CARLOS MANZANO |
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Reseñas – MONSTRUOS AMAESTRADOS |
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MONSTRUOS AMAESTRADOS, Carlos Manzano Bohodón Ediciones 1ª edición: 2022 Revista Quimera, n.º 463-464 Carlos Manzano (Zaragoza, 1965) es uno de esos narradores de raza que siguen adelante contra viento y marea, ajenos a las modas y fieles a sus propios intereses: autor de tres libros de relatos, ha colaborado en un buen número de libros colectivos y acaba de publicar la que es su séptima novela: Monstruos amaestrados (Bohodón Ediciones), en la que da una vuelta de tuerca al tema del doble. Una obra que quedó finalista en la segunda edición del Premio Alféizar de Novela. ¿Existe en alguna parte, como afirma la leyenda, un ser idéntico a nosotros? Y si es así, ¿qué ocurriría si nos encontráramos con él? El tema ha sido tratado por el cine y la literatura en múltiples ocasiones. El referente más claro del libro que nos ocupa quizá se encuentre en El doble, de Fiodor Dostoievski; pero si en ese caso la réplica del funcionario Goliadkin era un ser con un innegable don de gente, moralmente cuestionable, que servía para denunciar una sociedad jerarquizada, en Monstruos amaestrados el protagonista se encuentra con un doble mezquino y malvado, algo así como si el doctor Jekyll pudiera un día sentarse cara a cara con Mr. Hyde y confrontar sus diferentes visiones del mundo. En otro famoso libro sobre el doble, El hombre duplicado, de José Saramago, la cuestión se centra sobre todo en la identidad. A diferencia de ellas, Carlos Manzano actualiza el mito y se interesa más por reflexionar sobre lo que nos hace humanos, sobre la crueldad y la civilización. Borges, en su libro Los seres imaginarios, habla de la figura del doble y cuenta que, en las diferentes tradiciones, encontrarse con uno mismo es un mal augurio. José Ovejero, en su libro La ética de la crueldad, dice que "las personas a las que más odiamos son aquellas que se nos parecen". Y puede aplicarse perfectamente a la historia que nos cuenta Monstruos amaestrados. El protagonista, Gabriel Bisimbre, se encuentra un día en la calle con un hombre que es idéntico a él, lo cual le desconcierta; y su desazón aumenta cuando vuelve a encontrárselo en una sala de cine. Finalmente, entablarán contacto y cada uno hablará al otro sobre su vida. A partir de este momento, la peripecia de Gabriel, un hombre austero y con un estricto sentido de la justicia, se alternará con capítulos en los que su doble le irá desvelando su naturaleza delictiva y amoral. En un principio, pese a tener el mismo aspecto, ambos hombres se muestran radicalmente distinto. Gabriel Bisimbre, que ve en la posesión de un coche un signo de ostentación perfectamente prescindible y su doble, un ser vil que perseguirá la riqueza y el placer sin ningún tipo de remordimiento. Sin embargo, la pregunta que se nos plantea quizá sea si, en un momento dado, podría darse el caso de que no fueran tan diferentes como pudiera parecer. En el libro de Carlos Manzano podemos leer: "Somos animales frustrados y derrotados, eso es en lo que nos hemos convertido: en monstruos amaestrados". ¿Es la convención social la que encorseta nuestra verdadera naturaleza? ¿Lo que identificamos como bondad, no será simple cobardía a dejarnos llevar por nuestros instintos más ocultos? El doble actúa en este caso como el reverso del protagonista, el espejo deformante de su naturaleza reprimida. Gabriel Bisimbre va cayendo irremisiblemente hacia un destino que le obligará a admitir sus debilidades, la fragilidad de sus convicciones, mientras su doble narra con indiferencia los más despreciables actos. Los dos relatos, en capítulos alternos, y siempre en primera persona, dejan claro las diferentes formas de pensar y actuar de esos dos gemelos de la casualidad. Monstruos amaestrados se lee con interés y su prosa convierte la experiencia lectora en un disfrute frenético. La tensión se mantiene como si se tratase de una novela de intriga, mientras nos va planteando distintos dilemas éticos que actúan como cargas de profundidad. Carlos Manzano despliega en este nuevo libro toda su maestría narrativa y nos ofrece una obra de hondo calado, con sus momentos desasosegantes y su tensión creciente. No se lo pierdan. © Miguel Sanfeliú |
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LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO Viernes, 5 de agosto de 2022 Es, sin lugar a
dudas, Carlos Manzano uno de los narradores más interesantes de este país,
alguien que no decepciona jamás en ninguna de sus obras impregnadas de buena
literatura y reflexión. Es de esos escritores que se toma el oficio de
escribir con seriedad monástica. Sus libros, exquisitamente escritos, tienen
la virtud de zarandearnos con sus dudas morales o metafísicas. El zaragozano
nacido en 1965 ha publicado las novelas Vivir para nada, Sombras de
lo cotidiano, Lo que fue de nosotros, Paisajes en la memoria,
La azarosa y enigmática vida de Idaira Badiero
y El silencio resquebrajado, así como los libros de relatos Estrategias
de supervivencia, Lánguidos sueños y Hubo un tiempo en que lo
fui todo. En Monstruos
amaestrados, finalista del premio de Alféizar de novela que publica con
enorme acierto la madrileña Bohodón Ediciones,
aborda el autor el tema del doble y lo hace a partir de una serie de
reflexiones morales que se hace su protagonista, Gabriel Bisimbre,
al que la vida le da un fuerte revés (pierde el trabajo y a su mujer al mismo
tiempo) cuando, casualmente, encuentra su doble físico que pone en cuestión
todos los principios que han sustentado su vida anodina y gris. En esta versión de Dr.
Jekyll y Mr. Hyde, el mal se presenta como algo seductoramente apetecible y
Carlos Manzano introduce agudas reflexiones sobre la animalidad del ser
humano —Cuando domésticas a la fiera, en realidad le estás robando su
idiosincrasia, su forma de ser; creas un animalillo simpático, dócil y
amable, pero desnaturalizado— y su relación con la naturaleza que no
tiene nada de idílica —En fin, podría encontrar cientos de ejemplos
parecidos, pero lo que quiero que veas es que la naturaleza está muy lejos, a
años luz incluso, de esa visión idílica, casi diría que ridícula, con la que
algunos ingenuos pretenden que la identifiquemos, vendiéndonos como un
paraíso de armonía lo que no es más que lucha feroz por la propia
supervivencia. No creo equivocarme
si digo que Monstruos amaestrados es un ensayo novelado en el que
Carlos Manzano expone todas sus dudas e inquietudes en esas conversaciones
que el desdichado y mediocre Gabriel Bisimbre tiene
con su doble. Piensa dónde estás ahora y dónde estarías de haber seguido tus
instintos. El doble, como el
narrador de Lunas de hiel, la excelente
novela de Pascal Bruckner que luego se convirtió en una de las mejores
películas de Roman Polanski, seduce con con la narración de sus vivencias amorales al
protagonista: Fue una época que recuerdo con inmenso placer, un tiempo que
exprimí hasta sus últimas consecuencias y que me permitió vivir al límite de
casi todo. Ese otro yo es un canalla que triunfa en la vida por su falta
de escrúpulos, explotando a mujeres para prostituirlas: Necesitaba ganar
kilos con rapidez, la extrema delgadez de sus miembros y la protuberancia de
sus huesos desmotivaría a los futuros clientes y, lo que es peor, le
impediría exigir un precio razonable por sus servicios. Y sin olvidar la
corrupción política: Y si de lo que se trata es de acceder a determinadas
licitaciones públicas, lo mejor son las donaciones a los partidos. Como sucediera en El
sirviente de Joseph Losey, ese extraño doble
termina fagocitando la existencia de su protagonista hasta el punto de hacerse
con su casa y convertirse en un okupa muy especial: Sé que esto que voy a
decir quizás suene despreciable y sucio, pero el único consuelo que obtenía
de aquellas visitas eran sus gemidos y las risas entrecortadas que,
traspasando las estrechas paredes de la habitación, tenían la virtud de
convertir el anodino ambiente de mi casa en puro entusiasmo, o lo que es lo
mismo, en ganas de vivir. Bisimbre sacia sus
deseos por persona interpuesta. Y Carlos Manzano no desvela si ese doble es
real o sencillamente es lo que habría querido ser el protagonista, de no
existir esas ataduras morales, y actuar como un nietzschiano,
por encima del bien y del mal: Durante todo el tiempo que duró aquel
encuentro, ni por un segundo dejé de tener la sensación de que quien estaba
frente a mí era yo mismo, de que aquel rostro idéntico al mío que me hablaba
con total falta de escrúpulos y sin un ápice de sentimientos no era mi copia
ni una falsa reproducción mía, un burdo duplicado barato y sin firma, sino mi
propio yo multiplicado. También tiene un
espacio privilegiado en la novela las disquisiciones sobre la llamada erótica
del poder: ¿Sabes cuál es el instante de placer más intenso que he llegado
a sentir en toda mi vida? No, no es lo que tú piensas. El sexo es placentero,
sin duda, y lo es más cuando más lo llevas a sus límites. Pero no va por ahí
la cosa. Es algo mucho más simple que todo eso: el mayor placer te lo provoca
el ejercicio sin límites del poder, el poder absoluto, quiero decir, como,
por ejemplo, tener la vida de otra persona por completo en tus manos.
Convertirte en el único dueño de su vida. Monstruos amaestrados es quizás la novela más reflexiva de Carlos
Manzano, libro breve que conviene leer atentamente para apreciar todo lo que
en él se dice, un tratado sobre ese mal que permea la sociedad, que es
sistémico desde el nacimiento del ser humano, y está detrás de todo triunfo
social, como agudamente describió Honoré de Balzac con su frase lapidaria Detrás
de toda gran fortuna siempre hay un delito. Los poderosos dictan leyes,
para controlar el rebaño, que son los primeros en incumplir como vemos a
diario. He disfrutado y he gozado en mis propias carnes de placeres
reservados solo a los más valientes, a los más osados, a los auténticamente
privilegiados. Y te diré una cosa de la que, a día de hoy, no tengo la más
mínima duda: solo lo intenso es verdadero, de igual manera que solo lo
efímero es real. La eternidad no existe. Venimos del reino animal,
y animales somos pese a nuestros ropajes y esas reglas sociales que nos hemos
impuesto para convivir. El miedo al castigo nos hace caminar rectos, pero la
fiera sigue dentro nuestro y se suelta en los fascismos: Somos animales
frustrados y derrotados, eso es en lo que nos hemos convertido: en monstruos
amaestrados. © José Luis Muñoz |
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“MONSTRUOS AMAESTRADOS”, DE CARLOS MANZANO El infierno ya no son los demás sábado, 3 de septiembre de 2022 Según un reciente estudio
realizado por investigadores españoles las personas que guardan un
considerable parecido físico no solo poseen una cadena de ADN similar, sino
que también, lo que se antoja más inquietante, tienden a coincidir en
determinados hábitos y comportamientos, que incluyen desde el nivel de
educación alcanzado hasta la propensión a desarrollar adicciones. Resultaría
curioso que a estas alturas la ciencia pudiera estar aportando su grano de
arena a un asunto que en el campo de la literatura ha dado, y sigue dando,
tan buenos resultados a la hora de arrojar algo de luz sobre la condición
humana y sus claroscuros. Con precedentes tan memorables como los de Poe o
Dostoievski, Carlos Manzano se atreve a recuperar la figura del doppelgänger en su última novela, “Monstruos
amaestrados” (Bohodón Ediciones, 2022). Y lo hace
articulando una lúcida reflexión, más explícita quizás que las de sus
antecesores, que acerca su texto al ensayo filosófico y lo constituye casi
como un tratado sobre la cuestión subyacente al tema: el ser humano
enfrentado a sus demonios personales y la propia identidad como construcción
artificial y precaria. Gabriel, el narrador
de “Monstruos amaestrados”, es un hombre corriente, con una vida de lo más
gris, que un buen día ve por la calle a otro hombre que se le asemeja
físicamente en todo. Es su calco más perfecto. Obsesionado con esa visión que
él mismo define como “un repentino deslumbramiento”, volverá a encontrarse
con su doble en más ocasiones y finalmente será el otro el que dé el primer paso
para iniciar una conversación que habrá de tener para Gabriel consecuencias
imprevisibles. A partir de ahí, la novela desarrollará en paralelo la
narración de la vida del doble –cargada de crímenes y miserias morales
varias– conforme este la va relatando al protagonista, con el proceso de
cambio sufrido por Gabriel, proceso que parece influido, si bien no de manera
directa, por la aparición de tan perturbador personaje. Si el doble de
“William Wilson”, en el relato de Poe, constituía una encarnación de su
propia conciencia inflexible y castradora, y si en “El doble”, la novela de
Dostoievski, el funcionario Goliadkin encontraba en
su sosias una versión tan idealizada y triunfadora de él mismo que
inevitablemente había de alimentar sus inseguridades y paranoias, el doble de
“Monstruos amaestrados” representa lo abyecto y pérfido que el protagonista
en principio rechaza. Siendo la personificación de aquello que de manera
instintiva tanto le repele, su doble se le aparece como una versión negativa
de su yo, un Mr. Hyde que no se nos descubre como reverso tenebroso por medio
de su monstruosidad física sino que resulta más perturbador en cuanto a que
comparte nuestros mismos rasgos, y por tanto actúa no como espejo deformante
sino como reflejo fiel y veraz de nuestra propia imagen, aquella que por
conveniencia nos negamos a ver. Gabriel se describe
como un hombre de buenas intenciones, aparentemente sin dobleces, necesitado
de justificarse cada dos por tres, incluso ante el lector, y que rehúsa
imponerse hasta el punto de caer en la pusilanimidad y dejar que se
aprovechen de él. Su doble, por el contrario, es un sociópata carente de
escrúpulos que ha dedicado toda su vida a perseguir la satisfacción de sus
apetencias más primarias y a amasar tanto poder y riqueza como le ha sido
posible, y para el cual “La civilización representa en realidad la renuncia a
todos esos mecanismos que nos permitieron avanzar en nuestra primera etapa
evolutiva”. Esta suerte de superhombre nietzscheano, admirador del Marqués de
Sade, que desprecia abiertamente toda norma moral o social, se explaya
narrando a Gabriel los pormenores más sórdidos de su biografía y desplegando
de paso los argumentos de una filosofía vital ante la que el protagonista no
puede menos que sentirse escandalizado y fascinado a partes iguales. Según su explicación: “Cuando domesticas a
la fiera en realidad le estás robando su idiosincrasia, su forma de ser;
creas un animalillo simpático, dócil y amable, pero desnaturalizado. Pues eso
ha acabado pasando con el ser humano: de tanto forzarlo a renunciar a sus
deseos, a sus pretensiones, a sus apetencias, incluso a sus caprichos más
descarados, al final hemos acabado por crear a un ser dominado por sus
neuras, sus miedos, sus inseguridades, sus complejos y carencias y, por
tanto, vencido por cientos de miles de frustraciones. Somos animales
frustrados y derrotados, eso es en lo que nos hemos convertido: en monstruos
amaestrados”. Y poco después: “Solo fuera de
cualquier riesgo de reprobación social, investido de total impunidad, el yo
verdadero renace auténticamente libre, emancipado de viejas ataduras morales,
de pactos impuestos por otros y asumidos sin la más mínima reflexión crítica. Por el contrario, el
hombre moderno reniega continuamente de sus deseos, rechaza sus vicios,
esconde sus inclinaciones. El hombre moderno se niega a sí mismo, se
acompleja, se inhibe, se ofusca, se subsume a la masa. El hombre moderno es
incapaz de realizarse, se pasa la vida anulándose como individuo, rechazando
aquello que anhela en lo más profundo de su ser”. Es inevitable que el
encuentro venga a sacudir la existencia de Gabriel y a poner en duda todo el
sistema de creencias que ha regido hasta el momento su día a día. Ya desde el
principio comenzará a ver su entorno como un escenario de falsas apariencias
–“Somos máscaras de nosotros mismo, […] mera fachada, simple representación
para otros”– donde los demás solo “nos interesan en la medida en que nos
ofrecen el reflejo de lo que somos. Lo que hay dentro de cada uno de ellos,
su verdadero contenido, apenas nos preocupa”. Y frente al doble experimentará
tal sensación de malestar y vértigo que llegará a decir: “estar obligado a
contemplar continuamente una imagen de ti mismo con la que no te identificas
es algo que de ninguna manera recomendaría a nadie”. Después de sacrificar
su puesto de trabajo en un gesto altruista que certifica su bondad, su
condición de monstruo bien amaestrado incluso más allá de la norma, Gabriel
descubre lo cómodo que se encuentra en su nueva situación. Totalmente libre
de obligaciones, y desinteresado de un matrimonio que hace aguas, se entrega
al autoabandono que habrá de llevarlo a claudicar
y, en definitiva, a acercarse a su yo no domesticado: “mi vida se mecía en
una placidez tan absoluta que ni siquiera se me ocurrió pensar que fuera el
augurio de algo terrible, la antesala de un terremoto devastador”. Al final, cabe la
posibilidad de que el doble, ese monstruo sin amaestrar, no represente tanto
el modo en que lo ven los demás, como Gabriel parece temer en un principio,
sino el modo en que él mismo se ve a través de los ojos de los demás, o a
través de la lente deformante de su propia conciencia moral hipertrofiada. E
independientemente de la gravedad de sus actos, lo que quedará será una duda
angustiosa acerca de sí mismo de la que intuimos ya no podrá librarse nunca.
La misma duda que el lector, tras volver la última página, compartirá con él. “Monstruos
amaestrados” no es solo una novela notable. Es también la prueba de que nunca
hay que dar por agotado ningún tema ni figura literaria, y de que el hecho de
que haya sido abordado antes por grandes nombres no debe coartarnos a la hora
de reutilizarlo mientras tengamos un punto de vista propio e ideas que
aportar. Y Carlos Manzano desde luego las tiene. Un libro acerca del infierno
que a veces te espera cuando te ves forzado a mirarte sin filtros, o de lo
que pasa cuando los ojos del abismo que te devuelve la mirada son los tuyos. © Jerónimo García Tomás |
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