RESUMEN El presente ensayo es un intento de penetración en los elementos esenciales del pensamiento nietzscheano con respecto al cristianismo. Nietzsche es el filósofo de la «transvaloración de los valores». Nietzsche es también el crítico más demoledor del cristianismo. El análisis nietzscheano del cristianismo es filosófico pero, fundamentalmente, psicológico, sociológico y cultural. Es una psicosociología del cristianismo que produce su exégesis con respecto a la moral, al sacerdote, al pecado, al «mundo verdadero», a Dios, a los valores metasensibles, a la metafísica platónica, a la teología, a la figura de Cristo, al Evangelio, &. Su heurística parte del amplio conocimiento que tiene Nietzsche de la cultura grecolatina y desemboca en una hermenéutica de la ideología cristiana. Palabras clave: Nietzsche, psicosociología, cristianismo, filosofía, teología, religión, Dios, sacerdote, moral, pecado, nihilismo. |
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ABSTRACT This essay is an attempt of
insight into the essential elements of nietzschean thought in relation to
Christianity. Nietzsche is the philosopher of
the «transvalorisation of values». Nietzsche is also the most demolishing
critic of Christianity. Nietzschean analysis of Christianity is
philosophical, but basically psychological, sociological and cultural. It is
a Christianity’s psychosociology that produces its exegesis in relation to
the moral, to the priest, to the sin, to the «true world», to God, to the
metasensitive values, to the platonic metaphysics, to the theology, to
Christ’s representation, to the Gospel, &. His heuristics arises from the
wide knowledge Nietzsche has about the Greco-Latin culture and concludes in a
Christian ideology’s hermeneutics. Keu words: Nietzsche, psychosociology, Christianity, philosophy, theology,
religion, God, priest, moral, sin, nihilism |
Para cierta parte de la filosofía, el ser consiste
en querer. Toda vida tiende a la voluntad; es más, la misma vida es voluntad
objetivada. En qué consiste el ser ha sido la pregunta fundamental del filósofo
Martin Heidegger; su ontología primera. El ser se dice de muchas maneras. Y una
de esas maneras o modos del ser atañe a su existencia. Existir es la condición
previa del ser. Hay un ser de los entes y un ser del ente como amplia totalidad
de lo real existente; como holos, in toto.
La pregunta por el ser es la pregunta fundamental de la filosofía. Todo es ser
desde el instante en que el mundo es,
existe. El ente y el ser son esenciales para la intelección profunda de la
Realidad. El Mundo como totalidad de lo existente es Realidad. En esa Realidad se contiene el universo entero; no sólo
el mundo de la physis griega sino
también el mundo de la cultura y de la sociedad. El Mundo es la totalidad de lo
existente; de las cosas y de los aconteceres.
Lo ontológico se vincula con la pregunta existencial. El mundo es; está
dado. No sabemos el por qué ni la razón última de que exista algo y no más bien
la nada (Leibniz; Heidegger). El mundo se nos aparece como un sistema de
configuraciones que es posible que contenga lo Uno de Plotino. Pero lo Uno se
manifiesta en la diversidad aparente de la cosas. El Dasein, el único ser a quien le va su ser en su ser es, tanto en
cuanto existencia, un fundamento de lo esencialmente humano que se realiza
evolutivamente en la hominización. El
ser humano es un ser entre seres. Es también un ente que tiene vida como los
otros seres. Pero su vida es vida que se hace; que se construye en la
interacción con los Otros. Ortega, nuestro filósofo, decía: «el hombre no tiene
naturaleza, tiene historia»; y esa historia es
su hacerse en la vida: lo que llamamos sociedad y cultura. El hombre tiene, por
lo tanto, dos dimensiones: la dimensión animal determinada por la filogénesis
Hominidae y la dimensión sociocultural donde el hombre habita. El hombre es
también un ser-para-la-muerte. Tiene
un sentido de la existencia que se presenta ante el horizonte de la muerte como
finitud. El hombre es el ser que se sabe
mortal. Este saber lo coloca en la incertidumbre de lo existente. La
precariedad de la vida, su finalidad sitúa al ser humano en el horizonte de una
finitud lamentable. Su condición de ser-para-la-muerte
es lo que hace que el hombre se haya construido históricamente otro mundo:
el mundo de lo suprasensible opuesto
a lo sensible; el mundo del «más allá»; el mundo del Espíritu y de los dioses.
En el discurrir cultural, al final de
un proceso denso de tipo civilizatorio y religioso, el hombre ha desembocado en
un solo Dios, en el mono-teísmo. Esto es la consecuencia última del devenir
cultural y religioso que ha ido destilando elementos esenciales y esencialistas
en las formas simbólicas[1]
complejas del plexo cultural.
El ser del hombre se define por su precariedad. Precariedad del
individuo cuando es situado en el mundo, en su nacimiento. Pero también precariedad
de toda su existencia ya que el hombre es un ser que no sabe y sabe que no sabe
(Sócrates). De ahí que el hombre quiera el conocimiento, el saber. El saber
—que es sustancialmente sagrado—, sitúa
al hombre en las coordenadas del ser espaciotemporal; en el universo de su no
saber como un saber que se quiere saber a partir del esfuerzo humano por la
intelección. Así, la ciencia, el arte, la filosofía, & son formas de saber.
El saber es, primero, saber a qué atenerse en el mundo, siendo un ser que es en
la medida que subsiste en su existencia precaria. El hombre quiere, por tanto,
un saber para conocer la Realidad. Pero este saber es un saber de lo sensible;
dado a través de los datos sensoriales en la conciencia humana. Es la pregunta
sustancial por el ser que ya aparece en el pensamiento griego. Pero, según nos
muestra la historia de la humanidad, este saber no parece ser suficiente. El
hombre ha creado a lo largo de la historia sistemas de saber que no están
necesariamente vinculados al saber sobre la Realidad. Otra forma de ese saber
ha sido el intento de captar intelectualmente la esencia de lo radicalmente
Otro: es la pregunta por lo divino y por Dios. Platón se hace esta pregunta.
Para él el mundo sensorial es mero reflejo del mundo de las Ideas, que es el
auténtico mundo.
El primer movimiento en el hombre consiste en la animalidad instintual
del ser humano; el segundo, en su ser en lo social que es lo que le confiere la
dimensión de humano. Instinto animal y luego sociedad; sociedad como sistema de
tercer estado alejado del equilibrio. Como correspondencia, en red, con los
otros. La sociedad configura lo que ha de ser querido; ya que el hombre es un
«ser que quiere». El sistema social conjunta también el mundo de la Realidad
con el mundo de lo supraempírico. En
ciertos tiempos de la historicidad humana, ambos mundos han estado íntimamente
unidos. Incluso el mundo de lo suprasensible, de lo divino ha prevalecido. Ha
existido un desprecio absoluto por el mundo auténticamente real, el mundo de la
physis, de la naturaleza y de los
objetos sensibles que ésta contiene.
El ser del ente es, en Schopenhauer[2],
voluntad. En Nietzsche, voluntad de poder. El tiempo —tejido donde la realidad
«está»— es en Heidegger esencial para su intelección del ser[3].
No lo es tanto en Nietzsche salvo para su visión del eterno retorno —que no es
meramente una visión cosmológica del universo—. Es el eterno retorno de lo
mismo. Cada tiempo y cada lugar volverá a ser. Cada acontecimiento volverá a
existir en la misma forma y con idéntica modulación. Todo retornará a ser. Pero
todo ser, en la medida en que existe, es tiempo: «el tiempo es una cierta parte
de la eternidad». El devenir lineal no puede ser eterno retorno (que es
cíclico). Puede existir un devenir como eterno retorno pero es en Gilles
Deleuze donde la dialéctica es precisamente contra lo que se enfrenta Nietzsche
(contra Hegel fundamentalmente). La dialéctica es, en Hegel, lineal; consiste
en una serie de estados o etapas que se superan (superar: aufheben) en un proceso que si bien es cíclico está insertado en
una línea tendencial de tipo lineal. Estos «estados» son la tesis, antítesis y
síntesis. Son estados de reabsorción de los contrarios. Según Hegel, ésa es la
forma en que deviene la realidad. Es decir, la forma consustancial del ser de
lo real.
Para Deleuze[4] el
cristianismo es una ideología dialéctica. La filosofía alemana (de Hegel,
Ficthe, Schelling, fundamentalmente) es sustancialmente idéntica a la filosofía
cristiana. No hay que olvidar que Hegel y Schelling —junto con Hölderlin— estudian teología en el
Seminario de Tubinga (Tübinger Stift). En gran parte, muchos de los
filósofos alemanes provienen de la teología; este es el caso también de
Heidegger.
Después del transcurrir de la dialéctica y de la filosofía de la razón
alemana (Kant), el filósofo que mejor ha interpretado el sentido psicológico y
sociológico del cristianismo ha sido el filólogo y filósofo alemán Friedrich
Nietzsche (1844-1900). Para Nietzsche Platón es el creador de la Metafísica. De
aquí la profunda relación entre el sistema ideológico de pensamiento del
cristianismo y la teoría de las Ideas platónica. Nietzsche, pretende con su
filosofía, una filosofía del ser como vida, como «voluntad de poder», que
supere a la filosofía presocrática de Parménides y su ser como sustancia
unificadora del fluir y del devenir de todas las cosas heraclitiano. En este
sentido, Nietzsche es seguidor de la filosofía de Heráclito. Su filosofía es un
puente tendido sobre el platonismo
que enlaza con la concepción filosófica de Heráclito. Lo que pretende Nietzsche
es la superación de toda la Metafísica occidental desde Platón a Hegel, incluso
hasta Kant, como último coletazo de la filosofía idealista alemana.
Hegel quiere hacer sobrevivir la tradición histórica de la Metafísica
occidental; Nietzsche quiere su destrucción porque se da cuenta de que, en
última instancia, la filosofía cristiana es una consecuencia tardía de la
filosofía que se inicia con Platón superando a las filosofías de la naturaleza de
los presocráticos. Lo esencial en Nietzsche es que «el mundo verdadero» creado
por la filosofía de Platón, el mundo de las Ideas, es una inversión del mundo
aparente (que es el mundo de la Realidad). El «mundo verdadero» ha suplantado a
la Realidad que aparece en Platón como mero epifenómeno del mundo
auténticamente real: el mundo suprasensible. Este mundo ha suplantado al auténtico mundo; el mundo de la Realidad sensible o
fenoménica. Platón es el suplantador:
invierte lo real. Ahora el «mundo verdadero» es el mundo metafísico. El mundo
real es mera copia de los «arquetipos» platónicos. Nietzsche va en contra de
gran parte de la tradición religiosa y filosófica de Occidente con su
«transvaloración de todos los valores» que hace real la nueva intelección del
mundo auténtico y supera la fábula del otro mundo. En los escritos hallados
tras la muerte de Nietzsche; en el llamado su legado póstumo, recogido por
Alfred Baeumler, se encuentra el dictum
de Nietzsche «Mi filosofía es un platonismo al revés»[5].
Ello supone un ataque a la metafísica platónica y su superación, a través de la
filosofía heraclitiana, retomada e influyente en el pensamiento de Nietzsche.
La filosofía había comenzado en el pensamiento griego con una pregunta
que traspasa toda la filosofía occidental y que recoge en especial Leibniz y
Heidegger: ¿qué es el ente como totalidad, lo que es en cuanto es? En el
pensamiento del mundo filosófico griego, el mundo en cuanto es la totalidad de
los entes (el ente summun) es
designado por la palabra φύσις (physis)
que es la naturaleza; el mundo físico; pero también la Realidad en cuanto real[6].
Para Platón, a esta pregunta fundadora de la filosofía griega, responde: el
ente es la Idea; que es trascendente a la mundanidad, al mundo de lo físico.
Ese más-allá-de-lo-físico (τά φυσιƒά) es lo metafísico.
El «mundo verdadero» de Platón es Dios, según Nietzsche. Es el
fundamento de la idealidad platónica: es, esencialmente; la Idea como Bien
platónica; es decir τό Jειον, lo divino. La
concepción cristiana del mundo con su Dios-salvador no es más que el último
estadio de la metafísica platónico aristotélica concebida de forma primera por
Platón el maestro de Aristóteles. La «muerte de Dios» nietzscheana inaugura el
fin de la metafísica griega y con ello el surgimiento del nihilismo (de nihil: nada). Dios es el fundamento del
«mundo verdadero» (el suprasensible). Con la muerte de Dios se desmorona la meta-física platónica. Este es un
proceso que culmina con la filosofía de Nietzsche y su obra fundamental Así habló Zaratustra (1883-1884). La
muerte de Dios supone la extinción del «mundo verdadero». Éste se convierte en
una «fábula» ya que Dios surgió en el marco de la metafísica de las Ideas de
Platón. Es en La Gaya Ciencia (1882)
donde Nietzsche emplea la expresión «Dios ha muerto»[7].
El nihilismo de Nietzsche supone el fin de la metafísica y de su «mundo
verdadero». Aunque también Nietzsche empleará el término «nihilismo» para
referirse a la ideología religiosa del cristianismo y a su introyección en la
estructura cultural, social y política de Occidente. En el aforismo 108 de La gaya ciencia nos dice Nietzsche: «
[…] Dios ha muerto, pero los hombres son de tal condición, que habrá tal vez
durante milenios de años cavernas donde se presente su sombra».[8]
El cristianismo se injerta en la Historia; en la «plenitud de los
tiempos» (alcanzado hace dos mil años) como un movimiento de tipo religioso que
penetra en las estructuras del Imperio Romano, asentándose definitivamente como
religión oficial del estado en el año 380 d. C., con Teodosio. El cristianismo
incorpora una nueva visión del mundo que debe a la filosofía platónica, al
gnosticismo, al pitagorismo, al judaísmo, a las religiones mistéricas y al
orfismo algunos de los elementos consustanciales de su sistema de creencias.
Pero el cristianismo es y supone la inversión de los valores.
Representa esa «transvaloración» de la que nos habla Nietzsche. Alcanza, con
ello una nueva y más rotunda amenaza contra la vida, contra los valores de la
vida:
« […] El cristianismo había hecho cernerse sobre la
vida una amenaza ilimitada y nueva, y al hacerlo había creado certezas,
alegrías y deleites nuevos y nuevas evaluaciones de las cosas. Nuestro siglo
niega la existencia de esa amenaza con tranquilidad de conciencia; y sin embargo,
arrastra todavía tras de sí los viejos hábitos de la certeza cristiana, del
goce, del recreo, y de la evaluación cristiana. ¡Y esto lo hace hasta en sus
más nobles artes y filosofías! ¡Cuán débil y gastado, cuán cojo y torpe, cuán
arbitrariamente fanático y, sobre todo, cuán incierto tiene que parecer todo
eso, ahora que falta el terrible contraste de su certeza, el omnipresente temor
del cristiano por la salvación eterna!»[9]
El análisis que efectúa Nietzsche del cristianismo es un análisis que
podríamos calificar de psicosociológico
ya que penetra en elementos esenciales de la estructura psicológica de la
creencia. Así, por una parte, Nietzsche analiza aspectos históricos del
cristianismo pero siempre supeditados a su visión psicológica y sociológica ínsita
en la estructura «ideológica» del cristianismo. Por otra, Nietzsche,
diversifica su interpretación considerando los elementos valorativos,
axiológicos de la moral cristiana y los que se objetivizan en la psicología del
sacerdote.
El cristianismo ofrece una nueva visión del ser que alcanza su grado
último de desarrollo en la filosofía patrística y escolástica de la Edad Media[10].
El mundo es interpretado de una nueva manera a como, por ejemplo, era
interpretado por la filosofía griega, tanto en los presocráticos como en
Sócrates, Platón y Aristóteles. Esta nueva interpretación conlleva un cambio
radical en la Historia que persiste hasta los tiempos presentes. No se deja de
ponderar nunca suficientemente el impacto conformador de las estructuras
sociales y psicológicas que en el
tiempo presente confiere esa nueva visión del mundo que ha sido llamada
cristianismo. Toda nuestra realidad está impregnada de su sentido. Todas las
formas antropológicas de manifestación cultural, tales como las fiestas
cíclicas, están determinadas por la visión del mundo que ha aportado el
cristianismo. Esta visión del mundo es sobre la que Nietzsche produce su
exégesis demoledora hasta el punto de que, su filosofía, ha sido imposible de
soslayar por parte del pensamiento filosófico y sociológico posterior a
Nietzsche. Nietzsche es uno de los filósofos que mayor y más profundamente ha
influenciado sobre la filosofía contemporánea; y no sólo en la filosofía sino
en la literatura y en el pensamiento en general. El mismo Heidegger es difícil
de entender sin la influencia de la filosofía nietzscheana[11]
en su obra. Para Nietzsche el
cristianismo es «platonismo para el pueblo»:
« […] Heidegger se muestra de acuerdo con Nietzsche
cuando afirma que el cristianismo es “un platonismo para el pueblo”. Los
primeros pensadores cristianos echaron mano, para explicar las relaciones entre
el hombre y Dios, realidad natural y sobrenatural, del esquema platónico del
mundo inferior (sensible) y superior (suprasensible). Con ello el cristianismo
se comprometió con una metafísica y, en general, vivió de la metafísica.
Recuérdense las consideraciones de Heidegger sobre el origen de Dios en la
filosofía y la adopción por el cristianismo del Dios metafísico, vaciándose de
su auténtico contenido; el Dios religioso y misterioso cedió el puesto ante el
Dios causa sui.»[12]
El cristianismo consiste en una serie de estructuras de creencias
autoconformativas que se cierra como sistema. El sistema es en gran parte autocontenido
y tiene una coherencia propia que pretende ser fundamentadora. Sin embargo,
dicho sistema, adolece de una serie de aporías internas e inconsistencias que
son debidas a su carácter irracional determinado por su apuesta ultramundana.
De aquí, la influencia del platonismo en la teología y filosofía cristiana. La
teología se dedica precisamente a intentar cerrar las fisuras propias de todo
sistema filosófico e ideológico[13].
El concepto de Dios es muy importante en la ontogénesis del
cristianismo. Dios está enmarcado en la arquitectura fundamentadora del
cristianismo. Es un pilar central en su metafísica y en su teología. Las
referencias al concepto «Dios» son continuas en la filosofía cultural del
cristianismo que realiza Nietzsche en todas sus obras. En El Anticristo, vg., se puede leer en boca de Nietzsche:
« […] Un pueblo que continúa creyendo en sí mismo continúa teniendo
también su Dios propio. En él venera las condiciones mediante las cuales se
encumbra, sus virtudes, — proyecta el placer que su propia realidad le produce,
su sentimiento de poder, en un ser al que poder dar gracias por eso. Quien es
rico quiere ceder cosas; un pueblo orgulloso necesita un Dios para hacer
sacrificios… Dentro de tales presupuestos la religión es una forma de gratitud.
Uno está agradecido a sí mismo: para ello necesita un Dios. — Tal Dios tiene
que poder ser útil y dañoso, tiene que poder ser amigo y enemigo, — se lo
admira tanto en lo bueno como en lo malo. La antinatural castración de un Dios
para hacer de él un Dios meramente del bien estaría aquí fuera de todo lo
deseable. Al Dios malvado se lo necesita tanto como al bueno; la propia
existencia no la debe uno, en efecto, precisamente a la tolerancia, a la
filantropía… ¿Qué importaría un Dios que no conociese la cólera, la venganza,
la envidia, la burla, la astucia, la violencia?, ¿al que tal vez no le fuesen
conocidos ni siquiera los deliciosos ardeurs [ardores] de la victoria y de la
aniquilación?»[14]
Según Nietzsche, el cristianismo ha invertido la
realidad. Ha situado en el lugar de la antigua realidad del mundo helénico, con
su clarividente visión, una nueva realidad que pone en el centro de la misma un
mundo más «auténtico», el mundo de las realidades suprasensibles. Un mundo
poblado, no por dioses, sino por un único Dios que es omnipotente, omnisapiente
y Padre protector de los hombres a quienes hizo «a su imagen y semejanza».
La figura de Dios resulta esencial en la ideología cristiana. Dios como
Padre, Absoluto (Hegel), Fundamento, Divina Providencia, Eterno, &. El Dios
cristiano es monoteísta, único. Todo lo puede y todo lo sabe. Es el único dios.
Se ha pasado del politeísmo del mundo grecorromano al monoteísmo. Es en los
siglos XVIII y XIX (el siglo de Nietzsche)
cuando las formas del deísmo, el teísmo y el panteísmo alcanzan mayor fuerza y
relegan a un segundo plano la figura omnipresente de Dios tal y como había
operado en la cosmovisión del Medioevo. El Dios del cristianismo es, según
Nietzsche, el Dios del resentimiento,
de los resentidos de la vida y de los sufrientes y malogrados; de aquellos que
ocupan las capas más bajas de la sociedad. Es un Dios de los desheredados de
los sustratos más bajos reclutados en el mundo judeohelénico:
«El Dios cristiano es, pues, el Dios judío, pero hecho cosmopolita,
conclusión separada de sus premisas. En la cruz, Dios deja de aparecer como
judío. Del mismo modo, en la cruz, muere el viejo Dios y nace el nuevo dios.
Nace huérfano y se vuelve a hacer un padre a su imagen: Dios de amor, pero este
amor es aún el de la vida reactiva. He aquí el segundo sentido de la muerte de
Dios: el Padre muere, el Hijo nos vuelve a hacer un Dios. El Hijo sólo nos pide
creer en él, amarlo como él nos ama, convertirnos en reactivos para evitar el
odio.»[1][15]
Sin embargo, podemos ver la paradoja que se realiza posteriormente: la
Iglesia, con su teocentrismo monolítico, se constituye en el centro de un nuevo
poder. Dios es el Dios de los nuevos poderosos
de la tierra. Una nueva clase emergida de la consolidación de la cosmovisión
cristiana en Europa gracias a la inversión axiológica entre el intramundo y el
extramundo. La mundanidad propia del intramundo es sustituida por la
prevalencia del mundo suprasensible; identificándose el religiocentrismo con la totalidad de la sociedad. Esto se realiza
fundamentalmente en la Edad Media. Los valores morales del ultramundo, de lo
suprasensible, sustituyen a los valores del antiguo mundo: los valores de la
tierra. Es en lo pagano (de paganus:
campesino); el mundo de lo rural, donde más tarda en penetrar el cristianismo
porque el paganismo es todavía fervorosamente seguidor de sus deidades
«paganas».
Es a partir de la Reforma de Lutero, cuando la Iglesia está sumida en
un marasmo de corrupción que alcanza hasta el papado, y en el propio
Renacimiento donde se comienza una nueva visión de la realidad: el naturalismo. En los siglos XVI y XVII el
auge de la ciencia y de los elementos de la nueva técnica que van apareciendo;
de la nueva filosofía, &, va constituyendo una nueva forma de organización
ideológica que tiene en el naturalismo su mayor representante. El mundo se
empieza a secularizar y las estructuras religiocéntricas empiezan a separarse
de las estructuras políticas de los estados. La sociedad, en relación con la
religión cristiana, va produciendo un cambio en la psicosociología del nuevo tipo humano que está emergiendo.
«En el análisis psicológico Nietzsche lleva a cabo una reducción. El
reduce todo el mundo suprasensible y los conceptos metafísicos a una fuente de
donde brotan. Esta fuente es la vida humana. En la crítica se produce, pues, un movimiento de reflexión;
una vuelta de la vida sobre sí misma, después de haberse perdido en sus propios
productos. Este movimiento corresponde al proceso histórico en que se derrumba
el mundo metafísico, quedando como residuo la physis, a la cual pertenece la
vida humana. Pero en el movimiento de la vida sobre sí misma hay
autoconciencia, mediante la cual aquélla se da cuenta de su propio valor. La
crítica le devuelve a la vida lo que había perdido después de haberla creado.»[16]
Se va realizando una mutación en las estructuras sociales y en la
propia psiquis de los individuos. El
religiocentrismo y el teocentrismo propio del Medioevo van dando paso al
naturalismo característico del Renacimiento donde el Dios monolítico, que es
central en la estructura social y cultural de la Edad Media, va dando paso al
Hombre y la Naturaleza como centros mundanos de la realidad, tanto natural como
social, cultural y política. En el Renacimiento todavía la figura de Dios es
importante; pero de lo que se trata es de conciliar a Dios con el Hombre y la
Naturaleza. Es en los siglos XVIII y XIX donde el naturalismo incipiente del
Renacimiento toma plena carta de naturaleza. Es un naturalismo positivo con
mucha menor conexión con la religión. Aparece el deísmo de un Voltaire. No se
pretende tanto la aniquilación de lo religioso como la de la Iglesia y la del
clericalismo. En el siglo de Nietzsche (el siglo XIX) los avances en la
filosofía y sociología positivistas (Comte)
así como los realizados en las ciencias y las técnicas, rompen
definitivamente la identificación plena entre religión y sociedad propias de la
Edad Media. En este estadio es donde se sitúa el naturalismo vitalista de
Nietzsche. Es en el siglo XIX donde se rompe definitivamente la identificación
entre sociedad y religión. Las estructuras sociales todavía, como en la
actualidad, contienen elementos sustanciales de la teoría y de la praxis
cristiana; pero el mundo se ha conformado ya como un nuevo mundo donde la
crisis —empezada en el Renacimiento— de la Iglesia se hace absolutamente
patente.
Un ataque frontal de Nietzsche al concepto «Dios» lo realiza nuestro
autor en varias de sus obras. El Dios monoteísta de la tradición judeocristiana
es un Dios de la compasión:
«El concepto fundamental de la metafísica, el de Dios, se origina según
Nietzsche, en el sentimiento de veneración. Pero ésta no resulta de una actitud
de respeto frente al mysterim tremendum, sino ante los conceptos supremos de la
razón»[17]
Según Emile Durkheim, la existencia de una religión y su dios
consustancial no es meramente un añadido cultural de un sistema social dado; es
decir, el subsistema religioso es un elemento vertebrador central en la génesis y funcionamiento de una sociedad concreta. La
sociedad se autorreconoce en su tipo
específico de creencia religiosa[18].
De aquí que Nietzsche realice una exégesis conceptual del concepto «Dios». Cada
sociedad tiene sus dioses o su dios. En ellos o en él se reconoce la sociedad.
Los dioses dotan de autoidentidad a cada sociedad. En los dioses realiza la
sociedad su ser más profundo. Sin los dioses, sin la religión, una sociedad no
puede subsistir. Con los dioses y con la religión el corpus social se automantiene como tal. Un pueblo se mira en el
espejo de sus dioses y de su religión. Con ello su ser primario alcanza
reconocimiento y sentido:
«El concepto cristiano de Dios —nos dice Nietzsche— — Dios como Dios de
los enfermos, Dios como araña, Dios como espíritu — es uno de los conceptos de
Dios más corruptos a que se ha llegado en la tierra; tal vez represente incluso
el nivel más bajo de la evolución descendente del tipo de los dioses. ¡Dios,
degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su
transfiguración y su eterno sí! ¡En Dios, declarada la hostilidad a la vida, a
la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de toda calumnia del “más
acá”, de toda mentira del “más allá”! ¡En Dios, divinizada la nada, canonizada
la voluntad de nada!... »[19]
El Dios de los filósofos es un Dios escondido (Deus absconditus). El Dios de Nietzsche está íntimamente anclado en
la concepción metafísica de lo real-universal in toto. Pero éste es un Dios que no se manifiesta, que no está
«ahí», a-la-mano. Un dios que exige fe ciega en él pero que no muestra un
signo, una señal. Todo el pensamiento metafísico y teológico de Occidente sobre
Dios lucha con esta paradoja. Todo el intelecto de los pensadores se resuelve
en un intento de encuentro con ese Deus
absconditus. En ese intento es donde se produce el alejamiento del ser, que
es para Nietzsche, el alejamiento de la vida y de la prístina voluntad de
poder. Para Nietzsche es identificable el ser con la vida, y esta con la
voluntad de poder. Ese Dios que se esconde es un Dios alejado, extraño a las
fuentes de la vida. Un Dios que «gusta de ocultarse»[20]:
«Un Dios omnisciente y omnipotente que no se cuida siquiera de que sus
intenciones sean comprendidas por sus criaturas, ¿será un Dios de bondad? Un
Dios que deja subsistir durante millares de años innumerables dudas y
vacilaciones, como si no tuvieran importancia para la salvación de los hombres
y que, sin embargo, amenaza con las consecuencias más terribles en el caso de
que nos engañemos acerca de la verdad, ¿no sería un Dios cruel, que poseyendo
la verdad podía asistir fríamente al espectáculo que ofrece la humanidad
atormentándose cruelmente a causa de ella? ¿Será, sin embargo, un Dios de amor
y consistirá todo en que no pudo explicarse más claramente? ¿Le faltará ingenio
para ello o elocuencia? […] Un creyente desesperado […] sería verdaderamente
disculpable, si la compasión hacia Dios afligido estuviera más a su alcance que
la compasión hacia el prójimo, porque los demás hombres no serían ya sus
prójimos si aquel gran solitario [Dios] fuese el más afligido de todos, el que
tuviera mayor necesidad de consuelo.»[21]
El mundo griego se ha derrumbado y en su lugar ha surgido el mundo
cristiano con su constelación de ángeles (ángel significa «mensajero»), santos,
vírgenes, &.
«Según Nietzsche, el momento en que surge la
metafísica en Grecia es un momento de la decadencia de la vitalidad. El pueblo
griego se ha debilitado interiormente y no se siente seguro en el mundo real.
Entonces se crea un mundo imaginario, produciéndose así una escisión del mundo
en un mundo real y un mundo ideal. El mundo real es un mundo en el tiempo: el
mundo del nacer y el perecer, de las contradicciones, del dolor y de la muerte;
el mundo de las ideas, en cambio, es un mundo fuera del tiempo, eterno,
perfecto donde no existe el dolor ni la muerte, al que huye por no poder
resistir más el mundo real. “Platón —dice Nietzsche—es un cobarde frente a la
Realidad; por eso huye a lo ideal.”»[22]
Una nueva psicosociología se
encumbra y se hace fuerte impregnado todo atisbo de realidad, todo instante del
tiempo histórico, todo devenir en forma de Espíritu
(Hegel: Espíritu Absoluto, Espíritu Objetivo). El Dios de los filósofos también
se ha impregnado de la teología natural y ha sucumbido a esa idea mesiánica del mundo que conforma el
existir de nuestra realidad; lo que nosotros somos en el proceso de la
Historia. Una nueva heurística hecha de exégesis bíblica impera por doquier. El
mundo se transforma e incorpora una nueva esencia, un nuevo fundamento. Lo que
critica precisamente Nietzsche es justamente la «transvaloración de todos los
valores» que la nueva visión del mundo ha creado. Los valores cristianos, su
sistema valorativo ha invertido la realidad. En lugar del mundo de aquí, el
único mundo existente, ha colocado el mundo del «más allá»; un mundo irreal
formado por entes inconcebibles para la razón pero que son aceptados merced a
un acto fideísta, de fe, que se ejerce desde el interior de las mentes humanas
gracias a la posibilidad que ésta tiene de fabricar una imaginería divina.
Los valores del mundo de la
Antigüedad son transvalorados y colocados a la inversa. Esa
transvaloración (Umwertug) coloca la
pirámide natural de la realidad situada boca abajo y lo que antes eran los
valores preponderantes ahora son los valores antagónicos. Los conceptos de
fuerza, vida, energía, poder, & se invirtieron y en lugar de ellos se
colocaron otros valores propios de la psicología
del rebaño, de los pobres y desamparados, de los enfermos y débiles que han
creado una constelación religiosa e ideológica que le es beneficiosa. La
psicología aristocrática, la psicología de los poderosos de la tierra, ha sido
invertida por la psicología de «los muchos». El hombre adocenado, el hombre
medio, incapaz de la lucha por la existencia, se ha fabricado un mundo de
realidad que él habita, consolándolo de los esfuerzos de la existencia, de los
dolores de la vida. La condición salvífica de la nueva religión permite un
cosmos, un sistema de creencias que actúa como placebo psíquico para hacer soportable la existencia.
El hombre fuerte ha sucumbido; ha sido debilitado y enfermado. Hasta el
mundo germánico y escandinavo sucumbe ante el avance arrollador del
cristianismo:
«Que las fuertes razas de la Europa nórdica no hayan rechazado de sí el
Dios cristiano es algo que en verdad no hace honor a sus dotes religiosas, para
no hablar del gusto. Tendrían que haber acabado con semejante enfermizo y
decrépito engendro de la décadence. […] ese deplorable Dios del monotono-teísmo
cristiano!, ¡ese híbrido producto decadente, hecho de cero, concepto y
contradicción, en el que tienen su sanción todos los instintos de la décadence,
todas las cobardías y cansancios del alma! — —»[23]
La cosmovisión cristiana[24]
otorga pleno poder a un sistema que ya no es meramente psicológico-religioso-ideológico
sino que se inscribe en la Historia y en las estructuras sociales y políticas
del nuevo mundo que está emergiendo. El «orden moral del mundo» se ha
transvalorado. El cristianismo como sistema, en trance de alcanzar una
arquitectura ideológica consolidada, se va constituyendo con el mismo proceso
de crecimiento y se afianza de forma importante cuando Teodosio, en el año 380
d. C. hace religión oficial del Estado a la religión cristiana. A partir de
entonces, el cristianismo irá penetrando en la estructura política de los
estados hasta conformar una cosmovisión plena que dota de características
particulares a la cultura europea asegurándole un fuerte sentido religioso
unificado por una creencia y por un Dios monoteísta. El «hombre fuerte» de la
Antigüedad, dueño y señor de la tierra y de las almas, es sustituido en parte
por un nuevo tipo humano cuyas características difieren claramente del hombre
engendrado por la cultura grecolatina. El subsistema religioso del cristianismo
pasa a ser un subsistema capital para la topología social y cultural de
Occidente[25]
Toda la historia del cristianismo puede ser entendida como una psicogénesis o psicodrama de la
Humanidad a partir de dos mil años atrás[26]
. Tiene que existir un profundo sentido de la «culpa» para que los seres
humanos hayamos creado una religión de ese tipo. El ser humano tiene que ser
consciente de su maldad intrínseca manifestad en la Historia para fabricar una
religión como el cristianismo. Algo funciona mal en la realidad
ontológica-antropológica del ser humano para que se produzca esto. El hombre
debe reconocerse como «malvado» en la Historia para que surja una religión de
la culpa y de la redención (psicosociología
amplia de la Humanidad)[27].
¿Qué es lo que funciona mal en el hombre?: su maldad natural, su violencia
congénita (¿el «mono asesino»?), su agresividad consustancial, su ser enemigo
para los otros, tanto dentro del grupo de pertenencia (intragrupo), como fuera
de él (intergrupos). Esto es algo que sucede desde los orígenes de la
hominización en la familia hominidae. Una vez que esto se desenvuelve de este
modo, el genio religioso crea la posibilidad de la expiación, la redención,
la salvación (lo salvífico) a través
de la «renuncia» al yo violento, &. Pero la Iglesia para incorporar su visión tuvo que
constituirse en autoridad. Entonces
las formas del poder se organizaron de otra manera; en otro modelo: el triunfo
de los débiles y enfermos sobre los fuertes originales:
«La Iglesia primitiva luchó, en efecto, como es sabido, contra los
“inteligentes” a favor de los “pobres de espíritu”: ¿cómo aguardar de ella una
guerra inteligente contra la pasión? — La Iglesia combate la pasión con la
extirpación, en todos los sentidos de la palabra: su medicina, su “cura” es el
castradismo. No pregunta jamás: “¿cómo espiritualizar, embellecer, divinizar un
apetito?” — en todo tiempo ella ha cargado el acento de la disciplina sobre el
exterminio (de la sensualidad, del orgullo, del ansia de dominio, del ansia de
venganza). — Pero atacar las pasiones en su raíz significa atacar la vida en su
raíz: la praxis de la Iglesia es hostil a la vida…».[28]
El poder[29]
sigue subsistiendo en otra forma y con ello la violencia, la agresividad y la
dominación de unos sobre otros y de determinada nueva clase —la clase que
emerge alrededor de la Iglesia— social con respecto al resto de clase sociales:
«La Iglesia ha querido siempre la aniquilación de sus enemigos: nosotros,
nosotros los inmoralistas y anticristianos, vemos nuestra ventaja en que la
Iglesia subsista…»[30].
La Iglesia se instituye en la cosmocéntresis de los nuevos poderes que están
emergiendo. La vieja aristocracia primero y luego la burguesía van asociándose
al poder clerical. Se modifican estructuras antiguas de poder para adaptarse a
la nueva realidad. El cosmocentrismo
de la Iglesia atrae hasta sí toda una panoplia de nuevas formas de poder que
están interesadas en las ventajas que la nueva centralidad del poder que la
iglesia ofrece. Con ello, la topología
de la nueva forma civilizatoria, cultural y social queda definida durante
siglos y alcanzará la mayor preponderancia en los mil años de Edad Media. En
ellos se olvida el gran legado de la edad griega que queda relegado meramente a
los depósitos de los monasterios y a la tradición filosófica del mundo
islámico. Los grandes pensadores del Islam serán los que, retomando el
pensamiento griego, sobre todo de Aristóteles, mantengan viva la llama de la
gran tradición de pensamiento engendrada por Grecia aproximadamente quinientos
años antes del cristianismo.
En realidad la religión cristiana se sostiene ideológicamente en un
reconocimiento implícito o tácito —por parte de la Iglesia— de la maldad
consustancial del Hombre. Se pretende cambiar el «orden natural» de las cosas
(el poder y sus formas) sustituyendo, «transvalorándolo» por otro orden
cultural-ideológico. Sabemos que lo que en verdad acontece es un cambio de poder por otro al
tiempo que no se resuelve el problema de la supuesta maldad congénita del
hombre. Todas las «filosofías de salvación» (Marx, Freud, Nietzsche,
Krishnamurti, &); también gran parte de la sociología, tratan de salvar al
hombre del hombre (Hobbes: «homo homini
lupus»). Con lo cual se reconoce el carácter malvado, oscuro y terrible de
«animal asesino» en que consiste el hombre. Se trata de un escapismo del reino
de «lo que es» al reino de «lo que debe ser». Los fuertes, la moral del hombre
fuerte de la antigüedad del paganismo o de los aristocráticos germanos, ha sido
sustituida por la moral de los débiles y cansados de la vida. Se somete al
fuerte a una enfermedad (el pecado);
se le dice: «ser fuerte es un pecado» y con ello se le debilita y enferma:
«Dicho fisiológicamente: en la lucha con la bestia el ponerla enferma puede ser el único medio de debilitarla.
Esto lo entendió la Iglesia: echó a
perder al hombre, lo debilitó, — pero pretendió haberlo “mejorado”…»[31]
Pero en definitiva lo que se hace es intercambiar un tipo de poder por
otro. El poder, en su ontología,
persiste. También en las nuevas formas de relación humana. Esto se debe a la
estructura ontológica de lo real-universal. Una «antropoontología» del hombre:
su maldad consustancial, según la Iglesia. En realidad toda la tradición
intelectual humanística pretende resolver
este problema. Forma parte de la filosofía y es esencial en la antropología
filosófica. Las formas tradicionales de intentar resolver este problema han
sido: i) la religión, ii) la política, iii) las ideologías, iv) algunos tipos
de filosofía, v) sociología, antropología, vi) psicología y psicología social.[32]
Las religiones han fracasado en su intento salvífico. El hombre sigue
siendo lo mismo que hace miles de años y se corre un peligro fatal con respecto
a las estructuras sociales y a la conciencia que las mantiene: in
girum imus nocte et consumimur igni.
El intento de Heidegger de atrapar el ser a través del pensar puede
estar abocado al fracaso. ¿Pero cómo puede atraparse el ser? ¿Cómo se puede responder a la pregunta de «por qué
existe el ente y no más bien la nada» (Heidegger). Es un verdadero misterio que
exista el ente como totalidad (esto es algo que quizás tenga que responder las
ciencias físicas). ¿Qué estado de la mente es el necesario para aprehender el
hecho de que la realidad tenga existencia?
Según Heidegger, Nietzsche está preocupado por el ser. En Nietzsche el
ser es un vapor y un error: «Desde luego que la intención del juicio de
Nietzsche es puramente peyorativa. El “ser” para él es un engaño que no habría
de haberse producido nunca.»[33].
Pero Heidegger matiza:
«El ser… ¿un vapor y un error?
Lo que Nietzsche dice aquí del ser es una observación marginal, arrojada en la
embriaguez del trabajo preparatorio de su obra definitiva, que nunca concluyó.
Al contrario, desde los tiempos más remotos de su trabajo filosófico. Ésta es
la concepción que lo orientó. Ella sostiene y determina su filosofía desde la
raíz»[34].
El ser en Nietzsche no tiene la dimensión ontológica de la metafísica clásica
(ni de la heideggeriana). No obstante, subyace un sentido ontológico en
Nietzsche en la medida en que las cuestiones que se plantean en su filosofía
atañen a elementos últimos de la existencia:
«Nietzsche dijo alguna vez: “un filósofo es un hombre que vive, oye,
sospecha, espera y sueña constantemente cosas extraordinarias”»[35]
y «El mismo Nietzsche dice: “Filosofía… es vivir voluntariamente en el hielo y
en la alta montaña”»[36].
Nietzsche, más que un filósofo del ser
puro al modo heideggeriano, es un filósofo que tiene en cuenta la cultura
civilizatoria del cristianismo para producir su gran obra filosófica y también
psicológica; donde el cristianismo ocupa un lugar preponderante tanto en su
dimensión cultural como en su dimensión psicológica y moral. No existirían
verdades últimas en el sentido de la
pregunta ontológica sobre el ente y el ser; sino que la «verdad» se realiza en
el acontecer de lo real; es decir en el mundo de la cultura que conforma lo
real como acontecimiento. Una vez que el paso de la realidad construye el
tiempo de lo histórico ya no nos podemos volver atrás y lo acontecido ha
acontecido y solo vuelve como eterno
retorno de lo mismo; que es, en Nietzsche, retorno del poder en sus formas temporales: «El carácter fundamental del ente
en cuanto tal es “la voluntad de poder”. El ser es “el eterno retorno de lo
mismo”»[37].
El eterno retorno es eterno retorno de lo mismo como poder « […] como eterno
retorno de la idéntica voluntad de poder (Nietzsche)»[38].
La Voluntad schopenhaueriana,
como impulso de lo existente a ser y desarrollarse en el devenir de la
naturaleza; como oscuro impulso soterrado que sustenta la vida, se transforma
en Nietzsche en voluntad de poder que retorna siempre. En Nietzsche hay un paso
más allá con respecto a la obra de Schopenhauer[39]:
«Vistas las cosa con mayor rigor, Schopenhauer es en
esto nada más que el heredero de la interpretación cristiana: sólo que él supo
dar por bueno también lo rechazado por el cristianismo, los grandes hechos
culturales de la humanidad, en un sentido cristiano, es decir nihilista ( — a
saber, como caminos de “redención”, como formas previas de “redención”, como
estimulantes de la necesidad de “redención”…)».[40]
La Voluntad tiene la
dimensión del ser. En Nietzsche, la voluntad de poder es identificada como el ser que es puro humo y evanescencia. Con
este problema también se encuentra Heidegger: puede sentir el ente pero el ser
se le escapa entre las rendijas de las etimologías del lenguaje. El humo del
ser nietzscheano es parte del «olvido del ser» característico del humanismo de
Occidente. De ese «olvido del ser» es del que se quejará Heidegger.
Es precisamente el «humo» nietzscheano con que caracteriza al ser
occidental lo que le llevará a su noción de nihilismo
y al cristianismo como la mayor representación del nihilismo de Occidente. El
mundo griego no es nihilista. Esta poblado de entidades en forma de dioses y la
cultura y sociedad griegas aportan un sentido de la realidad que, a pesar de la
teoría de las Ideas platónica, es un
sentido fuertemente anclado en la realidad tanto en las filosofías monistas de las escuelas de Mileto (Tales, Anaxímenes,
Anaximandro); de Éfeso (Heráclito); de Elea
(Zenón, Jenófanes, Parménides); como en la filosofía pluralista de Pitágoras y los Pitagóricos, Anaxágoras y
Empédocles. Mucho más en el atomismo de un Leucipo o un Demócrito de cuyas
concepciones acerca del mundo de la materia somos deudores en nuestro tiempo con la física atómica, de
partículas y cuántica.
La historia del error de
Occidente nos la relata Nietzsche en un capítulo de su obra Crepúsculo de los ídolos (1888) titulado
«Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula»:
«Historia de
un error […] El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al
sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace penitencia”).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más
capciosa, más inaprensible, — se convierte en una mujer, se hace cristiana…)».[41]
El sentido nihilista de la cultura
lo recoge Nietzsche en varias de sus obras. El
nihilismo, en Nietzsche, y en concordancia completa con su sentido y
doctrina del cristianismo, es esencial para la intelección del proyecto de su
obra filosófica. La contraposición que hace Nietzsche de los valores de «lo
bueno» y «lo malo» lo recoge la obra fundamental que sobre el cristianismo
escribe a finales del siglo XIX: El
Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (1888). El Anticristo es una obra
tardía en la bibliografía nietzscheana. En ella se encuentra prácticamente
todos los elementos fundamentales que se recogen en otras obras significativas
de Nietzsche como la Genealogía de la
moral (1887) o El crepúsculo de los
ídolos (1888). En El Anticristo
podemos leer:
« ¿Qué es bueno? — Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la
voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? — Todo lo que procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? — El
sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.
No apaciguamiento sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no
virtud, sino vigor (virtud al estilo del Renacimiento, virtù, virtud sin
moralina).
Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro
amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? — la compasión activa con todos
los malogrados y débiles — el cristianismo…»[42]
Nietzsche contrapone el nuevo sentido de lo bueno, de lo malo…de la felicidad., que son propios de la visión
cristiana del mundo, retomando un nuevo sentido a partir de los arquetipos del
mundo pagano antiguo y del mundo germánico:
«El propio término alemán “schlecht” (´malo`)
representa el mejor ejemplo […]. En sí es idéntico a “schlicht” (´simple`) […]
y originalmente designaba al hombre simple y vulgar, sin lanzar aún al hacerlo
una mirada oblicua de recelo, sino señalando sólo lo opuesto al noble […] El
término […] (έσθλός, ´noble`)significa
etimológicamente el que es, el que tiene realidad, el real, el verdadero.
Posteriormente, tras un giro subjetivo, significa el verdadero en cuanto veraz.
[…] Por último, cuando decae la aristocracia, el término se utiliza para
designar la nobleza del alma, adquiriendo entonces madurez y dulzura, por así
decirlo. Como con las palabras ƒαƒός (´malo`) y
δειλός (´miedoso`) se destaca la cobardía —el
plebeyo frente al
άγαθός
´bueno`— […]».[43]
No hay que olvidad que Nietzsche es un filólogo alemán del siglo XIX y
que entonces, la filología clásica en Alemania está centrada en la cultura y
sociedad grecolatina.
Los valores del cristianismo son los valores de la «décadence». El cristianismo ha absorbido
los valores de la vida, de la salud, de la jovialidad, & del mundo griego
para invertirlos, para «transvalorarlos» creando un nuevo sentido en el mundo.
Los ideales, del más allá, de lo ultrasensible, del mundo del «Espíritu», del sacrificio para la salvación y remisión,
del mundo de las almas, de lo escatológico y misterioso, & son puestos en
primer lugar. El mundo de la realidad material es sustituido por otro mundo: el
mundo escatológico. Un mundo irreal, ficticio, meramente imaginario
que ocupa el lugar del mundo verdadero. Aquel es el mundo de la «compasión», un
mundo invertido; extraño a las leyes de la Naturaleza. Un mundo que tiene miedo
al dolor de la vida; que sustituye el dolor animal por el dolor «espiritual»,
por la expiación de los pecados; cuando el único pecado es, según Nietzsche, el
pecado contra la vida en que consiste la «transvaloración de los valores» que
ha ejecutado en el tiempo de la historicidad el cristianismo:
«Al
cristianismo se lo llama religión de la compasión. —La compasión es antitética
de los efectos tonificantes, que elevan la energía del sentimiento vital:
produce un efecto depresivo. Uno pierde fuerza cuando compadece. Con la
compasión aumenta y se multiplica más aún la merma de fuerza que el padecer
aporta en sí a la vida. El padecer [Leiden] mismo se vuelve contagioso mediante
el compadecer [Mitleiden] […] La compasión obstaculiza en conjunto la ley de la
evolución, que es la ley de la selección. Ella conserva lo que está maduro para
perecer, ella opone resistencia para favorecer a los desheredados y condenados
de la vida, ella le da a la vida misma, por la abundancia de cosas malogradas
de toda especie que retiene en la vida, un aspecto sombrío y dudoso […] la
compasión es la praxis del nihilismo»[44].
Schopenhauer es, en parte, también un nihilista. Le influencia su
concepción del mundo hindú que Schopenhauer lee en el Bhagavad Gita y en los
Upanişad (Upanishads), y en general en la filosofía budista y en Siddharta[45].
Nietzsche realiza una comparación con algunos de los pensadores a los que tiene
en más estima, entre ellos Schopenhauer:
«Schopenhauer era hostil a la vida: por ello la compasión se convirtió para
él en virtud… Aristóteles, como se sabe, veía en la compasión un estado
enfermizo y peligroso, al que se haría bien en tratar de vez en cuando con un
purgativo: él concibió la tragedia como un purgativo».[46]
Varios de los valores del nihilismo cristiano tales como la humildad, la castidad o la pobreza son
puestos por Nietzsche en tela de juicio ya que representan hitos importantes en
esa transvaloración de los valores de la que habla el filósofo de Röcken:
« […] como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra, la
santidad, no hubiesen causado hasta ahora a la vida un daño indecidiblemente
mayor que cualesquiera horrores y vicios… El espíritu puro es la mentira pura…
Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la
vida, siga siendo considerado como una especie superior del hombre, no habrá
respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad? Se ha puesto ya cabeza abajo la
verdad cuando al consciente abogado de la nada y de la negación se lo tiene
como representante de la “verdad…».[47]
La verdad, en Nietzsche se
ofrece dentro del tiempo histórico como un summun
de la fuerza, inscrita ésta, en el devenir civilizatorio[48]. La verdad se realiza por medio de la voluntad
de poder, en todo caso, el ser esencial como totalidad de lo existente. El
poder cambia de forma y de protagonista, pero no deja de ser poder. La Historia
se caracteriza por la sustitución del poder y sus formas a través de las elites
de poder[49]:
«Si ocurre que, a través de la “conciencia” de los príncipes (o de los
pueblos —), los teólogos extienden la mano hacia el poder, no dudemos de qué es en el fondo lo que
acontece todas esas veces: la voluntad de final, la voluntad nihilista quiere alcanzar el poder…».[50]
Esta es la autoeliminación del
cristianismo; él puede morir de
éxito. El fin lógico del nihilismo cristianismo es su autoextinción a partir de
la extinción del yo individual del practicante cristianismo y del Yo colectivo
de la cultura por él engendrada. Sin embargo, esto todavía no ha sucedido
porque lo que mantiene incólumes las estructuras del poder eclesiástico no es
ya tanto esa voluntad de nihilismo de la que nos habla Nietzsche, sino una nueva voluntad de poder que se ha
autoorganizado a partir de una serie de elementos creódicos y fideístas engendrados
por el pensamiento teológico desde los inicios de la teología primera en el
inicio de la cristianización de Europa. En esta teología primera, la inversión
que se realiza en la filosofía religiosa consiste en un poner cabeza abajo los
principios tradicionales del poder a través de concepto axiológicos.
« […] el concepto —nos dice Nietzsche— “mundo verdadero”, el concepto
de la moral como esencia del mundo (—
¡los dos errores más malignos que existen! ) volvían a ser ahora, gracias a un
escepticismo ladinamente inteligente, si no demostrables, tampoco ya
refutables…La razón, el derecho de la razón no llegan tan lejos… Se hacía de la
realidad una «apariencia»; y se había hecho de un mundo completamente mentido,
el de lo que es, la realidad… El éxito de Kant es meramente un éxito de
teólogos: Kant fue, lo mismo que Lutero, lo mismo que Leibniz, una rémora más
en la honestidad alemana, nada firme de suyo — —».[51]
Este mundo de «apariencia» ya está presente en la concepción que tiene
Platón del mundo de las Ideas y que el cristianismo va a incorporar en su
vertiente neoplatónica junto a elementos
de la tradición del Orfismo o de los cultos mistéricos o, incluso, de la propia
Gnosis. La psicosociología del
sacerdote cristiano incorporará gran parte de estos elementos culturales de la
tradición griega y oriental injertándolos
en el corpus doctrinario que va
gestando. El sacerdote, su psicología,
va adaptándose a las concepciones que la teología primitiva va desarrollando conforme
las estructuras de poder de la Iglesia se van consolidando en el plexo cultural
de la civilización occidental. Hasta ahora, este proceso ha seguido su curso
histórico.
Nietzsche es un filósofo de la vida y de la realidad de la materia.
Para él el mundo verdadero es el mundo dado por los sentidos. No existe algo
así como el noumeno kantiano. La
realidad se presenta como fenómeno. Y
el ser humano es un animal más que se ha adaptado natural y culturalmente a
toda realidad mundana. En este sentido Nietzsche es un protoevolucionista; es
más, es un claro anticipador de lo que en el siglo XX se ha dado en llamar teoría evolutiva del conocimiento[52]
(Wuketits, Riedl, &). Nietzsche se anticipa claramente a esta concepción
epistemológica:
« […] el cobrar-consciencia, el “espíritu”, es para nosotros cabalmente
síntoma de una relativa imperfección del organismo, un ensayar, tantear,
cometer errores, un penoso trabajo en el que innecesariamente se gasta mucha
energía nerviosa. — nosotros negamos que se pueda hacer algo de modo perfecto
mientras se lo continúe haciendo de modo consciente. El “espíritu puro” es una
pura estupidez: si descontamos el sistema nervioso y los sentidos, la
“envoltura mortal”, nos equivocamos en la cuenta — ¡nada más!...».[53]
El cristianismo presupone la existencia del ultramundo (metafísico; teológico; teofánico: de Dios en la
Historia). Nada hay más alejado del verdadero mundo que ese supramundo ultrasensible del que las cosas sensibles (mundo de la
sensorialidad animal) son meras copias.
El mundo de los arquetipos cristianos que consiste en una taxonomía conceptual
que coloca en la conciencia del creyente incauto todo un mundo «onírico» de
agentes personales-espirituales dotados de entidad propia y de «realidad
empírica» en el sentido en que, para el creyente fundamental, es tan real como
el mundo de las piedras o las plantas, sino más:
«Ni la moral —argumenta agudamente Nietzsche en El Anticristo — ni la religión tienen contacto, en el cristianismo,
con punto alguno de la realidad. Causas puramente imaginarias (“Dios”, “alma”,
“yo”, “espíritu”, “la voluntad libre” — o también “la no libre”); efectos
puramente imaginarios (”pecado”, “redención”, “gracia”, “castigo”, “remisión de
los pecados”). Un trato entre seres imaginarios (“Dios”, “espíritus”. “almas”);
una ciencia natural imaginaria (antropocéntrica; completa ausencia del concepto
de causas naturales; una psicología imaginaria (puros malentendidos acerca de
sí mismo, interpretaciones de sentimientos generales agradables o
desagradables, de los estados del nervus sympathicus [nervio simpático], por
ejemplo, con ayuda del lenguaje de signos de una idiosincrasia religioso-moral,
— “arrepentimiento”, “remordimiento de conciencia”, “tentación del demonio”,
“la cercanía de Dios”; una teología imaginaria (“el reino de Dios”, “el juicio
final”. “la vida eterna” […] todo aquel mundo de ficción tiene su raíz en el
odio a lo natural ( — ¡la realidad! —), es expresión de un profundo descontento
con lo real… Pero con esto queda aclarado todo. ¿Quién es el único que tiene
motivos para evadirse, mediante una mentira, de la realidad? El que sufre de
ella. Pero sufrir de la realidad significa ser una realidad fracasada…La
preponderancia de los sentimientos de displacer sobre los de placer es la causa
de aquella moral y de aquella religión ficticia: tal preponderancia ofrece, sin
embargo, la fórmula de la décadence…».[54]
Nietzsche es un crítico de la moral de la decadencia (décadence) propia del ser cristiano. Los elementos de la fuerza, la vitalidad, la energía
que constituyen la corriente de la vida plena han sido mancillados, puestos del
revés; convertidos en meros epifenómenos
del «verdadero mundo» que ahora es el mundo del «más allá», de lo escatológico,
del ultamundo suprasensible en donde reside la «verdadera realidad» El
cristianismo ha mancillado esa fuerza y vitalidad; ha hecho abyecta la vida
misma; ha atacado, enfermado el fundamento de la misma existencia. Su moral es
una moral de decadencia, incluso fisiológica:
«[…] l`impressionisme morale, es una expresión más de la
sobreexcitabilidad fisiológica que es propia de todo lo que es décadent […] es
el auténtico movimiento de décadence en la moral, y en cuanto tal es
profunda.—afín a la moral cristiana. La épocas fuertes, las culturas
aristocráticas ven algo despreciable en la compasión, en el “amor al prójimo”,
en la falta de un sí-mismo y de un sentimiento de sí.»[55]
Esta moral es la que ha enfermado al hombre occidental; que ha creado
un mundo de mera ilusión, un mundo proyectado por la conciencia del sacerdote;
envenenado por el resentimiento del
teólogo. Esta moral es una moral de la decadencia y del ressentiment:
«Crítica de la moral de la décadence. — Una moral “altruista”, una
moral en la que el egoísmo se atrofia —, no deja de ser, en cualquier
circunstancia, un mal indicio. Esto vale del individuo, esto vale especialmente
de los pueblos. Faltan las cosas mejores cuando empieza a faltar el egoísmo.
Elegir instintivamente lo dañoso para uno mismo, ser-atraído por motivos
“desinteresados” es algo que casi nos da la fórmula de la décadence.»[56]
En especial, la figura del sacerdote
cristiano es objeto de las iras de Nietzsche. El sacerdote es el envilecedor de
la vida y de los presupuestos de la vida: el egoísmo, la fuerza, el
dominio-sobre-sí del hombre aristocrático, del hombre superior:
«Mientras el sacerdote fue considerado como el tipo
supremo, toda especie valiosa de hombre estuvo desvalorizada… se acerca el
tiempo — lo prometo — en que el sacerdote será considerado como el hombre más
bajo, como nuestro chandala, como la especie más mendaz, más indecorosa de
hombre…»[57]
El ataque más demoledor que hace Nietzsche al
sacerdote lo escribe en El Anticristo,
al final del libro en su «Guerra a muerte
contra el vicio: el vicio es el cristianismo»:
Artículo primero.— «: Viciosa es
toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el
sacerdote: el enseña la contranaturaleza. Contra el sacerdote no se tiene
razones se tiene el presidio. Artículo quinto.— Comer en la misma mesa con un
sacerdote le hace quedar a uno expulsado: con ello uno se excomulga a sí mismo
de la sociedad honesta. El sacerdote es nuestro chandala, — se lo proscribirá,
se lo hará morir de hambre, se lo echará a toda especie de desierto.»[58]
El sacerdote es el «envenenador de la vida»; el que realiza la
inversión valorativa. Él ha dado de beber a Eros
su veneno letal. Es el inversor, el transvalorador; el artífice del mundo de
irrealidad donde se mueven las almas de los creyentes. El sacerdote necesita
envenenar la vida; necesita del dolor y del sufrimiento; necesita que la
existencia sea insoportable, que no pueda ser sostenida por las fuerzas de lo
vital. Para ello ha enfermado al hombre, lo ha domeñado; lo ha vuelto medroso e
inseguro. Ha hecho de él el sufriente
de la vida. El sacerdote necesita del sufrimiento:
« […] una especie parasitaria de hombre que sólo prospera a costa de
todas las formas sanas de vida, el sacerdote, abusa del nombre de Dios: a un
estado de cosas en que el sacerdote es quien determina el valor de las cosas lo
llama “el reino de Dios”; a los medios con que se alcanza o se mantiene en pie
ese estado los llama “la voluntad de Dios” […] El sacerdote desvaloriza,
desantifica la naturaleza: a ese precio subsiste él en absoluto. — La
desobediencia a Dios, es decir, al sacerdote, a “la ley”, recibe ahora el
nombre de “pecado”; los medios de volver a “reconciliarse con Dios” son, como
es obvio, medios con los cuales la sumisión a los sacerdotes queda garantizada
de manera más radical aun: únicamente el sacerdote “redime”…Calculadas las
cosas psicológicamente, los “pecados” se vuelven indispensables en toda
sociedad organizada de manera sacerdotal: ellos son las auténticas palancas del
poder, el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se “peque”…
Artículo supremo: “Dios perdona a quien hace penitencia” —dicho claramente: a
quien se somete al sacerdote. —»[59]
El sacerdote cristiano como un «engendro» que ha evolucionado culturalmente
a partir del mundo judío. Es un mistagogo
que realiza su alquimia en las almas de los creyentes, trastocando su buen
sentido, el sentido de la tierra. El poder del sacerdote es un poder hierocrático; está centrado en lo
«sagrado» y desde esa concepción ejerce su poder sobre las almas de los
creyentes pero también sobre la arquitectura general de la sociedad. En su
análisis del pueblo y la psicología judía, Nietzsche arremete contra el «pueblo
santo»:
« […] ese pueblo dio
a su instinto una última fórmula, que era lógica hasta la autonegación:
negó, como cristianismo, incluso la última forma de realidad, el “pueblo
santo”, el “pueblo de los elegidos”, la realidad judía misma. El caso es de
primer orden: el pequeño movimiento rebelde bautizado con el nombre de Jesús de
Nazaret es el instinto judío una vez más, — dicho de otro modo, el instinto
sacerdotal que ya no soporta al sacerdote como realidad, la inversión de una
forma aún más abstracta de existencia, de una visión aún más irreal del mundo que
la condicionada por la organización de una Iglesia. El cristianismo niega la
Iglesia…
Yo no alcanzo a ver contra qué iba dirigida la rebelión de la que Jesús
ha sido entendido o malentendido como
iniciador, si no fue la rebelión contra la Iglesia judía […] [Jesús] era un
criminal político, hasta el punto en que eran posibles precisamente los
criminales políticos, en una sociedad absurdamente apolítica. Eso fue lo que
le llevó a la cruz: la prueba de esto es la inscripción puesta en ella. Murió por su culpa, — falta toda razón para
aseverar, aunque se lo haya aseverado con tanta frecuencia, que murió por la
culpa de otros. —»[60]
Jesús como criminal político dentro de las estructuras de ocupación de
la Palestina de su tiempo por parte del Imperio Romano[61]
es una concepción que maneja Nietzsche acerca de la figura histórica de Jesús. En El
Anticristo nos dice:
«Una cuestión completamente distinta es la de si él fue consciente de
tal antítesis, — o si meramente fue sentido como tal antítesis. Y aquí es donde
por vez primera toco el problema de la psicología del redentor. — Confieso que
son pocos los libros que leo con tantas dificultades como los evangelios. […]
Las historias de santos son la literatura más ambigua que existe: aplicar a
ella el método científico, si no existen otros documentos, me parece una cosa
condenada de antemano — mera ociosidad erudita…»[62]
Nietzsche, interesado en la psicología del
sacerdote, estudia la génesis de los valores morales y de las religiones. En su
obra Aurora (1881) dice Nietzsche con
respecto al origen de las religiones:
« ¿Cómo ha podido llegar a considerar un hombre como una revelación su
propia opinión sobre las cosas? […] hay
[…] palancas que trabajan en secreto; por ejemplo, se fortalece una opinión
ante uno mismo considerándola como una revelación; se le quita lo que tiene de
hipotético; se la exime de la crítica y de la duda; se le hace sagrada.»[63].
y:
«Todas las religiones llevan el
sello de un origen debido a un estado de intelectualidad humana demasiado
joven, toman demasiado a la ligera la obligación de decir verdad, y es que no
tienen idea de un deber de Dios con los hombres: el deber de ser claro y
preciso en sus revelaciones.»[64]
El sacerdote es el representante, el ejecutor y el depositario de la
tradición cristiana. Su psicología está preñada de cosmovisión cristiana. Su
formación, su adoctrinamiento, su socialización, su ser entero representa un
tipo especial de ser humano. Él es el que ejecuta la praxis de la Iglesia. Es el indispensable hombre «espiritual» que
intermedia entre el mundo suprasensible y el Hombre; entre Dios y la
Naturaleza; entre el Espíritu y la sociedad. Él es el conformador, el rector,
el ejecutor y trasmisor del «mundo verdadero», invertido por él previamente;
colocado en el mundo; hecho mundo y Realidad nueva. La auténtica Realidad, la
realidad donde los hombres trabajan, viven, sufren, padecen y mueren; la
Realidad donde también hay momentos fugaces de felicidad, es un mundo pasajero,
un mundo de sombras, un mundo oculto y meramente aparente. El Sol
platónico, asimilado a Dios, es el auténtico mundo. Y el hombre ha de salir de
su Caverna para salir fuera del mundo de las sombras y encontrarse con su Sol
que es el verdadero iluminador del mundo real: el mundo ultrasensible. En el
cristianismo la kenosis de
Jesucristo realiza el milagro de
colocarnos en el «mundo verdadero». El Verbo, con su Encarnación, renuncia a
sus prerrogativas de la divinidad para ofrecerse en su condición de hombre
hasta que se efectúa la muerte en la Cruz: «Dios murió en Jesucristo». La Kenosis es empleada en San Pablo para
describir la humillación total de Cristo con el fin de obtener el completo perdón de los pecados del hombre. En la epístola a los Filipense (2; 6) podemos
leer: «El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios,
sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo».
Pero, ¿qué es el pecado en el hombre? ¿En que consiste este ser pecador
que es el ser humano? Ortodoxamente (Concilio de Trento), el pecado es una
trasgresión voluntaria de una norma moral o religiosa. Para Nietzsche, el
pecado auténtico es el que se realiza contra la vida. El sacerdote es el
auténtico pecador, porque él ha «envenenado la vida» ha «dado de beber veneno a
Eros». La norma moral o religiosa es impuesta por el sacerdote. Su trasgresión
es una desobediencia no a Dios como tal sino al poder del sacerdote. Cuando se
dice «se debe obedecer a la religión, a la norma moral religiosa» lo que se
está diciendo en realidad es «debes obedecerme a mí, al sacerdote». Él es el
imputador y el definidor de la norma moral religiosa. Con ello se pretende un
incremento de poder y de la autoridad que sirve al poder. En realidad el pecado
es la desobediencia al sacerdote, a
sus normas, a su poder. Cuando se peca, se peca contra la autoridad y el poder
del sacerdote. Se desobedece la ley.
Dios es la referencia última, la piedra sillar donde se sustenta el poder del
sacerdote. El sacerdote controla a través del pecado. El sacerdote tiene
necesidad de que se peque. Con ello mantiene estructuralmente su poder. El
poder de los fuertes de los «amos de la Tierra» deja paso al poder del
sacerdote. Él crea la nueva moral del poder sólo que disfrazada de dispoder. Es la «mentira santa».
Nietzsche quiere invertir esta relación:
«En la psicología entera del evangelio falta
el concepto culpa y castigo; asimismo, el concepto premio. El “pecado”,
cualquier relación distanciada entre Dios y el hombre, se halla eliminado, —
justo eso es la “buena nueva”. La bienaventuranza no es prometida, no es
vinculada a unas condiciones: ella es la única realidad — el resto es signo
para hablar de ella… […] Lo que con el evangelio quedó eliminado fue el
judaísmo de los conceptos “pecado”, “remisión del pecado”, “fe”, “redención por
la fe” — la entera doctrina eclesiástica judía quedó negada en la “buena
nueva”.»[65]
Y Nietzsche continúa su exégesis sobre la figura del Salvador, del
Redentor, que es la figura central en la psicosociología
del cristianismo creada por Pablo de Tarso a partir de su «visión» en el viaje
que éste realiza a Damasco. Lo que a Nietzsche le interesa es el «Cristo de la
fe» no meramente el «Cristo de la Historia» ya que su análisis está centrado en
la figura del Redentor tal y como ha sido metamorfoseada en la historia:
«Si yo entiendo algo de este gran simbolista [el Redentor], es que él
tomó por realidades, por “verdades”, únicamente realidades interiores, — que
concibió el resto, todo lo natural, temporal, espacial, histórico, únicamente
como signo, como ocasión de parábolas. El concepto “hijo del hombre” no es una
persona concreta, perteneciente a la historia, una realidad singular,
irrepetible, sino un hecho “eterno”, un símbolo psicológico desligado del
concepto de tiempo. Lo mismo vuelve a ocurrir, y en el sentido más alto, con el
Dios de ese simbólico típico, con el “reino de los cielos”, con la “filiación
divina”. Nada es menos cristiano que las tosquedades eclesiásticas que hablan
de un Dios como persona, de un “reino de Dios” que se avecina , de un “reino de los cielos” situado más allá,
de un “hijo de Dios” segunda persona de la Trinidad. Todo eso es —perdóneseme
la expresión— un puñetazo en el ojo — ¡oh, en qué ojo! Del evangelio; un
cinismo histórico-mundial en el escarnio del símbolo…Pero resulta patente —no para todos, lo confieso— a qué se alude
con los signos “padre” e “hijo”: con la palabra “hijo” se expresa el ingreso en
el sentimiento de transfiguración global de todas las cosas (la bienaventuranza),
con la palabra “padre”, ese sentimiento mismo, el sentimiento de eternidad, de
perfección. — Me avergüenzo de recordar qué es lo que la Iglesia ha hecho de
ese simbolismo: ¿no ha colocado en el umbral de la “fe” cristiana una historia
de Anfitrión? ¿Y, encima de eso, un dogma de la “inmaculada concepción”?...
Pero con ello ha maculado la concepción — —El “reino de los cielos” es un
estado del corazón — no algo situado “por encima de la tierra” o que llegue
“tras la muerte”. El concepto de muerte natural falta completamente en el
evangelio […]»[66]
La fuerza extraordinaria del pensamiento nietzscheano; su amplia
intelección de los fenómenos culturales y en especial de la cuestiones
vinculadas a la genealogía de los valores morales y, más específicamente, a los
del cristianismo, hace de él un elemento fundamental en el cisma, que a partir
de su interpretación, se realiza en el proceso civilizatorio de Occidente.
Quizás mucho más que las aportaciones intelectuales de Ludwig Feuerbach[67]
o de Carlos Marx. En carta a su amigo Paul Deussen fechada en Sils-Maria el 14
de septiembre de 1888 dice Nietzsche que « […] dividirá en dos partes la
historia de la humanidad.»[68]
Y en carta al también amigo Franz Overbeck fechada en Turín el 18 de octubre de
1888 dice: «Esta vez, como antiguo artillero, hago avanzar mi cañón de gran
calibre; mucho me temo que con mis disparos vaya partir en dos mitades la
historia de la humanidad…»[69]
«— Voy a volver atrás, voy a contar la auténtica historia del
cristianismo. — Ya la palabra “cristianismo” es un malentendido —, en el fondo
no ha habido más que un cristiano, y ése murió en la cruz. El “evangelio”[70]
murió en la cruz. Lo que a partir de ese instante se llama “evangelio” era ya
la antítesis de lo que él había vivido: una “mala nueva”, un disangelio. Es
falso hasta el sinsentido ver en una “fe”, en la fe, por ejemplo, en la
redención por Cristo, el signo distintivo del cristiano: sólo la práctica
cristiana, una vida tal como la vivió el que murió en la cruz es cristiana… […]
Reducir el ser-cristiano, la cristiandad, a un tener-algo-por-verdadero, a una
mera fenomenalidad de la conciencia, significa negar la cristiandad. De hecho
no ha habido en absoluto cristianos. El “cristiano”, lo que desde hace dos
milenios se llama cristiano, es meramente un auto-malentendido psicológico […][71]
Aquí Nietzsche efectúa a un ataque a la noción de evangelio (buena nueva) que es objeto también de su exégesis
filosófica, y sobre todo psicológica. Nietzsche es fundamentalmente un
psicólogo; un psicólogo de la cultura. Un penetrador implacable en la psicosociología del cristianismo. Su
análisis, demoledor demuestra la verdadera estructura del cristianismo, la
psicología del sacerdote, la génesis de los valores morales y, como no podría
ser menos, la psicosociología que se
esconde en los evangelios:
« ¡Y no infravaloremos la fatalidad que desde el
cristianismo se ha introducido furtivamente hasta en la política! Nadie tiene
ya hoy valor para reclamar derechos especiales, derechos señoriales, un
sentimiento de respeto para consigo mismo y para con sus iguales, — un pathos
de la distancia… ¡Nuestra política está enferma de esa falta de valor! — El
aristocratismo de los sentimientos ha sido socavado de la manera más
subterránea por la mentira de la igualdad de las almas; y si la creencia en el
“privilegio de los más” hace y hará[72]
revoluciones, ¡es el cristianismo, no se dude de ello, son los juicios
cristianos de valor lo que toda revolución no hace más que traducir en sangre y
crímenes! El cristianismo es una rebelión de todo lo que
se-arrastra-por-el-suelo contra lo que tiene altura: el evangelio de los
“viles” envilece…»[73]
En el parágrafo 49 de El
Anticristo podemos leer unos de los mejores análisis de Nietzsche:
« — Se me ha entendido. El comienzo de la Biblia
contiene la psicología entera del sacerdote. — El sacerdote conoce únicamente
un peligro grande: ese peligro es la ciencia — el concepto sano de causa y
efecto. Pero en su conjunto la ciencia prospera sólo en circunstancias
propicias, — para “conocer” hay que tener tiempo, hay que tener espíritu de
sobra… “Por consiguiente, hay que hacer desgraciado al hombre”, — ésa fue en
todo tiempo la lógica del sacerdote. — Se adivina ya qué es lo primero que, de
acuerdo con esa lógica, vino al mundo: — el “pecado”… El concepto de culpa y de
castigo, el entero “orden moral del mundo” han sido inventados contra la
ciencia, — contra la liberación del hombre respecto al sacerdote… El hombre no
debe mirar hacia fuera, debe mirar dentro de sí: no debe mirar dentro de las
cosas con listeza y cautela, como alguien que aprende, no debe mirar en
absoluto: debe sufrir…Y debe sufrir de tal modo que en todo tiempo tenga
necesidad del sacerdote. […] Si las consecuencias naturales de un acto no son
ya “naturales”, sino que se piensa que están producidas por fantasmas
conceptuales propios de la superstición, por “Dios”, por “espíritus”, por
“almas”, como consecuencias meramente “morales”, que son un premio, un castigo,
una señal, un medio de educación, entonces queda destruido el presupuesto del
conocimiento […]»[74]
Ser es ser una condición. Ser es estar condicionado. Por el mundo
natural, por la filogénesis y por la ontogénesis; por la cultura, por la
civilización, por la sociedad y sus elementos conformativos de la personalidad.
No es posible el ser sin condiciones. Un ser no puede ser incondicionado. El
ser es ser precario, necesitado, insuficiente, sujeto a poderes heterónomos,
indigente, desamparado. El ser es tener necesidades, querer cubrir necesidades. El ser se culmina en el tiempo; está
«dentro» de él. El ser es, además relación: con el mundo, con los otros seres
que son tan precarios como él. La insuficiencia del «ser en el mundo» es lo que
ha construido, por parte del hombre, el otro mundo, el mundo escatológico, el
mundo de las «causas imaginarias». Dice Nietzsche «El ámbito entero de la moral
y de la religión cae bajo este concepto de las causas imaginarias.»[75].
El ser es precario; está «arrojado» al mundo pero:
«Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel
modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de
su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. […] Se
es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es
en el todo […] El concepto «Dios» ha sido hasta ahora la gran objeción contra
la existencia… Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios:
sólo así redimimos al mundo. —»[76]
En definitiva, Nietzsche es el filósofo de la transvaloración. Su psicosociología
es una invectiva contra todo aquello que ha mancillado la vida. El gran
mancillador ha sido el cristianismo.
Con él se inaugura un tiempo fatal
para el hombre. Es el mayor error que ha cometido la humanidad contra sí misma.
Se debe de nuevo «transvalorar los valores» para que el hombre siga existiendo.
El hombre debe liberarse de la «imitatio
Christi» si quiere sobrevivir en el futuro. Debe realizar una nueva
interpretación (Ausdeutung) con
respecto a la verdadera realidad. El mundo
de la vida debe ser colocado de nuevo en el centro de la existencia y de la
sociedad y la cultura. Nietzsche es el denunciador de esta verdad que separa en
dos mitades la historia de la Humanidad. Desde hace más de un siglo, Nietzsche
nos alerta contra el peligro mortal del cristianismo: su inversión falsa de
todos los valores auténticos.
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* Sociólogo. Antropólogo Social y Cultural. Postgrado en Historia de las Ciencias y las Técnicas. Miembro de la Sociedad española de Historia de las Ciencias y las Técnicas (SEHCYT). Entre otras actividades profesionales, ha sido profesor colaborador docente y coordinador de varias investigaciones en la Universidad de Alicante (España) y profesor de la Consellería de Trabajo y Asuntos Sociales (Valencia, España) así como investigador Perito Sociólogo. (volver)
E-mail: antropos55@hotmail.com
[1] Cf. E. Cassirer: El problema del conocimiento (4 vls.).
[2] Schopenhauer es el maestro espiritual de Nietzsche a partir de la lectura de éste de la obra El mundo como voluntad y representación.
[3]
Heigegger: El ser y el tiempo.
[4] G. Deleuze: Nietzsche y la filosofía.
[5] F. Nietzsche: Die Unschuld des Werdens I, Kröners Taschen ausgabe,
[6] Vid. M. Heidegger: Nietzsche (2 vls.).
[7] Cf. Nietzsche: La gaya ciencia.
[8] F. Nietzsche: La gaya ciencia, pág. 101.
[9] F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 38.
[10] Vid. Richard Tarnas: La pasión del pensamiento occidental. Para la comprensión de las ideas que modelaron nuestra cosmovisión.
[11] Vid. la obra que realiza Heidegger sobre el pensamiento de nietzscheano: Nietzsche (2 vls.)
[12] M. Olasagasti: Introducción a Heidegger, pág. 326.
[13] Vid. Hans Küng ¿Existe Dios?
[14] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 40-41.
[15] G. Deleuze: Nietzsche y la filosofía, pág. 215.
[16] H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 35.
[17] H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 37.
[18] Cf. E. Durkheim: Las formas elementales de la vida religiosa.
[19] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 43.
[20] Haciendo un paralelismo con la frase de Heráclito, llamado «el oscuro» cuando dice: « la Naturaleza gusta de ocultarse».
[21] F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 55.
[22] H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 36.
[23] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 43-44.
[24] Cf. Richard Tarnas: La pasión del pensamiento occidental. Para la comprensión de las ideas que modelaron nuestra cosmovisión.
[25] Vid. «La cosmovisión cristiana»; en R. Tarnas: La pasión del pensamiento occidental, págs. 103-183.
[26] Cf. Freud: El porvenir de una ilusión y H. Marcuse: Eros y civilización.
[27] Cf. H. Marcuse: Eros y civilización.
[28] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 54.
[29] Para una visión del poder y sus formas cf. Kenneth E. Boulding: Las tres caras del poder.
[30] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 55.
[31] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 73.
[32] Cf. al psicólogo Krishnamurti: él parte del sufrimiento, del dolor, de la violencia, & que hay para tratar de superarla no por la acción de la colectividad sino por un proceso de tipo «psicológico» haciendo hincapié en el individuo, como ente indivisible. Quizás debamos considerar la propuesta de Krishnamurti (psicológica-neurológica). Posiblemente, dicha propuesta tenga una cierta viabilidad. Ello implica: i) Autoconocimiento de lo que somos. ii) «Lo que es» en nosotros: violencia, &. iii) Aspectos evolutivos (paleoantropología). iv) No escapar de lo que somos mediante la religión, la ideología, &. Si esto resulta ser así ¿qué se puede hacer? El mismo ver la cuestión es su acción según la propuesta de Krishnamurti. Para este pensamiento, los problemas de la realidad del hombre son demasiado complejos como para que los dejemos sólo en manos de los filósofos. Krishnamurti parte de la situación del mundo, de su dolor y sufrimiento. Según él no es posible superar las condiciones actuales sin un análisis pormenorizado de la conciencia que permita a ésta dejar de estar dividida entre el pensador y el pensamiento. Lo que propone es una especie de metanoia en la conciencia; un cambio radical en ésta que permita modificar las condiciones estructurales de vida. Lo que el sociólogo J. Galtung llama la «violencia estructural». Sin embargo, la propuesta de Krishnamurti no parece estar al alcance de todos. Es algo que no tiene que ver con el pensamiento que es el que ha creado las religiones, las ideologías, &. Es más bien una ausencia del pensamiento y del pensador como yo o ego.
[33] M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 45.
[34] M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 41. Las cursivas son mías.
[35] M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 21.
[36] M.
Heidegger: Introducción a la Metafísica,
pág. 22.
[37] M Heidegger: Nietzsche (2 vls.), pág. 37, volumen I.
[38] M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 26.
[39] Cf. A. Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación
[40] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 100.
[41] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 51.
[42] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 28.
[43] F. Nietzsche: Genealogía de la moral, págs. 51-52.
[44] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 31.
[45] Cf. Las obras de Schopenhauer y en especial La estética del pesimismo. El mundo como voluntad y representación (antología).
[46] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 32.
[47] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 33.
[48] Para el concepto moderno de «civilización» Cf. la obra de J. R. Goberna Falque Civilización. Historia de una idea.
[49]Vid. La obra del sociólogo italiano W. Pareto y su «teoría de la circulación de las elites».
[50] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 34.
[51] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 35.
[52] Cf. H Lorenz y F. M. Wuketits: La evolución del pensamiento.
[53] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 39.
[54] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 40-41.
[55] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, págs. 112-113.
[56] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 108.
[57] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 123.
[58] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 111-112.
[59] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 53-55.
[60] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 55-56.
[61] Vid. E. P. Sanders: La figura histórica de Jesús.
[62] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 57.
[63] F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 40.
[64] F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 55.
[65] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 63.
[66] F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 64-65.
[67] Vid. L. Feuerbach: La esencia del cristianismo.
[68] F. Nietzsche: Correspondencia, pág. 433.
[69] F. Nietzsche: Correspondencia, pág. 435.
[70] «Evangelio» procede del griego Evanguelion: buena nueva.
[71] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 69.
[72] Aquí Nietzsche se adelanta clarividentemente a las revoluciones del siglo XX tales como la Revolución Rusa de octubre de 1917; diecisiete años después de la muerte del propio Nietzsche.
[73] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 75.
[74] F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 85.
[75] F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 67