LA ITALIA ROMÁNTICA REPORTAJE FOTOGRÁFICO
Tras casi dos años marcados por la pandemia que en
el año 2020 dio lugar a un confinamiento global de proporciones nunca vistas en
este planeta, recuperar un hábito tan inocente, pero al mismo tiempo tan
genésico, como es viajar revestía una trascendencia superior al simple hecho de
disponer de unos días de descanso. No diré que se trataba de algo así como la
libertad de que disfruta un preso tan cumplir una larga condena, ni siquiera de
la exigencia de respirar aire puro después de pasar un buen rato debajo del
agua, pero de alguna manera la necesidad de volver a sentir ese impagable
extrañamiento que produce el hecho de moverte (o de dejarte llevar, o de habitar
aunque sea temporalmente) en un espacio vital/existencial diferente del
cotidiano, se había convertido en un deseo cada vez más apremiante y pesaba como
una losa sobre las monótonas rutinas de mi día a día. Tenía verdadera ansia por
viajar, y sobre todo por viajar al extranjero, es decir, por salir de mi entorno
más reconocible.
De ese modo surgió la idea, en primer lugar, de visitar las Cinque Terre, en la Liguria italiana, viaje que llevábamos algún tiempo considerando y que, vistas las circunstancias, enseguida convinimos en que encajaba a la perfección con nuestras intenciones. Pero dado que las Cinque Terre apenas darían para tres o cuatro días a lo sumo, y eso siendo muy generosos, había que completar el viaje con algún otro aliciente más. Y teniendo en cuenta las distancias y las opciones de transporte, ¿qué mejor que cumplimentar también una pequeña visita a algunas de las localidades más célebres de la ya de por sí célebre Toscana? No fue necesario darle más vueltas: la Liguria y la Toscana serían nuestros próximos destinos viajeros. Para facilitar las cosas, estableceríamos el campamento base en La Spezia para recorrer las Cinque Terre y en Pisa para la Toscana, o para las localidades toscanas más accesibles, y una vez allí nos iríamos moviendo en transporte público, trenes sobre todo, dado el magnífico servicio ferroviario del que goza el país transalpino. De ese modo, el 16 de octubre de 2021 poníamos rumbo a Gerona para, desde allí, tomar el correspondiente vuelo de Ryanair que, con media hora de adelanto, nos dejaría en el Aeropuerto de Pisa, desde cuya estación de tren nos dirigiríamos a La Spezia, para comenzar propiamente nuestro periplo italiano.
Sábado – 16/10/2021 – LA SPEZIA La Spezia, en sí misma, no es una localidad que presente demasiados atractivos. Digamos que se estructura a partir de su puerto, de donde surgen sus dos principales vías, Corso Cavour y Via Armando Diaz, la cual un poco más adelante se convierte en Via Prione. El puerto es, pues, su alma principal, su elemento más distintivo y el lugar al que acuden sus habitantes para solazarse los días de buen tiempo. Asimismo, La Spezia acoge una base militar del ejército italiano, que por lo visto en el pasado tuvo gran importancia en el devenir del país, pero que personalmente me interesa bastante poco.
No necesitamos más de un par de horas para tomarle el pulso a La Spezia. Probablemente le dedicaremos más visitas en los días venideros (dormimos tres noches aquí), así que tampoco conviene agotar enseguida todas sus posibilidades; es mejor dejarse seducir por el ambiente de sábado-tarde que exhala en estos instantes la ciudad. Las calles, en especial Via Prione y Corso Cavour, aparecen surcadas por multitud de viandantes que disfrutan de un agradable momento de distensión. Los restaurantes, abundantes y bastante atractivos a primera vista, van llenándose de clientes con rapidez. No vemos demasiados turistas, lo que predomina sobre todo es población local, algo que sin la menor duda agradezco. Nosotros, aconsejados por la dueña de la pensión donde nos alojamos, elegimos para cenar el restaurante Bella Napoli, ubicado en las proximidades de la estación de tren, donde disfrutaremos de nuestras primeras pizzas. El restaurante, dicho sea de paso, cocina unas pizzas estupendas en horno de leña, como lo prueba la cantidad de gente que espera en la calle para llevárselas a casa. Por lo que a nosotros respecta, podemos dar fe de la excelente calidad de las que pedimos. De hecho, mañana y pasado volveremos sin dudarlo a este mismo sitio.
Domingo – 17 de octubre de 2021 – CINQUE TERRE (1ª parte)
Una manera cómoda de visitar las Cinque Terre (Riomaggiore,
Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso al Mare) es tomar el tren que cada
poco tiempo parte de La Spezia y hacer parada en cada una de estas localidades.
Cada trayecto cuesta 4 euros, independientemente de que se baje en una u otra
localidad o se recorran las cinco de golpe. Los vagones son nuevos y espaciosos,
y están expresamente diseñados para los turistas, con abundante información
sobre cada estación.
Debido a la hora, apenas hay visitantes. De hecho, en el tren hemos venido bastante poca gente; es probable incluso que seamos los primeros visitantes de este día, gracias a lo cual podemos pasear tranquilamente por sus calles, sin agobios ni incomodidades y sin sufrir la presencia masiva de turistas. El pueblo, como todos los que forman las Cinque Terre, es pequeño y está ubicado en lo que aparentemente es un desfiladero. Hay una calle principal que desciende hacia el puerto, y de ella surgen un montón de callejuelas que serpentean por las laderas hasta alcanzar la parte más alta. Las fachadas de las casas han sido pintadas en tonos suaves, de colores pastel, lo que confiere al conjunto una uniformidad deliciosa (el colorido de las casas es parte del encanto de este lugar). Las construcciones se agolpan unas junto a otras de manera abigarrada, y esa falta de planificación le da un indudable encanto. Es esta, por otra parte, una característica común a todas las poblaciones de esta zona: su confuso conglomerado urbano. Es es el motivo por el que las Cincue Terre se han convertido en un enclave turístico tan frecuentado y ha convertido al turismo en su mayor fuente de ingresos (con todo lo que eso conlleva, sobre todo en servicios y masificación). Por suerte, como digo, a estas horas no hay demasiados visitantes, de modo que durante una hora larga podemos caminar a nuestras anchas por sus calles sin sentirnos parte de la muchedumbre. Es, obviamente, una de las ventajas de madrugar cuando se está de viaje.
El problema es que este camino alternativo es muchísimo más duro de lo que habíamos imaginado. La longitud en sí misma no es que sea excesiva, pero sí la enorme pendiente que hay que superar: en algunos tramos es probable que se aproxime incluso al 50%. Pero si la ascensión es dura, la bajada es todavía más terrible. El camino está poco marcado, hay menos escalones que a la ida tallados en la piedra y las rodillas sufren mucho más debido al esfuerzo de retención que hay que realizar. Tampoco compensa la calidad del paisaje que se disfruta desde aquí. El sendero atraviesa sobre todo viñas que se han plantado en las laderas, y una vez arriba las vistas que se obtienen no es que sean nada del otro mundo (hay otros puntos mucho mejores para disfrutar de la bahía). Pero lo peor de todo es que este sendero nos dejará bastante doloridos y cansados y desincentivará cualquier otra tentativa de continuar nuestro plan inicial, sobre todo teniendo en cuenta que los senderos más accesibles (los menos exigentes) están casi todos cerrados. Así pues, en vista del estado de nuestra condición física y de que no hemos venido aquí a sufrir, desechamos el plan inicial de trasladarnos de un pueblo a otro a pie y decidimos que a partir de ahora completaremos todos los trayectos en tren.
Desechado de manera definitiva el plan de recorrer las Cinque Terre a pie por los senderos marcados, tomamos otra vez el tren (cuya frecuencia es muy elevada y que por tanto resulta muy accesible), ahora con destino a Corniglia, la tercera de las poblaciones y última que tenemos previsto visitar hoy.
Por suerte, el camino está bien trazado y apenas presenta dificultades reseñables gracias a que los escalones son poco exigentes, aunque muy numerosos, lo que nos evita darnos un segundo palizón, pero a causa del dolor de rodilla que arrastro tras el descenso a Manarola, llegar al final me cuesta más de lo previsto. Corniglia es el único de los pueblos del Cinque Terre donde no paran los barcos debido a que el puerto se encuentra situado a bastante distancia del núcleo urbano. Puede que también se trate de la localidad menos interesante, al menos visualmente. Como compensación, al estar ubicada a una considerable altura permite disfrutar de unas vistas excepcionales de la bahía. Hemos comido unas galletas y unas magdalenas en Manarola, ya que tenemos intención de cenar temprano en La Spezia: anochece pronto, y encontrar un lugar abierto a las 7:00 de la tarde no es nada difícil en estos lares. Además, los precios que hemos visto en las dos localidades precedentes nos parecen realmente abusivos, y mucho me temo que la calidad de la comida también deje bastante que desear. (Mi experiencia me aconseja huir siempre de los establecimientos turísticos; lo mejor es entrar en restaurantes donde veamos sobre todo clientela local). Un ejemplo: por una cerveza de un quinto y una coca-cola nos cobran 6 euros. Los habitantes de las Cinque Terre viven fundamentalmente del turismo, y desde luego turistas los hay a montones, los hay incluso que han hecho el recorrido a pie, como nosotros teníamos previsto inicialmente, y eso, como es lógico, se traslada a los precios. La verdad es que confiábamos en que la crisis causada por la Covid-19 hubiera desincentivado la afluencia de visitantes, pero lo cierto es que los viajeros parecen haber vuelto con fuerza una vez pasadas las épocas más duras de la pandemia. O eso, o es que el turismo en tiempos normales llega a alcanzar magnitudes exorbitantes.
En los alrededores de la pensión donde nos alojamos hay mucha población de origen latino, lo que hace que el vecindario tenga un ambiente bastante activo (hay varios bares donde suena música de salsa). Nos también llama la atención que a las puertas de las farmacias se agolpe un número nada despreciable de personas, a menudo formando largas colas que llegan a dar la vuelta a la manzana. No tardamos mucho en advertir que están esperando para hacerse un test de antígenos y poder acudir mañana lunes a sus puestos de trabajo; la ley italiana de ese momento lo exige si no se ha recibido la vacuna ordinaria. No lo sabemos con seguridad, pero suponemos que muchos de ellos deberán aguardar horas enteras así, haciendo fila, por la simple razón de que no están dispuestos a vacunarse. Nunca deja de sorprenderme el nivel de estupidez que pueden alcanzar algunas personas, en este caso los ‘anticiencia’ (que es lo que son en realidad los llamados ‘antivacunas’): montones de horas perdidas haciendo cola para no obtener ningún beneficio personal a cambio, con lo sencillo que resulta vacunarse y obtener de ese modo una eficaz protección contra el virus. Pero qué le vamos a hacer, así nos va.
Lunes – 18 de octubre de 2021 – CINQUE TERRE (2ª parte)
Segundo día de visita
a las Cinque Terre. Esta vez empezamos directamente en Vernazza, en mi opinión, como he
comentado antes, la más atractiva de las cinco localidades.
Además, a la hora en que llegamos apenas hay turistas: la ciudad respira una calma casi absoluta. Por si fuera poco, la cálida luz del amanecer
subraya aún más la suave tonalidad de las fachadas de los edificios, creando un
escenario de gran belleza: es un momento perfecto para tomar fotografías.
Continuamos camino hasta alcanzar la parte alta de la localidad, desde donde obtienen unas vistas magníficas de la bahía. Aquí comienza el camino a Monterosso al Mare, pero en estas fechas está cortado; las lluvias de los últimos días, por lo visto, lo han hecho impracticable. En cualquier caso, hay que decir que este sendero (al igual que los que conectan Riomaggiore con Manarola y esta con Corniglia) es de pago. Existen, cómo no, senderos alternativos (como el que hicimos ayer), pero aparte de ser más duros y más largos, circulan por caminos que no alcanzan la belleza de los primeros. De modo que una vez cargadas las pilas con el encanto de Vernazza y de disfrutar de un par de expresos antes de que haga acto de presencia el grueso de turistas, tomamos de nuevo el tren y nos encaminamos a Monterrosso, el último de los pueblos que conforman las Cinque Terre que nos falta por visitar.
Monterroso al Mare
está dividido en realidad en dos espacios bien distintos: el turístico,
enclavado justo a la orilla del mar y cuya playa es bastante frecuentada por
veraneantes nórdicos, siempre a la búsqueda del binomio sol y playa, y el
interior, el verdaderamente interesante y que lo define como parte de las Cinque
Terre. Monterrosso, como todas las poblaciones de esta hermosa región de Italia,
exige ser pateado a fondo, incursionando por sus callejuelas más angostas y
subiendo por sus callejas más elevadas. Los pueblos de las Cinque Terre son así,
laberínticos, de callejuelas estrechas y empinadas, de paredes desconchadas por
la humedad, pero dominadas por el silencio y la armonía:
En Monterrosso tomamos el barco que recorre todas las poblaciones de Cinque Terre (menos Corniglia, cuyo puerto, como ha quedado dicho, se encuentra a mucha distancia del centro) y que llega hasta La Spezia, pasando también por Porto Venere, que es adonde nos dirigimos. Tomar este barco, que en principio no entraba en nuestros planes, será una decisión completamente acertada. Solo de ese modo podemos disfrutar de las vistas que se obtienen de las cinco localidades desde el mar, la mejor manera de apreciar su belleza, la armonía de sus construcciones y el extraordinario encanto que les otorga su excepcional emplazamiento.
Porto Venere, aunque
no forma parte propiamente de las Cinque Terre, es también por derecho propio
otra visita inexcusable. La llegada en barco, para empezar, no puede ser más
espectacular. Los edificios que se encaraman al puerto, estrechos y de notable
altura, rabiosamente hermosos y espigados, ofrecen una de las estampas más
características de la zona. Sin embargo, su altura merma algo cuando se accede
a ellos por las calles interiores (igual que sucede, por ejemplo, con los
llamados "rascacielos" de Cuenca).
Para regresar a La
Spezia hay que tomar un autobús urbano, aunque antes hemos de hacernos con los
billetes correspondientes en los únicos lugares donde se venden: los estancos.
Al ser lunes (no tiendo bien el motivo, pero es así), el estanco situado en el
casco viejo está cerrado. Preguntamos en un comercio en qué otro sitio podemos
obtenerlos y nos remiten a una oficina municipal ubicada a poca distancia, pero oh, sorpresa, cuando llegamos allí nos encontramos con que también está cerrada
(los lunes solo abren de 10 a 12 horas, a pesar de que son las 3 o las 4 de la
tarde, no más, una hora enla que todos los demás comercios están abiertos).
Tratamos de encontrar un estanco en la parte nueva de la ciudad, pero tampoco
damos con ninguno. Preguntamos a algún viandante, pero la información que nos
proporciona nos sirve de poco. Nos comentan que tal vez sea posible comprar el
billete directamente al conductor, aunque por lo visto es bastante más caro.
Pero ni de eso están seguros. Por si acaso, nosotros seguimos insistiendo en
adquirir el billete de antemano. En ese momento damos con una pareja de alemanes
que tienen el mismo problema que nosotros.
De vuelta en La Spezia, cenamos otra vez en la Bella Napoli, el restaurante en el que hemos cenado los dos últimos días (en mi caso mejillones con salsa, un plato rebosante de moluscos que, por lo visto, son una de las especialidades de la zona) y más tarde, en una de las terrazas frecuentadas por latinos ubicada en Piazza Brin, me tomo una cerveza de dos tercios por 2,5 €, mucho más barata de lo que me costaría en cualquier otro lugar: otra confirmación más de que fuera del territorio turístico todo es más asequible y barato, pero sobre todo más auténtico, aunque he decir que entre la clientela no distinguí a nadie de origen específicamente italiano; en ese momento al menos, predominaban los de origen latino o de países del este.
Martes – 19 de octubre de 2021 - PISA
A primera hora de la
mañana dejamos la pensión en la que hemos dormido estas tres últimas noches y
tomamos el tren a Pisa, que ejercerá de campo base para el resto de excursiones
y donde pernoctaremos hasta nuestro regreso a España. La estancia en la pensión
de La Spezia ha sido en general satisfactoria, y debo decir que su dueña se ha
esforzado en mostrarse en todo momento amable y solícita (a veces demasiado). Su
consejo de cenar en el restaurante Bella Napoli,
Llegamos a Pisa sobre las 10:30 de la mañana, aunque hasta las 14:00 no tenemos reservada la habitación. Aun así, nos dirigimos al hotel para que nos guarden las maletas hasta la tarde, en que volveremos para realizar el correspondiente check-in. No obstante, el personal de recepción, que nos atiende con una amabilidad exquisita, nos asigna de inmediato habitación (el hotel es grande e imagino que tienen muchas disponibles), de modo que una vez desecho el equipaje y sin apenas más preámbulos, salimos a disfrutar de nuestro primer encuentro con la Toscana.
No pretendo hacer de
este texto un remedo de guía turística; hay cientos, si no miles, de páginas en
Internet donde encontrar información exhaustiva sobre Pisa. Además, los
datos prácticos que pueda ofrecer se quedarán viejos en no mucho tiempo. No voy,
por tanto, a detallar todas y cada una de las numerosas atracciones turísticas
de Pisa. En cambio, diré que, como primera sensación, me parece más
impresionante
incluso de lo esperado. Apenas ponemos los pies fuera del hotel, y aunque los edificios
que aparecen ante nosotros no son especialmente deslumbrantes, empiezo a
percibir cierto equilibrio en sus formas que no tardaré en confirmar. . Una de las primeras cosas que hacemos siempre al llegar a una ciudad es proveernos de un mapa para poder orientarnos con comodidad (lo que no significa que a menudo no prefiramos perdernos, vagar sin destino fijo, sobre todo en espacios poco transitados y tan cautivadores). Junto a la logia hay una oficina de turismo perfectamente señalizada hacia donde nos dirigimos de inmediato, pero, aunque estamos todavía en horario laboral, en este momento permanece cerrada. El edificio, además de la oficina de turismo, acoge otra serie de dependencias municipales. Una ordenanza que nos ha visto llegar y que es testigo de nuestra situación, se aproxima a nosotros, nos pregunta qué queremos y nos proporciona un plano de la ciudad. Tengo la sensación de que está acostumbrada a actuar en sustitución del personal de la oficina de turismo.
El Ponte di Mezzo nos
lleva a la Piazza Garibaldi. Vistos desde la orilla, los edificios que flanquean
el río ofrecen en conjunto una imagen sumamente armoniosa y equilibrada. Aquí da
comienzo en realidad el casco antiguo de la ciudad, territorio natural de los
turistas y zona bien surtida de restaurantes y tiendas de souvenirs. Sin
embargo, el área es lo suficientemente extensa para, si uno lo desea, perderse
por sus callejuelas y sentirse inmerso en lo que debió ser una de las
ciudades medievales más hermosas del renacimiento Pisa, desde siglos atrás, acoge una de las poblaciones estudiantiles más numerosas de Italia, y eso se deja ver sobre todo a estas horas, cuando estamos próximos al mediodía. En Piazza Dante, por ejemplo, hay varios grupos de jóvenes charlando animadamente en corros. Algunos están comiéndose un bocadillo, y de inmediato me entran ganas de probar uno a mí también. Justo al lado hay un pequeño bar donde los sirven. Quiero elegir uno de embutido local, en concreto de panceta toscana, que es lo que más me llama la atención, pero para mi desgracia el camarero, que por cierto habla español, se empeña en que pruebe dos tipos distintos de embutido (no recuerdo cuál es el otro). No sé cómo ni de qué manera (hay que reconocerles a algunos italianos su maestría a la hora de embaucar a ingenuos como yo), pero finalmente salgo de allí con los dos bocadillos que me ha propuesto el susodicho. Tengo que decir, no obstante, que ambos bocatas están excelentes, aunque uno de ellos tendré que dejarlo para la cena. Después, nuestro paseo nos lleva a otra de las grandes maravillas de la ciudad, la Piazza dei Cavalieri, circundada por un buen número de edificios de enorme belleza, entre los que destaca por sus pinturas la fachada de la Scuola Normale Superiore, cuyo origen se remonta al siglo XIV. Justo en frente se encuentra el Palacio del Reloj, coronado, como su nombre indica, por un llamativo reloj, y atravesado por un pasaje que conduce al exterior de la plaza.
Debido a la extensión de la plaza, o quizá a que el turismo aún no ha vuelto a registrar los niveles previos a la pandemia, tengo la sensación de que hay bastante menos gente de lo esperado (o de lo que yo esperaba, para ser más justo). Las incomodidades a la hora de movernos son, pues, mínimas. Como era de suponer, casi todo el mundo se hace la típica fotografía sosteniendo la torre con las manos para que no se caiga: somos animales gregarios y nos puede la tendencia a repetir lo que hacen los demás. Sea como sea, hay espacio para todos, faltaría más, y cada cual entiende el viaje a su manera. Por mi parte, podría pasarme horas así, es decir, mirando y sintiendo, dejándome absorber por la atmósfera del lugar, disfrutando de la simple contemplación de tanta maravilla arquitectónica, pero como vamos a pasar más noches en Pisa, ya tendré tiempo de seguir solazándome, así que toca reanudar el camino. Por la noche, además, cursaremos una segunda visita para ver los edificios iluminados, aunque tengo que decir que la iluminación me resultó menos espectacular de lo esperado, lo cual, dicho sea de paso, tampoco debe entenderse de una manera negativa: con delinear suavemente las formas es más que suficiente. Un exceso de contaminación lumínica tampoco me parece que sea aconsejable.
Miércoles – 20 de octubre de 2021 - SIENA Hoy, de acuerdo con nuestro plan inicial, tocaba visitar Florencia. Ya habíamos estado en esta localidad hace bastante tiempo ―creo que en 1998―, y teníamos ganas de cursarle una segunda visita: Florencia alberga tal cantidad de atractivos que, de hecho, habíamos pensado realizar un par de excursiones en este viaje. Sin embargo, debido a que los pronósticos meteorológicos anuncian lluvia para hoy, cambiamos a última hora nuestro plan y lo sustituimos por Siena, donde confiamos disfrutar de un tiempo más apacible.
Para llegar a Siena
desde Pisa hay que realizar transbordo en Empoli, algo que no supone ningún
problema dada las numerosas conexiones férreas que existen. Debo decir, antes de
nada, que viajar en tren por Italia es extremadamente sencillo. La frecuencia de
los trenes es enorme, casi todas las localidades están conectadas por
ferrocarril y la puntualidad ―quién lo iba a decir, lo que son los prejuicios―
es admirable. Casi ni hace falta comprobar de antemano los horarios; cada pocos
minutos ―casi siempre menos de una hora― sale un tren a alguna de las
localidades próximas. No puedo evitar sentir una callada envidia cuando viajo
por otros países de Europa y descubro sus magníficas conexiones ferroviarias. Me
ha pasado en Alemania, en Dinamarca, en Países Bajos, en Bélgica… En todos ellos
nos hemos movido en tren sin la menor dificultad y sin tener que realizar
extraños cambalaches horarios. Pero en España, salvo que uno viva en una de sus
tres o cuatro ciudades más pobladas ―y exceptuando el AVE y la alta velocidad―,
las conexiones son escasas y a menudo inexistentes.
La localidad de Siena se encuentra situada a mucha más altura que su estación de ferrocarril. Para llegar a la parte vieja hay que recorrer, pues, una considerable distancia cuesta arriba, lo cual en la práctica no supone ningún problema gracias a unas escaleras mecánicas que, una vez atravesado un centro comercial, se han instalado oportunamente y conducen con comodidad hasta la misma entrada de la ciudad. Siena se conserva, casi en su totalidad, como una genuina población medieval. Ya desde el primer instante me sorprende la antigüedad de los edificios que aparecen a ambos de Via Camollia, la calle principal si uno accede a la ciudad por la puerta del mismo nombre. En sus fachadas los siglos de historia se perciben con absoluta nitidez. Estos primeros minutos son, pues, intensos, casi diría que vibrantes. Los edificios que van apareciendo ante nosotros no destacan por reflejar viejos esplendores ni exuberantes riquezas, se trata más bien de viviendas en las que probablemente residiría gente adinerada pero no noble, comerciantes, artesanos, no lo sé seguro, aunque creo que eso mismo hace que la sensación de pasado que transmiten sea más aguda aún, más vívida.
Cuando penetramos por fin en la plaza, una vez superado el colapso emocional que nos causa la inmensa belleza del lugar, la fastuosa torre estilizada que culmina el Palazzo Pubblico o las elegantes fachadas que circundan la plaza (divida en nueve segmentos, uno por cada uno de los señores que gobernaban cuando se construyó), todo ello realzado por la suave luz que ha decidido acompañarnos ese día, no puede dejar de sorprenderme el poco turismo que veo, teniendo en cuenta que Siena es uno de los lugares imprescindibles de la Toscana. No negaré, en cualquier caso, que eso era en lo que confiábamos cuando escogimos estas fechas para nuestra visita. No es que reniegue del turismo, obviamente nosotros no dejamos en ningún momento de ser turistas, pero la ausencia de elementos ajenos a un espacio físico ensalza y enfatiza la armonía propia del lugar. Y eso es algo que siempre me agrada apreciar. No pido ninguna clase de exclusividad, pero me satisface encontrarla. Mención aparte merece la Catedral ―cuyo interior es a mi juicio el más hermoso de los que visitaremos estos días― y especialmente su maravillosa cripta, decorada con unos extraordinarios frescos del siglo XIII. El baptisterio, lamentablemente, está en obras durante estos meses, aunque no por ello deja de merecer la pena la visita.
Siena da para más de un día, aunque lamentablemente nosotros ―en este viaje al menos― no disponemos de más. De modo que durante las horas que nos quedan nos aplicamos a patear su intrincado esqueleto urbano y a extraer de cada una de sus esquinas, calles y rincones todo el aroma posible, toda su sustancia estética. La temperatura y la luz, como he comentado antes, acompañan. Y aparte de eso, no tenemos otra misión que disfrutarlo al máximo. Casi siempre que visito un lugar tan extraordinario como Siena pienso que no debería tardar demasiado en regresar otra vez. En esta ocasión, confío en que, en efecto, no me demore mucho tiempo. Conforme uno va cumpliendo años, tiende a valorar destinos que no resulten en exceso exigentes, donde la vida fluya con naturalidad y donde disfrutar de entornos urbanísticos espectaculares esté al alcance de cualquiera. Italia en general, y Siena en particular, cumplen a la perfección esa exigencia, por lo que siempre será un destino a considerar a corto plazo (más todavía conforme los años vayan pasando factura). Con ese propósito en mente, cansados pero ufanos tras todo lo visto, tomamos el tren de regreso a Pisa convencidos de que más que con un adiós, nos estamos despidiendo con un hasta luego. Confiamos en que ya vendrán tiempos mejores.
Jueves – 21 de octubre de 2021 - FLORENCIA
Este va a ser,
definitivamente, el primero de los dos días que tenemos previsto destinar a
Florencia. No tenemos ningún plan en mente, preferimos dejarnos llevar por lo
que se nos vaya ocurriendo. Dado que en nuestra anterior visita ya entramos en la mayor parte
de sus museos y galerías, la idea en esta ocasión se reduce a
callejear, ir de un sitio a otro sin rumbo predeterminado, apreciar y sentir los
aromas que emanan de la
ciudad.
Aunque la afluencia de visitantes no es pequeña (hay gente prácticamente en todos los sitios), tengo la sensación de que se ven menos turistas de lo normal. Sin embargo, la fila para entrar en la Catedral (el único de sus monumentos con entrada gratuita) se alarga considerablemente, hasta dar la vuelta al lateral del edificio y solaparse con la que espera para subir a la cúpula. Son las nueve de la mañana y hasta las 10:45 no abren: no quiero ni imaginar la longitud que alcanzará la hilera de personas justo en ese instante. (En cualquier caso, eso es algo que comprobaré en mis propias carnes en mi próxima visita).
Buscamos algún sitio para comer no demasiado enfocado al turismo, y nos decantamos por el Mercato di Sant’Ambrogio, algo más allá de Piazza di Santa Croce (más allá si venimos del centro, obviamente). Allí, en un pequeño puesto regentado por dos serviciales florentinos, degustamos un bocadillo de lampredotto y otro de tripa, por el módico precio de 3,5 € cada uno. Ambos están sencillamente deliciosos. Salimos tan satisfechos que decidimos que el próximo día que regresemos a Florencia volveremos a comer en uno de estos puestos.
Alargamos nuestra estancia para poder contemplar la ciudad iluminada por la noche. Como nos pasó en Pisa, las luces no son espectaculares, pero sí sirven para realzar en su justa medida los rasgos más definitorios de los edificios. Dominan los tonos suaves y las sombras poco definidas, no hay exceso de kilovatios; puede que estéticamente sea incluso mejor así.
Como sucede en los
lugares turísticos, hay que tener cuidado dónde te metes y los productos que
adquieres. Nosotros, mientras hacemos tiempo para que anochezca, nos pedimos dos
helados en una de las heladerías ubicadas en Via dei Calzaiouli.
Más tarde, buscando algún lugar para entretener el hambre mientras hacemos tiempo, recalamos en el Mercado Centrale, que, a pesar de estar cerrado a estas horas, ha dispuesto en su planta superior una especie de centro gastronómico donde un número indeterminado de puestos ofrecen comida típica: está claro que se trata de un espacio orientado casi en exclusiva a los turistas. No es que los precios se sitúen fuera de lo normal, pero como me sucede siempre en estos casos, me siento incómodo cuando percibo toda esa artificialidad ideada básicamente para hacerme creer que estoy en un lugar auténtico. Digamos que no siento demasiado aprecio por los sucedáneos. Ya en la estación de Florencia, perdemos el tren con destino a Pisa por un segundo. (No exagero, las puertas del vagón se cierran justo delante de mis narices). Por suerte, como he comentado varias veces, no se hace necesario esperar mucho para tomar el siguiente, apenas media hora. Son las ventajas de tener un servicio ferroviario eficaz y bien dotado.
Viernes – 22 de octubre de 2021 - LUCCA Como hemos situado nuestro centro base en Pisa, las excursiones de un día que vamos a realizar deben circunscribirse a un área no demasiado alejada. Por ese motivo elegimos como destino ciudades que no se encuentran a más de hora y media en tren. Eso, como es lógico, reduce bastante la muestra, pero a cambio nos concede tiempo suficiente para disfrutarlas. En cualquier caso, entre las que hemos seleccionado hay una que ha despertado mucho mi interés: Lucca. Por las referencias que tengo, es una de las localidades más interesantes de la Toscana, aunque pocas veces aparezca entre las más citadas. Y es la conjunción de ambas circunstancias lo que me provoca mas curiosidad.
Aunque Lucca puede presumir de acoger un buen número de palacios e iglesias, aparte de la mencionada muralla medieval, el mayor orgullo de sus habitantes reside en ser el lugar de nacimiento del compositor Puccini, cuya casa natal ha sido habilitada, en buena lógica, como museo. Yo, fiel a mis principios, me abstengo de visitarla y en su lugar prefiero patear tranquilamente sus calles, degustar el aroma que transmiten y regodearme con la hermosa factura de sus edificios, sobre todo porque Lucca conserva el mismo entramado urbano desde época romana, lo que hace que sus calles ofrezcan una estructura algo menos caótica que otras ciudades medievales. De hecho, la Piazza San Michele ocupa el espacio en que estuvo el antiguo foro y en lo que fue el viejo anfiteatro romano ahora se ubica ―como su propio nombre indica― la Piazza Anfiteatro, donde también tiene lugar el mercado semanal.
Próximamente va a tener lugar en Lucca un evento cultural centrado en el mundo de cómic (Lucca Comics & Games, que se celebrará a partir de 29 de noviembre), por lo que se han levantado varias carpas de gran tamaño en diferentes puntos de la ciudad. Lamentablemente, ello entorpece la visión de algunos de sus edificios más emblemáticos, como sucede con la Catedral o el Palacio Ducal. Asimismo, varias iglesias y edificios públicos permanecen cerrados mientras son acondicionados para acoger los actos que van a tener lugar allí. Lo cierto es que no tenemos intención de entrar en la mayoría de ellos; como digo siempre, prefiero caminar, ver cómo se desarrolla la vida cotidiana, pasear con la mayor libertad, empaparme del aroma del lugar donde estoy; pocas cosas me agradan más que contemplar la vida cotidiana y las rutinas de la gente. Un festival no es algo rutinario, pero forma parte de la idiosincrasia de esta ciudad, de modo que bienvenido sea. Las ciudades vivas tienen eso: las habitan personas que tienen sus propias necesidades y sus propios hábitos de esparcimiento. Además, como cada vez hago menos fotografías, el pequeño inconveniente que ello pueda suponer para tomar imágenes queda totalmente compensado por la sensación de normalidad que se transmite.
Por la noche, ya en Pisa, regresamos a la impresionante Piazza dei Miracolo ―uno nunca se cansa de contemplar tanta belleza―, y después damos un garbeo por los alrededores a la búsqueda de un lugar donde cenar. Estamos en pleno territorio turístico, así que hay que mirar bien antes de elegir. En Via Santa Maria hay un montón de terrazas con sus menús bien visibles a modo de reclamo, la mayoría a precios razonables, pero me siento poco atraído por lo que ofrecen ―y por su estética, que también influye―, así que buscamos por las calles adyacentes, cerca de las termas, y descubrimos un pequeño restaurante con solo tres mesas en la calle que nos merece más confianza. La camarera, por cierto, habla un español perfecto. Los platos que ofrecen se salen de a las ofertas habituales que puedes encontrar en cualquier sitio (pasta, pizza, etc) y por lo tanto resultan mucho más sugerentes. Finalmente elegimos bruschettone y crostini toscani, y tengo que decir que ambos están deliciosos. Por si fuera poco, se olvidan de cobrarnos una cerveza (me encuentro tan a gusto que me pido dos) y cuando se lo hacemos notar a la camarera, nos dice que da lo mismo y nos la perdonan. Justo cuando estamos terminando, dos chicas españolas se acercan y observan los letreros que anuncian los platos. No me atrevo a aconsejarles nada, si alguna vez me pasa a mí casi siempre lo interpreto como una intromisión, así que las dejo mirar tranquilamente. Sin embargo, ayer noche ya estuvieron aquí e incluso hicieron cierta amistad con la camarera. Se ve que les gustó la comida y hoy repiten de nuevo. Nosotros tal vez volvamos más adelante, o tal vez no.
Sábado – 23 de octubre de 2021 - PRATO
Toca hacer transbordo
de nuevo. No hay trenes directos a Prato desde Pisa, de modo que tenemos que cambiar de
tren, esta vez en Lucca. Prato no es de las ciudades más renombradas de la
Toscana, pero por eso mismo me parece a priori un lugar interesante para
visitar. La estación nos deja a bastante distancia del centro, lo que tampoco
viene mal porque de esa manera podemos callejear por un barrio urbano
convencional (no todo van a ser edificios medievales y catedrales góticas).
Quizá sea Prato la ciudad menos espectacular de todas las que visitamos. En cualquier caso, posee un centro histórico pequeño pero bien adecentado y tres o cuatro enclaves con el suficiente interés para justificar la visita, como la Piazza Santa Maria delle Carceri —donde se ubican su viejo castillo, del que solo se conservan los muros exteriores, y la iglesia de Santa Maria—, Piazza dei Comune o el Duomo, que además está decorado con unas maravillosas pinturas de Fray Filippo Lippi. Lo mejor de nuestra visita, sin embargo, es que apenas hay turistas y la ciudad destila un aroma a cotidianidad envidiable. Es la hora del vermut, las terrazas están llenas de pratenses que degustan con absoluta placidez el clásico aperol o una sencilla cerveza. Las distancias entre los diferentes puntos de interés son pequeñas, así que nos limitamos a andar y ver, o a andar y sentir, y ya de paso a degustar uno de sus aromáticos cafés en una terraza.
Elegimos para comer
una pizzería que hemos visto próxima a Piazza Mercatale —extrañamente, no
nos hemos encontrado con demasiados restaurantes a lo largo de la mañana—, pero oh, sorpresa, no
hacen pizzas excepto para cenar. Algo decepcionados (y mira que me entusiasma
poco la pizza, pero una vez que se te mete algo en la cabeza…), pedimos un arroz
a la marinera y unos ñoquis con rúcula. Ambos están realmente buenos,
Acabamos de comer y al volver al centro nos encontramos con que las calles de Prato, antes un hervidero de gente, están prácticamente vacías: las terrazas, que hemos dejado atestadas de clientes, han sufrido una absoluta deserción y ahora solo quedan sillas y mesas sin ocupar, incluso algunas están ya retiradas. ¿Ha habido una desbandada general? Imagino que se habrán ido a comer a sus casas, dado que turistas apenas pasarán de un puñado. Eso explica también que hayamos visto tan pocos restaurantes abiertos: por lo que parece, a los pratenses les gusta comer en casa. Como la ciudad se recorre en apenas un par de horas, pensamos que quizá sea mejor regresar a Pisa antes de lo habitual. No miramos los horarios de tren porque nos consta que la frecuencia es elevada. Pero al llegar a la estación nos advierten de que hoy está convocada una jornada de huelga, o una medio jornada, para ser más exactos, y que a hasta las 4:00 de la tarde no se reanuda el servicio. Será, en cualquier caso, la única vez que tomemos un tren con retraso. En todas las demás ocasiones los trenes cumplirán su horario con una puntualidad asombrosa. Que conste en acta.
Después nos tomamos unas cervezas en una plaza que da a Via delle Case Dipinte, un magnifico lugar para apreciar el ambiente nocturno. Son las nueve de la noche y parece que la fauna juvenil de hace un rato ha dejado paso a otra más madura, por encima de los treinta: no sabemos si los más jóvenes habrán vuelto a sus hogares o estarán disfrutando de la noche en otros espacios más exclusivos (nuestro conocimiento de la vida nocturna italiana es nulo). En cualquier caso, cuando nos retiramos a dormir, no mucho más tarde, el ambiente no ha decaído lo más mínimo. De camino al hotel comprobamos que en los alrededores de Corso Italia, la calle comercial por excelencia, el ambiente es completamente distinto al que hemos podido ver durante el día: los bares y restaurantes de las calles aledañas están llenos, e incluso damos con algún que otro antro enfocado a la población más juvenil. Hay mucho ruido y aglomeraciones de gente como en cualquier ciudad española; ignoramos hasta qué hora suele alargarse este ambiente nocturno y en qué medida las autoridades lo toleran. Mañana ―como todos los días― nos toca madrugar, de modo que resistimos la tentación de quedarnos a comprobarlo y enfilamos en dirección a la cama. Mañana será otro día.
Domingo – 24 de octubre de 2021 – LIVORNO Livorno tampoco es una de las localidades que suelen destacarse cuando se habla de los encantos de la Toscana, pero dada su proximidad con Pisa, apenas veinte minutos (una sola parada de tren), hemos decidido incluirla en nuestro recorrido. También hemos leído ciertos comentarios nada decepcionantes de la ciudad, y al igual que me pasaba con Prato, bucear en la parte menos turística de esta región italiana me parece, en sí misma, una idea atrayente.
Sin embargo, cuando penetramos en el barrio denominado Venezia Nuova —llamado así, obviamente, por los canales que lo recorren—, todo se vuelve mucho más modesto, más a la altura de lo humano, y por eso mismo también más próximo; apenas quedan edificaciones del renacimiento toscano, ya que Livorno fue literalmente arrasada durante la II Guerra Mundial, pero aun así los edificios comparten un innegable equilibro urbanístico y una homogeneidad estética que convierte el paseo por esta parte de la ciudad en una actividad muy estimulante.
En el puerto se
encuentra la otra fortaleza defensiva, la Fortezza Vecchia, que, esta vez sí,
nos animamos a visitar (la entrada es gratuita y su grado de conservación es
bastante aceptable).
Llevamos apenas hora y media aquí, pero las sensaciones que estoy percibiendo me agradan más de lo que esperaba. Livorno me gusta, me parece una ciudad viva, que representa con mucha fidelidad el modo de vida italiano. No abundan los palacios ni los edificios históricos, se percibe incluso cierta renuncia a ofrecer una cierta presencia ornamental, diría que incluso a resultar agradable a la vista, pero sus calles destilan un aroma nada adulterado que para mí es más que suficiente. En las proximidades del mercado central (un edificio de aspecto decimonónico ubicado a orillas del canal y que destaca por encima del conjunto) probamos algunos productos del mar, como pulpo y bacalao, a los que añadimos un excelente plato de melanzane alla parmigiana —es decir, berenjena— y, con el placer que proporciona una buena comida, proseguimos con nuestro recorrido siguiendo el canal hasta llegar a su final, en el puerto, mientras vamos contemplando la factura de los edificios que lo flanquean. Aun a riesgo de resultar redundante, diré que sigo encontrándole un gran atractivo a lo que veo.
Como estamos algo apartados del centro, preferimos regresar en autobús a la estación (la línea azul nos deja justo allí), pero no encontramos ningún estanco (tabacchi) donde poder comprar los billetes. Miramos en los alrededores en la confianza de que no será complicado dar con alguno, suponemos que es un tipo de comercio que debe de abundar por la zona.. Así, después de andar un largo trecho sin encontrar ninguno, vemos un cartel de tabacchi justo al lado de un bar, pero cuando llegamos resulta que está cerrado (debe llevar cerrado mucho tiempo, porque en el bar hay un cartel donde pone que el estanco no está allí). Por un momento, al igual que nos sucedió en Porto Venere, me asalta el temor de que no nos vaya a quedar más remedio que volver a pie (a ojo calculamos que puede haber hora y media como mínimo, y lo cierto es que estamos bastante cansados; apenas hemos parado en todo el día excepto en el momento de la comida). Preguntamos a algunos transeúntes por algún estanco cercano, pero ninguno nos sabe dar razón. Parece como si por esta parte de la ciudad no hubiera necesidad de comprar billetes de autobús. Por fortuna, ya casi al borde de la desesperación, insistimos con una joven que pasa por allí, la cual nos responde en un aceptable español que hoy, al ser domingo, el autobús es gratuito. No preguntamos más: damos esa información por cierta y asumimos el riesgo de que, si no es así, habrá que pagar la correspondiente sanción en el caso de que un revisor suba al vehículo.
En Pisa, a las orillas del Arno, hay un mercadillo callejero que ocupa prácticamente todo el lado norte del río. No nos interesa gran cosa lo que ofrecen (ropa, menaje, productos por el estilo), de modo que preferimos dar otra vuelta —una más— por sus calles y, de paso, disfrutar de un espectacular atardecer. No está mal como despedida de un día que ha sido, en términos generales, realmente satisfactorio.
Lunes – 25 de octubre de 2021 - FLORENCIA
Último día de viaje,
que como creo haber comentado antes volvemos a dedicar a Florencia. Va a ser, o
eso nos proponemos, un día tranquilo, relajado, de serenos paseos y lánguidas
contemplaciones. Sin embargo, después de pensarlo con detenimiento, decidimos
que la primera visita será a la Catedral. El otro día pudimos comprobar la
enorme fila que se había formado para entrar; aun así, dado que el día cunde
mucho y suele haber tiempo para casi todo, optamos por esperar el tiempo que sea
necesario y nos ponemos a la cola. Son las 9:45 (abren a las 10:45), y a esas
horas la fila ha alcanzado ya una longitud considerable, de modo asumimos que
vamos a tener que estar como mínimo una hora de pie sin hacer otra cosa que
aguardar turno.
Una vez que llega la hora, las puertas se abren puntualmente y la fila comienza a avanzar, aunque a escasa velocidad debido al tiempo que hay que perder con la comprobación del pasaporte covid de todos y cada uno de los visitantes. A nosotros no nos toca hasta veinte minutos después. Luego, en el interior, una vez vistas las pinturas de la cúpula, tampoco hay mucho más que hacer. De hecho, el interior de la iglesia está lejos de encontrarse lleno: los visitantes dan una vuelta, observan la cúpula con mayor o menor detenimiento y a continuación se van. Una hora y veinte para eso. Sinceramente, no creo que merezca la pena. El resto del día lo dedicamos, como he dicho, a callejear. No hay mucho más que reseñar, o tal vez todo merezca ser reseñado: Florencia es esencialmente una ciudad-museo y apenas hay nada que no resulte deslumbrante. A la hora de comer volvemos al mercado de Sant'Ambrogio. En esta ocasión, probamos fortuna en otros dos puestos. En uno de ellos nos decantamos por unos platos de bacalao, calamares con espinacas y berenjena (esta última de nuevo exquisita; se ve que es un plato que se le da muy bien a los toscanos). En el otro probamos ribollita (una sopa de verduras muy espesa típica de la región) y algo que me parece lomo con tomate, aunque tampoco estoy muy seguro (en cualquier caso, está muy sabroso). Sin duda, una elección bastante más satisfactoria que sentarnos en uno de los muchos restaurantes de la ciudad cuya cocina está sobre todo orientada al turista.
© 2021 Carlos Manzano
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