El silencio resquebrajado de Antonio Usón
No te puedes perder el silencio resquebrajado de
Carlos Manzano.
Una lectura que te atrapa desde la primera hoja
(electrónica), de una forma natural, huidiza y
silenciosa.
No hablamos de una novela de misterio,
y aunque está muy clara la motivación del
protagonista que busca una escapatoria social que le
dejé en paz con unos recuerdos que ha olvidado, sí
que tiene tintes de suspense en el que un personaje,
Antonio Usón está perfectamente decidido en su línea
de acción y observamos como su silencio queda
interrumpido desde el segundo capítulo.
Una acción que parece venir, al igual que el
espectador en la ventana indiscreta en la película
de Hitchcock, por la observación cotilla de la única
casa vecina y así Antonio se ve atrapado entre sus
Sonatas de música clásica y su anhelada soledad en
un quiero y no puedo.
Y esa interacción lleva a Antonio Usón por
derroteros vitales en el que se va sucediendo la
línea argumental con un final igual de resquebrajado
que su título, igual que la propia vida.
Un silencio que en parte se nutre del propio
silencio, de la misma atmósfera, de José María
Latorre, un autor y una obra imprescindible para
Carlos.
La obra contiene su propia banda sonora,
para esto el autor ha sido muy cuidadoso, que a mí
me invitaba a soñar con mansiones victorianas, sin
embargo nada más lejos de la realidad, un caserón
conectado a internet como única forma de relación
social y unos vecinos ruidosamente emocionales en
vez de monstruitos de los páramos.
Así con todos estos ingredientes es un placer ir
leyendo las aventuras de Natalia, su hijo Luis y el
padre Jesús Brun.
"Otra de las referencias musicales presentes
en mi novela ‘El silencio resquebrajado’ es la
Sinfonía nº 2 de Mahler. Y esto es lo que dice
el protagonista, Antonio Usón (que no yo,
obviamente), sobre la misma: “Ya en casa
continuaba sin poder concentrarme en la lectura
—la mente es mucho más difícil de domesticar de
lo que nos gustaría, el incidente que había
quebrado la hasta entonces inmensa mansedumbre
de mis días se había incrustado en mi cabeza con
la profundidad de un berbiquí—, así que preferí
poner un cedé en mi equipo de música (en este
caso escogí la sinfonía nº 2 de Mahler, una obra
que en vez de llevarme por los metafísicos
vericuetos de la resurrección, como indica su
título, a mí siempre me ha sugerido más bien la
eclosión primigenia de los planetas, una
explosión cósmica o la inmensa magnitud del
universo en continuo cambio, mira por dónde)
para ayudar a que mi mente volara fuera de mí y
de mis espurios asuntos vecinales y pudiera
reintegrarme cuanto antes a la cotidiana
solemnidad de mi existencia.”
Carlos Manzano
Esta novela fue una de las finalistas del
VIII Premio Onuba de Novela, convocado en 2012.
Emilio Gil
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El
silencio resquebrajado
En ocasiones me he
preguntado qué es exactamente lo que proporciona a una novela esa
capacidad de atraer al lector desde la primera hasta la última de
sus páginas; supongo que no se trata de una pregunta banal, ya que
algunas novelas las devoramos con devoción, mientras que otras se
enquistan, hasta el punto de hacernos sentir que estamos fuera, en
un mundo paralelo, que nada tiene que ver con el universo pletórico
de resonancias y espejos que solemos atravesar sin que ni siquiera
se nos hayan ofrecido los trucos, las claves cabalísticas que nos
permitan descifrarlo. En realidad, es la propia peripecia o la
fuerza narrativa de los personajes lo que nos predispone a leerla, a
creernos el universo ficcional que se abre ante nosotros, a penetrar
en el laberinto con los ojos abiertos, con el deseo averiguar qué
sucede, qué grado de verosimilitud se aproxima a nosotros, ya que,
recordemos, una novela nos atrae en cuanto nos sentimos
involucrados, en cuanto extraemos de ella, una verdad clarividente
de lo que pudo haber sido en un tiempo ajeno a la realidad, pero tan
afín a ella, que se difuminan las fronteras.
Lo que le sucede al lector de El silencio resquebrajado es que
enseguida confraterniza con el protagonista, un personaje que,
llegado a un punto de su vida, decide recluirse en un entorno
idílico, un espacio hecho a imagen y semejanza de sus sueños, una
bella burbuja artificial, donde el afuera se queda sin palabras y el
adentro, las emociones más inocuas e incólumes, afloran gracias a un
espacio medido a conciencia, donde tiene cabida el arte con
mayúsculas: la música, la literatura, el cine; microcosmos capaces
de silenciar lo que un día vivimos, o sufrimos, esas experiencias
que forjaron nuestra personalidad y crearon una especie de película,
una piel dura, camaleónica, una máscara protectora que borre las
pronunciadas arrugas que han marcado nuestra existencia.. Lo cierto
es que nada mejor que un entorno idílico, alejado del mundo, donde
nadie nos moleste o quiebre esa seguridad ilusoria.
Sin embargo, lo que provoca la peripecia narrativa es siempre una
catarsis, una situación incómoda, disonante, que penetra en ese
mundo hermético en apariencia y abre una brecha, provocando que los
acontecimientos se disparen hacia otros lugares recónditos, adonde
el personaje nunca hubiera soñado dirigirse. Y mucho menos Antonio,
que cree haber cerrado la puerta a las sorpresas traicioneras de la
vida y no espera que los inquilinos con los que va a toparse le
ofrezcan un cáliz agridulce de experiencias enmarañadas, tristes y
resquebrajadas que ahondan en su propio yo hasta extraer de lo más
recóndito de su alma, aquellas experiencias hirientes que formaron,
en un tiempo remoto, el caldo de cultivo de su hermética alma.
Cada personaje con el que el que se encuentra va resquebrajando un
poco más el silencio que él mismo se había impuesto. Son personajes
acotados por obsesiones íntimas: un joven, que anhela vivir al
límite, que apenas huele la libertad, se lanza en una carrera
contrarreloj, sin importarle lo que digan de él las personas que
hasta ahora lo han tenido en una mágica, pero irreal torre de marfil
que nada tiene que ver con su mundo, porque ha sido estrangulada de
antemano por quienes apelan a su vuelta a la cordura; unos padres,
cada uno en un polo extremo del desencanto, vapuleados por las
circunstancias y engañados por ese mundo de convencionalismos que
ellos mismos intentan romper, viviendo una especie de segunda
juventud, ajenos a la realidad, enredados en un sedal que estira de
ellos hacia el extrarradio de sus vidas, separándolos cada vez un
poco más y sin que exista la posibilidad de diálogo o consenso.
Antonio, el protagonista, asiste, al principio, a esas veleidades
desde la cómoda postura del voyeur, un personaje que observa y
analiza lo que sucede a su alrededor, sin ninguna pretensión; sin
embargo, esa curiosidad innata y afín a las personas, lo aproxima
amenazadoramente al mundo exterior, rompe la burbuja de protección y
le obliga a inmiscuirse dolorosamente en sus vidas, a sentir sus
latigazos hasta que estos violan esa pacífica solitud, enmarañando
su cotidianidad, ensuciándola, impidiéndole leer, escuchar música,
solazarse en esos placeres minúsculos, pero gratificantes.
Una vez más, la realidad supera a la ficción, una vez más el ser
humano tropieza con sus propios errores; errores, heridas que quiso
fulminar, volatilizar en el aire, pero que regresan, aparecen de
pronto, se enmarañan hasta tal punto que no nos queda más remedio
que volver a sentirlos peligrosamente.
Carlos Manzano vuelve a enfrentarnos al ser humano que somos cada
uno de nosotros, seres pequeños e insignificantes, magnificados por
nuestras convicciones, a los que el destino vapulea, y sin embargo
continuamos ahí, intentando seguir el rumbo que nos hemos forjado,
intentando que el silencio de nuestros corazones no se llene de
errores, de promesas y sueños incumplidos, de caminos
infranqueables. Al final, una vez más, son ellos mismos, al igual
que nosotros, los que deben coger el timón, quienes deben decidir
qué es correcto, qué bifurcación del camino los conducirá al
infierno y cuál los solazará y los hará sentir que aún y pese a las
dudas o frustraciones siguen siendo seres humanos.
Mari
Carmen Moreno
http://elarlequindehielo.obolog.com/ |
14 de noviembre de 2021
Hay quien puede escapar libremente de los fantasmas de su vida y hay
quien lo logra de una forma tan fluida que pareciera que el destino
alfombrara el devenir para premiarle, o. quizá confirmarle, con la
obtención del premio merecido, después de haber expiado cualquier
culpa o haber superado (o escondido bajo sa alfombra) cualquier
dolor.
Antonio es el nombre de varón más habitual en España. El
protagonista de El silencio resquebrajado, novela de Carlos Manzano,
se llama Antonio, primera señal para conseguir el paso de puntillas
por algún lugar, o como por ejemplo en el tránsito de la madurez a
la tercera edad. Así expone el narrador, el propio Antonio, la
intención que le mueve al huir de su vida anterior tras una
jubilación anticipada, después de una trayectoria laboral como
cajero en un banco. Le aparece de pronto, por encantamiento, una
posibilidad de comprar una casa alejada del mundanal ruido, incluso
del pequeño pueblo que la alberga en su municipio, y se lanza a por
ella para cumplir ese sueño de vivir en paz, con sus libros, su
música y su cine, fuera de cualquier contacto humano no deseado.
Tras conocer en la voz de Antonio su visión tan doliente de lo que
pretende asumir, casi como eremita, para proyectar sus años
venideros, aparece otra casita allá a lo lejos que empieza a tomar
protagonismo, o mejor dicho, antagonismo, frente a las horas
tranquilas llenas de Yoshimatsu, Mahler, Chaikovski, Bruckner,
Beethoven, Shostakovich... o con las letras de Graham Green, de
Bryce Echenique, de Stanislav Lem... soledad buscada que se trunca
por los diferentes ocupantes de esa casa, especialmente una mujer
misteriosa arrebatadoramente atractiva por la que cualquier hombre
sería capaz de traer la Luna a la Tierra. Natalia.
Aparecen personajes que se acercan y se alejan de aquella casa y de
Antonio, dejando y trayendo velada información que nos crea
inquietud hasta confabularnos con el insulso protagonista para
ponerle algo de sal a su vida, para empujarle a saborear lo
desconocido, para sacarle de su insípido anonimato que termina
haciéndose mentecato y cansino.
Es Carlos Manzano hábil en crear historias con protagonistas
despreciables, de los que en lugar de crearte la imagen de héroe, la
trastocas con deseos de meterte en las páginas para baquetearlo, ya
sea estimularlo o abofetearlo o escupirle a la cara o pegarle un
tiro. Y en torno a ellos, se incardinan otras historias de
personajes que profundizan en aspectos humanos que nos
desestabilizan. Aquí Antonio se relaciona con jóvenes adolescentes
que viven al límite, con un empresario pedante y prepotente, con
integrantes del lumpen.
Pero toda novela que se precie contiene giros, a veces tiernos, a
veces duros, a veces detestables, y aquí El silencio resquebrajado
se precia atrapándote con sorpresas de trama o de voces nuevas, o de
una historia que te moviliza emociones que se han ido al otro
extremo de las anteriores.
Manzano estructura su novela en capítulos que saltan en el tiempo
sin avisar, que piden al lector un apreciado esfuerzo para reiniciar
la acción o rellenar el hueco con la propia imaginación. Al usar
siempre la primera persona, nos convertimos en acompañantes cercanos
de Antonio, como amigos, amantes, hijos... y con sus
correspondientes conflictos en los que deseamos intervenir, valor
que sólo puede dar un buen escritor.
El personaje más deleznable se llama Josán. Me permito contar algo
de mi historia personal, y es que en mi adolescencia mis primos me
llamaron así, y así siguen llamándome. No ha habido nada peor para
el estremecimiento en la boca de mi estómago que leer y vivir cómo
un tal Josán puede resultar tan infame.
Esta novela resultó finalista en el VIII premio Onuba de novela en
2012, y qué bien que La Fragua del Trovador la edite tan
cuidadosamente nueve años después.
José Antonio Prades
Molintonía |
HERALDO
DE ARAGÓN
Suplemento
Artes & Letras
jueves,
18 de noviembre de 2021
NARRATIVA
ARAGONESAS
CARLOS MANZANO EXPLORA LAS INTERIORIDADES
DEL INFIERNO
El paraíso que no pudo ser
Durante los últimos decenios ha sido frecuente la
prejubilación de trabajadores en Bancos y Cajas de ahorro. El
protagonista de El silencio resquebrajado, la última novela de
Carlos Manzano, atraviesa esa situación, a la que se ha acogido
voluntariamente. Para él significa liberarse de obligaciones y
cortar la relación con su entorno. Abandona la ciudad y adquiere una
casa solitaria en las inmediaciones de un pueblo. Allí puede
suministrarse de alimentos y recibir envíos, sobre todo musicales.
Junto con la lectura, es su principal afición. “La música es quizás
el único lenguaje capaz de penetrar sin complejos los misterios del
espíritu y las dobleces nunca bien comprendidas del alma humana”
afirma en uno de sus soliloquios.
La narración está trufada de referencias a obras de las que extrae
conclusiones estéticas y filosóficas. Abomina de todo lo demás, pero
es precisamente la música el punto de inflexión que va a provocar un
giro copernicano en su existencia: “En ese instante llegaron hasta
mí los ecos de un ritmo machacón y repetitivo que enseguida
identifiqué como una de esas horrendas músicas modernas que emiten a
todas horas las radios comerciales y cuya tosquedad acabará por
destrozar tarde o temprano las mentes abotargadas de los jóvenes”.
El lector ignora por qué Antonio Usón ha elegido vivir de aquel
modo, pero a lo largo de la trama se irán descubriendo los motivos
terribles que le indujeron a un aislamiento tan drástico.
Aislamiento que se verá contrariado por la presencia de gente en
otra casa aislada, cerca del río y algo más próxima al pueblo. De
forma inesperada comienzan a llegar extraños personajes con los que
entrará en contacto, tal vez para aliviar su soledad o quizá
inducido por esa curiosidad innata de los humanos. Lo que Antonio
Usón había proyectado como un paraíso de tranquilidad y disfrute de
sus aficiones, se irá convirtiendo poco a poco en un auténtico
infierno.
La trama, sencilla en apariencia, está compensada por la complejidad
del análisis psicológico que el protagonista realiza sobre sí mismo
y sobre los demás. De forma sutil establece ciertas certidumbres que
no solemos aceptar, por incómodas. También comenta con agudeza los
conflictos generacionales: “Lo malo de conversar con jóvenes es que
más tarde o más temprano te acabas tropezando con su incapacidad
para comprender todo lo que no sean frases directas y simples”.
Precisamente el lenguaje de Carlos Manzano es altamente sutil y en
la novela logra que el interés vaya creciendo a medida que
transcurren las páginas, hasta llegar a un desenlace inesperado, de
alta densidad dramática. El silencio resquebrajado resultó
finalista en el VIII Premio Onuba de novela, hace pocos años. El
autor advierte al comienzo las modificaciones introducidas en el
texto hasta conseguir una obra de gran impacto psicológico que
gravita sobre asuntos como el autoengaño, la memoria desterrada, la
perversión social y otros elementos que retratan con gran agudeza la
modernidad.
Francisco Javier Aguirre
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