CARLOS MANZANO |
Reseñas |
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Paisajes en la memoria, de Carlos ManzanoNueva novela de Carlos Manzano en la que profundiza en los alvéolos de la memoria, ese somos lo que recordamos más que lo que hemos hecho o dicho. La memoria nos puede jugar malas pasadas y en estos paisajes que Carlos ha escrito nos lo deja bien claro. No es solo la imposibilidad de recordar cada detalle, sino el hecho de que se pierdan datos y acontecimientos que han tenido gran importancia en la vida y que en un momento dado aparecen velados, distorsionados o incluso perdidos por completo. Uno puede tener la impresión de mantener los recuerdos muy vívidos, claros y limpios. ¿Qué sucede, entonces, cuando chocan con los de otra persona, que son diferentes? Paisajes en la memoria nos narra el cambio brusco de la adolescencia a la madurez en un joven de diecisiete años. Llega, como casi siempre, de la mano del amor; en este caso, de los amores con una mujer casada, bastante mayor que él. Su visión de la vida da un vuelco total. Pero no todo es capaz de asimilarlo. Su esfuerzo en vivir cada encuentro y revivirlo para que ningún recuerdo se pierda resulta baldío, como comprobará años más tarde. Una novela para leer y releer, porque Carlos Manzano no se queda en la mera exposición de unos hechos, en la narración de unas aventuras más o menos interesantes, sino que ahonda en la caracterización de los personajes, en sus relaciones, en las enseñanzas de la vida. Lo que nos obliga a hacernos muchas preguntas. Como ese último capítulo del libro en el que nos coloca frente al espejo. Antonio Tejedor García |
HERALDO DE ARAGÓN Suplemento Artes & Letras jueves, 23 de abril de 2015 ARAGÓN CARLOS MANZANO PUBLICA UNA NOVELA SOBRE EL AMOR, EL TIEMPO Y LA MEMORIA
El enamoramiento más brutal Cuando el lector abre un libro de Carlos Manzano, lo primero que encuentra es un estilo muy personal. Este zaragozano de 50 años ha conseguido escribir de forma identificativa, crear una atmósfera difícil de confundir con cualquiera de las varias docenas de clones que circulan por el mercado literario. Si en la sorprendente novela “Lo que fue de nosotros” (Nuevos Rumbos en 2011), planteaba un caso crudo y extremo narrando el asesinato irracional de un niño, en “Paisajes en la memoria” utiliza una trama sencilla pero contundente: la relación sentimental de un adolescente con una mujer casada, Sara, que le dobla la edad. El relato está dividido en dos partes, ‘Paisajes del sur’ y ‘Paisajes del norte’, que lo sitúa en tiempos simétricos pero espacios discontinuos. Los primeros transcurren en Zaragoza, cuando el protagonista tiene 17 años, y los segundos en Fráncfort, donde se ha trasladado a vivir, 17 años después. Entre ambas partes hay un vacío informativo que tiene su explicación: todos los personajes están en función del protagonista, Ricardo, porque el eje de la novela es la introspección. Sara, su hija Lucía, a la que casualmente encuentra en Fráncfort terminando un Erasmus, sus amigos Damián, Sabater y Abdul, principales personajes de la historia, son poco más que elementos de contraste a través de quienes el joven analiza sus reacciones racionales y emocionales. El principal de ellos es la mujer infiel, plural y promiscua, que compagina su matrimonio con varios amantes simultáneos, entre ellos Ricardo y dos de sus mejores amigos. El conflicto estalla cuando por parte de él surge un enamoramiento tan brutal que desmantela sus estrategias emocionales. El desconcierto es absoluto cuando ella le asegura que el amor es un sentimiento muy vago, además de increíblemente amplio, añadiendo que ama a su marido pero también lo ama a él, Ricardo, confesándole que sin embargo no está enamorada. “Sentir amor y enamorarse es lo mismo”, insiste el muchacho. A partir de aquí estalla la situación porque el protagonista acude a denunciar el caso al marido burlado. Pasarán 17 años hasta el reencuentro con Lucía en Fráncfort, a la que recuerda de niña y de quien recibirá una noticia dramática que le hará replantearse su percepción del tiempo. Ahí es donde reside la magia de la novela, más allá de la trama, del atinado retrato de los personajes y de las consideraciones sobre el significado de la amistad y del amor. Ya se ha dicho que el verdadero eje del relato es la introspección realizada por el protagonista, que nos lleva a profundizar en el sentido de la vida, de las percepciones, de las opiniones, de los puntos de vista, de los recuerdos, de las convicciones… al relativismo, en suma, de todos los sucesos y circunstancias que rodean nuestras vidas. |
Martes, 12 de mayo de 2015 PAISAJES EN LA MEMORIA Para cualquiera que conozca la obra de Carlos Manzano, y para quien no ya le pongo sobreaviso, resulta más que evidente que sus novelas "nunca son lo que parecen". Intentemos someternos a cierto juego o experimento, que no consiste en otra cosa que en evitar echar un vistazo a la sinopsis de la solapa, y en mi caso en evitar la lectura de cuantas reseñas y titulares publicaron, en periódicos y otros medios, aquellos que fueron más diligentes que yo. Seguramente parecerá una tontería, pero adentrarnos en la lectura sin tener la más mínima idea de la historia que nos vamos a encontrar puede resultar desconcertante, intrigante quizá, divertido incluso… aunque seguramente, tal y como pensaba, no es más que una tontería. Tampoco fue buena idea, ahora que me lo planteo, decidir lapicero en mano que mi lectura iba a ser exhaustiva, analítica, de esas en las que uno intenta destripar un texto casi como si de hacer una autopsia se tratara. En primer lugar porque un vuelo en clase turista en víspera de unas vacaciones, con niños que gritan a tu alrededor, no es el ambiente más propicio para iniciar una lectura, pero también debo confesar que porque, una vez transcurridas las primeras páginas, el lapicero sobrevuela mi cabeza en un viaje a ninguna parte, imbuida en la historia y abandonado por completo mi espíritu disquisitivo e inquisitivo quizá. Si me limitase a decir que "Paisajes en la memoria" cuenta la historia de iniciación sexual entre un adolescente y una mujer mucho mayor no diría gran cosa. Cine y literatura están llenos de historias parecidas, tan antiguas y repetidas en cualquier época, seguramente incluso en la actual. Comienzo la lectura, supongamos que ignorante por completo de su argumento, y me sorprende encontrarme tal cantidad de reflexiones. Algunas de esas que tenemos necesidad de remarcar, subrayar e intentar retener aunque sea a fuerza de doblar la punta de las hojas, de esas que nos llevan a preguntarnos hacia dónde quiere dirigirnos el autor, o qué pretende obtener sacudiendo nuestra propia memoria... porque "la memoria miente, falsifica, deforma, reconstruye. La memoria no es de fiar". A veces pienso que la memoria es algo así como el "Photoshop" de nuestra vida; un filtro que la dulcifica o que la hace parecer más tormentosa y dramática de lo que en realidad fue. ¿Tiene que ser la infancia, por fuerza, aquel tiempo feliz? ¿Y la adolescencia ese tiempo de la incertidumbre, de las lealtades nosenquemodoentendidas, del despertar de los sentidos o de los sentimientos más puros? Pasado el tiempo, si tuviésemos que reconstruir el relato de nuestras vidas ¿sería fiel a la realidad?… pero ¿con qué construimos, al fin, la realidad? "Paisajes en la memoria" habla de todo eso y mucho más. De lo frágil o caprichosa que es nuestra memoria, del modo en que recordamos o queremos recordar los acontecimientos que fueron cruciales en nuestras vidas, que marcaron un antes y un después o nos despertaron de sopetón en la edad adulta. También de si somos capaces de aceptar o no la historia que otros "escribieron" sobre nosotros, el modo en que nos vieron y nos ven, absolutamente convencidos, y obcecados en ocasiones, de ser los poseedores de la única y verdadera "historia" de nuestras vidas. Tal y como le sucede a Ricardo, el joven protagonista de la novela, tendrá que ser otra persona (en este caso la hija de su antigua amante) quien nos cuente esa misma historia desde su propia memoria, tan distinta a la de él. La juventud y la madurez, la lealtad bien o mal entendida, el "sentido de la justicia" en la adolescencia, valores que no parecen haber cambiado tanto con el paso del tiempo. Tampoco otros asuntos que, lejos de tratarse de soslayo, aparecen y ocupan un lugar importante en la novela: la conciencia de clase, el deterioro de las condiciones laborales o la inmigración; la infancia transcurrida en una pequeña ciudad española frente a la realidad de los jóvenes que estudian o trabajan en cualquier ciudad europea… parte de una memoria colectiva mucho más cercana y reciente. He comenzado diciendo que cualquier novela de Carlos Manzano nunca es lo que parece… en esta ocasión tengo que agradecerle, ¿o quizá no?, que a pesar de cuanto me haya hecho indagar en mi propia memoria, e incluso pensar sobre aquello que resultaría si, por ejemplo, un día decidiese escribir un episodio mi propia existencia… al menos esta vez me he librado del desasosiego, del pánico o la angustia que puede provocar la naturaleza humana. Esta vez me quedo, simplemente, con mi propia dosis de nostalgia, con aquellos paisajes en la memoria que todos dibujamos alguna vez. Eva García Grau |
Lunes, 18 de mayo de 2015 El hombre no es más que historia, y existe en cuanto es capaz de recordar a través de su pasado, y consecuencia obvia de su propia memoria, tras una existencia que oscila entre un presente que se convierte en pasado, y ese incierto futuro como proyección de ese límite mismo que nos impone la vida, y aunque no trascribamos textualmente uno de los pensamientos del celebrado Pierre Chaunu, nos sirve para situar, inicialmente, la última propuesta narrativa de Carlos Manzano (Zaragoza, 1965), Paisajes en la memoria (2015), o mejor el relato de ese cruce de caminos que se nos antoja la juventud, y que solo vislumbramos cuando en la madurez sopesamos el tiempo que hemos perdido. Y algo de esto le ocurre a Ricardo, un adolescente de diecisiete años que, inesperadamente, se verá envuelto en una relación con una mujer que le dobla la edad y lo lleva al paroxismo de una intensa iniciación sexual de la que peor parte se llevará el joven que no comprende aun los mecanismos que rigen el amor, un sentimiento que, con su madurez, Sara le explica, «enamorarse no resulta lo mismo que sentir amor». La extensa primera parte, “Paisajes del Sur”, se desarrolla en Zaragoza, bastante explicita, contiene imágenes y situaciones de extremado erotismo y suponen para su protagonista masculino, despertar a una realidad insospechada y, fundamentalmente, un primer y brutal aprendizaje. Carlos Manzano es sociólogo de profesión y bastante/ mucho se deja notar en su texto porque ha escrito una novela de perspectivas humanas y sociológicas muy ambiciosas; de un lado la visión adolescente y casi erótica del amor desde la visión de un inexperto, y de otro, la de una mujer casada y adulta cuya contemplación no pasa de una vulgar promiscuidad sin importarle mucho el trasfondo, o su vida privada; pero que, sin embargo, servirá al joven protagonista para vivir en un intenso enamoramiento sus continuas relaciones sexuales a que se ve abocado desde la iniciativa de esta extraña y asombrosa mujer que provoca la situación inicial en su propia casa, y no parece esconder nada. La perspectiva que ofrece Manzano de la adolescencia es esa etapa de conocimiento y reconocimiento, como le ocurre al joven, de aspiraciones, de secretos y, por qué no, de insospechados flechazos, adornado todo con algo de romanticismo. Ricardo pasará pronto de la atracción al enamoramiento, aunque a lo largo de sus relaciones, eminentemente sexuales, Sara le recuerda que el amor está un poco más allá y no debe confundir su atracción con el amor de toda una vida, que es como lo siente el joven. Fría y calculadora, Sara no esconde que puede tener otras relaciones, con un indeseable como Sabater, y después, con Abdul, el moro que su amigo Damián y él mismo habían socorrido en alguna ocasión anterior. Imprudente e impulsivo frente a la visión que esta mujer tiene de su vida amorosa, un joven celoso rompe esa tensión sexual que mantiene y quiebra la fidelidad que había mantenido con ella dentro de su extraña relación; es entonces cuando decide dar un asombroso paso, entrevistarse con el marido; un hecho que romperá la armonía orquestada por esa mujer madurada, la linealidad del relato y dará pie a esa segunda parte de la novela, y que Manzano titula, “Paisajes del Norte”. Diecisiete años después, la acción se sitúa ahora en la ciudad alemana de Fráncfort, donde ya un maduro Ricardo tiene un trabajo, bien retribuido y no demasiado exigente como banquero, y finalmente ha roto con su pasado, vive en un modesto apartamento, y su vida sexual queda relegada a esporádicos encuentros con alguna compañera de trabajo; un día sorprende a dos adolescentes erasmus hablando español y parece que una de ellas le recuerda la voz de Sara, aunque no existe posibilidad alguna de una confusión, su antigua amante rondaría la cincuentena entonces. Lucía, una de ellas, se identifica y convierte en foco de atención porque el destino ha querido que esta jovencísima a quien un día conoció de niña, le justifique los años previos perdidos, y además lo ponga al día de la familia Contreras: sabrá que Sara ha muerto, y el marido vive al frente de una sus empresas, a la joven le quedan unas semanas de estancia en Alemania y tras unos esporádico encuentros que justifican la indiscutible introspección con que le narrador dota a su protagonista, acaba todo como ese proceso vivido a base de recuerdos y en los que la memoria se convierten en una episodio más de su propia historia personal, sobre todo cuando el pasado queda relegado finalmente. Y la realidad misma se convierte para él en un problema; o tal vez, son esas ideas acerca de la realidad las que le crean el problema, y solo cuando la afronta, de vuelta a Zaragoza, y dispuesto a coger un autobús a Guadalajara, entonces logrará comprender que puede empezar a vivir el momento. Pedro M. Domene |
PAISAJES EN LA MEMORIA Conocí a Carlos Manzano en torno a la gran novela de José María Latorre “El silencio”, que él había contribuido a rescatar y a lanzar en una nueva edición. Para quien no conozca el citado libro de Latorre le recomiendo, sinceramente, que lo busque (desde luego, se halla disponible en edición digital). En él, un hombre que acaba de ver morir a su gran amor se lanza con la mayor desesperación del mundo a descifrar el misterio de si realmente existe algo después de esta vida, y como cualquiera puede imaginar, no importa la trama, el nudo, el desenlace o que el final sea más o menos sorpresivo (esos elementos accesorios pero que en nuestro panorama narrativo actual, edificado en exclusiva sobre el efecto abracadabra de las últimas páginas, se han transformado en indispensables).Es, “El silencio”, un magnífico libro, un apabullante libro en torno a la verdad desnuda y sin adornos, y su lectura me hizo admirar al hombre que me lo había descubierto por su gusto literario y por su compromiso con él. Ahora Carlos Manzano nos presenta su quinta novela, tras haber publicado hace poco más de un año el libro de cuentos —algunos de ellos impactantes hasta el escalofrío— “Estrategias de supervivencia”. “Paisajes en la memoria” se llama esta quinta novela, tiene como tema el que indica el título: la memoria, planteada como un problema entre lo que recordamos y lo que realmente ocurrió, sobre por qué olvidamos unas cosas o las recordamos distorsionadas y otras, en cambio, no se nos van de la memoria, ¿hay en ello algún criterio selectivo, alguna voluntad o es otra circunstancia del azar? Otras preguntas pueden seguir surgiendo al hilo del tema, y ciertamente Manzano vuelve la vista hacia todas ellas: ¿Cuánto hay de invención, por ejemplo, en lo que recordamos?; esas imágenes que nos parecen reflejar “lo que ocurrió”, ¿no están “contaminadas” o “edulcoradas” por el prejuicio social o lo políticamente correcto? El argumento de la novela es el siguiente: el protagonista conoce a una mujer, de la que se hace amante, y con que vive una intensa época. Luego han de separarse y, muchos años después, a la noticia de su muerte, de pronto descubre que sus recuerdos, tan vívidos, no son exactos. En lo objetivo: no concuerdan fechas; en lo subjetivo: confrontados con los de otros, sus recuerdos se demuestran falseados… Esta constatación por parte del protagonista de que todo, en fin, fluye, cambia y nada es ni ha sido ni será seguro le sume en un estado cercano a la angustia: “¿Pero es que fuimos algo alguna vez? Es más, ¿pero es que incluso ahora podemos decir que somos algo? ¿Qué significa de verdad ser […]? ¿Acaso lo que estamos haciendo no es más que describir sucintamente el lugar donde estamos en este momento, el espacio (físico, emocional, sentimental) que ocupamos en cada preciso instante?”. Lean “Paisajes en la memoria”, se lo recomiendo muy sinceramente (Y si quieren seguir incursionando por la obra de Manzano, seguro que la apreciarán). No es un libro que vaya a llevar al lector de aventura en aventura hasta la traca final, ni es, por supuesto, un libro, como ahora se encarecen, “que se lea de un tirón” (por fortuna, pues si no se lee de un tirón es porque el lector cada cierto tiempo apartará la vista de las páginas para reflexionar en si es de aplicación a él y a su vida lo que acaba de leer, o sorprendido porque lo que acaba de encontrar escrito es lo que él pensaba, justo eso mismo, desde hacia tiempo). “Paisajes en la memoria” es un libro para lectores reflexivos y sin prisas, una novela que podría calificarse con toda justicia como “intelectual”, sin el menor ánimo peyorativo, sino todo lo contrario: un libro pensado para lectores que piensan. Miguel Baquero |
Paisajes en la memoria, de Carlos Manzano De Carlos Manzano (Zaragoza, 1965) lo primero que debe decirse es que es un apasionado por la literatura, y como prueba de ello la revista Narrativas que dirige desde hace años y da cuenta de todo lo que se publica en el país, incorpora ensayos literarios y relatos. Ha publicado el escritor aragonés las novelas Las fuentes del Nilo, Fósforos en manos de unos niños, Vivir para nada, Sombras de lo cotidiano, Lo que fue de nosotros y El silencio resquebrajado. En Estrategias de supervivencia reunió alguno de sus relatos más inquietantes y perturbadores. Paisajes en la memoria (La Fragua del Trovador, 2015), su última novela, se estructura en dos partes bien delimitadas y separadas temporal y geográficamente: Paisajes del sur, más sensual, como corresponde a esa zona corporal y no sólo geográfica, y Paisajes del norte, más cerebral y distante, con el hilo conductor de la selectividad de la memoria, lo traicionera que es ésta y cómo muta o se disuelve a través del tiempo. La primera parte transcurre durante la larga noche del franquismo, entre tres amigos que comparten una ideología próxima al marxismo y actúan en la clandestinidad, y se centra en la iniciación sexual del adolescente protagonista y narrador que tiene la suerte de convertirse en el capricho de una mujer madura que le dobla en edad. Se queja a menudo de sus caderas, de la grasa que no para de acumularse en sus muslos, de esa barriga de la que no ha logrado deshacerse tras su embarazo, de sus arrugas todavía incipientes pero cada vez más incontestables, de la lenta degradación de sus carnes, del comienzo del declive. Pero para el adolescente que disfruta de su cuerpo maduro y sabio esa descripción autocrítica no le pesa. La relación entre el inexperto Ricardo y Sara, la Sra. Robinson con la que soñaban todos los adolescentes de la época que se identificaban con el protagonista de El graduado, será todo menos apacible, porque la promiscuidad sexual de la mujer, casada, con una hija de corta edad y un matrimonio abierto, que tiene relaciones con los amigos de Ricardo (Sabater, un putero que alardea de un sinfín de relaciones sexuales, o el magrebí Abdul), lo lleva hasta la sima de los celos. La epifanía sexual preside esos paisajes del sur cuyas páginas son fogonazos de erotismo en las que se multiplican esos encuentros entre las sábanas, cada vez más placenteros: a esa edad todo se magnifica. Esta primera parte del libro está marcada por la mitificación sexual del adolescente protagonista para el que Sara es una sacerdotisa del sexo con unos atributos físicos extraordinarios. Me gusta cómo me haces el cunnilingus, me dice, pareces un perrillo que intenta beber agua en una charca. Pero me gusta, tienes una lengua poderosa y reconfortante que sabe agradar a una mujer. La segunda parte de la novela, muchos años atrás, arranca con el reencuentro fortuito con Lucía, la hija de Sara, a la que reconoce el narrador protagonista en una terraza de Alemania porque su voz le recuerda a la de su antigua amante. En este bloque narrativo, Paisajes del norte, el escenario es Alemania y todo es más cerebral y distante: el narrador ha madurado. Y cuando hable con la hija de su madre, en un intento de recuperar su fantasma, de la relación que mantuvo con él cuando ella era pequeña, se dará cuenta el protagonista de la relatividad de todo, de que incluso aquella mujer que le marcó la adolescencia y fue su maestra en el arte del amor quizá no era quien él quería que fuera y ello le obliga a reconstruirla en su memoria. No es más que un recuerdo, y como todos los recuerdos, una simple reconstrucción de mi mente. Eso es lo único de lo que puedo estar seguro. Las descripciones de Carlos Manzano son precisas. Lo primero que llama la atención nada más verlo era su aspecto, no tanto por su vestimenta desaliñada y sucia, que presagiaba un olor corporal poco resistible, sino por su rostro prematuramente curtido, su sonrisa inmutable, sus ojillos de comadreja y su desmesurada forma de gesticular. Es preciso el autor, incluso, en las posturas de sus personajes, porque con la posición de sus miembros también se dice mucho de ellos y de sus actitudes. Tiene la pierna derecha flexionada, recogida tras su brazo derecho, con el talón apoyado justo en el borde del asiento; la otra pierna, la izquierda, la ha dejado con suavidad en el suelo, unida al mundo solo por los dedos de los pies, por la punta de los dedos. Y hay axiomas demoledores: Un hijo es uno de los amarres más tiránicos a que se puede anclar el ser humano. Todo es relativo, viene a decir Carlos Manzano, incluso esos grandes amores que nos obnubilaron en nuestra juventud y que desde la distancia observamos con otra mirada, más fría y racional, que los despoja del aura sacra que tuvieron. Quedémonos entonces con la nostalgia, me dije, con la memoria de lo verdaderamente digno de recordarse, con eso es más que suficiente. Así es que la última novela de este narrador potente y profundo que es Carlos Manzano deja al lector un poso triste y amargo y le hace recapacitar, sin duda alguna, sobre sus propias experiencias. De sobras es sabido que si consiguiésemos modificar el pasado lo único que conseguiríamos es dinamitar el presente, llevar el cosmos entero al caos, desvirtuar el binomio espacio-tiempo. No podía haberse llamado la novela de Carlos Manzano de otra forma que no fuera Paisajes en la memoria. José Luis Muñoz |
DE LIBROS Y LECTURASPAISAJES EN LA MEMORIA - Carlos Manzano Hoy toca el turno a la novela Paisajes en la memoria, la quinta novela de Carlos Manzano. Una novela dividida en dos partes distintas, delimitadas por el espacio y el tiempo. La primera parte la ha titulado Paisajes del sur y la segunda Paisajes del norte. Cada una de ellas hace referencia a una época de la vida del protagonista, Ricardo. El sur, la juventud, el ardor del adolescente, el nacimiento de la sexualidad, el descubrimiento del amor de la mano de una mujer mucho mayor que él. Y la segunda, el norte, la madurez, el recuerdo de lo vivido, el pasado y la memoria. El protagonista, Ricardo, es un chaval de diecisiete años que está creciendo y conociendo un poco de la vida en compañía de su amigo Damián y de un hombre, mayor que ellos, que les va explicando otros aspectos que ellos, a esa edad, no son capaces de contemplar. A través de este hombre, Sabater, conoce a Sara, una mujer que le dobla la edad y que le introduce en la vida sexual. Sara se convierte en un sueño, en el mito que todo adolescente tiene de una mujer en su plena madurez. Sara es una mujer fría, casada, pero con diversos amantes, entre ellos el mismo Sabater y otro amigo, Abdul, de quien también está encaprichada. Esta primera parte está cargada de erotismo y reflexiones sobre el amor, el enamoramiento y las relaciones humanas. Relaciones que mantiene Sara, pero difíciles de comprender para Ricardo. Y por eso mismo, por esa incomprensión, Ricardo tensa el hilo hasta el punto de romperlo. La segunda parte, Paisajes del norte, menos extensa que la primera, nos lleva al presente, a la ciudad de Francfort, donde Ricardo vive. Sara es sólo un recuerdo lejano hasta que un encuentro casual con su hija, a la que reconoce en una terraza, le hará hablar con ella, recuperar los fantasmas del pasado, la dolorosa ruptura de su relación con Sara y enfrentarse a la verdad que él desconocía. Paisajes de la memoria es una novela psicológicamente intensa. Con personajes definidos. Descripciones precisas que te sitúan en la acción del momento. La memoria como punto de partida y final de muchos de nuestros actos. Cómo la modificamos, la contaminamos sin querer o la falseamos como salvaguarda de lo que no nos gusta. Es una novela reflexiva, introspectiva, de lectura tranquila, de prosa pulida y trabajada que se centra en la caracterización de los personajes, sus pensamientos y sentimientos y, por supuesto, lo relativa que es la memoria de nuestra propia vida. Elena Casero |
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