El fracaso universitario en la Universidad Politécnica de Madrid
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
1. Introducción
Fracaso universitario es la incapacidad del alumnado para ir aprobando las asignaturas a un ritmo adecuado, de manera que se produce un desfase entre el número de años de duración oficial de las carreras y el número de años real que se tarda en terminarlas. En su caso más grave, provoca el abandono definitivo de los estudios.
El fracaso universitario es uno de los problemas educativos que más preocupan a la sociedad, a juzgar por los múltiples informes de los analistas y de los artículos aparecidos en los medios de comunicación sobre este tema. Parte de esta preocupación se debe a que los estudios universitarios están muy subvencionados y el fracaso escolar supone un golpe a la gran cantidad de recursos públicos que se invierten en ellos. Desde una perspectiva económica se habla de tasa de retorno –medida en base a la diferencia entre el costo de la educación y el número de personas educadas a las que se adiestra– y de desperdicio educativo –la proporción de los que repiten y desertan- que es especialmente alta en los países industrializados [Segré,Tanguy 1980]1. Este criterio economicista también afecta a los Consejos Rectores españoles, que lo utilizan como argumento principal para incrementar los precios de las matrículas año tras año.
La carga de la culpa de este hecho se lanza, al menos en parte, hacia los estudiantes. Se les pinta como unos privilegiados despreocupados, se habla de población universitaria parásita, de pérdida de los valores del esfuerzo y del estudio, de un ethos característico de la sociedad posmoderna [Michavila y Jover 2005]2.
En el año 2002 el porcentaje de titulados universitarios fue del 8% en España, a todas luces inferior al 15,3% de Alemania o al 17,9 de Francia; parece imprescindible para la modernización auténtica de nuestra sociedad que se recorten esas diferencias. Sin embargo, al lado de este dato, hay destacar que el 27% de los estudiantes no termina sus estudios. El índice de abandono se eleva mucho en las ingenierías, seguidas por las carreras experimentales de ciclo largo, tales como Química, Matemáticas o Física [La Vanguardia 6-2002]3.
En algunas carreras y en ciertas instituciones universitarias el fracaso escolar llega a convertirse en un sistema de funcionamiento, en un modo de vivir, llegando en algunos casos al nivel patológico. Por ejemplo, si analizamos la carrera de Ingeniería Naval en el año 2000, en la totalidad de centros que imparten estos estudios en España, obtenemos unos resultados cuando menos sorprendentes: el 70% de los matriculados abandona los estudios y los que siguen estudiando pasan una media de 9 años en la escuela, en números concretos son 1200 los alumnos matriculados en España y sólo 60 salen cada año con el título bajo el brazo. La industria naval en nuestro país, en ese año ocupaba el segundo lugar de Europa y quinto del mundo y podía dar trabajo al triple de esos 60 que salieron como ingenieros navales. Ante este problema los expertos propusieron como solución, aparte de una redefinición de los estudios, que los alumnos se matriculasen curso por curso y los aprobaran de manera completa antes de pasar al siguiente, no parece una medida que vaya precisamente en la dirección adecuada [El País 2-2001]4.
No dudo que exista una población universitaria parásita pero, ¿realmente toda forma de fracaso universitario es culpa de los alumnos?, ¿es racional este sistema seguido en las escuelas de Ingeniería Naval?, ¿por qué tiene que ser más difícil acabar una Ingeniería en Telecomunicaciones que una licenciatura en Ciencias Físicas?, y a su vez, ¿por qué tiene que ser más difícil las Ciencias Físicas que la Filosofía pura?, ¿qué es lo que hay en el interior de estas disciplinas que las haga tan inasequibles?
El objetivo de este estudio es reflexionar sobre estas preguntas, pero intentar explicar de forma coherente y completa un problema de este tenor –en el que intervienen múltiples variables sociales, económicas, geográficas, pedagógicas– supera con creces la extensión de este trabajo y, probablemente, la capacidad de su autor.
Por esta razón he preferido fijar el análisis en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Con esta reducción, en primer lugar, se reduce el ámbito de estudio y el problema a resolver adquiere proporciones más razonables y asequibles. En segundo término, la UPM está especializada en los estudios de ingeniería, que como hemos visto, son los que más fracaso escolar presentan. Por último, la UPM está considerada como una institución muy prestigiosa y me interesa especialmente esta relación entre prestigio y fracaso que es aparentemente contradictoria.
2. Cuantificación del fracaso en la UPM
La UPM no tiene publicado, al menos para el gran público, ningún estudio en el que aporte directamente los datos sobre el fracaso universitario, por tanto, se ha de recurrir a datos que de manera indirecta nos den una idea del mismo.
Para cuantificar el fracaso universitario en la UPM se va a recurrir a la observación de cuatro parámetros, el número de alumnos repetidores, los años de comienzo de los estudios, la duración media de las carreras y el perfil de los estudiantes. Las fuentes de los datos serán principalmente dos: El llamado “Estudio sociológico sobre los estudiantes, curso 2001-2002” [UPM 2002]5 y el estudio “Información estadística de los alumnos de la UPM, curso 2003-2004”[UPM 2004]6. Ambos estudios están publicados por la misma UPM y se pueden obtener en su página Web.
El primero de los estudios es una recopilación de datos estadísticos tomados a partir de una encuesta que el alumno cumplimenta cuando se matricula. El segundo trabajo es una estadística cuyos datos se obtienen de la preinscripción de alumnos, la matriculación, datos económicos y de doctorado; es decir, el primer estudio se basa en datos y opiniones proporcionados por los alumnos y el segundo en datos de la propia universidad.
La UPM define al alumno repetidor como aquel estudiante de primer curso que no ha aprobado ninguna asignatura, pues bien, en el curso 2001-2002 uno de cada cuatro estudiantes de primer curso no aprobó nada. Curiosamente no son los estudios de mayor duración ni los teóricamente más duros los que parecen presentar mayor dificultad de superación para los estudiantes que acceden a la Universidad. Así, en las Escuelas Técnicas Superiores esta proporción es mucho más reducida, identificándose sólo un 14,1% de alumnos en esta situación, mientras que en las Escuelas Universitarias las cifras suben hasta situarse en el 34,7%, lo que supone que más de uno de cada tres estudiantes de primer curso sean repetidores de alguna asignatura [UPM 2004]6.
El año de inicio de los estudios es otro parámetro que nos da idea del fracaso escolar; existe una evidente relación entre el año de ingreso y el curso que se estudia pero, también demuestra, que conforme va pasando el tiempo los alumnos se van atrasando con respecto al ideal de “un año, un curso”. Esto se confirma cuando se ve que en 2002, de los alumnos de primer curso, el 93,6% comenzaron sus estudios entre los años 2000 y 2001; de los alumnos de segundo curso, el 89,4 % los iniciaron entre 1998 y 2000; de los alumnos de tercero, el 78,6% lo hicieron entre 1996 y 1999; de los alumnos de cuarto, el 74,5% comenzaron entre 1995 y 1998; y el 73,5% de los alumnos de quinto comenzaron entre 1995 y 1997. Hay un 5,5% de alumnos que comenzaron más de diez años antes del momento en que se hizo la encuesta [UPM 2002]5.
El tercer dato es la duración media de los estudios. En la encuesta, los alumnos de las Escuelas Técnicas Superiores, cuyas carreras tienen 5 cursos, estiman que la duración media de sus estudios será de siete años (el 32,2%). Los que estiman que emplearán seis años será el 22,5 % del total, ocho años piensan que emplearán el 22%, más de 8, el 15,3%. Sólo el 7,9% piensa que empleará 6 años o menos. En el caso de las Escuelas Universitarias los alumnos piensan que la duración media será de 5 años (el 32,7%) [UPM 2002]5. Evidentemente se preparan para una larga estancia en las aulas.
Pero esa larga permanencia en la Universidad puede estar justificada por la mala calidad del estudiantado, puede estar motivada por un gran número de alumnos miembros de esa llamada población parásita. Para medir esto podemos consultar la nota media de admisión que publica la UPM, según estos datos, la nota media de admisión –que incluye las notas de bachillerato y de selectividad– para las Escuelas Técnicas Superiores es de 7,41 y en las Escuelas Universitarias de 6,31 [UPM 2004]6. Estas notas suben para los alumnos que provienen de la FP y disminuyen para los alumnos extranjeros. Luego, al menos, durante el bachillerato la media de los alumnos es bastante brillante.
De la reflexión sobre los datos aportados en el apartado anterior se puede concluir que el fracaso universitario en la UPM existe y es alto. Lejos de ser un problema que se aborde y se intente solucionar, es una situación que se asume por todos los actores participantes. Pasan los años, pasan las generaciones de estudiantes y el problema sigue, en realidad, el fracaso forma parte del sistema, se institucionaliza. La UPM basa en parte su prestigio, no en la calidad de su formación, ni en sus medios, lo basa –de manera antitética a lo que debiera ser– en el gran número de suspensos que se producen. Las personas que se titulan salen muy preparadas, pero no por la calidad técnica de su formación, sino por la dificultad que supone superar los estudios.
3. Cómo se consiguen estas tasas de fracaso
Si el fracaso universitario forma parte del sistema de funcionamiento de la UPM, se deben utilizar técnicas específicas para conseguir esas tasas de suspensos y abandonos.
La más evidente es el nivel de exigencia de las materias que se imparten. La gran mayoría de los estudiantes de la UPM tienen la idea de que es muy alto el nivel de exigencia de sus estudios (78,1%). Pero asumen que las asignaturas deben ser difíciles pues las ingenierías en el mundo del trabajo requieren de un alto nivel de cualificación técnica, de hecho, el 72,3% está medianamente satisfecho con sus estudios (“me gusta pero...” es la pregunta que se les hace en la encuesta). No se sienten agobiados por el número de materias que se imparten, el 61% piensa que el número de asignaturas por curso es normal, el 37 % piensa que son demasiadas. Lo que más choca, es que siendo estudios de ingeniería y, por tanto necesariamente prácticos, tengan un componente principalmente teórico, el 50,3% piensa que los estudios son eminentemente teóricos y sólo 1,9% piensan lo contrario.
Otro criterio importante es la dificultad de los exámenes, los que juzgan como alta la dificultad de aprobar los exámenes es un 72,3%. Ambos factores, exigencia y dificultad, están fuertemente relacionados entre sí (correlación de Pearson: 0,517).
Quizá la técnica que más se utiliza a la hora de mantener tasas de fracaso sea la diferencia que existe entre lo explicado en clase y lo exigido en el examen. Si –aunque las pruebas y las asignaturas sean difíciles– los alumnos son preparados para afrontarlas, el fracaso escolar será menor que si las clases quedan muy lejos de lo pedido en los exámenes. A veces se utiliza una sutil técnica que consiste en la exigencia de la creatividad. Las clases se imparten en un tono monocorde, siguiendo específicamente el programa, explicando problemas cuya resolución no exige más que la aplicación de un conocimiento exacto de la materia. El día del examen el nivel de los problemas aumenta, ya no se tata de aplicar lo conocido, se trata de tener la idea feliz, la aplicación de lo no previsto.
Ya se ha visto que los alumnos consideran que las asignaturas y los exámenes son difíciles pero, ¿qué piensan de los profesores?, es un dato muy útil para establecer si existe esta diferencia entre lo que se explica y lo que se examina. Los estudiantes tienen un muy buen concepto de sus profesores en cuanto a los conocimientos que éstos poseen (el 59,8% piensa que tienen un nivel alto y el 36,9% piensan que tienen un nivel medio) y, sobre todo, de su asistencia a clase (el 73,5% piensa que el nivel de asistencia es alto). Más discreta es la valoración que hacen respecto al cumplimiento que hacen del programa (el 55,6% piensa en un cumplimiento medio y el 13,3% bajo). Peor opinión tienen acerca de la claridad de exposición para explicar los altos conocimientos que poseen (sólo el 8% piensa que el nivel es alto, el 56,6% piensa que el nivel es medio y el 35,3% piensa que el nivel es bajo). En resumen los estudiantes piensan que se enfrentan ante unas asignaturas y unos exámenes difíciles y que, en cambio, reciben explicaciones de calidad media-baja [UPM 2002]5.
4. EL PORQUÉ DE LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL FRACASO EN LA UPM
En este trabajo se observan tres hipótesis: las relaciones con el mercado de trabajo, el clasismo y el corporativismo de parte del profesorado.
Muchos eminentes sociólogos han destacado que el sistema educativo tiene como función principal, no la educación y formación de las personas que es el objetivo reconocido, sino la selección del personal con vistas al mercado de trabajo. Talcott Parsons [Parsons 1990]7, que describe el sistema educativo norteamericano, Baudelot y Establet [Baudelot y Establet 1975]8, que se centran en un caso más cercano a nosotros como es el francés, destacan que este proceso de selección comienza desde la escuela primaria, en la que se realizaría una primera selección basada en el rendimiento pero con una fuerte influencia del nivel social de las familias de los alumnos. En la educación secundaria se efectuaría la bifurcación definitiva entre los que van a proseguir los estudios y los que se van a competir al mercado de trabajo, en este proceso de selección vuelve a influir de manera primordial el estatus socioeconómico de las familias.
Pero, ¿ahí termina la selección? Evidentemente no, la selección continúa en la Universidad. Bowles y Gintis [Blaug 1996]9 aseveran que los empleadores han aprendido por experiencia que las credenciales académicas actúan como sucedáneos de las cualidades que ellos consideran importantes. El credencialismo es un buen predictor del nivel de desempeño que el futuro empleado puede llegar a ofrecer, además es legal pues los títulos están reconocidos por el Estado y existe un amplio consenso social para su aplicación, a lo que habría que añadir que son muy baratos para las empresas pues es el Estado y las familias las que se hacen cargo de los costes. Estos autores también hablan de los contratos laborales incompletos, contratos en los que falta por especificar la intensidad y la calidad del esfuerzo que conllevará el puesto de trabajo. Para describirlos utilizan la figura del “apretón de manos invisible” por el cual el empleador obtiene la cooperación de los trabajadores mediante un control constante, la promesa de promoción y la amenaza de despido sumario.
Bueno y ¿dónde está la UPM dentro de este marco teórico? El alto nivel de fracaso universitario se publicita y se transforma en un alto nivel de preparación, realizándose una perversión conceptual. Cuando el prestigio debería basarse en un alto nivel de aprobados, un alto nivel educativo y de medios técnicos en realidad el prestigio se basa en un alto nivel de suspensos y esto no se hace de manera gratuita. El mercado de trabajo obtendrá de la UPM un flujo constante de ingenieros superiores y técnicos que tendrán una buena formación teórica, una buena respuesta ante problemas y desafíos técnicos, pero también un personal con aguante, disciplinado, futuros firmantes de contratos laborales incompletos. Esto no quiere decir que aceptarán cualquier trabajo y por cualquier salario, son personas que dirigen sus aspiraciones a puestos medios y altos de la pirámide laboral, significa que se aceptarán las reglas del juego de la empresa, tales como una promoción dura o un horario real distinto del estipulado, pero que la empresa deberá cumplir con sueldos aceptables y ciertos privilegios derivados de la situación de ser empleados de estatus alto.
A esta razón principal del fracaso institucionalizado podríamos añadir otras causas más tradicionales y hoy en día menos preponderantes pero que siguen ahí. La dureza de la institución viene de largo. España es un país de industrialización tardía, el papel de los ingenieros en la sociedad española ha sufrido cambios en la misma medida que los ha sufrido la economía. El “señor ingeniero” en la sociedad española de la primera mitad del siglo XX era casi una autoridad, formaba parte de lo que los especialistas en estructura social llaman “viejas clases medias”. Las tasas de reproducción en este sector social eran altas, los ingenieros padre concebían a los ingenieros hijos. Es interesante comprobar que todavía hoy la causa principal de la elección de la UPM como institución en la que seguir los estudios es la influencia familiar (18,9%) muy por encima de la orientación escolar, los amigos o un profesor [UPM 2002]5. Existe un cierto clasismo en la UPM derivado de aquellos días, un cierto sentimiento de pertenencia a una clase que es más fuerte en las ingenierías tradicionales como Caminos, Minas o Navales. Es un fenómeno parecido al expuesto por Bourdieu cuando habla de los “Títulos de Nobleza Escolar”, aunque la preocupación por la cultura y la estética es mucho menor que en las Grandes Ecoles [Bourdieu 1988]10. Existen varios vectores en los que se manifiesta este clasismo, el primero sería entre ingenierías tradicionales –las anteriores– e ingenierías más modernas –por ejemplo Telecomunicaciones o Informática–; el segundo vector estaría trazado entre las ingenierías superiores y las técnicas; y el tercero se establecería entre las carreras que pertenecen a la UPM y las otras carreras, ¡cómo se van a comparar un sociólogo –por poner un ejemplo próximo– con un ingeniero de Caminos! Este clasismo tiene una de sus manifestaciones en la dificultad de las carreras, si las carreras tienen más prestigio y, éste se basa al menos en parte en el número de suspensos, la que más suspenda más prestigio tendrá. Y esto se puede apreciar en las conversaciones entre estudiantes, frases como “en Navales hacen problemas de cambio de base de 6 dimensiones y aquí sólo de tres”, “en Caminos desarrollan por completo la teoría de la relatividad”, son habituales entre estudiantes que no son de Caminos o Navales. Es curioso que cuando en 1977 se creó la Facultad de Informática y se incluyó en la UPM, a partir del antiguo Instituto de Informática que pertenecía directamente al Ministerio de Educación, el nivel de exigencia de los estudios creció exponencialmente y el de suspensos también. Se trataba de preparar al mismo grupo de profesionales, para realizar el mismo tipo de funciones en la empresa, sin embargo el sistema cambió. Y aunque han pasado los años todavía se establecen diferencias entre titulados de la Facultad y titulados del Instituto.
Otra causa “tradicional” que podría citarse como posible pero sobre la que no dispongo de ningún dato fiable es el corporativismo del profesorado. Un profesor de Arquitectura o de Caminos, que a su vez es arquitecto o ingeniero, está juzgando el rendimiento educativo de futuros arquitectos o ingenieros, futuros competidores en el mercado de trabajo, futuros firmantes de proyectos. ¿No es lógico sospechar que parte de la exigencia en los estudios deriva de la intencionalidad de reducir el número de los futuros competidores? No se puede afirmar pero es una sospecha que se recoge entre el profesorado de las Escuelas que no pertenece al grupo profesional de las ingenierías.
Habría que estudiar la evolución futura del fenómeno. Tengo la impresión que esta tendencia a la institucionalización del fracaso se transformará a favor de la reforma de los programas, de los métodos de evaluación más ajustados a las necesidades reales de formación y de la mejor dotación de medios auxiliares. Esto ocurrirá, no por un de estallido de honestidad social sino por criterios de racionalidad económica, en los últimos años ha aparecido la competencia del sector privado, cuya filosofía de actuación ante el problema es distinta. De hecho ya se manifiesta en el número de matriculaciones en los últimos 10 años, éstas se han reducido en el caso de las Escuelas Superiores en un 20,6% y en el caso de las Escuelas Universitarias en un 17% [UPM 2004]6. En un entorno de mayor competencia y, teniendo en cuenta que la población universitaria decrece por la llegada a la edad estudiantil de las cohortes afectadas por las bajas tasas de natalidad (el año 2003 supone el punto de inflexión a partir del cual se produce una suave pero constante caída), la UPM deberá cambiar si quiere sobrevivir [Pérez Cordón 1999]11.
Bibliografía
1 [Segré,Tanguy 1980] Segré M., Tanguy L., Lortie, M.F.:”Una nueva ideología de la educación” en Labarca G. (Comp). Economía política de la educación. Editorial Nueva Imagen. México, 1980. p 331-371
2 [Michavila y Jover 2005]: Francisco Michavila: “¿Quiénes son los responsables? Y Gonzalo Jover: “El fracaso de la Universidad”. Fracaso escolar en la universidad. Revista Complutense febrero 2004.
3 [La Vanguardia 6-2002] Artículo “fracaso universitario”. La Vanguardia, 10 de junio de 2002
4 [El País 2-2001] Carmen Morán: “Los ingenieros navales tardan 9 años de media en hacer la carrera y el 70% la abandona”. Suplemento de Educación. El País, 19 de febrero de 2001
5 [UPM 2002] “Estudio sociológico sobre los estudiantes, curso 2001-2002”. Universidad Politécnica de Madrid 2002. www.upm.es
6 [UPM 2004] “Información estadística de los alumnos de la UPM, curso 2003-2004”. Universidad Politécnica de Madrid 2004. www.upm.es
7 [Parsons 1990] Parsons, T.: “La clase como sistema social: alguna de sus funciones en la sociedad americana”. En Educación y Sociedad. Nº 6, 1990, pp 173-195
8 [Baudelot y Establet 1975] Baudelot, C. Establet, R.: La escuela capitalista en Francia, Editorial Siglo XXI, Madrid 1975, pp 13-23
9 [Blaug 1996] Bowles y Gintis citados por Blaug, M.: “¿Dónde estamos actualmente en la Economía de la Educación?”, en Oroval Planas, E. (ed.). Economía de la educación. Editorial Ariel Educación. Barcelona 1996, pp. 17-37.
10 [Bourdieu 1988] Bourdieu, P.: “Títulos y cuarteles de nobleza cultural”. En La Distinción. Taurus, Madrid, 1988. pp 9-26.
11 [Pérez Cordón 1999] Pérez-Cordón, R.: Evolución del alumnado universitario en España durante las dos próximas décadas. Universidad Complutense de Madrid 1999. www.ucm.es