la ciudad,
para eso ya están las guías de viaje y las páginas de Internet, aunque sí diré
que me llamó la atención el hecho de que la vieja mezquita de construcción
otomana y la sinagoga judía se encuentren la una junto a la otra, apenas
separadas por una avenida, compartiendo el mismo espacio simbólico. Supongo que,
aunque ahora resulte cuando menos chocante, en el momento de su construcción era
de lo más normal, pero tampoco olvidemos que el origen del conflicto religioso
actual tiene lugar tras la IIª Guerra Mundial con la creación del Estado de
Israel. Fuera del casco urbano de Sofía se encuentra uno de sus mayores tesoros artísticos de la capital: la iglesia de Boyana. Hay varias maneras de acceder hasta allí, aunque las más comunes son el transporte público o el taxi. Nosotros nos decantamos por el autobús urbano; junto a nosotros viaja un matrimonio ruso que se dedica a seguir el trayecto asistido por una aplicación instalada en su móvil. A nosotros nos ayuda una señora que, con exquisita amabilidad —y tal vez interpretando que no tenemos las cosas nada claras—, se esfuerza por explicarnos la parada en la que debemos bajar, para lo cual no duda en solicitar la colaboración de una muchacha para que esta le diga las palabras en inglés que ha de transmitirnos. Todo un gesto que agradecemos sinceramente.
El principal interés de esta iglesia reside en los extraordinarios frescos que
decoran su interior, algunos de ellos realizados en el siglo XIII.
El daño que la presencia humana causa a las pinturas exige que la visita sea
realizada con extremo cuidado, en grupos que nunca deben superar las 10 personas
a la vez. Normalmente, ello da lugar a largas colas que pueden retrasar
perfectamente la visita hasta una
hora o más.
© 2018 Carlos Manzano
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