Una
alternativa a la propiedad intelectual
Carlos Raya de Blas
“En la sociedad del
conocimiento, el ignorante es el único que puede afirmar que es libre: sólo él es
dueño de su espíritu.”
Contenidos
Advertencia al lector
Introducción
Conocimiento, tradición y
simonismo
¿La
revolución hermética? Tendencia actual de las Ciencias Sociales
De la mentalidad a la institución
Metafísica y propiedad intelectual
La
sociedad simonita: de la institución a la mentalidad
Desintegración
de la sociedad
La gran red: el mercado global
del saber
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano I
Beneficio y sacrificio en el intercambio
humano II: Las rentas de la tierra y propiedad intelectual
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano III: La perspectiva contractualista y la propiedad
intelectual
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano IV: la transustanciación de trabajo finito en beneficio
infinito
Conocimiento, mercado y fuerza de
trabajo
Algunas notas sobre la producción
industrial en la economía simonita
Fundamento y definición de Las
Rentas del Trabajo Intelectual
Un esbozo de solución práctica a
modo de arbitrio
El problema ecológico: riesgo
estratégico y expropiación de las generaciones futuras
La globalización simonita
El resto de los actuales Derechos
de Autor
La inviolable autoría
La traición a nuestros mayores
El manifiesto:
Una alternativa
a la propiedad intelectual
Advertencia al lector
No es
habitual, lo reconozco, que los ensayistas expliciten de antemano su
orientación ideológica. Lo
común es que el lector se vea en el trance de descubrir “de que pie cojea” el
escritor según avanza en la lectura. Pero en este caso sumarme a tal costumbre
podría llevar a confusión. Al escribir desde la cosmovisión socialdemócrata tal
y como la comprende Domenico Settembrini, aquella que “se sitúa entre el socialismo revolucionario que postula un ataque
directo a las estructuras e instituciones capitalistas y el revisionismo
socialista que acepta sin escrúpulos estas estructuras e instituciones. La primera
embarca al proletario en una revolución y la segunda lo deja abandonado en la
inacción y la sumisión al sistema, pero la socialdemocracia no acepta ninguno
de los dos extremos”,[1] adoptaré, a la hora de emitir la
crítica, una postura contundente, y, sin embargo, a la hora de realizar
propuestas alternativas lo haré desde una posición más moderada que transija
con una parte considerable del sistema que la crítica no acepta. Por tanto, las
alternativas que propondré no supondrán una revolución más allá de la misma
circunscripción a la que se refieran concretamente, aunque, al fin, pretenderán
concurrir a esa corriente que anhela el cambio generalizado, sereno y
progresivo de todo el sistema. No obstante, es posible que para algunos la
descripción de Settembrini sea en sí una contradicción, pero nada más lejos de
la realidad: el socialismo democrático, en el momento que acepta
voluntariamente al otro –ya sea liberal, comunista, conservador u otro– es
consciente de que la evolución de las realidades sociales en un entorno
pacífico sólo es posible bajo el acuerdo de una amplia mayoría. Por esta razón
las soluciones prácticas deben respetar los principios que las mueven sin
olvidar mantener los pies firmemente pegados a los sillares de reconocimiento
mutuo que conforman el suelo de la gran plaza democrática, evitando en todo lo
posible el enfrentamiento gratuito y, desde luego, cualquier vestigio de
imposición. No debemos confundir la rotundidad y la seguridad de y en nuestros
ideales con una patente de corso para
imponer nuestra voluntad en los mares de lo práctico. El socialismo lleva sobre
su espalda incontables años de lucha y sabe bien que la vía hacia lo posible no
puede ser el camino del enfrentamiento sino el del diálogo ideológico, del
intercambio y del mutuo enriquecimiento: la verdad no se encuentra patentada
por nadie, al menos por nosotros no. También debo llamar la atención sobre
ciertas corrientes –que se autodenominan socialistas– que han confundido la
obligación moral de todo socialista de ser demócrata antes que socialista, y se
han adscrito, en una huida hacia delante, a la rampante democracia liberal,[2] incapaces de sostener la tensión del
intercambio dialéctico cotidiano con la derecha. Voluntariamente se sitúan
sobre una tercera vía que no deja de constituir un revisionismo draconiano,
pues no sólo abandona la lucha sino que la impide, la desarma de toda palabra,
de toda ilusión y de toda esperanza al sustituir el ideal socialista por un
ideal burgués animado, si acaso, con una nubecita
de humanismo a las cinco en punto de la tarde. Acéptese, por tanto, los
contrastes entre la crítica y los apuntes sobre soluciones prácticas que
presentaré en este libro y, desde luego, asúmase que tales propuestas no son
una claudicación terciaria sino un
intento de acercamiento no a los principios liberales –cada uno con los suyos–,
sino a las voluntades liberales. La paradoja del demócrata es que debe
renunciar de forma expresa a ver sus ideas convertidas en realidad en toda su
extensión; porque al fin, realizando una interpretación detenida de la conocida
sentencia de Ovidio gutta cavat
lapidem, non vi sed saepe cadendo[3], no deja de ser cierto que tanto el
agua como la piedra siempre permanecen. Si no existe esa renuncia previa es
imposible construir la democracia de los ilustrados –de la duda nace el
espíritu transigente y generoso que considera al hombre por encima de sus
ideas–, y nos tendremos que conformar con la democracia liberal –la del fin de
la historia–, mero instrumento de imposición de la cosmología burguesa a unas
masas a las que se sosiega haciéndolas partícipes de su misma explotación.[4]
Por otro lado, existe una segunda
razón para no negar la carga valorativa de mis propuestas: son estos ideales
los que me han movido a escribir el ensayo y es desde ellos que debo
escribirlo; cualquier otra posición sería una falta a la verdad generadora, una
negación de las fuentes que sustraería no el poco valor intelectual que el
lector desee otorgar –si es alguno– a este escrito, sino la honestidad que en
él se pudiera encontrar. Por tanto hablaré desde el socialismo democrático y
a favor del las Rentas del Trabajo Intelectual[5] y criticaré el liberalismo y sus
normas sobre la propiedad intelectual y el Derecho de Autor[6] tal y como hoy se enuncian; normas que con la justificación de "promover
el progreso de la ciencia y de las artes útiles”[7] y proteger a los autores –el chivo expiatorio–
sirven, desde innumerables instituciones, a un capital[8] que prescinde del único sentido
social que se le podría suponer en un entorno demócrata que es el de inducir la
creación y distribución de riqueza por su fuerza organizativa y emprendedora
aprovechándose del trabajo de los demás.
* *
*
Introducción
Los animales no tienen leyes
positivas porque no están unidos por el conocimiento.
Marx afirmaba que las leyes son los
martillos que esculpen las sociedades. ¿Pero, quién empuña tan pesado martillo?
En
A veces crece en nosotros la
intuición de que el hombre desea la libertad por encima de todas las cosas,
pero que, una vez alcanzada no sabe que hacer con ella, se aburre enseguida y
la deja olvidada a un lado, como un niño caprichoso que al fin, después de
mucho insistir, consigue aquel vanamente deseado juguete. Pero se trata de sólo
de una intuición exógena, un lugar común: lo cierto, en mi opinión, es que la
libertad de la que gozamos también sirve a los que no gustan de ella sino para
sí mismos. Éstos no pierden la oportunidad que les brindamos para decirnos que
tal libertad, la nuestra, la de todos, no vale para nada. La peor enemiga de la
libertad ciudadana es ella misma, pues nos damos la obligación de respetar,
escuchar y tener muy en cuenta no sólo a quienes disienten dentro de los mismos
ámbitos de la democracia sino a todos aquellos que no la desean. Por todo ello
debemos cuidarla con diligencia y no olvidar que el enemigo campa a sus anchas,
como nosotros, y por que nosotros así lo disponemos. La dejadez, el miedo a
ejercer como ciudadanos sólo beneficia a quienes buscan su interés por encima
de todas las cosas lejos de los valores humanos que conforman nuestra
conciencia colectiva, conciencia que tardamos siglos en componer. ¿Dejaremos
que se diluya como si ningún valor tuviera? ¿Permaneceremos escondidos
lamiéndonos las heridas mientras una diminuta porción de la sociedad hace su
voluntad, se abroga todo beneficio y poder y reconstruye la conciencia de las
generaciones futuras? ¿Cómo será la conciencia de nuestros hijos si nosotros,
que gozamos del más elevado control sobre el destino del que jamás fue soñado,
obramos como esclavos? Ahora somos libres, ¿no importa la libertad si conlleva
luchar responsablemente por una sociedad justa? ¿Cuántas razones esgrimimos
cotidianamente para justificar la indolencia e indiferencia individual y
colectiva? ¿Cuántas veces repetimos “no podemos” y realmente enmascaramos un –muchas
veces comprensible pero jamás aceptable– “no nos atrevemos”? La indiferencia no
cae en saco roto: un coro de voces se levanta desde infinidad de medios de
comunicación, desde algunos centros políticos, desde ciertas élites científicas
y seudocientíficas para generar la tendencia: repiten insistentemente que nada
podemos hacer, que el destino es inescrutable, que las cosas son como son, que
la historia ha llegado a su fin y que el hombre sólo es libre de vivir las
cadenas que él mismo se ha puesto. (Es paradójico: tantas manos invisibles
producen un ruido atronador.) Aseguran que el poder que gozamos nos fue cedido
voluntariamente por las élites económicas y estatales, que nada ha sido ganado
por la ciudadanía en sus luchas cotidianas, sino que gozamos de una mera
concesión de los poderosos. Pero es tan ingenuo aceptar que nos regalaron el
poder como negar que intentan arrebatárnoslo de nuevo por todos los medios a su
alcance. ¿Quién nos quiere convencer de que nada podemos hacer ante el destino?
¿De que somos impotentes? ¿A quién interesa que la historia se acabe? ¿A quién
que el destino deje de ser construido por ciudadanos libres de decidir su
camino? ¿A quién interesa la sumisión? ¿Quién busca que nos dejemos de
preguntar por la naturaleza de las cosas? ¿A quién beneficia el desánimo?
¿Quién sonríe cuando callamos? ¿Quién cuando permanecemos postrados en la
inacción? Las únicas cadenas que nos pesan son las de la resignación, que no
son fáciles de romper, más si algunos se empeñan en hacerlas más pesadas y
cortas, pero ciñendo nuestro interior espiritual es cuestión nuestra hacerlas
añicos, tan pequeños que se confundan con la arena de los caminos. Pero es
urgente, no tenemos todo el tiempo del mundo, la libertad se esfuma en un
instante: apretemos las manos en torno a las riendas de la sociedad antes de
cederlas por dos mil años más, antes de que se apague nuestra conciencia, antes
de que normas ajenas nos impidan respirar y ya no seamos responsables, perdida
irresponsablemente de nuevo, la libertad. El martillo escultor aún lo sostiene
nuestra mano, por tanto, nuestro es el presente.
¿Y qué ocurre en el presente? De esto
trata este ensayo. Ocurre que una nueva sociedad se construye. Algunos la
llaman con admiración, quizá con orgullo contenido, la sociedad del
conocimiento, pero jamás en la historia del hombre se impulsó un cambio social
de tales dimensiones sumergido en tan oscuro océano de desinformación y
desperdicio de conocimientos. La sensación insuflada en la conciencia colectiva
desde los medios de comunicación de masas es que caminamos hacia un mundo más
justo sostenido por la inmensidad del saber humano. Sobre el saber, nos dicen,
edificamos la sociedad del siglo XXI, donde el progreso marchando a toda
máquina sobre vías capitalistas se garantiza a través de la producción de
cantidades enormes de nuevos y revolucionarios conocimientos que activan y
reactivan el crecimiento de la economía, único camino para asegura el bienestar
de la humanidad. A primera vista parece interesante, desde luego, pero tal
sociedad del conocimiento impone un precio, demanda e inventa una nueva
Institución sin la cual, asegura, no es posible su desarrollo. La condición sine qua non de la rutilante sociedad
del saber es que las ideas deben ser propiedad privada, que se puede y se debe
comercias con ellas, que son la mercancía necesaria para los mercados
emergentes[12]. El proceso de legitimación se encuentra
en marcha y a plena potencia fundamentado en una propuesta central: nos
aseguran que las ideas deben ser propiedad privada para proteger a los autores,
científicos y artistas que generan los nuevos conocimientos motor de la nueva
sociedad; que no hay otro camino posible, ni alternativa para recompensar su
trabajo, ni posible vuelta atrás, ni esperanza de cambio futuro. Tal
suposición, que no desea admitir contestación alguna[13], se inyecta pausadamente, en dosis
muy pequeñas, dentro de la conciencia colectiva, ablandándola, domándola,
sometiéndola al nuevo bocado y espuela con la parsimonia propia de un experto
domador de caballos. Desean que aceptemos la existencia de una propiedad –dicen
que especial– que niega la libertad de todo hombre de aprender[14] lo que se le antoje por el camino
que quiera con la sola limitación de sus capacidades y su voluntad, que niega
la libertad del hombre de vivir de acuerdo a cuanto conozca y se gane de
acuerdo a ello la vida con dignidad, que niega que seamos propietarios de
nuestra alma desde la propiedad universal de la conciencia humana. Nos inoculan
la sumisión a una propiedad tan especial que sólo sirve para que otros se
apropien en exclusiva de nuestras ideas, pensamientos y sueños. Pero quizá sea
el momento de efectuarse algunas preguntas: ¿La propiedad intelectual es
coherente con la naturaleza del conocimiento? ¿A quién beneficia principalmente
que las ideas sean legalmente propiedad privada? ¿Son incontestables los
argumentos que se esgrimen para justificar tan enorme expropiación universal?
¿Qué fuerzas se han puesto en movimiento para que aceptemos la patente[15]como un derecho natural? ¿Cuáles son
los planteamientos utilitaristas en su defensa? ¿Quiénes son puestos al frente,
como títeres, para que reciban las críticas de la mayor parte de la sociedad
que no acepta tales pretendidos derechos? ¿Quiénes se esconden tras los
títeres, sin responsabilidad, pero guardándose el título de todos los nuevos
haberes resultantes de la expropiación? Y por otro lado, ¿en qué marco
histórico se intenta imponer tal Institución? ¿Qué la ha provocado? ¿Cuáles son
sus consecuencias inmediatas y a largo plazo? ¿Qué aceptemos la propiedad
privada de las ideas conlleva un cambio tan profundo de la sociedad tal y como
insinúo? En otro orden de cosas: ¿es posible la idea de inteligencia colectiva[16] si privatizamos las ideas? ¿Planeamos
sobre la desintegración final y apoteósica de la idea del ser humano como
unidad que comparte un destino común sobre
Es hora de enfrentarse a la propiedad
intelectual y a la cosmología simonita como productoras de nuevas realidades
sociales. La llamada sociedad del conocimiento se levanta poco a poco generando
contradicciones y fracturas sociales desconocidas hasta el momento, pero nos
encontramos algo despistados y buscamos las razones de muchos problemas de esta
nueva sociedad en cuestiones que son neutras, que no contienen ideología ni
expresan, en sí, los intereses de grupo alguno, –como es el caso de la
tecnología de la información[19]–, y que de por sí no determinan el ser
de la sociedad, olvidando
que observamos las consecuencias del debe ser aplicado a los diferentes
instrumentos; debe ser que por fuerza sí contiene ideología. Un
instrumento, una herramienta cualquiera no puede ser valorada moralmente, pero
sí se puede valorar moralmente la ley que administre su uso. Ingentes trabajos
sobre el estado de la técnica y la tecnología predisponen nuestro análisis
hacia un continuismo sobre la tendencia común a cuestionar la herramienta y se
abandona el camino de inquirirnos sobre los aspectos que prescriben su uso.
Además, tengamos en cuenta que, en algunas ocasiones, y muy a pesar del sistema
democrático, las leyes no son generadas por la voluntad general sino que tal y
como argumentaba Trásimaco en
Pero la gravedad del asunto no nos
debe desanimar, sino todo lo contrario; recordando a Aristóteles: “la
justicia es algo social, es el orden de la sociedad cívica”[23] por eso podemos
aspirar a una sociedad futura distinta, más justa, aprovechando las
oportunidades que la tecnología nos brinda solamente con variar la orientación
que a su estructura de uso le demos desde la norma: para variar el orden de una
bastará, en parte,[24] con modificar la otra. La misma
artificialidad del sistema de propiedad intelectual es su debilidad y la
oportunidad histórica que debemos aprovechar para modificar lo que entre todos consideremos
oportuno: la economía simonita se desarticula con un sencillo Decreto de Ley.
Por tanto, en este ensayo trataré de la rectificación a la que aconsejo someter
los Derechos de Autor para alcanzar una sociedad más justa; justicia a la cual
jamás debemos renunciar porque, “¿cabría mayor absurdo que pensar que los
seres inteligentes fuesen producto de una ciega fatalidad?”[25]
Conocimiento, tradición y simonismo
Desde que el
hombre es hombre incluso el más mísero de entre todos ellos detentaba la
libertad de saber sin más límite que su propia voluntad, las capacidades que la
naturaleza le otorgase y la educación que por suerte tuviera. Incluso en una
sociedad carente de res pública formal, tradicionalmente el conocimiento
se comparte y pertenece por derecho a todos y cada uno de los componentes de la
sociedad, por tanto, el más pobre tiene tanto en el ámbito del saber como el
que posee muchas cosas materiales, así la res publica siempre fue y debe
ser, al menos, conocimiento. Se han dado casos en algunas sociedades humanas en
que alguno de sus miembros han ocultado conocimientos a sus congéneres, pero ha
sido siempre con la intención de dominarlos y someterlos para sacar provecho
particular de ello: es el caso de los chamanes, dictadores, curas, y ahora, los
simonitas. En términos generales los liberales negarán que el hombre haya
compartido históricamente el saber y, justo al contrario de lo que digo,
afirmarán que en los casos en que el saber ha circulado libremente ha sido en
perjuicio de los intereses de los autores y al fin de toda la humanidad. Sin
duda nos sacarán a relucir, a falta de cosa mejor, algunos preceptos y leyes
harto manoseadas como el Statute of Anne,[26] como si aquella ley perteneciera a
la prehistoria y sirviera como garantía consuetudinaria. Desde luego juzgo
osado presentar como pedegree absoluto de estas leyes la interpretación
interesada de un título, (que además más tiene que ver con los intereses
recaudatorios del Estado y la censura religiosa que con la defensa de los
derechos de los autores)[27] que no pasa de ser mera curiosidad
para incluir en un juego de TrivialÒ. Las breves y casi escuetas enumeraciones sobre leyes
que supuestamente protegían a los autores[28] y que sistemáticamente nos hacen
sufrir en los manuales de propiedad intelectual más que demostrar su rancio
abolengo son exposición de su bastardía y más les valdría, por evitarnos la
vergüenza ajena, el obviarlas. Lo cierto es que incluso desde su relectura de
la historia poco pueden encontrar que no sea anecdótico más lejos del siglo
XIX. Es en este siglo donde aparecen, –y como digo, sólo en Occidente- leyes
sobre propiedad intelectual propiamente dicha y registros de patentes.[29] Es decir, que se otorga el saber en
propiedad excluyente con el supuesto objetivo de proteger la idea del autor. Con algo más de cien años de historia no podemos
decir que exista un interés secular de los autores y científicos por impedir la
copia de sus manuscritos o la expresión material de sus ideas, y menos para que
el Estado legislara en tal sentido: al autor le ha interesado la búsqueda de la
verdad y la divulgación de tal verdad por encima de cualquier otra
consideración; cuestión que por más que se la expliquemos a un burgués no
conseguirá comprender jamás. Tradicionalmente, el avance cultural del hombre se
ha producido sobre este interés y no sobre intereses materiales.[30]
Después de catapultar hacia nuestras
posiciones su recurrido Statute of Anne
y otros proyectiles de tan difuso calibre consuetudinario, y cerciorarse que ni
siquiera son capaces de alcanzar nuestra fachada argumentativa, probarán con
una especulación algo más seria, la utilitarista: los autores deben ser
protegidos, pues sus derechos como trabajadores no son respetados si no existe
la propiedad intelectual. Les debemos preguntar: ¿La protección de los autores,
como trabajadores, se puede efectuar de otra forma más justa que la propuesta
por los liberales como adjudicación de una supuesta propiedad exclusiva del
saber desarrollado? No deja de parecerme curioso que sean estos hombres amantes
de la libertad absoluta del mercado de súbito se tornen tan pródigos con los
trabajadores científicos, artistas y similares postulando monopolios
interminables. Tal proceder, desprendido incluso, provoca una razonable
desconfianza llegando de quien llega. ¿Por qué legislar para que el desarrollo
de un saber sea premiado con un monopolio de tal suerte que además suponga la
conservación íntegra de la propiedad y del derecho exclusivo de materialización
de ese saber que nos permita dejar de trabajar en medida proporcional a la
dimensión de la prerrogativa? ¿Por la sencilla razón de que necesitamos premiar
al sabio y se nos ha ocurrido tal fórmula, y porque tal fórmula se puede llevar
a la práctica de forma tan sencilla como irreflexiva? ¿No existe alternativa?
¿La propiedad sobre el alma o nada? Pues sí, plantearla como única solución
universal es la razón que sostiene tales derechos. Cualquier alternativa viable
la desarma.
Debemos soñar una sociedad donde el
valor del objeto del conocimiento no resida en la imposibilidad de que nadie
pueda imitar con el mismo saber el objeto, es decir, un valor monopolístico
material, sino en el saber hacer y la vitalidad que cada individuo sea
capaz de transmitir al objeto, objeto que debe ser juzgado desde un criterio de
uso y no de beneficio, justo lo contrario a lo que ocurre ahora tal y como nos
aseguraba Marx y nos recordaba Albert Einstein,: “La producción (capitalista)
está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso.”[31] La propuesta fundamentada en el
valor de uso nos asegura que la venerada liberal-competencia de los mercados se
produzca entre hombres libres de saber y que la virtud de querer saber, la
habilidad, la experiencia y el interés de alcanzar la perfección en cada una de
las ocasiones sea la garantía de la felicidad y no la eliminación de la posible
competencia que haga innecesarios mayores esfuerzos. No se trata de subsistir
por el beneficio que me aporta el que tú no puedas cantar mi canción sino por
el beneficio que obtengo cada vez que la canto mejor que tú. Entonces, compiten
de nuevo los hombres en igualdad de condiciones lo que obliga a desarrollar las
habilidades individuales y a ejecutar con suma perfección cada uno de los
objetos o servicios que producimos. El trabajo recupera su valor como
herramienta que dignifica al ser humano: sería un trabajo que lejos de alienar
nos engrandecería como personas, pues cada uno materializa el saber como le
venga en gana y de acuerdo a sus capacidades naturales, sus capacidades
adquiridas, su actitud, etc. Se recupera la cotidianidad de la creación hija
del trabajo ya que nos podemos apoyar en todo lo conocido para crear cosas,
servicios y conocimientos nuevos. (Y fíjense que hablo como si fuera liberal.)
Este tipo de competencia sería más enriquecedora para la sociedad y para cada
uno de los seres que la componen ya que la competencia se producirá desde la
libertad del espíritu. El enemigo es creado por el mercado para que el propio mercado
funcione en su brutal asignación de unos beneficios que se hacen menores para
el conjunto de la sociedad, amen de las indiscutibles y enormes perdidas que se
producen en tal proceso de distribución de la licencias de utilidad. En la
situación que propondré no será necesaria la figura de la propiedad
intelectual; según esta propuesta, que iré perfilando poco a poco, los hombres
podrían vivir de su trabajo sin ser necesario expropiar a nadie de su derecho a
saber y de su libertad de materializar lo que sepa como mejor pueda de acuerdo
a su saber hacer. Los inalienables
derechos del trabajador intelectual deben ser respetados, sin duda, pero nada
nos indica que el camino adecuado sea el de expropiar al resto de los hombres
de la sustancia de su espíritu ni negarles la utilidad de esa sustancia.
Y un inciso, teniendo en cuenta la
importancia que detentan en nuestra sociedad debo hacer referencia especial a
los productos industriales de consumo: esos que van unidos a un saber
patentado, –supuesta propiedad sobre lo abstracto que automáticamente supone
monopolio sobre lo tangible–. Podemos asegurar que con estas leyes se intenta
prestarles el carácter de inimitables a obras que de tan vulgares cualquiera
que disponga de capital y saber hacer
suficientes puede reproducirlas. Sólo lo impide una Ley. El hombre no aporta
valor distintivo alguno al objeto particular. Es la máquina y el hombre
laminado que repetitivamente moldea una realidad que toma valor por ley, a
fuerza de ley, pues situado el objeto en el mercado liberal en libre
competencia, en sí mismo, valdría mucho menos. Así, la inmensa mayoría de las
plusvalías le son otorgadas por Ley y se llaman plusvalías monopolísticas. Ya
sé que gracias al conocimiento –y no a la propiedad intelectual– podemos llevar
un reloj de pulsera muchos de nosotros, pero mi intención no es que se dejen de
fabricar relojes en línea sino que se pague por ellos exactamente lo que valen
como objetos con número de serie, pues lo que es un absurdo es que lo sean y
nos sean cobrados como objetos únicos, irrepetibles, y todo porque una ley
otorga al que desarrolla un conocimiento noventa años y un día de monopolio
sobre su expresión material. Lo paradójico es que tales propuestas vengan
embutidas en un traje de sastre confeccionado artesanalmente a su gusto y
medida. Un simonita y su traje único como expresión sui generis que una persona ha sabido concretar desde el
conocimiento universal: así les gusta. Y no se encuentran tan equivocados en
esto, sino porque persiguiéndolo ellos se lo niegan a los demás.
Quizá la solución resida no en la
posesión de bienes sino en su disfrute, en la capacidad humana de disfrutar los
bienes: en ese caso sobre todo sería valorada la calidad humana[32] del objeto antes que la cantidad y
por supuesto la posibilidad de que esto bienes nos sean útiles. (Como hemos
podido comprobar la propiedad intelectual produce justamente lo contrario a lo
que el sentido común aconseja, yendo al punto en que la utilidad de una riqueza
existente es anulada para que el comercio de licencias de esa misma utilidad,
ya rarificada, genere beneficios en el mercado.) Esto limitaría la necesidad
porque lo útil tiene un límite próximo; sin embargo la necesidad de poseer en
exclusiva no. Un objeto fabricado por un artesano detenta un valor porque a
fuerza de crearlo deja una parte de sí mismo sobre el objeto, –es aquella
expresión material de un saber hija
de su saber hacer–, ese valor humano
barniza lo material y las personas lo aprecian y deja de ser una cosa
cualquiera para ser el objeto concreto distinto de cualquier otro del universo
que se adapta exactamente a mis necesidades. En este punto creo conveniente
preguntar: ¿Acaso no es posible que la alternativa a la sociedad orientada al
acaparamiento de riqueza a través del intercambio infinito que ancla al hombre
en lo material sea otra sociedad orientada al uso[33] que libere al hombre de lo material?
Esta propuesta de recuperar la obra del hombre como valor singular será
recogida con cierta desconfianza por los liberales, –¿de vuelta a los gremios?–
dirán, pero no tiene nada que ver con esto y ellos lo saben y yo adelanto que
sé que lo saben: se trata de que cada hombre compita con su saber hacer. Que cada uno sea libre de
trabajar como mejor sepa. ¿Esta propuesta no es netamente liberal tanto como
socialista?
Pero los simonitas, encarnados
en fuerzas económicas apoyadas por Instituciones estatales y supranacionales,
desean alterar las normas establecidas secularmente en la sociedad para dirigir
en su propio beneficio un muy limitado derecho de expresión de los
conocimientos marchando sobre las bases del sistema de mercado capitalista.
Esta alteración, tal y como sostengo, persigue el provecho de unos pocos. Pero,
¿podemos realmente identificar algunos de esos agentes sociales? ¿Quiénes son y
qué esperan obtener concretamente de toda esta revolución?
Anthony Wayne, Secretario de Estado adjunto para Asuntos
Económicos y Comerciales de EEUU, declaró el 23 de abril de 2002 ante
El saber público se transmuta en saber privado y a él se
accede previo paso por caja, quien tenga la suerte de disponer de recursos
suficientes. La revolución simonita es, como afirmo, esencialmente
mercantil pero producirá una revolución social sin precedentes. A esta nueva
sociedad sería más correcto denominarla valga la crudeza, “sociedad del
desconocimiento” o “de la ignorancia”, hija de las fuerzas imbéciles del
mercado, tal y como las conocía Pierre Bourdieau[38], pues
vistas las crecientes[39] trabas a la circulación y libre materialización del conocimiento
existente, la forma positiva se me antoja grotesca.
Dos cuestiones: primera, el mundo debe tomarse muy en serio
las palabras de Anthony Wayne. Para subirse al tren del crecimiento económico y
seguir el rumbo marcado por EEUU es imprescindible aceptar las reglas del nuevo
juego económico o, de lo contrario, quedarse fuera, algo que, sin embargo,
resulta imposible desde el momento en que las políticas emprendidas por EEUU
son extremadamente agresivas; no se limitan a aconsejar el acatamiento de la
propiedad intelectual, sino que dejan a los Estados la libertad de elegir entre
respetarla o sufrir variadas sanciones económicas.[40] De la
misma forma se desea imponer mediante la coacción la observancia de los
contenidos normativos de tal institución a todos los ciudadanos residan donde
residan: todos sufrimos la violencia del “gran hermano” de los programas
informáticos, las injuriosas advertencias del comisario político que nos ofende
en nuestro propio hogar al comenzar cualquier película, la continua agresión
desde los medios de comunicación de masas conceptuando de piratas a quienes
osen prestar un cd de música o un videojuego. Sentimos terror al expresarnos
por si la idea expresada ya es propiedad de alguien. La coacción y la brutalidad legal son evidentes para
cualquier ciudadano.
En segundo lugar, se pone demasiado énfasis no en defender el
derecho del autor, sino más bien el derecho de propiedad intelectual, es decir,
que si bien el fundamento primero que se esgrime es la protección del autor, lo
que realmente se desea es proteger los intereses económicos de los propietarios
del conocimiento. Como nos dice Hervé Le Crosnier, “El público crédulo cree
defender a Flaubert o al cantante desconocido, pero se ve embarcado en el
intento de “financiarizar” la cultura emprendida por Microsoft, Elsevier,
Vivendi Universal y compañía”[41]. En este sentido la propiedad intelectual genera una
nueva realidad para el ser humano. Se desea un nuevo
derecho donde sustentar una nueva economía que posibilite un desarrollo
económico nuevo, artificial y, como veremos, injusto con aquellos que no
participan de estas actividades intelectuales, artísticas o científicas, o que
sencillamente no poseen propiedad sobre saber alguno patentable e incluso con
los trabajadores del saber, pues éstos serán expropiados de sus ideas a cambio
de un salario tradicional.[42] “En la actual economía de los
conocimientos, los activos de propiedad intelectual son la divisa más fuerte”, nos dice Idris[43], y Pierre Lévy sentencia: “las
empresas de la llamada ``nueva economía'' obtienen la mayoría de sus rentas de
servicios intelectuales, copyrights, licencias y patentes”[44]. Sólo debemos esperar a que el porcentaje
de producto bruto de estas empresas sobre el total mundial se vaya
incrementando para que podamos contemplar el alcance de lo que digo. Pero no lo
olvidemos, mientras tanto, ellos van consiguiendo lo que quieren: hacer de las
ideas fundamento de sus monopolios.
La resistance
En el siglo XXI se producirán
importantes conflictos entre el liberalismo, que defiende la posibilidad de que
el saber sea propiedad particular –la propiedad intelectual–, y el socialismo
que, tomando paulatinamente posiciones al respecto, negará tal posibilidad y
defenderá la propiedad universal del saber a la par que reconocerá el derecho
de los sabios a cobrar por su trabajo[45]. No obstante, los liberales llevan
ventaja: su fórmula fundamentada en otorgar la supuesta propiedad sobre el
saber como compensación a quien lo desarrolla, a pesar de su novedad, se
encuentra bastante extendida como norma positiva en los países occidentales.
Tal extensión se sitúa muy por delante de su aceptación pública pero es
indudable que la maquinaría mediática liberal trabaja sin descanso para
legitimar la nueva propiedad privada y para que la ciudadanía la adopte como
cierta. Mientras, el socialismo se mira el ombligo incapaz de reconocer su
importante papel en esta controversia, sin acertar con una propuesta
alternativa. Por eso, en principio, después de sopesar la posibilidad de evitar
el definirme, he decidido hacer justo lo contrario y así lo he dicho: alguien
tiene que dar el primer paso. No se trata de excitar una nueva polémica sino de
declarar la que de facto ya existe. El objeto de este ensayo es, entre
otros, inducir la unificación de la resistance
bajo un criterio universal que sin duda encaja en el eje
derechas-izquierdas. (Por más que Richard Stallman, prudentemente, niegue el
color de estas leyes con la sana intención de no provocar reacciones
preencuadradas en su contra, color tienen, y todos sabemos cual.[46]) El movimiento actual se encuentra
dividido, cada cual protestando éste o aquél artículo de
¿La revolución hermética? Tendencia actual
de las Ciencias Sociales
Dentro del ámbito de las Ciencias Sociales –y, en particular, en
sólo de
los conocimientos rentables. Si analizamos con detenimiento el panorama social,
resulta fácil comprobar que la técnica se encuentra en tercer lugar en el orden
de importancia de los elementos que influirán en la conformación de las nuevas
relaciones de producción, cuya parrilla de salida formada por los primeros competidores
queda ordenada de la siguiente forma[52]:
1º Las regalías otorgadas a la propiedad intelectual. (Nueva forma de
producción: la nueva fábrica simonita que genera más o menos beneficios
dependiendo de su contenido prescriptivo).
2º El estado del conocimiento cosificado (nueva mercancía para el
mercado.)
3º El estado de la técnica y de la tecnología de la información,
(herramienta orientada a catalizar todos los procesos que existan empeñados en
la comercialización del conocimiento reificado).
El
mercado no es nuevo, la técnica y la tecnología de la información tampoco, y ni
siquiera es tan impresionante su avance (al fin y al cabo, parece que ha dejado
una impronta revolucionaria mucho más profunda el telégrafo, si lo comparamos
con el sistema de correo tradicional, que el correo electrónico con el
telégrafo, y ya no digamos la imprenta con la impresora láser, la pluma de oca con
los tratamientos de textos, etc). Sin querer desmerecer el peso de estas
cuestiones, si existe algo evidentemente nuevo esto es la propiedad intelectual
y el resultado que de ella extraemos es que el conocimiento ha sido empaquetado
en porciones para su espasmódica instrumentalización mediante una tecnología
cautiva.[53] Si nos empeñamos en no calificar como revolucionaria tal institución,
deberíamos, entonces, redefinir lo revolucionario. No obstante, y por más que
parezca evidente lo que acabo de exponer, hay sociólogos de enorme prestigio –y
que han invertido su vida en el estudio de la sociedad de la información a
partir de la influencia de la tecnología– que opinan justo lo contrario a lo
que yo planteo; Manuel Castell, por ejemplo, afirma: “lo que caracteriza a
la revolución actual no es el carácter central del conocimiento y la
información, sino la aplicación de ese conocimiento e información a aparatos de
generación de conocimiento y procesamiento de la información/comunicación, en
un círculo de retroalimentación acumulativo entre innovación y sus usos”.
En este punto ya no nos parece tan cómico el despiste del sabio astrónomo: lo
que caracteriza la revolución actual es, precisamente, el carácter central del
conocimiento al convertirse en objeto reificado, en mercancía no ya de aquel
intercambio propio del mercado tradicional, sino de la nueva relación que se
produce en los mercados simonitas gracias a la propiedad intelectual y que
redefine a los actores participantes: el productor, el propietario, el vendedor,
el comprador de la mercancía. De todos ellos se conservará la etiqueta para
facilitar la asimilación pero las funciones serán bien distintas. En el estudio
de la nueva Institución y del nuevo escenario, relaciones y actores que produce
se esconde la clave de la sociedad simonita.[54]
Si observamos la modificación tanto de los hábitos y formas de vida
cotidiana de las personas como de las formas y relaciones de producción
inducidas directamente por el estado de la tecnología, la sociedad de comienzos
del siglo XXI, la que acompaña a esa modernización tecnológica, es, en mi
opinión, infinitamente más parecida a la del siglo XX que la del XVIII a la del
XVII; pero si tenemos en cuenta los siguientes índices dinámicos:
1º.- El progresivo abandono de los
mercados tradicionales.
2º.- La imparable ampliación de las
regalías otorgadas a la propiedad intelectual.
3º.- El volumen creciente de saber
reificado.
4º.- La reorientación de una parte
importante de los esfuerzos técnicos para potenciar y perfeccionar las
estructuras tecnológicas físicas y los procesos informacionales que sirven como
escenario de la nueva relación mercantil.[55]
5º.- La reorientación de casi toda la actividad espiritual de las
personas hacia el aparente consumo y producción de saber mercantilizable…
…es inevitable aceptar que nos
encontramos, sin duda alguna, en el camino hacia una ruptura realmente profunda
con el pasado reciente. En suma, la revolución teconológica no es tan
importante como queremos imaginar. Al fin y al cabo, supone un mero adelanto
tecnológico lineal sobre lo ya existente y no una ruptura total con lo anterior
que implique unas nuevas relaciones de producción más allá de esa misma
evolución lineal: las diferencias son de grado y no de cualidad. Se trata de un
cambio en la sociedad y no de un cambio de sociedad. Además, la supuesta revolución ha finalizado su fase más
virulenta, ese periodo de tiempo en que las incontables innovaciones
tecnológicas sobre los mismos conceptos prácticos nos hacían pensar en que
construíamos una sociedad nueva. No obstante, la revolución acontece, sólo que
en lugares bien distintos aunque, como digo, cercanos y evidentes. Pero parece
que tal acaecer pasa desapercibido para casi todo el cuerpo científico, de ahí
que la intención del presente capítulo sea llamar la atención de los sociólogos
para que dejen de contemplar la propiedad intelectual como una mera norma ajena
a su disciplina y sí, en cambio, la observen como una institución que en sí es
un nuevo sistema de producción que supera al modo de producción capitalista. “…Nuestras sociedades, cada vez más orientadas
hacia la propiedad intelectual”,[56] desplegarán en su interior
relaciones y estructuras que producirán conflictos inéditos entre las clases
sociales que resulten del cambio, conflictos que de hecho ya comienzan a
manifestarse pero que nadie se molesta en describir ni en explicar. Lo bueno
–si algo bueno hay en todo esto– es que lo peor se encuentra por llegar, y que
en cierto modo, las consecuencias del simonismo
son predecibles y subsanables desde la experiencia acumulada por
De la mentalidad a la institución
“…los sistemas más sólidos
parecen ser los de democracias ricas y establecidas. Sus éxitos radican no en
gobiernos fuertes sino en gobiernos enfocados en la protección de la propiedad
y en el uso que los individuos le dan a esa propiedad en el comercio".[57]
¿De
dónde surge la necesidad de imponer la propiedad intelectual? (Seamos
conscientes de que en este momento no demando la presentación de los
archiconocidos argumentos con los que sus partidarios intenta justificar esta
institución, sino la fuerza más significativa, entre muchas, que la anima.[58])
Este tipo de leyes
tiene su aliento creador en la visión que del mundo tienen los liberales y su
ansia de ser libres poseyendo, privatizando, mercantilizando. “Libertad y
derechos de propiedad son equivalentes”[59], nos asegura Capella. Y cuando los
liberales hablan de propiedad siempre se refieren a propiedad privada, a una
posesión excluyente: es mío y sólo mío sino no, no soy libre.[60] Pero si esta propuesta se nos antoja
en todo caso insólita, si nos situamos en los ámbitos del conocimiento pierde
todo sentido. Cuando un conocimiento es tenido
por muchos es difícil justificar que sólo sea poseído por unos pocos, pues siendo la tenencia insoslayable e inevitable, la supuesta propiedad
excluyente es la negación de un hecho por mera disposición de ley: se intenta
reducir los ámbitos de la libertad de poseer nuestros pensamientos en pro de la
libertad de unos pocos que serán los nuevos propietarios. No deja de ser
paradójico que quienes confunden la libertad con el derecho de propiedad
acepten que sus pensamientos no les pertenezcan, cuando al hombre para ser
libre le basta, en gran medida, con ser amo de su propia alma. ¿Por qué
proponer tal paradoja? Contestaré con otra pregunta: ¿A que no somos capaces de
imaginar quienes serán los dueños de la nueva propiedad privada?
Además, y ahora desde una visión
pragmática, creo que incurren en un error de bulto, pues poseer en exclusiva no
se contrapone a poseer en comunidad sino a un carecer absoluto. Los
conocimientos se poseen en comunidad si reconocemos que el conjunto de todos
ellos, la cultura, se construye entre todos.[61] Desde la misma definición liberal de
libertad se cae en el absurdo al ignorar esta verdad incontestable y legislar
como si lo cierto fuera justamente lo contrario, pues para ellos lo poseído por
todos no aumenta la libertad. No existe término medio. Pero, ¿por qué esta
inveterada necesidad de exclusividad? Es sencillo: si no tratamos de propiedad
exclusiva no se puede comerciar con los objetos. ¿Para qué, si no, comprar y
vender lo que ya es de todos? Lo que anhela la psicología liberal no es, por
tanto, tener conocimientos por el amor al conocimiento –si así fuera los
liberales serían grandes sabios y no grandes comerciantes–, sino apropiarse en
exclusiva de ellos, aun sin tenerlos,
para comerciar y hacerse dueños por una vía monopolística de mayor cantidad de
bienes materiales que, al fin y al cabo, son los que idolatran y aprecian en y
por su misma esencia.
Lo cierto es que, en un marco más
amplio, sentirse libre sólo cuando la propiedad es exclusiva disuelve toda
posible esperanza de un mundo donde no se contemple como competidores al resto
de los mortales. Las cualidades de la libertad han sido sustituidas por una
cuantificación, traducidas a moneda corriente, certificándose así la unión
indisoluble e indistinta de la persona y lo poseído que define la yoidad liberal
burguesa, hasta el punto de que un ser humano no se reconoce sin sus posesiones
exclusivas.[62] Parodiando un principio orteguiano,
ya no es el hombre y sus circunstancias, sino el hombre y sus propiedades.
Desde esta nueva concepción del ser humano, que hace añicos los fundamentos
sobre los cuales los ilustrados reconstruyeron la libertad, se vuelve absurda
cualquier batalla por magnificar las dimensiones de la libertad de todos los
hombres. Ya no es posible una libertad para la humanidad, sino una libertad
para un hombre en primera persona –yo mismo–, pues el juego propuesto conlleva
invariablemente un resultado de suma cero: lo que no sea poseído por mí lo será
por otros. Mi libertad se reduce desde que aumenta la de los demás y, por
tanto, si deseo ser más libre, mi obrar debe orientarse a restringir la
libertad del prójimo: la libertad se convierte en un bien limitado, escaso
incluso y como tal en objeto de intercambio, de comercio. Ya no es cuestión que
ataña a los hombres, sino a las cosas. Se confunde la cosa poseída con la
libertad y el tablero social representado por todas aquellas relaciones que los
hombres puedan construir entre sí se simplifica, quedando un lacónico esqueleto
económico.[63] La suerte la decide, no ya los
jugadores, sino ese mismo tablero que ahoga la subjetividad moral del individuo
en cuadrículas tan perfectas como asépticas. Las relaciones humanas se tornan
estructuras, pues carecen de sentido para el mismo hombre y sólo sirven al
sostenimiento de sí mismas, con independencia del ser. Al mercado no le importa
a quién termine perteneciendo el mundo, es una institución amoral que otorga
esa libertad de poseer en exclusiva
en función de la fuerza bruta de cada
uno, y no reconoce, desde luego, derechos ni al débil, ni al menesteroso. El
mercado ni siquiera sabe de su existencia. El poder sobre el destino de los
hombres es entregado al mercado por los liberales que aman sus posesiones y, en
consecuencia, todas “sus leyes son siempre útiles a los poseedores y
perjudiciales a quienes no poseen nada”[64].
Lo cierto es que no
queda casi nada material que no sea propiedad exclusiva de alguien. Es
necesario abrir nuevas vías para hacerse con una mayor porción de la libertad
total. El deseo de ser libre poseyendo en exclusiva pesa enormemente y fuerza
al individuo a buscar nuevos caminos, nuevas fórmulas imaginativas e incluso
imaginarias –como la propiedad intelectual– para aumentar sus posesiones. Ya
Adam Smith nos ponía sobre aviso sobre la naturaleza de los capitalistas: “Cualquier
propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta
categoría de personas debe ser siempre considerada con la máxima precaución, y
no debe ser adoptada sino después de un estudio prolongado y minucioso,
desarrollado no sólo con la atención más especial sino con el máximo recelo y
desconfianza. Porqué provendrá de una clase de Hombres cuyos intereses nunca
coinciden con lo intereses de
Desde luego, la idea de la propiedad intelectual es tan
brillante como ingenua, pero la ingenuidad de la psicología liberal es arma de
doble filo. El capitalista liberal sufre con diligencia sus pasiones que le
animan a encontrar –mediante esa astucia propia de su clase que con sincera
admiración describía el supuesto padre de todos los liberales– no sólo los
caminos para satisfacerlas, como ya he dicho, sino también la forma de
cristalizarlas legalmente de tal manera que le garantice el apoyo coactivo de
aquel Leviatán tan denostado en la palabra salvífica y tan amado por el corazón
práctico. Siempre articularán sus maniobras de tal forma que les ampare
Ya Aristóteles argumentaba en su Política que existe una diferencia entre
la economía y la crematística. La primera nos habla de las riqueza finitas y de
su correcta administración para cubrir con ellas unas necesidades finitas tanto
que útiles; por el contrario, la crematística trata del dinero como bien
infinito para cuya búsqueda no hay límite pues “todo su afán se centra en al adquisición de dinero por el dinero” [66]. La utilidad de poseer dinero
se limita a la satisfacción de esta misma necesidad de posesión sin límite, que
no parece muy natural y es, desde luego, ajena a
La última fuerza que nombraré, tras la necesidad
de ampliar los ámbitos de la libertad de poseer y de asegurarse monopolios,
será el ansia del capitalista, ya denunciada por Marx, por reducir el peso
relativo de la fuerza de trabajo utilizada en el proceso productivo aproximando
dicho peso relativo lo más posible a cero. ¿Y por qué razón busca el
capitalista disminuir el valor relativo de la fuerza de trabajo? No sólo para
aumentar su beneficio –cuestión evidente– sino además para independizarse de la
clase trabajadora: cuanto menos trabajo necesite con menos obreros tendrá que
rebajarse a tratar[67] y podrá expulsarlos de su
mundo. Si alguno dejan entrar será en calidad de sabio, ungido por los atavíos
de su nuevo estatus desempeñará sumiso el nuevo rol de curiosité que anime las reuniones dominicales burguesas.
Concretando: el simonismo es, a mi
entender, una consecuencia no necesaria, pero si probable del capitalismo,
exactamente de la conciencia burguesa. Debemos comprender el proceso
dialéctico que se produce entre la subestructura y la superestructura social:
aquella estructura de producción (modo y relación) generó esta conciencia
materialista, y tal conciencia materialista desarrolló una ideología
justificatoria, la ideología liberal. Es la conciencia típico-ideal de ese
grupo social, como unión abstracta de las fuerzas que expresan las necesidades
burguesas más profundas, la que genera, en mi opinión, el nuevo modo de
producción consistente en la industria
de las cuestiones inmateriales. Ya se comienzan a fraguar las nuevas
relaciones, y, como no podía ser de otra forma, ya han sido inmediatamente
legitimadas por el liberalismo y respaldadas por el Estado Liberal, que se
comporta como órgano encargado de materializar las expectativas burguesas,
tanto capitalistas como simonitas. No perdamos de vista que, siendo el nuevo
modo de producción una Ley, es el Estado quien sostiene, usando de la amenaza y
la coacción, ese nuevo modo de producción. En
el caso del simonismo
Vistas estas cuestiones
dialécticas nos surge una pregunta: ¿generará el modo de producción simonita
impulsado por la conciencia burguesa hija del modo de producción capitalista
una nueva conciencia simonita? Se dará cumplida respuesta en la medida de lo
posible en un próximo capítulo (De la
institución a la mentalidad), si bien será necesario previamente explicar
algunas cuestiones.
Metafísica y propiedad intelectual
“Que el lector no se desanime si
iniciamos el escrito diciendo que las ideas, en sentido puro, no son
apropiables y que tienen el privilegio de vagar libres en el universo del
pensamiento”
M.
A. Sol Muntañola, Manual de práctica jurídica para la protección de las ideas[68]
Ahora
conocemos alguna de las principales fuentes desde dónde fluye la necesidad de
imponer la propiedad intelectual. Una vez aclarado este punto creo que es el
momento de analizar en profundidad tal institución. La orientación de este
capítulo es, por expresarlo de alguna forma, metafísica[69], y para
facilitar su compresión conviene acercase a esta explicación ligero de
prejuicios e ideas preconstruidas, pues al tratarse de una institución que se
nos ha dado por incuestionable desde
Comencemos
por aclarar qué se entiende en este ensayo por propiedad privada, definición
que se construye secularmente sobre objetos físicos. Según
Como vemos,
y a pesar de que los derechos sobre propiedad se han construido históricamente
sobre posesiones materiales, desde las definiciones que he aportado no
encontramos ninguna diferencia sustancial entre el enunciado de la nueva
propiedad sobre lo inmaterial y el que rige sobre lo material. Si es
fundamentalmente el mismo, siendo los objetos tan distintos, se debe a que el
objeto inmaterial ha sido reconstruido. Este proceso de reconstrucción de lo
inmaterial es lo que denomino reificación
del conocimiento. Todos tenemos conciencia de que el contenido de las
instituciones humanas lo constituyen relaciones, pautas y normas que
evolucionan sobre otras instituciones que son simbólicas, cuyo contenido son
definiciones de entidades y sus significados sociales. Se entrelazan ambos
arquetipos de instituciones de tal forma que en su conjunto se orientan a la
satisfacción de una necesidad social,[79] son, por
tanto, expresión de la acción social de la mayoría, de una clase o de un grupo
de presión que se mueve en busca del interés general, de intereses de clase o
incluso particulares. Nos centraremos ahora en el segundo tipo de
instituciones, pero conviene aquí efectuar una recapitulación para reafirmarnos
en lo dicho:
1ª.- Las
definiciones de entidades que conforman las instituciones simbólicas no
coinciden en muchas ocasiones con su realidad objetiva. De alguna forma los
objetos, una vez socializados, aunque
coincidan en recaer sobre la misma entidad, no preservan los atributos
naturales de esa entidad: son reconstrucciones.
2ª.- Las
instituciones no adquieren normalmente su significado de un acuerdo universal
orientado a la satisfacción de una necesidad del conjunto de las sociedad, sino
sólo a una parte de ella que intenta imponer al resto tal significación en
procura de legitimar su posición o acceso a un recurso o riqueza específico que
se ejecuta a través de instituciones del primer tipo descritas: las normativas.
La reificación del conocimiento es
imprescindible si se desea dotar de cierta coherencia a la propiedad
intelectual como institución simbólica y así pueda aportar apoyo suficiente a
la institución normativa. En este proceso, como digo, se atribuye a lo
inmaterial propiedades de lo material, se redefinen propiedades de lo
inmaterial y se respetan aquellas características objetivas que en nada
perjudican o que contribuyen a dar coherencia a toda la fachada. ¿Por qué razón
es imprescindible la coherencia en toda institución que desee sobrevivir, y,
antes que esto, con qué debe serlo? Toda institución debe guardar coherencia
con el resto de las instituciones de la sociedad si desea florecer y perdurar.
Si la fricción, la incompatibilidad o la incongruencia con el resto de las
instituciones es superior a la fuerza misma de dicha institución a la hora de
generar bien y justicia para el conjunto de esa sociedad, ésta desaparece o es
sustituida por otra institución que, cumpliendo los mismos objetivos, no choque
con el resto del edificio social.[80] Dicho
esto, ¿cuáles son las propiedades que desde esa inmaterialidad se reconstruyen
para el conocimiento con la esperanza de aminorar la fricción?
1º.- La inmaterialidad
del saber –según afirman– conlleva indudablemente su definición como bien no
excluyente; es decir, que la utilización del conocimiento por una persona no
impide el uso de ese mismo saber por otra persona, incluso si fuese concurrente
en otro lugar y en el mismo momento.
2º.- Si se
trata de un bien no excluyente es debido a que, se encuentre donde se encuentre
–en la mente de un hombre o en la de todos, en el disco duro de un ordenado o
en la tipografía de un texto sobre papel–, se trata del mismo objeto: nunca de
objetos iguales o parecidos, sino el mismo objeto. Por tanto, le otorgan al
conocimiento humano la ubicuidad atribuida por algunas religiones a los dioses,
confundiéndose, además, con ciertas expresiones que desde él ejecuta el hombre.
3º.- Según
los simonitas el objeto de la propiedad intelectual no se consume con el uso
gracias a su inmaterialidad. Esto conlleva, en un nivel más cercano, como
objeto de intercambio en el mercado capitalista, la paradójica situación de que
cuando es consumido no se consume. O dicho de otra forma: que cuando se vende
no se pierde la posesión.
Ahora bien,
¿por qué razón tal reconstrucción del concepto de conocimiento otorga una
supuesta coherencia a la institución de la propiedad intelectual?
1º.- Para
que el conocimiento pueda ser poseído hay que decir de él que es ubicuo, que
siempre es el mismo, pues si fueran entidades[81] distintas
sería imposible plantear la propiedad de todas esas entidades, aun en el caso
de una supuesta coincidencia completa. Dando por cierto de que hablamos de un
objeto único, se encuentre donde se encuentre, salvamos toda posible
contradicción al respecto.
2º.- Ahora ya tenemos un objeto único
reconocible; si existe objeto puede construirse una propiedad sobre él, pero
recordemos que el interés perseguido por esta institución no es la de otorgar
en sí propiedades, pues estas pueden ser universales y por tanto no objeto del
mercado. ¿Acaso se puede comerciar con lo que es propiedad de todos? El
propósito es que tales propiedades sean comercializables y sirvan como
mercancía en la lucha por magnificar la libertad individual burguesa. Para que
algo se pueda vender en el mercado este algo debe ser propiedad exclusiva del vendedor. Para dar este paso se desvincula
la tenencia de la posesión: Si el saber es ubicuo se dirá que la tenencia no
importa, como si tal cosa fuera circunstancial y no atributo natural del objeto
pretendidamente poseído. Aquí se iguala la propiedad inmaterial con la
material. Si son iguales, ¿por qué razón no va a ser lo inmaterial objeto de
propiedad exclusiva? “La apropiación del contenido al autor
de un trabajo es tan lícita como la de cualquier otro producto, sea físico o
puramente ideal,”[82] –nos dice Soriano García en un alegre
argumento circular–. Sólo
falta un paso para justificar que el producto
es de uno y no de otros. Para esto se recurre habitualmente a los argumentos
naturalista y utilitarista que se resumen en aquel lacónico “por el sólo hecho de su creación”.
3º.- Pero,
cuidado, todavía falta algo para que el objeto se pueda comprar y vender, pues
para que exista comercio también es imprescindible que el intercambio sea
posible. ¿Por qué? Porque la venta es en sí un intercambio de propiedades
exclusivas. Ahora bien, es obvio que cuando se produce un intercambio de
propiedades físicas lo que pertenecía a uno pasa a ser ahora de otro y
viceversa. Esto no ocurre, sin embargo, con los bienes inmateriales. La
propiedad tangible al transferirse se pierde, pero la propiedad intangible
produciéndose supuestamente la transferencia no se pierde. ¿Cómo es esto
posible? Según los simonitas esto es posible gracias a la infungibilidad del
conocimiento, que, como se ha dicho, permite que sea consumido en el mercado
sin que se consuma la propiedad. Parece evidente, pues, que se produce un
intercambio de bienes por más que el simonita nada pierda…
El proceso
de reificación del conocimiento ha cristalizado con lo mejor de cada naturaleza
y así la propiedad intelectual como institución simbólica cumple, en
apariencia, los criterios mínimos de coherencia para apuntalar la institución
normativa como si fuera un derecho de propiedad sobre objetos físicos.[83]
Como vemos,
estos supuestos ontológicos nunca son explicitados, pero sobre ellos se
pretende sostener la institución situándose el debate en lugares que no los
alcancen. Tal designio se alcanza sólo en apariencia, en la superficie, pues
surgen, como sostengo, disonancias entre la naturaleza del objeto poseído y se
producen continuas fricciones en la intrincada relación que toda institución
mantiene con el resto del entramado institucional. La incoherencia que subyace
en la propiedad intelectual es tan fuerte que se traduce en violencia y en el
asalto de otras instituciones, seculares incluso, que ven peligrar su
subsistencia ante la fuerza inédita que se le otorga a la primera incluso desde
la coacción estatal. Yéndonos a la primera cuestión, ¿realmente el conocimiento
reificado difiere de su realidad natural? Desde luego que sí, y veremos ahora
en que me baso para sostener tal afirmación. ¿Es cierto que la inmaterialidad
hace del conocimiento un bien ubicuo?
Para contestar a esta pregunta es necesario comprender
previamente qué es el conocimiento y su relación con el ser humano como sujeto
consciente.
1º.- Conocer es “averiguar
por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y
relaciones de las cosas.”[84] La ἰδέα es el “primero y más obvio de los actos del
entendimiento, que se limita al simple conocimiento de algo.”[85] El homo sapiens
no es simplemente la suma de la biomasa de los individuos, sino también la de
todo lo que ellos piensan que no es meramente físico o que trasciende a lo
físico; así pues, tratándose de elementales cargas eléctricas que evolucionan
en nuestras neuronas, su entidad es de naturaleza distinta a su misma
manifestación física y ambas constituyen en sí categorías del ser diferentes. Si eliminamos de esta
clasificación taxonómica la primera premisa, lo espiritual o intelectual, nos
encontraremos de igual forma dentro del género homo, pero, desde luego, no de la especie sapiens. En realidad y como es evidente, no trataremos de nada, al
menos nosotros. Los monos sabios comienzan y terminan en el punto en que
comienza y termina su saber, su conciencia, pero de la misma forma que el ser
humano no es tal si carece de todo conocimiento, el conocimiento nada es sino
en la conciencia de un hombre: la substantĭa del espíritu del
hombre es conocimiento. Uno no es sin el otro.
2º.- Por
tanto, el ámbito del conocimiento es el espíritu humano, fuera de él no existe.
3º.- Es una
evidencia que los conocimientos los puede obtener cualquiera en la medida de
sus capacidades y de su voluntad. Esta acción, el aprender, es incluso
involuntaria: el hombre no puede evitar el aprender cuanto escucha, ve o siente
la naturaleza o escucha ve o siente la explicación que de esa naturaleza
efectúan otros hombres.[86]
4º.- Una
vez obtenidos los conocimientos es evidente que los modificaremos,
perfeccionaremos, nos apoyaremos en ellos para desarrollar otros conocimientos,
los engarzaremos a otros conocimientos que ya poseemos, haremos, en fin, con
ellos todo cuanto queramos en el único ámbito al cual pertenecen que es, como
digo, nuestro espíritu o intelecto. La memoria, la inteligencia, la
imaginación, la intuición, nos ayudan en ese obrar de nuestro espíritu que es
el pensar. Tal discurrir espiritual tampoco es posible evitarlo, ni tan
siquiera por el mismo individuo: el discurrir de nuestra mente es muchas veces
inevitable.
Si
admitimos que cada cual debe construir con su entendimiento su propio
conocimiento de las cosas, entonces el conocimiento es la menos ubicua de todas
las entidades. De tal principio nace la mayéutica
socrática: nuestro maestro nos puede facilitar el proceso de tomar conciencia
de algo, jamás puede construir en nosotros esa conciencia. Nadie puede usar los
conocimientos de otro; ni siquiera el más sabio de entre todos los seres
humanos puede construir conciencia alguna en la mente de otra persona, ni
transmigrar conocimiento alguno; tan sólo puede facilitar con su saber hacer el proceso de comprensión
mediante expresiones materiales del mismo: explicaciones orales, escritas,
objetos materiales concretos, señas o signos, etc. El éxito de este proceso
dependerá mucho más de las capacidades y de la voluntad del que aprende que de
las habilidades del que enseña como bien comprende cualquier profesor o
estudiante.
Ya sabemos que el conocimiento es un bien no ubicuo, cada uno
tiene el suyo y sólo él puede usarlo en su conciencia, único lugar donde
existe. Si no es ubicuo, si cada ser humano construye el suyo, parece evidente
que su naturaleza es excluyente. Pero aquí se hace necesaria una aclaración:
asegurar tal cosa niega la posibilidad de que el ser humano pueda compartir sus
ideas. Desde luego que no puede compartir sus ideas en el mismo sentido que si
se tratará de objetos materiales, –debemos hacernos cargo de que las entidades
propias del mundo de la conciencia no presentan los mismos atributos que los
físicos–. ¿Qué es, entonces, la comunicación y que sentido tiene para el
hombre? A través de la comunicación el ser humano es capaz de facilitar a otros
seres humanos la generación de la conciencia: comunicar no es transferir la
conciencia de las cosas sino, más bien, coadyuvar
a que se tome una conciencia de
una cosa determinada. El saber no viaja de un lugar a otro, tampoco se
transfiere de la mente de una persona a la de otra. Si esto fuera posible,
habida cuenta de la naturaleza del conocimiento, nos enfrentaríamos a la
transmigración del alma, o al menos de una parte de ella, pero, a decir verdad,
la metenpsícosis tiene pocas trazas de ser verosímil. El trabajo que realizan,
por ejemplo, los ensayistas, no es otro que el de facilitar la labor de aprendizaje
y constituye, por lo tanto, una facility del apprehendĕre. Si fuera
conocimiento lo que contiene un libro o un cd, entonces el saber sería
material, pero todos sabemos que no lo es. Vive en nosotros y sólo en nosotros.
Lo que conseguimos materializar es un grupo de signos que no son nada en sí, si
no para un entendimiento. Para que estos signos adquieran algún sentido, para
que trasciendan, deben ser asumidos e interpretados por otro ser humano y cada
uno lo interpretará a su manera. Prueba de ello es que la lectura de un mismo
párrafo sugiere ideas diferentes a distintas personas, por más que
supuestamente sea estricto y alta la acutancia del grupo de signos que hayamos
dispuesto. Como todos sabemos, el sentido del mensaje depende en gran medida del
receptor. El código nunca alcanzará la amplitud de las ideas que son capaces de
reproducirse en la mente del hombre, y no por una ineficacia descriptiva de la
herramienta, sino porque los interlocutores no asumen el mensaje como puede
asumir un sistema informático una cadena binaria, sino que siempre se
interpreta y la interpretación es la suma de lo que el mensaje nos dice y todo
lo anterior que conocemos mezclado en una mente dotada de personalidad propia:
es una reconstrucción ya que el hombre dota de significado toda entidad. “La
esencia del signo” nos recuerda Pierre Levy[87], “es la de llevar sentido, es decir, de suscitar interpretación, de
relanzar la semiosis. Pero bien entendido, el signo no es tal, sino en –o para–
un espíritu o una inteligencia.” El milagro de la comunicación es que une las conciencias de los
hombres: sin ella permanecerían aisladas eternamente en un oscuro solipsismo.
Incluso en el caso de que aceptemos que los conocimientos
desarrollados por cada cual con ayuda de otros sean exactamente iguales
persisten como entidades distintas, pues antes que iguales son dos conciencias
diferenciadas que han debido ser construidas con anterioridad a la comprobación
de su similitud. La conciencia siempre es conciencia de algo, pero también es
conciencia de alguien: no se puede negar que son entidades distintas.
Por consiguiente, queda claro que la
propiedad intelectual no se refiere a ningún objeto; y si lo tiene, ¿cuál es?
¿Podríamos aceptar que la propiedad intelectual fuera la propiedad privada sobre
todas las conciencias de algo de todos los individuos? No parece muy razonable
y expondré dos razones llegado el momento, pero no tengamos prisa, terminemos
antes de descifrar la verdadera naturaleza de la propiedad intelectual.
Como digo,
puede que la propiedad intelectual no tenga un objeto natural al que referirse
y por tanto no pueda instituirse usando el modelo de la propiedad privada sobre
la substancia física, pero desde luego, la designemos como la designemos, como
institución, algo es. Su existencia es innegable por más que la entidad
reificada que la sustenta sea bien distinta del objeto natural. Y aquí es
necesario traer a colación el Teorema de Thomas,[88] enunciado
sociológico que afirma que si la gente define como real un hecho, serán reales
las consecuencias del mismo. A los simonitas no les importa que la propiedad
intelectual no sea una propiedad si las consecuencias finales son las buscadas.
Si consiguen que la gente de por válidas las regalías monopolísticas que se
desean abrogar sólo les resta recoger la cosecha. ¿A quién le importa la
metafísica?
Aclarado
este punto crucial y conocida la sustancia del conocimiento, sabiendo que la
propiedad intelectual es cualquier cosa menos una propiedad, ¿cuál es su
contenido objetivo? Los mismos simonitas nos ayudarán. Mucho antes que
nosotros, ellos conocen la verdad de lo que digo, pero empeñados en constituir
la propiedad sobre el saber al precio que sea, reconocen, como yo, que tal
prohibición sería imposible de llevar a la práctica y nos dicen que “los derechos de autor no protegen una idea:
esos derechos protegen solamente las expresiones específicas de la idea.”[89]
Nos asalta inmediatamente la duda: si la propiedad legal sobre los
objetos físicos necesita de un corpus
mecanicum sobre el cual recaer, ¿acaso la propiedad sobre los bienes
inmateriales no necesita recaer, por fuerza, sobre el corpus misticum, es decir, sobre la idea?[90] La verdad
es que tal falta de coherencia les importa bien poco y
el obrar de nuestro espíritu con los conocimientos les resulta indiferente
siempre que no afecte a su mercado ni a sus intereses materiales. Prohíben que
expresemos nuestros pensamientos y a ese derecho de impedir que nos expresemos
le llaman propiedad intelectual, ya que consideran que tal expresión constituye
el “uso” de las ideas. Es curioso, los simonitas no se resignan a ser
simonitas, pero una y otra vez caen en su propia trampa, pues necesitan hablar
de propiedad sobre lo inmaterial: no les queda más remedio, sino, ¿cómo podrían
intentar amparar tal derecho de monopolio sobre las expresiones específicas de la idea? Todo el esfuerzo de
reificación arranca en este punto: debemos comprender que tal esfuerzo se
induce desde este deseo de justificación, nunca es consecuencia de la reificación.
El concepto reificado es el poso que nos queda entre las manos tras la
imposición de ese deseo, con todas sus contradicciones implícitas.
Y antes de
continuar vamos a realizarnos otra pregunta: ¿Dónde nacen esas expresiones específicas de la idea? ¿Cuál
es su naturaleza? Roger Bacon afirmaba que el saber es poder, pero en esto no
era del todo preciso: el poder no reside en el saber, sino en el saber
hacer. ¿A que denomino saber hacer?
A la capacidad que cada persona posee para obrar de acuerdo con un saber. El saber hacer es el conjunto de las habilidades innatas y
desarrolladas por una persona y se encuentran asociadas, tal y como afirmaba
Marx, a su persona intelectual y físicamente. Este saber hacer tiene dos ámbitos distintos de actuación que son a su
vez complementarios y mutuamente dependientes de modo que no existe, para el
ser humano, uno sin el otro: el mundo abstracto y el mundo físico. El primer saber hacer –la memoria, la
inteligencia, la imaginación, la intuición; habilidades y virtudes que también
podemos potenciar y desarrollar con el mero ejercicio– da como fruto el pensar
y la conciencia de las cosas. El segundo obrar, el físico, se experimenta en el
mundo, es el obrar con las cosas a través de nuestro cuerpo para lo que nos
ayudan virtudes tan diversas tales como la facultad de situarnos espacial y
temporalmente, las habilidades de coordinación manuales y, en general, todas
las capacidades para traducir exactamente nuestros pensamientos en
intervenciones sobre el mundo físico de acuerdo a nuestro deseos, sin olvidar
aquellas facultades que pertenecen a nuestro cuerpo, como la fuerza física, la
calidad de nuestra voz, la exactitud de nuestro pulso o cualquier otra virtud
psicomotriz. Del primer obrar, como digo, nada nos pueden imponer, pues es
imposible que nos prohíban pensar y hacer uso de los conocimientos de acuerdo a
nuestro saber hacer abstracto, pero
sí pueden impedir que los hombres intervengan en el mundo físico prohibiendo
que se expresen con libertad.[91] Algunos
casos permiten ilustrar esta propuesta: no es legal fabricar con nuestras manos
una herramienta igual a aquella que compramos en la ferretería, aunque seamos
capaces de recrearla en nuestra mente e incluso de perfeccionar su expresión material, pues adquiriendo el
mismo o similar conocimiento sobre el objeto, nuestro saber hacer físico es superior al del fabricante. De igual forma
debemos abstenernos de realizar una fotografía de tal o cual personaje si es
parecida a otra que ya se encuentra publicada. Nos dejarán pensarla, pero no
plasmarla en un papel: la idea de esa fotografía que usted piensa –nos dicen–
es tenida por usted, dado que usted piensa tal idea, pero aun sin tener poder
para impedirnos el uso del conocimiento, sí lo detentan para impedirnos
realizar esas expresiones específicas de
la idea por más que la especifidad no dependa directamente del saber sino del saber hacer.
Y ahora podemos continuar: como digo,
el simonismo necesita hablar de propiedad –sea o no considerada propiedad
especial[92]– para justificar el monopolio sobre
la expresión material e intenta construir esa propiedad sin que recaiga sobre
la idea[93] sino sobre su expresión material, la
cual nos refiere indefectiblemente a lo expresado. ¿Qué es lo expresado? No
puede ser otra cosa que la idea. Por tanto, se enfrenta a una gran
contradicción: la articulación lógica de la legalidad impide esconder su
intención última que es apropiarse en exclusiva de la idea, es decir, detentar
poder y control absoluto, lo cual no puede conseguir, pero, en la práctica, se conforma
limitando su expresión material por más que todos tengamos, poseamos y usemos
esa idea. La cuestión es tanto circular como paradójica: 1º se desea
fundamentar legalmente un monopolio como derecho de expresión, 2º para
legitimar tal derecho de expresión se define como una propiedad privada, 3º la
expresión, luego la propiedad legal siempre recae sobre la idea, 4º la
propiedad natural sobre la idea es imposible, 5º la legalidad no puede negar la
naturaleza de las cosas…
Así pues,
¿es posible la propiedad intelectual? No en la naturaleza. No en la realidad,
pero sus consecuencias en el mercado capitalista son idénticas a las que
provocaría el imposible de trasladar el modelo de la propiedad privada que rige
lo material a lo inmaterial. Ensayemos ahora su definición fenomenológica:
¿Cómo la experimentamos cotidianamente? ¿Cómo se manifiesta el fenómeno en sí?
La propiedad intelectual es el derecho de impedirnos
que con nuestro saber hacer efectuemos expresiones materiales que tengan un
parecido con la expresión material que sean capaces de efectuar los supuestos
propietarios del “derecho exclusivo de expresión”, o sea, los supuestos
propietarios de la idea.
¿Cómo se concreta cotidianamente este
derecho de impedir? Constituye un
monopolio en el mercado, pero, ¿cómo se construye tal monopolio si limitar la
tenencia y uso natural del conocimiento es imposible? Para
explicar esta cuestión, ya más cercana a nosotros, nos serviremos de nuevo de
un ejemplo: demos por supuesto que en una sociedad simonita un sabio ha
desarrollado un conocimiento del que se puede obtener un determinado abanico de
expresiones materiales según el saber
hacer de cada uno. El derecho de expresión de la idea, lo que llamamos
propiedad intelectual, se lo abroga como premio por comunicar la idea a la
sociedad. En este caso el sabio es el simonita, pero la generalidad que
encontramos en la realidad cotidiana es que este sabio trabaja para un tercero.
El sabio es un obrero asalariado. En este caso, el empresario es quien se
abroga el derecho de expresión de la idea. Tras su visita a la oficina de
patentes, el simonita puede optar entre dos vías diferentes pero análogas de
obtener beneficio a través del monopolio:
1ª.- Vender
licencias para que otros puedan expresar esa idea.
2ª.- Vender
las expresiones materiales de la idea en régimen de monopolio.
En el primer
caso, ¿qué se adquiere cuando compramos una licencia de expresión?
– Adquirimos
una licencia de utilidad.
– ¿De la
utilidad de qué bien?
– Del que nosotros hemos aprendido
trabajando. ¿O acaso no debemos construir ese bien, en nosotros, para que
exista de hecho tal riqueza?[94] Se comercia con la utilidad que
genera nuestro saber hacer desde la
conciencia que de las cosas alcanza cada uno. La propiedad intelectual, al contrario de lo que muchos afirman, no
provoca una escasez donde existe infinita riqueza sino el desperdicio de la
utilidad de esa riqueza. Locke afirmaba en su Segundo Tratado sobre el
gobierno civil que todo aquello
que exceda lo utilizable será de otros, pero la mayor parte de la riqueza que existe en la mente de
los hombres pierde gran parte de su utilidad pues las masas de pobres y de
desposeídos no podrán pagar la licencia para poner en práctica su saber hacer, independientemente de que puedan ser los más sabios entre los
sabios y los más hábiles entre los hábiles y de que en su obra pudiera
encontrar la sociedad los mayores beneficios. Ya no importa quién sabe, sino
quién puede liberar la utilidad que el saber
hacer de cada uno genera de los conocimientos aprendidos: conocimiento y
habilidad conforman, ya puestos en el mercado capitalista, la fuerza de trabajo que los hombres venden
para poder subsistir. La fuerza de trabajo se depreciará con cada nueva
patente.
Veamos
ahora la segunda vía utilizada por el simonita para obtener beneficio, la de vender las expresiones
materiales de la idea en régimen de monopolio. El simonita niega la licencia de
expresión a toda posible competencia, se erige en fabricante de esa expresión y
la lanza al mercado obteniendo unos beneficios monopolísticos. ¿Qué han
conseguido con eso a parte de tales beneficios? ¿Puede impedir que los demás,
observando la expresión, construyan su conocimiento sobre la misma? Es evidente
que no, tal cosa no la pueden impedir. Tampoco puede impedir que otros alcancen
por su cuenta la misma conclusión. Pero todo este conocimiento da igual, de
nuevo se suspende todo el valor de la fuerza
de trabajo y nadie la podrá liberar en este caso, ni ricos ni pobres,
únicamente el simonita. Ese es el poder de la propiedad intelectual: suspender
la utilidad mercantil del conocimiento humano para todos menos para el
simonita. El beneficio que se obtiene injustamente de esta suspensión equivale
a la diferencia entre el precio en competencia y el que nos cobran por la expresión
en monopolio.
Ahora,
aclarado el contenido de la propiedad intelectual, podemos exponer las dos
razones prometidas para negar su verdad: ¿podríamos aceptar la propiedad intelectual como la
propiedad privada sobre todas las conciencias de algo de todos los seres
conscientes?
En primer lugar, ¿qué supone entregar al
simonita en compensación por comunicar el saber a la sociedad la licencia de
utilidad[95] de toda esa ingente riqueza que los hombres acumulan en su labor
de comprensión del mundo argumentando que es la misma cosa y que, tenga quien
la tenga, es propiedad privada del simonita? Si insistimos en afirmar la
existencia de la propiedad intelectual como propiedad exclusiva, disociamos la
indiscutible tenencia de la supuesta posesión derivándose enormes problemas
éticos y morales. ¿Qué
ocurre cuando tengo un conocimiento y se me dice que no es mío? ¿Y cuándo se nos vende un libro para que
interpretemos el mensaje que contiene y se nos dice que ese conocimiento que
hemos adquirido no es nuestro? Si
es conocido por mí, entonces forma parte de mi alma. De natural es mi conocimiento pues ese conocimiento
soy yo. Pero si perseveramos y disociamos la tenencia de la posesión, lo que tengo no es poseído por mí. Si ese saber
soy yo, yo soy poseído por otro. ¿Qué nueva clase de alienación es ésta que
pretende que un hombre no pueda decirse “soy el único señor de mi espíritu”? ¿Podemos convenir entre los hombres que
nuestra alma no sea nuestra? ¿Podemos
emitir una norma que exprese tal acuerdo? Y contestada tal pregunta, ¿se puede
convenir que la utilidad de lo nuestro sea anulada?
En segundo lugar, imaginemos
ahora que nos pudieran impedir “aprender” el mundo, que nos pudieran prohibir
la tenencia, que adquiriésemos un libro, que le diésemos el uso “debido” y que,
leyéndolo, no aprendiésemos nada de él –tal y como sería el ideal de los
simonitas para preservar así su propiedad–[96];
imaginemos que comprando un objeto cualquiera tuvieran poder suficiente para
impedir que tomáramos conciencia del mismo: si el saber no es otra cosa que la
conciencia de las cosas que son, por tanto yo soy tanto que conozco a través de
los sentidos y tengo conciencia de lo que conozco[97]; limitar
las posibilidades de saber supone impedir el natural desarrollo de mi espíritu
que anhela sobre todo explicar el mundo. “La
necesidad del aprendizaje significa que, sin él, el hombre no llega a serlo”[98], por lo
tanto, limitar el aprendizaje del saber que debe
conformar mi alma supone limitar mi ser, mi yo.
Como vemos,
ni nos pueden negar el derecho a aprender, pues en esa supuesta defensa del
conocimiento nos condenarían a la ignorancia y por tanto a no ser nosotros, ni
tampoco pueden negarnos la posesión de nuestro espíritu. De aquí es fácil
llegar a otra conclusión: si todo lo aprendido conforma en gran medida nuestro
yo y es nuestro derecho el aprender lo que queramos tampoco nos pueden impedir
que nos expresemos libremente en el mundo de acuerdo a nuestro yo, a nuestras ideas,
siendo esa expresión la concreción que en el mundo material sea capaz de llevar
a cabo nuestra voluntad gracias a nuestro saber
hacer y a todos los conocimientos que haya sido capaz de construir nuestra
conciencia ya sea con ayuda o sin ella. Tales Derechos son tan fundamentales
como incuestionables y la propiedad intelectual no solo los cuestiona, sino que
los niega. Por tanto, la propiedad intelectual no puede alcanzar su legitimidad
desde una convención, en contra de lo que argumenta, por ejemplo, Thomas
Jefferson.[99]
Así pues, cabe
preguntarse entonces, puesto que no podemos otorgar a nadie en exclusiva ni la
suma de toda la riqueza que todos los hombres desarrollen interpretando la obra
material del autor, ni la utilidad de esa riqueza que cada uno desarrolla, ¿le
debemos algo al autor? Desde luego que sí. ¿Qué le debemos? Su trabajo.[100] La
propiedad intelectual no es el pago que debemos a los sabios, parece
innegable, pero no obstante, existe algo sin lo cual el resto no podría gozar tan fácilmente del desarrollo personal
de esas ideas. Ese algo digo que es trabajo: trabajo de pensar, de desarrollar
conocimientos, de fijarlos –en la medida de lo explicado y como ayuda para que
otro tomen conciencia de las cosas– en un código, ya sean letras, notas musicales,
palabras habladas, etc. y la plasmación de su saber hacer en cualquier objeto material, o efectuando cualquier
acto en el mundo tangible como pueda ser un servicio prestado. Cada uno
interpretará lo que quiera desarrollando un nuevo saber que nace en nuestra
mente como fruto de esa interpretación, pero ayudado desde luego, en parte, por
ese autor; por ese mensaje que alguien se molestó en esculpir con mayor o menor
maestría o por esa expresión que nadie antes había realizado. Ya no tendremos
que desentrañar el universo sino reinterpretar la expresión de la visión que de él proporciona el autor, lo cual,
desde luego, nos facilitará el esfuerzo de comprensión por más que ésta sea
intransferible en la medida de nuestro yo. En resumen: a los autores les debemos
la simplificación del proceso de apprehendĕre ya que nos ahorran el desciframiento de la
experiencia directa sustituida así por el de su obra, algo en teoría más
sencillo, o al menos debería serlo.[101]
Concluyendo:
Locke planteaba que el hombre tiene derecho a la propiedad de la obra generada
con el esfuerzo de su cuerpo; yo añado que también de su espíritu.[102] Por otro lado, Marx concluía que a
todos nos asiste el derecho a vivir de nuestro trabajo. Si sumamos ambas
sentencias, ¿qué nos queda? En primer lugar, que el hombre es propietario de
todas las ideas que sea capaz de aprender por cualquier camino, sólo así es
señor de su alma. En segundo lugar, que el hombre es libre de trabajar y
ganarse la vida de acuerdo a cuanto sepa. Si el actual Derecho de Autor al
otorgar legalmente la propiedad privada sobre la idea impide tanto lo primero
como lo segundo para todos menos para el sabio, es evidente que debemos
cambiarlo y en su lugar debemos situar un Derecho que respete tales asertos,
pero de forma que alcance a todos los seres humanos incluidos, por supuesto, a
los mismos sabios. No se trata de desnudar a un santo para vestir a otro, sino
de encontrar una solución que reúna lo que la propiedad intelectual separa.
“Piensa, imagina, crea”
Lema
de
Hemos visto cómo la psicología
liberal arrastra al ser humano a poner en venta su propio espíritu con la
intención, no de perder lo propio, sino de hacerse con lo ajeno y aumentar así,
aparentemente, su libertad individual. Aparte de los problemas ya expuestos, si
la libertad reside en el poder de decidir sobre cuantas más cosas sea posible,
nos resultará imprescindible conceptuar el todo, sea cual sea su naturaleza,
como cosa. Además, la cosa resultante debe ser intercambiable,
pues la libertad liberal no queda liquidada en la generalidad de una decisión
factual como posesión, sino que da por supuesta que tal posesión debe
orientarse concretamente al intercambio que finalmente haga aumentar en forma
de beneficio contable la libertad del individuo. Por consiguiente, la libertad
liberal necesita de la igualación, de la traducción del todo ya reificado a
dinero, sólo con cuyo lenguaje somos
capaces los hombres de vender casi cualquier cosa. Así hemos llegado a la
objetivación última del hálito capitalista: todos los espíritus humanos se ven
obligados, les guste o no, a ser expresables y expresados en moneda. Según
Emilio Cafassi, “la expresión de equivalente general de las mercancías, corporizado en
la moneda, implica una modificación cualitativa de la propia esencia de ellas y
un desdoblamiento de equivalentes, dado que es la forma en la cual se expresan
todas las mercancías y que, a su vez, reduce a todas ellas.”[103] Las ideas de todos los seres humanos
provocarán la misma expresión, la diferencia radica en que lo hagan con menor o
mayor virulencia que acarreará más o menos sestercios a nuestras manos. Si “las ideas son la nueva moneda en curso”[104] ¿qué
diferencia podremos encontrar, no ya entre una idea otra, sino entre una idea y
cualquier objeto material, por ejemplo un barril de petróleo? Evidentemente
ninguna diferencia cualitativa, sólo de cantidad, ya que algunas ideas
alcanzarán una expresión cuantitativa algo más espectacular que un barril de
Brent, y en otros casos dos kilos de naranjas pesarán más en nuestro bolsillo que dos kilos de ideas. Así pues,
habiendo querido convertir todas las cosas que encontramos en el mundo a un
lenguaje metalúrgico universal, nos encontramos de bruces con nuestro espíritu
y sin saber qué hacer con él…, lo hemos puesto a la venta.
La reificación del conocimiento, su reconstrucción como
objeto del mercado no viene a ser, obviamente, una cuestión socialmente neutra,
sino que implica una profunda revisión de las mentalidades y cosmovisiones. Con
este nuevo orden social se oprime al individuo, que debe aceptar sumisamente la
reconstrucción de sí mismo para sobrevivir en el nuevo entorno. Así, obcecado
el hombre de la sociedad de la información en decidir sobre las cosas, son
éstas quienes, con voluntad propia e independiente, desean ser poseídas y
deciden por él. Pero las ideas –en evidente contradicción con lo que acabo de
afirmar, no son poseídas por el que adquiere el objeto, sino que siempre le son
ajenas, por más que se certifique su tenencia.
Ningún poder legal tiene el hombre para decidir sobre el pensamiento “retenido”. En la sociedad del conocimiento la libertad que teóricamente emerge del
mero poseer cae en su propia negación y la acción mercantil aturde al
individuo, por no saberse, al fin, qué es lo consumido, lo tenido y lo poseído.
Por tanto, tal acción mercantil debe ser redefinida: el hombre de la sociedad
simonita se conecta a flujos de conocimiento que siempre le son ajenos aunque
no indiferentes.
El poder ha sido cedido al objeto, a la mercancía, sobre
cuyos nuevos ámbitos inmateriales avanza imparable el designio de desplazar al
hombre del centro de la sociedad. En la sociedad de la información se
sustituye con redoblada fuerza la conciencia de homo sapiens por la de homo
economicus y lo político,
definido aquí como capacidad de autodeterminación de la conciencia social, por
la voluntad autónoma de lo técnico,[105] o dicho de otra forma: el poder lo deja de detentar el hombre y lo pasa
al instrumento, instrumento que no deja de ser mera materialidad. La técnica se
encuentra al servicio del crecimiento de los mercados y tiene sus propias
necesidades independientes de la cuestión social y, desde luego, de la moral.
No existen problemas humanos, sino tecnológicos, de sistemas, de procesos... “Todo
se convierte en un problema técnico. En realidad, eso es el pensamiento único,
no existen problemas políticos ni sociales desde los que abordar este mundo”.[106] (Como vemos, en la nueva sociedad simonita se entrelazan los seculares
problemas seculares del decadente capitalismo y los nuevos generados por el
emergente simonismo) Pero como ya se ha dicho, el nuevo impulso que recibe el
deísmo técnico, centrado en los procesos de manipulación y comunicación de
conocimientos, viene prescrito por la divina propiedad intelectual, gracias a
la cual son posibles los procesos generadores de beneficios basados en las
nuevas tecnologías. Así se define la nueva interacción agencial de la sociedad,
y por ningún lado aparece el hombre como agente constructor, aunque sea
limitado, de su realidad: mercado, tecnología, propiedad del espíritu
interactúan y ordenan el devenir social. ¿Qué es del hombre y su libertad?
Siguiendo a Aristóteles, “si
consideramos la política desde el criterio de a qué personas u objetos sirve el
poder ejercido por los que gobiernan”[107] debemos pensar que si bien el objeto de este poder es
en apariencia sustancia humana, coincide sólo con una parte de esa sustancia,
por tanto, se provoca una alineación del mismo en sí mismo como una decadente
metamorfosis interna de masas espirituales. No obstante, no se induce la
destrucción total del espíritu del hombre porque, aun cuando en toda su riqueza
espiritual no sirve a los propósitos del mercado, la sustancia económica que en
él hombre podamos encontrar le resulta imprescindible a ese mercado para su
existencia: el crecimiento del mercado se induce, entonces, desde esta
alineación interna que produce un hombre que no es él, por más que se sitúe
dentro de sí mismo. Es imposible un hombre sin conciencia, pero no con ella
sumida en un sueño de mecánica materialista. Además, ya se ha dicho, la
política sirve sólo en apariencia a ese fragmento roto y burdamente
recompuesto; tampoco es su fin último, sino elemento intermedio, orientado y
manipulado por la técnica, pues sobre ella se producen los movimientos serviciales y erráticos del homo
economicus, obsesionado por el consumo de más y más conexiónes a masas
absurdas de conocimiento reificado.
Conectarse sin aprender, aprender sin
poseer, pensar sin expresar: demasiadas contradicciones para que permanezcamos
indiferentes. Por eso en la sociedad simonita la difusa y agonizante
sociedad civil se torna actor molesto: es una rémora de otros tiempos, una
rémora anacrónica a extirpar de la realidad, la última résistance que se apaga en su impotencia. Jürgen Habermas nos
aclara estos términos ya denunciados insistentemente desde la primera Escuela
de Francfort: “la idea de asociación de individuos libres e iguales que
regulan ellos mismos su convivencia por vía de una formación democrática de la
voluntad colectiva ha sido sustituida por la idea de una sociedad que se ha
vuelto anónima, de una sociedad exenta de sujeto. Y, junto con la confianza en
las posibilidades de transformación, desaparece también la propia voluntad de
transformación”.[108] El ser humano ya no importa como
tal, ni interesa las ideas que del mundo pueda tener si éstas rebasan la
estricta cuestión mercantil, ni los sueños que guarde –si aún los guarda– de un
mundo moralmente ideal aún por conseguir. No importa su voluntad individual ni
colectiva en tanto que ser que necesita de lo abstracto y de lo moral,
sino más bien y de manera exclusiva como
usuario de una tecnología que lo conecte
a enormes masas de información que son, al fin y al cabo, el objeto último del
nuevo proceso mercantil; subsumiéndose esas voluntades e intereses colectivos y
particulares, ya desconectados de
su realidad abstracta, al mercadeo masivo de lo económico-espiritual. En
la sociedad de la información la mercancía es el saber, y ésos son los mercados
que hoy en día se desean potenciar.
Dos conclusiones previas: la primera,
la mercancía deja de ser física y es sustituida por el conocimiento reificado,
del cual, paradójicamente, ha sido eliminado todo vestigio de espiritualidad.
La segunda, el mercado deja de fundamentarse en el intercambio supuestamente
justo de objetos poseídos y se sustituye por el mercadeo de licencias de uso
orientadas a impedir el uso de la nueva mercancía.[109] Se produce tanto una desconexión
como una “reconexión” del hombre con una nueva realidad, realidad que en su
dialéctica redefine al ser humano como ser consumido. Como decía, estas son las
bases de la sociedad simonita. Los tiempos modernos finalizan, las tendencias
del industrialismo pierden su fuerza y son sustituidas por nuevas corrientes
que nos arrastran a las playas de la incertidumbre.
A la pregunta de por qué se toma tal
o cual medida dentro del sistema, se nos contestará con un “porque esto
determina la técnica” y si es bueno técnicamente es porque también lo es para
el mercado del conocimiento y, por tanto, para la sociedad.”[110] De hecho, desde esas
esferas la pregunta planteada es ¿qué se puede hacer para impulsar un avance de
la técnica que mejore los réditos otorgados por la propiedad intelectual?, en
lugar de ¿qué se puede hacer mediante la técnica para impulsar el bienestar
espiritual del hombre? En esa
premeditada confusión de conceptos en que se equiparan los contenidos
metafísicos de la idea de mercado y de sociedad, el hombre pasa a segundo
término sin que se produzcan demasiado ruido, pues se da por supuesto que el
mercado distribuye de forma justa los bienes que produce la sociedad. Si así
fuese, el mercado serviría al hombre y siempre se podría imponer una dirección
moral a su actual desarrollo indiferente e indiferenciado y no haría falta
hablar del tema que nos ocupa. Pero
La desorientación del individuo
permite la dócil mutación de sus prioridades para servir a los nuevos mercados
y deja de preguntarse por sus necesidades como ser humano: una posición crítica
con su realidad individual y social se vuelve insoportable y la sensación de
agotamiento le invade desde el mismo planteamiento del por qué y el para qué de
su existencia y su relación con otros individuos. El mundo de la vida cotidiana
reduce el alcance de su explicación. Nos simplificamos para salvarnos, pero eso
nos hunde más aún en el absurdo. Sustituimos la idea de un yo trascendente y
moral por la de otro yo intercambiador que retroalimenta la necesidad de lo
material, pues solo a lo material puede acudir el hombre para colmar el vacío
que lo invade; y la información, al carecer de significado espiritual, por más
que parezca una contradicción, no trasciende de lo material y se sitúa en sus
mismos ámbitos siendo tan perecedero como lo meramente físico. Resulta
paradójico –quiero resaltar– que ese conocimiento sólo sea efímero para el que
lo tiene y lo paga en el mercado, para el otro, para el simonita el conocimiento
es denso e infinito incluso sin tenerlo. ¡Qué perfecta es la nueva herramienta!
¡Qué descomunal fuerza generadora de valor económico sin necesidad de engendrar
riqueza! Pero al fin y al cabo es el mismo problema del capitalismo ya
denunciado por Herbert Marcuse, si bien anega ahora en el simonismo otras dimensiones más profundas y muy apartadas
secularmente del mercado.
El hombre confunde sus prioridades y, dando por supuesto nuestra obligación
de consumir para ser felices, la primera pregunta que nos hacemos es ¿a que
nueva información me puedo conectar? y no ¿qué necesita mi espíritu para ser
feliz?, que relegaría tal conexión a la mera posibilidad, entre otras muchas,
de elegir en pro de nuestra felicidad. Por tanto, situamos nuestra felicidad en algo que no depende
nunca de nuestra voluntad, porque no nos corresponde contestar a la pregunta de
a qué podemos o debemos conectarnos sino que a tal pregunta debe responder el
mercado. A la par conformamos la felicidad como un objetivo inasible, fuera de
nuestro alcance, porque hasta dónde puedo conectarme no tiene límite conocido.[111]
Nuestra libertad de ser y de obrar la
hemos cedido al nuevo objeto del mercado, el saber, que lejos de ser poseído
nos posee en la misma medida que materializa nuestra alma: nuestra alma son
cosas, la información misma, desnuda de significado, no es ajena a nuestro yo
pero sí a nuestro yo trascendente. El cuerpo simonita trabaja a favor de
la desimbolización del saber, única forma de que sirva como objeto de supuesto
cambio en los nuevos circuitos mercantiles que conforman la nueva noria. “El
valor simbólico resulta así desmantelado en beneficio del simple y neutro valor
monetario de la mercancía, de manera que ya nada, ninguna otra consideración
(moral, tradicional, trascendente, trascendental . . .) pueda obstaculizar su
libre circulación.”[112] Se sustituye la clásica concepción
del saber y se sustituye por la de información[113] como concepto que se refiere a
datos, datos que alcanzan una cierta independencia de la mente del hombre como
único contenedor de conocimientos por dos razones cruciales: se confunde el
mensaje material con su contenido, dándose por idénticos el proceso de la
información efectuado por la máquina y el
pensamiento humano, y, desde el mismo momento en que la recepción de
información no provoca en nosotros una reacción alegórica que trascienda al
dato. Se trata de un proceso involuntario por el cual nos vemos obligados a
conectarnos a meros datos que sólo nos aportan un vacío abstracto provocado por
la misma inconsciente sensación de absurdo: conectarse a más datos no amplia
nuestros ámbitos espirituales, más bien los reduce.[114] Nuestra conciencia y voluntad se
diluyen en las conexiones. Como digo, la mente humana y un ordenador se
parecen, a estos efectos, cada día más: somos máquinas cuyo sentido de la
existencia nos es ajeno, realmente insondable. Los datos son cargas eléctricas
y la actuación individual es un mero reflejo a la orden externa. Somos procesadores
asépticos cuyo contenido carece de significado y significación para nosotros
mismos, y el poco que tengan, si es alguno, lo reciben del mercado, mercado que
se ordena, recordemos, de acuerdo a las necesidades de desarrollo de la
tecnología, de la máquina que sirve al mercado de las ideas. Se nos dice que
“esto es el nuevo mundo” y sentimos la necesidad de adaptarnos a él para no
perecer; deseamos información, deseamos mantenernos on-line, enchufarnos a la máquina que piensa por nosotros, aunque no
sepamos bien qué objetivos morales queremos alcanzar, por más que intuyamos –y
sólo a veces entre atrevidas y difusas intuiciones– que la felicidad se
encuentra en lugares bien distintos. Pero los sueños rápidamente se esfuman en
la niebla de la razón práctica y sólo queda en nuestras manos la sumisión.
Damos por supuesto que el éxito es posible sólo si nos encontramos
perfectamente informados. Así concluyo que la visión liberal del mundo nos
obliga a competir como homo economicus en la sociedad de la información: ya no querremos un saber donde
fundamentar nuestra felicidad, sino datos sobre los que construir nuestro éxito
material, que, por otro lado, no depende de nosotros, sino sólo en comparación
con otros hombres. Otra vez el juego de suma cero. La relación es hostil, la
sociedad es hostil. ¿Si no me resulta económicamente rentable para qué me voy a
comunicar con otros seres humanos? No les decimos a nuestros hijos “aprended y
sed felices”, sino “informaros y tened éxito”. Prueba de ello es que nunca nos
avergonzamos de su éxito, pero sí de muchas formas de su felicidad. El
conocimiento es necesario para crear y ampliar los ámbitos de nuestro espíritu
individual y colectivo, pero para el intercambio nos basta con mera
información. Tengo que decir, con Theodor Adorno, que “en esta Sociedad
Total todo y todos nos vemos abocados a someternos al principio de cambio, a
menos que queramos sucumbir, y ello independientemente de si, subjetivamente,
nuestra acción está regida por el beneficio o no.”[115] La subjetividad misma se desvanece
en la nada. El individuo ve reducidos los espacios de su humanidad, que, una
vez reconstruidos desde el exterior, tienen que ver con su dimensión
mercantilista, a favor de una competitividad que anega el ámbito de los
sentimientos, de la conciencia artística y del espíritu científico, pues
sentimiento, arte y ciencia detentarán valor si y sólo si el mercado se los
otorga. El Bien,
Desintegración de la sociedad
Pierre Levy nos dice que, “además de la necesaria
instrumentación técnica el proyecto para un espacio del conocimiento llevará a
una recreación del vínculo social basado en el aprendizaje recíproco,
habilidades compartidas, imaginación e inteligencia colectiva.” Para este
autor, “debería ser obvio que la inteligencia colectiva no es puramente
un objeto cognitivo”, y que “el término Inteligencia debe ser comprendido en su
sentido etimológico de unión (inter legere), unión no solamente de ideas sino
también de personas, “la construcción de la sociedad”.[117]
No deja de ser una visión demasiado optimista sobre lo que constituirán las
relaciones entre los hombres en la sociedad de la información. No dudo de las
posibilidades de la técnica y de la tecnología como facilitadoras de esos vínculos –que nada tienen de nuevos en su
naturaleza primera desde que se comunicaron los dos primeros seres humanos–,
pero desconfío de que uno de los pilares de las nuevas relaciones sociales sea
el aprendizaje recíproco, tanto que será una rareza la transmisión de
conocimiento en los dos sentidos durante la interlocución. Si tenemos en cuenta
que el beneficio empresarial se obtendrá de la mercantilización del saber, es
obvio que, por más que la tecnología posibilite su comunicación, ésta se
efectuará cuando esos intereses económicos puedan ser satisfechos.[118] Creo que en
estos mercados se desatará la misma espiral de concentración de poder que se
produce en todos los mercados capitalistas. La misma naturaleza monopolista del
sistema de intercambio catalizará un escenario caracterizado principalmente por
las relaciones asimétricas entre los actores, nunca por la interacción entre
pares como recíproco acto mayéutico a
la búsqueda del mutuo enriquecimiento espiritual. La mecánica de la inteligencia colectiva quedará
desarticulada: la comunión de espíritus en búsqueda de la verdad será
imposible, (comunión soñada por Levy y que también fue, mutatis mutandis, el sueño de Sócrates y su mayéutica, el sueño de Rousseau y su Asamblea General directa y
soberana y el de Rawls con su posición
de partida, y el de Habermas con la acción
comunicativa y su ética del discurso).
Lo que de colectivo quede en estos procesos será una reducción
degenerativa, rara avis, algo
puramente residual. Unos agentes desarrollarán saber, otros adquirirán a
precios monopolísticos el derecho a tenerlo pero no a poseerlo, otros distintos
obtendrán el derecho de expresar materialmente el saber, también sin poseerlo y
sin la posibilidad de apoyarse en él para generar nuevos conocimientos; y los
últimos, carentes de unos y otros bienes, serán excluidos sin más. Lo que construimos es lo contrario de lo
propuesto por Levy, pues, lejos de servirse de la técnica para aprovechar el
saber que se enciende como una chispa en cada uno de nosotros con el contacto
mutuo, permitir que unos privemos del saber a otros –o limitemos su libertad de
materialización– forjará una sociedad escindida donde lo propio deberá ser
considerado como ajeno y lo ajeno podrá ser tomado como propio. Sólo falta
conocer lo que nuestra estrella nos depare y en que estamento recalaremos al
fin, algo que, por desgracia, dependerá muy poco de nuestra voluntad y menos
aún de nuestro saber hacer. “Todos
tenemos el derecho de ser reconocidos como una identidad de conocimiento” [119] nos recuerda Levy , pero ese derecho será
erradicado por la propiedad intelectual y sustituido por el derecho de consumir
unidireccionalmente sí y sólo sí nos lo permite nuestro peculio. Además, por
más que nuestro saber y nuestro saber hacer sean útiles a la sociedad,
–como interpretación única del universo en tanto que suma de saberes aprendidos
y experiencias y habilidades propias–, no resultará rentable su comunicación y
no se considerará como tal porque, entendido de esa forma, supondría aceptar
una molesta competencia.[120] El objetivo es acallar el saber en
nosotros mismos y eliminar nuestras habilidades competitivas en un mercado que
se desea monopolístico. La construcción de la sociedad a
través de la inteligencia colectiva se vuelve una quimera.
La gran red: el mercado global del
saber
“La
pasión súbita y desenfrenada por la propiedad privada en el campo de los
conocimientos ha creado una situación paradójica (Foray, 1999). Mientras que se
dan las condiciones tecnológicas (codificación y transmisión a coste reducido)
para que cada uno pueda beneficiarse de un acceso inmediato y perfecto a los
nuevos conocimientos, el número cada vez mayor de derechos de propiedad
intelectual prohíbe el acceso a esos conocimientos. (...) Se procura crear una
rareza artificial en una esfera en la que la abundancia es la regla natural.
Esto provoca enormes desperdicios”[121].
En este capítulo
trataremos de ahondar en las fricciones surgidas entre tecnología y Ley. Las
conquistas que se han sucedido en los últimos años en el ámbito de las
comunicaciones, en especial a través de Internet, suponen indiscutiblemente un
avance importante en las posibilidades de transmisión de saber, aunque, ya se
ha dicho, no son del calado suficiente como para considerarlas como
quintaesencia de la sociedad del siglo XXI. Existe un avance tecnológico que
nos brinda además nuevas posibilidades de relacionarnos unos con otros, pero la
tecnología, como vengo afirmando, ocupa casi el último lugar entre los
principales factores que van moldeando la sociedad del conocimiento. Por esto,
sin tratar directamente de las posibilidades técnicas, que son evidentes, sino
de las de uso legal de esa técnica, cabría preguntarse ahora si realmente
gozaremos de la libertad de aprovechar estas nuevas posibilidades de
propagación del saber, para que todos sepamos cuánto nos sea posible sin otra
limitación que la impuesta a cada uno por su propia naturaleza y el justo pago
del trabajo ajeno, o si, muy por el contrario, se nos escatimará la utilidad
primera de esas tecnologías, permitiéndosenos tan sólo el intercambio mercantil
de licencias sobre los conocimientos. El concepto de información en tiempo
real expresa con precisión el punto exacto donde se sitúan las
posibilidades técnicas actuales de comunicación humana, pero ¿dónde se
encuentra la libertad para usar esa tecnología?, ¿hacia dónde se encamina la
creciente normativización de la red? Cuando escuchamos que Internet debe ser
regulada, ¿qué debemos entender por regular? En mi opinión, el pensamiento
liberal intenta eliminar del escenario social todo aquello que no sea
susceptible de ser comercializado, por lo que es necesario distinguir entre el
estado de la tecnología y el de las posibilidades legales de su uso, porque no
todas ellas interesan al mercado. Desde luego, sabemos que los grupos de poder
se escudan habitualmente en la seguridad para justificar una reglamentación de
la red: “la cultura del miedo”, de la
que nos habla magistralmente José Vidal-Beneyto[122], se erige como fuerza legitimadora de la
acción coercitiva, pero, ¿hacía dónde se orienta tal reglamentación? La
normativa promovida desde los grupos de poder desemboca siempre en la misma
dirección, cuyo resultado de todos es conocido: el ámbito de las libertades
legales adquiere siempre una dimensión menor que el de las posibilidades
legítimas e infinitamente inferior al de sus posibilidades fácticas. ¿Cuál es
la razón para que se desee reducir la libertad de uso de Internet más allá del
estricto control de las actividades delictivas? No es, en efecto, la
globalización informática como eliminación de barreras a la comunicación la que
con tanto empeño se potencia, sino su uso como herramienta para ejercer los
derechos otorgados por la propiedad intelectual, la cual les brinda, desde el
nuevo medio, la posibilidad de multiplicar los beneficios eliminando la competencia
molesta.[123] Recordemos lo dicho sobre la jerarquía de
prioridades de los liberales: desean un medio político que les beneficie
teniendo asegurados los resultados que les interesan, para lo que reclaman una
particular seguridad en el obrar –económico, por supuesto– que tendrá que
proveer el Estado, a cuyo sostenimiento, por otra parte, contribuimos todos
aunque sólo sirva a algunos; pero cualquier iniciativa de los gobiernos para
fomentar el desarrollo democrático del conocimiento en la red –o fuera
de ella– será rechazada de plano. ¿Quién puede asegurar que en un futuro no
será exigido por las fuerzas liberales el cierre de las universidades, museos,
bibliotecas y colegios públicos, aduciendo para ello que sus actividades
suponen competencia desleal por parte del Estado? Pues no hay que esperar al
futuro, ya se hace: “...la única forma positiva que tiene el Estado
para ayudar a la cultura, en general, y a la creación característica en
particular, es negativa, o sea haciendo mutis por el foro”.[124] Des
esa manera el Estado, con su laisser faire deja de ser competencia, pero
a la par, y aquí está el meollo, deja de promover la generación de potenciales
competidores. Cuanto más aumente el
número de usuarios controlados más serán las oportunidades, no de comunicar
saber, sino de cobrar por su comunicación; pero siempre, y esto también es
importante, recordando que lo comunicado permanecerá petrificado: no será
objeto de nuestra propiedad para hacer con ello lo que se nos antoje, sino que
no podremos ir más allá de la concreción impuesta. La máxima a seguir será que la comunicación no debe producir
competencia, sólo beneficio, lo que conlleva la necesidad de que lo
comunicado no relance la cultura, no despierte la inteligencia del individuo
más allá de lo estrictamente necesario como para continuar consumiendo. El
cliente perfecto será un ser idiotizado por el mercado del saber, un ciudadano
cuya mente, a fuerza de atiborrarse de datos, carecerá, no obstante, de cultura
propia. El hombre y la mujer cultos serán –máxime si son intelectuales– un
peligro para el mercado: siempre pueden optar por competir o bien por saltarse
las normas del mercado simonita
y transmitir el saber desarrollado con total libertad. Por esta razón los simonitas
deben transfigurar la idílica anarquía de la red en un medio asfixiante y
carente de vida:
esta “transformación de los
medios de información en máquinas de identificar consumidores y vender
productos será más que evidente”[125]. La horizontalidad de las redes, tal y
como define Manuel Castell la virtud de estos medios de ser independientes de
todo poder que no sea el de sus mismo usuarios que se comunican entre sí
voluntariamente y en un plano de igualdad, será eliminada, reorientada
verticalmente para ser dominada desde arriba, desde el poder del capital.
Interesa la regulación total de la red, pues siendo libre no es mercado en el
sentido que demandan los simonitas, sino libertad que no soportan, libertad de
aprender sin pasar por caja y, en consecuencia, la posibilidad de construir gratuitamente[126] el mundo como nos venga en gana. En este
sentido el saber libre se tacha de
competencia desleal que perjudica al saber simonizado. La maniobra
pretende destruir cualquier competencia, no exclusivamente la procedente de
pequeñas empresas comerciales alejadas de los grupos de poder, sino también la
que se ejerce desde la libertad de pensamiento y de expresión. Como resulta muy
difícil que nos prohíban pensar, nos prohíben de facto –y también
legalmente como veremos muy pronto– el comunicarnos, jurando, al más puro
estilo liberal, que lo hacen por nuestro bien y nuestra seguridad.[127] La fiebre reduccionista ha llevado no hace
mucho a que una de las grandes empresas de software
cerrara sus chats libres usados gratuitamente por millones de
personas en todo el mundo, aduciendo para ello como única razón la protección
de los menores; y desde luego que debemos proteger a nuestro infantes, pero la
idea es exigir la identificación del usuario e incluso el número de su tarjeta
de crédito. ¡Cómo si los criminales tuvieran la sana costumbre de identificarse
cuando se disponen a cometer un delito! Además, ¿para qué quieren nuestra
tarjeta de crédito? Con todo esto, en lugar de disuadir a los delincuentes, se
espanta a los “usuarios libres” que
era, según mi opinión, lo verdaderamente perseguido. El caso es que nadie se
encuentra más protegido –excepto el beneficio monopolista del simonita–, pero sí mucho menos
comunicado: todo en pro de nuestra seguridad y de nuestra libertad. ¡Dios salve
al rey de las ventanas cerradas! Lejos de globalizarse el mundo, se mundializa
el mercado, porque no se nos considera como seres humanos que desean compartir
experiencia y saber, sino como meros consumidores de datos. La verdadera
libertad que respetarán con gran celo en la gran red será sin duda la que
tenemos de consumir, nunca la libertad de expresión. La aldea global se reduce,
pues, al mercado global, del mismo modo que en el mundo tangible, lejos de
eliminarse las fronteras, se levantan barreras entre los seres humanos, membranas
osmóticas exclusivamente permeables a lo económico.
Por
analogía con otros medios de transmisión de saber, ¿cabe imaginar qué
consecuencias habría acarreado a la humanidad que la escritura fuese protegida,
impulsada y reconocida tan sólo en los casos en que estuviese orientada hacia
el ámbito económico? ¿Dónde se encontraría ahora el hombre? ¿Existiría en este
caso Internet[128] y otros medios que se desarrollaron con el
único objeto de unir a los hombres? No, desde luego que no, estaríamos aún en
los albores de una historia de la humanidad meramente económica.
Por esa razón, y
volviendo a lo ya dicho, se necesita hacer hincapié en esta idea de la libertad
de expresión como generadora de competencia gratuita y, por tanto, no deseable
para el simonismo: es
evidente que si se permite la confluencia de varios o muchos interlocutores en
un lugar digital –en un foro abierto especializado, por ejemplo, en
técnicas de manufacturación de alimentos ecológicos– la cantidad de
conocimientos que se transmite y se genera compartiendo cada uno lo que sabe es
enorme, más aún si lo multiplicamos por los millones de lugares digitales que
existen en el cibermundo.[129] De ahí que todas las necesidades de saber que se cubran
gratuitamente por este medio reducirán las oportunidades simonitas de hacer
negocio. Desde el simonismo se interpreta que debido a esta competencia
se produce un desperdicio. Dicho de otra forma: esas posibilidades de
comunicación de las que hablamos suponen un avance para el hombre libre, pero
se ciernen como una amenaza sobre el mercado simonita, porque en muchas
ocasiones podemos prescindir del saber mercantilizado mediante estas
tecnologías e intercambiar, por el contrario, un saber libre con otros internautas. El dictado normativo debemos explicarlo
como orientación unidimensional dirigida al mercado. De la red sólo quedará en
pie aquello que beneficie al comercio del saber, pues parece evidente que, ya
domada, brindará jugosas oportunidades de negocio siempre que se elimina toda
posibilidad de comunicación entre las personas: la libertad de expresión y el
derecho de acceso a la información no interesan y serán atacados sin
contemplaciones. Y me refiero no solo a la libertad a la información sino
también a la libertad de expresión porque, sublimada ésta, resulta la libertad
de comunicación, que no es otra cosa que la libertad de dos personas de
entablar una conversación por cualquier medio. Como enseguida comprendemos,
para que el verbo se desarrolle en toda su extensión el sujeto debe ser siempre
plural: “nos comunicamos”. Si se nos impide utilizar todos los medios a nuestro
alcance se menoscaba nuestra libertad para expresarnos: ya no se trata de decir
lo que queramos, sino de decírselo a quien queramos, pues los medios actuales
permiten conectarnos con todos los seres humanos. En 1969, Jean D'Arcy
introdujo el derecho a comunicarse por escrito, vendrá el día en que
En cuanto al cibermundo, las cosas no
se quedan aquí, la red también se regulará como medio de control y coacción: no
basta con limitar la libertad de expresión para garantizar los monopolios, sino
que la red se utilizará como un arma para detectar y disparar a todo sospechoso
que sepa de más: saber de más en la
sociedad simonita es saber sin previo pago. Con cada nuevo triunfo de los derechos de los propietarios del saber se
da un paso hacia la nueva Edad Media, donde los muros de las bibliotecas
monásticas y el temor de Dios serán sustituidos por el miedo a que se abalancen
las hordas simonitas y arremetan contra nosotros con todas sus leyes del
no-saber. Somos vigilados impunemente por organizaciones estatales e
incluso privadas, “y así nos enteramos de que el uso del ordenador, o la
navegación por Internet desvelan, sin que lo sepamos, nuestros gustos,
simpatías e ideas. Como la telepantalla de 1984, nuestro ordenador nos espía
permanentemente” [131]. A través del cibermundo “se obtiene más
información de nosotros que la que nosotros somos capaces de obtener de él”[132]; nadie, curiosamente, nos paga por
la información que obtienen de nosotros, por más que ese saber coincida con
nuestro ámbito más íntimo y sea parte de nuestro yo. Pero la propiedad
intelectual no ha sido concebida para proteger al ciudadano común así como
tampoco la red de redes se ha desarrollado en los últimos años para que la
gente hable cotidianamente con sus congéneres, sino para que el poder simonita
sepa permanentemente de nosotros todo aquello que le interese. Las redes de
comunicación vierten todo conocimiento que pueda ser rentable en los centros de
desarrollo y control del saber. La concentración monopolística de los medios de
producción no bastaría para el dominio absoluto de la sociedad, son
imprescindibles estos embudos caleidoscópicos que con sus luces en continua
parpadeo nos hacen creer que otra libertad humana está por llegar, pero en
realidad, la red nos aliena de todo aquello que imprudentemente hayamos
“colgado” en el site y, una vez patentado, pueda revestir algún interés
económico.
Si este descomunal avance tecnológico que supone Internet
viniese acompañado de la anulación de los monopolios sobre el saber, y, por
tanto, por el respeto hacia la libertad de expresión y comunicación, todo
tendría mucho más sentido. La globalización informática como medio para unir a
los hombres de todo el mundo se transmuta en un nuevo elemento de dominación,
es un espejismo que se desvanece por la propiedad intelectual.
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano I
En los capítulos que siguen, y después de estos apuntes sobre
los perniciosos efectos que la propiedad intelectual provoca sobre nuestra
mentalidad y sobre la nueva forma en que los seres humanos se relacionan con la
realidad, trataré de analizar algunos de los problemas que se plantean al dar
por supuesto la infungibilidad del saber cosificado. Una cuestión que abordaré
también, como en el resto de este ensayo, desde la lógica socialdemócrata,
orientada a paliar las consecuencias negativas del mercado capitalista, pero
que no propugna su completa sustitución de forma inmediata, sino entablar un
diálogo constructivo entre los puntos de vista acordes con el socialismo y con
las instituciones propias del capitalismo.
Es una verdad irrefutable que el producto del trabajo o del
esfuerzo inversor de cualquier ciudadano es siempre limitado y que por cada
objeto que enajena tiene que descontarlo, como es natural, de sus haberes. Si
un artesano es capaz de hacer al día cinco lámparas y trabaja cinco días a la
semana tendrá la posibilidad de fabricar cien lámparas al mes. Cuando quiera
vender sus lámparas se verá obligado a descontar de su almacén cada unidad
vendida. Por el fruto de su esfuerzo recibirá a cambio una cantidad de dinero
tal que justifique tanto la inversión de tiempo realizada como su saber hacer, pero perderá
irremediablemente ese bien manufacturado cuya propiedad pasará al comprador.
Resulta imposible, entonces, que este artesano pueda vender más de las cien
lámparas que es capaz de fabricar, ya que sus clientes las quieren –y no otra cosa–
a cambio de su dinero y no tiene forma de fabricar más, salvo que contrate a
más personal o máquinas más rápidas y eficaces, lo que supondría siempre un
esfuerzo inversor en bienes de equipo más potentes o más modernos, un
incremento del gasto o un mayor esfuerzo de trabajo. Supongamos ahora que
nuestro artesano se convierte en empresario y multiplica por mil su producción.
Es la misma cosa: a cambio de su trabajo, y ahora también de su inversión, no
podrá fabricar más de mil quinientas lámparas al mes ni vender más de las que
sea capaz de elaborar. El esfuerzo productivo incrementará en proporción a la
cantidad producida, pero en ningún caso llegará, por más dinero que invierta, a
un estado de cosas en que de su almacén no haya que descontar una lámpara cada
vez que venda alguna. Los bienes que nacen de su esfuerzo son finitos y se ven
mermados cuando se producen las ventas, a cambio, claro está, de recibir otros
bienes que pierde el comprador. Así funciona el mercado: riqueza que se produce
con esfuerzo a cambio de dinero que también se adquiere con esfuerzo. No hay
otra forma de verlo. La competencia del mercado –la relación entre la libre
oferta y demanda– marcará los precios de las lámparas vendidas y su beneficio
total quedará limitado por su capacidad de producción. Sería imposible pasar de
ahí.
Si un catedrático de Filosofía imparte clases en una
Universidad [a estos efectos, es lo mismo pública que privada], se le paga por
cada hora invertida en sus clases, pero dispone de unas horas limitadas para
vender su fuerza de trabajo a los alumnos. En este caso también el fruto de su
esfuerzo es finito, y si imparte clases en un aula no podrá realizar otra
actividad distinta al mismo tiempo, a no ser que posea el divino don de la
ubicuidad.
Si un médico trabaja por las mañanas en un consultorio de
Podríamos exponer aquí, uno por uno, todos los ejemplos que
quisiéramos y en todos ellos encontraríamos que los beneficios que cualquier
trabajador puede obtener a cambio de los bienes o servicios producidos es
siempre finito, en tanto en cuanto lo sean su saber hacer y su capacidad productiva. Todos menos en un caso, que
no es otro que la venta de conocimiento. Aquí la mercancía detenta unas
propiedades particulares muy concisas, ya descritas, que han sido manipuladas
en el proceso de reificación para que pueda funcionar el mercado simonita.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿deseamos dar a unos hombres el
poder de enriquecerse con el conocimiento devenido en mercancía
infungible, siendo conscientes de que supone incurrir en una diferencia brutal
con el resto de los trabajadores que producen bienes finitos como concreciones
de ese mismo saber? ¿Es justo con el resto de la humanidad tal premio a los
simonitas?
Veamos un ejemplo muy manido pero resplandeciente: para
producir un software es necesario un equipo que lo diseña. La inversión
en capital humano –tratándose de
personal altamente especializado– y medios
tecnológicos puede ascender a cifras considerables. Es razonable pensar que el
producto se lance al mercado a un precio
relativamente alto si atendemos a tal inversión. Esto es justo si partimos de
que se aplica el mismo criterio que a cualquier otro bien. Pero no es el caso:
se cobrará cada una de las copias como si fuese el original y sin la
consiguiente merma en la propiedad que se produce con la comercialización de
cualquier otro producto. Y en consecuencia, el coste de la creación del software
deja de ser elevada al perderse la relación proporcionada entre sacrificio y
beneficio. Se rompen, por tanto, las reglas de juego que tanto gustan a los
neoliberales, se reinventa la economía y se dinamita el orden establecido por
el mercado. Este caos no importa, no duele, pues las reglas son para los pobres
y sólo cuando molestan a los ricos, se saltan o se anulan, olvidadas siempre en
nombre del bien común y del sacrosanto y sistemático utilitarismo. Así pues, en
este nuevo mercado del saber no hay existencias limitadas, se vende todo lo que
haga falta, puesto que en realidad no se vende nada. La oferta se iguala a la
demanda de forma automática ya que el stock siempre es suficiente para cubrir
cualquier venta. El ciudadano no compra la propiedad de nada y de esta forma el
fruto del esfuerzo de algunos hombres se pierde, transmutado en algo
indeterminado, esclavizando al resto de los mortales que pagarán una y otra vez
con su esfuerzo el supuesto uso de un bien que nuca les pertenece. Los haberes
de estos últimos sí que se verán mermados cada vez que paguen por estos
derechos de uso, y su merma será determinada en proporción a los beneficios del
propietario de la patente. Esto es una injusticia porque no existe igualdad en
el intercambio. Unos y otros acuden al mercado con el fruto de su trabajo, pero
los primeros tendrán sus réditos “por las nubes”, más propios de los dioses en
tanto que infinitos, y los segundos presentarán sus rentas tan concretas como humanas
y terrenales. El intercambio es justo si ambas partes entregan algo, pierden lo
que entregan y reciben algo a cambio. Para ofrecer cosas nuevas, tendrán que
trabajar de nuevo. Esto no será necesario para algunos gracias a las leyes de
propiedad intelectual. Beneficio y sacrificio deben ser similares para ambos:
si la carga de la operación sólo es soportada por una de las partes el negocio
es evidentemente injusto en tanto en cuanto se rompe la relación de
ecuanimidad, fundamento bien habido de cualquier intercambio humano. Los
liberales nos quieren convencer de que los precios son justos cuando son
libres, cuando se acata su imposición desde la oferta y la demanda, pero aquí
dicen que el precio justo es el otorgado por el monopolio. La disposición a pagar
por algo no supone la justicia del intercambio, pues no es justo que nadie
pague por no ser torturado y sin embargo todos nos encontraríamos dispuestos a
pagar lo que sea para evitarnos tal trance, o para hacernos con un tratamiento
que salve la vida de nuestros hijos aunque sepamos que pagamos diez mil veces
el coste de fabricación total, incluidos los gastos proporcionales de la
investigación. Cabría quizás tachar de demagógica tal argumentación, pero sólo
debemos contemplar la realidad para comprender que lo que digo es cierto, es,
insisto, la pura realidad cotidiana para millones de personas que con su
esfuerzo competitivo deben adquirir bienes fabricados en monopolio.
La psicología liberal necesita que nos fijemos en los
beneficios generados con el intercambio, pues muchos fueron, son y serán los
que no pagan con el sudor de su frente las cosas buenas del mundo, algo que no
nos debe llevar a equívocos, pues también en la ecuanimidad del sacrificio
encuentra justicia el intercambio, por más que la necesidad nos lleve también a
los pobres a obviar tal relación y por mucho que suframos en todos los casos en
que conocemos que entregamos haberes conseguidos con gran esfuerzo a cambio de
un producto o servicio que poco ha costado al vendedor. ¿Pero cómo se puede
aceptar tal propuesta desde un mercado cuya primera ley es que cobres todo lo
que puedas por tus productos para así incrementar tu propio beneficio? Esta ley
te dice que da igual el esfuerzo que realices, como si no es ninguno, cualquier
beneficio que obtengas en el mercado será legítimo. Y por otro lado, ¿cómo
podría defender tal cosa quien poco o nada hace y, sin embargo, vive la gloria
material? Si aceptara el sacrificio como fundamento del intercambio, ¿acaso no
se sentiría un miserable contemplando a los demás hombres trabajar de sol a sol
mientras él disfruta de los mismos bienes sin hacer nada? La cuestión estriba
en que todos debemos contribuir al sostenimiento y continua construcción de la
sociedad con nuestro esfuerzo y en la medida de nuestras capacidades. Parece
injusto establecer una sociedad que exija un esfuerzo continuo a unos hombres y
no a otros, ya sea por poseer una patente, por derechos de cuna al trono de un
país cualquiera o por disfrutar de una herencia que les exima de ganarse el pan
con el trabajo diario.
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano II: Las rentas de la tierra y propiedad intelectual
Demos
por supuesto que la propiedad intelectual es una propiedad, olvidando, por
tanto, todo lo dicho. Se podría argumentar entonces que se pueda dar un estado
de derecho análogo al que encontramos en las rentas de la tierra, pero pensar
esto sería un error. Cuando el propietario de un bien raíz arrienda una tierra,
o alquila un edificio, es cierto que no ve menoscabado el valor de sus bienes,
y que con los años fluctúa el valor de cambio
según dicte la ley de la oferta y la demanda, y que, a parte de cobrar las
rentas, las participaciones de propiedad sobre el bien no disminuyen y en
ningún punto decrece su derecho de propiedad sobre la tierra. Esto es una
realidad, pero también lo es que, arrendando el bien raíz, el propietario no
podrá emplearlo o disfrutarlo ni como vivienda, explotación agrícola o minera o
cualquier otro fin; ni tan siquiera podrá acceder sin permiso del arrendatario
a las propiedades, pues el pago introduce un cambio en los derechos sobre las
mismas, no de propiedad, pero sí de usofructo y de explotación que quedan
restringidos para el dueño, al menos temporalmente. Por el contrario, cuando un
ciudadano compra una licencia de expresión de un conocimiento, que ahora se nos
antoja considerar como un arrendamiento, no se produce cambio alguno que
suponga un menoscabo en la capacidad de explotación, uso o disfrute por parte
del arrendador.
Por esta razón no se pude comparar el derecho que rige las
rentas de la tierra y el que se quiere imponer sobre la propiedad intelectual.
La propiedad intelectual permite el milagro de los panes y los peces cuando tal
milagro no se produce con ninguna otra obra desarrollada por trabajador alguno
ni con ninguna otra propiedad existente, ni tan siquiera en el derecho sobre
las rentas de los bienes raíces.
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano III: La perspectiva contractualista y la propiedad intelectual
Para arrojar luz sobre mis
propuestas puede resultar un ejercicio interesante abordar esta cuestión de las
diferencias entre sacrificio y beneficio en el intercambio mercantil simonita
desde el contractualismo.[133]
Según Rousseau, “el orden social es un derecho sagrado que
sirve de base a todos los demás. Sin embargo, este derecho no procede de la
naturaleza: se basa, pues, en las convenciones. La cuestión está en saber
cuáles son esas convenciones”[134]. Además, añade, “la oposición de los intereses particulares ha hecho
necesario el establecimiento de las sociedades, lo que lo ha hecho posible es
el acuerdo de esos mismo intereses. Lo que hay de común en esos diferentes
intereses constituye el vínculo social; y si no hubiera un punto en el que
concordaran todos ellos, no podría existir ninguna sociedad”.[135] El contenido de estas convenciones no puede ser otro que aquello que
todos los hombres aceptarían como justo si careciesen de noción alguna sobre su
suerte en la vida. Restados todos los intereses particulares, quedan los
generales, aquellos que son compartidos por todos los hombres por el mero hecho
de serlo, y así el contenido de la convención, del contrato social, no puede
ser otra cosa que aquellos derechos y obligaciones que cada cual admitiría para
sí mismo sabiendo que, otorgándoselos a sí, los reconoce para los demás. Desde
la interpretación de
Comenzando con aquella
cita de Montesquieu, en todo el ensayo predomina la idea de que lo único que
une al ser humano como entidad universal en un destino común es la conciencia,
las ideas de todos, las ideas del hombre que gracias a la comunicación se
encienden en nuestras conciencias de generación en generación. La inteligencia colectiva opera cuando
varios seres humanos se comunican independientemente de que la calidad
intelectual de unos sea enorme comparada con la del resto del grupo: el grupo
humano genera por sí una entidad cuya naturaleza trasciende a la simple suma de
coeficientes intelectuales y conocimientos previos resultando una potencia de
análisis, comprensión y resolución distinta a la de las partes. La lógica
capitalista destroza tal consideración. El fin natural del lenguaje –y es
indudable que es natural– se subvierte por un fin estrictamente mercantil: los
seres humanos se comunicarán para obtener beneficio material y no ya
espiritual. Comunicarse siempre supone un esfuerzo de entendimiento con el
otro, pero ahora, ¿dónde reside tal intención? ¿La transacción de información simonita puede ser considerada como
comunicación si sabemos que no importan los contenidos, ni su comprensión, ni
su aplicación, sino sólo certificar legalmente la transacción del elemento
físico soporte del código que legitima el cobro
de la operación comercial?
Incluso sabemos –como ya he explicado– que es preferible para el sistema que no
se produzca entendimiento alguno del contenido, pues la comprensión en tanto
que certifica la tenencia de la idea constituye una amenaza para el comercio
simonita, así como la constatación irrefutable de la mentira de tal supuesta
propiedad.
Pido disculpas por la sencillez de mis argumentos, que no
achaco a mi culpa, sino al incumplimiento por parte de la propiedad intelectual
de las más elementales normas del sentido común. Las débiles defensas de la
plaza simonita no reclaman una
artillería más pesada. Como podemos comprobar, el ejercicio y recreamiento
responsables y honrados de la posición inicial rawlsiana nos permiten alcanzar
una visión de
Beneficio y sacrificio en el
intercambio humano IV: la transustanciación de trabajo finito en beneficio
infinito.
Los tres capítulos anteriores confluyen en un mismo punto
fundamental en este ensayo: hablan de lo inmaterial, de lo no excluyente, de lo
ubicuo, de lo infungible, pero, cuando interesa, una propiedad intelectual se
puede comprar entera o en participaciones porcentuales entre varios
capitalistas. En su relación con los obreros también los capitalistas comercian
con el conocimiento en una dimensión finita, puesto que se suspende la no
exclusividad, la ubicuidad, la infungibilidad. Si la propiedad intelectual no
sufriera la pendular transmutación entre la indivisibilidad de su
administración práctica en el mercado corriente y la perfecta división
porcentual en el mercado de los poderosos, insisto, si no se produjera tal
metamorfosis, todo de lo que se ha dicho poseería mucho menos sentido. He aquí
su secreto: el saber tendrá carácter finito entre nosotros, los potentados, que
compraremos al obrero intelectual su fuerza de trabajo tal y como se hace con
cualquier otro sector en el mercado, y luego, entre los poderosos, nos
repartimos un tanto por ciento y otro tanto como ciudadanos ejemplares que
gustan de la libertad y de la igualdad del mercado; pero cuando operemos con lo
adquirido en el mercado general, entonces, y sólo entonces, se producirá la
transustanciación: del pago de un trabajo finito se conseguirá algo distinto e
ilimitado por obra y gracia de la propiedad intelectual.
¿Por qué no se vende la
propiedad intelectual tal y como se compra a los obreros, siempre por
participaciones? Esto terminaría con la gran oportunidad de enriquecimiento
ilegítimo. Pero los liberales argumentarán que se retrasaría el desarrollo,
hijo del conocimiento, al no existir recompensa suficiente para el intelectual. ¿Para qué intelectual? ¿Acaso el sabio no cobra por su trabajo del mes mientras el simonita se enriquecerá noventa y
cinco años por el trabajo comprado y pagado durante un solo mes? Si su comercio
fuese porcentual, finito y fungible, la propiedad intelectual no existiría al
no beneficiar al simonita. ¿Qué le importarán a él los sabios?
Conocimiento, mercado y fuerza de
trabajo
En este capítulo ensayaré una aproximación a los mercados
simonitas usando las herramientas conceptuales de Marx. Carlos Marx diferencia
entre trabajo y fuerza del trabajo[138] para explicarnos la generación de la plusvalía capitalista: la fuerza de
trabajo es el potencial generador de trabajo que posee el empleado y que vende
al empleador a cambio de un salario, el trabajo es el esfuerzo real obtenido
por el empleador en la explotación del trabajador y la plusvalía es la
diferencia entre lo pagado por tal fuerza de trabajo y el valor del trabajo
real obtenido. En los mercados simonitas la mecánica es similar pero con
ciertas diferencias: el simonita cuenta con la fuerza de trabajo al igual que
el capitalista, pero tal necesidad es concisa, residual e implosiva. Veremos
por qué: la plusvalía no se refiere sólo a la diferencia entre el valor de la
fuerza de trabajo y el trabajo real obtenido, pues el trabajo real deja de
constituir la única fuerza motora en el proceso de generación del producto.
Recordemos que aquí la oferta real se iguala a cualquier demanda sin necesidad
de mayor esfuerzo, pues las regalías de la patente simonita son las encargadas
de igualarla aprovechándose de las propiedades del conocimiento reificado, de
su supuesta infungibilidad, generándose, por tanto, una plusvalía que tiende
libremente al infinito.[139] La relación entre el empleado y su trabajo es paradójica: lo pierde en
el mismo instante en que produce algo que sea patentable.
En el libro Metadata Solutions,[140] Adrienne Tannenbaum nos dice que para el correcto desarrollo de
metadatos[141] han ideado un sistema de análisis a partir de cinco preguntas capitales
realizadas a los datos para permitir su clasificación y tratamiento de forma
simplificada y clara:
Pero por más que nos sorprenda que alguien pueda ser
considerado dueño de cinco preguntas ahora no voy a hablar de tal descarrío.
Aún hay algo más sorprendente, pero que a primera vista nos puede pasar
desapercibido: la patente pertenece a Database Solutions, Inc. y
no a los obreros que la desarrollaron. La base de tal propuesta es grosera: si
todo lo material que producen los obreros en la empresa es propiedad de la
empresa, también es propiedad de la empresa todo lo inmaterial que produzcan
esos obreros.[142] Los trabajadores tendrán que trabajar todos los días de su vida –si
tienen la gran suerte de que se les permita tal cosa– por más conocimientos
patentables que desarrollen: la patente no les alcanza, no les protege.[143] Es una falacia afirmar que la propiedad intelectual existe para proteger
a los sabios. ¿Cabe imaginar a los capitalistas aceptando pagar durante toda la
vida a los obreros por haber desarrollado un conocimiento patentable? ¿Qué les
otorgarán un porcentaje de las ganancias generadas por el monopolio y mandarlos
a su casa a vivir de los réditos? Jamás, nos dirán que el conocimiento es de la
empresa, tanto que la empresa ha comprado la fuerza de trabajo por la cual el
conocimiento existe: el autor es el empresario: “En el caso de obras hechas por contrato, es el patrono y no el empleado
el cual está considerado el autor.”[144] Fijémonos
en la sutileza del mensaje: no se produce intercambio entre patrono y autor,
sino que el autor es directamente el patrono. Así quedan liquidados todos los
problemas que los autores reales podrían ocasionar a los autores legales: el
autor real no sostiene relación alguna con la obra, sólo con el trabajo, la
obra no es suya aunque sea hija, expresión y parte constituyente de su alma.
Con la propiedad intelectual se normaliza la forma más extrema y atroz de
alienación: la reconstrucción del conocimiento como mercancía aliena el alma
del obrero del saber hasta tal punto que ni siquiera su propio pensamiento le
pertenece, para que así la idea pueda constituir una propiedad privada. Todo
conocimiento desarrollado acabará indefectiblemente en manos de un simonita y
la propiedad intelectual, lejos de proteger al sabio certificará su miseria. La
explotación simonita es más refinada que la capitalista. El capitalismo
degradaba al hombre a un grado inferior al de las bestias, a olvidar todo
vestigio de necesidad creativa, de voluntad generadora de un nuevo mundo y lo
condenaba a la insensibilidad. La explotación simonita obliga, sin embargo, a
la persona a sostener su calidad espiritual, elemento imprescindible del
engranaje productivo. Su creatividad es necesaria y debe mantener tal
creatividad en las mejores condiciones para servir a su dueño. Se le exige,
además, que lo haga con plena conciencia de sí, por más que tal conciencia no
sea generadora de acto volitivo alguno más allá de la evidente sumisión. Esa
conciencia ya no es conciencia humana, sino alienada en su misma
espiritualidad, pues debe contemplar su obra espiritual no como su ser mismo,
sino como una mercancía que nunca le pertenece. Podríamos afirmar que es la
expresión de sí que no es de sí. Su idea no es su idea, su idea es del simonita.
A este trabajador no se le permite dormir el sueño idiota del irracional, sino
que, sumido en la más brutal de las domesticaciones –la opresión simonita–,
debe contemplar impasible su propia degradación. El sabio es un ser gris y
anónimo cuya relación con su obra no es directa, se relega como mucho a la
venta de su fuerza de trabajo a cambio de unas monedas que igualan en su
destino a todos los trabajadores: a los sabios que desarrollan nuevos
conocimientos, a los que los que los aprenden y a quienes necesitan de sus
manos para trabajar. ¿Qué diferencia existe, pues, entre estos tres grupos? ¿No
son acaso todos por igual ajenos a su obra? El simonismo, en la búsqueda de
magnificar los beneficios del propietario toma algunas de sus grandes ideas del
capitalismo, pero esconde la intención debajo de una mortaja: la figura
permanece, el contorno la delata. La propiedad intelectual no deja de parecer
una insólita forma de proteger a los sabios. En las nuevas relaciones de
dominación el sabio es anónimo, como aquel obrero del siglo XVIII, inexistente
más allá de figurar como mero elemento productivo. La única diferencia entre
unos y otros radica en que los parias de la sociedad del conocimiento saben
leer y son conscientes y, en consecuencia, cómplices sumisos de su propia
explotación, o seres tan decepcionados de la vida que han claudicado
definitivamente ante una realidad que creen imposible cambiar.
A fin de
cuentas el simonita, ahora el autor,
ha conseguido lo que deseaba: cuando la empresa paga la fuerza de trabajo se
adjudica la riqueza generada en primera instancia y sin pasos intermedios que
podrían abrogar a los trabajadores incómodos derechos imposibles de resolver en
beneficio del simonita. Se certifica su independencia casi total de las clases
trabajadoras. El valor de sus bienes ya no guarda relación
proporcional con el trabajo ni con el capital invertido. El efecto producido
por su reconstrucción como bien infungible es que la plusvalía tiende al infinito. Y se intenta justificar la
legitimidad natural de tal plusvalía afirmando que el coste de producción
marginal es cero. La pena es que los economistas hayan sido tan frívolos tanto
a la hora de aceptar tales propiedades inexistentes como en el momento de
construir las políticas económicas que reinarán en el siglo XXI. Me pregunto
cuándo los economistas neoclásicos, los seguidores de Solow por ejemplo, se
pondrán manos a la obra para cuantificar en sus estudios sobre el crecimiento
económico qué peso tiene realmente en el total del residuo conferido al estado
de la técnica la cuestión de las regalías otorgadas a las patentes. ¿Por qué
ningún economista comienza a estudiar los efectos de las patentes sobre el
crecimiento económico? ¿Y su incidencia en el mercado de trabajo?
El aumento
progresivo de la exclusión podemos imaginarla en el tiempo según se desarrollen
las regalías de las patentes, terminando por ser sólo necesarias unas élites
que producirán lo suficiente para que; apoyados en las leyes de propiedad
intelectual, puedan satisfacer las necesidades de acopio de beneficio de los
antiguos capitalistas. Los trabajadores activos serán principalmente
intelectuales, el resto incultos abandonados a la productividad. “Como cada
vez se pone más de relieve por la comunidad intelectual”, nos recuerda,
entre otros muchos, Ramón Soriano, “nos encontramos inmersos en una
tendencia a recuperar el pensamiento marxista tanto en cuanto la decimonónica
lucha del binomio burgueses– proletarios se constituirá de nuevo como la lucha
trabajadores-parados”.[145] Lo que pretendo aportar en este capítulo como aspecto
central completamente nuevo es que el origen de tales extremos descansa –y en
qué medida esto se produce deberá ser estudiado por otros– en la articulación
de las leyes de propiedad intelectual.
En esto los liberales
son marxistas a su manera y a su pesar y se empeñan en conseguir que Marx lleve
razón. Si decíamos que desde el socialismo se acepta que en el mercado el
trabajo sea la vía de inserción social allí donde existan los derechos
sociales, teniendo presentes las leyes simonitas no podemos concluir lo mismo,
porque la inserción y la normalidad sociales serán imposibles. Marx nos
recordaba que “el obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más
crece su producción en potencia y en volumen. El objeto que el trabajo produce,
su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente
del productor”. Y concluía: La
pérdida del objeto y su servidumbre a él son los caminos que conducen a la
enajenación de su alma[146]. En la economía
simonita se da un paso más allá pues se reifica el conocimiento y la
enajenación del hombre no es subjetiva, sino objetiva: el alma se vende
en parcelitas. “La objetivación aparece hasta tal punto como pérdida del
objeto, continúa Marx, “que el trabajador se ve privado de los objetos
más necesarios no sólo para la vida sino para el trabajo. Es más, el trabajo
mismo se convierte en un objeto de que el trabajador sólo puede apoderarse con
el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones, (...) todas estas
consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona
con el producto de su trabajo como un objeto extraño, (...) la vida que ha
prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil”[147]. Comprendamos el objeto del trabajador del
saber como el saber que él mismo desarrolla. Cuando un trabajador genera un
nuevo conocimiento automáticamente se producirá una patente, por cuya culpa el
simonita dejará de necesitar en la misma medida a ese mismo trabajador o a
cualquier otro. Al fin el objeto se revuelve contra el trabajador, lo excluye
por innecesario, fortaleciendo al simonita. Cuantas más ideas patentadas, mayor
será el beneficio obtenido al margen de los trabajadores, más fuerza cobrará la
patente. Cuanto más largo sea el periodo de tiempo que arbitrariamente se
adjudique a la patente o mayores regalías se determinen para ésta, menos
necesarios serán los trabajadores, de los cuales miles acabarán engrosando el ejército de reserva. Así pues, el saber
del hombre se vuelve contra el hombre y el ejército
de reserva se amplía como nunca. El extrañamiento es indudable, ya que
ahora se trata de un objeto que se mantiene como generador de beneficio
mientras el obrero sucumbe al comprobar que las plusvalías no le alcanzan por
la aplicación de la fuerza de trabajo, sino por el imperativo de
El
conocimiento transmutado en objeto, si lo analizamos con detenimiento, deja de
ser fuente de valor para el conjunto de la sociedad, porque únicamente genera
beneficios para el simonita, ya
no es riqueza para la sociedad porque el valor intrínseco que detenta se anula
para todos menos para uno. Aunque pueda adoptar la forma de dinero la patente
arruina a la sociedad, pues crea el espejismo de que no es necesaria la
producción de riqueza. La patente no es trabajo ni necesita de la fuerza de
trabajo para existir y cumplir con la única obligación que interesa al capitalista
que es la obtención directa de beneficios. El simonita ya no es, de
alguna forma, capitalista, por más que vista sus atuendos y desee ocupar su
lugar en la sociedad. En este punto comenzamos a echar de menos a los
capitalistas tradicionales. Parece lógico que nadie pudiera imaginarse –ni tan
siquiera Adam Smith– que se dieran las condiciones para que apareciera una
especie más interesada que aquellos, pero éstos, los nuevos simonitas,
son peores incluso que los esclavistas. De alguna manera el simonita es enemigo
del capitalista pues no compite con él: tiene un monopolio y no se encuentra
obligado a mejorar; tampoco debe sostener una plantilla de trabajadores como la
del capitalista, su beneficio es independiente de la fuerza de trabajo. Por
otra parte, el simonita no se ve obligado a nuevas inversiones, le basta con
esperar a que reaccione la demanda e incluso, en no pocos casos, podrá cerrar
la empresa como entidad productiva y dedicarse –quizá con el asesoramiento de
un grupo externo de abogados– a administrar su patente. El capitalista, por el
contrario, si deja de producir algún bien –el que sea, con buena calidad y
precios competitivos– acaba indefectiblemente en la ruina. El capitalista
administra la actividad, el simonita la inactividad. El capitalista ha sido
despiadado en muchas ocasiones, en algunas otras no: durante buena parte del
siglo XX desempeñó en la sociedad del bienestar una labor que debemos reconocer
porque muchas veces observaba con celo el objeto social de la empresa como
generadora y distribuidora de riqueza; el simonita, en cambio, será
siempre despreciable: su subsistencia misma depende del mantenimiento de la
injusticia. Su beneficio se medirá en proporción inversa al trabajo necesario
para obtener ese beneficio, pero no por el efecto que sufre el capitalista
quien debe incrementar la productividad del trabajo para competir en mejores
condiciones que los otros capitalistas. El simonita gana porque excluye, gana cuando excluye.
Su beneficio es destrucción para el prójimo. Y no podemos decir lo mismo de los
capitalistas, porque si bien prescindirán del trabajo en la medida que puedan,
siempre les resulta necesario en esa misma medida. De aquella necesidad de
emancipación nace esta solución a su dependencia: lo han conseguido, su naturaleza
es distinta, y, logrando sus objetivos, nace una nueva sociedad que va mucho
más allá del capitalismo aunque lo contenga,[151] y a la que he dado en llamar sociedad simonita, pues comercian con el alma de los hombres. Sus señales y símbolos
de exclusión –como la ©, la ®, el TM y tantos otros, ya perfectamente
reificados– marcan el territorio y avisan a los excluidos del peligro que
corren si osan rebasar los límites del nuevo, intangible e incalculable coto de
propiedad. Si por equivocación lo invades, se te dará caza a lazo, y, ya
rendido en el juzgado, se te marcará con la divisa correspondiente, que no
quemará tu piel, restañará tu alma. ¿Posees dinero para comprar la propiedad de
tus conocimientos? ¿Guardas al menos haberes materiales para comprar la
licencia de materialización de los conocimientos que por desgracia hayas
aprendido? ¿No? Si no dispones de propiedades para comprar tu alma, ¿cómo
quieres ser libre? Los simonitas consiguen finalmente que libertad y propiedad
privada sean la misma cosa. Los pobres no pueden comprar su alma, no pueden ser
libres, no pueden ser hombres. Un hombre sin posesión material alguna es un
hombre libre –quizás el más libre de todos– pues es alma y voluntad, pero un
hombre al cual la sociedad le dice que no es dueño de su alma, ¿qué es? Es un
espectro, aún menos que eso. El “alma en pena” carece de vida, pero es dueña de
sí misma, vaga en muerte por donde quiere, pero el pobre ni tan siquiera guarda
el derecho a morirse: su fallecimiento puede constituir una agresión a la
propiedad ajena y ser demandado por ello. ¿Qué ha hecho usted con las ideas
aprendidas que no le pertenecían? ¿Se las ha llevado al otro mundo? ¿Sin
permiso del dueño? Usted, muerto, es
un ladrón de ideas, un traficante peligroso tras el cual enviaremos a la policía del pensamiento.
Paradójicamente, en la sociedad del conocimiento, el ignorante es el único que
puede afirmar que es libre, sólo él es dueño de su espíritu.
Por
todo esto he afirmado que los liberales son marxistas a su manera y a su pesar,
pues con su terquedad quieren que la realidad le dé otra vez la razón a Marx. Y
no sólo lo consiguen, sino que lo superan con celo e inducen una realidad
incluso más extremista que la que inspiró al genio alemán, pero que, por otro
lado, él mismo supo predecir. Marx nunca dio por finalizada la historia y
predijo que el modo de producción capitalista podía ser superado tanto como lo
fueron los anteriores. Lo estamos rebasando y, tal y como aventuró Marx, el
nuevo sistema, el que sea, el que es, debe contener y contiene al anterior. El modo de producción simonita ya no es sólo capitalismo, se eleva
sobre él sustituyendo producción de riqueza por autoreproducción de beneficios.
La destrucción creadora del capitalismo se sustituye por la destrucción
destructiva. Es un sistema de autogeneración implosivo, basado en una falaz plusvalía relativa infinita, imposible
en su mentira pues no se puede sostener en el tiempo al no crear nada nuevo
cuando destruye. Nos devoramos a nosotros mismos y crecemos sobre nuestra propia
muerte. La sociedad es más rica con cada nuevo saber que se desarrolla, más
rica cuando alguien aprende algo que desconocía, pero más pobre, más débil, con
cada nueva patente.[152]
Con estas maniobras estratégicas, casi perfectas, se
busca, de paso, una cabeza de turco a la que se querrá hacer pagar, llegado el
momento, las culpas de todo el desaguisado. Desde estas páginas no me cansaré
de afirmar que los sabios no son los culpables, son más bien víctimas, como
nosotros. Salvo excepciones que confirman la regla, no son ellos los grandes
beneficiados de la operación, sino que conforman la legión de trabajadores que
se extinguirá, absolutamente necesarios pero prescindibles a largo plazo, en el
caso de que el PIB alcance en su totalidad a ser un beneficio reproducido por
monopolio.
En
torno al monopolio sobre la licencia de materialización del saber, se generarán
enormes grupos de poder que se harán con todo los mecanismos existentes
orientados, o susceptibles de serlo, al desarrollo de nuevos conocimientos. Sobre
el monopolio del saber se construye el monopolio de los medios de generación de
saber. Es decir, no sólo se han asegurado la propiedad del conocimiento y de
los bienes de producción de conocimientos, sino que en la misma fase de
desarrollo del nuevo modo de producción han erigido también el monopolio sobre
esos medios. Si no fuese posible esta tercera maniobra no habría un interés tan
brutal por imponer la propiedad intelectual. Y no hablamos de suposiciones. Ya
hoy en día “la conexión más fuerte de la ciencia y la tecnología, la
que da forma y orden al desarrollo tecnológico panorámico, se concentra en unas
cuantas docenas de centros de investigación”[153]. Los datos hablan por sí solos: en Estados
Unidos durante el año 2000, por ejemplo, se generaron 38 billones de dólares en
regalías[154]. Los únicos que trabajaron fueron los
sabios pero fueron los simonitas –ahora
los autores– quienes obtuvieron beneficios gracias a su patente[155]. Me imagino que alcanzar cotas totales
será imposible porque la sociedad saltará por los aires mucho antes de que
suceda[156]. Que conste que no pretendo ser
tremendista, máxime cuando de lo que tratamos es de evitar que se llegue a esa
tensión a la que la sociedad se verá abocada mientras se nos obligue a respetar
esa dudosa forma de propiedad, pero las prerrogativas de tales fueros crecen,
se desarrollan, avanzan imparables. La tendencia es justo la contraria de la
que se precisa.
Sí, las clases trabajadoras
ya no son necesarias, parece evidente que no pueden ganarse el sustento, pero
para los simonitas esta cuestión no reviste importancia alguna: si lo obreros
no son necesarios, mejor que desaparezcan. Ahora bien, ¿cómo podrán consumir
los productos propios de esta sociedad de la información? ¿Cómo podrán seguir
consumiendo conocimientos reificados si no pueden trabajar? ¿Cómo se espera que
funcione el mercado del saber si la mayoría de los consumidores no tiene
posibilidad alguna de ganarse el sustento en ese mismo mercado emergente? Los
liberales no van más allá de su propio interés y a muy corto plazo, pero estas
leyes también traerán su ruina, empezando por la pequeña burguesía, que ya
agoniza, y acabando a la larga con los más poderosos. También esto es cuestión
de tiempo. De principio nos encontramos con que “un número significativo de
personas que están siendo excluidas del acceso al empleo fijo, están cayendo en
la criminalidad. Se podría decir que algunas de ellas no tienen otra
alternativa. Las personas a las que no se les necesita en la era de la
información no desaparecen: siguen ahí”[157]. Pero tal y como vaticinó Marx, no deja de ser cierto que “
Como he apuntado, no son pocos los sociólogos[159] que afirman que el objetivo del pleno empleo
se encuentra cada día más lejos. Pero, y no deja de sorprendernos, se quedan
sin aportar nada más, pues no aciertan, a mi entender, con una de las razones
de peso de que cada año sean necesarios menos y menos trabajadores. Es prudente
pensar que ante la evidencia de los argumentos aquí presentados nos queden dos opciones:
A/ Abolir la propiedad
intelectual y sustituirla por unas rentas del trabajo intelectual que trataré
de definir más adelante.
B/ No siendo
necesarios los obreros, en lugar de contemplar su muerte por inanición, cabe
otorgarles en la práctica el derecho de sustento al serles negado el del
trabajo que produce su sustento. Propongo la paradoja de las paradojas: si no
somos útiles produciendo, seremos útiles consumiendo en la sociedad de la
información, aquella en que el hombre se libera de la necesidad de trabajar y
dedica todo su tiempo a cultivar su espíritu –por más que no sepamos bien con
que riqueza espiritual podremos afrontar tal consumo ni con que objeto
querremos saber nada–, mientras contemplamos cómo la propiedad intelectual
reproduce los beneficios de las nuevas élites. Si
Algunas notas sobre la producción
industrial en la economía simonita
También
nos dice Lévy que en lo que él denomina capitalismo informacional “la
materia se sobrecarga de información. Las cosas son acumuladores de
conocimientos”[162]. Dos cuestiones, en la primera,
como vemos, Lévy oficializa la reificación del conocimiento sin pestañear; en
la segunda, si nos colocamos cabeza abajo[163] con su misma
alegría podríamos afirmar que Lévy no nos dice nada nuevo, siempre ha sido así: lo que ocurre es que
el conocimiento que acumulan las cosas gana importancia en ese capitalismo
informacional precisamente en la medida en que la propiedad intelectual
posibilita la reproducción de beneficio a partir de la utilidad de ese
conocimiento: el saber que acumulan las cosas se hace ahora más evidente, sobre
todo para quién paga infinitas veces. Lo importante, en conclusión, no es que
la materia se sobrecargue de conocimiento, sino que el conocimiento se carga de
poder por ser, gracias a la propiedad intelectual, la materia prima de la nueva
industria simonita, quedando anulado el saber hacer. A esta industria no le
interesa el enriquecimiento de la sociedad gracias a las ideas, sino la
rarefacción de éstas por cualquier vía e incluso la eliminación o congelación
de aquellas que puedan competir con los precios monopolísticos fijados por los
simonitas. En resumen, al simonita le interesará adquirir patentes de
otros conocimientos susceptibles de competir con las suyas desde soluciones
diferentes pero análogas, no para lanzarlas al mercado en pro del
enriquecimiento de la sociedad, sino para mantener la propia rareza de su
conocimiento y ocultar los nuevos saberes bajo una maraña de leyes. (¿Qué ocurre
cuando un simonita detecta que alguien puede superar su patente? Lo primero
será amenazar al posible competidor con enterrarlo bajo una montaña de
demandas, procesos judiciales enormemente costosos y reclamaciones millonarias.
Si amenazas y demandas no surten efecto intentará hacerse con la patente del
nuevo conocimiento, pero no para materializarlo inmediatamente sino para
esconderlo y sostener su primer monopolio. Un ritmo de sustitución demasiado rápido perjudica al simonita,
pues necesita exprimir al máximo la productividad de cada una de sus patentes.
La rarificación del saber es la vía preferida por el simonita para obtener
beneficios sin trabajar, pero, ¿podrá asumir la humanidad tal desperdicio?[164]) Como vemos, la importancia del objeto
nacido de la idea no detenta un valor significativamente singular en la
economía del conocimiento si lo comparamos con ese mismo objeto físico de la
economía capitalista tradicional. Supuestamente las variaciones impuestas en el
sistema no influyen directamente sobre el objeto concreto, sino sobre la idea y
ésta a su vez en la concreción material que, como ya he dicho, es lo que
importa. Lo cierto es que en la economía de la información lo tangible[165] pierde importancia desde el momento en que
se ha anulado la competencia de los saberes. Y esto es así porque no pudiendo,
unos y otros, materializar un saber en igualdad de condiciones, se anula la
competencia más apetecible, que no es la producida cuando unos saben más a
costa de que otros no sepan o no puedan trabajar con esos conocimientos, sino
aquella en la que todos los que acuden al mercado lo hacen con los mayores
conocimientos posibles y con total libertad para ejecutar su cristalización. En
este sentido todo saber patentado es información privilegiada, tal y como la
define el diccionario de
Fundamento y definición de Las
Rentas del Trabajo Intelectual
“La alegría
de contemplar y conocer es el regalo más hermoso de la Naturaleza”[167]
Albert
Einstein
Los simonitas, al otorgar la propiedad
exclusiva sobre el alma de los hombres e impedir así la materialización del
saber, imposibilitan que el trabajador se relacione libremente con el mundo,
anulan su fuerza de trabajo, hasta
tal punto que el obrero nada tiene que vender para vivir, pues su fuerza de trabajo, como poder de actuar
en el mundo, es fruto del saber hacer de
cada uno. Si ningún valor guarda lo que sea
capaz de hacer, ¿cuál es el valor de su trabajo?
Pero, y por otro lado, si el trabajador del saber carece de la oportunidad de
cobrar su trabajo, ¿cuál es el valor de su trabajo?
(Aquí recuperamos el hilo del capítulo titulado “Metafísica y propiedad intelectual”).
Hasta el momento sólo he
sugerido el contenido del concepto de Rentas del Trabajo Intelectual; procede
ahora exponerlo en toda su extensión. Comenzaré por enumerar los fundamentos de
tal institución: en primer lugar, en reconocer el derecho a que cada cual sea
dueño de la sustancia que compone su propio espíritu: cada ser humano es señor
de las ideas que sea capaz de desarrollar o aprender. En segundo lugar, se fundamenta
en contemplar esos otros dos derechos que insistentemente reclamo como
insoslayables y que son, con el anterior principio, el núcleo argumentativo del
presente ensayo: el derecho de aprender cuanto uno quiera por el medio que
prefiera con la sola limitación de su voluntad y capacidad, y el derecho a
ganarse la vida trabajando de acuerdo con lo aprendido. Se instituye así[170],
sobre estos tres pilares,[171]
De
tal derecho nace la obligación de comunicar a la sociedad todo cuanto
conocimiento seamos capaces de desarrollar.[172]
Por otro lado,
Explicado
su fundamento, y aclarando que lo
que intentamos es determinar cuáles son, en nuestra razón, esos “intereses
morales y materiales que le correspondan”[174] a los sabios, nos preguntamos ¿qué
son en sí las rentas del trabajo intelectual? Éstas equivalen, en esencia, a
las rentas del trabajo de cualquier otra categoría de trabajador. ¿Es posible
en una economía de mercado pagar unas rentas del trabajo a los sabios? Desde
luego: actualmente los simonitas pagan al obrero intelectual unas rentas de
trabajo finitas, nada hay de particular en ello, pero en contrapartida se
apropian del conocimiento que ya reificado será mercancía en los nuevos mercados
monopolísticos creados por las LPI. Anulemos,
por tanto, la segunda premisa. ¿Qué nos queda? Las rentas del trabajo serán
siempre rentas y continuarán siendo finitas; no se otorga, por tanto, la
propiedad privada sobre el conocimiento a nadie y en ningún momento. La empresa
se hace dueña del producto material que sus obreros generan, pero no de sus
ideas, que ni son mercancía ni atañen al mercado[175], pero sí el trabajo. La empresa, por
tanto, tendrá el derecho y la obligación de trasladar esas cuantías a la
sociedad, que es, al fin y al cabo, quien debe asumirlas. Si argumentamos que
la sociedad es la propietaria de todo conocimiento, es evidente que debe asumir
en su integridad la cuantía que supongan las Rentas del Trabajo Intelectual.
Cualquiera podrá materializar el saber reinterpretándolo como quiera y sólo
habrá que satisfacer esas rentas, recuperándose, en el acto, la competencia
desde el saber hacer que elimina las ineficiencias del sistema
monopolístico. Nadie podrá oponerse a que otros expresen sus ideas, pues ese sus
es universal. Las rentas del trabajo intelectual son en concepto de servicios
prestados a la humanidad, intraducibles
a la propiedad de la obra, como cualquier otro servicio que los
profesionales realizan en la vida cotidiana. ¿Alguien propondría que la salud
restituida de un paciente pertenece al médico?, ¿la seguridad al policía?, ¿el
movimiento al transportista? Estos bienes, fruto del trabajo, la obra en sí, no pertenecen a su
creador, sus servicios no se traducen en un derecho de propiedad privada sobre la obra, por su naturaleza son
intraducibles, como las ideas, pero tales servicios sí producen unas rentas del
trabajo, como los servicios de los sabios. La obligación de satisfacer las
rentas del trabajo intelectual no constituye una minoración de la libertad de
expresión del hombre sino el punto de equilibrio dónde los trabajadores
intelectuales y no intelectuales son protegidos por una misma convención: la
libertad será la misma para unos que para otros. Aparte del problema de la
posesión de nuestro propio espíritu, si yo no satisfago esas rentas suspendo la
fuerza de trabajo del intelectual y lo condeno a la muerte. Si le concedemos al
intelectual el poder de impedir que yo exprese todo cuanto sé, será mi fuerza
de trabajo la que queda suspendida. No existe minoración sino definición de
legitimidad.[176] Estos son los fundamentos de mi propuesta.
Un esbozo de solución práctica a
modo de arbitrio
La solución que me guardaré –la soñada y por tanto utópica,
pero a la que, como demócrata, debo renunciar en gran parte de su extensión–
pasaría por administrar las recompensas por el trabajo intelectual desde unas
instituciones universales. Esa es mi solución y aunque no es momento de
realizarla en toda su extensión, siempre es tiempo de caminar hacia ella por la
senda del cambio pausado. Debemos comprender que la utopía es presentada como
una fantasía por el poder establecido, tienen su razón: aceptarla como posible
es tanto como aceptar la obsolescencia de la ideología que legitima ese mismo
poder. A nosotros nos servirá de Norte.
Se esbozará aquí, como mero ejercicio intelectual, una
propuesta concreta y alternativa de retribución a los sabios sin trastocar en
demasía el liberal orden del universo, por tanto, contaremos en la medida de lo
posible con el mercado. No afirmaré que sea la única solución, sino que su
exposición intenta precisamente demostrar que existen muchas alternativas y que
el modelo de las rentas del trabajo intelectual puede llevarse a la práctica.
Debo confesar, no obstante, que esta cuestión práctica, puede resultar, si se
quiere, pretenciosa: sólo es una demostración a modo de divertimento de que, si se desea, los caminos están abiertos a la
justicia. Si logro presentar algo práctico y digno a partir de los principios
propuestos, ¿de qué no serán capaces, me pregunto, los técnicos y especialistas
desde esos mismos principios?
¿Cómo podemos conseguir un sistema para que las rentas del
trabajo intelectual sean pagadas por la sociedad sin que se limite la libertad
de materialización del saber y viceversa? A primera vista, desde luego, parece
enormemente complejo concebir tal sistema. Hay que reconocer, además, que con
los actuales procedimientos puestos en marcha bajo la propiedad intelectual las
cosas parecen más sencillas, una virtud en general, pero un defecto cuando se
trata de justicia. Si está en nuestro ánimo alcanzar un acuerdo justo entre las
partes dentro de un mercado capitalista, es decir entre los propietarios del
saber –todos lo hombres– y los sabios que lo desarrollan, la cuestión se
complica todavía más, pero la dificultad no puede ser razón suficiente para
dejar las cosas como están. Intentaré, por ello, describir a grandes rasgos un
sistema complejo pero, insisto, a mi entender más justo que el actual.
Enunciemos los cuatro principales objetivos a conseguir:
A.- Que se respete en su integridad el derecho de actuación de acuerdo
con el saber hacer de cada uno.
B.- Que sabios y empresas cobren las rentas del trabajo intelectual
siempre de forma porcentual y finita.
C.- Que esas rentas sean satisfechas por la sociedad.
D.- Que la competencia actúe en los mercados, pero no fuera de ellos. (El
saber no pertenece al mercado, sí, en
cambio, el actuar en el mundo directamente generado por el saber hacer, cuando acudimos al mercado a trabajar.)
Comencemos, por ser más urgente, con el caso de los
conocimientos que se generan en el entorno empresarial con fines industriales,
ya sea la fabricación de un sistema de comunicaciones o un medicamento para
luchar contra una determinada enfermedad. En este caso, al registrar el saber
en la oficina de patentes, habrá que declarar los importes totales a que
ascienden los gastos atribuibles a la nueva invención o saber concreto. Serán
la base a partir de la cual se calcularán las rentas del trabajo intelectual.
El esquema propuesto será similar al adoptado para el impuesto sobre el valor
añadido (IVA). En el caso concreto del entorno empresarial, los trabajadores
del saber, que lo son por cuenta ajena, ya cobran mensualmente las rentas de su
trabajo. Asumimos que se les debe de por vida el reconocimiento de la autoría[177] de la obra y, por tanto, los derechos económicos[178] generados por esas rentas que se deriven de su labor concreta pasan a
pertenecer a la empresa. A diferencia del sistema de propiedad intelectual,
estos derechos continúan siendo derecho de rentas, jamás propiedad, y así se
tratarán en todo momento. Los gastos en que incurra la empresa para desarrollar
el saber también tendrán cabida como si fueran parte de las rentas sobre el
trabajo. Si se tratara de propiedad intelectual, la empresa explotaría en
régimen de monopolio el nuevo saber obteniendo beneficios monopolísticos
liberándose así de la carga de los trabajadores. ¿Qué ocurre en este punto con
el sistema de rentas del trabajo intelectual que propongo? Tenemos que asumir
la primera premisa: que el libre acceso al saber se respete. Nadie se podrá
negar, por más que sea el autor que ha desarrollado el saber, a que otros lo
expresen en la medida de su saber hacer. La segunda premisa define la primera,
pues serán estas rentas sobre el trabajo lo que habrá que satisfacer, ni un
céntimo más ni uno menos. Pero aquí hay que reconocer que las empresas no
solamente tienen la obligación de recuperar lo pagado como rentas del trabajo a
los obreros, la inversión realizada y los gastos generales, sino también la de
obtener y repartir beneficios. Tendremos que incluir, por tanto, un beneficio
para que podamos acceder al saber, puesto que el objeto del trabajo de las
empresas es, ante todo, la obtención de beneficios. En un entorno de mercado
capitalista no podemos negarles su objeto. En este caso del saber empresarial
nos encontramos con, al menos, tres conceptos que satisfacer:
1º.- Las rentas y sueldos de los sabios que trabajan en la empresa.
2º.- Los gastos en inversiones asociados a su labor de investigación y
desarrollo.
3º.- Una tasa de beneficio empresarial razonable que hay que determinar
para cada uno de los sectores de actividad. Puede ser el treinta por ciento, el
doble o diez veces más de lo invertido. Quedémonos aquí en que los beneficios
que hay obligación de satisfacer deben ser razonables y en proporción directa
al esfuerzo realizado. Me niego a aceptar el argumento de que la determinación
de estos beneficios, siempre arbitrarios, sean siempre injustos: se trata de
alcanzar un acuerdo de sentido común, nada más, y esto sí se encuentra dentro
de los ámbitos de las convenciones humanas.
La empresa emprendedora puede comenzar la venta del
producto final en el mismo momento de registrarlo en la oficina de registro.
Pero, como decimos, el saber quedará a disposición de los competidores. Cuando
llegue otra empresa interesada, ¿qué cantidad debe abonar para poder
materializar con su saber hacer el saber que, como a toda la humanidad, ya le pertenece? Abonará estas tres
partidas descritas que deben ser consideradas, como ya hemos aclarado, rentas
del trabajo intelectual. ¿Se verá obligado el competidor a abonar el total de
estas rentas? No, siendo dos los competidores, la nueva empresa que concurre
deberá abonar el cincuenta por ciento de esas rentas del trabajo intelectual
que contienen esos tres conceptos descritos, con lo que compensará el esfuerzo y
el riesgo asumido por la empresa emprendedora. Llegará un tercer competidor y
abonará el treinta y tres por ciento de esas rentas redistribuyéndose lo
cobrado entre los dos anteriores competidores según el nuevo esquema de
derechos. El cuarto abonará el veinticinco por ciento y así sucesivamente,...
siempre con los respectivos beneficios empresariales que recibirá sólo, y como
es evidente, la empresa emprendedora[179]. Quien desee acudir primero correrá más riesgo, pero dispondrá de
mejores condiciones temporales para competir, mientras que el último se
encontrará con un mercado incluso saturado. Si nadie acude será porque no
resulta rentable la materialización de ese saber –un saber en parte “inútil” o
al menos no rentable– o porque el mercado no es lo suficientemente grande como
para soportar competidores, con lo cual se puede aceptar, en este caso, el
monopolio natural como mal menor. Como vemos, siempre cabe la posibilidad de
competencia desde el saber hacer, lo
que elimina la posibilidad de tener que soportar costes basados en la
ineficiencia. Además, a veces, la sola amenaza de la competencia bastará para
moderar los precios. En esto la empresa emprendedora tendrá siempre la libertad
de optar por lanzar el producto a unos precios tan bajos que desmotive a los
posibles competidores o, por el contrario, atreverse a cobrar más y arriesgarse
a que acuda la competencia: la sociedad siempre saldrá beneficiada y el
resultado vendrá prescrito por la libertad de cada cual de competir. Incluso si
esa única empresa decide vender a precios muy bajos y luego, cambiando de
política, prueba a subir los precios en el futuro, rápidamente acudirán
competidores al sonido del dinero y se reestablecerá el equilibrio.
Imaginemos ahora, retomando el hilo, que ya han concurrido
cien empresas para fabricar un artilugio con ese nuevo saber y que atienden el
mercado en buena lid. Se ha eliminado el monopolio y las
rentas del trabajo intelectual han sido satisfechas por todas las empresas
competidoras. Y entonces, ¿qué ocurre? Ya se ha dicho al principio que el
esquema propuesto es similar al del IVA, y que, además, tienen que ser los
usuarios quienes satisfagan al final las rentas del trabajo intelectual. Las
empresas deben repercutir estas rentas en los precios de los productos vendidos,
pero ¿con qué porcentaje? Parece justo y razonable, como señalamos en la
tercera premisa, que esas rentas sean satisfechas por la sociedad. ¿Cómo
convenirlo? No será lo mismo para un producto final al que se supongan por su
naturaleza unas ventas de millones de unidades que para aquel que solamente se
suponga unos miles o centenas. En cualquiera de los casos, al reintegrarse a
los competidores las rentas del trabajo intelectual, desaparecerá la única
limitación al derecho de libre acceso al saber. Por eso es importante estudiar
la solución. Contamos con la ventaja de que esas rentas han sido declaradas,
son conocidas. ¿Cómo distribuir las rentas del trabajo intelectual entre las
unidades del producto industrial tangible, fruto de ese saber concreto? Considero
que este derecho es justo reservarlo a la empresa emprendedora. A ella es a
quien corresponde determinar qué porcentaje se imputará como rentas del saber a
cada unidad del producto vendido con un mínimo y máximo en cada industria de
acuerdo con una ley que ordene tal horquilla. De todas formas, el propio
interés de alcanzar un equilibrio entre el precio de venta final del producto y
la consecución del total de las rentas supondrá la determinación de unas cargas
por unidad razonables, habida cuenta de la fuerza que sobre esta decisión
tendrá la presencia de la competencia. Tales cargas por unidad serán de
obligado cumplimento declararlas en el mismo momento de su registro y los
competidores que se añadan al concurso deberán respetar el esquema decidido por
la empresa emprendedora.
Podríamos llamarlo derecho de determinación sobre la repercusión porcentual
de las rentas del trabajo intelectual que detentará en exclusiva la empresa
emprendedora. En el momento en que el número de unidades totales vendidas del
producto –en relación a la parte del precio que son rentas del trabajo
intelectual– alcance para satisfacer el total de estas rentas, el derecho
prescribirá. Si un fabricante vende más que otro, por las razones que sean (por
fabricar el cuerpo tangible del producto a precios más baratos, por prestar
mejores servicios, o bien por ampliar las garantías a su cuenta y riesgo, e
incluso porque es la empresa
emprendedora y goza de la mejor posición de salida), deberá ingresar lo
correspondiente a las rentas del saber que no le corresponde según el esquema
de repartos de cargas final en la oficina de patentes, que la reintegrará a las
empresas que por las razones que sea no ha alcanzado aún su satisfacción. En
esto es justo que se impusiese una penalización que perjudicara al menos
competitivo y premiara al más competitivo. En algo tenemos que beneficiar a la
empresa que, al fin y la postre, por ser más competitiva se ve en la obligación
de recaudar lo de otros competidores menos avezados. Es decir, se quedarán con
parte de las rentas del trabajo intelectual de otras empresas en función de la
competitividad alcanzada en el conjunto de productos y servicios asociados a él
gracias no al saber sino a su saber hacer. La cuantía porcentual de
esta penalización corresponderá también fijarla a los técnicos y juristas.
Queda claro que, con este sistema o cualquier otro que
ideemos para facilitar el cobro de las rentas del trabajo intelectual a la par
que se respeta la competencia desde la propiedad universal del conocimiento, se
alcanzaría un equilibrio entre los intereses particulares del autor y los
generales de la sociedad que al fin, como he dejado explicado, son los mismos:
que todos, sin excepción, puedan vivir de su saber hacer, de su trabajo. Gerald J. Mossinghoff, por traer a
colación un ejemplo ilustrativo de una industria como la farmacéutica, afirma
que “la razón fundamental por la cual el
progreso farmacéutico depende de que se proteja la propiedad intelectual es el
enorme costo del desarrollo de un fármaco”[180]. Según este ex secretario adjunto de comercio
de los Estados Unidos y comisionado de patentes y marcas registradas, “la creación de un nuevo medicamento
cuesta, en promedio, quinientos millones de dólares”. Mediante el sistema
propuesto se garantiza el retorno de estas enormes inversiones, además de unos
precios regulados por la competencia, beneficiando así a unos y a otros y
favoreciendo el derecho de todo hombre a acceder y materializar el saber sin
más pago que el trabajo de los autores[181]. Si lo pensamos con detenimiento, este sistema propuesto resulta menos
complejo y, sobre todo, mucho más transparente que el actual de la propiedad
intelectual, donde algunas empresas se liberan de las normas del mercado que
otros deben cumplir. Por otro lado, se evita que instituciones y organismos
–incluso privados– se dediquen a recaudar derechos para luego repartirlos nadie
sabe muy bien cómo (derechos que nos vemos obligados a pagar todos los
ciudadanos, que nadie ha pedido, pero por los cuales se nos impone una contraprestación);
todo ello en función, dicen, de la proporción de las ventas en el mercado de
tal o cual autor o empresa. Se recauda de todos los ciudadanos, pero se reparte
exclusivamente entre los asociados, configurando, desde luego, un sistema muy
poco transparente y ajeno a los esquemas democráticos occidentales.
Respetar esta paradójica propiedad, que se nos antoja ajena
–por más que Kamil Idris diga lo contrario–, se nos hace muy difícil pues su
aceptación supone un enorme sacrificio y un mayor desperdicio. Es una evidencia
que todos nos sentimos estafados: todos menos los simonitas. La constante
amenaza y la coacción son el único camino que les queda a los Estados para que
se acate la orden, pero jamás serán incorporados, aunque quieran, a nuestro
esquema de principios fundamentales y jamás serán obedecidos desde el
convencimiento de que obramos en justicia. Jamás. Por otro lado, ¿cómo puede
negarse alguien a reconocer el derecho a ser pagado el trabajo de otro hombre?
Lancemos al mundo estas nuevas rentas del trabajo intelectual y veremos cómo
son respetadas casi automáticamente por la inmensa mayoría. No tan sólo por
tratarse de una medida justa, sino porque sustituirán al aberrante derecho de
propiedad intelectual que nos vemos obligados a soportar: agua dulce y fresca
tras la dura travesía por el desierto de la ferocidad simonita.
La empresa nada tiene que decir a estas medidas, pues lo que
se garantiza con ellas es que aquel que invierta en trabajo intelectual
recibirá su justa recompensa, a la par que la sociedad se asegura la
competencia en la producción. Una competencia que debe animar a las empresas a
generar riqueza y no a montar un monopolio. Los liberales deberían sumarse a la
propuesta si, como aseguran, aman la competencia, pero no lo harán. Seremos los
socialistas y los progresistas en general quienes defenderemos estas rentas del
trabajo intelectual. Nada debemos esperar de aquellos. Con todo, me permito
asegurar que espero equivocarme y que será la sociedad en su conjunto la que
adopte esta filosofía que propongo. Si fuera así, con gran satisfacción seré el
primero en pedir humildes disculpas a los liberales por mi presunción.
Por otro lado, al desarrollarse la producción en competencia
se anulará la reproducción automática de beneficios que posibilitan los
monopolios fomentados por estas leyes que deseamos derogar. Esto supondrá que
la competencia se dará, no exclusivamente en el desarrollo de nuevos
conocimientos para lograr la primera posición en el mercado y beneficiarse de
las rentas del trabajo intelectual, sino también para conseguir la mejor
aplicación práctica del saber en cuestión y de añadir todo el valor que se
pueda para diferenciarse de la competencia. Si el concepto de calidad
detenta importancia en el mundo actual, con las nuevas propuestas adquiriría
todavía mayor relevancia. Para eso será necesario contar con la colaboración de
numerosos obreros que para la empresa son imprescindibles ahora, pues sin
contar con ellos obtienen beneficios más fácilmente. En la nueva administración
del saber, quien más venda será el que con menores gastos consiga mejor
provecho y aplicación del uso de ese saber. ¿Nos suena de algo? Es el saber hacer de nuevo: un actuar en el
mundo para generar riqueza espiritual y material. Nada más. La competencia
reactivará la economía al producirse una mayor demanda de trabajo, única
herramienta segura para acudir al mercado, pues sólo el trabajador con su saber
hacer puede crear riqueza. Competirán
de nuevo los hombres entre sí y no contra una ley que hurta el derecho al
trabajo. El industrial se verá en la obligación de poner de nuevo los pies en
la tierra y nadie correrá de un sitio para otro con la simonita Ó en busca de la oportunidad de estamparla en lo que sea, poco importa,
con tal que conceda un monopolio.
Otro caso que debemos tratar es el de los intelectuales
independientes, autores de libros, compositores de música, intérpretes, etc.
Para ellos puede regir el mismo esquema aplicado a los saberes industriales.[182] Tampoco hay mayor diferencia. A la hora del registro, el autor propondrá
un precio de salida y serán las empresas del mercado las que acudirán a subasta
para poder expresar el saber, previo pago de las rentas al autor en cuyo caso
deberá ser abonado el cien por cien (el autor no puede ser considerado un
competidor). A partir de ese momento cabe aplicar el resto de la propuesta sin
temor a equivocarnos. El siguiente competidor abonará el cincuenta por ciento,
más un beneficio predeterminado para estas obras que únicamente cobrará, como
en el anterior esquema, aquel que se arriesgue primero y apueste más por el
autor; así seguirá su camino el saber
hacer de mano de la competencia. Queda claro que este sistema conlleva
algunos problemas como el que se plantea cuando un autor sea a la vez editor, o
si el autor dispone un precio exorbitado de salida que impida que la sociedad
no se beneficie del saber al no concurrir nadie. Existen, no obstante, mil
formas de evitar absurdos, fraudes y soluciones que, después de todo, y en el
peor de los casos, producirán efectos negativos infinitamente menores a los
causados por los monopolios actuales. Además, con los fundamentos propuestos en
este ensayo, se podrá legislar contra ello con la razón en la mano y sin que
salte por los aires todo el edificio jurídico. Ahora sí que podremos considerar
pirata al que materialice un saber sin pagar el trabajo al autor. Y que no se
diga que no resulta rentable publicar la obra de un autor si no existe
monopolio, pues hoy en día hay millones de obras (musicales, literarias,
científicas, industriales,...) libres de carga alguna que continúan saliendo al
mercado, vendiéndose y, por supuesto, dejando grandes beneficios a las empresas
productoras, pues estas compiten, como siempre, desde su saber hacer. Quizá, es cierto, ganen menos, pero ganarán los justo
y no es mala compensación si conseguimos, a la par, que la sociedad no pague
una y cien millones de veces a una persona por liberar la utilidad de un saber.
Eliminar monopolios es lo que tiene: siempre se enfada alguien.
En el caso de las obras únicas e irreproducibles (cuadros,
esculturas o cualquier otro producto realizado por artistas plásticos) el caso
es incluso más fácil, puesto que acudirán al mercado con su obra y una vez
vendida ya habrán sido satisfechas las rentas del trabajo intelectual. ¿Qué más
se quiere cobrar? Supongo que nada más.[183]
¿Qué ocurre con el conocimiento desarrollado en las
universidades y organismos públicos?[184] Pues que si pagamos el trabajo de los funcionarios e investigadores
entre todos, no es necesario pagar nada más. La única deuda es el
reconocimiento al autor. ¿No cobra de fondos públicos por desarrollar
conocimientos? Pues las rentas del trabajo ya han sido satisfechas. Únicamente
será necesario cubrir una solicitud para control estadístico.
Por otro lado se nos plantea la necesidad de que el registro
de obras pendientes de cobrar rentas del trabajo intelectual sea de acceso
universal para que el público sepa qué es lo que puede materializar libremente.
Creo que sería una buena oportunidad para sacarle provecho a Internet, que
permite recibir la información en tiempo real. Valga de ejemplo lo que ocurre
en las bolsas financieras. En este mercado no existe problema alguno, menos aún
si pensamos que nadie nos informa de todos los conocimientos que se encuentran
libres de patentes en el actual sistema.
Otro beneficio que obtendría la sociedad con la adopción de
las RTI sería la desaparición de las empresas y grupos de poder dedicados a la
compra-venta de saber. La especulación no tendría sentido, pues nadie se
animaría a comprar una licencia de materialización esperando que suban los
precios en el futuro o intentando mantener un monopolio. Todos estos caminos
hacia el enriquecimiento injusto quedarán cerrados.
Y finalizando el capítulo como lo he comenzado: todo lo
planteado en este epígrafe de carácter práctico es un esbozo que en ningún
momento pretende ser panacea milagrosa, sino, como advertí, un arbitrio, mera
provocación intelectual, tanto para los que aseguran la inexistencia de alternativas
realizables a la propiedad intelectual como para aquellos que, como yo,
aseguran que existen mil opciones justas para retribuir a los sabios. Los
caminos prácticos de la justicia siempre se pueden recorrer siguiendo el norte
que nos marque la brújula de los principios éticos y morales y la misma
naturaleza de las cosas…
El problema ecológico: riesgo
estratégico y expropiación de las generaciones futuras
“Descontento de tu estado
presente, por razones que anuncian tu desventurada posteridad mayores
descontentos aún, quizá querrías poder retroceder; y este sentimiento debe
hacer elogio de tus antepasados, la crítica de tus contemporáneos y el espanto
de quienes tengan la desgracia de vivir después que tú”.
J.J. Rousseau.
A primera vista podríamos pensar que la propiedad
intelectual no guarda relación directa con la ecología y menos aun con el
problema de la subsistencia de la especie humana; pero se trata sólo de una
apariencia. Si pensamos en el papel que desempeña el conocimiento en nuestra
adaptación al medio, vislumbramos que la rarefacción artificial no del saber
sino de su utilidad,[185] la ralentización en su transmisión y los
obstáculos que levantan los simonitas para su libre uso suponen un riesgo de
considerables proporciones que embarga nuestro futuro y reduce innecesariamente
nuestras expectativas globales de supervivencia. Explicaré las razones.
El Informe Brundtland de 1992 define el desarrollo
sostenible como aquél “que satisface las
necesidades de las generación presente sin comprometer la capacidad de las
generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”[186]. Tal definición, desde luego, resulta tan
ambigua que recurriré, al menos en cuanto a las necesidades, a los mínimos
establecidos por la ley de los factores limitantes de Blackman. Dicha ley
ecológica afirma que siendo muchos los factores necesarios para que se dé la
vida, ésta se hace imposible faltando uno sólo de ellos[187]. Cada especie tiene en infinidad de
factores unos límites superiores e inferiores, fuera de los cuales la población
se reduce y, de sostenerse la situación en el tiempo, la especie desaparece por
completo. La solución adoptada por el ser humano para mantener a unos niveles
óptimos de subsistencia dichos factores ha consistido en adaptar el entorno
usando la conciencia que tiene del mismo: la expresión material de un saber efectuada por los seres humanos
desde su saber hacer se ha orienta en
muchos casos a mantener tales niveles óptimos. Pero –y es aquí donde
encontramos el centro del argumento– a la par que el conocimiento le sirve al
hombre para encajar el entorno dentro de esos niveles convierte al mismo
conocimiento en un factor limitante. Uno de los factores necesarios para que se
sostenga la vida humana es el de la abundancia óptima de conocimiento, la
conciencia de lo que somos y del mundo que nos permita elegir en libertad y
superar los obstáculos que encontramos para alcanzar la felicidad. Podríamos
decir que la evolución biológica como adaptación física al medio ambiente se ha
quedado parcialmente obsoleta en el caso del homo sapiens, pero en la
misma medida que aceptemos este aserto debemos asumir que dicha adaptación ha
sido sustituida por la única evolución alternativa, que es la de su espíritu,
ya que las variables ambientales negativas son neutralizadas en gran parte –que
no toda–[188] desde ese mismo conocimiento: no nos
adaptamos al medio físico seleccionándonos, sino que adaptamos el medio desde
nuestro conocimiento a nuestras necesidades para dejar de seleccionarnos, al
menos en menor medida. El hombre pasa de ser seleccionado a ser selector desde
la conciencia de la cosas. Aunque renuncie aquí expresamente al paradigma exencionalista, –defiendo
precisamente que “la naturaleza es un
continente ineludible en el cual fluye la vida social[189]– lo cierto es que si bien el hombre debe
contar con la naturaleza con la que se relaciona desde el conocimiento, esa
interactuación puede ser planificada y dirigida en gran medida. Por esta razón
tal exención es falsa en su absoluto
y cierta en la medida en que el estado del conocimiento nos permita dirigir
nuestra relación con la naturaleza, por más que, personalmente, intuya que esa
programación mal comprendida signifique una subyugación de lo natural que antes
o después pasará cuentas a la generación que tenga la desgracia de contemplar
las consecuencias acumuladas de lo que históricamente construimos.
Ahora ya
sabemos que el conocimiento es para el hombre un factor limitante y que el
modelo vigente de propiedad intelectual no es sostenible, ya que supone el
menoscabo artificial, por ley, de la utilidad del conocimiento. Al constituir
el factor conocimiento un componente que se reproduce sobre la
abundancia del mismo (como si el aire se reprodujera con la presencia de
grandes masas de aire puro?!), el desperdicio de su utilidad y la
monopolización de sus expresiones físicas supone embargar a las generaciones
futuras la posibilidad de desarrollar a tiempo los conocimientos necesarios
para enfrentarse a los problemas ambientales y coyunturales de su tiempo y a
sus necesidades mínimas de subsistencia. El aprendizaje recíproco ha sido el
mecanismo que ha situado a la cabeza de la evolución al ser humano. Su
capacidad de comunicación, –definida como el acto de relanzar mutuamente la
comprensión del mundo– se sostiene sobre un substrato biológico, unos órganos y
unos procesos fisiológicos que son obra de la selección y que nos permiten al
mismo tiempo independizarnos en cierta medida de ella: la medida, como ya he
explicado, será la amplitud del conocimiento. La propiedad intelectual es una
suspensión –disfrazada de norma humana justa e insoslayable– de tal mecanismo
evolutivo que define específicamente al hombre. Si el simonismo desestima todo
aprendizaje recíproco que no se someta al criterio económico y aquel que se
produzca conlleva la suspensión de la utilidad del conocimiento, nos vemos en
el trance de perder un tiempo precioso que quizá nos sobre en este instante,
pero que posiblemente escaseará mañana. Incapaces de diseñar un sistema mejor
para retribuir el trabajo de los sabios, reducimos con la propiedad intelectual
los beneficios que el conocimiento debía distribuir entre toda la sociedad. La
tenaza que aprisiona el espíritu de la generación presente ahogará la vida de
las generaciones futuras. Cuando nuestros nietos nazcan no se desarrollará en
Mejor alargar el derecho
sobre la materialización del saber, de forma que se perpetuará la miseria de
las masas que nunca dejarán de serlo en una repetición casi absurda de la
historia, salvo porque debemos tener presente que estas miserias no pertenecen
sino al espíritu capitalista y que, además, la historia tendrá lugar mientras
no hagamos algo por cambiar el curso de nuestra existencia, aunque no parece
que algunos la quiera cambiar. Serán, por tanto, las generaciones futuras las
que se verán obligadas a destruir lo que nosotros no tenemos valor de impedir
que se levante. Y será nuestra vergüenza. No obstante, me pregunto si las
generaciones que están por llegar dispondrán de conocimientos suficientes para
repensar la indigencia espiritual a la que nos dejamos conducir, pues, en
términos absolutos, impedir que cada cual se enfrente al mundo con lo que sea
capaz de aprender debilita a la sociedad: nosotros la estamos debilitando
evitando su evolución intelectual y espiritual. Las posibilidades de
supervivencia del ser humano serán inversamente proporcionales a las trabas que
pongamos al libre aprendizaje recíproco, pues es el único mecanismo de
perfeccionamiento de la inteligencia colectiva. La patente es muerte.
* * *
La globalización simonita
“los pobres ya no son haraganes sino incultos”
Pierre Bourdieu
Afirmar que lo necesario
para favorecer el desarrollo del Tercer Mundo es un montón de leyes es una
temeridad cometida siempre en nombre de la protección del saber.[195] A ellos, a los pobres más que a nadie, les es
imprescindible que cada uno use el saber de forma absolutamente libre de
trabas. Tal y como argumentamos, Joseph E. Stiglitz[196] nos dice refiriéndose a las TRIPS: “Como
han señalado muchos investigadores, las cláusulas, adoptadas bajo presión de
las empresas farmacéuticas, eran tan desequilibradas que acabaron por
entorpecer el desarrollo científico”[197]. Y desde luego que se refiere principalmente
al desarrollo científico del Tercer Mundo, pues son ellos quienes más trabas
encontrarán a la hora de comprar una patente. En el conocimiento reside la base
sobre la que se levantan las civilizaciones. Negarle la libertad de acceso al
conocimiento y a su materialización a los países que no pueden pagarlo es un
atentado contra el futuro de esas mismas naciones. Todos sabemos que no tienen
recursos para competir con el conocimiento de Occidente, al menos en el entorno
que les imponemos como único modelo posible, por lo que se verán en la
necesidad de pagar al Norte cada uno de los pasos del modelo de desarrollo
impuesto. Los simonitas desean beneficiarse de esta necesidad, para lo cual
primero han de obligarles a que firmen los acuerdos que protegerán no los
intereses de los países pobres que nada tienen que perder si el saber es libre,
sino de los ricos que serán más ricos vendiendo conocimiento a cambio de oro,
petróleo, madera o diamantes. Y se les venderá el saber cada vez que necesiten
de su uso. Y no sólo el desarrollado en Occidente, sino también el propio, su
saber común, patentado por cualquier avispado cazador de conocimientos que,
escondido tras un papel y un sello de una oficina de patentes del Norte, tendrá
derecho a un monopolio en el Sur. ¿Pero el conocimiento no era propiedad
secular del Sur? Sí, pero el Derecho es del Norte, que es desde donde se
impone. ¿No ha sido siempre así?
No cabe dudar de que “los países industrializados han sido los principales
autores y defensores del Acuerdo sobre TRIPS. Esto se debe a que la mayoría de
los proveedores de tecnología son empresas procedentes de dichos países y
detentan la mayor parte de las patentes del mundo”[198]. Se trata, pues, como decía, de una nueva
forma para que estos países continúen de rodillas, imaginativa manera de
mantener la supremacía con el mínimo esfuerzo. “Un rápido estudio del
sistema de propiedad intelectual en Ghana hasta la década de
Pero aunque ya lo he
nombrado y parezca contradictorio, no voy a profundizar en la cuestión de la
apropiación –por parte de cazadores de patentes– de conocimientos desarrollados
por tribus y pueblos del Tercer Mundo, así como tampoco hablaré de la
aceptación de patentes sobre especies y formas vivas o de vida –que habitan en
el 99,9 % en estos países–, pues aunque constituye una de las cristalizaciones
más extremas y aberrantes de este ingenioso proceso para mantener al Tercer
Mundo en dependencia de Occidente, polemizar aquí sobre si la vida es
patentable o si lo son los conocimientos seculares de los pueblos indígenas, se
me antoja un propósito francamente lejano a las intenciones de este ensayo. Es
letra pequeña, que de tan menuda se desvanece toda posibilidad de ilación
teleológica. Cabe tan sólo expresar mi perplejidad, y quizás también manifestar
una indignación melancólica que se esconde tras las tinieblas de la vergüenza.
Pretendemos no sólo que nos paguen por los conocimientos generados aquí, en
Occidente, al mismo tiempo no nos conformamos con atribuirnos el asimétrico
derecho a materializar sus conocimientos sin dar nada a cambio, sino que para
más inri les obligamos a pagarnos por los que ellos mismos han
desarrollado. ¿Cómo queremos que encuentren su lugar en un mundo
unilateralmente globalizado? Les impedimos que construyan su conciencia de
acuerdo con nuestra conciencia y además les negamos la posibilidad de que vivan
de acuerdo a la suya, se la hemos robado estampando sobre ella una © y unas
tibias cruzadas.
OTROS CONTENIDOS DEL DERECHO DE
AUTOR
El resto de los actuales Derechos de
Autor
No es
este el lugar más indicado para pormenorizar el futuro del resto del contenido
de los Derechos de Autor[201], este ensayo no es técnico, ni pretende
serlo, pero conviene añadir que desde la perspectiva de las Rentas del Trabajo
Intelectual, que en él presento, deben desaparecer muchos de estos derechos
conexos a la propiedad intelectual y desarrollarse, además, otros completamente
nuevos. Siendo irracional el fundamento de los actuales, desmontado el
basamento del arbitrio sobre la propiedad intelectual, necesitaremos levantar
un pilar sobre la nueva base que nos brindan las Rentas del Trabajo
Intelectual. Así, el canon por copia privada, el Droit de Suite, el
canon de lcos CD,s; todo esto desaparecerá engullido por su propia estulticia
para solaz de la civilización conglobada. No obstante, todos aquellos derechos
que no chocan con lo que digo (por ejemplo, el derecho moral a la integridad
física de la obra única, que aunque tiene mucho que ver con el reconocimiento
debido al autor y a su obra también lo tiene con el derecho de la sociedad a
que se preserven todas las expresiones de un conocimiento), serán potenciados
desde la misma fuerza moral que aportan al edificio legal las Rentas del
Trabajo Intelectual. Y algo muy importante, anulados algunos extremos, los
autores serán reconocidos otra vez por sus virtudes intelectuales, por ser la
luz de la humanidad que expulsa con su quehacer las sombras del mundo. Dejará
de correr como un reguero de pólvora la sensación de que los autores son un
grupo de personajes que desean una patente para echarse a dormir a costa del
trabajo de los demás. Dejarán de ser el chivo expiatorio concebido para
salvaguarda de los simonitas.
La inviolable autoría
Como excepción y
por constituir un contenido al cual le otorgo suma importancia, comentaré muy
brevemente el derecho al reconocimiento de la autoría que ya se tiene en cuenta
en el actual derecho de autor.
El individuo
tiene derecho a que su contribución a la humanidad sea reconocida por todos. La
autoría es la verdadera propiedad inalienable del autor, no la propiedad sobre
el conocimiento, sino sobre el reconocimiento. Es la grandeza del hombre de
letras, del artista, del músico, del científico, del autor que sueña con un
mundo mejor para todos, no para sí mismo, sino para toda la sociedad que
comprende la razonable necesidad que tiene de que se le reconozca su esfuerzo.
Realmente creo que sin el debido reconocimiento al trabajo de los autores la
raza de los intelectuales se extinguiría y nos quedaríamos solos con los
utilitaristas, que ven en el saber únicamente un camino hacia la propia satisfacción
material. La necesidad de reconocimiento no es comprensible exclusivamente en
los intelectuales, también es el orgullo del viejo albañil que ante el embalse
que ayudó a levantar en su juventud exclama con satisfacción: “¡aquí trabajé
yo... y lleva dando agua a nuestra ciudad desde entonces!” Esto es humano,
porque nos sentimos orgullosos de aquello que hacemos bien, ante nosotros
mismos y ante los demás. El reconocimiento es un pago ineludible que la
sociedad debe tener para con todos los trabajadores, laboren en lo que laboren.
Es el premio moral a su saber
hacer.
Las leyes sobre marcas,
o sobre
No es la industria, ni las fizanzas, ni lo on-line, lo
que caracterizará la sociedad del siglo XXI, sino las nuevas relaciones de
producción que se establezcan a partir de las patentes y del copyright como
mecanismos de reproducción espontánea de beneficios que provoca la posibilidad
de atender cualquier demanda sin necesidad de aumentar proporcionalmente la
mano de obra o el capital invertido que supone, al fin, la independencia del
capital del proletario. Esta independencia del capital implica una supremacía
del mismo sobre una clase obrera menguante que no encuentra dónde situarse en
la sociedad y es excluida de la misma. Ya no es necesaria, no detenta fuerza
alguna en la mesa de negociación y verá mermar sus derechos a la par que sus
posibilidades de supervivencia. Estas nuevas relaciones son las que
caracterizarán a la nueva sociedad que se está fraguando ya en las oficinas de
patentes, en las sociedades de recaudación colectiva y en organizaciones
como
Visto lo expuesto, lo que se propone en este ensayo es la
resocialización de todo el saber del hombre. Es decir, invertir el proceso de recesión
simonita que nos aboca a una sociedad fragmentada en estamentos: uno lo
constituye el de los poderosos, que posee el saber y los medios de producción
del nuevo saber, y el otro es el “tercer estado”, formado por quienes nada
poseen, nada saben y para nada se necesitan. El socialismo no debe, pues,
contribuir a la creación de una sociedad donde el hombre ya no compartirá nada
que no sea elementalmente biológico, donde para ser lo que se es por necesidad
se deberá abonar las correspondientes tasas, que gravaran sobre su misma alma.
Propongo que consideremos el saber como propiedad inalienable de toda la
humanidad, que hagamos coincidir la propiedad con la evidente tenencia para que
nadie pueda sentirse excluido de la verdad. El saber se ha construido, se
construye y se construirá –si así lo queremos– con el esfuerzo de millones de
seres humanos durante miles de años. Siendo propiedad común, la sociedad deberá
corresponder con unos beneficios razonables al esfuerzo realizado por quienes
desarrollen nuevos conocimientos. Lo contrario constituiría un injustificable
robo, no de propiedad alguna, sino del derecho a las rentas del trabajo. Si decimos que los autores se ven
perjudicados por la libre circulación y uso del saber en este momento
histórico, es por el mero hecho de que la propiedad intelectual es tan
imperfecta como modelo de retribución que ocasiona esta fatal contradicción, no
porque la contradicción exista realmente. Aquí no se postula la
anulación de los derechos de los sabios, sino su igualación con los derechos
del resto de los trabajadores. Se defiende la abolición de los sistemas de propiedad
intelectual y su sustitución por las rentas del trabajo intelectual, único
derecho pecuniario que, según he intentado demostrar, debemos reconocer a los
autores. Esto supondrá, desde luego, eliminar cualquier posibilidad de
monopolio sobre saber alguno, y, no existiendo propiedad ni dándose ésta por
supuesta, resulta fácil evitar los monopolios. La única limitación posible a la
libertad de acceso al saber será la de satisfacer estas rentas del trabajo
intelectual porque en igualdad de condición se encuentra tanto el derecho a
saber como el derecho a que todos los trabajadores puedan vivir del sudor de su
“frente”. Todos aquellos que no puedan satisfacer estas rentas para que su vida
discurra de acuerdo con los principios recogidos en
Si
abolimos la propiedad intelectual y la sustituimos por las rentas del trabajo
intelectual, el hombre recuperará la libertad para conocer todo aquello que se
le antoje y de usar libremente tales conocimientos siempre que respete estas
justas rentas de los sabios que definen aquella libertad. Serán así reconocidos
como iguales los frutos del trabajo de todos los seres humanos. Y no serán
esclavos unos de otros por el mero hecho de poseer, unos capacidades para
desarrollar nuevos saberes, y otros para ponerlos en práctica. El saber se
multiplicará de la misma forma que en otros momentos de la historia, al no
existir fueros especiales ni restricciones a su circulación. Los capitalistas
tendrán que contar de nuevo con los trabajadores, pues el PIB retornará a las
estratificaciones anteriores donde el factor industrial tradicional recuperará
importancia desde un saber libre que no eliminará la competencia, ocupando de
nuevo a millones de personas que ya hoy en día son innecesarias, víctimas de la
propiedad intelectual. Los equilibrios se recuperarán, las fuerzas volverán a
templarse en su igualdad y en su mutua dependencia, la mesa donde nos sentamos
todos los seres humanos para dar vigencia al contrato dará sus frutos de paz y
de progreso para todos. Dejará de estar mal visto que las empresas aumenten sus
plantillas, pues el hombre recuperará su puesto en la sociedad como
imprescindible agente productor de riqueza; y el trabajo, con su saber
hacer, será de nuevo el factor más importante en la ecuación de producción
de la sociedad del siglo XXI. Habrá que contar con él para crear valor. Si se
impide al capital que obtenga beneficios desde las trincheras de la propiedad
intelectual, se verá obligado a retomar el camino de la producción de riqueza,
la que todos conocemos, pero ahora a partir del saber libre. Esto supondrá una
potenciación de la economía al recuperarse el papel central del trabajo como
productor de riqueza que evitará, en parte, la recesión que todos adivinamos
(que será estructural y, en cierta medida, culpa de estos modelos aproductivos
que deseamos eliminar), y un bienestar que podrá alcanzar a muchas más
personas. El hombre encontrará otra vez su dignidad perdida, robada por la
propiedad intelectual que le escatima el sagrado derecho a pensar en lo que
desee y a ganarse la vida con lo que sepa unido a sus artes y habilidades
personales. Las tasas de paro descenderán al encontrarse la generación de
riqueza otra vez en el trabajo, y el beneficio en el intercambio igualitario de
bienes y servicios: tanto en el beneficio adquirido como en el sacrificio
realizado. Los sabios recuperarán la dignidad perdida, robada por la aceptación
de prebendas dudosamente justas: ahora cobrarán las rentas del trabajo
intelectual, las rentas de su trabajo, y como todos los hombres tendrán que
laborar todos los días.
El
saber común será otra vez común y desde esta propiedad de todos los seres
humanos,
UNA DENUNCIA Y UN MANIFIESTO
La traición a nuestros mayores
¿Cuántos seres humanos han luchado hasta el
agotamiento para librarnos de las sombras de la incertidumbre y de la
ignorancia? ¿Cuántos han sucumbido en las infernales hogueras por atreverse a
dilucidar los misterios del Universo? ¿Cuántos por sostener unas ideas sin las
cuales nuestra sociedad no sería posible? ¿Cuántos por osar plasmar su visión
del mundo en una pintura, en un ensayo, en un verso, en una canción? ¿Cuántos
por transitar lugares prohibidos para hacerlos libres para los que lleguen
después? ¿Cuántos por decir en alto una verdad y sólo una verdad? La obra más
sublime de todos los tiempos se ha escrito con sangre: de ella debía resultar
la comunión universal en el conocimiento. Tal idea movió a nuestros antepasados
a buscar la verdad y por ello muchos fueron despreciados, perseguidos y
asesinados.
El viento arrastra a través de las edades y de las
civilizaciones las venerables cenizas del sacrificio. Podemos sentirlas en nuestro
interior, tocarlas con la aguda punta del entendimiento. Fueron traídas para
nosotros. Es nuestro derecho de hombres gozarlas, pues con tan elevada
sustancia hemos sido creados: esas cenizas somos nosotros. Tocadlas y
contemplar cómo en ellas se entremezcla el espanto por las letras ausentes, la
ruina de la palabra caída, el dolor de las víctimas, pero también, aún a pesar
de lo perdido, contemplad la gloria y la victoria incontestable sobre la
inmundicia del egoísmo, sobre el poder corrupto del trono, la sotana y el
mercado, sobre la hipocresía que anida en el corazón de los hombres. Si enormes
han sido las fuerzas que se han sumado para impedir el camino hacia la luz,
mayores fueron las convocadas para vencer la resistencia del amo, del rey, del necio,
del impostor, del hechicero, del criminal. A su pesar, la humanidad se mueve,
avanza como entidad universal: nosotros somos aquellos, yo soy todos los
hombres. Leyendo estos párrafos vosotros sois yo. Por todo ello nos asiste el
derecho a disfrutar del legado, y la obligación de preservarlo, aumentarlo,
sublimarlo y con la misma generosidad que nos fue transmitido, entregarlo a
nuestros hermanos, a nuestros hijos. Pero, ¿qué ha resultado de tan formidable
contrato universal? Dilapidamos la herencia con la irresponsabilidad propia de
un hijo criado en la abundancia y, con soberbia, afirmamos que “este pensamiento es mío y sólo mío”. ¿Qué
le ocurre a la humanidad? ¿Quiénes somos nosotros, que vivimos iluminados por
el inmenso poder de nuestros mayores, para poner precio a las ideas? Ellos soñaron con la grandeza del
hombre universal y sabio, libre de saber cuanto quisiera saber en todo lugar y
en todo momento. Ningún saber de ahora existiría sin su magnánima herencia, y
su mandato es libertad: libertad de saber,
libertad de poner en práctica nuestro saber
hacer, libertad de vivir de acuerdo con todo cuanto sepamos. Su mandato nos
alcanza con la grandiosidad y el peso de su legado.
Aquellos que se apresuran a poner precio al conocimiento
incumplen el mandato de nuestros mayores que se aseguraron el comunicarnos todo
el saber humano, reconociendo en los demás su misma sed de sabiduría y no para
que, apoyándose sobre sus hombros, algunos se atrevan a mancillar su memoria
afirmando que el saber es propiedad particular de acuerdo a unas hipócritas y
miserables razones económicas. La sentencia simonita es patética: sólo
los afortunados que lo puedan pagar podrán saber, trabajar y vivir de sus
conocimientos. Cuánto horror y soledad se esconden tras esta sencilla frase. Es
la traición que los simonitas
han consumado contra aquellos formidables hombres, contra todos los hombres:
los que fueron, los que somos y los que serán. Nada queda ya que nos una. Es el
fracaso de
El manifiesto:
Los que debéis comenzar la revolución sois vosotros, los
científicos, investigadores, escritores, compositores, programadores,
interpretes, actores, pintores, los que saben que saben, porque vosotros sois
los necesarios. Para que se dé un saber rentable para el mercado de los
liberales, es necesario que los que piensan, piensen. Vosotros sois los
imprescindibles y estáis llamados a luchar contra la injusticia, por todos
aquellos que en el decurso de los siglos entregaron su vida al desarrollo del conocimiento
humano. Los simonitas os ofrecen la propiedad intelectual jurando defenderos,
pero es la sutil estratagema donde fundamentar su poder. ¿Quiénes son los
beneficiados? ¿Quiénes son los propietarios del conocimiento? ¿Acaso vosotros?
Ni tan siquiera sois reconocidos como los
autores. Vosotros sois los primeros desposeídos. No debéis pensar que
pertenecéis a una nueva élite. No os acomodéis a un nuevo estamento social que
sueña con ser dirigente, porque sería una imprudencia no comprender que el poder
no es vuestro. El poder pertenece a quienes gracias a esas leyes puedan poseer el conocimiento que vuestros
espíritus desarrollan. ¿Entre tanta sabiduría no resta un ápice de sentido
común para comprender que un día seréis señalados como culpables? ¿Os ensordece
el sonido del oro? ¿Os conformaréis con ser los nuevos comparsas que rindiendo
la espada del conocimiento a los pies del simonismo obtendrán unas monedas respaldados por la nueva ley divina? ¿Arrojaréis
las letras, las artes y las ciencias a los pies de la curia simonita que os
abriga con la cola de su hábito? ¿Os postraréis de rodillas a cambio de veinte
monedas y en el mejor de los casos con un sepulcro en el Panteón de los Hombres
Ilustres? ¿Servirá vuestro silencio cómplice? Debéis comprender que para
alimentar el mercado simonita
no es necesaria la ciencia, ni el arte, sino exclusivamente la ciencia
rentable, la literatura rentable, la pintura rentable, la poesía rentable; y
esto limita drásticamente la libertad de los hombres de pensar en lo que les
plazca, porque a los simonitas no
les importa la belleza, la profundidad de la obra que explica el mundo, no les
importa proteger al artista y al científico y su inseparable libertad que
alimenta su misma creatividad que lo convierte en ese mismo artista o
científico. Os quieren como esclavos, anulados, productivos, sumisos y sumidos
en la universal espiral de mediocridad intelectual que engulle a la “sociedad
del conocimiento”. Los simonitas
no pueden ser confundidos con la familia Medici; no son mecenas a los
que se les altera el pulso al contemplar la belleza de una obra o que aprecian
el valor del saber científico como voluntad de desentrañar los misterios del
universo. ¿Qué les importa a ellos todo esto si no se puede vender en el
mercado? Los simonitas, lejos
de amar el saber, aman el beneficio que se reproduce con la administración de
su utilidad. ¿Cómo van a amar un saber que son capaces de comprar pero no de
adquirir? Los simonitas son aquellos activos capitalistas, ahora sentados en
las escaleras de sus empresas, esperando que aparezca la oportunidad de
enriquecerse con una suculenta patente, y vosotros, los sabios, de nuevo los
obreros de las fábricas del XVIII. Sois tan poderosos como aquellos
trabajadores que consiguieron que la democracia fuese una realidad porque eran
necesarios. En el estado actual de las cosas los trabajadores
tradicionales ya no son necesarios. A nadie le importa que se pongan en huelga
los parados. ¿Qué haréis los sabios? ¿Olvidar que la mejor arma de
Con
vosotros debemos llamar a todos los contestatarios a la movilización contra la
propiedad intelectual y en favor de las rentas del trabajo intelectual. El movimiento en contra de estas leyes se
encuentra dividido en mil facciones sin conexión, cuando en realidad la tienen,
y es que, con sus más y sus menos, son millones de seres humanos los que niegan
la verdad de la propiedad intelectual, pero la división de los contestatarios
no es una casualidad de la historia. Ha sido provocada sosteniendo a cada uno
en la lucha contra una u otra norma menor. En nuestra división encuentran ellos
su fuerza. Luchemos todos juntos contra la propiedad intelectual,
desenmascaremos la falacia universal: quienes se indignan ante el droit de
suite, quienes discuten el canon por copia privada, quienes se sublevan
contra la patente de un software, quienes escuchan humillados al Gran Hermano en los videos de sus casas,
los que pagan con su sangre el precio de la patente del medicamento que
preservará la vida de su hijo, los que mueren indefensos sin el auxilio del
conocimiento de los hombres..., todos nosotros tenemos la obligación de luchar
juntos, porque no son sus leyes tomadas una a una las que nos matan, sino el principio que soporta a todas ellas.
Luchemos, pues, contra la propiedad intelectual y por las rentas del trabajo
intelectual. Erradiquémosla y propongamos la adopción de las rentas del trabajo
intelectual. La falta de orientación y coordinación es el mayor mal de los
millones de personas que no creen en la propiedad intelectual.
Enarbolando la bandera del conocimiento libre unámonos todos
aquellos que necesitamos de nuestra conciencia para ser libres y vivir con
dignidad. Y en la vanguardia os debéis situar vosotros, los sabios, que
lideraréis con vuestro pronunciamiento nuestro pronunciamiento, pues lo que
está en juego es el alma del hombre. Con vosotros a nuestro lado debemos
encontrar las alternativas que promueven estos ideales para que así se
cristalicen en las mil reformas normativas necesarias para que se convierta en
realidad el sueño de un saber tan libre como los seres humanos que lo poseen.
Construyamos
Carlos Raya de Blas
[1] Domenico Settembrini. Diccionario de Política. Norberto Bobbio et al. Siglo XXI 1982 México DF.
[2] La democracia de los mercados.
[3] “La gota de agua perfora la piedra, no por su
fuerza, sino por su constancia en el caer.” Ovidio, Tristes; Pónticas.
Gredos, Madrid, 2001.
[4] Elegir cada tempo a los que mantendrán el orden burgués, ser propietarios a través de bolsa de las mismas empresas que los explotan, etc.
[5] Las rentas del trabajo intelectual son la alternativa a la propiedad intelectual que lanzaré en este ensayo y que definiré a lo largo del mismo.
[6] Según Rogel Vide, "…la contraposición entre propiedad intelectual y derecho de autor es más aparente que real, pues, con los términos citados, se está haciendo referencia, en mi opinión, a dos aspectos distintos y complementarios de una misma y compleja cuestión. En efecto, cuando se habla de "derecho de autor" se hace referencia al sujeto titular; cuando, por el contrario, se habla de "propiedad intelectual" se hace referencia al contenido del derecho mismo. Cabe zanjar, por ello, -continua diciendo el mencionado autor-, la aparente contradicción señalando que los autores tienen un derecho de propiedad intelectual sobre las obras que han creado". Extractado de la página WEB de Henar Pérez Castaño. http:// www.arturosoria.com/ propiedadintelectual/ art/ iii.asp Consultado el 12 de abril de 2004. (Como es evidente, lo que se intenta estudiar en este ensayo es la forma genérica de la propiedad intelectual sin sostener un debate con las pormenorizadas formas que legalmente adopta: patente, modelo de utilidad, secreto industrial o la propiedad sobre obras escritas o plásticas que comúnmente –y erróneamente, según Vide- se conoce como Derecho de Autor. El objeto de este ensayo es, precisamente, la sustitución de la propiedad intelectual por las rentas del trabajo intelectual como único contenido de carácter económico del Derecho de Autor.)
[7] Constitución de los Estados Unidos. Artículo 1º, sección 8ª
[8] “ . . .
Richard
Stallman El copyright contra la comunidad en la era de las redes de
ordenadores.
(Conferencia pronunciada en inglés el 7 de julio de
2000 en
[9] Aquí se produce el enfrentamiento entre las dos grandes
definiciones de ciudadanía: la burguesa y la socialdemócrata. La primera
comprende la ciudadanía como un privilegio reservado a la clase burguesa cuyo
esfuerzo es reducir su extensión en beneficio de la intensidad de la misma,
reservando al Estado el papel de garante de los privilegios frente a las masas:
la voluntad general debe coincidir con el interés de clase burgués, (cuestión
que J. F. Tezanos nos aclara: “La
historia concreta demuestra que en
* José Felix Tezanos. La sociedad dividida; Estructuras de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas. Biblioteca Nueva. Madrid, 2001. pag.121.
** Immanuel Wallerstein. Agonías del capitalismo. Conferencia
pronunciada el 7 de diciembre de 1993 en
[10] No llega con hacerse con el título y promesa de potencialidad. Desde luego que ambos nos son necesarios, pero no dejemos que se transmuten en somnífero de nuestra conciencia.
[11] Aunque, bien mirado, tal fin de
[12] No definiré la propiedad intelectual en este momento pues adelantaría acontecimientos rompiendo el ritmo del ensayo. La definición se expondrá en el capítulo titulado “Metafísica y propiedad intelectual”.
[13] Como se argumentará a lo largo de este ensayo, la propiedad
intelectual no es un concepto reconocido universalmente ni goza de una
antigüedad suficiente como para considerarlo consuetudinario, ni razones para
considerarlo natural, ni argumentos para justificarlo desde el utilitarismo,
pero el simonismo niega la existencia de cualquier desacuerdo y afirma que se
trata de una Institución secular universalmente aceptada y acatada.
[14] Aprender: Del latín
apprehendĕre. Adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia. DRAE. 23ª edición.
[15] Patente: Documento en que oficialmente se le reconoce a
alguien una invención y los derechos que de ella se derivan. Diccionario de
[16] “¿Qué es la inteligencia colectiva? Es una forma de inteligencia universalmente distribuida, constantemente realzada, coordinada en tiempo real, y resultando en la movilización efectiva de habilidades. Agregaré la siguiente característica indispensable a esta definición: La base y meta de inteligencia colectiva es el reconocimiento mutuo . . .” Pierre Lévy Inteligencia colectiva. Humanidad emergente en el mundo del ciberespacio.. http:/ /iie.fing.edu.uy/ ense/ asign/ progarte/ inteligencia1.html. Consultado el 18 de noviembre de 2003.
[17]
Quiero aquí referirme al trabajador tradicional como el que produce riqueza -en
forma material o servicio concreto*- que una vez enajenada le devenga un
beneficio finito, y lo contrapongo al concepto de nuevo trabajador del
conocimiento**, que produce una riqueza que no se enajena en el supuesto acto
de la venta y de la cual, gracias a la propiedad intelectual se obtiene
ilimitado beneficio liberando sólo la utilidad –licencia de expresión-. (A lo
largo del ensayo puntualizaremos esta cuestión que es una de las más
importantes del mismo).
*Definiré
el servicio concreto como aquel que en el momento en que lo estamos
desarrollando nos impide cualquier otro acto distinto.
**Rainlad
von Gizycki define al trabajador del conocimiento, brainworker, como “aquel
profesional que trata procesos complejos de información y los transforma con
creatividad en innovación tecnológica orientada a los sistemas” (Rainlad
von Gizycki et al. Los trabajadores del conocimiento, Fundación
universidad-empresa, Madrid, 1998, pag 23) pero esta definición deja fuera a
muchos que deben ser considerados tales, como escritores, artistas y
profesionales que no trabajan en áreas directamente relacionadas con las TIC.
La definición que usaremos en este ensayo incluye, por tanto, a todas aquellas
personas que trabajan con ideas dentro del mercado simonita.
[18] Simonita: aquel que comercia con el conocimiento, conocimiento que es la sustancia de la cual se compone el espíritu del ser humano. Utilizo este término para designar a todos aquellos que corren con su Ó, su Ò, o cualquier otro bosquejo al caso para dibujarlo abstractamente sobre cualquier conocimiento. El termino usual que circula en los ámbitos contestatarios es el de patentadores, pero creo que este vocablo se refiere en exclusiva a los defensores de las patentes industriales, utilidades y marcas, y no de los otros Derechos de Autor tales como los Derechos del Artista Plástico, autores de obras literarias, musicales y demás. En este sentido el simonismo supone mucho más que la defensa de las patentes, defiende, por tanto, el mercado de las cosas que atañen al espíritu del hombre.
Sobre
los dibujos, por ejemplo, en EEUU : “El aviso estatutario formal del registro
de marcas comerciales de los Estados Unidos es un símbolo formado por una R
encerrada en un círculo (R), "Reg. U.S. Pat. & Tm. Off.", o bien, "Registered
in U.S. Patent and Trademark Office". Muchas
firmas usan avisos informales de marcas registradas, como "Brand",
"TM", "Trademark", "SM" o "Service
Mark", junto a las palabras u otros símbolos considerados como marcas
susceptibles de protección. El aviso de derechos de autor es un símbolo formado
por la letra C encerrada en un círculo (C), o bien, la palabra
"Copr." o "Copyright", el nombre del dueño de los derechos
de autor y el año de la primera publicación” McCarthy’s Desk
Encyclopedia of Intellectual Property. J. Thomas McCarthy. Traducción
y extracto de Benjamín Oelsner. http://usinfo.state.gov/espanol/ipr/ glos.htm.
Página WEB del Departamento de Estado de EE.UU. Consultado el 26 de octubre de
2004
[19] Las conocidas como TIC, Tecnologías de
[20] “…lo justo es lo mismo en
todas partes: la conveniencia del más fuerte.” Platón.
[21] Uno de los puntales dialécticos del pensamiento único es el hacernos creer que, cuando le interesa, las cosas son como son porque no pueden ser de otra forma. Sobre esta cuestión del pensamiento único abundaremos en los primeros capítulos en una crítica donde incluiremos la propiedad intelectual como una pieza más en ese inamovible destino hacia lo liberal al cual se precipita la sociedad –según nos dicen- no por inducción de los mismos liberales –inducción que siempre escamotean- sino obligada por la misma naturaleza y destino irrenunciable del hombre.
[22] Aunque lo llamaré
directamente simonismo para contraponerlo en términos generales al capitalismo,
podría ser aceptable el conocerlo como capitalismo simonita contraponiéndolo al
capitalismo industrial. Pero estas cuestiones concisas deben ser objeto, quizá,
de posteriores ensayos más pormenorizados que el presente.
[23] Aristóteles, Política. Alianza Editorial Madrid. 2000. pag. 49
[24] No obstante lo dicho, por más que la norma
detente un peso enorme en la configuración de la sociedad, existen otros
condicionantes a tener en cuenta. En el campo de lo social es rareza la monocausalidad desde le momento en que como
sistema complejo todo influye en todo, como análogamente acontece -por traer un
ejemplo- en los sistemas ecológicos naturales. Por eso quiero ser prudente en
mis aseveraciones por más que a lo largo de este ensayo no lo aparente
atendiendo a razones expositivas.
[25] Espíritu de las Leyes. Montesquieu. Libro I. Alianza Editorial, Madrid, 2003.
[26] Inglaterra. Año 1.710
[27] “El fin de este sistema no
era proteger los derechos de los autores y editores, sino incrementar los
ingresos del gobierno y poner el control del contenido de las obras publicadas
en manos de las autoridades gobernantes” Ann Cockerham. Propiedad
intelectual en
[28] Muchas de estas citas se refieren al reconocimiento del autor y de su obra, nunca tratan de la defensa de la propiedad intelectual, pero, dando como insoslayable la propiedad intelectual como única fórmula para proteger los intereses de los autores, se abrogan toda defensa del autor como defensa de tal propiedad.
[29] “Las primeras leyes de
patentes de los EE.UU. fueron establecidas por el Congreso en 1790* bajo la
autoridad del Artículo 1 Sección 8 de
*”La primera Ley federal sobre patentes es “An Act
to promote the progress of useful Arts” de 10 de abril de
**Constitución
de los Estados Unidos, Artículo primero sección 8ª: El Congreso tendrá facultad “Para
fomentar el progreso de la ciencia y las artes útiles, asegurando a los autores
e inventores, por un tiempo limitado, el derecho exclusivo sobre sus
respectivos escritos y descubrimientos.” http://www.georgetown.edu/pdba/
Constitutions/USA/usa1787.html. Consultado el 1 de Diciembre de 2004.
En España, por ejemplo,
[30] Como veremos más
adelante la propiedad intelectual supone la disolución de todo interés “humano”*
por el conocimiento al referenciarlo por fuerza de ley a un valor económico y
reconstruirlo como mercancía del mercado simonita..
*Por interés humano por el
conocimiento comprendo esa necesidad innata del hombre por conocer y
explicarse todo cuanto se encuentra a su alrededor.
[31]¿Por qué socialismo? Albert Einstein. Monthly Review, Nueva York, 1949. (Esto es aún más cierto en los comienzos del siglo XXI, pues ya no es una orientación parcial sino absoluta.)
[32] Calidad Humana como aportación al objeto de valor de uso a través del trabajo, de nuestro saber hacer que perfecciona la materia prima para hacer de ella un objeto cualitativamente distinto, personal y útil.
[33] Aunque hablemos de utilidad esto que digo se sitúa en la antípodas de las teorías utilitaristas.
[34] Beneficios de la propiedad intelectual. Washington, D.C. 23 de abril de 2002 http://bogota.usembassy.gov/wwwsaw01.shtml. Consultado el 6 de mayo de 2002.
[35] Francisco J. Hernández Guerrero Fiscal del T.S.J.
de Andalucía. Internet
y Propiedad intelectual. Los delitos contra
[36] Informe de
[37] http://www.derecho.com/xml/disposiciones/trini/disposicion.xml?id_disposicion=31822. Consultado el 8 de enero de 2003
[38] Pierre Bourdieau, “Los granos de arena”, Contrafuegos 2, por un movimiento social europeo”. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. p.80.
[39] Por poner un ejemplo de cómo los fueros de la propiedad intelectual crecen continuamente recordemos el caso protagonizado por el Senador Trent Lott, promotor de la conocida Ley Micki, quien, para salvar al ratón de “caer” en el acerbo cultural universal, consiguió alargar los derechos de patente en EE.UU. hasta los 95 años.
[40] Sobre este tema de la sanciones vid. el capítulo referido al desarrollo sostenible.
[41] Hervé Le Crosnier. Repensar los derechos de autor, en Archipiélago nº55/2003 Alikornio Ediciones Barcelona 2003. Las comillas son mías: supongo que el término que acuña Le Crosnier “financiarizar” se refiere a la traducción económica de todo elemento cultural.
[42] Recordemos que la mayor parte de los derechos monopolísticos
generados por
[43] Página WEB de
[44] Pierre Lévi El anillo de oro. Inteligencia colectiva y propiedad intelectual. http:// www.sindominio.net/ biblioweb/ telematica/ levy.html. Consultado el 21 de mayo de 2003.
[45] Esto no es un debe ser impuesto desde estas páginas al socialismo, sino -y no podía ser de otra forma- sólo una recomendación. Mi fracaso, si se da, no provendrá del rechazo de mis propuestas por parte del liberalismo -con esto, como es lógico, ya cuento de antemano-, sino de un rechazo por parte del socialismo.
[46] Entrevista a Richard Stallman a Gsmbox: “¿Cambia el software libre los ejes derecha-izquierda? R.S.: Siendo de izquierdas me gustaría que fuera de izquierdas, pero en Estados Unidos la mayoría de los que se interesan en el software libre pertenecen a la derecha, son liberales. No estoy de acuerdo con ellos, creo que tenemos un deber de cuidar a los enfermos, a los pobres, no dejar a nadie morirse de hambre. Gsmbox: Entonces el eje derecha izquierda es indiferente en la cuestión del software libre... R.S.: Es otro eje. El software libre no se ubica entre derecha e izquierda.” De:http://www.apesol.org.pe/noticias/gen.php3/section/Articulos/37,0,2,8,1.php Consultado el 31/12/04. (El copyleft -término acuñado por Stallman y del cual hablaré en la siguiente nota-, se puede traducir como "izquierdos de autor" para contraponerlo a los “derechos de autor”, pero recordemos que el eje izquierdas vs. derechas en la cultura política sajona se denomina laboristas/demócratas vs. conservadores/republicanos.)
[47] El proyecto GNU para el software libre, (se puede encontrar información al respecto de este proyecto en http://www.gnu.org), el copyleft (Implementación del copyright que nace con la idea de proteger la libre circulacion del código informático y del conocimiento que encierra. Consiste en usar la legislación de copyright para proteger la libertad de copia, modificación y redistribución (incluida la venta), en lugar de restringirlas.*), etc., son expresiones de estos movimientos de grandes y buenas intenciones pero que pasan sobre el problema y siguen de largo.
*http://www.sindominio.net/copyleft/index.php?module=pnEncyclopedia&func=display_term&id=1&vid= Consultado el 17 de mayo de 2005.
[48] Para abundar
en los conceptos de copyleft, GNU, el movimiento Creative Commons, etc. son interesantes, entre otros, el libro de
Richard Stallman “Software libre para una
sociedad libre” Proyecto Editorial Traficantes de Sueños, Madrid, 2004, y
el no menos interesante de Lawrence Lessig “Cultura libre” publicada en
http://www.elastico.net/archives/001222.html, consultado el 18 de diciembre de
2005.
[49] No obstante la crítica, vaya mi reconocimiento y admiración por delante: ellos fueron los primeros en organizarse contra los excesos de la propiedad intelectual y los únicos que han obtenido algún resultado.
[50] Aunque nunca he perdido
la esperanza de encontrarme equivocado con respecto a los partidos socialistas.
[51] ¿Saben ustedes cuantos libros hay escritos en el mundo sobre los fundamentos de la propiedad intelectual, sobre su naturaleza metafísica, sobre las causas de su aparición, sobre las consecuencias de su adopción en Occidente, sobre el impacto que crea en la economía, sobre la revolución que provoca en los mercados de trabajo, sobre los cambios en la forma de comunicarnos unos con otros que nos impone, en como influye en las relaciones sociales más cotidianas? ¿Cuántos libros la sitúan en el centro de la responsabilidad de la estructuración de la nueva sociedad del conocimiento? Entren en Internet y busquen. Es sorprendente. Pero tengan paciencia, a parte de libros jurídicos especializados que tratan sobre la norma, y otra vez sobre la norma, encontrarán poca cosa publicada. Habida cuenta lo dicho, nos da la sensación de la que la propiedad intelectual pasa desapercibida a todo el mundo y no sólo a los científicos sociales.
[52] Es curioso que tanto la tecnología como el conocimiento aceptan el ser analizados conceptualmente como “herramientas para”, por un lado, y como “mercancías en sí”, por el otro, una vez inmersos ambos en el mercado simonita.
[53] Por otro lado, se podría argumentar que la propiedad intelectual toma importancia gracias al estado de la técnica de la información que produce un emergente mercado del saber. Nadie niega la menor, pero si la mayor. Es decir, que produzca un incremento, que constituya un facilitador de tal mercado no es óbice para confundirlo con el objeto del mercado y menos con el mercado en sí. De la misma forma que el tractor no es la agricultura aunque dispare su intensidad, la técnica orientada a intensificar el comercio del saber, no es ese saber ni ese comercio.
[54] Esto no quiere decir que niegue en su totalidad la propuesta de Castell: como veremos enseguida, desde luego, una parte importante del esfuerzo que la humanidad realiza para desarrollar sus conocimientos se orienta al desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, pero no se trata de la característica principal sino, con su relevancia, una de tantas.
[55] Aquí corroboramos, tal y como avisé en la anterior nota, la certeza relativa de la propuesta efectuada por Castell.
[56] Mensaje del Dr. Kamil Idris, Director General de
[57] O'Driscoll y Hoskins. Una sólida protección de la propiedad es crucial…
http://www.elcato.org/com32_odriscoll .htm. Consultado el 20.05.05
[58] Al menos una de las
fuerzas principales que la animan pues hemos de reconocer que la monocausalidad
es una quimera en las ciencias sociales.
[59] Francisco Capella. Utilitarismo o Iusnaturalismo.
[60] “. . . la vigencia extendida de la propiedad privada de toda forma de riqueza
(incluida obviamente la propiedad intelectual) se ha impuesto con tal grado de
profundidad, que se encuentra en los umbrales de una regresión histórica de la
mayoría de las conquistas que dominaron la escena política y social del
presente siglo.” Emilio
Cafassi,
[61] A esta labor coadyuva no sólo el desarrollo de conocimientos sino la misma conciencia de ellos que constituye la llama que prende entre los hombres, las generaciones, las civilizaciones…
[62] De estas posesiones no importará la cualidad sino su valor de
intercambio en el mercado: importa su tenencia como objeto mercantil no la
utilidad que tenga en sí la cosa para la persona con lo cual la definición de per-tenencia cae en el absurdo.
[63] Todo bien barnizado por
la idea de que las relaciones de intercambio son beneficiosas a través de la
maximización de la utilidad, pero ¿de qué utilidad hablamos si el objetivo
final, absoluto, es apropiarse de cuanto podamos para ser más libres?
[64] Rousseau. El Contrato
Social. Ediciones Felmar. Madrid 1981, p. 68, nota al pie de página
original de Rousseau. (Rousseau se refería a las leyes emitidas a su medida por
los estamentos de la nobleza y alto clero que fueron barridos, ellos y sus
leyes, por la fuerza liberadora encarnada por
[65] Adam Smith. Sobre la riqueza de las Naciones. Alianza Editorial, Madrid, 2004.
[66] Aristóteles, Política.
Madrid, 2000, Alianza Editorial, pag
[67] …a los cuales teme y desprecia tanto como los temía y despreciaba en el siglo XVIII.
[68] Mario A. Sol Muntañola, La protección de las ideas, Editorial Tecnos, Madrid, 1997, pag. 9.
[69] Debo advertir al lector
que el análisis lo realizaré encuadrándome dentro del dualismo filosófico,
según el cual existen dos grandes categorías
del ser: el mundo físico y el mundo espiritual o de la conciencia.
[70] La mayor parte del debate sobre la propiedad intelectual se
produce sobre sus formas normativas y corresponde a
[71] Manuel Albaladejo. Derecho Civil. Derecho de Bienes. Barcelona, Editorial José María Bosch, Tomo 1, Volumen III, 1991. p.163.
[72] Texto Refundido de
[73] Ibid anterior
[74] “La propiedad intelectual está
integrada por derechos de carácter personal y patrimonial, que atribuyen al
autor la plena disposición y el derecho exclusivo a la explotación de la obra” Real Decreto Legislativo
1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de
[75] Página oficial de
[76] Página oficial de
[77] Definiré tenencia como
“la ocupación actual y corporal de algo”. La ocupación la definiré como “el poder fáctico de uso sobre algo”.
[78] O bien una imposición
[79] En esta cuestión, y sólo en esta cuestión, sigo la visión de Frienland y Alford vertida en su artículo, “La sociedad regresa al primer plano: símbolos, prácticas y contradicciones institucionales”, Zona Abierta, nº 63-64. 1993.
[80] No obstante, sí existe un medio para que perduren en su debilidad: la coacción brutal, sistemática e indiscriminada o el engaño masivo por cualquier medio al alcance de la mano: medios de comunicación de masas, Instituciones del Estado, etc.
[81] Entidad: cosa que es por sí misma. Lo que es.
[82] José Eugenio Soriano García. La propiedad intelectual es una propiedad. http:// www.cedro.org/ Files/Boletin30FORO.pdf Consultado el 19 de agosto de 2004.
[83] El simonismo no se limita a redefinir el conocimiento,
sino que en su ansia de generar beneficios para la industria del copyright, reconstruye también objetos cotidianos.
Expondré un ejemplo de tantos: en el Proyecto
de Ley 121/000044 publicado en el Boletín
Oficial de las Cortes Generales con fecha 26 de agosto de 2005, por la que se
modifica el texto refundido de
[84] Página oficial de
[85] Página oficial de
[86] Y la intencionalidad de ese aprender no cambia la esencia del conocimiento.
[87] Pierre Lévy, El anillo de oro Inteligencia colectiva y propiedad intelectual http:// www.sindominio.net/ biblioweb/ telematica/ levy.html. Consultado el 13 de abril de 2003.
[88] Ver por ejemplo: Robert K. Merton,
Social Theory and Social Structure. Nueva York, Free Press, 1968, pag. 475.
[89] “Dicotomía entre idea y expresión [derechos de autor]. Regla fundamental de la ley según la cual los derechos de autor no protegen una idea: esos derechos protegen solamente las expresiones específicas de la idea.” McCarthy’s Desk Encyclopedia of Intellectual Property. J. Thomas McCarthy. Traducción y extracto de Benjamín Oelsner. http://usinfo.state.gov/espanol/ipr/glos.htm. Página WEB del Departamento de Estado de EEUU. Consultado el 5 de julio de 2003.
[90] El artículo 25º de
[91] En este contexto debemos comprender la expresión humana como cualquier intervención que un sujeto realiza de forma consciente en el mundo con el fin de modificarlo de acuerdo a su voluntad; sin circunscribirlo sólo a los ámbitos de la comunicación verbal o de las artes. Expresión sería, por tanto, el trabajo realizado por un minero o la labor de siembra del labriego.
[92] “Propiedad intelectual, pues y repito, como propiedad especial, más como propiedad, en todo caso.” Carlos Rogel Vide, Nuevos Estudios sobre propiedad intelectual, editor José María Bosch, Barcelona, 1998, pag. 16.
[93] “L`èlement de la penseé
qu´est l`idée ne se prête pas à l`appropiation par le droit d`auteur ; il
serait dangereux de permettre qu`un individu se prétende propiétaire de ses
idées” (“La esencia del pensamiento, que es la idea, no es el objeto de la
propiedad en el derecho de autor; sería peligroso permitir que alguien se
considerase propietario de sus ideas” ) Claude Colombet, Grandes
principes du droite d´auteur et des droits voisins dans le monde, Litec,
París, 1992, pag. 10.
[94] Si la propiedad exclusiva sobre un objeto físico ordena y limita la tenencia de un objeto concreto: una cosa; la propiedad intelectual ordena y limita la utilidad de innumerables objetos concretos: la conciencia de todos los hombres.
[95] La riqueza que
sin duda existe en nosotros en forma de conciencia de las cosas es de todos –parece
ya evidente–, pero su utilidad mercantil se la quedan los simonitas. ¿Cómo es
posible? Según
[96] El clímax del absurdo lo encontramos en el software encriptado: teóricamente la propiedad intelectual se otorga al autor como premio por comunicar la idea a la sociedad. Bien, pues el autor del software tiene licencia para negar todo acceso al código que compone en sí la idea, persiguiéndose, por ejemplo en EEUU, a todos aquellos que accedan al mismo o que desarrollen, guarden o comuniquen un método para acceder al mismo. Se pena incluso con prisión. Estos casos deben servirnos para que las intenciones de los simonitas nos queden claras, ¿cómo se puede justificar el monopolio sobre la expresión de la idea como premio por comunicar la idea si la idea no se comunica, y lo que aún es peor, si incluso se penaliza conocer la idea o la forma de llegar a ella? De continuar así, quizá mañana llame a nuestra puerta la policía del pensamiento.
[97] Aquí aclaro
que en esta cuestión sigo a Kant tanto que sentir e inteligir son los dos actos
que construyen el acto de tomar conciencia, es decir, el acto de “aprender” un
objeto.
[98] Emilio Lamo de Espinosa. Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ediciones Nobel. Oviedo, 1996, pag. 27.
[99] "Si
la naturaleza produjo algo menos susceptible de propiedad exclusiva que las
demás, es poder pensar algo que llamamos idea; que un individuo consiga algo en
forma exclusiva apenas se sostiene por sí mismo. Pero, en el momento en que se
la divulga, forzosamente la posee todo el mundo y quien la recibe no se
desprende de ella. Su característica peculiar también es que nadie posee menos,
porque todos los demás la poseen íntegramente. Quien recibe una idea de mí,
recibe la instrucción sin que haya disminuido la mía, de la misma forma que
quien enciende una luz dentro de la mía, recibe luz sin que la mía se
apague." Carta de Thomas Jefferson a Isaac
McPherson de 13 de agosto de 1813 (The Writings of Thomas Jefferson.
Washington, Thomas Jefferson Memorial Association, 1905, vol. 13, pp. 333-335).
Si bien los argumentos de Jefferson no son aceptables ya que cae en la
trampa de atribuir ubicuidad a las ideas, su intención era mostrar desde el
sentido común que la propiedad intelectual no es una institución natural, para
luego, una vez dicho esto, argumentar que bien puede ser el contenido de una
convención. Ahora ya sabemos que tal cuestión queda fuera del ámbito de las
convenciones.
[100] Es preciso aclarar que
esta propuesta que intento situar dentro del mercado liberal, -el cual, y como
he expresado el principio del ensayo, no es el momento de sustituir- no choca
con la esencia del socialismo: al fin, cada uno debe ser dueño del saber que
conforma su alma. Si hablamos de mercado, sólo intento que se igualen las
posibilidades legales de vender cada uno su fuerza de trabajo en ese mercado
capitalista hasta que lleguen mejores tiempos para el ser humano.
[101] ¿Tenemos
certeza de cual es el trabajo del sabio? ¿Es el autor
quien crea en nosotros la conciencia de las cosas en contra de lo que afirmo?
¿Cabe la posibilidad de que me encuentre equivocado? Veremos si podemos llegar a alguna certeza
desde algún otro camino: Un saber se genera siempre a través de un esfuerzo, de
un trabajo. Es en entonces cuando la sociedad se vuelve más sabia: alguien toma
conciencia de algo que nadie antes sabía. De aquí se
deduce fácilmente que una sociedad donde una persona tiene un conocimiento es
más rica que otra donde nadie haya alcanzado esa misma conciencia de algo; pero
si esto parece evidente, tampoco hace falta prueba alguna para aceptar que una
sociedad donde muchos desarrollan esa conciencia de algo es más rica que otra
donde el conocimiento sólo lo alcanza uno, de la misma forma, que otra donde
esa conciencia es universal es aún más rica que otra donde son muchos, pero no
todos, los que conocen. Podríamos, en principio, y teniendo en cuenta lo expuesto, afirmar que
comunicar el saber multiplica la riqueza. Pero todos
somos conscientes de que la riqueza espiritual no aparece por generación
espontánea y que resulta imposible reproducirla sin trabajo. Como esto es algo
innegable, me
pregunto: ¿ha generado el autor la nueva riqueza?
Cada vez que el autor permite el acceso al saber, no realiza un trabajo, pues
no hace esfuerzo alguno, y si esto es así queda claro que no puede ser él quien
haya multiplicado la riqueza. ¿Quién la ha generado, entonces, si tras su
comunicación se ha multiplicado? Si no es responsable el sabio, sólo resta la posibilidad de que haya
sido el que ha trabajado aprendiendo. Luego la sociedad es más rica porque
muchos, que no son el sabio, han trabajado. Esto concuerda perfectamente con la
realidad de que cada uno debe edificar su propia conciencia.
[102] Se trata de un debe ser
universal que nos abarca cuando desarrollamos conocimientos y cuando los
aprendemos. Esa propiedad no guarda relación alguna con la propiedad privada
material sino con el reconocimiento de la mera existencia de la conciencia: es
la conciencia en sí como hecho natural.
[103] Emilio
Cafassi.
[104] Mensaje anual (2003) del Dr.
Kamíl Idrís, Director General de
[105] En este capítulo usaré el término técnica como “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia” (R.A.E.) y/o cualquier actividad productiva o comercial propia de la sociedad capitalista; cuestión abstracta que determina las decisiones a tomar desde el poder. Al referirme a esa misma técnica como objeto de consumo, usaré el término tecnología, que definiré como el conjunto productos tangibles o servicios que produce esa misma técnica.
[106] Armand Mattelard. La hipnosis de la nueva economía y el progreso. http://www.buesa.net/consulta/mattelard.html
Consultado el 27 de agosto de 2003.
[107] Aristóteles, Política.
[108] Jürgen Habermas. La necesidad de revisión de la izquierda. Tecnos. Madrid 1996. pag. 29-30
[109] Esta licencia, impidiendo el libre uso, es la negación fáctica e infalible del intercambio justo de pertenencias.
[110] Recordemos el caso de la burbuja de las puntocom fundamentado en la intención de imponer de forma inmediata el uso de Internet como nuevo marco de consumo que produjo la paradoja de un superdesarrollo del medio que convivía con una peregrina carencia de contenidos que dio al traste con toda la precipitada maniobra.
[111] La felicidad liberal consiste en disfrutar de la libertad absoluta, que, ya se ha dicho, consiste en poseer todas las cosas del universo, lo cual nos lleva a un estado permanente de postración iluminado, si acaso y muy brevemente, por los fuegos fatuos de cada nueva adquisición.
[112] En tiempos del capitalismo total. La nueva servidumbre del hombre liberado. Le Monde Diplomatique, edición española, octubre de 2003, pág. 4.
[113] En este caso me refiero a información con toda la carga abstracta que contiene este término en la actualidad, no a su definición académica.
[114] Más aún si pensamos que
los simonitas nos aseguran esos datos no pertenecen a nuestro yo.
[115] Theodor W. Adorno. Epistemología de las ciencias sociales. Ediciones Cátedra. Pag 13. Del original alemán, Frankfurt, 1972.
[116] Ibid anterior Le Monde Diplomatique
[117] Pierre Lévy. Inteligencia colectiva. Humanidad emergente en mundo del ciberespacio. Http:// iie.fing.edu.uy/ ense/ asign/progarte/inteligencia1.html Consultado el 6 de abril de 2004.
[118] Volveremos más adelante sobre este tema particular de las relaciones comunicativas en la era de Internet.
[119] Opus cit Pierre Lévy.
[120] Aclararé este aserto en el capítulo titulado “La gran red: el mercado global del saber”
[121] Paul A. David y Dominique Foray. Una introducción a la economía y a la sociedad del saber. http://www.campus-oei.org/salactsi/david.pdf. Consultado el 22 de mayo de 2004
[122] “…las múltiples disfunciones económicas y sociales les lleva a instituir la seguridad en primera prioridad de la acción publica y, para ello, a utilizar la producción de miedo como arma absoluta.” José Vidal-Beneyto La cultura del miedo, El País, 10 de enero de 2004, pag. 6. La tendencia es retroalimentar los miedos “razonables” de la cultura del riesgo hasta conseguir un perpetuo estado de angustia e irracional desconfianza próximo a lo que comúnmente se conoce por paranoia. Sobre la cultura del riesgo, Vid, por ejemplo, Ulrich Beck, La sociedad del riesgo: hacia una modernidad, Ediciones Paidos Ibérica, s.a., Barcelona, 1998. Del mismo autor, La sociedad del riego global, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2002.
[123] Valga un ejemplo del manejo arbitrario de la red para eliminar la
competencia:
[124] Carlos Semprún
Maura, “La democracia liberal y sus demonios”,
[125] Dan Schiller, “Internet, rehén del comercio”, Le Monde diplomatique. Edición Cono Sur, nº 8 (febrero de 2000), p. 20.
[126] Soy consciente de que el término encierra una potente carga simbólica negativa en el sentido de que se refiere a la propiedad de un objeto o a servicios a los cuales accedemos sin pago alguno, pero como algo excepcional que normalmente debe ser pagado.
[127] En la ideología liberal, la herencia hobbesiana se manifiesta impulsivamente en sus ganas de apadrinarnos y salvarnos del mal insito en la naturaleza humana.
[128] Contrariamente a lo que mucha gente piensa, aunque Internet fue utilizada casi inmediatamente con fines militares, se ideo y usó en principio para comunicar distintas universidades americanas.
[129] Prefiero usar cibermundo, pues me parece que el término ciberespacio
esconde ciertas connotaciones que nos separan de la realidad, cuando lo cierto
es que Internet es tan de este mundo y tan distinto a lo que todos conocemos
por espacio que nos puede llevar a pensar que nos encontramos en una dimensión
diferente, etérea y de alguna forma ajena a nuestra realidad cotidiana por
constituir un lugar donde la libertad es absoluta. Internet es un lugar lleno
de rejas, cierres y cercados. El término cibermundo nos pone los pies en
[130] Cees J. Hamelink. El Derecho a Comunicarse. Hacia
[131]Ignacio
Ramonet, “Todos vigilados”, Le Monde
Diplomatique. abril 2001.
[132] Juraría que esta idea la he aprendido leyendo a otro autor, pero por más que he intentado buscar la referencia no la he localizado. Pido disculpas al autor por no poder citar su nombre en esta edición; si es que en realidad se trata de otra persona.
[133] En el capítulo
“Metafísica y propiedad intelectual” dejamos invalidada la vía del
contractualismo para legitimar la propiedad intelectual pero en el presente
capítulo se intenta llegar al mismo punto por distinto camino: el de la
relación beneficio sacrificio en el intercambio humano y la igualdad de los
trabajadores.
[134] Jean Jacques Rousseau, El contrato social, Ediciones Felmar, Madrid, 1981, p. 52.
[135] Ibidem, p. 69.
[136] Ese “antiliberal”, tal y como lo califican muchos liberales.
[138] “Por tanto, diríase que el capitalista les compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su fuerza de trabajo” (Karl Marx. “Salario, precio y ganancia; Trabajo asalariado y capital”, Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels Madrid, 2003)
[139] Supongamos un software
que una vez diseñado se pone a la venta a través de internet: los técnicos que
lo diseñaron no son necesarios una vez “terminado” su trabajo pues el simonita
podrá atender cualquier demanda sin contar con ellos. ¿Para qué los querría en
su plantilla? Dispone de décadas para explotar su patente sin pagar un euro más
en salarios a aquellos que produjeron inicialmente el producto. Todo indica que
el modo productivo simonita se desdobla en dos fases: la primera que coincide
con el modo capitalista y la segunda que, gracias a las regalías de la patente,
constituye en sí la superación de tal modo.
[140] Adrienne Tannenbaum, Metadata
Solutions. Using
Metamodels, Repositories, XML, and Enterprise Portals to Generate Information
on Demand. Boston. 2002, p. 82. (Agradezco al profesor D. César Sigüenza Rodríguez, de
[141] Procesos y datos que se utilizan para manejar los datos.
[142] Sobre la evolución de las leyes que regulan las realciones entre
empleado y empleador vid, por
ejemplo, para el caso de EE.UU.: Francisco Javier Gómez Abelleira, Litigios entre empresario y trabajador sobre
patentes, secretos industriales y derechos de autor en los Estados Unidos,
Servicio de publicaciones de
[143] Y este poder de comprar la fuerza de trabajo del sabio tiene que ver más con la capacidad económica que con la capacidad intelectual, esta última se compra -al menos su producto que es lo que al fin importa- sin mayores problemas en los mercados del conocimiento, habida cuenta de la necesidad de los intelectuales de ganarse el pan de cada día.
[144]
[145] Ramón Soriano, Sociología del derecho, Ariel. Barcelona, 1997, p. 85.
[146] Carlos Marx, Manuscritos de economía y filosofía. Alianza Editorial, Madrid, 2001, p. 106s.
[147] Carlos Marx. Manuscritos de economía y filosofía. Alianza Editorial. 2001. páginas 106 a107.
[148] Ibidem, p. 122.
[149] Ibidem, p. 122.
[150] Carlos Marx, El Capital, lib. III, t. I., Parte primera ”La transformación de la plusvalía en ganancia y de la cuota de plusvalía en cuota de ganancia”, Ediciones Akal, Madrid, 2000.
[151] Nos encontramos, por
tanto, en una fase de transición, análogamente a aquella de la que hablaba Saint-Simon,
dónde se producía la desaparición paulatina de la sociedad estamental en los
mismos años en que se generaba la estructura del sistema capitalista.
[152] Sobre los efectos de la
rarificación de la utilidad del conocimiento sobre las posibilidades de
supervivencia de la humanidad profundizaré en un próximo capítulo.
[153] Manuel Castell, “El capitalismo de la información y la exclusión social”, http:// www.unrisd.org/ espindex/publ/news/ 19esp/castnew.htm, extracto del discurso de apertura en la conferencia UNRISD sobre Tecnologías de información y Desarrollo Social. Consultado el 10 de noviembre de 2003.
[154]
“Ha habido un incremento masivo en las solicitudes de patentes - en 1999, se
registraron 7.1 millones de solicitudes contra 1.8 millones en 1990. En 2001,
WIPO recibió el récord de 104,000 solicitudes de patentes internacionales de
las industrias de información. El 38.5% de estas solicitudes vinieron de los
EE.UU., mientras que el mundo en desarrollo apenas manejó el 5%. En Europa,
Philips archivó 2010 patentes para el año 2000, mientras que British
Telecommunications amasó 13,000 patentes que protegen a 1700 inventos en ese
mismo año. IBM permaneció como el mayor registrador de patentes en Estados
Unidos con 2,886 patentes en el año 2000. IBM ganó $1.7 billones autorizando
sus patentes”. Una parte de los $38 billones ganados en regalías por las
compañías norteamericanas en el año
[155] Tengamos en cuenta, además, que las patentes más buscadas en estos mercados son aquellas donde el esfuerzo para producir la expresión material es exiguo, como ocurre con el software.
[156] Me refiero a que todo bien material sea producido en un entorno monopolístico.
[157] Manuel Castell, op. cit.
[158] Marx, ibidem, p.122.
[159] Vid., por ejemplo, Ulrich Beck, ¿Qué es la
globalización?, Paidós, Barcelona, 1998, p.
208ss.
[160] Pierre Lévi, op. cit.
[161] Resulta muy gráfico
para ilustrar esta propuesta contemplar la legión de oportunistas que
sobrevuelan el Tercer Mundo en busca de lo que sea -poco importa- que no se
encuentre patentado en el Primer Mundo para, una vez localizado, correr a la
oficina de patentes gritando ¡mío, mío, mío!
[162] Ibidem.
[163] Aclaro que estoy aceptando que las cosas contengan conocimiento como mera expresión informal consecuencia de la reificación burguesa del saber y que interpreto que Pierre Lévi sólo intenta expresar la complejidad del conocimiento necesario para tener conciencia de los productos generados en la sociedad del siglo XXI. Desde luego las cosas no contienen conocimiento alguno, éste, como ya sabemos, sólo se encuentra en la mente del ser humano.
[164] Según Joaquín Seoane Pascual y otros (Las patentes de software y sus efectos en Europa, Departamento de Ingeniería de Sistemas Telemáticos, Universidad Politécnica de Madrid., http://europa.eu.int/ comm/internal_market/ en/indprop/comp/fernandez1.pdf Consultado el 14 de septiembre de 2003) “las demandas de patentes son un mecanismo utilizado por empresas grandes contra empresas pequeñas”. Estas últimas se arruinan incapaces de asumir los gastos derivados de su defensa frente a una gran compañía simonita. Según estos mismos autores, que se hacen eco de Simson Garfinkel (“Patentemente absurdo, parte I”,Wired, julio de 1994), “los juicios de infracción de patentes están entre la clase de juicios más caros en EE.UU. hoy, con un coste medio de un juicio de $500.000 por invento.”
Es difícil no percatarse de que
La propiedad
Intelectual no sólo no beneficia el desarrollo de nuevos conocimientos sino que
impiden desde su injusticia que otros usen los evidentes y la demostración de
lo que digo la encontramos en esas empresas especializadas en patentar ideas
amplias que subjetivamente abarcan enormes extensiones del saber humano. “Según
informa Proinnova, una empresa llamada Acacia Media Technologies está exigiendo
a sitios web, radios sobre Internet y otras empresas, por ahora en EE.UU., que
paguen parte de sus beneficios en concepto de licencia por uso de algunas de
sus patentes. Las patentes en cuestión (5.132.992 y 6.144.702, ambas de
[165] Incluso los servicios se ven afectados a ser posible??? la patente directa sobre ideas, procesos, procedimientos, usos y métodos de trabajo concretos.
[166] ¿Conoce alguien algún caso en que para adquirir un software debamos conectarnos a Internet, comprar el programa, pagarlo con nuestra tarjeta de crédito, que nos den una clave para bajarnos el programa que, por supuesto, deberemos instalar nosotros mismos sin que nadie se moleste ni en hablar con nosotros?
[167] Albert Einstein, Aforismos para Leo Baeck.
http://www.ucm.es/info/bas/es/einstein/html/aforismos.htm. Consultado el 11 de
septiembre de 2005.
[168] Página WEB de las Naciones Unidas.
http://www.un.org/spanish/aboutun/hrights.htm Consultado el 2 de marzo de 2004
[169] Ibidem
[170] Realmente no se trata
de instituirla, sino de recuperar lo que siempre ha sido así, pues estos
derechos no son nuevos, sino consustanciales al ser humano.
[171] Tales Derechos deberían de incorporarse explícitamente y cuanto
antes a
[172] Apunto que tal obligación es sólo moral y creo que sería un grave error legislar tal cuestión. La obligación moral nacería del reconocimiento de la universalidad de la empresa humana: explicar el mundo.
[173] N. Stephan Kinsella,, “¿Es
Legítima
[174] Soy consciente de que algunos juristas se abalanzarán sobre mí acusándome
por realizar una superposición inextricable de los ámbitos de la norma positiva
y de la moral, y acepto de antemano la crítica: debo reconocer que no encuentro
otro camino epistemológico para estudiar, comprender y exponer mis puntos de
vista sobre esta cuestión.
[175] Como aseguraba John Milton,“La verdad y el conocimiento no son mercancías que debamos monopolizar y comerciar con ellas usando etiquetas, leyes y normas. No debemos pensar en embalar todo el saber de la nación y etiquetarlo y registrarlo como nuestros tejidos y como nuestro vestido”. John Milton, Areopagítica. Por la libertad de imprimir sin licencia, 1644. Editada en español: Torre de Goyanes, Madrid, 1999.
[176] Para aclarar la propuesta podemos irnos a lo que hoy en día es un lugar común: la libertad propia termina allí donde comienza la de los demás. Nadie interpreta esta realidad de sentido común como una minoración de la propia libertad sino como la misma y universal definición de su legitimidad. (Esto nos lleva a otra cuestión, y es la imposibilidad de definir la libertad individual per se, sino que siempre necesitamos definir la libertad de los individuos, en la pluralidad de su relación. Pero esta cuestión excede, desde luego, los ámbitos de este ensayo.)
[177] Los derechos morales en general.
[178] Que ya no son derechos patrimoniales si comprendemos estos como derecho de propiedad sobre algún objeto.
[179] El diferencial de la parte de los beneficios abonados por los primeros sí será reintegrado cada vez que acuda un nuevo competidor, pero sólo la empresa autora será la depositaria última de los mismos.
[180] Gerald J. Mossinghoff, “Progresos en la industria farmacéutica”, http://usinfo.state.gov/espanol/ipr/ gerald.htm, página web del Departamento de Estado de EEUU. Consultado el 26 de julio de 2003.
[181] Sistemáticamente nos encontramos con los argumentos utilitaristas que apuntalan la propiedad intelectual en un argumento exógeno: la ausencia de recompensas.
[182] Otro sistema alternativo sería que el autor –este sistema sería fácil ponerlo en marcha sobre todo para las obras escritas y musicales- o la empresa emprendedora registrase la obra y que cada cual la publicara o expresara como mejor pueda. El autor o la empresa emprendedora cobraría durante un tiempo estipulado un porcentaje de las ventas de todos los que se animaran a publicarla la obra o fabricar el objeto en concepto de rentas del trabajo intelectual. El consumidor se centraría en comprar, por ejemplo, tal libro de tal autor, con la mejor calidad de impresión, papel, encuadernación, garantía, plazo de entrega, atención al cliente, precio, etc., eligiendo entre todos los competidores del mercado, no sólo uno pagado en monopolio. De nuevo, gran parte de la competencia se produciría desde la fuerza de trabajo a la par que nos aseguramos que el autor cobre unos beneficios derivados de la competencia y no del monopolio. Esta solución también es practicable en el resto de los casos y otro modelo más a estudiar por su sencillez de aplicación.
[183] Y si sus obras (y me refiero al llamado Droit de Suite) alcanzan precios astronómicos en sucesivas reventas gracias al prestigio del autor, pues que produzca nuevas obras y cobrará más. ¿Será lo mismo que debemos hacer el resto de los trabajadores?
[184] “Las universidades, en muchos casos, se vuelven muy cuidadosas con la información que difunden sin cobrar por ella, y es cada vez más complicado acceder a muchas de sus producciones intelectuales. (...) Muchas universidades se han convertido en lugares donde se raciona la difusión del conocimiento.(...) la universidad está perdiendo al menos parte de su función social”. Jesús M. Gonzalez-Barahona, “Hacia nuevas formas de producción y difusión del conocimiento”, http://www.jamillan.com/celbar.htm. Consultado el 23 de junio de 2003.
[185] Es un argumento común
contra la propiedad intelectual decir que rarifica el conocimiento, pero ya
hemos visto que el conocimiento, como toma de conciencia del mundo, se produce
por más que a los simonitas no les guste la idea.
Lo que se rarifica, más bien se anula, es la utilidad del conocimiento. No
obstante, y por otro lado, la propiedad intelectual sí ralentiza o impide la
comunicación al reconstruirla como herramienta del mercado: la comunicación
económicamente rentable.
[186] Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 67.
[187] Para revisar esta cuestión vid. McNaughton y Larri L.Wolf, Ecología General, Omega, Barcelona, 1984, p. 3, donde se incluye la definición de Blackman de la cual se deduce, muy simplificada, la expuesta.
[188] A estos efectos nos
podemos quedar con que se ha eliminado la selección natural y, por tanto, la
evolución inducida por el medio ambiente que no sea puramente social, es decir,
adaptado por y para el mismo hombre.
[189] Piotr Sztompka, Sociología del cambio social. Alianza Editorial, Madrid, 2002, pag. 246.
[190] En la legislación española,
Texto Refundido de
[191] “No han faltado voces que en algún momento han defendido que el derecho de autor, como derecho de propiedad, debía carecer de límite temporal. Se ha argumentado que no hay razón para tratar peor a los herederos de los autores que a los herederos de los propietarios de bienes materiales, sobre todo si se tienen en cuenta que el mérito de aquellos como causantes directos del desarrollo cultural es superior al de estos; por lo que – concluye- su derecho debería merecer una mayor protección.”[191] Rodrigo Bercovitz Rodríguez-Cano et al. Manual de Propiedad intelectual.. Tirant lo Blanch, Valencia, 2001, pag.25.
[192] UNESCO http://www.unesco.org/culture/copyright/html_sp/index_sp.shtml. Consultado el 4 de enero de 2004.
[193] Ibidem
[194] http://lapaz.usembassy.gov/propiedad%20intelectual/special301.htm. Consultado el 15 de septiembre de 2003.
[195] Ibidem: “La actividad de
[196] TRIPS, en castellano ADPIC: Acuerdo Internacional sobre los
Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio,
firmado en 1994 dentro de
[197] Joseph E.Stiglitz, El País, Madrid, 6 de septiembre de 2003, p. 52.
[198] Martin Khor, El saqueo del conocimiento, Icaria Editorial, Barcelona, 2003, p. 10.
[199] Betty
Mould-Iddrisu, Fiscal del Estado de
[200] Communications Rights in the Information Society,
http http://www.crisinfo.org/ documents/espanol/ CRIS2, Derechos_Prop_Intelectual.rtf.
Consultado el nueve de diciembre de 2004.
[201] Me refiero aquí a otros
derechos económicos derivados de la supuesta propiedad sobre la idea y no a los
que se conocen como derechos morales de autor.