E-mail: antropos55@hotmail.com
RESUMEN Este artículo es un acercamiento
a las interacciones entre conciencia y sociedad. Se ha investigado las
corrientes principales de los conceptos de conciencia y de sociedad
que han surgido a lo largo de la historia en las disciplinas de la filosofía, sociología, antropología y
psicología. En la teoría sociológica, las conexiones entre la sociedad y la
conciencia ha sido objeto de multitud de investigaciones y es central en la
epistemología de las ciencias sociales. Se añade, así mismo, un esbozo somero
del concepto de dominación que se realiza en la conciencia humana a partir de
las estructuras sociales. También se presentan tres hipótesis acerca de los
límites del conocimiento que pretenden ser un paradigma de circunscripción de
la interpretación de los saberes. Palabras clave: conciencia, sociedad, filosofía, sociología,
antropología, psicología, conocimiento. |
|
ABSTRACT This article is an approach to the interactions between conscience and
society. There has been investigation into the main trends concerning the concepts
of conscience and society that have arisen throughout history in the
disciplines of philosophy, sociology, anthropology and psychology. According
to sociology, connections between conscience and society have been object of
many an investigation and are of central importance in the epistemology of
social sciences. Furthermore, this article includes a brief outline on the
concept of domination which is carried out in the human mind according to
social structures. In addition, three hypotheses concerning the limits of
knowledge are presented; these intend to be a paradigm of how to circumscribe
the interpretation of knowledge. Keu
words: conscience, society, philosophy, anthropology, psychology,
knowledge. |
Definimos
ahora una serie de hipótesis sobre el conocimiento/no-conocimiento que sitúa
con claridad las coordenadas del problemas que estamos desarrollando en este
trabajo: 1) Hipótesis de Incompletud Cognitiva: Nuestra hipótesis de partida
postula la posibilidad de que la complejidad del universo[1]
sea mayor que la complejidad de la mente cognoscente. Lo que implicaría la
imposibilidad de un completo conocimiento del mismo. Si un sistema social es el
resultado de un proceso de evolución de los sistemas naturales y manifiesta su
mayor grado de complejidad, entonces dicho sistema social contiene infinitos
grados de complejidad y, por lo tanto, la posibilidad de que una también infinidad
de errores esté presente en la intelección del mismo a través de la mente
humana. Es decir: existe un límite a la capacidad de conocimiento que tiene el
hombre ya que la complejidad de lo real actual está contenida, como potencia,
en la complejidad del orden subyacente del universo. 2) Hipótesis de
Indecibilidad Cognitiva: Es imposible
saber hasta qué grado es posible el conocimiento de los sistemas —incluidos lo
sistemas sociales— y de las pautas de comportamiento relacional de los
individuos dentro de un sistema social dado. Para que ello fuese posible sería
necesario tener un conocimiento previo de la «totalidad» del mismo
conocimiento. 3) Hipótesis de Indeterminación Cognitiva: No sabemos hasta qué
punto lo conocido, con respecto a los diversos sistemas, es relevante o
plausible para el conocimiento de dichos sistemas. Es decir, no sabemos con
certeza si conocemos de forma «adecuada».
Lo
social se manifiesta en lo «interior» del actor social por medio de las
agencias de socialización y de la pregnancia que el sujeto vive como certeza
del único mundo posible, de la única realidad accesible, constituyendo un
absoluto que opera como organización interior, como sistema autocontenido o
conjunto de relaciones estructurales pertenecientes a la realidad privada del
actor social. Es decir, lo exterior volcado en y constituyendo la conciencia es
vivido por el individuo como la «realidad». El desconocimiento profundo de lo
interior que opera tanto en las capas conscientes como inconscientes de ese
individuo posibilita la dominación. Esto supone la posibilidad y el hecho
fáctico del control social y por ende de la gobernabilidad de una sociedad a
través de una serie de instituciones y de la dirección ejercida como regulación
a partir de determinadas instancias (Gobierno, Estado, &.). La dominación
se hace posible por medio del desconocimiento, la desinformación, la
información tergiversada, el mito o el puro y simple engaño social donde los
poderes dirigen la conducta y modelas el carácter de los sujetos[2].
La
relación de los componentes que manejamos es posible esquematizarla en unos
pocos rasgos:
MUNDO
NATURAL
MENTE/CEREBRO/PENSAMIENTO SOCIEDAD
Figura:.
Esquema general de interacciones
Fuente: elaboración propia
Sobre
esa mente/cerebro/pensamiento se ejerce la alienación. La mente resulta
alienada como producto de la dominación. El individuo deja de ser autónomo con
respecto al pensamiento y la acción para pasar a ser heterónomo con respecto a la capacidad de autonomía. El mundo
social se revela al análisis profundo como «apariencia inducida». El mismo
conocimiento se presenta como intento de certeza. En este sentido se tiende a
producir una coherencia informacional acorde con la estructura de esquema de
conocimiento latente antes de la incorporación del nuevo saber.
Desde
la óptica de los diversos saberes, los actores social, pertenezcan a la
comunidad científica o no, tiende a la confirmación de la hipótesis de partida.
La epistemología de K. Popper ha hecho hincapié en el concepto de «falsación»
como profilaxis de la tendencia confirmatorias en las ciencias inductivas que
cargan, en su origen, con el problema de Hume a cerca de la plausibilidad de
las inferencias inductivas en el conocimiento científico natural. Un ejemplo
tipo es el postulado mertoniano de la «profecía que se autocumple» como
resultado de una serie de asertos que los actores sociales realizan sobre
determinados aspectos de la vida social. El Teorema de Thomas[3]
indica que cuando los actores sociales definen una situación como real, es real
en sus consecuencias, da idea de cómo el conocimiento confirmatorio se
configura como una estructura simbólica, de tipo inductivo, asertórico que
realizan los sujetos a cada momento en la vida cotidiana. El principio de
causalidad es aplicado a cada paso confirmatorio de una forma unívoca sin tener
en cuenta la posibilidad de que el componente causal no sea único sino que, por
el contrario, sea múltiple y por tanto sin tener en cuenta las múltiples
influencias previas que estén en la base de cualquier fenómeno social. En este
sentido, es aleccionadora la anécdota que relata Y. Jurgin:
«Si
ponemos una cucaracha sobre una mesa y damos unos golpecitos con el dedo a un
mueble, el insecto se echa a correr. Si después le arrancamos a la cucaracha
las patas, la ponemos de nuevo sobre la mesa y volvemos a dar unos golpes, el
insecto no echará a correr. Por consiguiente, puede hacerse la conclusión de
que la cucaracha oye con las patas.»[4]
La
verdad, y el conocimiento de ella, se constituyen en un compuesto relacional
meramente arquitectónico pero con consecuencia reales en el plano de la vida y
de lo social.
Las imbricaciones, interacciones, sinergias, y demás
modos relacionales, producidos entre el conocimiento, el pensamiento y la
sociedad —grupos sociales, &.—son de unas características tales, que hacen
que estos aspectos de una macrorealidad abarcadora ocupen un puesto de honor en
el modo de ser de lo existente, y en
los supuestos ontológicos de la conformación de lo real-universal. Si bien el
componente conciencia puede estar dotado de una propiedad de inmediatez con
respecto al componente sociedad, en el sentido de ser un presupuesto de ésta,
es cierto que, a la luz de las teorías de la sociología contemporánea, la propia
conciencia ha sido interpretada como el resultado de la existencia del ser
social, es decir, del hecho conformativo que supone la presencia de las
estructuras sociales.
La sociología marxiana parte de un conocido
presupuesto epistemológico cuando sostiene que es la realidad la que determina la conciencia y no la
conciencia la que determina la realidad. Mientras que para Lenin, en una
especie de «realismo ingenuo» de tipo russelliano, la conciencia
reflejaría la realidad subyacente; la conciencia de clase de Marx supone un
agregado de representaciones ideológicas creadas en la mente de los individuos
a través del entendimiento del funcionamiento de las estructuras económicas —de
la «clase en sí» a la «clase para sí»—, y de otras estructuras sociales, junto
con los vínculos que mantienen entre ellas. Por lo tanto, la sociología
marxista prioriza el papel de lo social-económico-cultural —el «ambiente»— en
lo referente a la elaboración del pensamiento.
El comportamiento social, manifestado esencialmente
en los roles sociales, queda así configurado por los componentes ideológicos
—de apariencia ínsita— que permiten al sujeto la sensación de permanencia a una
determinada clase social en exclusión y oposición con otra clase social. Para
los marxistas, y en general para la filosofía materialista, la conciencia es
independiente en cierto modo de lo real:
«la conciencia no determina la vida; es la
vida la que determina la conciencia» (Ideología alemana). Por una parte está el ser real objetivo, y por
otra, el ser social como formas separadas de la conciencia reificada del individuo. Sin embargo —para este
pensamiento—, no es posible hablar estrictamente de dualismo ser-conciencia,
sino, más bien, de que el «ser» es independiente de la conciencia; pero no a la
inversa. Los marxistas hegelianos armonizaron la preocupación de Hegel por la
conciencia, con la de los pensadores deterministas por los aspectos
estructurales de la economía dentro de la sociedad. Al menos desde el punto de
vista teórico, confirman la importancia de la conciencia individual y de la
relación entre pensamiento y acción; sobre todo a través de su principal
exponente: George Lukács. Es Marx el que sostiene que el hombre liga la conciencia
a sus acciones; efectuando una crítica al pensamiento de Hegel y su análisis de
la conciencia como si ésta tuviese entidad independiente del individuo. La
conformación del pensamiento/conocimiento se estructura a partir de la acción e
interacción humana, al ser un producto social; determinado por las relaciones
sociales y de producción material. De aquí el concepto marxista de «alienación», que es denominado como distorsión
producida por las estructuras sociales capitalistas en la naturaleza humana. A
partir de este supuesto, Marx distingue entre «conciencia individual» y
«conciencia de una “época”» y pasa al análisis, tanto de la conciencia de
clase, como de la falsa conciencia. Esta
última, según Marx, está presente tanto en el capitalista como en el
trabajador, al no tener ambos una percepción correcta del modo en que funciona
el sistema y del papel que desempeñan.
El aspecto funcional de la acción ha sido estudiado por los funcionalistas
como T. Parsons donde el funcionamiento del sistema social está garantizado por
el equilibrio y la estática social guiados por una concepción conservadora de
la organización política de la vida comunal.
Uno de los autores que redujo la conciencia a mera
función fue el psicólogo y filósofo norteamericano William James, al considerar
que dicha conciencia no es una entidad; produciendo así una reducción de
aquella a las «realidades de experiencia». En los Ensayos sobre empirismo radical sostiene
que: «existe solamente una materia prima en el
mundo». Para este intelectual los pensamientos
cumplen un papel funcional al conocer y que estos pensamientos están
constituidos de la misma materia que los demás objetos materiales —monismo neutral—. La llamada «duplicidad interior» no existe en los materiales
que conocemos del mundo. La disociación de estos materiales entre, por una
parte, los que tienen la propiedad de conocer y, por otra, los que son
conocidos no suponen una dualidad primordial. Algo similar sostiene la
filosofía analítica de B. Russell al considerar que el acto mental de la
percepción incorpora en sí mismo la vinculación o relación entre el perceptor y
lo percibido. No hay que olvidar el papel puntero de la filosofía analítica en
su íntima relación con el lenguaje, y por lo tanto con la Lógica, y el
entramado de relaciones y vínculos intelectuales con los positivistas lógicos
del Círculo de Viena.
En la sociología norteamericana, Cooley y Mead[5]
rechazaron la separación entre conciencia y sociedad —contexto social— a través
del concepto de «self[6]
especular». Los individuos tienen
conciencia y ésta se va construyendo en la interacción social. Así, para Mead y
su interaccionismo simbólico, la conciencia tiene dos significados diferentes.
El primero es aquel que hace referencia a la subjetividad, a lo que solamente
el actor social tiene acceso. El segundo está asociado a la inteligencia
reflexiva o modo de pensar sobre el mundo social. La conciencia es concebida
como procesual-social. Es funcional —no está definida en términos idealistas— y
está situada en el mundo objetivo; es decir, pertenece al medio «real» en el que estamos ubicados.
La Teoría del intercambio (Homans) no concedió demasiado interés
a la conciencia, centrándose en los aspectos de la recompensa de los individuos. Otra cosa sucede con la Teoría
crítica (Escuela de Frankfurt: Max Horkheimer, J. Habermas, Adorno, W. Benjamín, H. Marcuse, A. Schmidt, W. F.
Haug, R. Reiche, P. Breines, H Berndt, &.) preocupada por los actores
sociales y por la misma conciencia; y que, sin embargo, no efectúa una
separación clara en sus investigaciones entre la conciencia individual y la
conciencia revolucionaria. Esta escuela, heredera del marxismo hegeliano,
realizó aportaciones sumamente importantes a través de sus grandes teóricos
críticos, tales como Habermas o Marcuse, en lo referente a las interrelaciones
cultura-conciencia por medio de la asimilación e incorporación de la teoría
freudiana, en el caso de Marcuse.
Braverman, siguiendo las teorías antropológicas de
K. Marx, afirma que el entorno natural es siempre necesario para el
mantenimiento de la vida, es decir, la utilización de la naturaleza como
posibilidad del existir; pero que lo que caracteriza sustancialmente al hombre
es la conciencia. Desde el punto de
vista nominalista, los fenómenos sociales no ejercen «efectos independientes y
determinantes sobre la conciencia y la conducta de los individuos». Punto de vista opuesto a
la concepción realista que acentúa el efecto de la sociedad sobre el
pensamiento, constituyendo a ésta y controlando los procesos
cognitivos-mentales de los sujetos. La aplicación de estos aspectos en el
conocimiento científico en general viene dado por la implantación de los
científicos en la comunidad de teóricos y sabios —que es así mismo una
comunidad educativa en cuanto realizan roles de maestros y profesores—, de la
cual extraen los paradigmas metodológicos, operacionales y conceptuales
necesarios para la práctica y desarrollo de sus respectivas ciencias. La comunidad
científica se articula como subsistema social, cultural e incluso ideológico,
dotado de unas características que le son propias, dentro de subsistemas
mayores y del sistema social en general. El prestigio social de la ciencia
garantiza el reconocimiento político y presupuestario necesario para llevar a
cabo su labor. Las características internas de los grupos y comunidades de
científicos son susceptibles de estudio histórico y sociológico. El
racionalismo heredado del siglo XVIII, junto con la noción de progreso social y
científico —que lleva aparejado el de dominación y control de la naturaleza—
tiene su ápice social en las estructuras de los diversos subsistemas de la
sociedad que necesitan para su funcionamiento, en una sociedad cada vez más
compleja e interactuante, del saber aportado por la ciencia de base y por la
ciencia aplicada en forma de tecnología. Una sociedad científica, como es la
nuestra, es incapaz de un funcionamiento eficaz sin el concurso de las fuerzas
interpretativas de la naturaleza que, a través de las ciencias formales y de
las ciencias fácticas, «garantizan» el buen funcionamiento de
la misma.
La sociología fenomenológica y la etnometodología
han aceptado la relevancia esencial de la conciencia en sus perspectivas
metodológicas, pero centrándose en conductas que son observables a través de la
investigación empírica. Sin embargo, los etnometodólogos no han adoptado una
posición transparente en relación a su papel y han centrado sus mayores
intereses de estudio en los componentes macro
de la sociedad. La sociología fenomenológica de Alfred Schutz atiende a la
forma de comprensión recíproca de las conciencias —la conciencia es definida
como «estado de alerta»—, es decir, al modo psicológico
en que se produce la relación entre sujetos, y no tanto la mera interacción
física de éstos. Para el sociólogo de origen vienés, lo fundamental era el
análisis de los procesos por los que se adscribe e incorpora el significado y
la comprensión interna en los individuos. Procesos que permiten interpretar los
aspectos conductuales de los otros y los del propio individuo. Schutz traslada
la fenomenología filosófica de Husserl al plano de la sociología, distinguiendo
dos tipos de motivos: los «motivos para» y los «motivos porque». Los primeros
son los que tiene el individuo cuando pretende alcanzar objetivos futuros a
través de ciertas acciones presentes. Los segundos son los que ofrecen al
individuo una panorámica de las acciones pretéritas; siendo más fácilmente
analizables por la sociología científica al ser «objetivos», frente a la subjetividad de los «motivos para». Esta sustancial distinción es
perfectamente aplicable al papel y acciones de la ciencia. Ésta actúa en un
plano reductible a dos dimensiones ontológicas. Por un lado, la necesidad de la
ciencia de incrementar el acervo de conocimientos impulsada por una necesidad
interna, «psicológica», que emana de la curiosidad
de los científicos; un nuclear aspecto de la mente humana. Por otro, la también
necesidad de aplicabilidad de los saberes que la ciencia va logrando, con el
fin de satisfacer las demandas de la sociedad tecnológica. Uno y otro aspecto
se imbrican en fecunda interacción, con la mirada puesta en los aspectos
históricos de la ciencia que el científico incorpora como ethos consustancial de su trabajo y el epistemólogo considera con
sumo cuidado para vertebrar su especulación filosófica con un mínimo de rigor.
Ciencia teórica y ciencia aplicada forman, así, un continuum entretejido por los intereses de la comunidad científica
y por la sociedad en general.
En un punto determinado de su obra, Schutz llama a
la conciencia —sobre todo a la conciencia de la muerte— la «ansiedad
fundamental», es decir, la que hace
posible el proceso anticipatorio de los eventos o aconteceres. Como contrapunto
a la fenomenología de Schutz, el Estructuralismo antropológico de Lévi-Strauss,
critica el intento de la fenomenología por situar la conciencia subjetiva en el
núcleo de la sociología; ya que, la conciencia no es —según el antropólogo
francés— susceptible de un riguroso análisis científico. También el
Postestructuralismo rechaza el interés por la conciencia, es decir, por los
elementos propios de la subjetividad, para pasar a preocuparse por los
elementos estructurales de los sistemas sociales; y no tanto por el papel que
desempeñan los individuos en la creación de esos sistemas sociales.
La Verstehen
—o necesidad de estudiar la acción desde un punto de vista subjetivo— es
interpretada en el pensamiento de Talcott Parsons como una técnica o modo de
hacer de importancia esencial para el análisis de la conciencia y la acción. La
Teoría de la acción de Parsons le
conduce al supuesto de una conciencia entendida como voluntad que elige los
medios adecuados para el logro de determinados fines. Esta voluntad no es libre
al estar determinada —concepción fuerte—
o condicionada —concepción débil— por
los aspectos normativos, valorativos, ideativos, situacionales, etc., de un
determinado sistema social.
El papel del rol
en T. Luckmann y P. Berger está asignado a la capacidad, por parte de éste, de
mediación entre la conciencia y las pautas culturales de una determinada
sociedad. El proceso de socialización,
proceso por el cual los aconteceres sociales y culturales se transmiten a la
conciencia, hace posible la internalización —y su consecuente replicación— de
los elementos valorativos y normativos presentes en un sistema social dado;
actuando como constructo de la
conciencia de los individuos. El proceso, de corte dialéctico, de Berger y
Luckmann procede a partir de tres momentos:
«externalización», «objetivación»,
«internalización»[7]. Sin
embargo, para la Teoría de la estructuración de Giddens, no es la conciencia la
que, mediante la formación social de la realidad, engendra las acciones
humanas; ni es, tampoco, el sistema social las que las crea. Son los elementos
expresivos de los actores sociales
los que, mediante la implicación personal en la praxis, permiten la fulguración
de la conciencia y, en definitiva, del sistema-estructura social. Esta
conciencia toma dos modos en el pensamiento sociológico de Giddens: la
«conciencia discursiva», que hace posible la capacidad de expresión por medio
de la palabra, y la «conciencia práctica»;
esto es, la que posibilita la acción de los actores. Mientras, P. Bourdieu
concibe que la conciencia es independiente de las estructuras objetivas de un
sistema social determinado; y que estas estructuras tienen una capacidad o
propiedad de coacción sobre las prácticas y representaciones mentales de los
actores sociales.
Para la Teoría general de sistemas (Ludwig von
Bertalanffy) —en su aplicación a la teoría sociológica— es importante la
integración de las macroestructuras, los elementos simbólicos, la acción e
interacción social y la conciencia y autoconciencia, en estructuras
relacionantes de sentido (Buckley). Este último autor analiza la conciencia en
términos de la teoría de sistemas con una marcada preocupación por los niveles
y flujos de la interacción. La Teoría general de sistemas se apoya fuertemente
en elementos modelizados que incorporan aspectos sociólogos como forma de
explicación cuantitativa del comportamiento de conjuntos de redes
interactuantes tanto en biología como en el estudio de sociedades[8].
En los estudios de Ritzer sobre los diversos niveles de análisis social, podemos encontrar, tanto un interés por las
acciones de los individuos: la burocracia, etc., como un acercamiento a los
aspectos fenoménicos espirituales,
tales como la propia conciencia. En el plano del análisis micro, propio de la subjetividad, aparece el estudio de los
procesos del pensamiento o procesos
mentales que permiten al actor social la construcción social de la realidad.
Según Emilio Durkheim, la «conciencia colectiva»
sería un conjunto de pensamientos creódicos, desiderativos y de creencias que
son intercambiados y compartidos por los componentes de los agregados sociales.
El pensador francés no pareció interesarse por la conciencia individual, al no
considerarla susceptible de un análisis científico. Estaba, sin embargo,
preocupado por reducir el grado de dominación sobre la conciencia por parte de
las estructuras societales; al considerar —frente a lo que supone la visión
reduccionista del pensamiento durkheimniano— que el poder colectivo —social— no
está situado, en su totalidad, fuera del individuo y que ese poder ha de
penetrar y organizarse en el interior de la mente-pensamiento de los sujetos
para que la sociedad pueda existir. Esta matización a su considerado
sociologismo, choca con la constatación, en todas sus obras, de la conciencia
como variable dependiente implícita, y por tanto, determinada por los aspectos
materiales e inmateriales del sistema social. Matizando esto, la sociedad es
para Simmel representación «dentro» de una mente-cerebro y
depende, en última instancia, de los modos de actividad de la conciencia; no
estando meramente «fuera» de ésta.
Para el filósofo y sociólogo del conocimiento, Max Scheler, la conciencia es
característica de las formas superiores de vida orgánica[9].
La taxonomía de la conciencia de Scheler se cifra en lo siguiente: cualidad,
duración, temporalidad, memoria,
totalidad e historicidad. La conciencia queda, por tanto, asociada a la noción
de existencia real. Es intencionalidad, voluntad y reflexión primitiva de la sensación engendradas
por medio de la resistencia que ofrece el objeto[10].
Las normas de una sociedad, la percepción, las
diferencias que aparecen entre el sujeto, como yo individual y el observador
—es decir, el otro—, las teorías implícitas, entre otros aspectos, explican los
estados de pensamiento del actor y de los grupos sociales hasta expandirse as
la totalidad de la sociedad. El conocimiento, en determinadas corrientes
filosóficas y sociales, han puesto el acento en la capacidad decisoria de los
sujetos —teoría del libre albedrío, &.— frente a los posibles determinantes
situacionales o ambientales. Prima lo interno y la capacidad del actor para
liberarse de las influencias del medio social e histórico a la hora de tomar
decisiones sociales y privadas. Otras corriente más ambientalistas sitúan el problema
bajo las coordenadas de parámetros meramente sociales en la construcción de la
identidad y del pensamiento del actor que no es libre para elegir, ya que está
condicionado por subestructuras conformadoras de sentido y de la acción social[11].
En el análisis histórico, el peso de la especulación
filosófica ha sido, y sigue siéndolo en gran medida, de índole fundamental y
fundacional, al polarizar la ocupación intelectual de grandes pensadores. Se ha
enunciado que el tema nuclear del pensamiento filosófico está constituido por
el par sujeto-objeto[12],
ya que a partir de estos dos componentes se construye el intento de búsqueda de
la total intelección de ese real-universal. Incluso el plano
metafísico-teológico, con la teodicea como una de las actividades intelectuales
primeras, es posible sentirlo como una reducción, y no como una expansión, de
ese par más arriba citado, al ser este sujeto-objeto una conditio sine qua non de toda posible actividad gnoseológica. Todas
las cosmogonías de las diferentes culturas y civilizaciones parecen, de una u
otra forma, haber tenido un interés absoluto en dilucidar y explicar los
aspectos «ocultos» de lo real; bien a través
de visiones feéricas (gobierno del pensamiento mágico), mitológicas (gobierno
del pensamiento «mitocrático»), sagradas (gobierno del
pensamiento teocrático, hierocrático), etc., o bien a través de visiones
racionalistas tales como la filosofía o la ciencia (gobierno del pensamiento «logocrático»). En un momento de la
modernidad, incluso, ha habido un intento de reducción fundamentadora de los
viejos problemas «epistemológicos» de las religiones bajo el
manto de prestigio social y autoridad intelectual propios de las ciencias que,
partiendo del misticismo numérico y de una geometría hermética, ha proyectado componentes
desiderativos articulándolos en rigor racionalista a través de nuevas teorías
en relación con la física
cuántica, la cosmología y determinadas ramas de la matemática más formalista.
El científico teórico, y también el matemático creativo actual —con su manejo
de símbolos cuasiesotéricos, incomprensibles para el lego— ha sido, así,
asimilado a un nuevo mistagogo, con tintes ilustrados, de fin de milenio.
En
toda realización de lo específicamente humano y el conocimiento es, además del lenguaje
hablado y escrito, uno de los elementos caracterizadores de la singularidad de
la especie, existe también una tendencia que se traduce en asimilar las
conductas positivas a causas internas y las negativas a causas externas. En
este sentido el conocimiento es valorado, desde la óptica de la positividad,
por sí mismo independientemente de los aspectos de eticidad que lleve
incorporado ese conocimiento en cuanto a las repercusiones sociales del mismo
—el caso de la ciencia—. La conducta del científico es positiva por definición
en su afán de conocimientos y emana de las capacidades cognitivas e
intelectivas del hombre de ciencia; mientras que los posibles resultados
deletéreos del saber están atribuidos a agentes exteriores a la comunidad de
sabios; a saber: el político o el militar que usa el conocimiento traducido en
técnica para fines ajenos al conocimiento puro. Aquí aparecen los elementos
clásicos que explican esta postura: lo motivacional —autoestima del sabio—, lo
cognitivo —orientación al éxito en la comunidad de científicos e intelectuales—
y los social —evaluación pública de sanción positiva—.
Dos aspectos, valorativos y primordiales propios de
la ciencia primera que es la filosofía, aparecen en el largo camino de
descubrimiento de qué cosa es esa «cosa» a la que llamamos
pensamiento. Por una parte el pensamiento supone percepción de algo que aparece
a aquel como exterior a sí mismo; como el objeto referente de una realidad
exógena —aquello de que se tiene conciencia; término de un acto consciente— a
la interioridad «intimista» de ese pensamiento. Ese
objeto no es sólo material sino estructural, cualitativo, situacional. Por
otra, las mutaciones o modificaciones del elemento nuclear que ha considerado el
discurrir del pensamiento humano: el yo, que ha optado, en su análisis, por una
estratificación esclarecedora: la visión psicológica por medio de la cual la
conciencia ha sido considerada como la percepción del yo por ese mismo yo,
haciendo un hincapié fundamental en que la conciencia objetual o situacional
supone cambios inherentes del yo[13].
Lo que ha fundamentado una percepción del yo-conciencia como autoconciencia; es
decir conciencia de sí mismo o conciencia de nuestros propios sucesos «mentales»[14]. Esta autoconciencia o
conciencia de sí ha sido fijada como concepto intelectual por I. Kant en su Crítica de la Razón Pura como «síntesis
originaria de la apercepción» vinculada a la noción de categorías de cantidad,
cualidad, relación y modalidad donde el núcleo fundamental del conocimiento
está constituido por un yo que piensa asociado a todas y cada una de las
representaciones y vinculado a dos aspectos primarios de la posibilidad de
representación fenoménica en la conciencia: el espacio y el tiempo. El espacio
produce la síntesis necesaria para la representación geométrica conceptual del
conocimiento topológico y el tiempo, la síntesis necesaria para el
entendimiento de la aritmética originaria, posibilitada por la serie de los
números naturales y su representación simbólica en la recta real. De esta forma
es posible la reducción de los aspectos temporales a una concreción
geometrizante como representación en el plano y conectada en última instancia a
los a priori kantianos. Éstos, en la
visión que Kant tiene de la realidad del mundo —en la cual preexiste una
síntesis entre el mundo fenomenológico y las categorías del entendimiento— son
«independientes» de los aspectos culturales; esto es, de algún modo son
«universales» primarios previos a la construcción de lo social. El conocimiento
dado en la conciencia, en su sentido
más prístino es espacio y tiempo que
son las condiciones de posibilidad del entendimiento y de la intelección
ejercida sobre el mundo de la realidad exterior como fenómeno. El noumeno queda encerrado dentro de la
espacialidad y temporalidad originaria de la conciencia que es movimiento y
actividad del pensamiento. La cosa en sí
queda, por lo tanto, incognoscible como posibilidad pura de conocimiento ya que
el agente cognitivo —el individuo— pone en ese conocimiento su construcción
mental apriorística. Nos encontramos así con la imposibilidad de un
conocimiento «esencial» del objeto. En este sentido, la percepción informa del
mundo social a través de la observación conductual del actor social que es el
elemento nuclear de la perceptibilidad. Sin embargo los constituyentes a priori del sujeto sobre el que se
vuelca la intelección es decir, sus estados de conciencia íntimos, permanecen
incognoscibles en la «caja negra» de su mente sólo accesible a propio sujeto a
través de la autopercepción de sus estado psíquicos. Esto supone la diferencia
entre el actor social y el observador, también un constituyente a su vez
social. Mientras el actor tiende a caracterizar a sus actos como determinados
por causas exógenas, el observador de esas acciones lo hace a causas endógenas,
caracterológicas más o menos constantes del actor. Esto supone una división
tajante entre el mundo interior del sujeto-actor, accesible únicamente a él y
el observador e interpretador de sus estados de conciencia inferidos a partir
del comportamiento o de signos verbales y no-verbales.
La visión epistemológica o gnoseológica, donde el
pensamiento ha sido interpretado prioritariamente como sujeto del conocimiento,
ha producido una asociación entre pensamiento-objeto consciente y sujeto-objeto
respectivamente. En la visión metafísica la conciencia ha sido identificada
como Yo; entendido como todo lo existente, como basamento fundacional de todo
espacio psicológico o gnoseológico. En este sentido está vinculada a un
carácter unificador del mundo[15].
A través de estas conceptualizaciones fue posible la extensionalidad del
concepto de pensamiento al de pensamiento moral, al hacerse patente los principios ético-morales del bien y del
mal; que tienen su referente, manifestación, ubicación y adecuación sociológica
en lo que los científicos sociales llaman «sistema social».
Dentro de los modos de entendimiento taxonómicos del
pensamiento, éste ha sido clasificado como pensamiento no intencional e intencional,
reflejo, directo, sensitivo o intelectivo. El pensamiento también ha sido
concebido como «cosa» con unas características
relativamente fijas, susceptible de una cierta comprensión por medio de la
investigación o de la especulación filosófica. Los autores que han negado la
coseidad al pensamiento han mantenido el principio de la intencionalidad de
éste en un haz de funciones o acciones teleológicas hacia el objeto, referente
último hacia el que se dirige la finalidad de ese pensamiento ribeteado de
signos teleonómicos. En este sentido,
la propuesta de Plotino es la consideración del pensamiento como «acto interior» frente a las realidades
exteriores. En San Agustín, el modo intencional del pensamiento lleva
igualmente a un intimismo comprendido como autocertidumbre. Es en la concepción
tomista donde el pensamiento aparece como «realista», como cosa que es; mientras
que en la especulación cartesiana[16]
se presenta, de modo característico, como intencionalidad intimista que lo
separa de la realidad independiente captada por aquel.
Las conceptualizaciones del pensamiento como intencional y no intencional han estado en la línea de la visión metafísica tal y
como fue desarrollada por el idealismo alemán. En Hegel y en Fichte podemos
apreciar el paso de la idea de conciencia trascendental o gnoseológica a la
idea de conciencia metafísica. Es en Hegel —y en absoluta simbiosis con su
concepción filosófica del mundo— donde los modos del pensamiento son momentos
de un proceso de corte dialéctico por el cual el desarrollo de éste es
isomórfico con el desarrollo o despliegue de la realidad. Lo que supone, en el
límite, un elemento de correspondencia entre percepción-conciencia —noumeno— y realidad-fenómeno. Estos
modos del pensamiento transcurren desde la conciencia como tal, pasando por la
autoconciencia, hasta llegar al Espíritu
libre e incondicionado; desenvolviéndose éste en «Razón», «Espíritu» y
«Religión»; hasta constituir el «saber absoluto». De esta forma, la conciencia
ha quedado reconocida en el discurso hegeliano como «la totalidad de sus momentos»: «La conciencia distingue de sí misma algo con lo que,
al mismo tiempo, se relaciona; o,
como suele expresarse, es algo para ella misma; y el lado determinado de
esta relación, o del ser de algo para una conciencia, es el saber»[17]
Los momentos del saber puro son modos o
estructuraciones formales del mismo
pensamiento. Éste se desarrolla internamente para trascenderse, desde dicha
interioridad, superando sus modos anteriores por medio de la reabsorción de sus
constituyentes o modos previos; según la conocida evolución dialéctica
hegeliana. El sentido de conciencia hegeliano es, por tanto, un momento
—proceso temporal— del saber por el cual el sujeto se aprehende a sí mismo de
forma reflexiva como inmanencia. La
permanencia identativa en el
movimiento del fluir; el pensamiento y el ser
están, sin embargo, opuestos. Precisamente esto es para Hegel lo que constituye
una unidad cuando el ser es una categoría del propio pensamiento. Proceso
dialéctico del pensamiento que toma formas arquetípicas en la reflexión del
filósofo de Stuttgart tales como la «conciencia infeliz»: «el alma alienada (enajenada)
que es la conciencia de sí como dividida, un ser doblado y meramente
contradictorio». Este dualismo supone la valoración del
saber, puesto que éste se efectúa interiormente al propio conocer. La Bewusstsein
hegeliana representa al hombre en su concreción y en su facultad de
conocimiento. A través de este conocimiento es posible la realización de la experiencia
de lo real, es decir, del mundo dentro de parámetros espirituales y
significativos realizados por el propio pensamiento que se estudia,
comparándose, a sí misma. En el prefacio de su
Lógica, Hegel precisa que en «la Fenomenología había pretendido describir la conciencia como el
espíritu bajo la forma concreta del conocimiento que ha quedado prisionero de
la exterioridad (Aüsserlicheit)»; mientras es en las páginas
interiores de esta Lógica donde, por
el contrario, trata de describir «el conjunto del movimiento
inmanente del ser que se revela como espíritu».
El pensamiento tal y como está expuesto en la Fenomenología, es también una síntesis
de un yo y un no-yo. El entendimiento se introduce en el fundamento del fenómeno
aprehendiéndolo con lo cual se aprehende a sí mismo. El interés último de la
obra hegeliana consiste en un conocerse a sí mismo que era ya la propuesta
socrática como modo de conocimiento auténtico, basamental, a partir del cual
era posible todo otro conocimiento. Ese autoconocimiento es el acto que realiza
el sujeto-actor de su realidad interior como estado. Como sabemos, este
conocerse a uno mismo no deja de contener una problematicidad aguda. El efecto
de construcción del conocimiento social determinado por el proceso de socialización
hace que el contenido efectivo de la identidad sea la resultante de diversos
vectores sociales que actúan en el campo de fuerzas de la historia. El
conocimiento de uno mismo así como el conocimiento del mundo social y natural
queda impregnado por la atmósfera social que el individuo experimenta en su
ciclo vital. En este sentido no es
sino la consecuencia del estado de opinión que construye formas de conciencia
colectiva. Según Leibniz este sería «el mejor de los mundos posibles» es decir,
el mundo más justo de entre todos los que son posibles concebir. Esta creencia,
que supone un ordenamiento riguroso del mundo, un cosmos, es propia de determinadas concepciones —en muchos casos
científicas— necesarias para la percepción de control sobre los fenómenos de la
naturaleza o de los social[18].
También la dialéctica hegeliana arroja luz sobre el
proceso cultural evolutivo vinculado a la constitución orgánica y estructural
de la dialéctica amo-siervo a través de las nociones de «conciencia noble» y
«conciencia vil». La primera está
relacionada con el mantenimiento del orden existente, lucha por él conservando
el poder a partir del sacrificio y de la disposición a perder la vida. Es el
concepto platónico de thymos que
representa la espiritualidad en relación con un sentido innato de la justicia y
constituye el depósito de las virtudes nobles como la generosidad, la
moralidad, el idealismo, el valor, el sacrificio y la honorabilidad propias del pensamiento noble. Este sentido
de lo noble versus lo vil estará presente
en la concepción nietzscheana del superhombre,
puente tendido entre el hombre actual, que es resultado de una animalidad
primitiva y oscura, y el hombre del futuro que lo es de una superación, de una
transvaloración de los valores morales vigentes en nuestro tiempo. La
conciencia vil sostiene al Estado desde el punto de vista material aunque en
realidad vela por lo universal de la sustancia ética. De este conflicto resulta
el espíritu enajenado de sí mismo que es la Cultura. Es el análisis poshegeliano
de F. Grégoire sobre la Fenomenología del
Espíritu, el que sostiene que esta obra fundamental de la filosofía alemana
analiza la conciencia desdichada en su tránsito a la quietud satisfecha del
saber absoluto. Esta concepción noble, aristocrática de los social, está en la
base del sentido de lo «thymótico» y opera en el hombre de espíritu
aristocratizante que considera que su aportación a la colectividad a la que
pertenece es de la mayor relevancia para el buen funcionamiento de ésta. Se
realiza aquí un sentido de la diferenciación, individuación, del orgullo y de
la mayor autoestima que está diametralmente opuesto al espíritu de nivelación
que se manifiesta en la homogeneización de lo colectivo, raíz del sentimiento
de pertenencia grupal dentro de un territorio y génesis de la nación como
«comunidad de cunas y tumbas» al
compartirse una serie de ideas, sentimientos, creencias y pensamientos dentro
de un imaginario colectivo que comparte una misma visión del mundo.
Vinculado a la necesidad de control que siente el
ser humano al enfrentarse con el caos
primordial, se han gestado a lo largo de la historia concepciones regulativas
que han pretendido incorporar la «arquitectura de la ordenación» como una forma
de dotar de sentido a los acontecimientos inexplicables del mundo y que redunda
en un sentimiento de control que, en muchos casos, no deja de ser una mera
ilusión. En realidad lo enunciado constituye la historia de la Humanidad ya que
ello está en la génesis de las mistificaciones propias del pensamiento
mitomaniaco, de gran parte del científico y del arte. El primero origina las
manifestaciones religiosas tales como el cristianismo. Dado un acontecimiento
inexplicable: el Mundo, lo natural, que es desconocido, la necesidad de control
lleva a la interpretación religiosa a través de la serie de dogmas implantados.
Esto conduce a una ilusión de control. En este mundo desconocido existen una
serie de fuerzas que producen cataclismos. El hombre, miembro de una
colectividad más o menos amplia como organización social realiza una
interpretación, una exégesis del mundo; con ello se tiene una sensación de
control sobre esas fuerzas oscuras cuyo origen se desconoce.
Por otra
parte —y del mismo modo de acuerdo con la totalidad de su pensamiento—, la
filosofía fichteana parte de un concepto de conciencia asociada a la
fundamentación experiencial de la totalidad. Es el Yo de Fichte, identidad autopoiética
que presupone un holismo ontológico y filosófico demarcado del «No-Yo» que es
lo «Otro», lo que no es meramente la identidad del sujeto.
La línea filosófica que va desde Platón, pasa por
Hegel y Fichte y llega hasta los neoplatónicos y neohegelianos, está en la base
de la interpretación platonista o idealista de la realidad. Ya conocemos el
peso extraordinario que esta concepción tiene con respecto a la fundamentación
de lo real; lo que indica el predicamento cultural que, derivado de
concepciones ontológicas, penetra en los modus
operandi del quehacer actual de las
ciencias físicas, más cercanas a la concepción moderna del mundo en cuanto
representan la arquitectura y el esqueleto de la téchne que sustenta la civilización occidental. De este modo,
resulta palmaria la pervivencia de concepciones filosófico-culturales que
tienen su origen en el pensamiento griego aunque éste estuviese revestido de
una racionalidad inmanente al propio intento de interpretación de la realidad
desvinculada de las explicaciones mágicas propias de viejo mundo previo y
periclitado. En este sentido, el peso de la cultura como conformación de estructuras
sociales emanadas de lo filosófico y de la pervivencia del teísmo no hace sino
abundar en el surco del tiempo civilizatorio roturado gracias a un «eterno
retorno» que transita una y otra vez volviendo en cada tiempo para hablarnos de
los misterios articulados en forma de preguntas eternas que el Hombre se hace a
sí mismo. Tempus est quaedam pars
aeternitatis[19].
En la línea de las metafísicas de corte
voluntaristas, tal y como aparecen en Maine de Biran —para el que la conciencia
es una «emergencia» (fulguración)
como producto de una resistencia que presenta el objeto, es decir como
obstáculo del objeto sobre el sujeto— y de Wundt, se ha producido una identidad
entre pensamiento y voluntad; mientras las metafísicas orientadas al empirismo
—cuyo correlato en el desarrollo de la ciencia es difícilmente ponderable— han
colocado la conciencia en un plano de limitación intelectiva-gnoseológica.
La categorización kantiana ya había distinguido
entre una concepción psicologista
(empirista) y una concepción gnoseológica (trascendental) del
pensamiento/conocimiento. El primero está inscrito en el mundo de los
fenómenos. La unificación del pensamiento es posible a través de un proceso
sintético-intuitivo de las nociones de espacio-tiempo mediatizadas por las categorías
del entendimiento puro. El segundo supone un a priori totalizador amparado en elementos estructurales de índole
sustancial, entre el pensamiento- conciencia empírica y su posibilidad de
identidad, que hace posible el conocer. Para Kant, este elemento de identidad
del sujeto tiene un sustrato trascendental más que empírico. Una conciencia
pura no es más que un elemento formal que se aplica a una realidad objetual que
le otorga la posibilidad de su realización o manifestación por medio de los
materiales presentes en la realidad; materiales de orden sensible extraídos del
mundo fenoménico. Brouwer es, como se sabe, un representante tardío de la
filosofía de Kant en relación a toda su teoría del tiempo (aritmética) y el
espacio (geometría). En algunos puntos, propios del avance filosófico de los
decenios posteriores a kant, Brouwer se separa de éste; pero en aspectos
esenciales, es ininteligible la concepción intuicionista sin los a priori kantianos. La llamada
«interpretación idealista-objetiva» del kantismo, de la Escuela de Marburgo, asimiló la conciencia a un sistema objetivo de
categorías; mientras la «interpretación realista» es un acercamiento al pensamiento efectivo del mundo anglosajón,
al considerarla como un evento de percepción (percipient event).
También para la concepción sartreana el pensamiento
cobra un carácter intencional por mediación del concepto de direccionalidad. La
fenomenología sartreana —al igual que la de Husserl— considera la conciencia como
situacional al suponer el objeto presente del pensamiento indistinguible del
propio pensamiento. Es en las Investigaciones
Lógicas de Husserl donde la conciencia es interpretada como «yo empírico»
dotado de reciedumbre fenomenológica; como «autoconocimiento» o visión interior de los estados
psíquicos del sujeto o como «denominación conjunta» de todo tipo de estados o
actos psíquicos o «vivencias intencionales». El «yo puro» es asimilado
a la conciencia, rebajado a las coordenadas histórico-temporales, propias de
acontecer de los fenómenos y enmarcadas dentro del tiempo social y cultural; es
decir, dentro de la línea evolutiva de la historicidad como ascendencia o
proyección sostenida gracias a un impulso hacia delante determinado por la
dirección del tiempo. Lo que le interesa al filósofo y psicólogo Husserl es la
descripción de los hechos de conciencia. Su estructura es una estructura
sintética que produce la unificación noética
y noemática a los diversos actos
cognoscitivos. Por medio del análisis y la investigación del acontecer de la
síntesis es posible el cogito
reflejado en la proyección intencional, entendida como algo que se vive, y, por
tanto, la «conciencia de»[20].
Los presupuestos nocionales de los que parte el filósofo alemán son: la
conciencia: i) «como conjunto de componentes del yo empírico». ii)«como percepción interna de
las vivencias psíquicas». iii) «como nombre colectivo de
todo tipo de «actos psíquicos» o de vivencias
intencionales»[21] . Husserl niega la existencia
de un «yo trascendente» fuera del pensamiento que unificaría, desde el
exterior, los diversos estados de éste. La «reducción fenomenológica» —la epojé:
poner el mundo entre paréntesis— husserliana del yo no supone una entelequia por encima de las vivencias del sujeto.
Es una síntesis que aglutina, dotándolas de coherencia, las diversas
manifestaciones en el proceso discursivo del conocer. Esto supone una visión
dinámica al concatenarse este conocer con el mundo en una sucesión
sintético-relacional donde la conciencia
es siempre conciencia de algo; para pasar a desvanecerse cuando ésta se vuelve
sobre sí misma. Es posible contrastar esta última idea con la del psicólogo
Jiddu Krishnamurti del estado de atención de la conciencia-pensamiento que acaba
produciendo la quietud completa de la conciencia (ataraxia) o el vacío del pensamiento, y con ello, el fin del yo como pensador o memoria; ya que según
Krishnamurti el yo es la conciencia que es tiempo.
El contenido de la conciencias es la
conciencia, en la meditación del «pensador» de Madanapalle. Para este
extraordinario y atípico filósofo-psicólogo, la percepción —mediante la
atención— de la mente-conciencia sobre sí misma, permite la comprensión del
hecho de que el condicionamiento constituye la formación de dicha conciencia.
Para él, el yo es un fragmento que ha
asumido la autoridad rectora sobre el resto del pensamiento. Sin embargo, ese yo, ego o pensador —que es el resultado
del tiempo— no está «fuera» del pensamiento sino que es
parte integrante de éste. Es, por decirlo así, el residuo acumulado de la
memoria, que es tiempo. De esta forma, el dualismo inherente propio de la
fragmentación de la conciencia, dividida entre pensador y pensamiento, supone
un elemento de conflicto inmanente a ésta; hasta el punto de identificarla con
el conflicto: «Mi punto de vista es que mientras no hay
conflicto, no hay “yo”. Nosotros pues, decimos que el conflicto es la medida
del “yo”[22]».
La percepción, por medio de la meditación —que es un
estado de alta atención—, de estos hechos, hace posible la metanoia, esto es, el cambio total y radical de la conciencia. Recordemos, además, el papel tan
importante que este autor le asigna a la matemática como dotada del mayor
orden: «En este sentido el orden tiene las mismas pautas que en matemática; en
la más alta matemática existe el más alto orden, el orden supremo[23]».
El sucesor de Husserl en la cátedra de filosofía de
Friburgo, Martin Heidegger, concebía la conciencia como vocación: «la vocación con que caracterizamos la conciencia es la
invocación del “uno mismo” en su “mismo”; en cuanto a tal invocación, es la
avocación del “mismo” a su “poder ser sí mismo” y con ello un prevocar al “ser
ahí” a sus posibilidades[24]».
Tanto para Bergson como para Dilthey, el yo puro de
Husserl, constituido de tiempo e historia, tiene su correlato en la noción
diltheyana de la conciencia como historia y totalidad. Al igual que —en
Bergson— la idea de pureza en cuanto a la cualidad, la memoria y a la duración.
En el sentido de la memoria, ésta queda identificada en el filósofo francés, a
la conciencia como característica primera. La memoria permite la previsión, y
por lo tanto, la posibilidad de elección por parte del sujeto. Lo que supone un
elemento de indeterminación de los aconteceres de la realidad, que subsume e
incorpora la noción de libertad. De aquí el dualismo bergsoniano entre materia
—que es necesidad— y conciencia. Para Bergson el Universo está dotado de
conciencia inteligente. El parisino hace una distinción en sus Ensayo sobre los datos inmediatos de la
conciencia entre «conciencia superficial y conciencia atenta» . La primera
está constituida por los estados psíquicos en desarrollo o despliegue como un
proceso o discurso interior. El pensamiento discurre, se mueve, una idea o
estado sucede a otro. La segunda, indeterminista, no es reducible a un análisis
de tipo científico.
La
derivación conceptual, de «mala conciencia» es, según el
filósofo-psicólogo y filólogo alemán F. Nietzsche y en relación con su teoría sobre el
cristianismo, un estado de la psiquis propiciado por una modificación de la
dirección del resentimiento que el sacerdote efectúa cuando procede a
interiorizar el sufrimiento; pero que sigue manteniendo las características
asociadas al poder clerical, tales como venganza, odio y resentimiento. Toda la
teoría nietzscheana está transida por un sentimiento de que la conciencia es
una forma del mal —en el sentido de enfermedad—, y que el mundo adopta variadas
representaciones, de las cuales la conciencia es una de ellas: «La conciencia representa la
evolución última y tardía del sistema orgánico, y por tanto, lo menos sólido de
tal sistema. Innumerables errores tienen su origen en la conciencia, errores
que hacen perecer a un hombre o a un animal antes de tiempo, a pesar del Destino, como dice Homero.[25]».
Para Nietzsche, en definitiva, la conciencia es
engañosa en la medida en que el objeto es modificado por aquella. Sobre todo la
conciencia científica, máxima en la figura del sabio, es para Nietzsche, el
tipo superior de conciencia degradada bajo el peso de una supuesta sabiduría
que no lo es tal. El científico es, por lo tanto, una especie intermedia de
hombre que cree conocer los secretos del Cosmos y que no hace más que jugar un
juego fútil. La visión absolutista de este filósofo con respecto a la realidad,
encaja mal con la parsimonia de los científicos cuya labor de investigación se
encuentra, consustancialmente, siempre en un estadio concreto de conocimiento y
que, por lo tanto, se sabe precario y limitado.
Schopenhauer, mentor intelectual de Nietzsche,
consideraba que: «nadie puede salir de su individualidad». Según él, es indudable
que: «[...] la cualidad de la conciencia será lo
próximamente esencial, y, en la mayoría de los casos, todo dependerá de ésta mucho
más que las imágenes que en ella se representan.[26]» .El filósofo del pesimismo
disocia, por lo tanto, el contenido del continente
Para la más reciente Teoría evolutiva del
conocimiento[27]: «[...] lo espiritual (conciencia)
es, en la evolución, una propiedad
sistémica nueva, una función cerebral específica. La aparición, la emergencia, de los fenómenos de la
conciencia (humana) sólo puede ser explicada, según nuestra tesis, sobre la
base de los «circuitos» complejos del cerebro, del
sistema nervioso central, teniendo en cuenta que esos circuitos van parejos, en
la evolución, a una diferenciación y a una complicación crecientes del sistema
nervioso central[28]». Lo que se corresponde con
un materialismo emergentista o con un identismo evolutivo. Resulta al menos llamativo que Clifford, entre otros, considerara
a fines del siglo XIX que la conciencia era un epifenómeno de los procesos
fisiológicos.
La Teoría evolutiva del conocimiento se ha ocupado
también de los aspectos de evolución en intercambio con el conocimiento
científico. Ha estudiado la evolución del método científico y la gnoseología
evolutiva, al igual que aspectos de la Lógica, Teoría de los juegos, junto con
las raíces biológicas de la razón. Ha considerado la teoría kantiana de lo
apriorístico bajo el punto de vista de la biología actual. De ser ciertos los
presupuestos científicos de esta teoría, se podría explicar, a partir de ella,
los aspectos de emergencia del conocimiento como adecuatio al mundo natural, del que toma sus elementos primarios.
La conceptualización del carácter psicológico del pensamiento ha ahondado
en su intento de comprensión, otorgando a aquel una propiedad de ser facultad
junto a otras facultades. De este modo, el pensamiento es entendido como
actividad de la psiquis con un
marcado carácter de conocimiento mediado por las operaciones intelectivas,
volitivas y de percepción. Para el punto de vista de la psicología, y también
para el pensamiento positivista, la conciencia adquiere un sentido psicológico
sustancialmente sujeto a caracterizaciones dicotómicas tales como
actual-sustancial, dependiente-independiente, activo-pasivo. Algunos autores,
como Piaget, han estudiado en sus obras los procesos mentales de tipo
matemático y lógico, tanto desde un punto de vista evolucionista como cognitivo
a partir de la estratificación polietápica de las fases por las que pasa el
desarrollo cognitivo del niño, del adolescente y en fin, del sujeto o actor
social[29].
También la psicología diferencial se ha ocupado de ello desde un punto de vista
comparativo al analizar la distribución y graduación de los componentes
diferenciadores de las inteligencias individuales[30].
En las investigaciones de los psicólogos estructuralistas, la conciencia es
sometida a un análisis fenomenológico
a través de los conceptos de: i) «campo de la conciencia» cuyos componentes serían:
el «tema», constituido por la
atención como propiedad de la
conciencia, y que, en el pensamiento de estos autores, formaría el «núcleo noemático» del que habla Husserl. ii)
El «campo temático» —el conjunto de
referentes, entidades dotadas de sentido formal, lógico, estructural o empírico
dentro de un corpus teoremático— que
hace referencia tanto al tema de la conciencia, como a lo que está en el campo
de referencia «conciencial» del sujeto; siendo para éste, un constructo del sentido de la realidad;
sentido articulado y conformado como base de la conciencia/intelección. iii) El
«margen», especie de intersección entre elementos del propio tema y elementos
que no estarían directamente relacionados con éste[31].
Para Brentano el pensamiento supone intencionalidad.
No es receptáculo ni contenido sino meramente acción proyectiva. Según este
psicólogo y filósofo, los fenómenos o aconteceres psíquicos son descritos, de
modo plausible, a través de la intencionalidad; que permite un estudio
científico de la conciencia por medio del método descriptivo, de corte
psicológico y natural, al tiempo que filosófico y trascendental. El problema de
la finalidad del conocimiento, que ha
sido apuntado por Davis y Hersh[32],
se enmarcaría dentro de esta idea de intencionalidad.
El psicólogo y filósofo K. Jaspers —el otro gran
pensador del existencialismo alemán, junto con Heidegger— aportó el concepto de
grados de conciencia:«la existencia fáctica
individual, la existencia singular individualista consciente, la doctrina
individualista pueden concebirse como grados de la conciencia»[33]. Y el de auto-conciencia: «en la reflexión de la
auto-conciencia individualista se da la tendencia a un proceso de disolución
nihilista de todo lo objetivo, universal y, finalmente, del “sí mismo”». Sosteniendo, además, que: «no se puede designar en
absoluto un grado supremo de la conciencia»[34].
Los empiristas radicales producen una subordinación del
pensamiento a la naturaleza, que se despliega en las manifestaciones de la
realidad primera del hombre. Mientras que, para los filósofos del neutralismo,
inmanentismo, fenomenismo y empirismo
—tales como Mach y Schuppe— no hay separación tácita entre realidad y
conciencia. Fundamentalmente, su visión arranca de un ontologismo neutral, al
suponer que ambos aspectos son formas de un mismo modo de manifestación del
ser.
A causa de las características de nuestra
civilización se ha primado el control del comportamiento como necesario para la
direccionalidad de la acción. Bajo determinadas condiciones sociales como son
las revoluciones o rebeliones de masas, el individuo director o líder aparece
como dotado de una autoridad carismática (Max Weber) que le confiere saber
sobre las directrices que han de guiar la acción y sobre la finalidad hacia la
cual se dirige esta acción —teleologismo político—. Bajo estas condiciones de
caos social, donde impera lo azaroso y lo caótico, el individuo carismático
tiende a dotarse de un plus de capacidad para el control de los sucesos[35].
Aunque los resultados puedan ser negativos, tal tendencia persiste a lo largo
del tiempo como una forma de valuación sobre la autoestima del actor central
del proceso. Los procesos de desarrollo interno del sujeto se vinculan a lo
social a través del logro, sancionado positivamente por la comunidad. El éxito
logrado se convierte así en un elemento de refuerzo de la acción que valida en
el banco de pruebas de la historia como éxito social. De esta forma se ponen en
conexión los elementos de conciencia interiores al sujeto y los resultados de
la praxis en el marco de lo
histórico-social.
La
importancia y repercusiones sociales de la investigación sobre el pensamiento ha
sido fundamental en el siglo pasado y en el actual con la teoría psicoanalítica
de Sigmund Freud, que ha puesto el acento en los aspectos inconscientes de la
mente. Al igual que con la superación crítica —por parte de la filosofía
analítica y del estructuralismo— de la noción moderna de sujeto.
Desde un punto de vista psicológico, las
interconexiones entre lenguaje y pensamiento son consideradas de índole
sustancial como fenómenos absolutamente relacionados. Los trabajos, v.g., del neurólogo Bridgeman así lo
indican. La interpretación fuerte de estas conexiones ha tenido en la llamada
Filosofía del lenguaje su mayor exponente filosófico-teórico. El Positivismo
lógico del Círculo de Viena otorgó la mayor relevancia a los componentes y
aspectos estructuradores de la realidad a partir de la construcción lingüística
y a la explicación de aquella a raíz de dicha construcción. Desde un punto de
vista sígnico, cualquier conjunto de signos-símbolos puede ser considerado como
una creación característicamente social[36];
y en este sentido, la sociedad sería el origen de la conciencia y de las funciones psicológicas
superiores al ser los aspectos categoriales signo-símbolo
unas categorías constructivas no desligables de la praxis propiamente humana. Autores como Vigotsky, entre otros, se
han ocupado de la construcción social de la mente/pensamiento como resultado
del sistema de signos utilizado, característicos de la actividad humana y de la
acción social. En este punto, la conciencia tendría como cometido «dar sentido a tantos datos
como sea posible al nivel más útil funcionalmente», según la aportación de A.
J. Marcel. Otro psicólogo, A. Gurwitsch, define el campo de la conciencia como «la totalidad de los datos
compresentes»; estos datos, así lo entendemos, pueden ser,
tanto datos sensoriales, de conciencia «inmediata», aportados por el mundo
natural-objetual, como datos simbólicos-abstractos derivados de la estructura
relacional de los sistemas sociales.
El peligro estriba —dentro de una interpretación
meramente sociologista— en la posibilidad de hipostasiar la sociedad, absolutizándola de tal forma que podamos perder de
vista aspectos fundamentales para la intelección de las relaciones de tipo
sinérgico que pudieran producirse; y por tanto, obviar constituyentes tan importantes
como pueden ser la contrucción genético-orgánica del cerebro humano. En este
apartado, resulta necesaria la aportación de la psicología y neurología para
completar el puzzle a fin de una
comprensión totalizadora del campo de la realidad.
La cuestión derivada en relación al problema
conciencia-mundo, el problema de la indeterminación o libertad versus determinismo, adquiere tintes
dramáticos en lo que concierne a la controversia, históricamente latente, sobre
la libertad humana. Para la Psicología cognitiva, lo absolutamente real sería
los desarrollos o procesos de computación internos que se desenvuelven en
territorios no accesibles, siendo la conciencia una resultante especular a posteriori que no repercute en los
acontecimientos. Para los teóricos de la Inteligencia Artificial Fuerte (IAF)
—en su reduccionismo funcionalista y/o formalista—, la simple activación de
algoritmos produciría la conciencia. Frente a esto, Penrose argumenta que debe
haber un ingrediente esencialmente no-algorítmico en la actuación de esa
mente/conciencia. Supone que éstas realizan un papel activo discernible
operacionalmente, ya que la conciencia es necesaria para el manejo de
situaciones donde se realizan y ejercitan nuevos juicios que suponen nuevas reglas no establecidas
con anterioridad. Como vemos, se otorga una importancia fundamental a la
conciencia como formadora de juicios que
manifiestan, de forma incontrovertible, la actividad de esta conciencia. La
impronta de ésta queda caracterizada por la capacidad de distinguir o «intuir», en circunstancias
apropiadas, la verdad de la falsedad. Esta capacidad es necesaria para extraer
aspectos sustanciales del amasijo de datos informacionales, que llegan, a
través de los órganos sensoriales, al cerebro. La actividad juzgadora supone, según este autor, la reunión de
hechos, impresiones sensoriales, experiencias recordadas relevantes, el sopesar
de las acciones y cosas, y la formación de juicios «inspirados». Frente a la opinión
general de los psicólogos, Penrose sostiene —quizás influenciado por su
formación como físico y matemático—, que es muy probable que los fenómenos
estudiados por la física cuántica,
los llamados fenómenos cuánticos, sean importantes en el modo operativo de
funcionamiento del cerebro. La indeterminación consustancial al comportamiento
de la realidad a estos niveles mecánico-cuánticos —formulados en el famoso
Teorema de indeterminación de Heisenberg—, supone una concepción de la
conciencia como capaz de influir en los juicios de verdad de forma no-algorítmica.
Esta visión queda reforzada en su consideración del Teorema de Gödel, al quebrar éste el programa formalista
de Hilbert y su intento de formalización pura de las teorías matemáticas que
extrapola, aplicándolo, a su visión no-algorítmica de los procesos de
conciencia, y por lo tanto, permitiendo un espacio de probabilidad y de
análisis funcional, característicos también del método de investigación de la
física del quanto.
La noción de proyecto
que supone un elemento creacional en la conciencia. Este elemento
proyectivo-creacional, a su vez, hace pensar en la existencia de un componente
teleológico consustancial a la inteligencia humana. Incorporando la explicación
sociológica, podemos considerar que el hecho de cómo es vista e interpretada,
por parte de los diversos individuos que componen la sociedad, esa sociedad
—elementos recursivos—, de la que forman parte, este «cómo ver la sociedad» añade elementos
fundamentales en el análisis de la acción social en su relación con el
pensamiento. Así, conciencia, conciencia social, y sociedad, vinculados al
conocimiento representan un tríptico dialéctico completamente sometido a un ethos dinámico inmanente a la lógica
interna de lo social. La aportacion de Penrose es significativa para entender
determinados aspectos de la creación científica y matemática. Los
intuicionistas, con Brouwer a la cabeza, habían hecho hincapié en los aspectos
no formalistas de la intuición primordial (el tiempo) de la matemática,
intuición venida a la palestra gracias al concurso del componente temporal de la conciencia humana. Este
aspecto es por definición no-algorítmico, es decir, es inmanente a la
construcción genético-óntica de la mente. El que se dé algún tipo de algoritmo
conformativo de orden biológico en la construcción de los cerebros es
precisamente lo que discute Penrose. Su planteamiento casa bien con las
incertezas de las teorías logicista y formalista al quedar la primera apartada
de una fundamentación rigurosa merced a la propia indeterminación de la lógica
como ciencia «primera» en un sentido fundacional,
no recursivista, es decir, necesitada a su vez de una explicación metalógica de
su esencia; y al estar, la segunda, herida de muerte gracias a los trabajos de
Gödel. Hoy sabemos que la idea primaria de Hilbert acerca de la resolubilidad
de todo problema matemático que pueda ser planteado es falsa al haberse
demostrado la existencia de problemas no resolubles dentro de una determinada
teoría. Por lo tanto sí existe el ignorabimus en matemática en contra de
la primitiva concepción hilbertiana expuesta en el programa de Gotinga del Mathematisches Institut der Universität Göttingen.
Por otra parte, quizás en ningún otro lugar, y en
ningún otro modo de pensamiento, hubiese surgido el intento de Russell y
Whitehead por reducir la matemática a la lógica. La desautorización de la
metafísica como organon de
conocimiento dejó paso a una reducción de la estructura compleja y rica de la
matemática tradicional a través de la síntesis axiomática y lógica desarrollada
en los Principia. El Logicismo, por lo tanto, se engendró
bajo condiciones de maduración intelectual y de conocimiento que tenían
presencia en la Inglaterra de principios del siglo XX
Esta cuestión de la indeterminación abierta del conocimiento, es decir, de lo que es
posible conocer, incorpora la noción de creatividad que supone el de «sorpresa». No podemos conjeturar
cuándo una determinada manifestación conceptual-intelectual se presenta como «salto» de la conciencia desde un
tipo de orden concreto. La característica primordial de ésta es justamente su
imprevisibilidad y la imposibilidad de ser catalizada por medios formales,
lógicos-secuenciales o recursivos.
La problemática conocimiento-pensamiento en relación
a la dominación, está en el núcleo temático
de las preocupaciones de muchos intelectuales conectado a las asociaciones,
analogías, derivaciones y consecuencias del fenómeno sobre el que hemos
reflexionado. Podemos sintetizar los flujos relacionales entre estos
componentes que determinan lo interior de sujeto asimilado a lo exterior, a lo
social y al Otro como objeto/sujeto
enfrentado al yo del sujeto primario. A su vez ese Otro es también un sujeto primario que se pone en relación con los
otros significativos y con la totalidad de la ordenación social a través de
redes más o menos expansivas y de mayor o menos alcance constituyéndose así el
tejido de lo social como un universal referente al núcleo de cada actor social.
Esto supone que dos de los conceptos paradigmáticos
de relevancia histórica para el pensamiento, como son conciencia y realidad,
han ocupado las mentes de los pensadores desde tiempo inmemorial. La reducción
del concepto realidad al de sociedad representa un acotamiento y
delimitación del antiquísimo problema ontológico, metafísico y epistemológico
que, heredado del pasado, ha sido tamizado por el filtro de la teoría
sociológica y, por lo tanto, sometido a los parámetros valorativos y
científicos del método y reglas propios de la investigación histórico-social.
El tema, como indiqué en el inicio del ensayo, es de
fundamental interés. Lo que procede es aunar los conocimientos derivados de las
diversas disciplinas: ciencia, matemática, filosofía, psicología, neurología,
sociología y demás ciencias adyacentes; sin olvidar las aportaciones posibles
de la cosmología y cosmobiología sobre el lugar de la mente-conciencia y de la
sociedad en la gran orquesta cósmica; hasta producir una gran síntesis,
destilada de las especulaciones y trabajos científicos punteros y de la
tradición heredada.
Todo conocimiento está siempre sujeto a un plano de
limitación temporal. Está en un estadio o momento del devenir procesual que
supone el conocer. Siempre es posible agregar nuevos conocimientos o
reestructurar la Weltanschauung que
permita una nueva cosmovisión, tanto
del mundo, como de los paradigmas científicos que sostienen y estructuran los
presupuestos epistemológicos de la ciencia, sus métodos y finalidad. Este ha
sido, según la tesis de T. Kuhn, el proceso que ha permitido las grandes
metamorfosis científicas; o lo que es lo mismo, el paso de la «ciencia normal»
a la «ciencia revolucionaria».
El conocimiento concebido como plausible; más
extenso y al mismo tiempo también más concreto del conocimiento/conciencia, hará
posible comprender mejor sus interacciones con ese mundo más artificial,
construido por el individuo, al que llamamos sociedad; y, por lo tanto, entender más fielmente las profundas
interconexiones entre el hombre y su obra. No es posible, en la actualidad,
formular un aserto categórico a favor del innatismo; o por el contrario, de lo adquirido; ya que la entidad compleja a la que llamamos ser humano, y que aparece dotada de un aparato
raciomorfo determinado genéticamente, no es una entidad dada de una vez por
todas, sino que se «hace» en el proceso de
socialización del que hablaron Luckmann y Berger en íntima conexión con su
presupuesto biológico, determinado en los millones de años de evolución
filogenética y en la ontogénesis que propicia la ontogenia de los
comportamientos. El hombre es a un tiempo naturaleza y cultura. Pero es este
último componente, el que efectúa el acto supremo de constituir a la entidad
biológica homo en homo sapiens sapiens. Podemos decir que,
desde un punto de vista amplio y generoso, entre el hombre y su obra en forma
de sociedad, se produce un feedback de
extraordinaria importancia para la vida. El organismo humano posibilita los
logros y realizaciones culturales. Estos logros y realizaciones redundan en la
conformación social del hombre, permitiendo la adecuación de éste en el sistema
social que ha producido su conciencia, al tiempo que su condicionamiento y
limitación. De esta forma, la sociedad moderna es para el individuo su hogar en sentido amplio y su «jaula de
hierro», de la que hablaba el gran
sociólogo Max Weber. El entramado de relaciones que se producen entre los
contenidos de conciencia y los aspectos sociales forman un continuum íntimamente
conectado con categorías eternas del hombre pegadas a su ser, formando una
unidad indisoluble. Contraria contrariis
curantur, nos dice la versión latina del aforismo de Hipócrates. Así, la
comprensión de las duplas conocimiento-conciencia, sociedad-cultura y sus
relaciones puede ser una necesidad inaplazable en orden a entender ese campo
total de lo real-universal del que hemos hablado y su consecuente influencia y
repercusión en los modos de relaciones que podamos tener, tanto con la
naturaleza, como con nosotros mismos.
La dominación se realiza en un proceso de
interacción entre los planos intimistas de la personalidad del sujeto y los
planos sociales propios de las estructuras como subsistemas que mantienen a su
vez un conjunto de vínculos entre ellos caracterizados por la permanencia y el
equilibrio a lo largo del tiempo, con eventuales rupturas o modificaciones que
representan salto evolutivos en el devenir dialéctico de las sociedades. Dentro
de este sistema aparecen un conjunto de paradojas que tornan, en algún sentido,
inestables a los sistemas sociales[37].
Estas paradojas, entre ellas la dupla libertad-dominación es posible
analizarlas en el plano de la lógica organizado un sistema axiomático de tipo
formal donde las proposiciones de partida tengan la suficiente consistencia y
grado de contrastación como para actuar de premisas en una serie de
derivaciones lógicas que pueden ser luego confirmadas o refutadas en el campo
de lo histórico. De este modo, es posible aunar el método empirista e inductivo
propio de las ciencias fácticas con la potencia heurística de los sistema deductivos
cuyo beneficio mayor consiste en poner en relevancia aspectos ocultos de
determinados fenómenos que sin embargo estaban implícitos en los presupuestos
teórico o gnoseológicos que fundamental la posterior praxis social o política. Una de las características que configuran
una ciencia avanzada es la de que ésta se desenvuelve, en su explicación del
mundo, cercana al plano de la abstracción metodológica con la apoyatura de la
matemática y de los sistemas de deducción lógica, sean éstas bivalentes, multivalentes
o borrosas. Esta última lógica ha sido aplicada a teorías de mercado y de
sociología del consumo vinculadas a las mercadotecnias. Paradójicamente en la
actualidad los gestores de la tecnoestructura publicitaria está en mayor
disposición de conocer los impulsos básicos y no básicos que determinan el
comportamiento del actor como consumidor, como homo consumens, sus pautas de comportamiento a varios niveles y sus
estados de pensamiento como intelecciones y como deseos. El conocimiento de
estas pautas comportamentales del ciudadano-consumidor-productor permite el
análisis de los diferentes segmentos sociales en función de una serie de
variables que colocan a cada individuo dentro de un paquete digerible y
manipulable en términos conceptuales y también operativos a la funcionalidad
del modelo económico. A su vez este análisis primero canaliza la serie de
acciones que las empresas llevan a cabo para hacer deseables —y por lo tanto
comprables— sus productos. Es decir, se aplican una serie de conocimientos que
vienen de la sociología, la psicología social, la psicología y la teoría
política —márketing político— que permite la prospectiva de consumo —o
electoral— y la gestión de venta derivada. El sociólogo realiza el intento de
fundamentación de los fenómenos sociales en las coordenadas del espacio y del
tiempo histórico donde el devenir de las sociedades se cumplimenta. Debe
aprender a explicitar un enorme conjunto de variables que mantienen entre sí
complejas interacciones —en muchos casos no demasiado claras— en la procura de
encontrar, en el caso de que existan, explicaciones plausibles de los hechos y
de los componentes causales que los determinan.
NOTAS
[1] Sociólogo. Antropólogo Social y Cultural. Postgrado en Historia de las Ciencias y las
Técnicas. Miembro de la Sociedad
española de Historia de las Ciencias y las Técnicas (SEHCYT). Entre otras
actividades profesionales, ha sido profesor colaborador docente y coordinador
de varias investigaciones en la Universidad de Alicante (España) y profesor de la Consellería de Trabajo y
Asuntos Sociales
(Valencia, España) así
como investigador Perito Sociólogo.
[1] Entendido el término
“universo” en toda su extensión, es decir, considerando también los sistemas
sociales como estructuras ínsitas de ese mismo Universo.
[2] Vide, p.ej., el trabajo de Ignacio Gómez de Liaño, La mentira social: imágenes, mitos y
conducta. Tecnos, Madrid, 1989.
[3] Este teorema puede
encontrarse en la obra de Merton: Teoría
y estructura sociales. FCE. México, 1970.
[4] Y. Jurgin: ¿Qué son las matemáticas? Ediciones de
Cultura Popular. México. D.F. 1985. pág. 124.
[5] Frente al conductismo de,
por ejemplo, John B. Watson que sostenía que
no era posible estudiar la conciencia mediante el método científico.
[6] Capacidad de considerase a
uno mismo como objeto.
[7] Berger, P. y Luckmann, T., La construcción social de la realidad:
Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1993.
[8] Puede verse este ultimo
aspecto en la obra de Bertanlanffy, Teoría
General de los Sistemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
[9] Es interesante señala que
Scheler había estudiado medicina.
[10] Al igual que en M. De
Biran.
[11] En relación a los estudios
sobre estos puntos podemos citar la magnífica obra de T. Parsons y E. A. Shils:
Hacia una teoría general de la acción.
Kapelusz. Buenos Aires, Argentina, 1986.
[12] En este sentido es
revelador el estudio de Ernst Bloch Sujeto-Objeto:
El pensamiento de Hegel. Fondo de Cultura Económica. México, 1982.
[13] En este sentido puede
consultarse el amplio trabajo de B. Williams: Problemas del yo. UNAM, México, 1986
[14] Sobre el pensamiento
autoconsciente y el yo citamos la obra de A.R. Tirado: La identidad personal y el
pensamiento auto-consciente. UNAM, México, 1987.
[15] El término «conciencia» ha tenido múltiples
expresiones lingüísticas en diferentes momentos socio-históricos y en
heterogéneos entornos socio-culturales-geográficos; de las que cabe citar unos
pocos ejemplos: suneidhsuV,
suneidoV,
sunaisqhsiV; en griego. Conscientia; latín. Conscience; francés. Bewusstsein, Gewissen; alemán. Consciousness,
conscience; inglés. Chaitanya (conciencia); Chit (Conciencia. Conciencia
fundacional, el Absoluto); Swarupa Shunyata (conciencia sin
contenido, ausencia del propio estado natural o condición); hindú, &.
[16] Vid. René Descartes, Discurso
del Método y Reglas para la dirección
de la mente. Orbis, Barcelona, 1983.
[17] Hegel: Fenomenología del Espíritu,
cuyo título original era La ciencia de la
experiencia de la conciencia.
FCE, México, varias ediciones.
[18] Es significativo el caso de
Comte y su «estática social» como orden social.
[19] “El tiempo es cierta parte
de la eternidad”. M. Tullius Cicero. De
inventione 1, 26, 39.
[20] Es el Ortega más filósofo quien matiza esto al referirse a la conciencia de una «realidad patente» o de una «realidad latente».
[21] Husserl. E. Investigaciones lógicas. Alianza
Universidad. Madrid, 1983.
[22] Krishnamurti, J. Tradición y revolución. Edhasa.
Barcelona, 1978.
[23] Krishnamurti, J. La raíz del conflicto: el despertar de la
inteligencia. Paidos. Buenos Aires, Argentina, 1976.
[24] Heidegger, M. El ser y el tiempo. FCE, México D.F.
1980, pág. 298.
[25] Nietzsche, F., La Gaya Ciencia. José J. de Olañeta,
Editor. Barcelona, 1979, pág. 27.
[26] Schopenhauer, A., El arte del buen vivir. Edaf. Madrid, 1990, pág. 44.
[27] Lorenz, Wuketits, Rield, Seitelberger, et.al.
[28] Lorenz, K., Wuketits, F.
M., et.al. La evolución del pensamiento.
Argos Vergara. Barcelona, 1984, pág. 22.
[29] Estos puntos han sido
explicitados en varias partes de la obra de Piaget. Citamos aquí en concreto
una de ellas: La psicología de la
inteligencia. Crítica, Barcelona, 1983. Más concretamente: “Las etapas de
la construcción de las operaciones”, pág. 137 y ss. de dicha obra.
[30] Anne Anastasi: Psicología diferencial. Aguilar, Madrid,
1966.
[31] En este último sentido, la
intersección del conocimiento matemático con otros aspectos del trabajo
intelectual es clara desde finales del siglo XIX; sobre todo en lo que atañe a
la lógica, la filosofía de la ciencia, el status
de la matemática en relación a las ciencia fácticas o el de la conexión entre
creación de la mente matemática y cultura de una época, etc.
[32] Davis, P. J. y Hersh, R.: Experiencia matemática. Labor.
Barcelona, 1988.
[33] Jaspers, K. Psicología de las concepciones del mundo.
Gredos. Madrid, 1967. pág. 539.
[34] Jaspers, K., op. cit., pp. 539-540.
[35] Ejemplos típicos de lo que
decimos —entre infinidad de ellos— son Lenin en la Revolución Rusa de 1917 o el
“carisma” con que se le había dotado al general Franco en la Guerra Civil
española de 1936.
[36] «Los símbolos son el
material con que se fabrican las culturas y las sociedades.». Hans Zetterberg: Teoría y verificación en sociología. Ediciones Nueva Visión.
Buenos Aires, 1981, p. 13.
[37] Estos aspectos pueden verse
en el trabajo de Freddy Quezada “El caos como sistema y las paradojas de la
tolerancia”: http://www.uca.rain.ni/ellacuria/buda.htm