La ideología funcionarial. La imagen del bien limitado

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo


La ideología para la sociología es el conjunto de creencias acerca del mundo que comparten ciertos grupos de personas. Son visiones cosmológicas –es decir visiones acerca de cómo se percibe el mundo– que se construyen socialmente. La ideología tiene que ver con la ética en el sentido de que la primera enmarca a la segunda. El sistema ético imperante en un grupo viene dibujado por la ideología dominante en dicho grupo.

Lo que vamos a tratar en este artículo es el sistema ético-ideológico real de los funcionarios. Lo que intento definir es la conducta intragrupal, la que rige las relaciones personales internas en las Unidades Administrativas, sobre todo, en las de tamaño pequeño-medio.

Este sistema ideológico y ético que rige las conductas y las relaciones intragrupales tiene una importancia vital en el funcionamiento general de las administraciones. Sin embargo, no es objeto de estudio desde las ciencias de la administración, en parte porque es un mecanismo sutil que forma parte de la esencia de ser funcionario. Es algo natural en el paisaje, algo que siempre ha estado ahí formando parte del cuadro, por tanto, es muy difícil de detectar, definir y medir.

Los físicos nos dicen que la ecuación diferencial que nos describe el comportamiento de una masa enganchada a un muelle, es decir, un resorte, es la misma ecuación que describe el comportamiento de un circuito de corriente eléctrica que dispone de una fuente de alimentación, una resistencia, una bobina y un condensador. Un sistema sería un modelo del otro. De la misma forma, si uno mira una Unidad Administrativa de tamaño medio, formada por ejemplo por unos 60 funcionarios, estaremos observando un grupo social tremendamente parecido a una aldea campesina. Al igual que el sistema masa-muelle y el circuito RLC no tienen nada aparentemente en común, pero comparten su esencia matemática, uno puede pensar que los funcionarios y los campesinos tienen poco en común, pero comparten su esencia ética.

Es igual que esa Unidad esté localizada en el medio urbano o que su trabajo implique una alta cualificación técnica, ni que se usen procedimientos burocráticos, los funcionarios que la integran tienen una conducta muy parecida, en sus relaciones laborales, a la del campesino.

Para llegar a esta conclusión debemos fijarnos antes en qué consiste la moral campesina, y luego trazar características que permitan asociar ambas categorías estudiando los paralelismos entre ambas.

El antropólogo George Foster, descubrió que las economías campesinas “clásicas”, esto es, las comunidades agrícolas no industriales dentro de Naciones-Estado –en concreto estudió comunidades campesinas en el sur de Europa– se caracterizan por una determinada ideología o visión de mundo. Foster citó diversos casos etnográficos para ilustrar esta visión de mundo campesina, a la que denominó la imagen del bien limitado1.

En esta ideología, todo se percibe como finito: tierra, riqueza, salud, amor, amistad, honor, respeto, status, poder, influencia, seguridad. Al ver todo como escaso, los campesinos creen existe una reserva común, un fondo imaginario de todo aquello que tiene valor en su comunidad. En este sistema de ideas, los individuos sólo pueden descollar en algo porque se apropian de una parte mayor de la que les correspondería en términos proporcionales de esa especie de reserva común, lo que implica privar a otros de lo que sería su parte.

Los campesinos aceptan la riqueza diferencial que procede de fuera de la comunidad (por ejemplo el trabajo asalariado realizado fuera de la localidad) ya que resulta evidente que no ha supuesto extraer nada de la reserva común finita de carácter local. Los beneficios pueden proceder también de la pura suerte (por ejemplo la lotería). En todos estos casos la reserva de bienes de la comunidad permanece intacta.

En cualquier otro caso, las personas prósperas pueden verse forzadas a patrocinar ceremonias que reducen la riqueza diferencial. Los campesinos prósperos pueden convertirse en el blanco del chismorreo, la envidia, el ostracismo y la violencia física. Dadas tales respuestas, se intenta ocultar la buena fortuna: las ropas, casas y dieta, continúan como siempre.

Más aún, también se desconfía también de las personas que han tenido mala suerte y se hunden por debajo de la norma comunitaria, porque se piensa que envidian a todos los demás.

Según Foster, la imagen del bien limitado se desarrolla cuando las sociedades campesinas enfatizan la organización en familias nucleares, pero no cuando son importantes los grupos de filiación corporativos.

También señaló que la imagen del bien limitado es una respuesta a la posición subordinada de los campesinos dentro de una sociedad más amplia: cuando el acceso a la riqueza, el poder, y la influencia es más abierto, la imagen del bien limitado decae.

Es significativo que Foster estudiara comunidades del sur de Europa. España ha sido un país mayoritariamente campesino hasta bien entrado el siglo XX, como se suele decir, “hasta hace tres días”. Si nos rascan un poco, debajo de una bonita capa de habitantes de un país desarrollado, aparecen “restos ideológicos” que se manifiestan en nuestro comportamiento, que son muy semejantes a los descritos por Foster. Fundamentalmente estos restos de éticas anticuadas, que afloran a la superficie de vez en vez, derivan de dos ideologías que fueron dominantes es la España moderna: la hidalga y la campesina. Pero no nos vamos a extender en esto, no forma parte del artículo, simplemente es el marco en el que está inscrito el colectivo que queremos estudiar. Sólo quiero destacar que al funcionario, como al registrador de la propiedad o al ingeniero de telecomunicaciones, si se le somete a determinadas condiciones laborales, echará mano a una ideología que tiene en su acervo cultural, mucho más próxima de lo que su aspecto y comportamiento exterior aparenta.

En el análisis de Foster es muy importante el concepto de escasez. La razón de que la ideología campesina es como ha descrito es porque en el medio rural no había abundancia sino todo lo contrario, era una comunidad de subsistencia. El marco funcionarial es un contexto en el que también prima la escasez. Los sueldos, los recursos, los medios técnicos son escasos, las movilidad del puesto de trabajo es casi inexistente, también son casi inexistentes los incentivos a la producción, los ascensos, las recompensas. Las plazas que quedan libres permanecen libres cuando no desparecen por amortización, creando la sensación de que cada vez hay menos funcionarios y éstos son más viejos. Los premios y honores siempre suelen recaer sobre los niveles altos, dejando sobre el resto la sensación de que el día siguiente siempre va a ser igual al anterior.

Por tanto, las condiciones de partida entre el mundo del campesino y el del funcionario son muy similares. Cierto es que entre el campo español anterior al período de desarrollo de la década de los ’60 y el funcionariado actual de principios del siglo XXI existe una gran distancia pero esta no es la comparación correcta. Foster se refería a la diferencia entre el campo y la ciudad, lo que llevaba a la sociedad rural a sentirse subordinada con respecto a la sociedad más amplia. Si analizamos la diferencia entre la comunidad funcionarial y la sociedad general observaremos también un abismo de recursos, del que el funcionariado es plenamente consciente. Esto se manifiesta en un sentimiento de subordinación del empleado público con respecto al empleado privado. Luego estamos ante el mismo tipo de sentimiento.

¿En que consiste este abismo de recursos entre la sociedad general y la comunidad funcionarial? Basta con dar algunos ejemplos, empecemos por el Presidente del Gobierno –que aunque no es funcionario nos servirá ya que también cobra del erario público y supone el vértice superior retributivo– que cobra alrededor de los 73000 €. Los directores generales de las empresas, en cambio, perciben entre 150000 y 300000 €2. Según un informe del Ministerio de Administraciones Públicas para el campo de la informática –uno de los más privilegiados en la Administración–, un Subdirector General de un Ministerio cobra un 56% menos que su homólogo en la empresa privada, un funcionario medio del grupo B un 60 % menos y un funcionario medio del grupo C un 51%3. Si a esto unimos que la pérdida de poder adquisitivo de los funcionarios ha sido del 30 % en los últimos diez años#44, podemos dibujar perfectamente los contornos de la diferencia que separa al empleado público del privado.

Quizás en este punto el amigo lector que no es funcionario pensará que este colectivo es privilegiado puesto que no tiene en entredicho su puesto de trabajo y más de uno pensará que con gusto reduciría su sueldo a cambio de esa seguridad. Pero no estamos tratando la imagen que tiene la sociedad del funcionario sino la que éste último tiene de la sociedad.

El hecho de que la movilidad entre puestos de trabajo sea escasa es otra característica muy importante para exponer nuestra tesis. Al hacerse los puestos permanentes las relaciones humanas en los grupos se hacen permanentes también, se estancan en un determinado estadio que suele ser el de “llevarse mal”. Al cabo de los años, por muy buenas relaciones que se mantengan, no pueden evitarse los conflictos. Como éstos no pueden resolverse con el movimiento en el puesto de trabajo de alguno de los protagonistas, el conflicto pierde intensidad y queda en un segundo plano, con ganas de aflorar a la menor oportunidad. Los teóricos del conflicto además nos enseñan que es más fácil pasar de una situación de menor conflicto a otra de mayor conflicto que al contrario, con lo que al final, la resultante, es el conflicto latente permanente. Es decir, una calma aparente y una convivencia normal, sobre un sustrato de conflicto que amenaza saltar en cualquier momento. Y que de hecho salta de vez en cuando.

En este sentido también existe una clara similitud con el campesino. A todos nos suenan las grandes querellas que solían estallar en los pueblos, en los que la permanencia de las personas, la quietud del sistema social eran evidentes antes de que comenzara la emigración del campo a la ciudad.

El campesino, saluda a los mismos vecinos todos los días a las mismas horas, celebra los mismos ritos y da los mismos pasos para ir a su campo, realiza los mismos trabajos y se va a tomar el chato de vino al mismo bar con la misma gente. El funcionario saluda a los mismos compañeros todos los días a las mismas horas, celebra los mismos ritos y da los mismos pasos camino de la oficina, realiza los mismos trabajos y va a desayunar –todo un ceremonial por cierto– con la misma gente. Y esto día tras día y año tras año.

Foster también concedía importancia en su análisis a comunidades cuya estructuración familiar estaba constituida en base a la familia nuclear, es decir, la formada por los padres e hijos que no se han independizado. Pues bien, es otra similitud en ambos casos porque, independientemente de que hoy en día están surgiendo otros tipos de familia, la familia nuclear es el tipo más común en nuestra sociedad.

Bien pues ya tenemos todos los ingredientes que son comunes a ambos colectivos:

 Situación de escasez de recursos

 Un gran diferencial entre la sociedad en general y la comunidad a la que se pertenece que provoca una visión subordinada del mundo.

 Una situación que se alarga en el tiempo hasta hacerse permanente.

 La familia nuclear como sistema de organización familiar

De esta manera, igual que Foster explicó ciertos comportamientos en comunidades campesinas en base a la existencia de un fondo común imaginario, podemos observar en grupos relativamente pequeños de funcionarios el mismo comportamiento.

Supongamos que un funcionario quiere descollar, el grupo intentará “disciplinarle” mediante presión. Primero desmoralizando y, si esto no es suficiente, criticando o atacando directamente. El funcionario –en el buen sentido de la palabra– ambicioso deberá disfrazar su ambición, disimular sus intenciones si es quiere llevar a buen puerto sus expectativas o, al menos, conseguirlas sin oposición.

Hagamos un sencillo experimento. Despliegue usted, en caso de no tener trabajo en ese momento, un periódico sobre la mesa. No pasará nada especial. Despliegue sobre la mesa el temario de una oposición o un libro de texto, presenciará usted una reacción agresiva. Lo cierto es que ambas acciones están mal, desde un punto de vista ético, pero sólo una de ellas tendrá una respuesta negativa. Ascienda usted un puesto sin cambiar de Unidad, será blanco del chismorreo, la envidia y el ostracismo en mayor o menor grado.

La diferencia con el análisis de Foster y, por tanto, la diferencia entre la aldea campesina y la aldea funcionarial es una cuestión de grado. En el ámbito administrativo no se llega a la violencia física y el conflicto suele ir por derroteros menos agresivos, probablemente porque se está más lejos del régimen económico de subsistencia.

Para terminar hay que analizar otras variables independientes que influyen sobre el sistema ideológico que estamos tratando, el tamaño de las unidades administrativas y la categoría profesional de los funcionarios.

En cuanto al tamaño, para observar bien este fenómeno hay que fijar el ámbito de estudio en unidades o departamentos pequeños. En departamentos con un gran número de empleados se tiende a la despersonalización, a la falta de identificación con los compañeros y con la Unidad. Por tanto a mayor tamaño menor implantación de la imagen del bien limitado.

Por otra parte si tenemos en cuenta la categoría profesional, el fenómeno es tanto más patente cuanto menor sea el nivel medio de los funcionarios, no porque éstos sean más “malos”, sino porque en estos grupos las condiciones de partida descritas anteriormente están más presentes. Los funcionarios del grupo A, que están mejor retribuidos y que tienen compensaciones de tipo psicológico, como el hecho de tomar decisiones de gran importancia socioeconómica, tienen una percepción distinta del diferencial sociedad-funcionariado, y son menos proclives a tener los valores de la imagen del bien limitado.

Algún lector puede estar pensando que en la empresa privada es posible encontrar reacciones similares. Por supuesto, basta con que las condiciones de partida sean las mismas o parecidas. Nadie está inmune a este fenómeno.


Bibliografía:

1. Antropología Social. Conrad Phillip Kottak. Mac Graw Hill. Madrid 1999

2. Diario el Mundo. 17 de junio de 2000.

3. Informe sobre la situación de los recursos humanos de tecnologías de la información y las comunicaciones en la Administración del Estado. Ministerio de Administraciones Públicas. Madrid 2000.

4. Diversas fuentes sindicales.